Trump está a punto de anunciar su nuevo paquete arancelario en lo que él denominó «día de la libertad». Comentaristas, políticos, diplomáticos y directores ejecutivos se apresuran a averiguar qué es lo que se avecina. Trump, como es habitual, ha hecho esperar a todo el mundo. Pero aunque los detalles no están claros, la dirección del viaje sí lo está.
Trump está preparando una avalancha de anuncios para el 2 de abril. Sus aranceles sobre los automóviles, anunciados el 26 de marzo, ya causaron nerviosismo en los mercados, sobre todo entre las marcas europeas y asiáticas que dependen en gran medida del mercado estadounidense.
Trump parece haber decidido que el 25 por ciento es un buen tipo arancelario. Ahora ha anunciado aranceles de este nivel para México, para Canadá, para el acero, el aluminio y ahora para la industria automovilística. Su objetivo está muy claro: quiere obligar a las empresas a trasladar la producción a Estados Unidos, y no solo el montaje de vehículos, sino el aluminio, la transmisión, los motores, etc. Y no solo para los automóviles, aunque es una parte especialmente importante de la economía mundial, sino para los productos farmacéuticos, etc.
Mientras que México y el Reino Unido han intentado convencer a Trump para que elimine los aranceles, China, la UE, Japón y Canadá se están preparando para responder con la misma moneda, y Trump ha amenazado repetidamente con tomar represalias por su parte, incluso en mitad de la noche del 26 de marzo. Esta es la receta para una guerra comercial. No sería la primera guerra comercial en la que se involucra Trump, por supuesto. Ya se involucró en una con China en su primer mandato, pero esta vez no se enfrenta solo a China, sino al mundo entero.
Lo que sucedió en la década de 1930
Se están estableciendo paralelismos inmediatos con la década de 1930, y hay algunos paralelismos. Tras el crac de 1929, las distintas naciones de Europa y Estados Unidos recurrieron al proteccionismo para intentar exportar la crisis.
Estados Unidos introdujo la Ley Arancelaria Smoot-Hawley en 1930, elevando los aranceles a una media del 20 por ciento. Esto y las contramedidas adoptadas por otras naciones provocaron el colapso de las exportaciones e importaciones estadounidenses. Al igual que ahora, Canadá se vio afectado y tomó represalias. No es casualidad que Trump esté utilizando ahora algunas cláusulas olvidadas de esa ley para imponer esta última ronda de aranceles.
Inicialmente, la ley tuvo el efecto de reactivar la economía estadounidense, pero a medida que la recesión se hizo notar en 1931 tras el colapso del Creditanstalt en Austria, los efectos fueron aún más graves. Tanto las exportaciones como las importaciones estadounidenses cayeron en aproximadamente dos tercios y, en 1932, la producción industrial se había desplomado en un 46 por ciento.
Muchas naciones europeas siguieron su ejemplo. El Reino Unido introdujo la preferencia imperial en 1932, lo que dificultó las exportaciones al Reino Unido desde fuera del Imperio Británico, y otros países, como Francia, fueron aún más lejos en su proteccionismo.
Pero no fueron solo las barreras comerciales formales las que moldearon las nuevas relaciones comerciales. Uno tras otro, los países abandonaron el patrón oro. Es decir, abandonaron el tipo de cambio fijo entre la moneda (libra, dólar, franco, etc.) y el oro.
El abandono del patrón oro supuso un colapso en el valor de la moneda, lo que dio a los países en cuestión una ventaja competitiva sobre sus rivales. Por lo tanto, no es de extrañar que los países que se mantuvieron más tiempo en el patrón oro (Francia, EE. UU.) tuvieran que recurrir a medidas más proteccionistas. Trotsky lo señaló en 1934: «Las desviaciones del patrón oro desgarran la economía mundial con más éxito que los muros arancelarios».
En general, el comercio mundial cayó un 66 %, un golpe devastador para la economía mundial. Esto se reflejó en un colapso de la producción industrial en Alemania del 41 %, en Francia del 24 % y en el Reino Unido del 23 %. Al mismo tiempo, debido al desempleo masivo y al colapso general de la economía, el precio de los productos se desplomó, exacerbando la crisis endémica de sobreproducción.
La crisis, por supuesto, no la causó el proteccionismo, sino que el proteccionismo fue una consecuencia de la crisis, que a su vez la exacerbó masivamente.
La limitación del Estado nación
La razón de esto radica en el propio desarrollo de la economía. Una y otra vez, los marxistas han señalado que a medida que las fuerzas productivas (maquinaria, ciencia, tecnología, educación, etc.) se desarrollan, chocan con los límites del Estado nación. Lenin lo expuso con contundencia en El imperialismo: fase superior del capitalismo, por ejemplo. En ese libro explicó cómo se desarrolló el imperialismo a medida que los monopolios superaron el mercado nacional.
Ahora bien, lo que los políticos, presionados por la crisis, intentaban hacer era intentar retroceder en el tiempo. Hay un claro paralelismo con la actualidad. Trotsky escribió sobre el inútil intento:
«Se pone cabeza abajo la tarea progresiva de cómo adaptar las relaciones económicas y sociales a la nueva tecnología, y se plantea cómo restringir y coartar las fuerzas productivas de manera de hacerlas encajar en los viejos límites nacionales y en las caducas relaciones sociales. En ambas orillas del Atlántico se derrocha no poca energía mental para resolver el fantástico problema de cómo hacer para que el cocodrilo vuelva al huevo de gallina. El ultramoderno nacionalismo económico está irrevocablemente condenado por su propio carácter reaccionario; retrasa y disminuye las fuerzas productivas del hombre». (El nacionalismo y la economía, 1933)
Y ese fue precisamente el efecto de las diversas medidas que adoptaron los gobiernos. Al intentar retroceder en el desarrollo de las fuerzas productivas, al obligarlas a volver a la camisa de fuerza del Estado nación, es decir, el mercado nacional, no lograron reactivar la economía, sino hundirla en la depresión.
Al final, la economía sí se recuperó, tras la destrucción de enormes fuerzas productivas durante la Segunda Guerra Mundial, y con la ayuda de los partidos socialdemócrata y comunista para estabilizar el capitalismo. En Occidente, el imperialismo estadounidense salió de la guerra como potencia completamente dominante, y la economía encontró un nuevo equilibrio.
Estados Unidos persuadió a los imperialismos francés, alemán y británico para que cooperaran en la reconstrucción de Europa tras la guerra. Se creó una nueva institución encargada de abrir los mercados, el GATT, que se convirtió gradualmente en la OMC.
En Europa, se creó la Comunidad del Carbón y del Acero. Trotsky señaló esta necesidad económica ya en 1923:
«En el fondo la guerra plantea la necesidad que tienen las fuerzas productivas de un escenario más amplio de desarrollo, sin ser bloqueadas por murallas arancelarias. Similarmente, en la ocupación del Ruhr tan fatal para Europa y la humanidad, encontramos una expresión distorsionada de la necesidad de unir el carbón del Ruhr con el hierro de Lorena. Europa no puede desarrollarse económicamente en el marco de las fronteras estatales y aduaneras impuestas en Versalles. Europa está obligada a remover sus fronteras, o a enfrentar la amenaza de una decadencia económica total. Pero los métodos adoptados por la burguesía en el poder para superar las fronteras que ella misma creó sólo están acelerando el caos existente y acelerando la desintegración.». (¿Es apropiado el momento para la consigna: los Estados Unidos de Europa?, 1923)
En otras palabras, ya en 1923, Trotsky previó la necesidad económica de esta unidad económica, que precisamente unía las industrias del carbón y el acero de Francia, Alemania Occidental, los Países Bajos y Bélgica. Esto se debía a que en las pequeñas naciones de Europa, las limitaciones que el Estado-nación imponía al desarrollo de la economía eran aún mayores.
Como sabemos, la Comunidad del Carbón y del Acero resultó insuficiente. Con el tiempo, al igual que el GATT, amplió su alcance y se convirtió en la Comunidad Europea y luego en la Unión Europea. En cada paso del camino, el imperialismo estadounidense estuvo presente y apoyó una mayor integración de Europa, porque les convenía en ese momento. La razón por la que hubo que ampliar el alcance limitado inicial de estas organizaciones no es difícil de entender, si se parte del punto de vista de que las fuerzas productivas, a medida que se desarrollan, acaban superando al Estado nación.
Es decir, a medida que los monopolios se desarrollaban en la Unión Europea, en las nuevas industrias emergentes, como la fabricación de automóviles y los productos químicos, tensaban las limitaciones del Estado nación y necesitaban una salida en el mercado europeo. Por lo tanto, necesitaban eliminar una barrera tras otra. Y debido a que la economía, en general, estaba creciendo, era posible una cierta división amistosa de los beneficios. Esto fue así sobre todo porque Estados Unidos, que tenía las industrias más avanzadas y productivas, estaba ahí para seguir impulsando el libre comercio.
La clase capitalista en general se benefició de este nuevo régimen. En particular, era un régimen de relativa estabilidad política y social. Había suficientes beneficios para repartir e incluso se hicieron concesiones significativas a los trabajadores. Y, mientras tanto, la Unión Soviética estaba ahí como una amenaza siempre presente.
Un nuevo repunte de la economía era posible en estas condiciones y bajo este régimen. La productividad del trabajo aumentó masivamente en todos los sentidos. A lo largo de los años cincuenta y sesenta, esto fue acompañado por los correspondientes aumentos salariales en términos reales. Debido al aumento de la productividad, los trabajadores de Occidente pudieron permitirse un nivel de vida como nunca antes habían tenido: casas, coches, televisores, educación, sanidad, pensiones, etc.
Pero todo esto fue precisamente porque las fuerzas productivas pudieron seguir desarrollándose bajo un régimen de mayor especialización, mayor libertad de comercio, etc. La división mundial del trabajo fue esencial para el desarrollo continuo de las fuerzas productivas.
Junto con este desarrollo se produjo naturalmente el desarrollo de monopolios masivos que dominaron el mercado mundial. Las empresas menos productivas, al ser menos eficientes y carecer de la maquinaria más avanzada, quebraron o fueron compradas por sus rivales más grandes. No es el momento de tratar esta cuestión en detalle, pero si nos fijamos en cualquier industria importante, ya sea de materias primas, componentes o productos acabados, hoy en todas están concentradas en unas pocas empresas.
Pero, contrariamente a los sueños de los partidarios del libre mercado, es precisamente la libre competencia la que da origen a estos monopolios.
El proteccionismo hoy en día
Volviendo a la cuestión de hoy, hemos llegado a un mundo mucho más desarrollado y mucho más integrado económicamente que en la época de Trotsky. Desde 1960, la economía mundial ha crecido, en términos reales, aproximadamente ocho veces su tamaño. Sin embargo, el volumen del comercio mundial se ha multiplicado por veinte y, en términos de valor, aún más.
Cuando Estados Unidos se embarcó en su racha proteccionista en 1930, la relación entre el comercio y el PIB era de alrededor del 9 por ciento, ahora es más del 25 por ciento. Y para la industria manufacturera es aún más decisivo. El valor de la producción manufacturera de Estados Unidos es de 2,3 billones de dólares, pero el valor de las exportaciones manufactureras de Estados Unidos es de 1,6 billones de dólares. Eso no significa que el 70 % de los productos manufacturados se produzcan para la exportación (los componentes pueden cruzar la frontera varias veces antes de terminar en el producto final), pero muestra el grado de integración de la manufactura con el mercado mundial.
Así pues, cuando Estados Unidos y el resto del mundo se embarcan ahora en otra borrachera proteccionista, lo hacen desde un punto de partida muy diferente. Si se quisiera, como dijo Trotsky, «hacer retroceder al cocodrilo hasta el huevo de gallina», eso supondría una tremenda destrucción de las fuerzas productivas y una miseria incalculable.
Los economistas burgueses son muy conscientes de este hecho, por lo que han declarado «nunca más» al proteccionismo. Pero como tantos «nunca más» económicos, como la impresión de dinero, ha tenido que dar paso al desarrollo real de los antagonismos internacionales y de clase.
Trump no inventó el proteccionismo. En la actualidad, existen 4650 restricciones a la importación entre los países del G20, según Global Trade Alert, lo que supone diez veces más que en 2008. Estados Unidos está intentando cortar las alas a la economía china, algo que lleva intentando hacer desde 2018. Hay aranceles de EE. UU. y la UE contra China para los vehículos eléctricos. Está la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) de Biden, varios intentos de subvencionar la producción nacional de chips, etc. Todo esto precedió al segundo mandato de Trump. Esta ya era la dirección de la hoja de ruta antes de que él volviera a la escena. Mientras que durante todo un período histórico, el comercio mundial creció más rápido que la economía mundial, este ya no es el caso.
La guerra comercial de Trump es sin duda una aceleración en esta dirección. Nadie sabe hasta dónde llegará esta guerra, pero la agencia Fitch Ratings especula que el tipo arancelario medio de EE. UU. podría alcanzar el 18 %, frente al 8 % actual, lo que supondría el nivel más alto desde 1934.
Los planes de Trump plantean dificultades particulares para la economía mundial, cuya lógica no es solo imponer aranceles al producto final (como los automóviles), sino a todos los componentes de los automóviles. Esto plantea la posibilidad de que no solo se aplique un arancel único del 25 %, sino que haya que pagarlo varias veces, en distintas etapas del proceso de producción.
«Cada vez que una pieza cruza una frontera, se le aplicará un impuesto», dijo. Un ejemplo que dio Abuelsamid es el de un fabricante de automóviles que no quiso nombrar y que le dijo que obtiene los materiales para fabricar arneses de cables de Japón. Esos materiales van a México para convertirse en el arnés de cables, luego esos arneses se envían a Texas para ser conectados a un airbag. Luego se envían de vuelta a la planta del fabricante de automóviles en México para ser instalados en un asiento de coche. Luego, el vehículo se envía de vuelta a Estados Unidos».
Cuando la industria automovilística estima que podría terminar añadiendo entre 4.000 y 12.000 dólares al precio del coche, se refiere a esto. Este arnés aquí se grava efectivamente dos veces. Esto también significará que los exportadores estadounidenses perderán aún más capacidad para competir en el mercado mundial, ya que tendrán que gravar sus componentes varias veces antes de exportarlos.
Lo que hace este arancel general, y esto es probablemente bastante deliberado desde el punto de vista de Trump, es deshacer las cadenas de suministro globales. Pero esto es extremadamente costoso. BMW, por ejemplo, tiene tres plantas principales en Europa que producen motores, cada una de ellas especializada en motores particulares para modelos particulares de automóviles. Construir otra fábrica para producir motores solo para el mercado estadounidense sería extremadamente costoso. Lo mismo ocurre con cualquier otra pieza del automóvil que no se produzca ya en EE. UU. Cualquier contramedida de la UE, China y Japón que afecte a los componentes producidos en EE. UU. empeorará inevitablemente la situación.
Una posición proletaria
¿Cuáles son entonces los intereses de la clase trabajadora en todo esto? El dirigente del sindicato estadounidense de trabajadores del automóvil UAW, Shawn Fain, ha elogiado a Trump «por dar un paso adelante para poner fin al desastre del libre comercio que ha devastado a las comunidades de clase trabajadora durante décadas».
Sin duda, tiene razón. El desmantelamiento de la base industrial de Michigan ha tenido un efecto devastador en toda la región. Pero no es posible volver a meter al genio en la lámpara, y el intento de Trump de hacerlo tendrá consecuencias devastadoras.
Tampoco podemos defender la política de libre comercio, precisamente porque nos ha llevado a este punto en primer lugar. La política de libre comercio es la política de cerrar fábricas, devastar comunidades, todo con la promesa de que a la larga todo será para mejor.
Los socialdemócratas alemanes, en vísperas de la victoria de Hitler, propusieron precisamente una política tan demencial. Dejemos que la crisis se extienda por la clase trabajadora; al final todo será para mejor. Solo que el camino hacia el equilibrio económico pasó por el fascismo y la guerra mundial. Hoy en día, eso no está en las cartas en el futuro inmediato, pero la miseria que trae el capitalismo de libre comercio está ahí para que todos la vean.
Trotsky señala precisamente cómo el fin del libre comercio está vinculado a la crisis misma:
«La libertad de comercio, como la libertad de competencia, como la prosperidad de la clase media, pertenecen irrevocablemente al pasado. Conducirnos al pasado es ahora la única medicina de los reformadores democráticos del capitalismo».
Los que discuten en ambos bandos —los partidarios del libre comercio y los proteccionistas— quieren restaurar la sociedad a su estado anterior a la crisis, pero ninguno tiene la capacidad de hacerlo. Ni el restablecimiento de la libertad de comercio ni la creación de nuevas barreras arancelarias resolverán la crisis.
La verdad es que son precisamente el desarrollo de las fuerzas productivas y el mercado mundial los que han hecho posible el capitalismo nacional y han creado la crisis económica más extensa que el mundo haya experimentado jamás. Toda la situación es una en la que las fuerzas productivas se rebelan contra el Estado nación y la propiedad privada. Dejamos las últimas palabras a Trotsky:
«En consecuencia, para salvar a la sociedad no es necesario detener el desarrollo de la técnica, cerrar las fábricas, conceder premios a los agricultores para que saboteen a la agricultura, transformar a un tercio de los trabajadores en mendigos, ni llamar a los maníacos para que hagan de dictadores. Ninguna de estas medidas, que constituyen una burla horrible para los intereses de la sociedad, es necesaria. Lo que es indispensable y urgente es separar los medios de producción de sus actuales propietarios parásitos y organizar la sociedad de acuerdo con un plan racional. Entonces será realmente posible por primera vez curar a la sociedad de sus males. Todos los que sean capaces de trabajar deben encontrar un empleo. La jornada de trabajo debe disminuir gradualmente. Las necesidades de todos los miembros de la sociedad encontrarán la posibilidad de una satisfacción creciente. Las palabras “pobreza”, “crisis”, “explotación”, saldrán de circulación. La humanidad podrá cruzar finalmente el umbral de la verdadera humanidad.» (El marxismo y nuestra época, 1940)
Los primeros meses del año están planteando retos muy importantes para el actual gobierno y también para la lucha de clases. La llegada de Trump está estremeciendo a la 4T de tal forma que está acelerando las contradicciones inherentes al reformismo. Sumemos a eso una ola de movilizaciones que han encabezado los profesores de la CNTE contra la reforma a la Ley del ISSSTE (los profesores de Zacatecas y Chapingo); en las escuelas también está subiendo el ambiente por la demanda de comedores subsidiados para los estudiantes.
La lucha de clases en ascenso
Más de 6 mil movilizaciones sociales, de diferentes tipos, se vivieron a lo largo del gobierno de AMLO. Muchas de ellas tenían un tinte de derecha, otras más no se movilizaban exactamente contra el gobierno sino contra la patronal y autoridades locales o direcciones universitarias; pocas de ellas venían desde la izquierda para remarcar el rechazo a las políticas reformistas del gobierno anterior. Podríamos decir que una de las grandes victorias del gobierno de AMLO fue desmovilizar al grueso del movimiento social, por la izquierda.
Uno de los dos componentes fundamentales para lograr esto fue, por un lado, un componente político de primer orden: su figura. AMLO utilizó todo su capital político acumulado por su larga trayectoria política, la confianza que tenían en él los referentes y bases del movimiento social, así como los ataques de la derecha que él capitalizaba todas las mañanas. Estas condiciones permitieron no sólo frenar las movilizaciones y pedir a la gente que tuviera paciencia, insistiendoles que él resolvería los problemas. También permitió reforzar o reorganizar el maltrecho Estado capitalista. Bajo su mandato los diferentes órganos armados del Estado se fortalecieron y recuperaron credibilidad en la sociedad (particularmente el Ejército).
El otro factor fue la cantidad de programas sociales que dio a millones de personas, principalmente a las más necesitadas. Más de 25 millones de familias se beneficiaron por lo menos de un programa social. Sumemos a esto su política salarial, que hizo crecer los salarios mínimos, recuperando con ello un poco del nivel adquisitivo de la clase obrera. En algunos sectores, como los profesores y trabajadores de la salud laborantes del Estado, prometió un salario mínimo de 16 mil pesos, muy por encima del que se tenía anteriormente. Estas fueron las bases sobre las que se asentó una cierta paz social.
Las movilizaciones de ahora son en sumo interesantes, no sólo por la cantidad de lugares en donde se están movilizando, sino porque son directamente contra una política del gobierno de Claudia Sheinbaum. En un primer momento se presentó una reforma al ISSSTE con la cual se quería cambiar una serie de reglamentaciones para que Fovissste pudiera construir vivienda para los trabajadores y aumentar el monto de cotización al ISSSTE por parte de los trabajadores que en su totalidad ganaran más de 10 UMAS —cosa que después se modificó y se dijo que eso sólo lo pagarían los de confianza y no trabajadores de base—, entre otras medidas.
Esto despertó a los profesores de la CNTE, los cuales se opusieron a la reforma y retomaron la consigna de derogar la reforma a la Ley del ISSSTE del 2007, que eliminó la jubilación solidaria, el retiro a los 30 años de trabajo y los topes de 28 años de servicio para mujeres y de 30 para los hombres. Además de que los ahorros de los trabajadores pasaron a las manos privadas de las Afores.
El gobierno salió a decir que las modificaciones no afectarían a los trabajadores y después retiró su reforma, pero los profesores se han mantenido en la calle de forma correcta. Están planificando incrementar su lucha hasta echar abajo la reforma del 2007. El gobierno dice que está abierto a la discusión y les ha pedido que no se vayan a paro, pero los trabajadores se han mantenido claros en la lucha.
Sumemos a esto la huelga de los trabajadores de la Universidad de Chapingo, quienes plantean un aumento salarial y planes de jubilaciones para los profesores. Aunque las autoridades han hecho todo lo posible por descarrilar la lucha y no se han sentado a negociar, los profesores siguen firmes en la lucha.
En Zacatecas, los trabajadores de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ) también se han ido a huelga: 33 planteles han parado sus actividades, desde secundaria hasta posgrado. La demanda central es un aumento salarial del 15%, mientras que la Rectoría sólo ofrece el 4% y un 1% más en prestaciones; claramente un insulto a los trabajadores sindicalizados. La huelga ha llamado a movilizaciones importantes en la que otras organizaciones sociales y políticas han tomado parte. Esta lucha ya lleva 20 días y los trabajadores siguen resistiendo.
Aunemos a esto el ambiente entre los estudiantes, los cuales han tomado planteles, se han movilizado en diferentes escuelas y por diferentes demandas. Por ejemplo, hay paros y movilizaciones en la Universidad de Puebla. En Yucatán también se tomó el plantel de la UNAM en Mérida, en el IPN la UPIITA se ha ido a paro y en las escuelas de media superior de la UNAM ha habido paros y movilizaciones demandando comedores universitarios, etc.
No podemos decir que hay un cambio radical en el ambiente entre los trabajadores y la juventud, pero lo que sí podemos decir es que estamos entrando a un periodo diferente, donde las aguas se van a comenzar a agitar en diferentes sectores de la sociedad. Entre la clase obrera hay demandas económicas y políticas que se tienen que arrancar a la patronal o directamente al gobierno. Entre la juventud el malestar siempre se está acumulando; no es raro, pues es el sector que no ve un futuro dentro del capitalismo. Las mujeres de la clase obrera han salido este 8 de marzo —200 mil mujeres jóvenes salieron a las calles de la Ciudad de México y hubo manifestaciones en más de 20 ciudades—; en las escuelas no hay salida para las demandas, como comedores subsidiados, y en las calles la violencia no para. La juventud es quien siente lo peor de este sistema y no será casualidad que sean los que más se movilicen en el siguiente periodo.
Trump acelera las contradicciones
Como lo hemos explicado en otros artículos, la llegada de Trump al gobierno de los EE. UU. está planteando una serie de retos complicados para el gobierno de la 4T. No queremos repetir nuevamente lo que ya hemos escrito en otros artículos. Lo que sí queremos mencionar es cómo es que con Trump en el gobierno norteamericano va a acelerar las contradicciones ya existentes en este gobierno.
A partir de que Trump llegó al gobierno de los EE. UU. la situación se ha vuelto más inestable a nivel mundial. Mientras intenta terminar con los conflictos bélicos (Ucrania y Palestina), desata una serie de conflictos económicos y políticos. Toda la política norteamericana está marcada por una necesidad que Trump intentó resolver. El imperialismo norteamericano se ha debilitado en medio del surgimiento de otras potencias mundiales y la necesidad de EEUU es fortalecerse: recuperar su capacidad industrial (con los aranceles busca que las empresas regresen a EEUU), resguardar sus zonas de influencia (someter a duras presiones a México y Canadá, para que sean los más serviles, y si esto no sucede habrá aranceles), retirarse de las regiones donde antes tenía comprometido apoyo económico y militar (abandonar a la Unión Europea a su suerte, lo mismo que a Ucrania) y luchar por quedarse con regiones o sectores estratégicos que sirvan a sus planes (recuperar el Canal de Panamá, tomar Groenlandia y desarrollar su mercado de microchips e inteligencia artificial).
