El perverso Proyecto Saguaro de licuefacción y exportación de gas natural, del corporativo Mexico Pacific, ha dado mucho de qué hablar desde su génesis hace más de un año. No es para menos, desde que el proyecto empezó a construirse, biólogos marinos de la Universidad Autónoma de Baja California Sur advirtieron que la entrada y salida de buques masivos, a través del Golfo de California, causaría un preocupante daño ambiental: la colisión de buques con las ballenas locales, y la contaminación auditiva nociva para los animales que se comunican a largas distancias.
Recordemos primero qué es el Proyecto Saguaro. Lo que la empresa mexicano-estadounidense está buscando es enviar el gas natural minado en Texas a Sonora a través de un gasoducto masivo (se ha dicho que dentro de este ducto cabrían setenta Estadios Aztecas) por todo el desierto, incluyendo gran parte de la tierra que por derecho ancestral pertenece a varios pueblos indígenas. Para que así dicho gas se licue industrialmente en un complejo en Puerto Libertad que ya está construido.
A través del mismo puerto, los buques masivos se llevarán el gas licuado por el Mar Bermejo y saldrán al Océano Pacífico, con la intención de llegar a las grandes naciones asiáticas como China y Japón. ¿Por qué Mexico Pacific busca abrirse al mercado asiático? La respuesta es que no hay yacimientos importantes de gas natural en el lejano oriente y, en cambio, en Norte América hay en sobreabundancia. Bajo una bandera de pseudo ecología, propia del oportunista capitalismo de nuestros días (llamado en inglés «Greenwashing»), corporaciones como ésta quieren vender la idea de que las naciones industriales deben dejar el petróleo como fuente energética y pasar a utilizar gas natural.
¡Vaya hipocresía de esta narrativa! Quieren ocultarnos que está exportación de gas se hace a la expensa de la vida de miles de ballenas.
Entrevistándonos con un experto en el santuario de ballenas en Puerto Chale, Baja California Sur, nos han comentado que las ballenas adultas, como no tienen depredadores naturales, no tienen el instinto de huir de los barcos, por el contrario, su naturaleza curiosa hace que se acerquen a ellos. Eso no es ningún problema cuando están cerca de lanchas y embarcaciones regulares que no les representan una amenaza. Pero el caso de los buques masivos es otro: será una masacre de los gigantes gentiles. A Mexico Pacific, que supuestamente busca innovar con una energía más limpia, no podría importarle menos el impacto ambiental que esto significa.
Recientemente, se ha hecho oficial que el Grupo Santander, uno de los corporativos bancarios más grandes del mundo (radicado en España) se unirá como inversionista del proyecto. Esto ocurre apenas un mes después de que Claudia Sheinbaum abriese las puertas del Palacio Nacional a Ana Botín, presidenta de Santander, y augurar que «se encuentra en México para anunciar inversiones muy importantes». [1]
Pues bien, ya sabemos cuáles son aquellas inversiones a las que el gobierno de Sheinbaum le parecen «muy importantes»: que una empresa privada y extranjera le venda a China y Japón gas licuado, que se enriquezcan los inversionistas de dicho proyecto, ¿y para el pueblo de México? Nada, sólo la destrucción de la vida en nuestro mar.
Pero la participación de la empresa de Botín en el ecocidio no es algo que debería sorprendernos. Ya antes el Grupo Santander ha financiado privados deforestales en la Amazonía. El año pasado Greenpeace Internacional, Milieudefensie y Harvest publicaron una investigación que arroja que Santander ha prestado 21,300 millones de dólares, e hizo una inversión por valor de 255 millones de dólares a cinco de las seis mayores organizaciones de deforestación en Brasil: Bunge, Cargill, JBS, Marfrig y Sinar Mas. [2]
La indignación por parte de las ONG ambientalistas y activistas individuales no se hizo esperar. Hasta nacieron nuevas organizaciones en defensa de la vida del «Acuario del Mundo», algunas incluso con conciencia de clase. En las redes sociales y en las calles de las ciudades despierta una juventud harta del asesinato descarado de la Tierra y la vida que la habita.
Como comunistas, sabemos que la explotación ambiental indiscriminada y el extractivismo ecocida son síntomas del sistema capitalista que, en su eterna búsqueda del enriquecimiento y la desenfrenada acumulación, planea hacer añicos el planeta. Nos damos cuenta, que a este punto tan degenerado del sistema, ya no es sólo una lucha entre capitalistas y trabajadores; estamos viviendo una encarnizada guerra entre el capital y todas las formas de vida en la Tierra.
Por supuesto, somos nosotros, la clase proletaria internacional, los que debemos hacer algo al respecto; las ballenas del golfo no pueden protestar contra el Proyecto Saguaro, pero nosotros sí podemos alzar la voz para derribarlo y, entendiéndolo como parte de un problema mayor, organizarnos para poner fin al sufrimiento que el capitalismo supone.
Hoy más que nunca nos damos cuenta de que sólo a través de la regulación democrática de un Estado obrero, cuidadosamente guiado por la ciencia, se puede hacer gestión responsable y cuidadosa de los recursos del planeta que sirva para el beneficio de la humanidad, no para que la burguesía llene sus cuentas bancarias. Sólo venciendo a la clase burguesa y su insaciable avaricia, podremos detener los problemas ambientales cada vez más alarmantes. La dictadura del gran capital nacional e imperialista global, esa opresiva forma de Estado que gobierna hoy México, , se permite saquear la naturaleza sin pensar en las consecuencias, sin planear a largo plazo los impactos y, muchas veces, arrojando una moneda al aire apostando a la viabilidad en el mercado, como parece ser este caso. Por eso hoy decimos:
¡No al ecocidio en el Golfo de California!
¡Control obrero y consciente sobre la extracción de recursos naturales!
Un nuevo año en la lucha de clases comienza. La dialéctica materialista nos ha demostrado que no existe tal cosa como un borrón y cuenta nueva en la historia humana. 2025 será la continuación de la política imperialista que invade el mundo, que no le ha dado respiro al pueblo de Gaza y de Medio Oriente y que ha demostrado la colaboración asesina de los Estados burgueses e imperialistas en el reparto del mundo.
El Estado burgués mexicano, junto con todos los demás, pretende continuar la defensa de este sistema actual que nos hunde en la miseria yque, por muchas reformas que tenga para los pobres, al final del día enriquece a la clase dominante a partir de la explotación de nuestra clase. Ante esto, 2025 también debe significar un renovado esfuerzo por combatir a la burguesía, a su Estado y al capitalismo mismo. Es necesario poner el empeño en la construcción del partido revolucionario que organice a nuestra clase en la misión histórica de impedir que la burguesía lleve a la humanidad al suicidio; y esto solo se puede lograr mediante la lucha abierta contra el capitalismo para dar paso a un nuevo orden socialista.
Revolución Comunista, órgano de prensa de la Organización Comunista Revolucionaria, mes con mes ha tenido la tarea de proporcionarle a la clase trabajadora y los sectores de vanguardia a los que tenemos acceso en el país, las principales noticias nacionales e internacionales desde una postura comunista revolucionaria. Nuestro objetivo no es meramente informar, una prensa revolucionaria tiene la obligación de educar políticamente a través de sacar lecciones de las coyunturas actuales e históricas por medio del socialismo científico, ciencia y filosofía marxista que se materializa en la lucha organizada y en nuestro programa político comunista.
La organización revolucionaria y su prensa deben ser órganos vivos, capaces de tener la claridad de qué queremos y cómo lo conseguiremos. Queremos que nuestro periódico muestre la línea política de la OCR, el por qué luchamos y cómo lo hacemos, al igual que el descontento político y social que permita discutir, denunciar, entender nuestra explotación por medio del marxismo y, por ende, la necesidad de la organización. Para ello, es necesario escuchar las voces de estudiantes, trabajadores, mujeres y jóvenes, y que colaboren para que Revolución Comunista sea la tribuna democrática de nuestra clase.
El año pasado abrimos nuestro Buzón obrero y estudiantil, sin embargo, como comunistas profesionales es necesario ser francos al respecto: No hemos tenido el éxito deseado. Es por ello que, a ti lector, a ti militante, te urgimos que hagas de esta prensa, tu prensa. Colaboren, manden las noticias de lucha de clases que acontece en sus centros de trabajo, escuelas, universidades, sindicatos y las calles. Ayúdanos a construir este puente, formemos una correspondencia sana y constante entre el Partido Revolucionario y el movimiento obrero, estudiantil y de la mujer acerca de los acontecimientos más importantes y el estado de ánimo de nuestros compañeros y compañeras.
Insistimos en hacerlo desde un espíritu de colaboración, que no solo sea por el mero interés de publicar noticias dejando a un lado el aspecto político. Vean a Revolución Comunista como el órgano con el que pueden comunicarse sobre las novedades en el frente. El Comité de Redacción les espera para leerles.
El apoyo económico que recibe nuestro periódico sólo se completa cuando recibe un apoyo práctico de manos, oídos y ojos en la lucha de clase; cuando se convierte en un organizador para la difusión y discusión de las ideas del comunismo. Construyamos esta red de colaboradores en todo el país, que, en esencia, sea sólo la probada de un objetivo ulterior: La construcción de la Organización Comunista Revolucionaria a través de células comunistas en todos los rincones del país, que forme a las y los camaradas más comprometidos para dirigir hasta la victoria, de una vez por todas, la destrucción de la dictadura del Capital.
¡Colabora y únete a la lucha por el comunismo! ¡La revolución te necesita!
En el Grupo de Base Nadia Krúpskaya en Yucatán discutimos nuestras perspectivas sobre el imperialismo. La camarada Isa comentó lo siguiente:
El genocidio en Gaza y los ataques brutales a Medio Oriente representan un testimonio vivo de la faceta más cruel del imperialismo. En octubre de 2024 se cumplió un año del ataque de Hamas, que, aunque a simple vista pueda parecer el detonante de una crisis más profunda, es en realidad, el resultado de una crisis que lleva décadas gestándose.
Quienes insisten en hablar de “terrorismo palestino” harían bien en recordar que, en 2018, cuando los palestinos lanzaron un movimiento pacífico de resistencia masiva, la respuesta del Estado israelí fue abrir fuego con municiones reales, asesinando a cientos de manifestantes desarmados, entre ellos 46 menores de edad. Los sucesos derivados del ataque del 7 de octubre no son hechos aislados; más bien, forman parte de un proceso acumulativo de tensiones que ha conducido a una fractura inevitable.
El apoyo a Israel bajo la narrativa “pacifista”, sobre su derecho a existir, es casi universal entre todos los Estados burgueses. Esta postura les cae como anillo al dedo a los políticos e instituciones capitalistas debido al papel fundamental que desempeña Israel en el apoyo a los intereses imperialistas de Estados Unidos, especialmente en el control de los recursos y mercados del Medio Oriente.
A pesar de las incontables resoluciones adoptadas en congresos internacionales, ninguna ha logrado avanzar en la causa de la liberación palestina. La guerra, como explicó Lenin, no emana de la simple mala voluntad de los gobiernos, sino que es una clara expresión de los intereses imperialistas de las clases dominantes. Cada día nos acercamos más a una era de beligerancia y cataclismo, y el creciente financiamiento dirigido al armamento militar por parte de las diversas potencias, deja al descubierto las verdaderas intenciones que ya ni siquiera se esfuerzan por ocultar.
Todas estas maniobras financieras, ejecutadas a plena luz del día, demuestran una vez más que el sistema capitalista no solo carece de interés en proteger al pueblo palestino, sino que, además, no duda en beneficiarse incluso de la guerra y el exterminio.
La lucha por la liberación de Palestina, ha inspirado a millones de trabajadores y jóvenes a alzarse en contra de la maquinaria de guerra imperialista. Nuestro papel como comunistas será elemental para determinar el desenlace de esta crisis, nuestros esfuerzos deberán estar dirigidos en la consolidación de los cuadros más determinados y, sobre todo, de la organización de las masas del proletariado que barran del poder a los capitalistas.
¡Si deseas seguir discutiendo sobre estos temas y organizarte para la lucha contra el imperialismo, únete a tu Grupo de Base más cercano!
Trump está a punto de anunciar su nuevo paquete arancelario en lo que él denominó «día de la libertad». Comentaristas, políticos, diplomáticos y directores ejecutivos se apresuran a averiguar qué es lo que se avecina. Trump, como es habitual, ha hecho esperar a todo el mundo. Pero aunque los detalles no están claros, la dirección del viaje sí lo está.
Trump está preparando una avalancha de anuncios para el 2 de abril. Sus aranceles sobre los automóviles, anunciados el 26 de marzo, ya causaron nerviosismo en los mercados, sobre todo entre las marcas europeas y asiáticas que dependen en gran medida del mercado estadounidense.
Trump parece haber decidido que el 25 por ciento es un buen tipo arancelario. Ahora ha anunciado aranceles de este nivel para México, para Canadá, para el acero, el aluminio y ahora para la industria automovilística. Su objetivo está muy claro: quiere obligar a las empresas a trasladar la producción a Estados Unidos, y no solo el montaje de vehículos, sino el aluminio, la transmisión, los motores, etc. Y no solo para los automóviles, aunque es una parte especialmente importante de la economía mundial, sino para los productos farmacéuticos, etc.
Mientras que México y el Reino Unido han intentado convencer a Trump para que elimine los aranceles, China, la UE, Japón y Canadá se están preparando para responder con la misma moneda, y Trump ha amenazado repetidamente con tomar represalias por su parte, incluso en mitad de la noche del 26 de marzo. Esta es la receta para una guerra comercial. No sería la primera guerra comercial en la que se involucra Trump, por supuesto. Ya se involucró en una con China en su primer mandato, pero esta vez no se enfrenta solo a China, sino al mundo entero.
Lo que sucedió en la década de 1930
Se están estableciendo paralelismos inmediatos con la década de 1930, y hay algunos paralelismos. Tras el crac de 1929, las distintas naciones de Europa y Estados Unidos recurrieron al proteccionismo para intentar exportar la crisis.
Estados Unidos introdujo la Ley Arancelaria Smoot-Hawley en 1930, elevando los aranceles a una media del 20 por ciento. Esto y las contramedidas adoptadas por otras naciones provocaron el colapso de las exportaciones e importaciones estadounidenses. Al igual que ahora, Canadá se vio afectado y tomó represalias. No es casualidad que Trump esté utilizando ahora algunas cláusulas olvidadas de esa ley para imponer esta última ronda de aranceles.
Inicialmente, la ley tuvo el efecto de reactivar la economía estadounidense, pero a medida que la recesión se hizo notar en 1931 tras el colapso del Creditanstalt en Austria, los efectos fueron aún más graves. Tanto las exportaciones como las importaciones estadounidenses cayeron en aproximadamente dos tercios y, en 1932, la producción industrial se había desplomado en un 46 por ciento.
Muchas naciones europeas siguieron su ejemplo. El Reino Unido introdujo la preferencia imperial en 1932, lo que dificultó las exportaciones al Reino Unido desde fuera del Imperio Británico, y otros países, como Francia, fueron aún más lejos en su proteccionismo.
Pero no fueron solo las barreras comerciales formales las que moldearon las nuevas relaciones comerciales. Uno tras otro, los países abandonaron el patrón oro. Es decir, abandonaron el tipo de cambio fijo entre la moneda (libra, dólar, franco, etc.) y el oro.
El abandono del patrón oro supuso un colapso en el valor de la moneda, lo que dio a los países en cuestión una ventaja competitiva sobre sus rivales. Por lo tanto, no es de extrañar que los países que se mantuvieron más tiempo en el patrón oro (Francia, EE. UU.) tuvieran que recurrir a medidas más proteccionistas. Trotsky lo señaló en 1934: «Las desviaciones del patrón oro desgarran la economía mundial con más éxito que los muros arancelarios».
En general, el comercio mundial cayó un 66 %, un golpe devastador para la economía mundial. Esto se reflejó en un colapso de la producción industrial en Alemania del 41 %, en Francia del 24 % y en el Reino Unido del 23 %. Al mismo tiempo, debido al desempleo masivo y al colapso general de la economía, el precio de los productos se desplomó, exacerbando la crisis endémica de sobreproducción.
La crisis, por supuesto, no la causó el proteccionismo, sino que el proteccionismo fue una consecuencia de la crisis, que a su vez la exacerbó masivamente.
La limitación del Estado nación
La razón de esto radica en el propio desarrollo de la economía. Una y otra vez, los marxistas han señalado que a medida que las fuerzas productivas (maquinaria, ciencia, tecnología, educación, etc.) se desarrollan, chocan con los límites del Estado nación. Lenin lo expuso con contundencia en El imperialismo: fase superior del capitalismo, por ejemplo. En ese libro explicó cómo se desarrolló el imperialismo a medida que los monopolios superaron el mercado nacional.
Ahora bien, lo que los políticos, presionados por la crisis, intentaban hacer era intentar retroceder en el tiempo. Hay un claro paralelismo con la actualidad. Trotsky escribió sobre el inútil intento:
«Se pone cabeza abajo la tarea progresiva de cómo adaptar las relaciones económicas y sociales a la nueva tecnología, y se plantea cómo restringir y coartar las fuerzas productivas de manera de hacerlas encajar en los viejos límites nacionales y en las caducas relaciones sociales. En ambas orillas del Atlántico se derrocha no poca energía mental para resolver el fantástico problema de cómo hacer para que el cocodrilo vuelva al huevo de gallina. El ultramoderno nacionalismo económico está irrevocablemente condenado por su propio carácter reaccionario; retrasa y disminuye las fuerzas productivas del hombre». (El nacionalismo y la economía, 1933)
Y ese fue precisamente el efecto de las diversas medidas que adoptaron los gobiernos. Al intentar retroceder en el desarrollo de las fuerzas productivas, al obligarlas a volver a la camisa de fuerza del Estado nación, es decir, el mercado nacional, no lograron reactivar la economía, sino hundirla en la depresión.
Al final, la economía sí se recuperó, tras la destrucción de enormes fuerzas productivas durante la Segunda Guerra Mundial, y con la ayuda de los partidos socialdemócrata y comunista para estabilizar el capitalismo. En Occidente, el imperialismo estadounidense salió de la guerra como potencia completamente dominante, y la economía encontró un nuevo equilibrio.
Estados Unidos persuadió a los imperialismos francés, alemán y británico para que cooperaran en la reconstrucción de Europa tras la guerra. Se creó una nueva institución encargada de abrir los mercados, el GATT, que se convirtió gradualmente en la OMC.
En Europa, se creó la Comunidad del Carbón y del Acero. Trotsky señaló esta necesidad económica ya en 1923:
«En el fondo la guerra plantea la necesidad que tienen las fuerzas productivas de un escenario más amplio de desarrollo, sin ser bloqueadas por murallas arancelarias. Similarmente, en la ocupación del Ruhr tan fatal para Europa y la humanidad, encontramos una expresión distorsionada de la necesidad de unir el carbón del Ruhr con el hierro de Lorena. Europa no puede desarrollarse económicamente en el marco de las fronteras estatales y aduaneras impuestas en Versalles. Europa está obligada a remover sus fronteras, o a enfrentar la amenaza de una decadencia económica total. Pero los métodos adoptados por la burguesía en el poder para superar las fronteras que ella misma creó sólo están acelerando el caos existente y acelerando la desintegración.». (¿Es apropiado el momento para la consigna: los Estados Unidos de Europa?, 1923)
En otras palabras, ya en 1923, Trotsky previó la necesidad económica de esta unidad económica, que precisamente unía las industrias del carbón y el acero de Francia, Alemania Occidental, los Países Bajos y Bélgica. Esto se debía a que en las pequeñas naciones de Europa, las limitaciones que el Estado-nación imponía al desarrollo de la economía eran aún mayores.
Como sabemos, la Comunidad del Carbón y del Acero resultó insuficiente. Con el tiempo, al igual que el GATT, amplió su alcance y se convirtió en la Comunidad Europea y luego en la Unión Europea. En cada paso del camino, el imperialismo estadounidense estuvo presente y apoyó una mayor integración de Europa, porque les convenía en ese momento. La razón por la que hubo que ampliar el alcance limitado inicial de estas organizaciones no es difícil de entender, si se parte del punto de vista de que las fuerzas productivas, a medida que se desarrollan, acaban superando al Estado nación.
Es decir, a medida que los monopolios se desarrollaban en la Unión Europea, en las nuevas industrias emergentes, como la fabricación de automóviles y los productos químicos, tensaban las limitaciones del Estado nación y necesitaban una salida en el mercado europeo. Por lo tanto, necesitaban eliminar una barrera tras otra. Y debido a que la economía, en general, estaba creciendo, era posible una cierta división amistosa de los beneficios. Esto fue así sobre todo porque Estados Unidos, que tenía las industrias más avanzadas y productivas, estaba ahí para seguir impulsando el libre comercio.
La clase capitalista en general se benefició de este nuevo régimen. En particular, era un régimen de relativa estabilidad política y social. Había suficientes beneficios para repartir e incluso se hicieron concesiones significativas a los trabajadores. Y, mientras tanto, la Unión Soviética estaba ahí como una amenaza siempre presente.
Un nuevo repunte de la economía era posible en estas condiciones y bajo este régimen. La productividad del trabajo aumentó masivamente en todos los sentidos. A lo largo de los años cincuenta y sesenta, esto fue acompañado por los correspondientes aumentos salariales en términos reales. Debido al aumento de la productividad, los trabajadores de Occidente pudieron permitirse un nivel de vida como nunca antes habían tenido: casas, coches, televisores, educación, sanidad, pensiones, etc.
Pero todo esto fue precisamente porque las fuerzas productivas pudieron seguir desarrollándose bajo un régimen de mayor especialización, mayor libertad de comercio, etc. La división mundial del trabajo fue esencial para el desarrollo continuo de las fuerzas productivas.
Junto con este desarrollo se produjo naturalmente el desarrollo de monopolios masivos que dominaron el mercado mundial. Las empresas menos productivas, al ser menos eficientes y carecer de la maquinaria más avanzada, quebraron o fueron compradas por sus rivales más grandes. No es el momento de tratar esta cuestión en detalle, pero si nos fijamos en cualquier industria importante, ya sea de materias primas, componentes o productos acabados, hoy en todas están concentradas en unas pocas empresas.
Pero, contrariamente a los sueños de los partidarios del libre mercado, es precisamente la libre competencia la que da origen a estos monopolios.