De aquí se desprende toda su política de ataques contra México. Aunque el gobierno actual está diciendo que va a luchar “con dignidad” para defender la soberanía, en realidad ha cedido en todo lo que Trump a requerido: ha movilizado 10 mil elementos de la Guardia Nacional a la frontera norte, ha transformado su política contra el narco —nada de abrazos—, han mandado de regalo 29 capos que EE. UU. quiere como trofeos y ha endurecido la política arancelaria contra las mercancías chinas. Lo que ha querido el imperialismo, lo ha obtenido.
Los gobiernos de la 4T no han querido romper con la dependencia que hay hacia los EE. UU., por el contrario, su política ha sido para mantener ese vínculo dependiente. AMLO primero y ahora Claudia hacen todo lo posible para “aprovechar” los “negocios” con el imperialismo norteamericano. Las obras de infraestructura desarrolladas en el sexenio pasado tienen ese fin. Y por un tiempo parecía que este proyecto conectaba con el ambiente internacional de relocalización económica (o nearshoring); llegaron capitales a invertir aprovechando la posición geográfica de México y sus tratados comerciales con los EE. UU., para que las mercancías de las nuevas firmas entraran al mercado estadounidense sin pagar impuestos. Ahora esto está por irse por la borda. El llamado “milagro mexicano” puede convertirse en su contrario si los aranceles al final se imponen.
La presión que está ejerciendo el imperialismo está llevando a una negociación mensual y con ella aumenta la incertidumbre. Las empresas no están seguras si seguir invirtiendo, sacar sus inversiones y regresar a los EE. UU., o esperar. Hay una sensación de inestabilidad entre la burguesía que tiene intereses en el país y esto no es bueno para la economía, la cual ya lleva varios semestres estancada.
Además, Claudia está buscando sustituir mercancías chinas para los componentes automovilísticos que se arman en México. También ha impuesto aranceles a la ropa de ese país. Ha dicho que mantendrá una posición dura con respecto a China, cuando son los EE. UU. los que le han dado de patadas en la boca. Parece un chiste: quien la está tratando con la punta del pie son los norteamericanos, pero les ha dicho que defenderá los negocios que tiene con ellos, a como dé lugar. No creemos que la alternativa sea atarse a otro país imperialista, pero llama la atención esta postura de entrega total al imperialismo gringo.
En fin, no sólo se trata del tema económico, aunque sea en efecto el principal. Hay presiones hacia los migrantes, que EE. UU, está regresando (ya van 19 mil). A ello sumemos los casi un millón de latinos que están en el país porque esperaban una visa humanitaria para cruzar la frontera norte. Si los aranceles van adelante y comienzan a salir empresas del país, el desempleo se intensificará.
Y para terminar, tenemos la situación de los cárteles de la droga mexicanos, de los cuales 6 han sido declarados organizaciones terroristas por el gobierno estadounidense. Como ya lo hemos dicho, es difícil pensar en una intervención armada para terminar con ellos; esto implicaría un estallido de las masas contra esta política intervencionista. Pero lo que sí está claro es que esto es un garrote en manos de los americanos que será utilizado en el momento que les plazca para dar de porrazos en la cabeza del gobierno mexicano. Esto no puede ser llamado un “trato digno”, ni “de iguales”; esto no muestra la verdadera naturaleza de las relaciones entre México y los EE. UU.: la del amo y el esclavo.
Tiempos de inestabilidad y lucha
Aunque el gobierno de Claudia se ha anotado ciertas victorias parciales, como retrasar los aranceles por dos meses, y esto le ha valido el aumento de su popularidad: 80% de los mexicanos le apoyan y ahora hay un pacto —un frente popular— entre los empresarios y el gobierno, pero esto no garantiza una estabilidad de ningún tipo.
Por el contrario, esa fortaleza y confianza que otrora había en 4T se va a erosionar rápidamente. Esto no va a suceder de un día para otro, ni de forma lineal, pero lo que sí podremos ver será un periodo en el que la lucha de clases en las calles comenzará a sentirse más; se harán presentes la clase obrera y la juventud. Estas luchas no sólo estarán justificadas, sino que tendrán toda la obligación de redoblarse para triunfar.
Al tiempo que las presiones del imperialismo aumenten y se sientan las consecuencias de sus políticas agresivas, el gobierno tendrá de dos: o radicaliza su postura con respecto a los EE. UU. y lucha en las calles para evitar el cierre de fábricas y los despidos (haciendo llamados a los trabajadores a defender el empleo por medio de las huelgas, como Cárdenas lo hizo en su momento, y ciertamente éste es el camino menos probable), o sigue cediendo a lo que el imperialismo quiera, mientras se fortalece el vínculo del gobierno con la burguesía nacional; este vínculo se manifestará en un apoyo del gobierno a estos sectores a todos los niveles, dando condonaciones de impuestos, invirtiendo en capitales de riesgo, protegiendo sus inversiones, etc. A mediano plazo, la burguesía también pedirá reformas que defiendan sus intereses contra los trabajadores.
Nosotros queremos luchar contra el imperialismo y sus ataques, y estaremos del lado de los trabajadores y la juventud en la lucha por sus demandas. Entendemos que la única forma de luchar seriamente contra el imperialismo es luchar contra el capitalismo también. Si Claudia Sheinbaum toma el camino cardenista, apoyaremos su política de forma crítica, pero si toma la otra alternativa de aliarse cada vez más con la burguesía nacional y ceder ante el imperialismo, nosotros no la apoyaremos y diremos claramente que ese camino sólo la llevará a la derrota.
Independientemente de qué camino siga este gobierno, la tarea de los comunistas es muy clara: seguir aglutinando fuerza para la formación del partido revolucionario, luchar con nuestra clase y preparar los cuadros para los futuros acontecimientos en la lucha de clases. Los comunistas somos internacionalistas y creemos que en quien deberíamos apoyarnos es en la clase obrera norteamericana y canadiense para luchar contra el capitalismo y el imperialismo en la región, y así poder establecer una unión de Estados socialistas, en Norteamérica y el mundo.
Un espectro recorre Europa. Este horrible fenómeno ha aparecido de repente, como por arte de magia negra, conjurado desde la más oscura fosa del infierno por un malévolo demonio, para asolar y atormentar a las buenas gentes de la Tierra, perturbar su descanso y sus peores pesadillas.
Lo peor de este fenómeno es precisamente que nadie parece capaz de explicarlo. Se presenta como una fuerza de la naturaleza aparentemente imparable, que arrasa con todo. En un espacio de tiempo asombrosamente corto, ha logrado hacerse con el control del país más rico y poderoso de la Tierra.
Todas las fuerzas combinadas de los grandes y los buenos, todos los defensores del “orden internacional basado en normas”, todos los defensores de los valores tradicionales, todos se han unido para derrotar a este monstruo de iniquidad.
Nuestra maravillosa prensa libre, que todo el mundo sabe que es la principal defensora de la libertad y la libertad de expresión, se unió como un solo hombre para librar la buena batalla en defensa de la democracia, la libertad y la ley y el orden.
Pero todos han fracasado.
El nombre de este espectro es Donald J Trump.
Pánico
La absoluta bancarrota intelectual de la clase dominante queda demostrada por la total incapacidad de los estrategas del capital para comprender a la situación actual, y mucho menos para ofrecer una predicción satisfactoria de los acontecimientos futuros.
Esta decadencia intelectual ha alcanzado su nivel más bajo en las personas de los líderes políticos de Europa. Han llevado a este continente, antaño poderoso, directamente a un pantano de decadencia económica, cultural y militar, reduciéndolo a un estado de completa impotencia.
Tras haber sacrificado todo en beneficio del imperialismo estadounidense durante décadas y haberse acostumbrado al humillante papel de serviles secuaces de Washington, ahora se encuentran abandonados por sus antiguos aliados y abandonados a su suerte.
Su estupidez ha quedado ahora completamente al descubierto con la derrota en Ucrania y el colapso de sus absurdos sueños de derrotar a Rusia y destruirla como potencia. Por el contrario, ahora se encuentran con una Rusia poderosa y resurgente, dotada de un enorme ejército, pertrechada con las armas más modernas y curtida por años de experiencia en batalla.
En esta coyuntura crítica, se encuentran repentinamente abandonados por la potencia que se suponía iba a acudir en su defensa. Ahora corren como pollos sin cabeza, desviviendose en su prisa por expresar su apoyo eterno e inquebrantable a Volodymyr Zelensky.
Despotrican y se enfurecen contra el hombre de la Casa Blanca, al que consideran el único responsable del desastre que de repente se ha abatido sobre ellos.
Pero todo este coro histérico no es más que una expresión de pánico, que, a su vez, no es más que una expresión de miedo: miedo puro, ciego, destilado. Detrás de la falsa fachada de desafío, estos líderes están paralizados por el terror, como un conejo cegado por los faros de un coche que se acerca.
¿Cuál es la verdadera razón?
Si somos capaces de ignorar, por un momento, la cacofonía de quejas, protestas e insultos, y tratamos de encontrar lo que todo ello significa, a través de la densa niebla de la histeria mediática, empieza a aparecer el tenue esbozo de la verdad.
Para cualquier persona con medio cerebro, es evidente que una crisis de tal magnitud no puede ser obra de un solo individuo, aunque esté dotado de poderes sobrehumanos. Se trata de una “explicación” que no explica nada. Más que a la ciencia política, se asemeja al turbio reino de la demonología.
“Con Trump, la agenda mundial cambiará, nos guste o no. La batalla contra el colapso climático sufrirá un duro golpe, las relaciones internacionales se volverán más transaccionales, la lucha de Ucrania contra la agresión rusa puede ser apuñalada por la espalda, y Taiwán estará mirando el cañón de un arma china. Las democracias liberales de todo el mundo, incluida Gran Bretaña, también se verán sometidas a un nuevo asedio por parte de sus propios imitadores de Trump, impulsados por las redes sociales que desprecian la verdad.
“Los votantes estadounidenses han hecho algo terrible e imperdonable esta semana. No deberíamos tener reparos en decir que se han alejado del ethos y las normas compartidas que han dado forma al mundo, generalmente para mejor, desde 1945. Los estadounidenses han llegado a la conclusión de que Trump no es “raro”, como brevemente estuvo de moda afirmar, sino la corriente dominante. Los votantes salieron el martes y votaron raro en gran número. Los estadounidenses deben vivir con las consecuencias de ello”. (The Guardian, 6 de noviembre de 2024)
Y aquí estamos. The Guardian, la expresión más repulsiva y descarada de la hipocresía liberal, culpa de todo al pueblo estadounidense, que ha cometido el imperdonable pecado de votar en unas elecciones democráticas libres y justas a un candidato que no es de su agrado.
Pero, ¿cómo explicar esta aberración espantosa? Según nos informa The Guardian con toda franqueza, es el resultado de la supuesta “rareza” del pueblo estadounidense. La definición de “rareza” es evidentemente cualquier cosa que no coincida con los prejuicios del consejo de redacción de The Guardian.
Lo que realmente quieren decir es que el electorado estadounidense -es decir, millones de hombres y mujeres corrientes de clase trabajadora- no son realmente aptos para ejercer el derecho al voto, ya que son orgánicamente “raros”.
Hablando claro, todos los estadounidenses están naturalmente inclinados al racismo, al odio a las minorías y a una incomprensible aversión a los principios del liberalismo burgués. Esto los hace naturalmente reacios a la democracia e inclinados al fascismo, tal como lo representa, por supuesto, Donald Trump.
Pero, ¿de dónde viene esta rareza? ¿Y eran también “raros” los mismos electores estadounidenses cuando votaron a Joe Biden o a Obama? Evidentemente, en aquel momento estaban preeminentemente cuerdos. ¿Qué ha cambiado?
Lo extraño aquí no es la conducta de los votantes estadounidenses, cuyas decisiones fueron en realidad bastante racionales y pueden comprenderse fácilmente, sino sólo las contorsiones mentales de la miserable tribu pequeñoburguesa de escribas liberales, cuyo compromiso con la democracia evidentemente se detiene por completo en cuanto el electorado vota “en el sentido equivocado”.
Su concepción de la democracia -que uno puede apoyar las elecciones, sólo si resultan en la elección de candidatos que son de nuestro agrado- me parece un tanto “rara”. Sin embargo, la anulación de las recientes elecciones en Rumanía la confirma de forma sorprendente.
Las autoridades rumanas anularon la primera vuelta de las elecciones presidenciales de diciembre porque no les gustaba que un candidato que desaprobaban, Călin Georgescu, las hubiera ganado. No contentos con ello, le impidieron concurrir a la repetición de las elecciones presidenciales de mayo.
Estas acciones contaron con el pleno apoyo de los dirigentes de la UE en Bruselas. Por supuesto, The Guardian también aplaudió la cancelación de unas elecciones con todo el entusiasmo posible. Esta es, obviamente, la forma de evitar que gente como Donald Trump gane unas elecciones.
¡Viva! ¡Tres hurras por la democracia!
¡El fascismo ha llegado!
Desde el principio, los medios de comunicación lanzaron una ruidosa campaña denunciando a Trump como fascista. He aquí algunos ejemplos tomados al azar de la prensa:
Le Monde: “Las primeras semanas de Trump como presidente han bastado para dar a la pesadilla del giro de Estados Unidos hacia el fascismo una sensación de realidad”.
The New Yorker: “¿Qué significa que Donald Trump es un fascista?”.
The Guardian: “El neofascismo de Trump ya está aquí. Aquí tienes diez cosas que puedes hacer para resistir”.
Todo tipo de figuras del establishment se han pronunciado en el mismo sentido. Mark Milley, general retirado del Ejército de Estados Unidos que fue el vigésimo jefe del Estado Mayor Conjunto, lanzó una advertencia funesta a Estados Unidos:
“Es la persona más peligrosa de la historia. Tenía sospechas cuando hablé contigo sobre su deterioro mental y demás, pero ahora me doy cuenta de que es un fascista total. Ahora es la persona más peligrosa para este país”.
Kamala Harris estuvo de acuerdo en que Trump era un fascista, aunque Joe Biden se limitó a describir a Trump sólo como un “semifascista“.
No obstante, ha advertido repetidamente de que Trump representa un peligro para la democracia, una opinión compartida por muchos, como el fiscal general de Arizona, que concluye que: “Estamos al borde de una dictadura”.
Anthony Scaramucci, que fue brevemente secretario de prensa de la Casa Blanca con Donald Trump, se expresó con mayor franqueza, diciendo simplemente: “Es un puto fascista, es el fascista de los fascistas.”
Como era de esperar, muchas figuras prominentes de la “izquierda” han unido sus estridentes voces al coro de denuncias. Alexandria Ocasio-Cortez (a quien a menudo se presenta como una demócrata “socialista”) se lamenta:
“Estamos en vísperas de una administración autoritaria. Esta empieza a ser la cara del fascismo del siglo XXI”.
Y así, la tediosa letanía se repite sin cesar, día tras día. La intención es bastante clara: la repetición constante de la misma idea acabará convenciendo a la gente de que debe ser cierta. Estas nubes de aire caliente producen mucho calor, pero muy poca luz.
¿Qué es el fascismo?
Ahora bien, está perfectamente claro que aquí el término fascismo no pretende ser una definición científica, sino simplemente un insulto vulgar, más o menos el equivalente a “hijo de puta”, o palabras por el estilo.
Ese tipo de invectiva puede servir a un propósito útil, permitiendo a individuos frustrados desahogarse y descargar su rabia contra algún individuo que no es de su agrado. Al instante sienten una sensación de alivio psicológico y se van a casa satisfechos en la convicción de que, de alguna manera, han hecho avanzar la causa de la libertad, anotándose una tremenda victoria política sobre el enemigo.
Lamentablemente, estas victorias carecen de todo valor práctico. Este radicalismo terminológico no es más que la expresión de una rabia impotente. Incapaz de asestar ningún golpe real al odiado enemigo, uno obtiene una sensación de satisfacción mediante el simple recurso de lanzarle improperios desde una distancia segura.
Para quienes estamos interesados en librar batallas reales contra enemigos reales, en lugar de luchar contra molinos de viento como Don Quijote, se requieren otras armas más serias. Y el primer requisito para un verdadero comunista es la posesión de un riguroso método científico de análisis.
El marxismo es una ciencia. Y como todas las ciencias, posee una terminología científica. Palabras como “fascismo” y “bonapartismo” tienen, para nosotros, significados precisos. No son meros términos de insulto, ni etiquetas que puedan pegarse convenientemente a cualquier individuo que no cuente con nuestra aprobación.
Comencemos con una definición precisa del fascismo. En el sentido marxista, el fascismo es un movimiento contrarrevolucionario, un movimiento de masas compuesto principalmente por el lumpen proletariado y la pequeña burguesía enfurecida. Es utilizado como ariete para aplastar y atomizar a la clase obrera y establecer un Estado totalitario en el que la burguesía entrega el poder del Estado a una burocracia fascista.
La característica principal del Estado fascista es la centralización extrema y el poder absoluto del Estado, en el que los bancos y los grandes monopolios están protegidos, pero sometidos a un fuerte control central por parte de una burocracia fascista grande y poderosa. En “¿Qué es el nacionalsocialismo?”, Trotski explica:
“El fascismo alemán, como el italiano, se elevó al poder sobre las espaldas de la pequeña burguesía, que se convirtió en un ariete contra las organizaciones de la clase obrera y las instituciones de la democracia. Pero el fascismo en el poder es, menos que nada, el gobierno de la pequeña burguesía. Por el contrario, es la dictadura más despiadada del capital monopolista”.
Tales son, en términos generales, las principales características del fascismo. ¿Cómo se compara esto con la ideología y el contenido del fenómeno Trump? Ya hemos tenido la experiencia de un gobierno de Trump, que -según las funestas advertencias de los demócratas y de todo el establishment liberal- procedería a abolir la democracia. No hizo tal cosa.
No se tomaron medidas para limitar el derecho de huelga y manifestación, y menos aún para abolir los sindicatos libres. Se celebraron elecciones como de costumbre, y finalmente, aunque en medio de un alboroto general, Trump fue sucedido por Joe Biden en unas elecciones. Digan lo que quieran del primer gobierno de Trump, pero no guardaba relación alguna con ningún tipo de fascismo.
El principal asalto contra la democracia fue, de hecho, dirigido por Biden y los demócratas, que llegaron a extremos extraordinarios para perseguir a Donald Trump, movilizando a todo el poder judicial para arrastrarlo ante los tribunales por innumerables cargos, con la intención de acusarlo a toda costa, ponerlo entre rejas y evitar así que se presentara de nuevo a la presidencia.
Todos los medios de comunicación se movilizaron en una despiadada y constante campaña de vilipendio y difamación, que acabó creando un clima en el que se produjeron al menos dos atentados contra su vida. Sólo por casualidad escapó al asesinato (aunque lo atribuye a la protección del Todopoderoso).
Una utopía reaccionaria
La ideología del trumpismo -en la medida en que existe- está muy lejos del fascismo. Lejos de desear un Estado fuerte, el ideal de Donald Trump es el del capitalismo de libre mercado, en el que el Estado desempeña un papel escaso o nulo.
Su programa representa un intento de volver a las políticas de Roosevelt – no de Franklin Delano Roosevelt, el autor del New Deal, sino de Theodore Roosevelt, que fue presidente antes de la Primera Guerra Mundial.
“Hay una sensación de déjà vu en el aire. Donald Trump sorprendió a sus aliados el martes 7 de enero al no descartar el uso de la fuerza para retomar el Canal de Panamá o comprar Groenlandia. Con este farol, el presidente electo revive la vieja tradición del imperialismo estadounidense de principios del siglo XX.
“La ‘edad de oro’, que comenzó tras la Guerra de Secesión, es con la que sueña Trump: estuvo marcada por la acumulación de fortunas colosales, la corrupción generalizada y unos aranceles introspectivos que protegían la industria estadounidense y hacían que no existiera el impuesto sobre la renta.
“Sobre todo, fue definida por el imperialismo para asegurar la hegemonía estadounidense sobre el hemisferio occidental. Durante este periodo, EEUU compró Alaska a los rusos (1867), invadió Cuba, Puerto Rico y Filipinas – “liberadas” en 1898 del colonialismo español- y excavó el Canal de Panamá, terminado en 1914.”
En otras palabras, Donald Trump desea retroceder el reloj cien años a una América imaginaria que existía antes de la Primera Guerra Mundial, una América en la que los negocios prosperaban y los beneficios se disparaban, en la que la libre empresa prosperaba y el Estado la dejaba en paz, en la que América se sentía libre para ejercer sus jóvenes y poderosos músculos con el fin de ejercer su dominio sobre México, Panamá y todo el hemisferio occidental, expulsando al decrépito colonialismo español de Cuba, para convertirla en su lugar en una colonia estadounidense.
Se piense lo que se piense, es un modelo que tiene muy poco que ver con el fascismo. Y esta atractiva visión de la historia carece de toda sustancia real o relevancia para el mundo del siglo XXI.
La era de Teddy Roosevelt era una época en la que el capitalismo aún no había agotado completamente su potencial como sistema económico progresista. Y Estados Unidos, una nación sana, pujante, recién industrializada, que ya había establecido su superioridad sobre las viejas potencias de Europa en aspectos importantes, apenas empezaba a ejercer como potencia decisiva en el mundo.
Toda una época ha pasado desde entonces, y los EE.UU. se enfrentan a una configuración de fuerzas totalmente diferente, tanto interna como externamente. Los esfuerzos de Trump por devolver el reloj al mundo tal y como era en aquellos lejanos días están condenados al fracaso, naufragando por el cambio de la situación mundial y el equilibrio de fuerzas de clase dentro de EEUU. Es, de hecho, una utopía reaccionaria.
Volveremos sobre estos puntos más adelante. Pero antes, debemos ajustar cuentas con los intentos histéricos y totalmente erróneos tanto de la izquierda como de la derecha por explicar el misterioso fenómeno de Donald J. Trump.
Un método erróneo
“La gran importancia práctica de una correcta orientación teórica se manifiesta con más evidencia en las épocas de agudos conflictos sociales, de rápidos virajes políticos o de cambios abruptos en la situación. … Precisamente en esos períodos surgen necesariamente toda clase de combinaciones y situaciones transicionales, intermedias, que superan los patrones habituales y exigen una atención teórica continua y redoblada. En una palabra, sí en la época pacífica y “orgánica” (antes de la guerra) todavía se podía vivir a expensas de unas cuantas abstracciones preconcebidas, en nuestra época cada nuevo acontecimiento forzosamente plantea la ley más importante de la dialéctica: la verdad es siempre concreta..” (Bonapartismo y fascismo, León Trotski, 1934)
Con demasiada frecuencia, me parece que cuando la gente de izquierdas se enfrenta a un fenómeno nuevo, que parece desafiar todas las normas y definiciones existentes, tiende a buscar etiquetas. Y luego, una vez encontrada una etiqueta conveniente, buscan hechos que la demuestren.
Ellos dicen: Oh, sí. Sé lo que es. Es esto o aquello: fascismo, bonapartismo o cualquier otra cosa que se les ocurra. Ese es un método equivocado. Es lo contrario del materialismo dialéctico. Y no lleva a ninguna parte. Es un ejemplo de pensamiento perezoso: la búsqueda de soluciones fáciles para resolver cuestiones nuevas y complicadas.
Lejos de aclarar nada, lo único que hace es distraer la atención de las cuestiones reales y llevarnos a un debate interminable y bastante inútil sobre cuestiones que se han introducido artificialmente y que no hacen más que aumentar la confusión, en lugar de responder a las preguntas que hay que responder.
En sus Cuadernos filosóficos, Lenin explicó que la ley fundamental de la dialéctica es la objetividad absoluta de la consideración: “no ejemplos, no digresiones, sino la cosa misma”.
Esa es la esencia del método dialéctico. Lo contrario de la dialéctica es el hábito de poner etiquetas a algo e imaginar que, al hacerlo, lo hemos comprendido.
Mi buen amigo John Peterson me comentó recientemente que Donald Trump era “un fenómeno”. Creo que es correcto. No hay necesidad de compararlo con ninguna otra figura de la historia. Debemos aceptar que Donald Trump es como – Donald Trump. Y debemos tomarlo tal como es y analizar lo que es, de hecho, un nuevo fenómeno sobre la base de hechos concretos, no de meras generalidades.
¿Bonapartismo?
El artículo de Trotski Bonapartismo y fascismo ofrece una definición muy precisa y concisa del bonapartismo desde un punto de vista marxista:
“Sin embargo, un gobierno que se eleva por encima de la nación no está suspendido en el aire. El verdadero eje del gobierno actual pasa por la policía, la burocracia y la camarilla militar. Estamos enfrentados a una dictadura militar-policial apenas disimulada tras el decorado del parlamentarismo. Un gobierno del sable como juez-árbitro de la nación: precisamente eso se llama bonapartismo.”
La esencia del bonapartismo, que puede aparecer bajo diferentes disfraces, es siempre la misma: una dictadura militar.
“En el momento en que la lucha de dos estratos sociales -los que tienen y los que no tienen, los explotadores y los explotados- alcanza su tensión más elevada, se han creado las condiciones para la dominación de la burocracia, la policía y la tropa. El gobierno se vuelve “independiente ” de la sociedad.”
Estas líneas son cristalinas. Pero, ¿cómo se compara todo esto con la situación actual en Estados Unidos? No se compara en absoluto. Seamos claros al respecto. La clase dominante sólo recurrirá a la reacción en forma de bonapartismo o fascismo como último recurso. ¿Es realmente esa la situación actual? No cabe duda de que en la sociedad estadounidense existen poderosas tensiones que están provocando una grave desestabilización del orden existente.
Pero imaginar que la lucha de clases ha alcanzado la fase crítica, en la que el dominio del capital está amenazado de derrocamiento inmediato y la única solución para la clase dominante es entregar el poder a un régimen bonapartista, es pura fantasía. Todavía no hemos llegado a esa fase, ni nada que se le parezca.
Por supuesto, es posible señalar tal o cual elemento de la situación actual del que pueda decirse que es un elemento del bonapartismo. Puede ser. Pero se podrían hacer comentarios similares de casi cualquier régimen democrático burgués reciente.
En la Gran Bretaña “democrática” de Tony Blair, el poder pasó en la práctica del Parlamento electo al Gabinete, y de éste a una minúscula camarilla de funcionarios no electos, compinches y asesores. Hubo, sin duda, elementos de lo que podría llamarse un régimen de bonapartismo parlamentario.
Sin embargo, el mero hecho de contener ciertos elementos de un fenómeno no significa todavía la aparición real de ese fenómeno como tal. Se podría decir, por supuesto, que hay elementos del bonapartismo presentes en el trumpismo. Sí, se podría decir eso. Pero los elementos no representan todavía un fenómeno plenamente desarrollado.
Como señala Hegel en la Fenomenología:
“No nos contentamos con que se nos enseñe una bellota cuando lo que queremos ver ante nosotros es un roble, con todo el vigor de su tronco, la expansión de sus ramas y la masa de su follaje.”.
Este método incorrecto conduce a un sinfín de errores. En primer lugar, se intenta aplicar una definición externa a un fenómeno. Luego uno se aferra a ella a toda costa, e intenta justificarla con todo tipo de ejemplos “ingeniosos” de la historia que se traen de los pelos.
Entonces, como la noche sigue al día, llega otro y dice, no: no, eso no es bonapartismo. Y producen hechos igualmente “ingeniosos” para demostrar que el bonapartismo es otra cosa.
Ambos tienen la misma razón y están equivocados. ¿Adónde llegamos cuando entramos en este tipo de argumento circular? Como una pescadilla que se muerde la cola, no llegamos a ninguna parte.
Si bien es cierto que el uso de analogías históricas precisas a veces puede aportar clarificación, no es menos cierto que la yuxtaposición irreflexiva y mecánica de fenómenos esencialmente diferentes es una receta segura para la confusión.
Por ejemplo, creo que sería bastante correcto y adecuado describir el régimen de Putin en Rusia como un régimen bonapartista burgués. Ese es un ejemplo de analogía útil. Pero en el caso de Trump, es más complicado que eso.
El problema es que el bonapartismo es un término muy elástico. Abarca una amplia gama de cosas, empezando por el concepto clásico de bonapartismo, que es básicamente el gobierno por la espada.
El actual gobierno de Trump en Washington, a pesar de sus muchas peculiaridades, sigue siendo una democracia burguesa.
Son precisamente esas peculiaridades las que tenemos que examinar y explicar. Y como, sinceramente, nos vemos incapaces de encontrar nada remotamente parecido en la historia -antigua o moderna- que se le pueda comparar, y como no tenemos definiciones prefabricadas que se puedan hacer encajar, sólo nos queda una alternativa: EMPEZAR A PENSAR.
La crisis del capitalismo
El gran filósofo Spinoza decía que la tarea de la filosofía no era ni llorar, ni reír, sino comprender. Para entender a Donald J Trump, debemos dejar de lado la pseudociencia de la demonología y afirmar lo obvio.
Para empezar, sea lo que sea, Trump no es un espíritu maligno dotado de poderes sobrehumanos. Es un mortal corriente, en la medida en que un multimillonario estadounidense pueda ser considerado como tal. Y como cualquier otra figura relevante de la historia, las causas reales de su ascenso al poder deben relacionarse, en última instancia, con procesos objetivos de la sociedad.
En otras palabras, debemos considerarlo inevitablemente relacionado con la situación objetiva del mundo en las primeras décadas del siglo XXI.
El principal punto de inflexión en la historia moderna fue la crisis de 2008, que desestabilizó por completo todo el sistema. El capitalismo se encontró al borde del colapso. Cuando Lehman Brothers se hundió, recuerdo vívidamente el momento en que los banqueros expresaron públicamente su temor de que en pocos meses les colgarían de las farolas.
En realidad, esos temores estaban bien fundados. De hecho, todas las condiciones objetivas estaban maduras, en realidad, para la revolución socialista. Eso sólo se evitó con la adopción de medidas de pánico en las que el Estado intervino para salvar a los bancos mediante la inyección de enormes cantidades de dinero público.
Esto contradecía todas las teorías promovidas por los economistas burgueses oficiales durante los treinta años anteriores. Todos estaban de acuerdo en que el Estado no debía desempeñar ningún papel -o un papel mínimo- en la economía. El libre mercado, por sí mismo, resolvería todos los problemas.
A la hora de la verdad, sin embargo, se demostró que esta teoría era falsa. El sistema capitalista sólo se salvó gracias a la intervención del Estado. Pero esto creó nuevas contradicciones en forma de deudas colosales y, en última instancia, insostenibles.
Desde 2008, el sistema capitalista atraviesa la crisis más profunda de la historia. No ha dejado de dar tumbos de un desastre a otro. A cada paso, los gobiernos han recurrido a la misma política irresponsable de financiación del déficit, es decir, imprimir dinero para salir del agujero.
Los miopes estrategas del capital, la miserable tribu de economistas burgueses y los aún más fracasados políticos del establishment asumieron que esta situación – un suministro infinito de dinero sacado de la nada, un flujo inagotable de crédito barato, bajas tasas de inflación y bajos tipos de interés – iba a continuar para siempre. Se equivocaban.
Todo esto no hacía más que acumular contradicción sobre contradicción, preparando el terreno para la madre de todas las crisis en el futuro.
Predije en su momento que todos los intentos de la burguesía por restablecer el equilibrio económico sólo servirían para destruir los equilibrios social y político. Esto es precisamente lo que ha ocurrido.
Las condiciones objetivas para la revolución socialista estaban claramente presentes. ¿Por qué no se produjo? Sólo porque faltaba un factor importante en esta ecuación. Ese factor era la dirección revolucionaria.
Durante todo un periodo, el péndulo osciló bruscamente hacia la izquierda en un país tras otro. Eso se reflejó en el ascenso de toda una serie de movimientos de izquierda que sonaban radicales: Podemos en el Estado español, Syriza en Grecia, Bernie Sanders en Estados Unidos y, sobre todo, Corbyn en Gran Bretaña. Pero eso sólo sirvió para sacar a la luz las limitaciones del reformismo de izquierdas.
Tomemos el caso de Tsipras. Toda la nación griega le apoyaba para desafiar los intentos de Bruselas de imponer la austeridad. Pero capituló. El resultado fue un giro a la derecha.
En el Estado español ocurrió algo parecido. Al principio, Podemos presentaba una imagen de izquierda muy radical. Pero los dirigentes decidieron ser “responsables” y entraron en coalición con el PSOE, con resultados previsibles.
En Estados Unidos, Bernie Sanders surgió rápidamente de la nada para crear un movimiento de masas que buscaba claramente una alternativa socialista. Tenía todas las posibilidades de crear una alternativa de izquierdas viable a demócratas y republicanos. Pero al final, capituló ante el establishment del partido Demócrata, y la oportunidad quedó abortada.
El caso más claro de todos fue el de Gran Bretaña, donde, al igual que Sanders, Jeremy Corbyn surgió de la nada y fue impulsado al liderazgo del Partido Laborista en la cresta de un poderoso movimiento hacia la izquierda. El propio Corbyn no creó este movimiento, pero actuó como punto de referencia del estado de ánimo acumulado de ira y descontento en la sociedad.
El resultado asombró y aterrorizó a la clase dirigente que declaró públicamente que había perdido el control del Partido Laborista. Y era cierto. O más bien, debería haber sido cierto.
Pero a la hora de la verdad, Corbyn no tomó medidas decisivas contra la dirección derechista del grupo parlamentario laborista que, con el apoyo de los medios de comunicación burgueses, organizó una despiadada campaña contra él.
Al final, Corbyn capituló ante la derecha y pagó el precio de su cobardía, que en realidad es una expresión de la falta de carácter orgánica del reformismo de izquierdas en general.
Trump y Corbyn
Aquí vemos un contraste sorprendente con Donald Trump, que también fue objeto de un ataque muy serio por parte del establishment y también de la dirección del propio Partido Republicano. Hizo lo que Corbyn debería haber hecho. Movilizó a su base y la azuzó contra la vieja dirección republicana, que se vio obligada a retroceder.
Esto, por supuesto, no altera el hecho de que Trump sigue siendo un político burgués reaccionario, pero hay que confesar que mostró un coraje y una determinación de los que Corbyn carecía manifiestamente.
También mostró un desprecio absoluto por la llamada corrección política y la política de identidad, que, por desgracia, los reformistas de izquierdas han aceptado totalmente. Esto jugó un papel absolutamente pernicioso en el caso de Corbyn.
Cuando la derecha le atacó por supuesto antisemitismo (una acusación totalmente falsa), retrocedió inmediatamente. Se convirtió en presa fácil para el reaccionario lobby sionista y para toda la clase dominante británica, y rápidamente se vio reducido a una abyecta sumisión, víctima indefensa de su propia adicción a la reaccionaria política identitaria.
Si Corbyn hubiera hecho lo que ha hecho Trump, se habría enfrentado frontalmente a la acusación de antisemitismo, habría movilizado a sus bases y las habría azuzado contra el establishment derechista del Partido Laborista, llevando a cabo una purga a fondo de esos elementos podridos.
De haberlo hecho, sin duda habría ganado. Pero no lo hizo y esto permitió a la derecha laborista pasar a la ofensiva, expulsar a la izquierda -incluido el propio Corbyn- y purgar el partido de arriba abajo. El resultado fue la victoria de Starmer y el experimento del corbynismo acabó en desastre.
La misma experiencia se ha repetido una y otra vez. Y en todos los casos, los dirigentes de la izquierda han desempeñado un papel de lo más lamentable. Han decepcionado a sus bases y han servido en bandeja el poder a la derecha.
Es este hecho -y sólo este hecho- el que explica la actual oscilación del péndulo hacia la derecha, un hecho totalmente inevitable, dada la cobarde capitulación de la izquierda.
Que otros se lamenten de los hechos y lloriqueen por el ascenso de Trump y otros demagogos de derechas. Nosotros respondemos con desprecio: no os quejéis, es enteramente responsabilidad vuestra. Francamente, tenéis lo que os merecéis y ahora todos tenemos que pagar las consecuencias.
¿Qué representa realmente Trump?
Empecemos por lo obvio. Todos estamos de acuerdo en que Donald Trump es un político burgués reaccionario. No vale la pena decirlo. Tampoco deberíamos tener que repetir que los comunistas no lo apoyan de ninguna manera.
Pero al afirmar lo obvio, no avanzamos ni un paso en el análisis del fenómeno de Trump y el trumpismo. Por ejemplo, ¿es correcto decir que no hay diferencia entre Donald Trump y Joseph Biden?
Que ambos son políticos burgueses que defienden esencialmente los mismos intereses de clase es evidente. En ese sentido, podría decirse que son iguales. Sin embargo, hasta el más ciego de los ciegos debería tener claro que, de hecho, existen diferencias muy serias entre ambos, de hecho, un abismo enorme.
El hecho de que, en última instancia, ambos hombres sean políticos burgueses y representen en definitiva los mismos intereses de clase, no excluye en absoluto la posibilidad de que surjan agudas diferencias entre distintas capas de la misma clase. De hecho, ese tipo de conflicto siempre ha existido.
El problema central para la burguesía es que el modelo que aparentemente había garantizado el éxito del capitalismo durante muchas décadas está irrevocablemente roto.
El fenómeno de la globalización, que durante mucho tiempo les permitió superar los límites del mercado nacional, ha llegado ahora a su límite. En su lugar, tenemos el auge del nacionalismo económico. Cada clase capitalista defiende sus propios intereses nacionales frente a los de otras naciones. La era del libre comercio da paso a la era de los aranceles y las guerras comerciales.
Los nostálgicos desesperanzados lamentan la desaparición del viejo orden, pero Donald J. Trump lo abraza con todo el entusiasmo de un converso religioso. Como resultado, ha puesto patas arriba el orden mundial, para rabia y frustración de las naciones más débiles.
Donald Trump invoca así las maldiciones de sus antiguos “aliados” en Europa, que le culpan de todas sus desgracias. Pero él no ha inventado esta situación. Es simplemente su exponente y defensor más extremo y coherente.
La bancarrota del liberalismo
Durante muchos años, la clase dominante y sus representantes políticos en Occidente han estado vendiendo sistemáticamente una imagen pseudoprogresista para ocultar la realidad de la dominación de clase. Han utilizado hábilmente la llamada política de identidad como arma contrarrevolucionaria.
Y los “izquierdistas”, que carecen de una base ideológica propia, se han tragado esta basura a pies juntillas. Esto sólo ha servido para desacreditarlos a los ojos de la clase trabajadora, que mira con incredulidad sus payasadas, discutiendo sobre palabras y repitiendo los tópicos de la llamada corrección política, en lugar de luchar por los verdaderos intereses de los trabajadores, las mujeres y otras capas oprimidas de la sociedad.
Por lo tanto, cuando Donald Trump llega y denuncia la política de identidad y la corrección política, no es de extrañar que toque la fibra sensible de millones de hombres y mujeres corrientes cuyos cerebros no han sido irremediablemente adormecidos por la enfermedad posmodernista.
¿Defienden los liberales la democracia?
Los liberales tienen una visión muy peculiar de la democracia. Como hemos visto, apoyan las elecciones, pero sólo si gana el candidato que ellos apoyan. Si el resultado no es de su agrado, inmediatamente empiezan a gritar que el resultado es injusto, insinuando manipulación de los votos y todo tipo de prácticas turbias, normalmente sin aportar ni una sola prueba.
Lo vimos tras la victoria de Trump sobre Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de 2016. Trump se convirtió en el primer presidente de la historia de Estados Unidos sin experiencia en cargos públicos ni antecedentes militares previos.
En efecto, Trump era un outsider, alguien ajeno al establishment existente en Washington, que ha ostentado el monopolio del poder político durante décadas.
Le vieron como una amenaza para su monopolio y actuaron en consecuencia para subvertir la democracia y anular el resultado de las elecciones. Los demócratas lanzaron el famoso escándalo del “Rusiagate” contra Trump, con la clara intención de echarlo de la presidencia.
Eso equivaldría a un golpe de estado democrático. ¿Una violación de la democracia? Por supuesto, pero si a veces es necesario violar las reglas de la democracia para defenderla, ¡que así sea!
Posteriormente, llegaron a los extremos más extraordinarios para impedir que Donald Trump volviera a ser presidente. Lanzaron un verdadero tsunami de casos legales, con el objetivo de ponerlo tras las rejas.
Hubo cuatro procesos judiciales dirigidos contra Trump personalmente, empezando por el sonado asunto de Stormy Daniels, seguido de la acusación de injerencia electoral en Georgia y, por último, la cuestión de la presencia de documentos clasificados en Mar-a-Lago. Además, hubo más de 100 demandas judiciales contra la administración de Trump.
Los medios de comunicación se movilizaron para aprovechar al máximo el asalto. Pero fracasó por completo. Cada uno de estos casos sólo sirvió para aumentar su apoyo en las encuestas. El resultado final se vio en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 2024.
Con la segunda mayor participación electoral desde 1900 (después de 2020), Trump obtuvo 77.284.118 votos, o el 49,8 por ciento de los votos, el segundo total de votos más alto en la historia de Estados Unidos (después de la victoria de Biden en 2020). Trump ganó los siete estados indecisos.
No fue sólo una victoria electoral; fue un triunfo rotundo. También fue un rechazo total del establishment liberal demócrata.
Su victoria ambién fue un desplante demoledor para los medios de comunicación prostituidos que apoyaron abrumadoramente a Harris. Entre los diarios, 54 apoyaron a Harris y sólo 6 a Trump. De todos los semanarios, 121 apoyaron a Harris y sólo 11 a Trump.
¿Cómo se explica esto?
Trump y la clase trabajadora
Llama la atención la diferencia en la composición de clase de los votos emitidos. Mientras que Harris ganó a la mayoría de los votantes que ganan 100.000 dólares al año o más, Trump ganó a la mayoría de los votantes que ganan menos de 50.000 dólares. No cabe duda de que millones de trabajadores estadounidenses votaron a Donald Trump.
No hay absolutamente nada particularmente sorprendente o “raro” en esto. El atractivo de Trump entre la clase trabajadora tiene una base material. Desde principios de la década de 1980, los salarios reales de la clase trabajadora estadounidense se han mantenido igual o han disminuido, sobre todo a medida que los empleos se externalizaban a otros países, según la Oficina de Estadísticas Laborales. Del mismo modo, el Instituto de Política Económica informa de que los salarios de los hogares con ingresos bajos y medios apenas han crecido desde finales de los años 70, mientras que el coste de la vida ha seguido aumentando.
En muchas ciudades norteamericanas existen condiciones de miseria y privación que se asemejan a las de las ciudades más pobres de América Latina, África o Asia. Y esta pobreza coexiste con la más obscena concentración de riqueza en pocas manos que se haya visto en cien años.
Sin embargo, todo esto es aparentemente invisible para los “progresistas” de clase media. La clase política y la tribu de periodistas y comentaristas bien pagados han estado tan obsesionados con el veneno pernicioso de la política identitaria que han ignorado sistemáticamente los problemas reales a los que se enfrenta la clase trabajadora, ya sean blancos o negros, hombres o mujeres, heterosexuales u homosexuales.
Un ejemplo típico fue la insistencia de los imbéciles políticamente correctos en defender términos como “Latinx” para promover la inclusividad de género. Sin embargo, sólo el 4 por ciento de los hispanos utiliza este término, y el 75 por ciento dice que nunca debería usarse, según Pew Research.
Se abrió así el camino para que demagogos de derechas como Donald Trump dieran voz a la ira acumulada de millones de personas que se sentían justificadamente ignoradas por el establishment liberal de Washington.
Como resultado de esto, en 2024 Trump amplió su base conectando con las comunidades de clase obrera negra y latina.
Esa es la consecuencia directa de la traición de “izquierdistas” como Sanders, que, al no ofrecer ninguna alternativa clara a los liberales, dejaron la puerta abierta de par en par a demagogos de derechas como Trump.
Es un hecho real que, hasta hace poco, incluso el término “clase obrera” apenas aparecía en la propaganda electoral de los principales partidos en Estados Unidos. Incluso los izquierdistas más atrevidos solían referirse a la “clase media”. La clase obrera estadounidense, a efectos prácticos, había dejado de existir.
Puede que haya habido alguna excepción a la regla, pero no es exagerado decir que fue Donald Trump -un demagogo de derechas multimillonario- el único que afirmó defender los intereses de la clase trabajadora en sus discursos. Se podría decir que él fue el único responsable de situar a los trabajadores nuevamente en el centro de la política estadounidense.
No hace falta que nos digan que esto es mera demagogia, retórica vacía sin sustancia. Tampoco hace falta que nos informen de que Trump dice estas cosas para sus propios fines, que están inevitablemente relacionados con los intereses de la clase a la que pertenece.
Eso está perfectamente claro para nosotros. Pero es irrelevante. El hecho es que eso no estaba nada claro para los millones de trabajadores que votaron a Trump en las elecciones presidenciales. Ignoramos este hecho por nuestra cuenta y riesgo.
¿Qué intereses defiende Trump?
No debería ser en absoluto difícil explicar nuestra actitud hacia Trump a cualquier persona pensante. Es muy sencillo. Nosotros decimos:
Este multimillonario defiende los intereses de su propia clase. Todo lo que diga redundará en última instancia en su propio interés y en el de los ricos: los banqueros y los capitalistas. Como la noche sigue al día, esos intereses nunca podrán ser los intereses de la clase obrera.
Sin embargo, para ganarse el apoyo de los trabajadores, a veces dice cosas que a ellos les parecen sensatas. Cuando habla de puestos de trabajo, de empleo, de salarios a la baja, de precios al alza, obtiene naturalmente una respuesta.
Y puede que una o dos cosas de las que dice sean correctas. De hecho, Trump admitió una vez que había tomado varias ideas de los discursos de Sanders y las había utilizado para atraer a los trabajadores.
Sin duda, Trump es un político burgués reaccionario, pero eso no significa que sea exactamente igual que cualquier otro político burgués reaccionario. Al contrario. Tiene su propia interpretación de las cosas, su propia perspectiva, política y estrategia, que difieren en muchos aspectos fundamentales de, por ejemplo, las posiciones de Joe Biden y su camarilla.
En algunos aspectos, sus puntos de vista pueden parecer coincidentes, al menos hasta cierto punto, con los nuestros. Por ejemplo, en su actitud ante la guerra de Ucrania, su disolución de la USAID o su rechazo al llamado “woke”. Que efectivamente pueden existir algunas coincidencias entre lo que dicen los políticos burgueses y lo que pensamos nosotros mismos ya lo explicó Trotski.
“En el noventa por ciento de los casos, los obreros realmente ponen un signo menos donde la burguesía pone un más. Sin embargo, en el diez por ciento, se ven forzados a poner el mismo signo que la burguesía pero con su propio sello, expresando así su desconfianza en ella. La política del proletariado no se deriva de ninguna manera automáticamente de la política de la burguesía, poniendo sólo el signo opuesto (esto haría de cada sectario un estratega magistral). No, el partido revolucionario debe, cada vez, orientarse independientemente tanto en la situación interna como en la externa, llegando a aquellas conclusiones que mejor corresponden a los intereses del proletariado. Esta regla se aplica tanto al período de guerra como al de paz.”
Incluso cuando Trump dice cosas que son correctas, invariablemente lo hace desde el punto de vista de sus propios intereses de clase y con fines reaccionarios con los que no tenemos absolutamente nada en común.
La conclusión es que, en todos los casos, siempre hacemos hincapié en la posición de clase. Por esa razón, es totalmente inadmisible identificarnos con las políticas de Trump. Sería un grave error.
Pero sería un error mucho más grave -de hecho, sería un crimen- estar siquiera por un momento en el mismo bando de los llamados elementos burgueses “liberales” y “democráticos” cuyos ataques a Trump están guiados enteramente desde el punto de vista del establishment burgués reaccionario contra el que Trump está librando una guerra en la actualidad.
¿El mal menor?
Una vez que haces concesiones a acusaciones como fascismo, bonapartismo y supuesta amenaza a la democracia, empiezas a entrar en la pendiente resbaladiza que puede llevarte -incluso inconscientemente- a la posición del mal menor. Y ése es, sin duda, el mayor peligro.
¿Es correcto decir que el régimen de Biden representaba algo progresista en relación con Trump? Así lo vendieron. Y la llamada izquierda lo ha aceptado como buena moneda.
Tratan de argumentar que Trump es un enemigo de la democracia. Pero si se examina la monstruosa conducta de la camarilla de Biden se ve cómo mostró un total desprecio por la democracia hasta el final.
Pensemos en el “férreo” apoyo de Biden al ataque israelí contra Gaza, que le ha valido el apodo de “Joe el Genocida”. O la flagrante represión del derecho de reunión por parte de su administración “democrática”, que golpeó brutalmente a miles de estudiantes y detuvo a 3.200 en todo el país por protestar pacíficamente en solidaridad con Palestina.