El proteccionismo hoy en día
Volviendo a la cuestión de hoy, hemos llegado a un mundo mucho más desarrollado y mucho más integrado económicamente que en la época de Trotsky. Desde 1960, la economía mundial ha crecido, en términos reales, aproximadamente ocho veces su tamaño. Sin embargo, el volumen del comercio mundial se ha multiplicado por veinte y, en términos de valor, aún más.
Cuando Estados Unidos se embarcó en su racha proteccionista en 1930, la relación entre el comercio y el PIB era de alrededor del 9 por ciento, ahora es más del 25 por ciento. Y para la industria manufacturera es aún más decisivo. El valor de la producción manufacturera de Estados Unidos es de 2,3 billones de dólares, pero el valor de las exportaciones manufactureras de Estados Unidos es de 1,6 billones de dólares. Eso no significa que el 70 % de los productos manufacturados se produzcan para la exportación (los componentes pueden cruzar la frontera varias veces antes de terminar en el producto final), pero muestra el grado de integración de la manufactura con el mercado mundial.
Así pues, cuando Estados Unidos y el resto del mundo se embarcan ahora en otra borrachera proteccionista, lo hacen desde un punto de partida muy diferente. Si se quisiera, como dijo Trotsky, «hacer retroceder al cocodrilo hasta el huevo de gallina», eso supondría una tremenda destrucción de las fuerzas productivas y una miseria incalculable.
Los economistas burgueses son muy conscientes de este hecho, por lo que han declarado «nunca más» al proteccionismo. Pero como tantos «nunca más» económicos, como la impresión de dinero, ha tenido que dar paso al desarrollo real de los antagonismos internacionales y de clase.
Trump no inventó el proteccionismo. En la actualidad, existen 4650 restricciones a la importación entre los países del G20, según Global Trade Alert, lo que supone diez veces más que en 2008. Estados Unidos está intentando cortar las alas a la economía china, algo que lleva intentando hacer desde 2018. Hay aranceles de EE. UU. y la UE contra China para los vehículos eléctricos. Está la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) de Biden, varios intentos de subvencionar la producción nacional de chips, etc. Todo esto precedió al segundo mandato de Trump. Esta ya era la dirección de la hoja de ruta antes de que él volviera a la escena. Mientras que durante todo un período histórico, el comercio mundial creció más rápido que la economía mundial, este ya no es el caso.
La guerra comercial de Trump es sin duda una aceleración en esta dirección. Nadie sabe hasta dónde llegará esta guerra, pero la agencia Fitch Ratings especula que el tipo arancelario medio de EE. UU. podría alcanzar el 18 %, frente al 8 % actual, lo que supondría el nivel más alto desde 1934.
Los planes de Trump plantean dificultades particulares para la economía mundial, cuya lógica no es solo imponer aranceles al producto final (como los automóviles), sino a todos los componentes de los automóviles. Esto plantea la posibilidad de que no solo se aplique un arancel único del 25 %, sino que haya que pagarlo varias veces, en distintas etapas del proceso de producción.
«Cada vez que una pieza cruza una frontera, se le aplicará un impuesto», dijo. Un ejemplo que dio Abuelsamid es el de un fabricante de automóviles que no quiso nombrar y que le dijo que obtiene los materiales para fabricar arneses de cables de Japón. Esos materiales van a México para convertirse en el arnés de cables, luego esos arneses se envían a Texas para ser conectados a un airbag. Luego se envían de vuelta a la planta del fabricante de automóviles en México para ser instalados en un asiento de coche. Luego, el vehículo se envía de vuelta a Estados Unidos».
Cuando la industria automovilística estima que podría terminar añadiendo entre 4.000 y 12.000 dólares al precio del coche, se refiere a esto. Este arnés aquí se grava efectivamente dos veces. Esto también significará que los exportadores estadounidenses perderán aún más capacidad para competir en el mercado mundial, ya que tendrán que gravar sus componentes varias veces antes de exportarlos.
Lo que hace este arancel general, y esto es probablemente bastante deliberado desde el punto de vista de Trump, es deshacer las cadenas de suministro globales. Pero esto es extremadamente costoso. BMW, por ejemplo, tiene tres plantas principales en Europa que producen motores, cada una de ellas especializada en motores particulares para modelos particulares de automóviles. Construir otra fábrica para producir motores solo para el mercado estadounidense sería extremadamente costoso. Lo mismo ocurre con cualquier otra pieza del automóvil que no se produzca ya en EE. UU. Cualquier contramedida de la UE, China y Japón que afecte a los componentes producidos en EE. UU. empeorará inevitablemente la situación.
Una posición proletaria
¿Cuáles son entonces los intereses de la clase trabajadora en todo esto? El dirigente del sindicato estadounidense de trabajadores del automóvil UAW, Shawn Fain, ha elogiado a Trump «por dar un paso adelante para poner fin al desastre del libre comercio que ha devastado a las comunidades de clase trabajadora durante décadas».
Sin duda, tiene razón. El desmantelamiento de la base industrial de Michigan ha tenido un efecto devastador en toda la región. Pero no es posible volver a meter al genio en la lámpara, y el intento de Trump de hacerlo tendrá consecuencias devastadoras.
Tampoco podemos defender la política de libre comercio, precisamente porque nos ha llevado a este punto en primer lugar. La política de libre comercio es la política de cerrar fábricas, devastar comunidades, todo con la promesa de que a la larga todo será para mejor.
Los socialdemócratas alemanes, en vísperas de la victoria de Hitler, propusieron precisamente una política tan demencial. Dejemos que la crisis se extienda por la clase trabajadora; al final todo será para mejor. Solo que el camino hacia el equilibrio económico pasó por el fascismo y la guerra mundial. Hoy en día, eso no está en las cartas en el futuro inmediato, pero la miseria que trae el capitalismo de libre comercio está ahí para que todos la vean.
Trotsky señala precisamente cómo el fin del libre comercio está vinculado a la crisis misma:
«La libertad de comercio, como la libertad de competencia, como la prosperidad de la clase media, pertenecen irrevocablemente al pasado. Conducirnos al pasado es ahora la única medicina de los reformadores democráticos del capitalismo».
Los que discuten en ambos bandos —los partidarios del libre comercio y los proteccionistas— quieren restaurar la sociedad a su estado anterior a la crisis, pero ninguno tiene la capacidad de hacerlo. Ni el restablecimiento de la libertad de comercio ni la creación de nuevas barreras arancelarias resolverán la crisis.
La verdad es que son precisamente el desarrollo de las fuerzas productivas y el mercado mundial los que han hecho posible el capitalismo nacional y han creado la crisis económica más extensa que el mundo haya experimentado jamás. Toda la situación es una en la que las fuerzas productivas se rebelan contra el Estado nación y la propiedad privada. Dejamos las últimas palabras a Trotsky:
«En consecuencia, para salvar a la sociedad no es necesario detener el desarrollo de la técnica, cerrar las fábricas, conceder premios a los agricultores para que saboteen a la agricultura, transformar a un tercio de los trabajadores en mendigos, ni llamar a los maníacos para que hagan de dictadores. Ninguna de estas medidas, que constituyen una burla horrible para los intereses de la sociedad, es necesaria. Lo que es indispensable y urgente es separar los medios de producción de sus actuales propietarios parásitos y organizar la sociedad de acuerdo con un plan racional. Entonces será realmente posible por primera vez curar a la sociedad de sus males. Todos los que sean capaces de trabajar deben encontrar un empleo. La jornada de trabajo debe disminuir gradualmente. Las necesidades de todos los miembros de la sociedad encontrarán la posibilidad de una satisfacción creciente. Las palabras “pobreza”, “crisis”, “explotación”, saldrán de circulación. La humanidad podrá cruzar finalmente el umbral de la verdadera humanidad.» (El marxismo y nuestra época, 1940)
Los primeros meses del año están planteando retos muy importantes para el actual gobierno y también para la lucha de clases. La llegada de Trump está estremeciendo a la 4T de tal forma que está acelerando las contradicciones inherentes al reformismo. Sumemos a eso una ola de movilizaciones que han encabezado los profesores de la CNTE contra la reforma a la Ley del ISSSTE (los profesores de Zacatecas y Chapingo); en las escuelas también está subiendo el ambiente por la demanda de comedores subsidiados para los estudiantes.
La lucha de clases en ascenso
Más de 6 mil movilizaciones sociales, de diferentes tipos, se vivieron a lo largo del gobierno de AMLO. Muchas de ellas tenían un tinte de derecha, otras más no se movilizaban exactamente contra el gobierno sino contra la patronal y autoridades locales o direcciones universitarias; pocas de ellas venían desde la izquierda para remarcar el rechazo a las políticas reformistas del gobierno anterior. Podríamos decir que una de las grandes victorias del gobierno de AMLO fue desmovilizar al grueso del movimiento social, por la izquierda.
Uno de los dos componentes fundamentales para lograr esto fue, por un lado, un componente político de primer orden: su figura. AMLO utilizó todo su capital político acumulado por su larga trayectoria política, la confianza que tenían en él los referentes y bases del movimiento social, así como los ataques de la derecha que él capitalizaba todas las mañanas. Estas condiciones permitieron no sólo frenar las movilizaciones y pedir a la gente que tuviera paciencia, insistiendoles que él resolvería los problemas. También permitió reforzar o reorganizar el maltrecho Estado capitalista. Bajo su mandato los diferentes órganos armados del Estado se fortalecieron y recuperaron credibilidad en la sociedad (particularmente el Ejército).
El otro factor fue la cantidad de programas sociales que dio a millones de personas, principalmente a las más necesitadas. Más de 25 millones de familias se beneficiaron por lo menos de un programa social. Sumemos a esto su política salarial, que hizo crecer los salarios mínimos, recuperando con ello un poco del nivel adquisitivo de la clase obrera. En algunos sectores, como los profesores y trabajadores de la salud laborantes del Estado, prometió un salario mínimo de 16 mil pesos, muy por encima del que se tenía anteriormente. Estas fueron las bases sobre las que se asentó una cierta paz social.
Las movilizaciones de ahora son en sumo interesantes, no sólo por la cantidad de lugares en donde se están movilizando, sino porque son directamente contra una política del gobierno de Claudia Sheinbaum. En un primer momento se presentó una reforma al ISSSTE con la cual se quería cambiar una serie de reglamentaciones para que Fovissste pudiera construir vivienda para los trabajadores y aumentar el monto de cotización al ISSSTE por parte de los trabajadores que en su totalidad ganaran más de 10 UMAS —cosa que después se modificó y se dijo que eso sólo lo pagarían los de confianza y no trabajadores de base—, entre otras medidas.
Esto despertó a los profesores de la CNTE, los cuales se opusieron a la reforma y retomaron la consigna de derogar la reforma a la Ley del ISSSTE del 2007, que eliminó la jubilación solidaria, el retiro a los 30 años de trabajo y los topes de 28 años de servicio para mujeres y de 30 para los hombres. Además de que los ahorros de los trabajadores pasaron a las manos privadas de las Afores.
El gobierno salió a decir que las modificaciones no afectarían a los trabajadores y después retiró su reforma, pero los profesores se han mantenido en la calle de forma correcta. Están planificando incrementar su lucha hasta echar abajo la reforma del 2007. El gobierno dice que está abierto a la discusión y les ha pedido que no se vayan a paro, pero los trabajadores se han mantenido claros en la lucha.
Sumemos a esto la huelga de los trabajadores de la Universidad de Chapingo, quienes plantean un aumento salarial y planes de jubilaciones para los profesores. Aunque las autoridades han hecho todo lo posible por descarrilar la lucha y no se han sentado a negociar, los profesores siguen firmes en la lucha.