Biden prometió ser “el presidente más favorable a los sindicatos de la historia de Estados Unidos”, pero aplastó el derecho a la huelga de los ferroviarios. Prometió acabar con las deportaciones de la era Trump, pero al final expulsó a más inmigrantes indocumentados que su predecesor. La lista continúa.
Hasta el final, Biden se aferró a su cargo mucho después de que incluso su propio partido lo hubiera tachado como no apto para el cargo y lo hubiera destituido como candidato presidencial de los demócratas.
Incluso después de que la inmensa mayoría del electorado votara en contra de los demócratas, siguió ejerciendo sus poderes como presidente, llevando a cabo flagrantes actos de sabotaje para socavar al candidato elegido democráticamente, Trump, e incluso para arrastrar a Estados Unidos al borde de la guerra con Rusia.
Sería difícil imaginar un desprecio más flagrante por la democracia y las opiniones de la inmensa mayoría del pueblo estadounidense. Sin embargo, este gángster y su camarilla siguieron haciéndose pasar por defensores de la democracia frente a la supuesta amenaza de una dictadura.
Muchas otras cosas que hicieron Biden y su pandilla fueron infinitamente más contrarrevolucionarias y desastrosas y monstruosas que cualquier cosa que Trump haya soñado hacer. Esa es la realidad. Sin embargo, encontramos gente en la izquierda que está dispuesta a argumentar que es preferible apoyar a los demócratas contra Trump, ‘para defender la democracia.’
No nos incumbe atarnos a un barco que se hunde, sino, por el contrario, hacer todo lo que esté en nuestra mano para contribuir a hundirlo. No es nuestra política sembrar ilusiones en los liberales y su supuesta democracia, sino desenmascararla como una falsedad cínica y un engaño.
En ¿Adonde va Francia?, Trotski explica que la llamada política del “mal menor” no es más que un crimen y una traición a la clase obrera:
“El partido obrero no debe ocuparse en una tentativa sin esperanza de salvar al partido de los especialistas en quiebras; debe, por el contrario, acelerar con todas sus fuerzas el proceso de liberación de las masas de la influencia radical.” [Redacción: el partido Radical era un partido liberal en el poder en Francia en los años 30].
Es un excelente consejo para nosotros hoy. Al combatir la reacción trumpista, no podemos asociarnos en ningún caso con los demócratas “liberales” en bancarrota.
¡Encuentrar un camino hacia los trabajadores!
Los periodos de transición, como el que estamos viviendo ahora, darán lugar invariablemente a confusión. Con frecuencia nos enfrentaremos a todo tipo de fenómenos nuevos y complicados que no tienen precedentes evidentes en la historia.
Para no perder el equilibrio, es necesario mantener en todo momento la mano firme en las cuestiones fundamentales y no dejarse llevar por este o aquel acontecimiento accidental. La característica principal de la situación actual es que, por un lado, la situación objetiva pide a gritos una solución revolucionaria.
El potencial está ahí. Pero en la actualidad no existe una fuerza lo suficientemente poderosa como para hacerlo realidad. Por lo tanto, por el momento, sigue siendo sólo eso: simplemente un potencial.
Las masas se esfuerzan por encontrar una salida a la crisis. Ponen a prueba a un líder de partido tras otro, pero pronto descubren las deficiencias de todas las organizaciones existentes. Esto explica la inestabilidad política general que se manifiesta en violentos vaivenes en el plano electoral de izquierda a derecha, y viceversa.
A falta de cualquier tipo de orientación por parte de la izquierda, el camino está abierto para todo tipo de aberraciones peculiares y demagogos de la variedad de Trump.
Pueden subir rápidamente, dando expresión a la ira y el descontento de las masas. Pero el contacto con la realidad acaba provocando decepción, preparando una nueva oscilación del péndulo en sentido contrario.
Ver estos acontecimientos en términos puramente negativos sería malinterpretar completamente la situación. Las masas están desesperadas y necesitan soluciones urgentes a sus problemas. Personas como Donald Trump parecen ofrecerles lo que buscan.
Tenemos que entender esto, y no limitarnos a descartar tales movimientos como aberraciones de “extrema derecha” (una frase sin sentido en cualquier caso). Por supuesto, en tales movimientos habrá elementos reaccionarios. Pero su carácter masivo indica que tienen una base contradictoria en la sociedad.
Para encontrar un camino hacia los trabajadores de cualquier país, es necesario tomarlos como son, no como nos gustaría que fueran. Para entablar un diálogo con los trabajadores, debemos partir del nivel de conciencia existente. Cualquier otro enfoque no es más que una receta para la esterilidad y la impotencia.
Si queremos entablar una conversación significativa con un trabajador que tiene ilusiones con Trump, no podemos empezar con denuncias estridentes o acusaciones de fascismo y cosas por el estilo. Escuchando pacientemente los argumentos de estos trabajadores, podemos basarnos en muchas cosas con las que estamos de acuerdo, y luego, utilizando argumentos hábiles, introducir gradualmente dudas sobre si los intereses de la clase obrera pueden realmente ser defendidos por un rico empresario multimillonario.
Por supuesto, en esta fase, nuestros argumentos no tendrán necesariamente éxito. La clase trabajadora en general no aprende de los debates, sino solamente a través de su propia experiencia. Y la experiencia de un gobierno de Trump resultará ser una curva de aprendizaje muy dolorosa.
Por lo tanto, cuando hablamos con los trabajadores que apoyan a Trump, debemos tener un enfoque amistoso y mostrar acuerdo con las cosas con las que podemos estar de acuerdo, para luego señalar hábilmente las limitaciones del trumpismo y defender el socialismo. Las contradicciones acabarán saliendo a la superficie. Sin embargo, a pesar de esto las ilusiones en Trump persistirán por un tiempo.
No se conseguirá nada adoptando una actitud beligerante y hostil hacia los muchos trabajadores honrados que, por razones absolutamente comprensibles, se han unido a la bandera de Trump. Tal enfoque es estéril y contraproducente, y no llevará a ninguna parte.
La historia conoce muchos ejemplos de cómo los trabajadores que primero entran en la arena de la política con puntos de vista extremadamente retrógrados, incluso reaccionarios, pueden moverse rápidamente en la dirección opuesta bajo el impacto de los acontecimientos.
Al principio de la revolución de 1905 en Rusia, los marxistas eran una minoría muy pequeña y aislada. La mayoría de los obreros rusos eran políticamente atrasados y tenían ilusiones en la monarquía y la iglesia.
Al principio, la inmensa mayoría de los obreros de San Petersburgo seguía la dirección del padre Gapon, que colaboraba activamente con la policía. Cuando los marxistas se acercaban a ellos con octavillas que denunciaban al zar, los obreros las rompían y a veces incluso golpeaban a los revolucionarios.
Sin embargo, todo eso se transformó en su contrario tras los sucesos del Domingo Sangriento del 9 de enero. Los mismos obreros que habían roto las octavillas se acercaron ahora a los revolucionarios exigiendo armas para derrocar al zar.
En Estados Unidos, podemos citar un ejemplo similar, muy sintomático aunque mucho menos dramático. Cuando un joven obrero llamado Farrell Dobbs entró en política a principios de los años 30, lo hizo como republicano convencido.
Pero a través de la experiencia de la tormentosa lucha de clases pasó directamente del republicanismo de derechas al trotskismo revolucionario y desempeñó un papel destacado en la rebelión de los Teamsters en Minneapolis en 1934.
En el tormentoso período de lucha de clases que se abrirá en Estados Unidos, veremos muchos ejemplos de este tipo en el futuro. Y algunos de los trabajadores que ahora apoyan con entusiasmo a Trump o demagogos similares, pueden ser ganados para la bandera de la revolución socialista sobre la base de los acontecimientos futuros.
A primera vista, el movimiento Trump parece muy sólido y prácticamente indestructible. Pero se trata de una ilusión óptica. En realidad, se trata de un movimiento muy heterogéneo, plagado de profundas contradicciones. Tarde o temprano, éstas se pondrán de manifiesto.
Los enemigos liberales de Trump esperan que el fracaso de sus políticas económicas provoque una decepción generalizada y la pérdida de apoyo. Tal fracaso es totalmente previsible. La imposición de aranceles ya está siendo recibida con represalias inevitables. Esto debe reflejarse finalmente en pérdidas de puestos de trabajo y cierres de fábricas en las industrias afectadas.
Sin embargo, las predicciones de una desaparición inminente del movimiento Trump son prematuras. Trump ha despertado enormes expectativas y esperanzas entre millones de personas que antes carecían de toda esperanza. Tales ilusiones están muy arraigadas y son lo suficientemente poderosas como para resistir toda una serie de sacudidas y decepciones temporales.
El hechizo hipnótico de la demagogia de Trump tardará en disiparse. Pero tarde o temprano, la desilusión se instalará, y cuanto más tarden los trabajadores en comprender que sus intereses de clase no están representados, más violenta será la reacción.
Donald Trump es ya bastante mayor y, aunque logre esquivar la bala de un asesino, la naturaleza debe imponer tarde o temprano sus leyes de hierro. En cualquier caso, es poco probable que se presente de nuevo a las elecciones presidenciales, incluso si se pudieran cambiar las reglas para permitirlo.
Es imposible imaginar el trumpismo sin la persona de Donald J. Trump. Es precisamente el poder de su personalidad, su indudable habilidad como líder de masas y maestro demagogo, el pegamento que mantiene unido a su heterogéneo movimiento. Sin él, las contradicciones internas que existen en su seno saldrán inevitablemente a la superficie, provocando crisis internas y fracturas en el liderazgo.
J.D. Vance parece el sucesor más probable de Donald Trump, pero carece de la inmensa autoridad y carisma de su líder. Es, sin embargo, un hombre inteligente que bien puede evolucionar en todo tipo de direcciones en función de los acontecimientos. Es imposible predecir el resultado.
Hay una conocida ley de la mecánica que afirma que toda acción tiene una reacción igual y opuesta. Donald Trump es un maestro de la hipérbole. Sus declaraciones demagógicas no conocen límites. Todo lo que promete es maravilloso, tremendo, maravilloso, enorme, etcétera. Y el grado de decepción, cuando finalmente llegue, será correspondientemente enorme.
En un momento dado, su movimiento empezará a fracturarse en líneas de clase. A medida que los trabajadores comiencen a abandonarlo, los elementos pequeñoburgueses enloquecidos probablemente se unirán en lo que será el embrión de una nueva y genuina organización fascista o bonapartista.
A partir de esta situación caótica, el movimiento en dirección a un tercer partido se hará irresistible. Por su propia naturaleza, será un asunto confuso, no necesariamente con un programa de izquierdas o incluso particularmente progresista en primera instancia. Pero los acontecimientos tendrán su propia lógica.
Muchos trabajadores, después de haberse quemado los dedos con el experimento de Trump, buscarán una bandera alternativa que refleje con mayor precisión su ira y su odio profundamente arraigado contra los ricos y el establishment, que no es más que un reflejo inmaduro de su hostilidad instintiva contra el propio sistema capitalista. Esto les empujará bruscamente hacia la izquierda.
No es en absoluto descabellado prever que algunos de los militantes más audaces, dedicados y abnegados del futuro movimiento comunista en América consistirán precisamente en trabajadores que han pasado por la escuela del trumpismo y han sacado de ella las conclusiones correctas. Ha habido muchos precedentes de tales desarrollos en el pasado, como hemos visto.
Por último, quiero dejar clara una cosa. Lo que les he presentado aquí no es una perspectiva totalmente elaborada, ni mucho menos una predicción detallada de lo que ocurrirá en el futuro. Para ello se necesitaría no el método marxista, sino una bola de cristal, que lamentablemente aún no se ha inventado.
Basándome en todos los hechos observables de que dispongo, he presentado un pronóstico muy provisional que, sin embargo, no puede ser más que una conjetura. La situación actual se presenta como una ecuación extremadamente complicada, que tiene muchas soluciones posibles. Sólo el tiempo llenará los vacíos y nos dará la respuesta. La Historia nos deparará muchas sorpresas. No todas malas.
Se dice que los avances científicos y tecnológicos son creados para facilitar la vida de la humanidad y sus individuos, pero lo cierto es que su desarrollo responde siempre a las condiciones materiales en las que surge. Esto quiere decir que la tecnología no es neutral, sino que es otra arma en la lucha de clases, subordinada a la acumulación de capital y el control geopolítico.
Frente al avance que hay en Inteligencia Artificial te planteo la pregunta: ¿Piensas que es realmente un progreso para la sociedad?
El modelo R1
Para conocer al protagonista de este artículo, he de presentar a High-Flyer: una de las más grandes firmas de inversión en China, es decir, una empresa gigantesca que gana dinero por acaparar dinero. High-Flyer es propietaria de Deepseek, una empresa de IA que recientemente lanzó su modelo estrella, DeepSeek-R1.
Este producto es la respuesta china a la hegemonía de OpenAI, Google y Microsoft en el campo de la IA. La diferencia con ellas es que R1 es de código abierto, lo que significa que cualquiera con internet puede acceder, estudiar, descargar, instalar y modificar su código para cualquier aplicación. Esta característica no hubiese sacudido al mundo de la tecnología a no ser de su mayor fortaleza: la eficiencia. R1 resulta 50 veces más eficiente que su competencia directa ChatGPT en términos de procesamiento y, por lo tanto, de recursos.
Poniéndonos un tanto técnicos, mencionaré que esa reducción se consiguió con la implementación de módulos especializados que solo se activan cuando la tarea lo requiere; creando el código particularmente para chips con menor capacidad de procesamiento para exprimirlos por completo; sustituyendo la retroalimentación humana por la retroalimentación de otra Inteligencia Artificial en el entrenamiento; leyendo e interpretando frases en lugar de palabras para salvar memoria; entre otras técnicas computacionales.
Es admirable la capacidad creativa del ser humano, más no podemos suponer que estos avances existen de manera abstracta, sino que tienen muchas implicaciones en el mundo fuera de los semiconductores, por ejemplo en la economía. Según la información de la empresa china, todo este desarrollo costó menos de 6 millones de dólares y tardó menos de 2 meses en realizarse. Números que, si se comparan con los 100 mdd invertidos para su competidora estadounidense, explican lo que ocurrió el pasado 27 de enero.
El desplome más grande en la historia de Wall Street
El día 27 de enero del 2025, solamente Nvidia, la líder mundial en microprocesadores, cayó 600 mil mdd. El resto de acciones tecnológicas tuvieron la misma suerte, sumando al final la pérdida de ¡1 billón de dólares ($1,000,000,000,000)! en un solo día para la bolsa. Una caída así solo le pasa a un imperio en decadencia como lo es Estados Unidos. ¿La causa? El lanzamiento de DeepSeek-R1.
Incluso se habla de una frágil burbuja especulativa alrededor de la IA: Una semana antes de su desgracia, el Proyecto Stargate fue anunciado por el gobierno liderado por Donald Trump. Este es un plan que contará con una inversión de 500 mil mdd y busca construir nueva infraestructura para OpenAI. En él están involucradas otras grandes empresas de fondos de inversión como MGX (Emiratos Árabes Unidos) o Softbank (Japón) y otras gigantes de tecnología como Arm (Reino Unido), Nvidia, Microsoft y Oracle (EE.UU.).
Así nos hacemos un poco una idea acerca de las cantidades de dinero y la calidad de los intereses que mueve el imperio estadounidense para conquistar un mercado, pero también nos surge la pregunta —como lo hizo a los accionistas— con la aparición de DeepSeek: ¿Son necesarias tales inversiones? Inmediatamente queda al descubierto el despilfarro en la época actual, así como la incapacidad del sistema económico de generar valor real para la sociedad. A la vez, se concluye que si no cuentas con millones de dólares no puedes hacer propuestas sobre la ciencia, la tecnología o el futuro, así en general.
Para algunas personas, China representa una alternativa a esta enfermedad que sufre el mundo entero llamada Capitalismo. Veamos más de cerca.
Guerra tecnológica imperialista
A pesar de las últimas fluctuaciones, Estados Unidos continúa siendo el imperio hegemónico en muchas industrias, y en materia de semiconductores tiene la capacidad de cerrar el paso de chips avanzados a su más grande rival. La respuesta que consiguió de parte de China, que adaptó su software al material inferior que poseen y con ello dar un giro al panorama de IA, nos deja ver que es imposible para EE.UU. frenar el crecimiento chino. Análogamente, OpenAI es todavía superior a DeepSeek (en la calidad de sus respuestas), pero la ventaja que tiene ya no aparenta ser eterna.
Tras ver estos datos, habrá que tener cuidado para concluir si China propone el siguiente gran avance en la historia humana. Los intereses de uno y de otro país son exactamente el mismo: controlar la mayor parte de la economía del mundo por los medios que sean. Ambas son caras de la misma moneda: potencias imperialistas que usan la IA para controlar mercados, recursos y flujos de información. Si bien, la eficiencia de DeepSeek-R1 representa un avance técnico, esta rivalidad es fundamentalmente geopolítica y, aunque su estrategia difiere en ciertos aspectos, China sigue reproduciendo las mismas lógicas de explotación laboral, censura y control sobre la clase trabajadora.
A la clase obrera mundial, esta carrera tecnológica no le puede generar más beneficios que las migajas que caigan de ella. Por ejemplo, la emoción por el código abierto oculta que mientras México ofrece datos baratos y mano de obra precarizada para entrenar sus algoritmos (como los empleados en maquiladoras digitales de Jalisco o Nuevo León), DeepSeek convierte ese insumo colectivo en propiedad privada de élites en Shanghái y Shenzhen. No es un error que, en 2023, el 78% de las patentes generadas por la empresa en México fueran registradas en China. Así como los imperios europeos con materias primas, China hoy extrae datos, conocimiento y plusvalía en las empresas digitales, pero con un discurso de “cooperación win-win” que, en realidad, enriquece unas pocas manos. En realidad, no importa la nacionalidad de esas manos millonarias (aún siendo mexicanas), a las nuestras se les despojará igualmente. Nos encontramos debajo de una guerra entre imperios capitalistas y no hay en ella un botín para nosotros.
Te repito la pregunta: ¿Es realmente un progreso para la sociedad?
La dignidad no se exporta ni se importa, se construye
Si no es China con DeepSeek y tampoco EE.UU. con Stargate lo que mejore nuestro mundo, llegamos a la conclusión de que no la encontraremos en el capitalismo. Tómate un momento para imaginar un sistema donde no se prioriza la ganancia, sino el bienestar de la mayoría. Imagina que la IA se emplea para mejorar la planificación económica, reducir la jornada laboral sin precarizar a nadie y desarrollar conocimiento accesible para todos. ¿Pudiste hacerlo?
Esto no ocurrirá espontáneamente. La única forma de poner la IA y otros avances científicos al servicio del pueblo es arrebatándoselos a quienes hoy los usan para su propio beneficio. Se requiere organización, conciencia política y la construcción de un movimiento revolucionario capaz de disputar no sólo el poder tecnológico, sino también el control sobre la economía y la política.
A los amantes de la tecnología les digo: hablemos de las relaciones de producción. A los admiradores de China: no se trata de un socialismo con características chinas, sino de un imperialismo con características chinas. Y a quienes creen que un futuro mejor es posible: organízate y esforcémonos para conseguirlo.
Como en cada sesión del Grupo de Base Lenin, tenemos la parte de discusión política donde se pide a los camaradas que leamos sobre determinado tema para su posterior debate, en este caso fue la primera parte, que consta de los primeros cinco capítulos, del clásico marxista Imperialismo: fase superior del capitalismo de V.I. Lenin. Los camaradas Otzi y Mapache comentaron:
Con limitados medios y con los datos disponibles sobre la industria, Lenin hace un excelente análisis sobre el desarrollo del capital hacia su forma monopolista, cuya producción se transforma en una concentración de capitales (impulsado por la competencia) y su consecuente fusión con los bancos para la constitución del capital financiero en beneficio de los Estados para resolver sus contradicciones. Como señaló Marx en el Libro II de El Capital, “bajo el impulso de la anarquía de la competencia las crisis son inevitables y necesarias para nivelar la producción”,tras el desarrollo del monopolio en el mundo, estas contradicciones se intensifican a nivel internacional en la política expansionista de la búsqueda de nuevos mercados y a lo financiero desatando nuevas crisis.
El capítulo 1 del texto de Lenin es un estudio sobre la producción, sobre el poderío y dominación de una empresa sobre otra, objeto que se mantiene a día de hoy y a una escala aún más drástica. Puedo hablar de que en Japón, las empresas más grandes son 4 o 5 y producen lo que podría ser el PIB de un país completo, habiendo mil y una empresas en el territorio nipón. Con este tema que parece lejano a la nación a primera vista, podemos empezar a ver similitudes con la naturaleza imperialista y de dominación del capital, naturaleza que pasa de empresas a países. Este imperialismo económico se nota, incluso, en los propios países dentro de su territorio, es común por lo menos hoy en día, y sigo tomando a Lenin aún en primer capítulo cuando habla de la industria hullera en Westfalia, que una región dentro de un mismo país esté bajo el poder desigual de alguna otra región. Hoy en día, Gelsenkirchen en Alemania está dominada por otras regiones e incluso otros países en su producción.
El imperialismo enfrenta unos a otros, gente contra gente, proletario contra proletario. No quiero hacer un análisis de cada capítulo, sin embargo el libro se presta para exactamente esto. El capítulo dos habla de los bancos y su rol dentro de la economía capitalista y de su también papel en la opresión y desigualdad económica, habla de los consorcios y, por ponerlo de alguna forma, colaboraciones que hacen entre bancos, entre más poderosos con menos, y principalmente entre los bancos más importantes; entonces, esto nos resuena un poco, o nos debería de resonar en la escala global política y social.
Lenin hace un increíble análisis económico, simplificado y de fácil entendimiento, que nos permite ver fácilmente lo abusivo que es el capitalismo, y cómo es que solo beneficia a los burgueses. En el resto de su obra, explica aún a más profundidad cómo es que el capitalismo destruye y obliga a que seas una “rémora” en relación a un gran pez, gran pez que destruye tu sistema, te quita las oportunidades y provoca las situaciones para que solo seas una rémora.
En el capítulo 5, nos presenta finalmente cómo estos grandes consorcios, monopólicos y las “esferas de influencia” crean carteles internacionales, provocando que los ricos se vuelvan más ricos, explotando a los pobres, y dejándolos más pobres. Vemos además, cómo las empresas son dueñas del mundo y por ende, dueñas de los trabajadores. Lenin bien menciona a General Electric y la AEG como ejemplos que siguen vivos actualmente de este fenómeno
Cierro con una cita del capítulo 4: “El capitalismo es la producción de mercancías en el grado más elevado de desarrollo, cuando la propia fuerza de trabajo se convierte en mercancía” “el desarrollo desigual y espasmódico de las distintas empresas, ramas industriales y países es inevitable bajo el sistema capitalista”.
“La historia del subdesarrollo de América Latina integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convierten en veneno.”
Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina.
La actual vorágine violenta, existente en el presente cotidiano mexicano, se caracteriza por el acometido de múltiples crímenes a escala social. Nuestro panorama sombrío se expresa en las siguientes cifras: del año 2006 a lo que va del 2024, han desaparecido 106,086 personas[1]. Además, para el periodo 2006-2023, se han cometido 462,706 homicidios[2]. Destacan múltiples crímenes cometidos en este periodo, como el asesinato de 72 migrantes ocurrido en San Fernando, Tamaulipas, en agosto de 2010, o la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa ocurrida en septiembre del 2014.
El desarrollo de la violencia en México se ha vinculado con el inicio de la hasta ahora fallida “guerra contra el narco” iniciada en la administración presidencial del espurio dipsómano Felipe Calderón Hinojosa. Si bien es cierto que su administración se caracterizó por ser incapaz de controlar al crimen organizado, las causas subyacentes a la generación de la crisis de inseguridad actual se encuentran, junto con la destrucción del tejido social dada la continua privatización de la salud, educación, el sistema de pensiones y los recursos estratégicos, también se incluyen el conjunto de mecanismos de reproducción de la violencia, específicamente la proliferación de mecanismos de contrainsurgencia y control territorial, utilizados por fuerzas especiales militares, instruidas primero por agencias de seguridad estadounidenses y después corrompidas por la delincuencia organizada vinculada con el tráfico de drogas ilegales.
La desaparición, la tortura, el asesinato, la generación del horror en el contrario a través de “narcomensajes”, todas estas prácticas no fueron invenciones de los mal llamadas “cárteles de la droga[3]”, más bien son prácticas enseñadas y reproducidas desde la Escuela de las Américas, la Escuela J. F. Kennedy de Asistencia Militar o el Colegio Interamericano de Defensa.
Para entender este proceso, es pertinente recuperar que, tal como lo explica Vladimir I. Lenin en su texto Imperialismo, fase superior del capitalismo que, dado el desarrollo de la acumulación de capital a escala mundial, el trueque de la competencia a la era de los monopolios, la búsqueda de materias primas, apertura de mercados y libre movilidad financiera, todo ello genera la “inevitabilidad de las guerras imperialistas sobre esta base económica, en tanto que subsista la propiedad privada de los medios de producción”.
Para controlar el acceso a los mercados y materias primas, el imperialismo estadounidense se vale de las fuerzas de seguridad de los países dependientes por medio de la venta de armamento y la capacitación de fuerzas especiales. Cuando dichas fuerzas especiales reproducen lógicas de control territorial por medio de la violencia paramilitar, o bien dichas fuerzas especiales desertan y se convierten en el brazo armado de organizaciones delictivas, todo ello genera nuevas formas de violencia multifacética.
En este sentido, un elemento a considerar, para entender nuestra catástrofe actual, es el desarrollo de la ideología y burocracia de la doctrina de seguridad estadounidense, la cual, como ideología, abreva aspectos de la geopolítica de la escuela pangermanista filonazi. El expansionismo del nacionalsocialismo y la ideología imperialista estadounidense coinciden en el expolio de los pueblos para el fortalecimiento de sus respectivas naciones.
La doctrina de seguridad nacional estadounidense emerge tras el fin de la segunda guerra mundial y se define a sí misma como la capacidad de supervivencia de los Estados-nación. Como doctrina, se caracteriza por ser dicotómica, dogmática y netamente anticomunista. Esta posición política del gobierno estadounidense se puede rastrear desde la Doctrina Truman explicitada en 1947, que sostiene la necesidad de detener la expansión de la ideología comunista a escala global. Para 1957, Dwight D. Eisenhower ratificó su posición anticomunista y le planteó al Congreso la constitución de un sistema interestatal de seguridad.
Si como ideología la doctrina de seguridad nacional es reduccionista, mistificadora y mistificada, en la práctica este planteamiento se institucionaliza a partir de la National Security Act de 1947, que involucra, entre otras cosas, la organización del Departamento de Defensa y la creación de organismos de inteligencia, incluyendo la reaccionarísima Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).
Es necesario considerar que, dado el desarrollo de la bomba atómica por parte de la URSS, aunado al triunfo de la revolución cubana en 1959, se propicia la necesidad, para el imperialismo estadounidense, de intervenir a nivel mundial de forma indirecta, no ya usando sus propias fuerzas armadas (para evitar lo más posible una confrontación abierta con el bloque del este) sino adiestrando y pertrechando a aquellos regímenes afines a occidente, así sean dictaduras militares, o bien apoyando la contrainsurgencia, cuando el régimen en turno es adverso a los intereses de Estados Unidos.
Los mecanismos de contrainsurgencia estadounidenses, a su vez, son una remasterización de los mecanismos de tortura y terror psicológico usados por el gobierno francés en sus colonias situadas en Argel. Dichos mecanismos serían utilizados en la ignomiosa guerra de Vietnam, usando estrategias como la desaparición forzada, el terrorismo psicológico, creación de fuerzas con población autóctona anticomunistas, entre otras prácticas.
Al respecto, Joseph Comblin, crítico reconocido de la doctrina de seguridad nacional, señala 3 mecanismos con los que Estados Unidos interfiere en la seguridad de las naciones latinoamericanas; por medio de las cumbres de los jefes militares, regalando o vendiendo armamento militar a los países subordinados y capacitando en escuelas militares norteamericanas a las fuerzas armadas latinoamericanas.
Individuos como Somoza o Pinochet, integrantes de la junta militar argentina o brasileña, todos ellos forman parte del salón de la fama de graduados latinoamericanos en instituciones militares estadounidenses. Las fuerzas coercitivas del Estado mexicano no son una excepción: muchos de los integrantes de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política del régimen priista, fueron capacitados también en Estados Unidos.
En torno a la doctrina de seguridad nacional estadounidense, uno de sus productos derivados fue la guerra irregular, o sea, una guerra no convencional efectuada por efectivos militares que reciben adiestramiento y pertrechos con miras contrainsurgentes, pero que no forman parte de un ejército convencional. Esta forma de guerra se instala en la administración presidencial de Ronald Reagan con su Política Nacional y Estrategia para el Conflicto de Baja Intensidad que orienta a la guerra de baja intensidad para la lucha contra las drogas. De este modo, se fortalecen las aristas contrainsurgentes de las campañas antidrogas. Este elemento es sustancial para entender que, por una parte, fuerzas especiales del ejército mexicano son adiestradas y dotadas de material militar con tácticas de control territorial, terrorismo psicológico, en síntesis, medidas de disuasión contrainsurgente, y también se incrementa la participación de las fuerzas militares en tareas de seguridad para combatir a la delincuencia organizada relacionada con el tráfico de drogas ilegales, sobre todo en el sexenio de Ernesto Zedillo.
Por ejemplo, el militar Mario Renán Castillo, formado en Fort Bragg con mecanismos de guerra no convencional, cuando participa en la formación de fuerzas paramilitares para combatir el zapatismo insurrecto de 1994, propicia la masacre de Acteal de 1997, donde más de 46 personas perdieron la vida, incluyendo a mujeres y niños. Otro tanto aconteció con la integración del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE) en tareas de combate al narcotráfico. Estas fuerzas habían sido instruidas en Estados Unidos con tácticas de guerra de baja intensidad. Posteriormente, estas fuerzas, corrompidas por la organización del golfo liderada por Osiel Cárdenas Guillén, primero se vuelven un brazo armado de dicha organización delictiva, para luego constituirse en los Zetas. Modelos predatorios como la extorsión y el cobro de piso, inéditos en México, se convirtieron en una práctica generalizada, usada por afines y adversos a los Zetas, incluyendo a los Caballeros Templarios o la Familia Michoacana. La desaparición forzada, la tortura, el asesinato, la guerra psicológica, todo ello deriva de la guerra irregular estadounidense, la cual es un subproducto de la doctrina de seguridad nacional estadounidense.
A todo esto, cabe preguntarse si los pueblos del mundo seguiremos soportando lo insoportable, el expolio de nuestros recursos, el asesinato sistemático de los defensores de la vida. Y si bien el panorama es actualmente sombrío, como dijera Marx, el viejo topo excava en las profundidades de la tierra, nuevos procesos que están resquebrajando las bases fundamentales del imperialismo son imperceptibles a ojos de la prensa burguesa. Por otro lado, como dijera Engels en su Anti-Düring, el militarismo se trueca en su contrario cuando los soldados, materialmente más semejantes al proletariado respecto a la burguesía, rompen en líneas de clase para unirse a la revolución proletaria. Prepararnos para ese momento es nuestro deber como comunistas revolucionarios.
[1] Según cifras de la Comisión Nacional de Búsqueda.
[3] La noción de cártel de la droga fue una invención de las instituciones de seguridad estadounidenses para caracterizar a las organizaciones delictivas y justificar la fallida “guerra contra las drogas”. Un libro que explica la inexistencia de los cárteles de la droga es “Los cárteles no existen” de Osvaldo Zavala.
La historia del continente americano fue marcada por la colonización, gran parte dominada inicialmente por la monarquía española, aunque otras potencias europeas también hicieron incursiones. La parte más al norte del continente estuvo dominada por distintos Estados europeos como Gran Bretaña, Francia y Holanda, siendo el primero el que conseguiría mayor dominio. La primera lucha de independencia triunfante se dio con las 13 colonias británicas (1775-1783), fue una revolución burguesa prematura que incluso tuvo un impacto en futuras luchas tan importantes como la revolución francesa.
Tomas Jefferson diría que “EEUU debe considerarse el nido desde el que se poblará toda américa”. Esas 13 colonias comenzaron una primera expansión que significó aplastar pueblos indígenas o comprar territorios a otras potencias.
Contrariamente, en el caso de América del sur, la revolución de independencia llegó con cierto retraso, comenzando este proceso en 1808. En el caso particular del hoy México, esta lucha inició con una insurrección de masas, dirigida por criollos que tenían un ala izquierda jacobina con representantes como Hidalgo y Morelos. Pero esta lucha no logró imponerse triunfante, aunque al final se consiguió la independencia que en poco tiempo establecería una república. No fue sino hasta las guerras de reforma cuando realmente se trastocaron las bases del régimen colonial.
En el siglo XIX, Estados Unidos desarrolló canales, caminos y el ferrocarril, lo que impulsó la revolución industrial, en un territorio virgen económicamente. Pero en el México independiente (además de heredar una compleja economía que de forma desigual combinó distintos modos de producción) lo que se generó no fue un régimen estable sino caos. Hubo guerras entre liberales y conservadores, intentos de reconquista y conquista de España, Gran Bretaña y Francia. El mundo había cambiado y ya no se podía jugar el papel que tuvo antes la nueva España (el hoy México) impulsando el comercio mundial con intercambio de nuevas mercancías y proveyendo de plata al mercado intercontinental. La minería, por ejemplo, se transformó pasando de producir metales valiosos como la plata para ahora orientarse a la producción de metales para la industria como el hierro.
En 1823, el entonces presidente de EEUU, James Monroe, manifestó su rechazo a cualquier nueva colonización o intervención en las Américas por parte de las potencias europeas y afirmaba que cualquier intento de ese tipo sería visto como una amenaza para Estados Unidos. Si bien esta doctrina no tuvo una aplicación inmediata, se volvió en la filosofía intervencionista de los EEUU en Sudamérica y el Caribe.
México había heredado un amplísimo territorio que se extendía a lo que hoy es el sur de Estados Unidos. Entre 1800 y 1840 la población de Estados Unidos se triplicó. Muchos emigraron a Texas y superaron en 6 a 1 a los mexicanos que ahí vivían. EEUU promueve su independencia, que consigue en 1836 y en 1845 la anexan abiertamente a su territorio. Acto seguido, lanzan una guerra de rapiña tratando de apoderarse de México.
Entre 1846 y 1848 se da la intervención norteamericana. México no había logrado conseguir las tareas básicas de la revolución burguesa, no había ni un Estado ni una cohesión y conciencia nacional consolidadas, no había desarrollado un mercado nacional, comenzando porque había caminos deficientes e inseguros y muy malas comunicaciones. El país estaba dirigido por un militar aventurero, Adolfo López de Santa Ana, los gobernantes jugaron un papel vergonzoso en la intervención norteamericana. Pese a todo esto, dicha intervención fue vista como un insulto para el pueblo mexicano, para los jóvenes soldados y veteranos que habían luchado en la independencia. Hubo varios casos de resistencia heroica, el Batallón de San Patricio que era parte del ejército invasor, conformado por irlandeses, vio que esta guerra era injusta y volteo sus armas a favor del pueblo mexicano muriendo heroicamente en una serie de batallas. Aunque hay muchos mitos en torno a la batalla de Chapultepec, es una realidad innegable que los jóvenes cadetes se enfrentaron con heroicidad al ejército norteamericano, esto vimos también en épicas batallas como la de La Angostura en Saltillo, Coahuila, o en la de El Molinito de El Rey en Ciudad de México. Pero el punto central es que el pueblo mexicano no dejó de acosar al ejército invasor que, aunque tomaron el Palacio Nacional, no logró dominar a la población. Sin embargo, se establece el tratado de Guadalupe Hidalgo y Estados Unidos se anexa la mitad del territorio mexicano. Ese es un verdadero punto de inflexión para el desarrollo del imperialismo estadounidense.
La guerra de secesión y la intervención francesa
El sur del extendido país se basaba en la agricultura, con mano de obra esclava; mientras, al norte, se desarrollaba la industria y con ella el capitalismo. Estos modos de producción no podían coexistir y Estados Unidos entró en una sangrienta guerra civil en la primera mitad de la década de 1860. Fue el ala burguesa la que triunfó en esa guerra. Estados Unidos no tuvo una sino dos revoluciones burguesas. Con ello el capitalismo norteamericano se extendió en un inmenso territorio subcontinental, con diversos y vastos recursos naturales.
México estaba también dividido entre liberales y conservadores, los primeros lograron aprobar una Constitución en 1857 y leyes liberales, lo que desató una guerra civil y, en medio del caos, México fue invadido por los imperialistas franceses, imponiendo a un emperador austriaco. La lucha contra la intervención francesa terminó en un triunfo mexicano, que permitió cumplir con tareas de la revolución democrático-burguesa como el establecimiento de un Estado nacional. No solo fue expulsada la intervención francesa, sino que su emperador impuesto fue juzgado, condenado y fusilado. Con ello se puso un claro freno a las intervenciones europeas en América.
La revolución burguesa en México llegó tarde a la historia, pues ya emergía el imperialismo estadounidense (y en otras partes del orbe), que le había ya arrebatado la mitad de su territorio e hizo que la economía naciera de forma subordinada a éste. Fue una heroica revolución burguesa con un ala jacobina radical, sin embargo, con una burguesía nacional débil y parásita, incapaz de llevar adelante el resto de las tareas de su revolución. Un ejemplo claro de ello es que, tras La Reforma (como se conoce a esta lucha revolucionaria contra conservadores e intervencionistas imperialistas), se desarrollaron los transporte, construyéndose ferrocarriles, pero bajo el gran capital extranjero y teniendo la función de conectar a Estados Unidos con el sur de América.
El triunfo mexicano contra los franceses imposibilita una nueva intervención abierta del emergente imperialismo norteamericano a México. Dio cierta independencia política al gobierno mexicano, pero no evitó la subordinación económica.
La injerencia imperialista en la revolución mexicana
Cabe hacer un comentario sobre el actuar de EEUU durante la revolución mexicana. Primero, debemos resaltar que los combatientes revolucionarios fueron atacados por igual tanto por la dictadura de Porfirio Díaz como por el Estado norteamericano, ejemplo claro de ello es la Junta Organizadora del PLM, donde participaban Ricardo Flores Magón y Librado Rivera, entre otros. Se creó una organización revolucionaria a ambos lados de la frontera y se recibió el apoyo del movimiento obrero en Estados Unidos, principalmente del IWW, algunos de sus militantes participaron activamente en la revolución mexicana. Ejemplo claro de que hay lazos de clase que nos unen contra el capital en ambos lados de la frontera.
En la revolución, EEUU intervino de manera abierta. Se mandaron paramilitares en ayuda del gobierno porfirista para sofocar la huelga minera de Cananea en 1906. El embajador norteamericano fue organizador del golpe de Estado contra Madero que buscaba restaurar al viejo régimen. En 1914 tomaron el Puerto de Veracruz, provocando una rebelión de los mexicanos que les impidió penetrar al interior del territorio nacional. Favoreció al ala Carrancista (que representaba a la nueva burguesía) en contra de los ejércitos revolucionarios de Zapata y Villa. Es por ello que Pancho Villa invadió Columbus, vengándose de los gringos, y salió ileso y vivo de la invasión punitiva donde entraron 10 mil soldados norteamericanos buscándolo vivo o muerto.
Durante los gobiernos posrevolucionarios es de destacar el del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940). Él no fue socialista, pero si un nacionalista consecuente. Demostró que la única forma de enfrentarse de manera seria al imperialismo es apoyándose en la movilización revolucionaria de las masas. Una huelga de trabajadores petroleros exigiendo aumento salarial escaló, generando un enfrentamiento abierto con las empresas imperialistas británicas y norteamericanas, culminando en la nacionalización de dichas industrias. Ésta fue una acción valiente pero nuestra lucha debe ir más allá, el objetivo es acabar con el sistema capitalista. Poniendo la banca y la gran industria en manos de los trabajadores, podríamos usar esa riqueza colosal para beneficiar al conjunto de la sociedad y podríamos acabar con los problemas de las masas, erradicar las guerras, el hambre y la pobreza del planeta.
El imperialismo seguirá agrediendo a los trabajadores de su propio país, de México, América Latina y el mundo. El pueblo mexicano ha demostrado tener una historia de lucha antiimperialista y lazos de hermandad con nuestros hermanos de clase en EEUU. Es con la unidad de la clase obrera como debemos enfrentarnos a este coloso, que es el imperialismo norteamericano, pero que con nuestra lucha revolucionaria detonaremos dinamita en sus cimientos hasta hacerlo caer.
El Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Elon Musk ha alimentado a la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), el organismo federal responsable de la prestación de ayuda exterior, «a través de una trituradora de madera». Los demócratas y el establishment liberal están en pie de guerra. Pero, aunque los comunistas reconocemos los cínicos motivos de Donald Trump para desmantelar USAID, lo que su congelación de fondos ha puesto de manifiesto es la verdadera naturaleza de este frente «humanitario» de la CIA para impulsar el «poder blando» del imperialismo estadounidense.
Durante semanas, Musk había presagiado el destino de USAID, calificándola de «irreparable» y no simplemente de «manzana con un gusano», sino de «bola de gusanos».
A última hora del viernes 31 de marzo, envió un equipo de ataque de «jóvenes ingenieros engreídos» de DOGE para tomar el control de los sistemas informáticos y los datos clasificados de USAID. La Casa Blanca confirmó que Musk actuó con su bendición; mientras que el secretario de Estado, Marco Rubio (que ha sido nombrado director en funciones de USAID), justificó la limpieza alegando que la agencia era un desperdicio de dinero y que su personal era culpable de «insubordinación manifiesta».
Los demócratas han denunciado la «toma de poder» de Musk, y el senador de Nueva Jersey Andy Kim (que trabajó anteriormente para la agencia) publicó en las redes sociales:
«[USAID] es una herramienta de política exterior con orígenes bipartidistas que es fundamental en este peligroso entorno global. Destruirla significa destruir nuestra capacidad para competir y mantener a Estados Unidos a salvo» [el énfasis es nuestro].
Curiosa formulación para una organización que supuestamente tiene objetivos humanitarios. El senador de Vermont y autodenominado socialista democrático Bernie Sanders, que condenó la operación de Musk, respaldó tales pretensiones:
«Elon Musk, el hombre más rico del mundo, está desmantelando USAID, que alimenta a los niños más pobres del mundo… Esto es la oligarquía en su peor expresión».
Sanders (quien también votó para confirmar al notorio reaccionario Rubio como Secretario de Estado) tergiversa por completo el verdadero propósito de USAID. Él y otros demócratas están defendiendo una herramienta de intromisión imperialista estadounidense. La repentina crisis de financiación a la que se enfrentan los medios de comunicación «independientes» y los llamados grupos de la «sociedad civil» en muchos países está poniendo de manifiesto este hecho.
Medios de comunicación independientes: pagados por el Tío Sam
Según un memorando filtrado, USAID financió a 6200 periodistas, 707 medios de comunicación no estatales y 279 organizaciones de la sociedad civil del sector de los medios de comunicación en 2023. En una declaración, Reporteros sin Fronteras (RSF) protestó por el hecho de que la eliminación de USAID «crearía un vacío que beneficiaría a los propagandistas y a los Estados autoritarios» [énfasis nuestro].
Según RSF, cuando USAID da dinero a los periodistas, no está pagando por propaganda, sino simplemente promoviendo el «libre flujo de información». Da la casualidad de que las plataformas «independientes» de la cartera de USAID impulsan la agenda de política exterior de Washington y avivan la disidencia contra sus enemigos.
Por ejemplo, el 90 % de los medios de comunicación ucranianos sobreviven, según se informa, gracias a subvenciones, en su mayoría de USAID, lo que plantea la pregunta de cómo pueden considerarse «independientes». Según Detector Media, «el organismo de control del periodismo», la congelación de la ayuda de Trump ha puesto en peligro «tres décadas de trabajo y las crecientes amenazas a la condición de Estado de Ucrania, a los valores democráticos y la orientación prooccidental» (el subrayado es nuestro).
Del mismo modo, los medios de comunicación de la oposición rusa se han visto sumidos en el caos. Según uno de esos medios (The Bell): «La mayoría de las ONG y medios de comunicación rusos en el exilio dependen de subvenciones como su principal —y a veces única— fuente de financiación, y una parte importante procede de Washington». Aquí tenemos la confirmación, de primera mano, de que la oposición liberal rusa es un títere pagado por el imperialismo estadounidense.
USAID también es un importante patrocinador de la prensa contrarrevolucionaria gusano, que ahora ha recibido un duro golpe.
Por ejemplo, CubaNet, con sede en Miami (que recibió 500.000 dólares de USAID en 2024 para atraer a «jóvenes cubanos de la isla a través de un periodismo multimedia objetivo y sin censura») y Diario de Cuba, con sede en Madrid, se han visto obligados a publicar cartas de mendicidad en línea, en las que piden donaciones a los lectores para mantenerse a flote.
Muchos de estos sitios web se verán obligados a cerrar. El Miami Herald, portavoz del exilio cubano partidario de Trump, expresó su agudo sentimiento de traición ante el ataque a USAID, escribiendo que: «Los recortes de ayuda exterior de Trump son una bendición para los dictadores de China, Venezuela y Cuba».
Evidentemente, estas plataformas no se oponen a la propaganda en sí, sino a la idea de que los propagandistas pro-estadounidenses pierdan su liderazgo en el mercado.
Las ONG, la «sociedad civil» y el poder blando
Como instrumento del «poder blando» estadounidense, USAID ha invertido mucho en «organizaciones no gubernamentales» (ONG) a lo largo de los años. Estos organismos aparentemente benignos, que hacen hincapié en los «derechos humanos», la «democracia» y otras virtudes similares, se enfrentan al colapso ahora que Trump ha cortado los hilos de sus marionetas.
Según un informe del 5 de febrero en el sitio web (financiado por el estado estadounidense) Voice of America, USAID destinó 211 millones de dólares a Venezuela (que sigue sometida a fuertes sanciones estadounidenses que matan de hambre a los trabajadores y a los pobres), incluidos 33 millones de dólares para grupos de vigilancia de la «democracia, los derechos humanos y la gobernanza».
El líder de uno de esos grupos (que recibió el 75 % de su financiación de EE. UU.) se quejó de que: «Trump está haciendo lo que Maduro no ha podido hacer: asfixiar a la sociedad civil».
Utilizar el dinero de los contribuyentes para construir una «sociedad civil» (es decir, una base de oposición antigubernamental) es una política imperialista de larga data en América Latina. El hecho de que muchos de estos grupos se encuentren ahora sumidos en una crisis pone de manifiesto precisamente que estos grupos «democráticos», de clase media y de la sociedad civil son, en general, poco más que vectores de los intereses imperialistas estadounidenses. El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador emitió una carta pública en 2023 en la que exigía al entonces presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que retirara los fondos de USAID a los grupos subversivos que trabajaban contra su gobierno. No se trataba de mera paranoia.
Por ejemplo, de 1996 a 2003, USAID concedió a la empresa de «desarrollo sostenible» Chemonics International un contrato de 15 millones de dólares para implementar un programa de «Desarrollo Democrático y Participación Ciudadana» en Bolivia, con el fin de conseguir apoyo para el presidente pro-estadounidense Gonzalo Sánchez de Lozada.
Al mismo tiempo, trató de socavar el apoyo de los trabajadores y campesinos opuestos a la explotación de las ricas reservas minerales de Bolivia por parte de corporaciones internacionales al partido Movimiento al Socialismo (MAS).
Tras la victoria en 2006 del presidente Evo Morales y el MAS en Bolivia, el número de ONG patrocinadas por USAID en el país se triplicó de 600 a 2000 y de repente se interesaron mucho por el historial de Bolivia en materia de derechos humanos y medio ambiente. Morales (con toda razón) expulsó a USAID en 2013 por inmiscuirse en los asuntos del país.
USAID también tiene sus tentáculos enredados en Europa del Este, donde las ONG patrocinadas por Occidente crecieron como la espuma tras la caída de la URSS. Ahora todas están en pánico porque el dinero se está agotando.
Por ejemplo, la Asociación Promo-LEX, una «ONG pro democracia y de derechos humanos» de Moldavia, afirma que los fondos de la USAID representan entre el 75 y el 80 por ciento de sus proyectos, que incluyen la supervisión de elecciones, la financiación política y la supervisión parlamentaria para combatir la «injerencia rusa».
Su director, Ian Manole, advirtió a ABC que comprometer sus operaciones podría conducir a «[un] gobierno antioccidental [que] podría afectar la trayectoria europea de Moldavia y… desestabilizar significativamente a toda Europa del Este y la región del Mar Negro».
Valeriu Pasa, presidente del grupo de expertos WatchDog, con sede en Chisináu, señaló que Estados Unidos se beneficia «de que seamos más democráticos y desarrollados, lo que garantiza que no nos convirtamos en una colonia rusa o china».