En Zacatecas, los trabajadores de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ) también se han ido a huelga: 33 planteles han parado sus actividades, desde secundaria hasta posgrado. La demanda central es un aumento salarial del 15%, mientras que la Rectoría sólo ofrece el 4% y un 1% más en prestaciones; claramente un insulto a los trabajadores sindicalizados. La huelga ha llamado a movilizaciones importantes en la que otras organizaciones sociales y políticas han tomado parte. Esta lucha ya lleva 20 días y los trabajadores siguen resistiendo.
Aunemos a esto el ambiente entre los estudiantes, los cuales han tomado planteles, se han movilizado en diferentes escuelas y por diferentes demandas. Por ejemplo, hay paros y movilizaciones en la Universidad de Puebla. En Yucatán también se tomó el plantel de la UNAM en Mérida, en el IPN la UPIITA se ha ido a paro y en las escuelas de media superior de la UNAM ha habido paros y movilizaciones demandando comedores universitarios, etc.
No podemos decir que hay un cambio radical en el ambiente entre los trabajadores y la juventud, pero lo que sí podemos decir es que estamos entrando a un periodo diferente, donde las aguas se van a comenzar a agitar en diferentes sectores de la sociedad. Entre la clase obrera hay demandas económicas y políticas que se tienen que arrancar a la patronal o directamente al gobierno. Entre la juventud el malestar siempre se está acumulando; no es raro, pues es el sector que no ve un futuro dentro del capitalismo. Las mujeres de la clase obrera han salido este 8 de marzo —200 mil mujeres jóvenes salieron a las calles de la Ciudad de México y hubo manifestaciones en más de 20 ciudades—; en las escuelas no hay salida para las demandas, como comedores subsidiados, y en las calles la violencia no para. La juventud es quien siente lo peor de este sistema y no será casualidad que sean los que más se movilicen en el siguiente periodo.
Trump acelera las contradicciones
Como lo hemos explicado en otros artículos, la llegada de Trump al gobierno de los EE. UU. está planteando una serie de retos complicados para el gobierno de la 4T. No queremos repetir nuevamente lo que ya hemos escrito en otros artículos. Lo que sí queremos mencionar es cómo es que con Trump en el gobierno norteamericano va a acelerar las contradicciones ya existentes en este gobierno.
A partir de que Trump llegó al gobierno de los EE. UU. la situación se ha vuelto más inestable a nivel mundial. Mientras intenta terminar con los conflictos bélicos (Ucrania y Palestina), desata una serie de conflictos económicos y políticos. Toda la política norteamericana está marcada por una necesidad que Trump intentó resolver. El imperialismo norteamericano se ha debilitado en medio del surgimiento de otras potencias mundiales y la necesidad de EEUU es fortalecerse: recuperar su capacidad industrial (con los aranceles busca que las empresas regresen a EEUU), resguardar sus zonas de influencia (someter a duras presiones a México y Canadá, para que sean los más serviles, y si esto no sucede habrá aranceles), retirarse de las regiones donde antes tenía comprometido apoyo económico y militar (abandonar a la Unión Europea a su suerte, lo mismo que a Ucrania) y luchar por quedarse con regiones o sectores estratégicos que sirvan a sus planes (recuperar el Canal de Panamá, tomar Groenlandia y desarrollar su mercado de microchips e inteligencia artificial).
De aquí se desprende toda su política de ataques contra México. Aunque el gobierno actual está diciendo que va a luchar “con dignidad” para defender la soberanía, en realidad ha cedido en todo lo que Trump a requerido: ha movilizado 10 mil elementos de la Guardia Nacional a la frontera norte, ha transformado su política contra el narco —nada de abrazos—, han mandado de regalo 29 capos que EE. UU. quiere como trofeos y ha endurecido la política arancelaria contra las mercancías chinas. Lo que ha querido el imperialismo, lo ha obtenido.
Los gobiernos de la 4T no han querido romper con la dependencia que hay hacia los EE. UU., por el contrario, su política ha sido para mantener ese vínculo dependiente. AMLO primero y ahora Claudia hacen todo lo posible para “aprovechar” los “negocios” con el imperialismo norteamericano. Las obras de infraestructura desarrolladas en el sexenio pasado tienen ese fin. Y por un tiempo parecía que este proyecto conectaba con el ambiente internacional de relocalización económica (o nearshoring); llegaron capitales a invertir aprovechando la posición geográfica de México y sus tratados comerciales con los EE. UU., para que las mercancías de las nuevas firmas entraran al mercado estadounidense sin pagar impuestos. Ahora esto está por irse por la borda. El llamado “milagro mexicano” puede convertirse en su contrario si los aranceles al final se imponen.
La presión que está ejerciendo el imperialismo está llevando a una negociación mensual y con ella aumenta la incertidumbre. Las empresas no están seguras si seguir invirtiendo, sacar sus inversiones y regresar a los EE. UU., o esperar. Hay una sensación de inestabilidad entre la burguesía que tiene intereses en el país y esto no es bueno para la economía, la cual ya lleva varios semestres estancada.
Además, Claudia está buscando sustituir mercancías chinas para los componentes automovilísticos que se arman en México. También ha impuesto aranceles a la ropa de ese país. Ha dicho que mantendrá una posición dura con respecto a China, cuando son los EE. UU. los que le han dado de patadas en la boca. Parece un chiste: quien la está tratando con la punta del pie son los norteamericanos, pero les ha dicho que defenderá los negocios que tiene con ellos, a como dé lugar. No creemos que la alternativa sea atarse a otro país imperialista, pero llama la atención esta postura de entrega total al imperialismo gringo.
En fin, no sólo se trata del tema económico, aunque sea en efecto el principal. Hay presiones hacia los migrantes, que EE. UU, está regresando (ya van 19 mil). A ello sumemos los casi un millón de latinos que están en el país porque esperaban una visa humanitaria para cruzar la frontera norte. Si los aranceles van adelante y comienzan a salir empresas del país, el desempleo se intensificará.
Y para terminar, tenemos la situación de los cárteles de la droga mexicanos, de los cuales 6 han sido declarados organizaciones terroristas por el gobierno estadounidense. Como ya lo hemos dicho, es difícil pensar en una intervención armada para terminar con ellos; esto implicaría un estallido de las masas contra esta política intervencionista. Pero lo que sí está claro es que esto es un garrote en manos de los americanos que será utilizado en el momento que les plazca para dar de porrazos en la cabeza del gobierno mexicano. Esto no puede ser llamado un “trato digno”, ni “de iguales”; esto no muestra la verdadera naturaleza de las relaciones entre México y los EE. UU.: la del amo y el esclavo.
Tiempos de inestabilidad y lucha
Aunque el gobierno de Claudia se ha anotado ciertas victorias parciales, como retrasar los aranceles por dos meses, y esto le ha valido el aumento de su popularidad: 80% de los mexicanos le apoyan y ahora hay un pacto —un frente popular— entre los empresarios y el gobierno, pero esto no garantiza una estabilidad de ningún tipo.
Por el contrario, esa fortaleza y confianza que otrora había en 4T se va a erosionar rápidamente. Esto no va a suceder de un día para otro, ni de forma lineal, pero lo que sí podremos ver será un periodo en el que la lucha de clases en las calles comenzará a sentirse más; se harán presentes la clase obrera y la juventud. Estas luchas no sólo estarán justificadas, sino que tendrán toda la obligación de redoblarse para triunfar.
Al tiempo que las presiones del imperialismo aumenten y se sientan las consecuencias de sus políticas agresivas, el gobierno tendrá de dos: o radicaliza su postura con respecto a los EE. UU. y lucha en las calles para evitar el cierre de fábricas y los despidos (haciendo llamados a los trabajadores a defender el empleo por medio de las huelgas, como Cárdenas lo hizo en su momento, y ciertamente éste es el camino menos probable), o sigue cediendo a lo que el imperialismo quiera, mientras se fortalece el vínculo del gobierno con la burguesía nacional; este vínculo se manifestará en un apoyo del gobierno a estos sectores a todos los niveles, dando condonaciones de impuestos, invirtiendo en capitales de riesgo, protegiendo sus inversiones, etc. A mediano plazo, la burguesía también pedirá reformas que defiendan sus intereses contra los trabajadores.
Nosotros queremos luchar contra el imperialismo y sus ataques, y estaremos del lado de los trabajadores y la juventud en la lucha por sus demandas. Entendemos que la única forma de luchar seriamente contra el imperialismo es luchar contra el capitalismo también. Si Claudia Sheinbaum toma el camino cardenista, apoyaremos su política de forma crítica, pero si toma la otra alternativa de aliarse cada vez más con la burguesía nacional y ceder ante el imperialismo, nosotros no la apoyaremos y diremos claramente que ese camino sólo la llevará a la derrota.
Independientemente de qué camino siga este gobierno, la tarea de los comunistas es muy clara: seguir aglutinando fuerza para la formación del partido revolucionario, luchar con nuestra clase y preparar los cuadros para los futuros acontecimientos en la lucha de clases. Los comunistas somos internacionalistas y creemos que en quien deberíamos apoyarnos es en la clase obrera norteamericana y canadiense para luchar contra el capitalismo y el imperialismo en la región, y así poder establecer una unión de Estados socialistas, en Norteamérica y el mundo.
El fin de semana del 14 al 16 de marzo, más de 260 delegados e invitados se reunieron en Viena para el primer congreso del Revolutionäre Kommunistische Partei (RKP), la sección austriaca de la Internacional Comunista Revolucionaria.
Las delegaciones del RKP en las regiones de Viena, Baja Austria, Estiria, Carintia, Alta Austria, Tirol y Vorarlberg se habían preparado para el evento con intensas discusiones. Asistieron invitados no solo de toda Austria, sino también de Suiza, Alemania, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Polonia, la antigua Yugoslavia, Suecia y Gran Bretaña.
Todo el fin de semana estuvo impregnado del espíritu internacionalista: el debate del viernes comenzó con una presentación sobre nuestras perspectivas para la revolución mundial a cargo de Niklas Albin Svensson, del Secretariado Internacional de la ICR. La presentación y el debate pusieron de relieve no solo los enormes trastornos en las relaciones internacionales, con guerras y guerras comerciales, sino también el germen de una solución: los movimientos de masas históricos en Grecia y Serbia demuestran que la clase trabajadora no se quedará de brazos cruzados mientras se destruyen los niveles de vida.
El debate sobre la situación mundial proporcionó una base sólida para discutir nuestras perspectivas para la revolución austriaca el sábado. Este tema fue presentado por Emanuel Tomaselli, redactor jefe de Der Funke, el periódico del RKP. Explicó lo terrible que es la situación para el capitalismo austriaco. La dependencia del comercio mundial de esta pequeña economía orientada a la exportación se está convirtiendo en una losa en medio del cambio de época de la «globalización» a las guerras comerciales y el proteccionismo.
Se supone que la clase trabajadora debe pagar el precio. Los reformistas del movimiento obrero o bien están ayudando directamente con esto (como el Partido Socialdemócrata de Austria), o están actuando como un «acompañamiento» de los liberales de izquierda y no ofrecen ninguna alternativa a la austeridad o al racismo (como el Partido Comunista de Austria). En el debate, este análisis se profundizó e ilustró, y se destacaron las condiciones cada vez peores en las fábricas, escuelas y universidades.
La conclusión es clara: la clase trabajadora necesita un partido que realmente quiera derrocar el capitalismo, y nosotros lo estamos construyendo: el RKP. Desde que el partido se fundó en otoño, hemos estado trabajando en esa tarea con energía. En primavera, el RKP está centrando sus esfuerzos en reclutar comunistas en los campus universitarios. Este fue también el tema central del congreso del domingo: después de que Florian Keller introdujera el debate sobre la construcción del partido, delegados de todo el país informaron sobre sus experiencias y éxitos.
El congreso del partido se completó con un informe internacional que evaluaba el trabajo de la ICR, un debate sobre las finanzas del partido revolucionario (presentado por Martin Halder), así como la votación de los documentos preparados para el congreso, que detallan nuestras perspectivas para la revolución en Austria, nuestra estrategia para construir el RKP y una resolución sobre nuestro trabajo en primavera, y la elección del Comité Central del partido. El sábado por la noche también hubo un taller sobre filosofía y lenguaje desde un punto de vista marxista presentado por Yola Kipcak.
Todo el congreso se caracterizó por el entusiasmo por el objetivo de lograr el socialismo en nuestra vida, que se alimenta de una profunda comprensión de las ideas del marxismo, nuestras perspectivas y nuestras tareas. Esto fue evidente, entre otras cosas, por el hecho de que los participantes continuaron debatiendo e intercambiando experiencias hasta altas horas de la noche, pero también por el hecho de que se vendieron más de 6000 € en literatura y productos comunistas. El primer congreso del RKP fue un gran éxito y un importante paso adelante en la preparación de la clase trabajadora austriaca para los grandes acontecimientos que están por venir.
Un espectro recorre Europa. Este horrible fenómeno ha aparecido de repente, como por arte de magia negra, conjurado desde la más oscura fosa del infierno por un malévolo demonio, para asolar y atormentar a las buenas gentes de la Tierra, perturbar su descanso y sus peores pesadillas.
Lo peor de este fenómeno es precisamente que nadie parece capaz de explicarlo. Se presenta como una fuerza de la naturaleza aparentemente imparable, que arrasa con todo. En un espacio de tiempo asombrosamente corto, ha logrado hacerse con el control del país más rico y poderoso de la Tierra.
Todas las fuerzas combinadas de los grandes y los buenos, todos los defensores del “orden internacional basado en normas”, todos los defensores de los valores tradicionales, todos se han unido para derrotar a este monstruo de iniquidad.
Nuestra maravillosa prensa libre, que todo el mundo sabe que es la principal defensora de la libertad y la libertad de expresión, se unió como un solo hombre para librar la buena batalla en defensa de la democracia, la libertad y la ley y el orden.
Pero todos han fracasado.
El nombre de este espectro es Donald J Trump.
Pánico
La absoluta bancarrota intelectual de la clase dominante queda demostrada por la total incapacidad de los estrategas del capital para comprender a la situación actual, y mucho menos para ofrecer una predicción satisfactoria de los acontecimientos futuros.
Esta decadencia intelectual ha alcanzado su nivel más bajo en las personas de los líderes políticos de Europa. Han llevado a este continente, antaño poderoso, directamente a un pantano de decadencia económica, cultural y militar, reduciéndolo a un estado de completa impotencia.
Tras haber sacrificado todo en beneficio del imperialismo estadounidense durante décadas y haberse acostumbrado al humillante papel de serviles secuaces de Washington, ahora se encuentran abandonados por sus antiguos aliados y abandonados a su suerte.
Su estupidez ha quedado ahora completamente al descubierto con la derrota en Ucrania y el colapso de sus absurdos sueños de derrotar a Rusia y destruirla como potencia. Por el contrario, ahora se encuentran con una Rusia poderosa y resurgente, dotada de un enorme ejército, pertrechada con las armas más modernas y curtida por años de experiencia en batalla.
En esta coyuntura crítica, se encuentran repentinamente abandonados por la potencia que se suponía iba a acudir en su defensa. Ahora corren como pollos sin cabeza, desviviendose en su prisa por expresar su apoyo eterno e inquebrantable a Volodymyr Zelensky.
Despotrican y se enfurecen contra el hombre de la Casa Blanca, al que consideran el único responsable del desastre que de repente se ha abatido sobre ellos.
Pero todo este coro histérico no es más que una expresión de pánico, que, a su vez, no es más que una expresión de miedo: miedo puro, ciego, destilado. Detrás de la falsa fachada de desafío, estos líderes están paralizados por el terror, como un conejo cegado por los faros de un coche que se acerca.
¿Cuál es la verdadera razón?
Si somos capaces de ignorar, por un momento, la cacofonía de quejas, protestas e insultos, y tratamos de encontrar lo que todo ello significa, a través de la densa niebla de la histeria mediática, empieza a aparecer el tenue esbozo de la verdad.
Para cualquier persona con medio cerebro, es evidente que una crisis de tal magnitud no puede ser obra de un solo individuo, aunque esté dotado de poderes sobrehumanos. Se trata de una “explicación” que no explica nada. Más que a la ciencia política, se asemeja al turbio reino de la demonología.
“Con Trump, la agenda mundial cambiará, nos guste o no. La batalla contra el colapso climático sufrirá un duro golpe, las relaciones internacionales se volverán más transaccionales, la lucha de Ucrania contra la agresión rusa puede ser apuñalada por la espalda, y Taiwán estará mirando el cañón de un arma china. Las democracias liberales de todo el mundo, incluida Gran Bretaña, también se verán sometidas a un nuevo asedio por parte de sus propios imitadores de Trump, impulsados por las redes sociales que desprecian la verdad.
“Los votantes estadounidenses han hecho algo terrible e imperdonable esta semana. No deberíamos tener reparos en decir que se han alejado del ethos y las normas compartidas que han dado forma al mundo, generalmente para mejor, desde 1945. Los estadounidenses han llegado a la conclusión de que Trump no es “raro”, como brevemente estuvo de moda afirmar, sino la corriente dominante. Los votantes salieron el martes y votaron raro en gran número. Los estadounidenses deben vivir con las consecuencias de ello”. (The Guardian, 6 de noviembre de 2024)
Y aquí estamos. The Guardian, la expresión más repulsiva y descarada de la hipocresía liberal, culpa de todo al pueblo estadounidense, que ha cometido el imperdonable pecado de votar en unas elecciones democráticas libres y justas a un candidato que no es de su agrado.
Pero, ¿cómo explicar esta aberración espantosa? Según nos informa The Guardian con toda franqueza, es el resultado de la supuesta “rareza” del pueblo estadounidense. La definición de “rareza” es evidentemente cualquier cosa que no coincida con los prejuicios del consejo de redacción de The Guardian.
Lo que realmente quieren decir es que el electorado estadounidense -es decir, millones de hombres y mujeres corrientes de clase trabajadora- no son realmente aptos para ejercer el derecho al voto, ya que son orgánicamente “raros”.
Hablando claro, todos los estadounidenses están naturalmente inclinados al racismo, al odio a las minorías y a una incomprensible aversión a los principios del liberalismo burgués. Esto los hace naturalmente reacios a la democracia e inclinados al fascismo, tal como lo representa, por supuesto, Donald Trump.
Pero, ¿de dónde viene esta rareza? ¿Y eran también “raros” los mismos electores estadounidenses cuando votaron a Joe Biden o a Obama? Evidentemente, en aquel momento estaban preeminentemente cuerdos. ¿Qué ha cambiado?
Lo extraño aquí no es la conducta de los votantes estadounidenses, cuyas decisiones fueron en realidad bastante racionales y pueden comprenderse fácilmente, sino sólo las contorsiones mentales de la miserable tribu pequeñoburguesa de escribas liberales, cuyo compromiso con la democracia evidentemente se detiene por completo en cuanto el electorado vota “en el sentido equivocado”.
Su concepción de la democracia -que uno puede apoyar las elecciones, sólo si resultan en la elección de candidatos que son de nuestro agrado- me parece un tanto “rara”. Sin embargo, la anulación de las recientes elecciones en Rumanía la confirma de forma sorprendente.
Las autoridades rumanas anularon la primera vuelta de las elecciones presidenciales de diciembre porque no les gustaba que un candidato que desaprobaban, Călin Georgescu, las hubiera ganado. No contentos con ello, le impidieron concurrir a la repetición de las elecciones presidenciales de mayo.
Estas acciones contaron con el pleno apoyo de los dirigentes de la UE en Bruselas. Por supuesto, The Guardian también aplaudió la cancelación de unas elecciones con todo el entusiasmo posible. Esta es, obviamente, la forma de evitar que gente como Donald Trump gane unas elecciones.
¡Viva! ¡Tres hurras por la democracia!
¡El fascismo ha llegado!
Desde el principio, los medios de comunicación lanzaron una ruidosa campaña denunciando a Trump como fascista. He aquí algunos ejemplos tomados al azar de la prensa:
Le Monde: “Las primeras semanas de Trump como presidente han bastado para dar a la pesadilla del giro de Estados Unidos hacia el fascismo una sensación de realidad”.
The New Yorker: “¿Qué significa que Donald Trump es un fascista?”.
The Guardian: “El neofascismo de Trump ya está aquí. Aquí tienes diez cosas que puedes hacer para resistir”.
Todo tipo de figuras del establishment se han pronunciado en el mismo sentido. Mark Milley, general retirado del Ejército de Estados Unidos que fue el vigésimo jefe del Estado Mayor Conjunto, lanzó una advertencia funesta a Estados Unidos:
“Es la persona más peligrosa de la historia. Tenía sospechas cuando hablé contigo sobre su deterioro mental y demás, pero ahora me doy cuenta de que es un fascista total. Ahora es la persona más peligrosa para este país”.
Kamala Harris estuvo de acuerdo en que Trump era un fascista, aunque Joe Biden se limitó a describir a Trump sólo como un “semifascista“.
No obstante, ha advertido repetidamente de que Trump representa un peligro para la democracia, una opinión compartida por muchos, como el fiscal general de Arizona, que concluye que: “Estamos al borde de una dictadura”.
Anthony Scaramucci, que fue brevemente secretario de prensa de la Casa Blanca con Donald Trump, se expresó con mayor franqueza, diciendo simplemente: “Es un puto fascista, es el fascista de los fascistas.”
Como era de esperar, muchas figuras prominentes de la “izquierda” han unido sus estridentes voces al coro de denuncias. Alexandria Ocasio-Cortez (a quien a menudo se presenta como una demócrata “socialista”) se lamenta:
“Estamos en vísperas de una administración autoritaria. Esta empieza a ser la cara del fascismo del siglo XXI”.
Y así, la tediosa letanía se repite sin cesar, día tras día. La intención es bastante clara: la repetición constante de la misma idea acabará convenciendo a la gente de que debe ser cierta. Estas nubes de aire caliente producen mucho calor, pero muy poca luz.
¿Qué es el fascismo?
Ahora bien, está perfectamente claro que aquí el término fascismo no pretende ser una definición científica, sino simplemente un insulto vulgar, más o menos el equivalente a “hijo de puta”, o palabras por el estilo.
Ese tipo de invectiva puede servir a un propósito útil, permitiendo a individuos frustrados desahogarse y descargar su rabia contra algún individuo que no es de su agrado. Al instante sienten una sensación de alivio psicológico y se van a casa satisfechos en la convicción de que, de alguna manera, han hecho avanzar la causa de la libertad, anotándose una tremenda victoria política sobre el enemigo.