En otras palabras: por favor, no detengan la buena clase de interferencia política, ¡o terminaremos con la mala clase de interferencia política! La capacidad de las ONG para ejercer presión en Europa del Este (con la excusa de combatir la «injerencia rusa») quedó patente el año pasado en Rumanía. La ONG Context, financiada por USAID, difundió la afirmación de que las publicaciones en redes sociales manipuladas por el Kremlin llevaron a la victoria de Călin Georgescu (un populista antinato) en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del año pasado.
Basándose en estas endebles acusaciones, el Tribunal Constitucional anuló los resultados, aparentemente en nombre de la democracia.
Muchas ONG patrocinadas por USAID ocultan su verdadero propósito tras la política de identidad, profesando su apoyo a los derechos de la mujer, los derechos de las minorías, los derechos de las personas LGBT, etc. Esto se ha aprovechado ahora para justificar el desmantelamiento de la agencia, con Trump prometiendo erradicar el gasto «despierto» y Musk ridiculizando a USAID como un «nido de víboras de marxistas de izquierda radical [sic]».
De hecho, la apariencia de liberación no es más que un caballo de Troya que oculta el cabildeo proimperialista de USAID; por no mencionar que embota la oposición a los regímenes pro-estadounidenses al canalizar la ira de los trabajadores y la juventud radical hacia operaciones «apolíticas» y monotemáticas que dependen del dinero occidental, dinero que invariablemente corrompe a los jóvenes activistas.
Como el sociólogo James Petras escribe sobre la explosión de ONG extranjeras en los años 80 y 90:
«A medida que el dinero externo se hizo disponible, las ONG proliferaron, dividiendo a las comunidades en feudos en guerra que luchaban por obtener una parte de la acción. Cada «activista de base» acorraló a un nuevo segmento de los pobres (mujeres, jóvenes de minorías, etc.) para crear una nueva ONG […]. Cuando millones de personas pierden sus empleos y la pobreza se extiende a importantes sectores de la población, las ONG se dedican a la acción preventiva: se centran en «estrategias de supervivencia» y no en huelgas generales; organizan comedores sociales y no manifestaciones masivas contra los acaparadores de alimentos y […] el imperialismo estadounidense».
¿Caridad o chantaje?
Los defensores de USAID señalan que la agencia es responsable del 42 por ciento de toda la ayuda mundial para la atención sanitaria, el suministro de agua, las infraestructuras, etc., que ahora se ha visto sumida en el caos. Esta es la justificación para que los «izquierdistas» como Sanders se alineen con los liberales para defender USAID y su supuesta misión «benevolente». Sin embargo, la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, con sede en Washington, afirma abiertamente la cínica lógica que sustenta esta política «humanitaria»:
«La idea de que la ayuda exterior de EE. UU. ha sido una especie de festival de generosa caridad desconectado de los intereses de EE. UU. es ridícula. Basta con mirar la lista de los mayores receptores de ayuda estadounidense: no es casualidad que casi todos sean socios de seguridad o países de interés para la seguridad».
Esto se presenta como una defensa de la labor de la agencia positiva y pragmática.
Históricamente, USAID se ha utilizado como palanca para obligar a los países pobres y dependientes de la ayuda a apoyar la agenda de Washington. Por ejemplo, un estudio de la ONU de 2006 demostró que el apoyo de USAID se correlacionaba con los votos del Consejo de Seguridad en línea con la política estadounidense. Y cuando el régimen yemení votó en la ONU en contra de una intervención liderada por Estados Unidos en la Guerra del Golfo, el embajador estadounidense Thomas Pickering se acercó al embajador yemení y le dijo: «Ese ha sido el voto en contra más caro que jamás haya emitido». Inmediatamente, USAID cesó sus operaciones y financiación en Yemen.
Lo que preocupa al ala liberal del imperialismo no es que la gente sufra como resultado del recorte de USAID, sino que los enemigos de Estados Unidos puedan beneficiarse políticamente al tratar de intervenir para aliviar ese sufrimiento. Esto se explicó en un artículo delNew York Times:
«Es probable que las consecuencias de la congelación de la ayuda tengan repercusiones geopolíticas, dando a los rivales estadounidenses, como China, una oportunidad para presentarse como un socio fiable».
La mayor parte del tiempo, el humanitarismo de USAID equivale a un chanchullo imperialista. En Irak, Afganistán, Haití, Etiopía y otros lugares, USAID ha subcontratado cada vez más proyectos humanitarios a «socios del sector privado» como Coca-Cola, Bechtel y DuPont (que creó el arma química Agente Naranja utilizada en Vietnam en la década de 1970).
Estos delincuentes se han fugado con miles de millones de dólares de los contribuyentes obtenidos de USAID. Según un informe de WikiLeaks, en 2022 solo el 10 % de la financiación de USAID permaneció en los países a los que se suponía que debía ayudar. El resto volvió directamente a EE. UU., y la mayoría acabó en las cuentas bancarias de grandes empresas de Washington.
El guante de terciopelo y el puño de hierro
Nada de esto es nuevo, ni siquiera especialmente secreto. USAID fue fundada en 1961 por el presidente John F. Kennedy «para contrarrestar la influencia de la antigua Unión Soviética durante la Guerra Fría» (según el Miami Herald) y desde hace mucho tiempo está vinculada a la CIA.
El método de USAID para desarrollar el «poder civil» se desarrolló intensamente en América Latina en la década de 1960, donde se apoyó a organizaciones de la sociedad civil patrocinadas por Estados Unidos (incluidos sindicatos, grupos religiosos y organizaciones de derechos de la mujer) para mantener a los partidos de izquierda fuera de los cargos públicos.
Tras el derrocamiento de Salvador Allende en Chile en 1973, en un golpe de Estado respaldado por la CIA, las ONG, fundadas aparentemente para aliviar el sufrimiento de la gente, se utilizaron para mitigar y desviar la oposición radical a la junta militar de Pinochet.
Esto coincidió con la Operación Cóndor: una ola de terror de derecha patrocinada por Estados Unidos que se desató contra la izquierda en todo el continente. Durante este período, USAID presuntamente se asoció con la Oficina de Seguridad Pública de la CIA, que entrenó a la policía extranjera en técnicas de tortura, según un informe de la Oficina de Responsabilidad Gubernamental de 1976.
Desde entonces, USAID ha seguido siendo un bastión del «poder blando» estadounidense en América Latina. Por ejemplo, en 2010, agentes de USAID intentaron fomentar un cambio de régimen en Cuba lanzando de forma encubierta una plataforma de redes sociales (ZunZueno), con el objetivo de fomentar el derrocamiento del gobierno cubano.
La operación fue un fracaso estrepitoso, al igual que el posterior intento de USAID de infiltrarse en la comunidad hip-hop clandestina de Cuba, con el contratista con sede en Washington Creative Associates International (con un acrónimo bastante similar a «CIA») financiando a artistas críticos con el gobierno de Raúl Castro con la esperanza de provocar un «cambio social».
USAID también trabajó para socavar al presidente Hugo Chávez en Venezuela, como parte de la campaña de Washington contra la Revolución Bolivariana.
USAID desplegó su Centro de Solidaridad, alineado con la AFL-CIO, para organizar a los burócratas sindicales de derecha en apoyo del golpe de Estado de 2002 contra Chávez; y un informe de WikiLeaks de 2013 reveló una estrategia, encabezada por USAID, de «penetrar en la base política de Chávez», «dividir al chavismo» y «aislar a Chávez internacionalmente».
Muchas de estas operaciones (y la actividad antes mencionada en Bolivia) se han llevado a cabo bajo la Oficina de Iniciativas de Transición (OTI) de USAID, que anteriormente tenía un presupuesto de cientos de millones de dólares y operaba en más de una docena de países, entre ellos Haití, Libia, Kenia, Líbano y Sri Lanka.
En su declaración de misión, la OTI afirma piadosamente que, aunque «no puede crear una transición ni imponer la democracia […] puede identificar y apoyar a personas y grupos clave comprometidos con una reforma pacífica y participativa» [el énfasis es nuestro].
O en lenguaje llano: no podemos derrocar directamente a los gobiernos y establecer otros nuevos en líneas favorables a Estados Unidos… pero podemos dar dinero y ayuda a quienes estén dispuestos a intentarlo. Por último, durante la guerra civil siria, USAID financió a los Cascos Blancos: una ONG «humanitaria» que en realidad es un frente de propaganda que ignoró las atrocidades cometidas por los grupos yihadistas anti-Assad en los que estaba integrada, como el Frente Al Nusra.
Hay muchos otros ejemplos que podríamos utilizar para ilustrar que cualquier ayuda genuina que USAID proporcione a las personas que sufren la guerra, la pobreza y las enfermedades es secundaria y accesoria a su papel como vector del imperialismo estadounidense, que en última instancia es el principal responsable de este sufrimiento para empezar.
¿Por qué ha hecho esto Trump?
Oficialmente, solo un acto del Congreso puede liquidar USAID, pero el organismo se ha convertido en un cadáver. Una directiva de cese de actividades ha puesto a miles de sus empleados en licencia administrativa, y solo quedan 300. Trump sugirió que ni siquiera sería necesaria la aprobación del Congreso, ya que USAID estaba plagada de «fraude» y dirigida por «lunáticos radicales».
No nos hacemos ilusiones de que Trump, Rubio o Musk estén motivados por sentimientos antiimperialistas. Debemos recordar que durante un golpe de Estado respaldado por Estados Unidos en Bolivia en 2019 (que es rica en litio, fundamental para las baterías de vehículos eléctricos), Musk se jactó en Twitter: «¡Daremos un golpe de Estado a quien queramos! ¡Aceptadlo!».
Por un lado, la deuda del gobierno de EE. UU. es exorbitante. Musk ha hecho mucho ruido sobre la destrucción de la burocracia federal para reducir costes. En el trato, él y Trump están jugando con la base de MAGA cerrando USAID como un golpe a los «bienhechores liberales».
A diferencia del enfoque totalmente entusiasta de Musk, Rubio dio marcha atrás en la retórica agresiva, diciendo que los proyectos de USAID críticos para la seguridad nacional de EE. UU. y la ayuda para salvar vidas se mantendrían bajo el Departamento de Estado. Es decir, entiende el valor de estas operaciones para la política exterior de EE. UU., especialmente en América Latina, y tiene la intención de preservar aquellos programas que son más importantes para los intereses del imperialismo estadounidense. Sin embargo, se alineó con la posición básica de Trump y Musk de «América primero»:
«Cada dólar que gastamos, cada programa que financiamos y cada política que aplicamos debe justificarse con la respuesta a tres preguntas sencillas. ¿Hace más segura a Estados Unidos? ¿Hace más fuerte a Estados Unidos? ¿Hace más próspera a Estados Unidos?»
En una franca entrevista, explicó cómo el cambio de la situación mundial ha influido en la política de Trump:
«No es normal que el mundo tenga simplemente una potencia unipolar. Eso fue una anomalía, fue producto del final de la Guerra Fría… Pero, con el tiempo, íbamos a volver a tener un mundo multipolar, con varias grandes potencias en diferentes partes del planeta. Nos enfrentamos a eso ahora con China y, hasta cierto punto, con Rusia».
Tras la bravuconería, Trump reconoce que el declive relativo del imperialismo estadounidense significa que ya no puede permitirse ni vigilar ni financiar al mundo. En opinión de Trump, malgastar miles de millones en lo que él llama «países de mierda» va claramente en contra de su mandato.
Esta es la mitad de la lógica que hay detrás de la liquidación de USAID. La otra mitad tiene que ver con la guerra de Trump contra las instituciones federales que limitaron su último mandato. Ha aprendido la lección y está imponiendo la ley con decisión. ¡Imagínese si alguno de los políticos y movimientos de izquierda que surgieron en la última década estuviera preparado para actuar con tanta determinación! Su incapacidad para canalizar y aprovechar la enorme ira de los trabajadores estadounidenses hacia el establishment ha permitido a Trump captar parte de este estado de ánimo, aunque a su manera reaccionaria.
A diferencia de los liberales y reformistas de frac, los comunistas no lamentamos la USAID. Que vaya a la trituradora de madera. No es tarea de los comunistas lamentar las instituciones liberales que Trump está demoliendo, sino luchar por su derrocamiento en una auténtica revolución socialista, no en esta «revolución de palacio» de un ala rival de la clase dominante como estamos viendo con Trump.
Para poder entender las raíces, el ADN, que marca desde su surgimiento la impronta especialmente brutal y reaccionaria de la burguesía y el capitalismo español, hay que remontarse al período en que, surgiendo de las entrañas de la vieja sociedad feudal en disolución, se empieza a abrir camino el dominio del capital y el régimen burgués.
España y la llamada “acumulación originaria del capital”
Marx en el último apartado del Volumen I de El Capital, aborda la llamada acumulación originaria. En el primer párrafo de ese apartado, sintetiza algunas de las conclusiones centrales analizadas en los capítulos previos y describe:
“Hemos visto cómo se convierte el dinero en capital, cómo sale de éste la plusvalía y cómo la plusvalía engendra nuevo capital. Sin embargo, la acumulación de capital presupone la plusvalía, la plusvalía la producción capitalista y ésta la existencia en manos de los productores de mercancías de grandes masas de capital y fuerza de trabajo. Todo este proceso parece moverse dentro de un círculo vicioso, del que sólo podemos salir dando por supuesta una acumulación “originaria” anterior a la acumulación capitalista -acumulación previa- la denomina Adam Smith; una acumulación que no es resultado sino punto de partida del régimen capitalista de producción.
«Esta acumulación originaria viene a desempeñar en economía política el mismo papel que juega en teología el pecado original. Al morder la manzana, Adán engendró el pecado y lo transmitió a toda la humanidad».
Abordando el análisis de cuáles fueron los factores y hechos objetivos que facilitaron y aceleraron esa acumulación primigenia, tenemos la versión edulcorada y laudatoria de los economistas burgueses, que presentan la acumulación previa como la merecida recompensa a un pequeños grupo de chicos buenos y ahorradores, dedicados en cuerpo y alma al trabajo cual laboriosas hormigas. De esa idílica manera, esos hombres de bien, pudieron guardar para el futuro y el capital brotó de su esfuerzo, tan limpio y reluciente como una patena.
Frente a este bonito cuento oficial, Marx generalizando la experiencia histórica de todo el desarrollo social, afirma que fue a través de la fuerza como se realizó el proceso de acumulación previa: “La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Es por sí misma una potencia económica.
Haciendo gala de su extraordinaria capacidad de síntesis, partiendo del estudio del conjunto de hechos particulares que marcan los albores del dominio del capital, aplicando el método del materialismo dialéctico, Marx deduce hacia dónde apunta la dinámica histórica general. Extrayendo las leyes que de ella se derivan, analizando la génesis del Capitalista Industrial, explica:
“La Edad Media había legado dos formas de capital, que alcanzan su sazón en los más diversos tipos de sociedad y que antes de llegar la era de producción capitalista son considerados como el capital por antonomasia». El capital usurario y el capital comercial.
«El régimen feudal en el campo y en la ciudad el régimen gremial, impedían al dinero capitalizado en la usura y el comercio convertirse en capital industrial.
«Dichas barreras desaparecieron con el licenciamiento de las huestes feudales y con la expropiación y desahucio parciales de la población campesina. Las nuevas manufacturas habían sido construidas en los puertos marítimos de exportación o en lugares del campo alejados de las antiguas ciudades y de su régimen gremial.
«El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata en América, la cruzada de exterminio, esclavización y enterramiento en las minas de la población aborigen, el comienzo y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión de África en un cazadero de esclavos negros.
«Son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista.
«Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria. Tras ellos pisando sus huellas, viene la guerra comercial de las naciones europeas, cuyo escenario fue el planeta entero. Rompe el fuego con el alzamiento de los Países Bajos, sacudiendo el yugo de la dominación española, cobra proporciones gigantescas en Inglaterra con la guerra anti jacobina, sigue ventilándose en China en las guerras del opio….”
“Las diversas etapas de la acumulación originaria tienen su centro por orden cronológico más o menos preciso, en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. Es en Inglaterra donde a fines del siglo XVII se resumen y sintetizan sistemáticamente en el sistema colonial, el sistema de la deuda pública, el moderno sistema tributario y el sistema proteccionista”.
Y concluye: “El Capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza”
Monarquía absoluta, conquista y expolio colonial: del sueño de El Dorado a la lenta y prolongada pesadilla de un régimen putrefacto
España tuvo, por así decirlo, la ventaja de la primogenitura histórica de ser el país donde la monarquía absoluta se desarrolló en su forma más acusada y con anterioridad a los demás estados feudales, sobre la base material de la unión de los reinos de Aragón y Castilla y la conquista de Granada bajo el reinado de los Reyes Católicos. Esto, unido al casi simultáneo y casual descubrimiento de América, empujados por la búsqueda de un mejor acceso al comercio de Especias con las Indias –frente a la ruta africana controlada por Portugal se buscaba otra hacia el Indico–, conforman el escenario que en los comienzos del siglo XVI otorgaron a la monarquía española la superioridad sobre el resto de Europa y el dominio de América del Sur.
En su primer artículo de la serie “La España Revolucionaria”, publicado en el New York Daily Tribune el 09-09-1854, analizando este proceso Marx sintetiza:
“Fue en el siglo XVI cuando se formaron las grandes monarquías, que se erigieron en todas partes sobre la base de la decadencia de las clases feudales en conflicto: la aristocracia y las ciudades. Pero en los otros grandes Estados de Europa la monarquía absoluta se presenta como un centro civilizador, como la iniciadora de la unidad social. Allí era la monarquía absoluta el laboratorio en que se mezclaban y trataban los distintos elementos de la sociedad; hasta permitir a las ciudades trocar la independencia local y la soberanía medievales por el dominio general de las clases medias y la común preponderancia de la sociedad civil. En España por el contrario, mientras la aristocracia se hundía en la decadencia sin perder sus privilegios más nocivos, las ciudades perdían su poder medieval sin ganar en importancia moderna.
“Si después del reinado de Carlos I la decadencia de España, tanto en el aspecto político como en el social, ha exhibido todos los síntomas de ignominiosa y lenta putrefacción que fueron tan repulsivos en los peores tiempos del imperio turco, en los de dicho emperador las antiguas libertades fueron al menos enterradas en un sepulcro suntuoso. Eran los tiempos en que Vasco Núñez de Balboa hincaba la bandera de Castilla en las costas de Darién, Cortés en México y Pizarro en el Perú; en que la influencia española tenía la supremacía en Europa, y la imaginación meridional de los íberos se encandilaba con la visión de El Dorados, de aventuras caballerescas y de una Monarquía Universal. Entonces desapareció la libertad española en medio del fragor de las armas, de los ríos de oro y de los tétricos resplandores de los autos de fe”.
“El descubrimiento de América. que al principio fortaleció y enriqueció a España, se volvió pronto contra ella» / Dominio público
Efectivamente, como Marx resalta, la práctica eliminación de los dos pilares del viejo poder de las ciudades medievales españolas –los Ayuntamientos y las Cortes– proceso que se aceleró de manera decisiva tras la derrota de los comuneros en Villalar el 23 de abril de 1521, fue el síntoma prematuro de lo que estaba por llegar.
En poco menos de un siglo, los mismos factores que impulsaron los éxitos iniciales del imperio español se convirtieron en su contrario. Estos condujeron a un período de decadencia, que hasta hoy mismo sigue marcando la impronta del capitalismo y la burguesía española.
En su artículo “La Revolución española y las tareas de los comunistas” (24-01-1931), Trotski explica el enorme atraso del capitalismo español en el contexto europeo de comienzos de los años 30 del siglo pasado, y siguiendo la estela de los artículos de Marx sobre la España revolucionaria del siglo XIX, comenta:
“El descubrimiento de América. que al principio fortaleció y enriqueció a España, se volvió pronto contra ella. Las grandes rutas comerciales se apartaron de la península ibérica. Holanda enriquecida tomó la delantera a España. Después de Holanda fue Inglaterra quien adquirió una posición aventajada sobre el resto de Europa. Era la segunda mitad del siglo XVI. España se aproximaba a la decadencia Después de la destrucción de la Armada Invencible (1588) esta decadencia revistió -por así decirlo- un carácter oficial. Nos referimos al advenimiento de ese estado de feudalismo burgués que Marx llamó la putrefacción lenta y sin gloria.
«Las viejas y las nuevas clases dominantes -la nobleza latifundista y el clero católico mediante la monarquía, las clases burguesas mediante sus intelectuales- intentaron tenazmente mantener sus viejas pretensiones, pero ¡Ay! sin sus antiguos recursos. En 1820 las colonias de América del Sur se separaron definitivamente. Después de la pérdida de Cuba en 1898, España quedaba sin posesiones coloniales. Las aventuras de Marruecos no supusieron más que la ruina del país y la intensificación del descontento del pueblo”.
Siglo XIX, la revolución burguesa en España, el papel de las últimas colonias: Cuba, Puerto Rico y Filipinas
Si hubiera que elegir dos tesis que se muestren como norma, en toda la experiencia acumulada de la humanidad desde el mismo momento en que surgen las clases, estas sin duda serían: la lucha de clases y que ninguna clase dominante abandona voluntariamente la escena de la historia. La primera, se expresa como fuerza motriz que, inicialmente de forma acumulativa, y una vez se han alcanzado los límites de una sociedad dada, de forma revolucionaria, hace girar las ruedas de la historia, instaurando un nuevo marco social que niega lo viejo y encaja con las nuevas capacidades productivas y necesidades de la sociedad. La otra tesis constantemente reiterada, estrechamente ligada con este carácter histórico y por tanto finito de cualquier régimen social, es que ninguna clase dominante en la historia se ha podido reconciliar nunca con la idea de que el régimen social que garantiza su poder y privilegios esté destinado a desaparecer.
Esta verdad incuestionable, de que ninguna clase dominante abandona voluntariamente la escena de la historia, resalta la importancia en la lucha de clases del campo de batalla ideológico, y permite entender el sesgo de clase de las llamadas ciencias sociales. Este proceso se agudiza más aún, como es el caso hoy, en períodos de crisis orgánica del sistema que muestran ante los ojos de millones la bancarrota del capitalismo y el riesgo que su supervivencia implica para el futuro de la humanidad.
En este sentido, no es de extrañar que para la burguesía cuando se trata de abordar el pasado, el fomento de la desmemoria, unido al ocultamiento y la distorsión, sean la norma. Esto es así, incluso cuando se trata de explicar cómo se realizó su propio ascenso histórico, por no hablar de las luchas obreras revolucionarias que han cuestionado su sistema-.De esta forma, cuando el gran historiador escoces Thomas Carlyle escribe en 1795 -sólo 150 años después de los hechos- su libro “Cartas y discursos de Oliverio Cromwell”, para recuperar la figura histórica del que fue máximo dirigente de la revolución inglesa, tuvo que desenterrarla, en sus propias palabras, de debajo de un montón de perros muertos. ¡Qué decir del pavor indisimulado de la burguesía gala, para evitar por cualquier medio el recuerdo de su infancia revolucionaria!. Y si esta es la norma general en todo el mundo burgués, no por casualidad, en el caso del parasitario capitalismo hispano, la norma adquiere el carácter de una necesidad obsesiva e inquebrantable, que ningún grupo político o social que acepte el juego institucional puede romper.
Los patrióticos dirigentes hispanos, tras la imagen que venden de una España de ”glorioso” pasado -la tan falsa y manida hispanidad- y de un más que prometedor presente y futuro, lo que pretenden en realidad es ocultar bajo siete velos su auténtico rostro, la historia real de una burguesía parasitaria y reaccionaria, incapaz de hacer avanzar la sociedad. El cuadro real de la sociedad española a la que ellos representan, tiene mucho más que ver, con la descripción que ya hace 4 siglos hacía Cervantes en sus Novelas Ejemplares de la situación del país: la imagen del “caballero” que, bajo su capa de curtido cuero, ocultaba sus harapos y junto con él nos presentaba a esa cofradía de truhanes, ladrones y criminales que se reunían en el patio de Monipodio.
Si algo caracteriza al largo proceso de alumbramiento del dominio de la burguesía en España -que prácticamente abarca todo el siglo XIX-, es su inconsistencia, su incapacidad de llegar hasta el final rompiendo definitivamente con toda la basura feudal y clerical. Otro elemento decisivo que marca con su impronta todo el período, y cuya alargada sombra llega hasta nuestros días, es el importantísimo peso que en la acumulación originaria de capital tiene el dominio colonial de Cuba y en mucha menor medida los de Puerto Rico y Filipinas.