Lamentablemente, estas victorias carecen de todo valor práctico. Este radicalismo terminológico no es más que la expresión de una rabia impotente. Incapaz de asestar ningún golpe real al odiado enemigo, uno obtiene una sensación de satisfacción mediante el simple recurso de lanzarle improperios desde una distancia segura.
Para quienes estamos interesados en librar batallas reales contra enemigos reales, en lugar de luchar contra molinos de viento como Don Quijote, se requieren otras armas más serias. Y el primer requisito para un verdadero comunista es la posesión de un riguroso método científico de análisis.
El marxismo es una ciencia. Y como todas las ciencias, posee una terminología científica. Palabras como “fascismo” y “bonapartismo” tienen, para nosotros, significados precisos. No son meros términos de insulto, ni etiquetas que puedan pegarse convenientemente a cualquier individuo que no cuente con nuestra aprobación.
Comencemos con una definición precisa del fascismo. En el sentido marxista, el fascismo es un movimiento contrarrevolucionario, un movimiento de masas compuesto principalmente por el lumpen proletariado y la pequeña burguesía enfurecida. Es utilizado como ariete para aplastar y atomizar a la clase obrera y establecer un Estado totalitario en el que la burguesía entrega el poder del Estado a una burocracia fascista.
La característica principal del Estado fascista es la centralización extrema y el poder absoluto del Estado, en el que los bancos y los grandes monopolios están protegidos, pero sometidos a un fuerte control central por parte de una burocracia fascista grande y poderosa. En “¿Qué es el nacionalsocialismo?”, Trotski explica:
“El fascismo alemán, como el italiano, se elevó al poder sobre las espaldas de la pequeña burguesía, que se convirtió en un ariete contra las organizaciones de la clase obrera y las instituciones de la democracia. Pero el fascismo en el poder es, menos que nada, el gobierno de la pequeña burguesía. Por el contrario, es la dictadura más despiadada del capital monopolista”.
Tales son, en términos generales, las principales características del fascismo. ¿Cómo se compara esto con la ideología y el contenido del fenómeno Trump? Ya hemos tenido la experiencia de un gobierno de Trump, que -según las funestas advertencias de los demócratas y de todo el establishment liberal- procedería a abolir la democracia. No hizo tal cosa.
No se tomaron medidas para limitar el derecho de huelga y manifestación, y menos aún para abolir los sindicatos libres. Se celebraron elecciones como de costumbre, y finalmente, aunque en medio de un alboroto general, Trump fue sucedido por Joe Biden en unas elecciones. Digan lo que quieran del primer gobierno de Trump, pero no guardaba relación alguna con ningún tipo de fascismo.
El principal asalto contra la democracia fue, de hecho, dirigido por Biden y los demócratas, que llegaron a extremos extraordinarios para perseguir a Donald Trump, movilizando a todo el poder judicial para arrastrarlo ante los tribunales por innumerables cargos, con la intención de acusarlo a toda costa, ponerlo entre rejas y evitar así que se presentara de nuevo a la presidencia.
Todos los medios de comunicación se movilizaron en una despiadada y constante campaña de vilipendio y difamación, que acabó creando un clima en el que se produjeron al menos dos atentados contra su vida. Sólo por casualidad escapó al asesinato (aunque lo atribuye a la protección del Todopoderoso).
Una utopía reaccionaria
La ideología del trumpismo -en la medida en que existe- está muy lejos del fascismo. Lejos de desear un Estado fuerte, el ideal de Donald Trump es el del capitalismo de libre mercado, en el que el Estado desempeña un papel escaso o nulo.
Su programa representa un intento de volver a las políticas de Roosevelt – no de Franklin Delano Roosevelt, el autor del New Deal, sino de Theodore Roosevelt, que fue presidente antes de la Primera Guerra Mundial.
“Hay una sensación de déjà vu en el aire. Donald Trump sorprendió a sus aliados el martes 7 de enero al no descartar el uso de la fuerza para retomar el Canal de Panamá o comprar Groenlandia. Con este farol, el presidente electo revive la vieja tradición del imperialismo estadounidense de principios del siglo XX.
“La ‘edad de oro’, que comenzó tras la Guerra de Secesión, es con la que sueña Trump: estuvo marcada por la acumulación de fortunas colosales, la corrupción generalizada y unos aranceles introspectivos que protegían la industria estadounidense y hacían que no existiera el impuesto sobre la renta.
“Sobre todo, fue definida por el imperialismo para asegurar la hegemonía estadounidense sobre el hemisferio occidental. Durante este periodo, EEUU compró Alaska a los rusos (1867), invadió Cuba, Puerto Rico y Filipinas – “liberadas” en 1898 del colonialismo español- y excavó el Canal de Panamá, terminado en 1914.”
En otras palabras, Donald Trump desea retroceder el reloj cien años a una América imaginaria que existía antes de la Primera Guerra Mundial, una América en la que los negocios prosperaban y los beneficios se disparaban, en la que la libre empresa prosperaba y el Estado la dejaba en paz, en la que América se sentía libre para ejercer sus jóvenes y poderosos músculos con el fin de ejercer su dominio sobre México, Panamá y todo el hemisferio occidental, expulsando al decrépito colonialismo español de Cuba, para convertirla en su lugar en una colonia estadounidense.
Se piense lo que se piense, es un modelo que tiene muy poco que ver con el fascismo. Y esta atractiva visión de la historia carece de toda sustancia real o relevancia para el mundo del siglo XXI.
La era de Teddy Roosevelt era una época en la que el capitalismo aún no había agotado completamente su potencial como sistema económico progresista. Y Estados Unidos, una nación sana, pujante, recién industrializada, que ya había establecido su superioridad sobre las viejas potencias de Europa en aspectos importantes, apenas empezaba a ejercer como potencia decisiva en el mundo.
Toda una época ha pasado desde entonces, y los EE.UU. se enfrentan a una configuración de fuerzas totalmente diferente, tanto interna como externamente. Los esfuerzos de Trump por devolver el reloj al mundo tal y como era en aquellos lejanos días están condenados al fracaso, naufragando por el cambio de la situación mundial y el equilibrio de fuerzas de clase dentro de EEUU. Es, de hecho, una utopía reaccionaria.
Volveremos sobre estos puntos más adelante. Pero antes, debemos ajustar cuentas con los intentos histéricos y totalmente erróneos tanto de la izquierda como de la derecha por explicar el misterioso fenómeno de Donald J. Trump.
Un método erróneo
“La gran importancia práctica de una correcta orientación teórica se manifiesta con más evidencia en las épocas de agudos conflictos sociales, de rápidos virajes políticos o de cambios abruptos en la situación. … Precisamente en esos períodos surgen necesariamente toda clase de combinaciones y situaciones transicionales, intermedias, que superan los patrones habituales y exigen una atención teórica continua y redoblada. En una palabra, sí en la época pacífica y “orgánica” (antes de la guerra) todavía se podía vivir a expensas de unas cuantas abstracciones preconcebidas, en nuestra época cada nuevo acontecimiento forzosamente plantea la ley más importante de la dialéctica: la verdad es siempre concreta..” (Bonapartismo y fascismo, León Trotski, 1934)
Con demasiada frecuencia, me parece que cuando la gente de izquierdas se enfrenta a un fenómeno nuevo, que parece desafiar todas las normas y definiciones existentes, tiende a buscar etiquetas. Y luego, una vez encontrada una etiqueta conveniente, buscan hechos que la demuestren.
Ellos dicen: Oh, sí. Sé lo que es. Es esto o aquello: fascismo, bonapartismo o cualquier otra cosa que se les ocurra. Ese es un método equivocado. Es lo contrario del materialismo dialéctico. Y no lleva a ninguna parte. Es un ejemplo de pensamiento perezoso: la búsqueda de soluciones fáciles para resolver cuestiones nuevas y complicadas.
Lejos de aclarar nada, lo único que hace es distraer la atención de las cuestiones reales y llevarnos a un debate interminable y bastante inútil sobre cuestiones que se han introducido artificialmente y que no hacen más que aumentar la confusión, en lugar de responder a las preguntas que hay que responder.
En sus Cuadernos filosóficos, Lenin explicó que la ley fundamental de la dialéctica es la objetividad absoluta de la consideración: “no ejemplos, no digresiones, sino la cosa misma”.
Esa es la esencia del método dialéctico. Lo contrario de la dialéctica es el hábito de poner etiquetas a algo e imaginar que, al hacerlo, lo hemos comprendido.
Mi buen amigo John Peterson me comentó recientemente que Donald Trump era “un fenómeno”. Creo que es correcto. No hay necesidad de compararlo con ninguna otra figura de la historia. Debemos aceptar que Donald Trump es como – Donald Trump. Y debemos tomarlo tal como es y analizar lo que es, de hecho, un nuevo fenómeno sobre la base de hechos concretos, no de meras generalidades.
¿Bonapartismo?
El artículo de Trotski Bonapartismo y fascismo ofrece una definición muy precisa y concisa del bonapartismo desde un punto de vista marxista:
“Sin embargo, un gobierno que se eleva por encima de la nación no está suspendido en el aire. El verdadero eje del gobierno actual pasa por la policía, la burocracia y la camarilla militar. Estamos enfrentados a una dictadura militar-policial apenas disimulada tras el decorado del parlamentarismo. Un gobierno del sable como juez-árbitro de la nación: precisamente eso se llama bonapartismo.”
La esencia del bonapartismo, que puede aparecer bajo diferentes disfraces, es siempre la misma: una dictadura militar.
“En el momento en que la lucha de dos estratos sociales -los que tienen y los que no tienen, los explotadores y los explotados- alcanza su tensión más elevada, se han creado las condiciones para la dominación de la burocracia, la policía y la tropa. El gobierno se vuelve “independiente ” de la sociedad.”
Estas líneas son cristalinas. Pero, ¿cómo se compara todo esto con la situación actual en Estados Unidos? No se compara en absoluto. Seamos claros al respecto. La clase dominante sólo recurrirá a la reacción en forma de bonapartismo o fascismo como último recurso. ¿Es realmente esa la situación actual? No cabe duda de que en la sociedad estadounidense existen poderosas tensiones que están provocando una grave desestabilización del orden existente.
Pero imaginar que la lucha de clases ha alcanzado la fase crítica, en la que el dominio del capital está amenazado de derrocamiento inmediato y la única solución para la clase dominante es entregar el poder a un régimen bonapartista, es pura fantasía. Todavía no hemos llegado a esa fase, ni nada que se le parezca.
Por supuesto, es posible señalar tal o cual elemento de la situación actual del que pueda decirse que es un elemento del bonapartismo. Puede ser. Pero se podrían hacer comentarios similares de casi cualquier régimen democrático burgués reciente.
En la Gran Bretaña “democrática” de Tony Blair, el poder pasó en la práctica del Parlamento electo al Gabinete, y de éste a una minúscula camarilla de funcionarios no electos, compinches y asesores. Hubo, sin duda, elementos de lo que podría llamarse un régimen de bonapartismo parlamentario.
Sin embargo, el mero hecho de contener ciertos elementos de un fenómeno no significa todavía la aparición real de ese fenómeno como tal. Se podría decir, por supuesto, que hay elementos del bonapartismo presentes en el trumpismo. Sí, se podría decir eso. Pero los elementos no representan todavía un fenómeno plenamente desarrollado.
Como señala Hegel en la Fenomenología:
“No nos contentamos con que se nos enseñe una bellota cuando lo que queremos ver ante nosotros es un roble, con todo el vigor de su tronco, la expansión de sus ramas y la masa de su follaje.”.
Este método incorrecto conduce a un sinfín de errores. En primer lugar, se intenta aplicar una definición externa a un fenómeno. Luego uno se aferra a ella a toda costa, e intenta justificarla con todo tipo de ejemplos “ingeniosos” de la historia que se traen de los pelos.
Entonces, como la noche sigue al día, llega otro y dice, no: no, eso no es bonapartismo. Y producen hechos igualmente “ingeniosos” para demostrar que el bonapartismo es otra cosa.
Ambos tienen la misma razón y están equivocados. ¿Adónde llegamos cuando entramos en este tipo de argumento circular? Como una pescadilla que se muerde la cola, no llegamos a ninguna parte.
Si bien es cierto que el uso de analogías históricas precisas a veces puede aportar clarificación, no es menos cierto que la yuxtaposición irreflexiva y mecánica de fenómenos esencialmente diferentes es una receta segura para la confusión.
Por ejemplo, creo que sería bastante correcto y adecuado describir el régimen de Putin en Rusia como un régimen bonapartista burgués. Ese es un ejemplo de analogía útil. Pero en el caso de Trump, es más complicado que eso.
El problema es que el bonapartismo es un término muy elástico. Abarca una amplia gama de cosas, empezando por el concepto clásico de bonapartismo, que es básicamente el gobierno por la espada.
El actual gobierno de Trump en Washington, a pesar de sus muchas peculiaridades, sigue siendo una democracia burguesa.
Son precisamente esas peculiaridades las que tenemos que examinar y explicar. Y como, sinceramente, nos vemos incapaces de encontrar nada remotamente parecido en la historia -antigua o moderna- que se le pueda comparar, y como no tenemos definiciones prefabricadas que se puedan hacer encajar, sólo nos queda una alternativa: EMPEZAR A PENSAR.
La crisis del capitalismo
El gran filósofo Spinoza decía que la tarea de la filosofía no era ni llorar, ni reír, sino comprender. Para entender a Donald J Trump, debemos dejar de lado la pseudociencia de la demonología y afirmar lo obvio.
Para empezar, sea lo que sea, Trump no es un espíritu maligno dotado de poderes sobrehumanos. Es un mortal corriente, en la medida en que un multimillonario estadounidense pueda ser considerado como tal. Y como cualquier otra figura relevante de la historia, las causas reales de su ascenso al poder deben relacionarse, en última instancia, con procesos objetivos de la sociedad.
En otras palabras, debemos considerarlo inevitablemente relacionado con la situación objetiva del mundo en las primeras décadas del siglo XXI.
El principal punto de inflexión en la historia moderna fue la crisis de 2008, que desestabilizó por completo todo el sistema. El capitalismo se encontró al borde del colapso. Cuando Lehman Brothers se hundió, recuerdo vívidamente el momento en que los banqueros expresaron públicamente su temor de que en pocos meses les colgarían de las farolas.
En realidad, esos temores estaban bien fundados. De hecho, todas las condiciones objetivas estaban maduras, en realidad, para la revolución socialista. Eso sólo se evitó con la adopción de medidas de pánico en las que el Estado intervino para salvar a los bancos mediante la inyección de enormes cantidades de dinero público.
Esto contradecía todas las teorías promovidas por los economistas burgueses oficiales durante los treinta años anteriores. Todos estaban de acuerdo en que el Estado no debía desempeñar ningún papel -o un papel mínimo- en la economía. El libre mercado, por sí mismo, resolvería todos los problemas.
A la hora de la verdad, sin embargo, se demostró que esta teoría era falsa. El sistema capitalista sólo se salvó gracias a la intervención del Estado. Pero esto creó nuevas contradicciones en forma de deudas colosales y, en última instancia, insostenibles.
Desde 2008, el sistema capitalista atraviesa la crisis más profunda de la historia. No ha dejado de dar tumbos de un desastre a otro. A cada paso, los gobiernos han recurrido a la misma política irresponsable de financiación del déficit, es decir, imprimir dinero para salir del agujero.
Los miopes estrategas del capital, la miserable tribu de economistas burgueses y los aún más fracasados políticos del establishment asumieron que esta situación – un suministro infinito de dinero sacado de la nada, un flujo inagotable de crédito barato, bajas tasas de inflación y bajos tipos de interés – iba a continuar para siempre. Se equivocaban.
Todo esto no hacía más que acumular contradicción sobre contradicción, preparando el terreno para la madre de todas las crisis en el futuro.
Predije en su momento que todos los intentos de la burguesía por restablecer el equilibrio económico sólo servirían para destruir los equilibrios social y político. Esto es precisamente lo que ha ocurrido.
Las condiciones objetivas para la revolución socialista estaban claramente presentes. ¿Por qué no se produjo? Sólo porque faltaba un factor importante en esta ecuación. Ese factor era la dirección revolucionaria.
Durante todo un periodo, el péndulo osciló bruscamente hacia la izquierda en un país tras otro. Eso se reflejó en el ascenso de toda una serie de movimientos de izquierda que sonaban radicales: Podemos en el Estado español, Syriza en Grecia, Bernie Sanders en Estados Unidos y, sobre todo, Corbyn en Gran Bretaña. Pero eso sólo sirvió para sacar a la luz las limitaciones del reformismo de izquierdas.
Tomemos el caso de Tsipras. Toda la nación griega le apoyaba para desafiar los intentos de Bruselas de imponer la austeridad. Pero capituló. El resultado fue un giro a la derecha.
En el Estado español ocurrió algo parecido. Al principio, Podemos presentaba una imagen de izquierda muy radical. Pero los dirigentes decidieron ser “responsables” y entraron en coalición con el PSOE, con resultados previsibles.
En Estados Unidos, Bernie Sanders surgió rápidamente de la nada para crear un movimiento de masas que buscaba claramente una alternativa socialista. Tenía todas las posibilidades de crear una alternativa de izquierdas viable a demócratas y republicanos. Pero al final, capituló ante el establishment del partido Demócrata, y la oportunidad quedó abortada.
El caso más claro de todos fue el de Gran Bretaña, donde, al igual que Sanders, Jeremy Corbyn surgió de la nada y fue impulsado al liderazgo del Partido Laborista en la cresta de un poderoso movimiento hacia la izquierda. El propio Corbyn no creó este movimiento, pero actuó como punto de referencia del estado de ánimo acumulado de ira y descontento en la sociedad.
El resultado asombró y aterrorizó a la clase dirigente que declaró públicamente que había perdido el control del Partido Laborista. Y era cierto. O más bien, debería haber sido cierto.
Pero a la hora de la verdad, Corbyn no tomó medidas decisivas contra la dirección derechista del grupo parlamentario laborista que, con el apoyo de los medios de comunicación burgueses, organizó una despiadada campaña contra él.
Al final, Corbyn capituló ante la derecha y pagó el precio de su cobardía, que en realidad es una expresión de la falta de carácter orgánica del reformismo de izquierdas en general.
Trump y Corbyn
Aquí vemos un contraste sorprendente con Donald Trump, que también fue objeto de un ataque muy serio por parte del establishment y también de la dirección del propio Partido Republicano. Hizo lo que Corbyn debería haber hecho. Movilizó a su base y la azuzó contra la vieja dirección republicana, que se vio obligada a retroceder.
Esto, por supuesto, no altera el hecho de que Trump sigue siendo un político burgués reaccionario, pero hay que confesar que mostró un coraje y una determinación de los que Corbyn carecía manifiestamente.
También mostró un desprecio absoluto por la llamada corrección política y la política de identidad, que, por desgracia, los reformistas de izquierdas han aceptado totalmente. Esto jugó un papel absolutamente pernicioso en el caso de Corbyn.
Cuando la derecha le atacó por supuesto antisemitismo (una acusación totalmente falsa), retrocedió inmediatamente. Se convirtió en presa fácil para el reaccionario lobby sionista y para toda la clase dominante británica, y rápidamente se vio reducido a una abyecta sumisión, víctima indefensa de su propia adicción a la reaccionaria política identitaria.
Si Corbyn hubiera hecho lo que ha hecho Trump, se habría enfrentado frontalmente a la acusación de antisemitismo, habría movilizado a sus bases y las habría azuzado contra el establishment derechista del Partido Laborista, llevando a cabo una purga a fondo de esos elementos podridos.
De haberlo hecho, sin duda habría ganado. Pero no lo hizo y esto permitió a la derecha laborista pasar a la ofensiva, expulsar a la izquierda -incluido el propio Corbyn- y purgar el partido de arriba abajo. El resultado fue la victoria de Starmer y el experimento del corbynismo acabó en desastre.
La misma experiencia se ha repetido una y otra vez. Y en todos los casos, los dirigentes de la izquierda han desempeñado un papel de lo más lamentable. Han decepcionado a sus bases y han servido en bandeja el poder a la derecha.
Es este hecho -y sólo este hecho- el que explica la actual oscilación del péndulo hacia la derecha, un hecho totalmente inevitable, dada la cobarde capitulación de la izquierda.
Que otros se lamenten de los hechos y lloriqueen por el ascenso de Trump y otros demagogos de derechas. Nosotros respondemos con desprecio: no os quejéis, es enteramente responsabilidad vuestra. Francamente, tenéis lo que os merecéis y ahora todos tenemos que pagar las consecuencias.
¿Qué representa realmente Trump?
Empecemos por lo obvio. Todos estamos de acuerdo en que Donald Trump es un político burgués reaccionario. No vale la pena decirlo. Tampoco deberíamos tener que repetir que los comunistas no lo apoyan de ninguna manera.
Pero al afirmar lo obvio, no avanzamos ni un paso en el análisis del fenómeno de Trump y el trumpismo. Por ejemplo, ¿es correcto decir que no hay diferencia entre Donald Trump y Joseph Biden?
Que ambos son políticos burgueses que defienden esencialmente los mismos intereses de clase es evidente. En ese sentido, podría decirse que son iguales. Sin embargo, hasta el más ciego de los ciegos debería tener claro que, de hecho, existen diferencias muy serias entre ambos, de hecho, un abismo enorme.
El hecho de que, en última instancia, ambos hombres sean políticos burgueses y representen en definitiva los mismos intereses de clase, no excluye en absoluto la posibilidad de que surjan agudas diferencias entre distintas capas de la misma clase. De hecho, ese tipo de conflicto siempre ha existido.
El problema central para la burguesía es que el modelo que aparentemente había garantizado el éxito del capitalismo durante muchas décadas está irrevocablemente roto.
El fenómeno de la globalización, que durante mucho tiempo les permitió superar los límites del mercado nacional, ha llegado ahora a su límite. En su lugar, tenemos el auge del nacionalismo económico. Cada clase capitalista defiende sus propios intereses nacionales frente a los de otras naciones. La era del libre comercio da paso a la era de los aranceles y las guerras comerciales.
Los nostálgicos desesperanzados lamentan la desaparición del viejo orden, pero Donald J. Trump lo abraza con todo el entusiasmo de un converso religioso. Como resultado, ha puesto patas arriba el orden mundial, para rabia y frustración de las naciones más débiles.