Lejos de romper con el viejo régimen, lo que se produjo fue la fusión de la aristocracia terrateniente con la nueva clase burguesa ennoblecida, bajo la tutela de la rapaz monarquía borbónica y con el asfixiante peso de una intocable Iglesia Católica. Todo ellos garantizado, sobre todo a partir del final de la Guerra de Independencia, por un Ejército y una judicatura, elementos centrales del Estado burgués, que intervienen como “árbitros” en los momentos de ruptura del equilibrio social o político, aglutinados en torno a la reaccionaria figura del monarca.
Todo este entramado que vincula y une a las viejas y nuevas fortunas, fusionadas estrechamente con el Estado, en cuyo vértice se coloca el Rey, sólo tiene como único objetivo seguir exprimiendo hasta la última gota de la riqueza creada en las colonias de ultramar y en la península por el trabajo de las masas populares.
En el último tercio del siglo XIX fracasa el intento de los sectores revolucionarios de la pequeña y mediana burguesía republicana de modernizar el país, con el fin del denominado sexenio revolucionario y de la efímera 1ª República 1868-1874. Junto con la restauración de la monarquía, en la figura de Alfonso XII, un nuevo y decisivo actor, la clase obrera, irrumpe con fuerza en la escena de la historia, anticipando el rol decisivo que la lucha obrera tendrá en el futuro del país, desde los inicios del siglo XX hasta hoy.
Azúcar y Esclavistas
El ejemplo de la independencia de Estados Unidos de la corona británica, fruto de la primera revolución americana, seguido por el triunfo de la Revolución Francesa en 1789 y dos años después por la victoria de los llamados jacobinos negros en su guerra de liberación nacional, en la isla de Santo Domingo controlada por Francia, que condujo a la independencia de Haití[1], animaron de manera decisiva el movimiento pro independencia en las colonias españolas de América. Este proceso fue favorecido a su vez por la crisis dinástica en la península. Esta crisis, que tras la denominada abdicación de Bayona donde Carlos IV cede el reino a Napoleón, conduce a la invasión francesa y a la Guerra de independencia de 1808-1814.
Frente a la pasividad sumisa del monarca, de su corte aristocrática y las élites dominantes, son la insurrección y resistencia popular, canalizada a través de las juntas revolucionarias que se forman a nivel local y provincial, junto a las Cortes que se convocan en Cádiz en 1812, los artífices de la derrota de Napoleón. Tras la salida de las tropas invasoras, la restauración del trono en la persona del infausto Fernando VII pone fin a los aires de cambio. Gran parte de los avances constitucionales se revierten y con ello se impulsa de manera imparable la lucha por la independencia americana. En menos de dos décadas 1810-1825, todas las colonias continentales han conquistado su independencia y el imperio queda reducido a las islas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Ciertamente, el expolio y exterminio inicial de las poblaciones indígenas en las colonias de las grandes potencias ascendentes, también viene acompañado desde el siglo XVI y hasta finales del XIX, por la conversión de África en un cazadero de seres humanos, donde obtener la abundante mano de obra que exigían las nuevas plantaciones en América. Entre 12 y 15 millones de negros son esclavizados y trasladados forzosamente atravesando el Atlántico hasta América -desde Rio de Janeiro al Sur hasta la bahía de Chesapeake al Norte-, para que los que llegan vivos -se estima que al menos 2 millones murieron en el viaje- trabajen hasta la extenuación, sacrificados en el altar de la rápida acumulación de capitales. Esto, a su vez, engrasa y acelera la creación de un mercado cada vez más global que absorbe una demanda cada vez mayor de mercancías, impulsando a su vez el desarrollo de la manufactura y la industria.
La importancia que adquieren las plantaciones esclavistas de azúcar, café, tabaco y, más tarde, desde finales del XVIII las de algodón destinadas a satisfacer la demanda de la industria textil inglesa, impulsan el llamado Tráfico Triangular que se inicia en el siglo XVI y extiende sus vértices entre Europa, África y América, conformando un factor muy importante en el impulso de esta etapa germinal del capitalismo.
En los siglos XVII y XVIII el comercio de esclavos se incrementa enormemente y de los 300.000 que se estiman llegaron a América en el siglo XVI -de manera especial hacia las plantaciones brasileñas-, la cifra asciende a más de 1,5 millones en el XVII y supera los 6,5 millones en el XVIII. Durante esos 200 años la trata la dominan los ingleses, holandeses y franceses.
En el caso de las antiguas colonias españolas de la América continental, la esclavitud africana aunque significativa, no alcanzó las cifras del Brasil o de las Islas tropicales bajo el control de las principales potencias. Con escasas excepciones, la esclavitud africana sobrevivió a las independencias hispanoamericanas, para extinguirse en las repúblicas que allí se proclamaron durante la segunda mitad del siglo XIX.
Coincidiendo con el declive colonial, es precisamente en los ochocientos, cuando en lo que resta del dominio imperial español, sobre todo en Cuba y en menor medida en Puerto Rico, se produce un salto cualitativo, iniciándose el imparable proceso de implantación en los suelos vírgenes de las dos grandes islas caribeñas del modelo exitoso de la gran plantación anglo-francesa y holandesa.
En el impulso inicial de todo el proceso, se combinan la disponibilidad del capital ya atesorado en la isla y la península, y la “liberalización” por la corona en 1789 de la importación de esclavos africanos en todos los territorios hispanoamericanos. Todo ello, poco antes de que se produzca el hundimiento de la mayor productora de azúcar del mundo, que era la isla de Santo Domingo, como consecuencia de la revolución de los negros y esclavos que dio lugar a la segunda nación independiente en América con el nombre de Haití.
Como explica detalladamente el historiador José Antonio Piqueras Arenas en sus textos: La esclavitud en las Españas enero (2012) y Negreros (2021):
“Las islas del Caribe español, Cuba de forma destacada, Puerto Rico a considerable distancia, constituyen en el Siglo XIX los fundamentos del imperio español que sobrevive a las emancipaciones americanas de 1810-1825. Es un imperio que se caracteriza por su inequívoca impronta esclavista. La capacidad de las colonias de generar beneficios explica la ausencia de independencia política de las islas, la posición de potencia media que España conserva en el contexto internacional y una prodigiosa acumulación de capitales a ambos lados del Atlántico, en manos criollas y en manos de españoles de toda condición, desde el aventurero sin escrúpulos hasta la familia real, bien representada por María Cristina de Borbón, madre de Isabel II y durante los primeros años de minoría de esta Reina Gobernadora. Tan estrecho y fructífero resultó el vínculo colonial, que los sucesivos gobiernos ignoraron los tratados internacionales que España suscribió, por los que se prohibía el comercio de africanos a partir de 1820 y se “perseguía su contrabando” hasta con la horca para quienes fueran sorprendidos en su tráfico. Entonces comenzó el período de la trata clandestina que hasta su cese “regular” en 1867- todavía en 1873 fue sorprendido en Cuba un Alijo- llevó a las Antillas a entre 468.000-530.000 y hasta 875.000 esclavos, contraviniendo los acuerdos suscritos y la legislación penal española”.
En base al trabajo esclavo, Cuba en pocas décadas se convirtió en el primer productor de azúcar del mundo / La Jiribilla
Según la estimación media en los distintos estudios demográficos que se han publicado, en Cuba se pasa de menos de 200.000 habitantes a finales del XVIII a más de 1.000.000 en 1840-41, de los que al menos 600.000 son esclavos negros.
Teniendo en cuenta el carácter penoso e insano del trabajo en los ingenios azucareros, por las difíciles condiciones climáticas, lo que sumado a las jornadas agotadoras y a los frecuentes latigazos y malos tratos, provocaban una tasa de mortandad de hasta un 7% anual. Todo ello unido a que la elevada tasa de beneficios hacía más rentable sustituir las bajas con la compra de nuevos esclavos varones. Esto hace que diferentes expertos estimen que las cifras reales de la esclavización forzosa africana en Cuba y Puerto Rico hasta 1898, pudo afectar a entre 1,5 y 2 millones de seres humanos.
Marx, en el capítulo ya citado de El Capital sobre los orígenes de la acumulación originaria, pone el ejemplo de los efectos del tratado de Utrecht en Liverpool. En concreto, Marx se refiere a cómo tras el Tratado de Utrecht de 1713-1715 -que pone fin a la llamada guerra de sucesión española e inaugura el reinado de los Borbones- Luis XIV en premio por el apoyo de Inglaterra a las pretensiones de su nieto Felipe V –pese a que inicialmente apoyaba al candidato de los Austrias-, además de las cesiones territoriales -Gibraltar entre otras-, sobre todo les promete la concesión del “Tratado de Asiento de negros”, promesa que una vez su nieto llega al trono se hizo efectiva otorgando a la compañía británica South East Company la autorización para el envío durante 30 años de 4.800 esclavos anuales a la América española; esto es, 144.000.
Dice Marx: “Liverpool se engrandeció gracias al comercio de esclavos. Ese fue su método de acumulación originaria”, y da las cifras. En 1730 eran 15 los barcos dedicados al comercio de esclavos y en 1792 la cifra asciende a 132. Como conclusión, refiriéndose al auge de la industria algodonera inglesa -que se basó inicialmente en la mano de obra de niños que sacaban de los hospicios y orfanatos para explotarlos hasta la extenuación-, apostilla:
«A la par que implantaban la esclavitud infantil, la industria algodonera servía de acicate para convertir el régimen más o menos patriarcal de la esclavitud en los EE.UU en un sistema comercial de explotación.
«En general, la esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa exigía, como pedestal la esclavitud sin disimulo en el Nuevo Mundo”.
Los datos más que esclarecedores que detalla en su último libro -Negreros- el ya citado Francisco Piqueras corroboran la tesis de Marx:
”Nunca se transportaron más esclavos de África a América que en el lapso comprendido entre 1750 y 1850. En 1860 se alcanza el máximo de esclavos africanos y afro descendientes en América. En sólo dos países EE.UU y Brasil, más las colonias españolas de Cuba y Puerto Rico y las Neerlandesas de Antillas y Surinam, la cifra supera los 8 millones de esclavos. La producción de estas regiones trabajadas por esclavos se encuentran a la cabeza de las exportaciones americanas y estrechamente ligadas con los mercados más desarrollados y los procesos productivos y tecnologías más avanzados Textiles, Refino y consumo masivo de dulces y bebidas estimulantes… empleándose en su producción, transporte, financiación y comercio los medios más sofisticados que se disponía».
Comparativamente al número de navíos negreros de Liverpool, para hacernos una idea del peso de la esclavitud en la acumulación capitalista originaria española, estas son las estimaciones de Piqueras:
“El número de embarcaciones que participaron en la trata clandestina española, por la proporción que puede establecerse entre navíos capturados y viajes realizados, superó los 2000 y pudo acercarse a los 2.500. Multiplíquese por la marinería precisa para atender los navíos, de 20 a 50 por barco, los capitanes y pilotos, los comerciantes que corresponden a esas cifras, las mercancías necesarias para los intercambios y la industria naval movilizada en el mantenimiento y la construcción de bajeles. Sólo para esta época de trata ilegal y clandestina, hablamos de decenas de miles de personas involucradas de manera activa”.
En base al trabajo esclavo, Cuba en pocas décadas se convirtió en el primer productor de azúcar del mundo. Los datos del estudio La Industria azucarera de Cuba durante el siglo XIX, del mexicano Julio le Riveren resultan esclarecedores:
Año
CubaTns. Azúcar
% Mercado Mundial
LouisianaTns. Azúcar
BrasilTns. Azúcar
1853
322.000
21,8%
225.000
138.000
1855
392.000
27,2%
116.000
106.000
1857
355.000
21,8%
157.000
88.000
1859
536.000
28,2%
181.000
120.000
Teniendo en cuenta que, según diversos cálculos, el valor actualizado de un peso cubano de mediados del XIX equivaldría hoy a 70,49€.
Los capitales generados para la oligarquía azucarera que a su vez engrasaban todo el entramado negrero, alcanzaron cifras desorbitantes. Así teniendo en cuenta el precio de venta medio de una libra de azúcar-0,454 kg- en 1855 de 0,05 pesos, el valor de la producción de ese año sumó 43.178.800 pesos, el equivalente a 3.044 millones de euros de hoy. En 1860 con igual precio medio por libra de azúcar y una producción de 447.000 toneladas, el valor alcanzado fue de 49.237.050 pesos cubanos es decir el equivalente a 3471 millones de euros.
Tras décadas de explotación, se hace necesario trasladar las plantaciones desde la costa occidental hacia el centro de la Isla, lo que encarece el transporte y sumado a los gastos dedicados a la importación de la maquinaria más moderna y a los de la “reposición de esclavos”, hace que se dupliquen los costes del capital necesario para instalar y hacer funcionar un ingenio, y a pesar de ello los beneficios siguen siendo fabulosos. Cuba es la Perla de las Antillas, según muchos autores, constituye una de las colonias más rentables del mundo y como prueba de ello, en 1860, los ferrocarriles y líneas férreas cubanas para el transporte del azúcar son más numerosos que los que existen en toda la América Latina.
Para estimar el peso económico de las colonias en el conjunto de la economía española de mediados del XIX, basta con revisar los datos del artículo de Catalina Guarner: “Economía española entre 1850 y 2015” publicados en ICADE nº10- revista cuatrimestral de las facultades de derecho y ciencias económicas- Según sus propias estimaciones, actualizando a euros de 2010, el PIB total de España ascendía en 1855 a 22.000 millones de euros, y en 1860 la cifra estimada era de 24.000 millones.
Negreros, la representación más acabada del mito del “Indiano”
Según el relato histórico oficial, la figura del Indiano está unida indisolublemente con esa imagen idealizada y nunca mejor dicho “edulcorada”, de hombres emprendedores y audaces, que partiendo de casi nada, gracias a su audacia y habilidad en los negocios en unos años de trabajo duro en las Américas, labraron su fortuna. Sus cronistas ensalzan que fue su importante contribución al engrandecimiento de España y al crecimiento de la economía nacional, lo que les hizo acreedores de los mayores honores y dignos merecedores de la justa concesión “Real” de los títulos que reconocían su innata nobleza.
Hoy, escondiendo el genuino y sangriento origen de sus fortunas, siguen siendo recordados como mecenas, que han dejado su impronta en los hermosos edificios que mandaron construir, en los cuadros expuestos en museos, en bellas estatuas de mármol y rotulados en los nombres de muchas calles de pueblos y ciudades.
Juan Güell y Antonio López López eran dos perfectos exponentes del “Negrero cubano” / Wikimedia Commons
Como ejemplo esclarecedor de lo que nos referimos: ¿Quién no conoce y admira la obra de Gaudí? Lo que es menos conocido es que Juan Güell, padre del que fue mecenas de Gaudí[2], y otro de sus clientes importantes Antonio López López, que le encargó el palacete del Capricho en Comillas, eran dos perfectos exponentes del “Negrero cubano” que se hicieron inmensamente ricos, con la trata y la esclavitud.
Hay una prueba fehaciente del compromiso inquebrantable de todos los políticos del régimen del 78 para no poner en cuestión el relato y con ello la pervivencia de los elementos centrales que garantizan el mantenimiento del sistema burgués. Escenificando la condena formal y por supuesto “unánime” del parlamento a la esclavitud y la trata de africanos, en 2009 se presentaron para su debate en el Congreso de Diputados dos propuestas del PP y el PSOE de Proposición no de Ley “Sobre memoria de la esclavitud, reconocimiento y apoyo a la comunidad negra africana y de afro descendientes en España”. En ninguna de ellas reconocían la responsabilidad española en la trata y el trabajo esclavo, ni se aludía a una reparación simbólica. El 26 de febrero de 2010 se recogía en el Boletín oficial de las Cortes, el texto finalmente aprobado. En el mismo, aparte de la condena genérica del esclavismo, nada quedó sobre retirar los nombres en las calles y otros homenajes a personas “ilustres” que hubieran tenido relación con la trata y la esclavitud. La explicación que dio el portavoz del PP a la enmienda -aprobada por supuesto con el respaldo del PSOE- por la que se suprimía la petición del cambio de nombres de las calles, era que eliminar esos nombres podría generar situaciones complicadas e incómodas que es lo que ninguno queremos que se produzca.
Sus señorías -y más aún los oligarcas del capital cuyos intereses defienden- conocen de primera mano que el capitalismo español, entre otras raíces, hunde una vigorosa y profunda, en el sangriento sustrato de la esclavitud americana. Más aún, son plenamente conscientes que el rastro de los capitales negreros, igual que el más reciente de quienes incrementaron sus fortunas previas o directamente se hicieron ricos con el franquismo. Como textos de referencia para conocer en detalle las viejas y nuevas fortunas bajo Franco: Ricos por la Guerra de España, Los Ricos de Franco y La Familia Franco S.A, todos ellos del periodista y escritor alicantino Mariano Sánchez Soler.
Este rastro nos conduce hasta hoy, donde el mismo viejo entramado de poder adaptado al siglo XXI y los mismos apellidos y títulos nobiliarios de ayer, siguen siendo parte integral de la casta dominante.
Aun siendo numerosos los estudios y textos que diferentes especialistas han dedicado a tratar de forma más o menos acertada lo que supuso la trata y el esclavismo en Cuba, son los dos libros ya citados de José Antonio Piqueras, los primeros que de manera detallada y valiente, además de llamar a las cosas por su nombre, establecen el hilo conductor que vincula la historia de ayer con la situación actual. Dice Piqueras en su introducción a su libro Negreros: españoles en el tráfico y en los capitales esclavistas:
“Una parte del mundo que crearon los negreros desapareció con ellos, otra porción puede ser identificada sin dificultad en la posición y fortuna transmitida por generaciones, reconocible en las élites económicas, políticas y aristocráticas que 200 años después de haberse suprimido la trata legal, 135 años más tarde de ser suprimida la esclavitud en Cuba, se mantienen activas. En algunos pasajes, a modo de un almanaque de Gotha, las páginas que siguen enlazan el pasado oculto con nombres actuales de la alta sociedad, las finanzas, la política y la vida pública. Es su historia no contada. Si se trae aquí esa relación es con la finalidad de dar visibilidad a un pasado español negado o minimizado”.[3]
El indeleble vínculo que en su libro describe Piqueras, entre los negreros de ayer y sus poderosos herederos hoy, es la razón de fondo que explica las “reticencias” parlamentarias a recordar esa verdad histórica.
De hecho, no por casualidad, las situaciones complicadas e incómodas a las que aludía nuestro ínclito parlamentario popular al pedir el voto a su enmienda, fueron perfectamente entendidas y asumidas por la bancada socialista y por la de los distintos grupos de la derecha nacionalista.
Se trataba de otro ejemplo más, del mismo pacto de hierro, que desde 1977, tras casi 50 años de “democracia”, sigue garantizando la total impunidad de los torturadores y asesinos franquistas. Mantiene como intocable el Punto y Final, impuesto en la Ley de Amnistía, que imposibilita la admisión a trámite de cualquier denuncia o reclamación judicial de las víctimas de la dictadura contra los jueces, policías o militares partícipes directos de la represión fascista.
La historia que ayer fue tragedia, continúa como una cruel farsa
El texto de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Marx lo inicia diciendo:
“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.
“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”.
El alumbramiento del capitalismo español, coincidió con el canto del cisne del dominio colonial directo en América. El nuevo régimen se había ido gestando en la etapa final del largo proceso de lenta decadencia que se venía dando en el Estado español desde el siglo XVII. Del antiguo peso del país en la escena internacional sólo quedaba una tenue sombra, y frente a las grandes potencias del Siglo XIX España jugaba un papel insignificante y totalmente subordinado.
En este contexto histórico, los capitales obtenidos por los “Negreros” en Cuba y Puerto Rico, extrayendo hasta la última onza de oro del sudor y la sangre de cientos de miles de esclavos, fueron los fórceps necesarios para traer al mundo la nueva criatura que desde su nacimiento vino lastrada por la carga hereditaria de sus progenitores.
El proceso de simbiosis entre los nuevos capitales y los preexistentes, empieza uniendo a familias de hacendados y traficantes y, rápidamente, las uniones comerciales y conyugales se trasladan a la península donde los capitales negreros se orientan a todas las ramas productivas: compra de tierras, navieras y especialmente a las nuevas industrias y al sector financiero.
Mantener cueste lo que cueste el río de oro que llega desde las Antillas, rápidamente se convierte en el objetivo prioritario del Estado burgués y de toda su estructura política y militar (Monarquía, gobierno, ejército, Iglesia). De hecho, la parte del león del aluvión de dinero que financia el aparato estatal fluye desde las colonias antillanas, empezando por el ejército que en ese momento absorbía 1/3 del presupuesto total, legalmente a través de la carga fiscal y más importante aún de manera extraoficial mediante los sobornos o directamente con una participación en los negocios.
Sobre cómo se fue desarrollando todo el entramado de poder dice Piqueras:
“A partir de 1823 la complicidad de las autoridades españolas en Cuba y Puerto Rico con la esclavitud era tan estrecha, que se convirtieron en sus mayores y más útiles protectores. El general Miguel Tacón, gobernador de Cuba entre 1834-1838, militar que hizo y perdió las guerras continentales, de independencia e hispano americana, llegó a la conclusión de que la trata no era sólo un elemento sobre el que se sostenía la plantación y, en consecuencia, el comercio y los ingresos fiscales españoles; sino que creaba las condiciones apropiadas para disuadir a los criollos más audaces de la inconveniencia de un movimiento de rebeldía contra España.
“La trata creaba una masa importante de esclavos, un desequilibrio demográfico de tal magnitud, que los criollos blancos tenían motivos para temer una situación en la que no fuera posible, al ejército y a los peninsulares, contener a los esclavos si tenían que emplearse contra los insurrectos cubanos, dando lugar a que se reprodujeran las escenas de Haití, con una guerra racial pintada con los colores más tenebrosos. Leopoldo O’Donnell ratificó esa misma visión en la década siguiente”.
Desde la opuesta perspectiva del campo rebelde: “Les daba la razón el reformista y expatriado José Manuel Mestre cuando escribe desde New York al plantador criollo Cristóbal Madén el 12-12-1871: Nada puede haber más favorable para la causa de la revolución cubana que la abolición de la esclavitud. En ésta -la esclavitud- estriba todo el poder español en sus colonias antillanas y comprendiéndolo así los peninsulares residentes en Cuba se oponen y opondrán con todas sus fuerzas a todo cambio en la nefasta institución».
Continuar la tradición, de intentar conquistar y mantenerse en la cúspide del poder a cualquier precio, marca como un sello grabado a fuego a los Borbones, desde su acceso al trono español. En el momento mismo en que se implantan las primeras grandes haciendas esclavistas, la Corona se convierte en garante y por supuesto directo partícipe del negocio. Tras ella se agolpa el resto de los estamentos del Estado. Empezando por los ministros y presidentes de los gobiernos peninsulares, los capitanes generales y gobernadores coloniales, el ejército, la judicatura, la Iglesia y una multitud de políticos, intelectuales y periodistas…, todos ellos bien pagados con el oro negrero para defender hasta sus últimas consecuencias el status quo.
El tinglado del poder se estructura de arriba abajo, como los engranajes de una máquina bien engrasada. Las enormes tasas de plusvalía que se arrancan de la explotación inmisericorde de los esclavos, se comparte entre Negreros y Hacendados. Éstos, una parte la re invierten en la Isla y en la península, generando nuevos negocios y beneficios, y el resto se destina al pago de las tasas fiscales y sobre todo a lubricar todo el mecanismo “extraoficial”. En una perfecta simbiosis, el enorme caudal de dinero sucio se distribuye de forma piramidal. Empezando desde el Rey y respetando escrupulosamente el escalafón, todos reciben su parte.
Las autoridades en las Colonias y la Metrópolis, mientras que oficialmente suscriben y acatan todos los tratados internacionales que prohíben y castigan La Trata y, más tarde, el trabajo esclavo, no sólo lo permiten, sino que lo respaldan e impulsan abiertamente. Entre 1820 y 1867 se estima que entre 350 y 500 barcos dedicados al tráfico con destino a Cuba y Puerto Rico, fueron apresados sobre todo por barcos ingleses, en bastantes casos se confiscaba el barco y también la carga, pero no hubo ni una sola condena penal, ni a las tripulaciones, ni por supuesto a quienes financiaban y dirigían el tráfico.
Con muy pocas excepciones, los Capitanes Generales que dirigían el gobierno cubano abandonaban la isla con los bolsillos repletos.
La norma reflejada -en múltiples informes sobre el tráfico esclavista- la ejemplifica Piqueras con los datos de un informe de 1844:
“El informe estaba en condiciones de precisar que el desembarco de cada uno de los “esclavos frescos”, iba acompañado del desembolso de 27,50 pesos, repartidos de la siguiente forma: 16 iban al gobernador, 4 al oficial superior de la fuerza naval,7 al recaudador de aduanas y 0,50 pesos a los guardias que les custodiaban. En un sólo barco el capitán general podía recaudar 6.400 pesos”.
El ya citado general Miguel Tacón y Rosique, tras ejercer durante 5 años como gobernador de la Isla, abandona Cuba con una fortuna estimada en 400.000 pesos – o el equivalente hoy a 31.720.500€-
Otro ejemplo vivo de las bases materiales que sustentaban los intereses Negreros, lo encarna el destacado militar y político español, Leopoldo O’Donnell -Conde de Lucena y Duque de Tetuán, varias veces ministro y durante 6 años presidente del Gobierno español-. Entre 1843 y 1848 ejerce como Capitán General y Gobernador de Cuba. En su mandato, según fuentes del entonces cónsul británico en la Habana, en algunos desembarcos el pago al gobernador por “pieza”-como denominaban también los negreros a cada africano desembarcado-, subía hasta los 51 pesos. En sólo 6 años O’Donnell abandona la isla con un capital estimado en 500.000 pesos-35.245.000€ de hoy-.
La familia real, haciendo gala del papel decisivo de la corona y en fiel correspondencia con la grave responsabilidad que implicaba su posición a la cabeza de la Nación, son de los primeros en participar del Negocio. Empezando con el más lucrativo de la Trata, la regente María Cristina de Borbón se asocia con uno de los mayores negreros -el político y traficante Julián Zulueta- y junto a su segundo esposo Fernando Muñoz, no hay negocio lucrativo que no aborden.
La trama de control oligárquico, como la Hidra de Lerna extiende sus cabezas tentaculares por todos los estamentos sociales. Periódicos, diputados, ministros, jueces, obispos forman parte o están en nómina de su entramado. Es vox populi -como refleja Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales– el descarado dominio que ejercen sobre los mecanismos decisivos del poder.
Mientras, en la España real crece el clamor popular que denuncia el contraste entre la miseria de la mayoría laboriosa y la ostentosa riqueza de la élite, personificada en el bochornoso espectáculo de corrupción sin límite de la Casa Real.
También en Cuba crece el descontento, sobre todo entre sectores criollos del oriente cubano, que decepcionados por la negativa de la metrópoli de conceder una amplia autonomía a la isla, empiezan a defender la idea de la independencia, en frontal oposición a los intereses de los grandes hacendados habaneros y de la provincia de Matanzas en el Occidente isleño, que conforman el núcleo duro del llamado partido peninsular.
La expulsión de la corrupta Isabel II, inaugura el sexenio revolucionario (1868-1873) en la península y también detona el inicio de la 1ª guerra cubana de 1868-1878.
La expulsión de la corrupta Isabel II, inaugura el sexenio revolucionario en la península y también detona el inicio de la 1ª guerra cubana de 1868-1878 / Dominio público
El movimiento revolucionario a favor de la República federal, huérfano de una dirección consecuente, se dispersa en multitud de luchas locales descoordinadas- movimiento cantonal- y en pocos meses los monárquicos encabezados por Cánovas del Castillo retoman el control y traen de vuelta a los Borbones. El fracaso republicano, que inicialmente parece estabilizar al régimen, en realidad supone la ruptura definitiva con los sectores reformadores cubanos, y a pesar de la derrota inicial de los insurgentes en la denominada Gran Guerra, realmente marca el destino de Cuba y de los restos del Imperio Colonial.
En 1895 los revolucionarios cubanos inician la que José Martí definió como la Guerra Necesaria durante 4 años de lucha encarnizada, los 270.000 efectivos de las tropas españolas y de cubanos pro peninsulares, se enfrentan a 54.000 guerrilleros insurrectos. Transcurridos tres años desde su inicio, la entrada en la Guerra de los EE.UU, que en pro de sus propios intereses imperialistas se enfrenta a España apoyando a los insurrectos, en pocos meses cambia el curso bélico del conflicto. El 3 de julio los 17.000 efectivos del cuerpo expedicionario norteamericano desembarcados en el sudoeste de la Isla, cercan por tierra Santiago de Cuba. La flota española que desde hacía un mes se encontraba bloqueada en la Bahía Santiaguina, se tiene que hacer a la mar y, enfrentada a la flota norteamericana, es totalmente destruida. La derrota es inapelable, el decrépito imperialismo hispano cede el paso a la entonces ascendente potencia de las barras y estrellas.
El imperio colonial hispano acabó, igual que cuando inició su andadura, con la marca indeleble del oro y la sangre. En una orgía de muerte y destrucción, además de los más de 80.000 beligerantes muertos, entre 200.000 y 400.000 civiles murieron hacinados en los Campos de Reconcentración impuestos por el ejército colonial.
La crisis de 1898 certificó de manera abierta, la realidad de un capitalismo débil, totalmente irrelevante en la permanente lucha imperialista por la hegemonía mundial. España comienza el Siglo XX como una de los países más pobres de Europa. Dirigido por una burguesía rapaz y parasitaria incapaz de modernizar y hacer avanzar al país. Para mantener su control y dominio, -frente a una joven y combativa clase obrera-, en cada una de las crisis que rompen o ponen en riesgo de manera decisiva su control político y que como puntos de inflexión jalonan el nuevo siglo, su respuesta es el recurso a la represión abierta y como último eslabón al Ejército.
La alargada sombra del pasado y la lucha por el futuro
Dice el refrán popular que aquellos polvos nos trajeron estos lodos. En los últimos 50 años de “democracia” – producto del descarrilamiento por su dirección del magnífico movimiento de lucha huelguística y política de la clase obrera contra la Dictadura y el dominio del capital- se produce la plena incorporación del ya maduro capitalismo hispano a la rueda del imperialismo europeo y occidental.
El cambio de la correlación de fuerzas entre las clases, que implica el mayoritario peso cuantitativo de los asalariados en el conjunto de la sociedad española y el enorme poder potencial de la clase obrera, impone temporalmente al capital adaptar las formas políticas de su dominio a los procedimientos de la Democracia formal.
Eso sí, desde el mismo momento en que a finales de los 70, ya es imparable “el cambio”, convenientemente camuflados con el ligero barniz del centro y con la imprescindible e impagable ayuda que representa la traición de los máximos líderes del PCE y PSOE. De esta manera, los representantes políticos directos de la burguesía garantizaron el mantenimiento intacto de todos los elementos centrales del Estado, fieles garantes de su poder. La monarquía, el aparato militar y policíaco, la judicatura y una gran parte del viejo aparato político de la dictadura, ungidos con el mágico óleo del Consenso de la modélica “Transición”, renacen como garantes inmaculados del nuevo orden constitucional.
Es el viejo método, de cambiar lo secundario para que lo decisivo siga igual. Requiere, y más cuando el tinglado es relativamente reciente y reiterativo, de una alta dosis de Amnesia inducida y a ser posible permanente, que oculte la verdad.
Su problema es, que la verdad histórica no puede ocultarse a todo el mundo ni durante todo el tiempo. Hay un hilo rojo conductor que recorre la historia del capitalismo español, desde la acumulación colonial y esclavista primitiva hasta llegar al dominio monopolista de los oligarcas del Ibex 35 y la política imperialista española de hoy. Aparece, negro sobre blanco, en toda la nomenclatura de apellidos y títulos nobiliarios que hoy, igual que hace generaciones, sigue figurando en sus filas y que de manera exhaustiva detalla José Antonio Piqueras en su libro Negreros.
El vínculo que mejor refleja el papel del imperialismo español en el pasado y en el presente, salta a la luz analizando la evolución de la oligarquía financiera hispana.
Analizando el árbol genealógico de la enorme concentración del sector bancario, que través de un imparable proceso de absorciones y fusiones, conduce a la formación del BSCH (Banco de Santander) y el BBVA. Uno comprueba, con la excepción de Argentaria, que todas las entidades financieras que los integran (Santander, Central, Hispano Americano, Bilbao y Vizcaya) nacen vinculados a los grandes capitales negreros y al comercio con las colonias.
El dominio colonial directo, mediante la trata y las plantaciones esclavistas generaron la plusvalía, que se aportó como capital para fundar los principales bancos españoles. Hoy en el siglo XXI en la época del moderno dominio imperialista, y en una nueva vuelta de tuerca de la historia, a través de la exportación de capital y del comercio desigual, esos mismos bancos siguen obteniendo una parte decisiva de sus escandalosos beneficios en America Latina y lo mismo sucede con Telefónica, Repsol y otros grupos monopolistas.
En 2023, de los 8019 millones de euros del resultado atribuido al BBVA, 5.953 el 74% procedían de América Latina. En el mismo ejercicio, el BSCH, del total de 11.076 millones de beneficio neto, 4.592 (el 44%) tienen el mismo origen. Mantener los súper beneficios extraídos del pueblo latinoamericano, ese y no otro es el contenido real que se esconde tras el señuelo de la “Hispanidad”.
Hace años que está agotado el período prolongado, durante el que, con este o aquel traspiés, la casta dominante pudo mantener todo el entramado de su poder: en el terreno político a través de la alternancia entre las derechas e izquierdas oficiales, y en el de la lucha huelguística a través del Pacto Social con las direcciones sindicales mayoritarias de UGT y CC.OO. Golpeados por la crisis de un sistema que no tiene nada que ofrecernos, salvo un futuro de guerra, destrucción medioambiental y miseria creciente, cada día que pasa la radicalización crece y son millones los que sienten la necesidad imperiosa de acabar con el capitalismo. La idea del comunismo se abre camino en la mente y los corazones de miles de jóvenes y proletarios en todo el mundo.
Lo que se necesita con urgencia, es que cada camarada que se sienta comunista, comprenda que de nada sirve quedarse aislado. Desde la OCR os decimos que deis un paso adelante, vuestro puesto está con nosotros, ven a engrosar las filas de la sección de la ICR en el Estado español. Y afrontemos juntos la tarea de organizar y formar a los cuadros revolucionarios, que armados con las ideas científicas del marxismo y fusionados con nuestra clase, podamos derrocar a la burguesía y a su Estado, tomar el poder y construir un mundo nuevo socialista, en el que por primera vez en la historia la Humanidad accederá plenamente al reino de la Libertad.
[1] Texto de referencia para conocer en detalle el desarrollo de la revolución haitiana de 1791, “Los jacobinos negros -Toussaint LÖuverture y la Revolución de Haití, de CLR James
[2] Su hijo Eusebi, 2º conde de Güell, promotor de alguno de sus trabajos más conocidos, entre otros el Parque y la Colonia a los que da nombre, que incluyen la capilla que a Gaudí le sirvió como ensayo para su emblemática obra de la Sagrada Familia.
[3] Añade Piqueras, curándose en salud, para evitar posibles demandas judiciales: “No es nuestra pretensión atribuir la posición de la que gozan en la actualidad a los orígenes que afloran en los archivos, en la misma medida que sería inadecuado sostener que las ventajas adquiridas en el pasado son ajenas por completo a tal posición, o que la acumulación de capital proporcionado por la trata o la propiedad sobre personas esclavas fue indiferente en el proceso de enriquecimiento -en alguna de sus fases- de educación y de acumulación de capital social que los ha situado en la cadena de reproducción de las élites”.
Tras eludir a las autoridades durante cinco días, el asesino de Brian Thompson fue finalmente capturado en un McDonald’s de Altoona, Pensilvania.Apodado «El Ajustador» en las redes sociales, Luigi Mangione ha sido recibido como un héroe popular moderno.Lo que sigue es unaactualización y un complemento de nuestro artículo original, escrito antes de su captura.
La policía captura a Luigi Mangione, presunto asesino del Director Ejecutivo
El asesinato selectivo del director ejecutivo de UnitedHealthcare por Luigi Mangione hizo aflorar de forma explosiva el odio de clase profundamente arraigado que sienten millones de personas. Las imágenes de las cámaras de seguridad del tiroteo y del tirador inundaron las redes sociales, y la inmensa mayoría lo alabó como héroe y defensor de los oprimidos. Lejos de ser una cuestión de izquierdas y derechas, la indignación por el sistema sanitario con ánimo de lucro del país desbordó la copa de todo el espectro político, un ejemplo clásico de accidente que expresa una necesidad más profunda.
Descendiente de una acaudalada familia de Maryland, Mangione es ingeniero de datos con estudios en la Ivy League. Fue el mejor alumno de su promoción. En sus redes sociales hay fotos de viajes que parecen sacadas de un anuncio de revista. Según cuentan, era «supernormal» y un «amigo excepcionalmente amable y compasivo». Trabajó en videojuegos y vivió durante un tiempo en una comunidad de surfistas en Hawai. Según un antiguo compañero de clase: «No creo que sea un loco. Espero que haya un juicio público y que tenga la oportunidad de explicar cómo ocurrió todo esto ante un tribunal.»
En apariencia, Mangione lo tenía todo a su favor. Sin embargo, la crisis del capitalismo y la miseria que inflige a la humanidad le afectaron profundamente. Aquejado él mismo de un dolor de espalda extremo, no podía apartar la vista del mundo a pesar de su relativo «privilegio», y sentía un impulso inexorable de «hacer algo». Lo que acabó haciendo fue como arrojar una roca a un estanque, y los efectos dominó serán de gran alcance.
En el lugar del tiroteo se encontraron casquillos grabados con las palabras «deny», «defend» y «depose» [denegar, defenderse, deponer]. Según la policía, una nota manuscrita que llevaba cuando fue detenido expresaba «rencor hacia las empresas estadounidenses». Aunque aún no se ha hecho público el texto íntegro, supuestamente incluye las siguientes frases: «Estos parásitos se lo merecían… Pido disculpas por cualquier conflicto y trauma, pero tenía que hacerse». Los detectives de Internet también han encontrado una reseña positiva del manifiesto del Unabomber, escrita por Mangione. En resumen, no cabe duda de la motivación política de este acto.
Mangione sabía que le atraparían, pero siguió adelante con su plan. Su compromiso y audacia son incuestionables. Pero debemos preguntarnos: ¿pueden estas acciones contribuir significativamente al derrocamiento del capitalismo? ¿Una ola de asesinatos por motivos políticos nos acercaría más a la revolución socialista? ¿O los directores generales como Thompson simplemente serían sustituidos por otros igualmente comprometidos con la continuación del sistema, mientras el Estado lo utiliza como justificación para intensificar su aparato represivo?
Como comunistas revolucionarios, nosotros también nos oponemos al capitalismo con cada fibra de nuestro ser. Sin embargo, los métodos que elijamos para alcanzar nuestros objetivos no son una cuestión secundaria. No es una cuestión de moral abstracta, sino de eficacia. Como siempre, la experiencia del Partido Bolchevique es muy instructiva. En sus primeros años, el partido se forjó en una lucha política contra la tendencia pequeñoburguesa de los narodnik, que propugnaba el terrorismo individual en la lucha contra la autocracia zarista.
Comentando un asesinato político llevado a cabo por Friedrich Adler en Austria durante la Primera Guerra Mundial, Lenin se refirió a esas batallas ideológicas anteriores y aclaró la posición comunista:
En cuanto a la apreciación política del acto nosotros mantenemos, desde luego, nuestro antiguo criterio, confirmado por décadas de experiencia, de que los atentados terroristas individuales son métodos inadecuados de lucha política…
No nos oponemos en absoluto al homicidio político (en este sentido, son sencillamente repugnantes los escritos serviles de los oportunistas de “Vorwarts” y del “Arbeiter zeitung” de Viena), pero como táctica revolucionaria los atentados individuales son inadecuados y perjudiciales. Sólo el movimiento de masas puede ser considerado como genuina lucha política. Sólo en vinculación directa, inmediata con el movimiento de masas, pueden y deben surtir algún provecho también los actos terroristas individuales. En Rusia los terroristas (contra los cuales siempre hemos luchado) llevaron a cabo una serie de atentados individuales; pero en diciembre de 1905, cuando las cosas adquirieron al fin el carácter de un movimiento de masas, de una insurrección -cuando era necesario ayudar a las masas· a emplear la violencia-, entonces, en ese preciso momento, los “terroristas” brillaron por su ausencia. En ello consiste el error de los terroristas.
Adler habría sido mucho más útil al movimiento revolucionario si se hubiese dedicado sistemáticamente a la propaganda y agitación clandestina…lo que se requiere no es terrorismo, sino una labor sistemática, persistente y abnegada de propaganda y agitación revolucionarias, manifestaciones, etc., etc., contra el partido lacayo, oportunista, contra los imperialistas, contra los gobiernos propios y contra la guerra.
Dado el vacío en la izquierda y la ausencia de alternativas de lucha de clases, no es sorprendente que individuos como Luigi Mangione y Aaron Bushnell no vieran otra alternativa que tomar las cosas en sus propias manos. Si no construimos un partido que pueda organizar a los jóvenes impulsados a cambiar el mundo, acabarán fuera de la lucha de clases, asfixiados o asesinados por los cuerpos de hombres armados del Estado. Otros seguirán condenados y apáticos, y eso es igualmente inaceptable. Sólo podemos evitarlo haciendo que los Comunistas Revolucionarios sean un nombre conocido. ¡Únete al RCA y ayuda a construir tu partido!
EE.UU.: El odio de clase y el asesinato del Director Ejecutivo de UnitedHealthcare
El miércoles por la mañana, los estadounidenses se despertaron con la noticia de que el director ejecutivo de UnitedHealthcare, una empresa de seguros de salud, Brian Thompson, había sido asesinado a tiros en un atentado selectivo frente a un hotel de Manhattan. Los capitalistas del país y sus representantes derramaron lágrimas colectivas por la muerte de uno de los suyos. Uno de los primeros en reaccionar fue el gobernador de Minnesota, Tim Walz, compañero de fórmula de Kamala Harris en las últimas elecciones, que describió la muerte de Thompson como «una terrible pérdida para la comunidad empresarial y sanitaria.»
Millones de trabajadores de todo el país no comparten ese sentimiento. El seguro médico es una de las industrias más odiadas del país, ya que ha afectado negativamente a las vidas de casi todos los trabajadores en forma de aumento de las primas, denegaciones de cobertura y mucho más. Los gastos médicos son la principal causa de quiebra en Estados Unidos, con un 41% de la población endeudada por facturas médicas y tres millones de estadounidenses con deudas de 10.000 dólares o más. Todo ello a pesar de que el 90% de los estadounidenses tiene cobertura de seguro médico.
UnitedHealthcare está entre los más culpables, a la cabeza de las denegaciones de asistencia, con un 32% de todos los reclamos denegados. Para colmo de males, la empresa ha empezado recientemente a utilizar algoritmos de IA para procesar las reclamaciones de asistencia sanitaria, que, según se informa, tienen una tasa de error del 90%. ¿Cuál es el resultado? Millones de personas reciben facturas por tratamientos que deberían haber sido cubiertos, incluso según las propias normas de la compañía, pero encuentran poca solución sin tener que luchar a través del laberinto burocrático de la compañía o llevarlo a los tribunales. Millones de estadounidenses se enfrentan sistemáticamente a la disyuntiva de contraer deudas agobiantes o poner en peligro su salud y aceptar los riesgos que conlleva no recibir la atención que necesitan.
Al mismo tiempo, UnitedHealthcare ha sacado provecho de la muerte y la miseria que sustentan su modelo de negocio. En 2023, los ingresos de la empresa aumentaron un 14,6%, o 47.500 millones de dólares, hasta 371.600 millones de dólares. Según Forbes, «UnitedHealth Group registró 22.000 millones de dólares de beneficios en 2023, incluidos 5.500 millones en el cuarto trimestre, ya que su cartera de seguros de salud y servicios de proveedores creció en porcentajes de dos dígitos.» Por algo es la cuarta empresa más valiosa del país, solo superada por gigantes como Walmart, Amazon y Apple.
Así que no necesitamos especular mucho sobre los motivos del asesino de Thompson. Al parecer, tres casquillos encontrados en el lugar de los hechos tenían escritas las palabras «deny», «defend», «depose», [denegar, defenderse, deponer] presumiblemente una referencia a la pesadilla laberíntica que empresas como United presentan a sus «clientes» en algunos de sus momentos más oscuros. Para un hombre con un patrimonio neto estimado en 43 millones de dólares y un salario de unos 10 millones al año, «pesar», «conmoción» y «horror» no son palabras que estén en la mente de muchos trabajadores estadounidenses. En cambio, es probable que sea la primera vez en mucho tiempo que muchos tienen la sensación de que se ha hecho justicia. Después de todo, no se nos pide que derramemos lágrimas cuando matan a los jefes de la mafia: es sólo uno de los riesgos que se asumen cuando se está en el negocio de jugar con las vidas de las personas.
El odio de clase es palpable en las secciones de comentarios de los miles de artículos y vídeos que han aparecido en los últimos días. Una pequeña muestra de estos comentarios la ofrece el New York Times:
«Pensamientos y deducciones para la familia», rezaba un comentario bajo un vídeo del tiroteo publicado en Internet por la CNN. «Por desgracia, mis condolencias están fuera de la cobertura».
En TikTok, un usuario escribió: «Soy enfermera de urgencias y las cosas que he visto negar a pacientes moribundos por parte del seguro me ponen físicamente enferma. Simplemente no puedo sentir simpatía por él por todos esos pacientes y sus familias.”
“Pago 1.300 dólares al mes por un seguro médico con una franquicia de 8.000 dólares (23.000 dólares anuales). Cuando por fin alcancé esa franquicia, denegaron mis solicitudes. Él ganaba un millón de dólares al mes», rezaba un comentario en TikTok.
Otro comentarista escribió: «Esto tiene que ser la nueva norma. COMERSE A LOS RICOS».
«El viaje en ambulancia al hospital probablemente no estará cubierto».
Una mujer expresó su frustración al intentar que UnitedHealthcare cubriera una cama especial para su hijo discapacitado.
Otra usuaria describió su lucha con las facturas y la cobertura después de dar a luz.
«Es muy estresante», dice la usuaria en un vídeo. «Me puse enferma por esto».
La respuesta práctica ha sido contundente mientras la policía de Nueva York adopta un enfoque de «todos a una» para encontrar al asesino. El mensaje que se enviaría si alguien se saliera con la suya en un asesinato de tan alto perfil es extremadamente peligroso. Temiendo que este acto pueda inspirar imitadores, los jefes de seguridad privada de docenas de empresas de Fortune 500 se reunieron a través de Zoom para discutir los peligros a los que se enfrentan ahora los ejecutivos de sus propias empresas.
Como informa WUSA9 News:
Dale Buckner, Presidente y Director General de Global Guardian, explicó que en las cuatro horas siguientes al incidente, la empresa recibió 47 solicitudes de protección de ejecutivos. Al día siguiente, esa cifra había aumentado en más de 20 consultas adicionales, con expectativas de que la demanda siguiera creciendo.
«Están preocupados, por supuesto, como puede imaginarse, porque se trata de un acontecimiento de referencia», afirma Buckner.
«Se ha producido un aumento significativo de la demanda de este tipo de servicios. Ahora tenemos dos guerras calientes, una en Oriente Medio y otra en Europa. En total, hay 56 guerras en curso en todo el mundo. 56. Es la mayor cantidad desde la Segunda Guerra Mundial», dijo Buckner.
«Los consejos de administración se están dando cuenta por fin de que, para proteger de verdad sus activos, la protección de directivos ya no es opcional», dijo Buckner. «En el mundo en que vivimos, se ha convertido en una necesidad».
¿Qué llevaría a alguien a llevar a cabo este asesinato? En muchos sentidos, la pregunta se responde sola. Pero lo que es menos evidente es que este asesinato ha tenido lugar en un periodo en el que los dirigentes de la clase obrera no han dado ninguna orientación significativa para llevar la lucha a la clase dominante. En su lugar, la mayoría de los líderes sindicales se alinearon detrás del Partido Demócrata, el partido que está más obviamente entrelazado con la industria de seguros de salud. Otros, como Sean O’Brien de los Teamsters, apoyaron a los Republicanos y a Trump, legitimando al presidente electo que tiene un historial igualmente horrible en cuestiones laborales y tiene lazos familiares con ejecutivos de seguros de salud.
Las conversaciones sobre «Medicare para todos» durante la campaña de Bernie Sanders en 2016, por limitadas que fueran, han dado paso, primero, a una defensa leal de Biden y Harris, y luego a una patética lamentación por los errores de un partido que, en primer lugar, nunca representó a los trabajadores. En ausencia de una lucha masiva de la clase obrera contra la clase dominante en su conjunto, no es de extrañar que un individuo decida actuar contra una de las figuras más vilipendiadas de la clase capitalista.