Donald Trump invoca así las maldiciones de sus antiguos “aliados” en Europa, que le culpan de todas sus desgracias. Pero él no ha inventado esta situación. Es simplemente su exponente y defensor más extremo y coherente.
La bancarrota del liberalismo
Durante muchos años, la clase dominante y sus representantes políticos en Occidente han estado vendiendo sistemáticamente una imagen pseudoprogresista para ocultar la realidad de la dominación de clase. Han utilizado hábilmente la llamada política de identidad como arma contrarrevolucionaria.
Y los “izquierdistas”, que carecen de una base ideológica propia, se han tragado esta basura a pies juntillas. Esto sólo ha servido para desacreditarlos a los ojos de la clase trabajadora, que mira con incredulidad sus payasadas, discutiendo sobre palabras y repitiendo los tópicos de la llamada corrección política, en lugar de luchar por los verdaderos intereses de los trabajadores, las mujeres y otras capas oprimidas de la sociedad.
Por lo tanto, cuando Donald Trump llega y denuncia la política de identidad y la corrección política, no es de extrañar que toque la fibra sensible de millones de hombres y mujeres corrientes cuyos cerebros no han sido irremediablemente adormecidos por la enfermedad posmodernista.
¿Defienden los liberales la democracia?
Los liberales tienen una visión muy peculiar de la democracia. Como hemos visto, apoyan las elecciones, pero sólo si gana el candidato que ellos apoyan. Si el resultado no es de su agrado, inmediatamente empiezan a gritar que el resultado es injusto, insinuando manipulación de los votos y todo tipo de prácticas turbias, normalmente sin aportar ni una sola prueba.
Lo vimos tras la victoria de Trump sobre Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de 2016. Trump se convirtió en el primer presidente de la historia de Estados Unidos sin experiencia en cargos públicos ni antecedentes militares previos.
En efecto, Trump era un outsider, alguien ajeno al establishment existente en Washington, que ha ostentado el monopolio del poder político durante décadas.
Le vieron como una amenaza para su monopolio y actuaron en consecuencia para subvertir la democracia y anular el resultado de las elecciones. Los demócratas lanzaron el famoso escándalo del “Rusiagate” contra Trump, con la clara intención de echarlo de la presidencia.
Eso equivaldría a un golpe de estado democrático. ¿Una violación de la democracia? Por supuesto, pero si a veces es necesario violar las reglas de la democracia para defenderla, ¡que así sea!
Posteriormente, llegaron a los extremos más extraordinarios para impedir que Donald Trump volviera a ser presidente. Lanzaron un verdadero tsunami de casos legales, con el objetivo de ponerlo tras las rejas.
Hubo cuatro procesos judiciales dirigidos contra Trump personalmente, empezando por el sonado asunto de Stormy Daniels, seguido de la acusación de injerencia electoral en Georgia y, por último, la cuestión de la presencia de documentos clasificados en Mar-a-Lago. Además, hubo más de 100 demandas judiciales contra la administración de Trump.
Los medios de comunicación se movilizaron para aprovechar al máximo el asalto. Pero fracasó por completo. Cada uno de estos casos sólo sirvió para aumentar su apoyo en las encuestas. El resultado final se vio en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 2024.
Con la segunda mayor participación electoral desde 1900 (después de 2020), Trump obtuvo 77.284.118 votos, o el 49,8 por ciento de los votos, el segundo total de votos más alto en la historia de Estados Unidos (después de la victoria de Biden en 2020). Trump ganó los siete estados indecisos.
No fue sólo una victoria electoral; fue un triunfo rotundo. También fue un rechazo total del establishment liberal demócrata.
Su victoria ambién fue un desplante demoledor para los medios de comunicación prostituidos que apoyaron abrumadoramente a Harris. Entre los diarios, 54 apoyaron a Harris y sólo 6 a Trump. De todos los semanarios, 121 apoyaron a Harris y sólo 11 a Trump.
¿Cómo se explica esto?
Trump y la clase trabajadora
Llama la atención la diferencia en la composición de clase de los votos emitidos. Mientras que Harris ganó a la mayoría de los votantes que ganan 100.000 dólares al año o más, Trump ganó a la mayoría de los votantes que ganan menos de 50.000 dólares. No cabe duda de que millones de trabajadores estadounidenses votaron a Donald Trump.
No hay absolutamente nada particularmente sorprendente o “raro” en esto. El atractivo de Trump entre la clase trabajadora tiene una base material. Desde principios de la década de 1980, los salarios reales de la clase trabajadora estadounidense se han mantenido igual o han disminuido, sobre todo a medida que los empleos se externalizaban a otros países, según la Oficina de Estadísticas Laborales. Del mismo modo, el Instituto de Política Económica informa de que los salarios de los hogares con ingresos bajos y medios apenas han crecido desde finales de los años 70, mientras que el coste de la vida ha seguido aumentando.
En muchas ciudades norteamericanas existen condiciones de miseria y privación que se asemejan a las de las ciudades más pobres de América Latina, África o Asia. Y esta pobreza coexiste con la más obscena concentración de riqueza en pocas manos que se haya visto en cien años.
Sin embargo, todo esto es aparentemente invisible para los “progresistas” de clase media. La clase política y la tribu de periodistas y comentaristas bien pagados han estado tan obsesionados con el veneno pernicioso de la política identitaria que han ignorado sistemáticamente los problemas reales a los que se enfrenta la clase trabajadora, ya sean blancos o negros, hombres o mujeres, heterosexuales u homosexuales.
Un ejemplo típico fue la insistencia de los imbéciles políticamente correctos en defender términos como “Latinx” para promover la inclusividad de género. Sin embargo, sólo el 4 por ciento de los hispanos utiliza este término, y el 75 por ciento dice que nunca debería usarse, según Pew Research.
Se abrió así el camino para que demagogos de derechas como Donald Trump dieran voz a la ira acumulada de millones de personas que se sentían justificadamente ignoradas por el establishment liberal de Washington.
Como resultado de esto, en 2024 Trump amplió su base conectando con las comunidades de clase obrera negra y latina.
Esa es la consecuencia directa de la traición de “izquierdistas” como Sanders, que, al no ofrecer ninguna alternativa clara a los liberales, dejaron la puerta abierta de par en par a demagogos de derechas como Trump.
Es un hecho real que, hasta hace poco, incluso el término “clase obrera” apenas aparecía en la propaganda electoral de los principales partidos en Estados Unidos. Incluso los izquierdistas más atrevidos solían referirse a la “clase media”. La clase obrera estadounidense, a efectos prácticos, había dejado de existir.
Puede que haya habido alguna excepción a la regla, pero no es exagerado decir que fue Donald Trump -un demagogo de derechas multimillonario- el único que afirmó defender los intereses de la clase trabajadora en sus discursos. Se podría decir que él fue el único responsable de situar a los trabajadores nuevamente en el centro de la política estadounidense.
No hace falta que nos digan que esto es mera demagogia, retórica vacía sin sustancia. Tampoco hace falta que nos informen de que Trump dice estas cosas para sus propios fines, que están inevitablemente relacionados con los intereses de la clase a la que pertenece.
Eso está perfectamente claro para nosotros. Pero es irrelevante. El hecho es que eso no estaba nada claro para los millones de trabajadores que votaron a Trump en las elecciones presidenciales. Ignoramos este hecho por nuestra cuenta y riesgo.
¿Qué intereses defiende Trump?
No debería ser en absoluto difícil explicar nuestra actitud hacia Trump a cualquier persona pensante. Es muy sencillo. Nosotros decimos:
Este multimillonario defiende los intereses de su propia clase. Todo lo que diga redundará en última instancia en su propio interés y en el de los ricos: los banqueros y los capitalistas. Como la noche sigue al día, esos intereses nunca podrán ser los intereses de la clase obrera.
Sin embargo, para ganarse el apoyo de los trabajadores, a veces dice cosas que a ellos les parecen sensatas. Cuando habla de puestos de trabajo, de empleo, de salarios a la baja, de precios al alza, obtiene naturalmente una respuesta.
Y puede que una o dos cosas de las que dice sean correctas. De hecho, Trump admitió una vez que había tomado varias ideas de los discursos de Sanders y las había utilizado para atraer a los trabajadores.
Sin duda, Trump es un político burgués reaccionario, pero eso no significa que sea exactamente igual que cualquier otro político burgués reaccionario. Al contrario. Tiene su propia interpretación de las cosas, su propia perspectiva, política y estrategia, que difieren en muchos aspectos fundamentales de, por ejemplo, las posiciones de Joe Biden y su camarilla.
En algunos aspectos, sus puntos de vista pueden parecer coincidentes, al menos hasta cierto punto, con los nuestros. Por ejemplo, en su actitud ante la guerra de Ucrania, su disolución de la USAID o su rechazo al llamado “woke”. Que efectivamente pueden existir algunas coincidencias entre lo que dicen los políticos burgueses y lo que pensamos nosotros mismos ya lo explicó Trotski.
“En el noventa por ciento de los casos, los obreros realmente ponen un signo menos donde la burguesía pone un más. Sin embargo, en el diez por ciento, se ven forzados a poner el mismo signo que la burguesía pero con su propio sello, expresando así su desconfianza en ella. La política del proletariado no se deriva de ninguna manera automáticamente de la política de la burguesía, poniendo sólo el signo opuesto (esto haría de cada sectario un estratega magistral). No, el partido revolucionario debe, cada vez, orientarse independientemente tanto en la situación interna como en la externa, llegando a aquellas conclusiones que mejor corresponden a los intereses del proletariado. Esta regla se aplica tanto al período de guerra como al de paz.”
Incluso cuando Trump dice cosas que son correctas, invariablemente lo hace desde el punto de vista de sus propios intereses de clase y con fines reaccionarios con los que no tenemos absolutamente nada en común.
La conclusión es que, en todos los casos, siempre hacemos hincapié en la posición de clase. Por esa razón, es totalmente inadmisible identificarnos con las políticas de Trump. Sería un grave error.
Pero sería un error mucho más grave -de hecho, sería un crimen- estar siquiera por un momento en el mismo bando de los llamados elementos burgueses “liberales” y “democráticos” cuyos ataques a Trump están guiados enteramente desde el punto de vista del establishment burgués reaccionario contra el que Trump está librando una guerra en la actualidad.
¿El mal menor?
Una vez que haces concesiones a acusaciones como fascismo, bonapartismo y supuesta amenaza a la democracia, empiezas a entrar en la pendiente resbaladiza que puede llevarte -incluso inconscientemente- a la posición del mal menor. Y ése es, sin duda, el mayor peligro.
¿Es correcto decir que el régimen de Biden representaba algo progresista en relación con Trump? Así lo vendieron. Y la llamada izquierda lo ha aceptado como buena moneda.
Tratan de argumentar que Trump es un enemigo de la democracia. Pero si se examina la monstruosa conducta de la camarilla de Biden se ve cómo mostró un total desprecio por la democracia hasta el final.
Pensemos en el “férreo” apoyo de Biden al ataque israelí contra Gaza, que le ha valido el apodo de “Joe el Genocida”. O la flagrante represión del derecho de reunión por parte de su administración “democrática”, que golpeó brutalmente a miles de estudiantes y detuvo a 3.200 en todo el país por protestar pacíficamente en solidaridad con Palestina.
Biden prometió ser “el presidente más favorable a los sindicatos de la historia de Estados Unidos”, pero aplastó el derecho a la huelga de los ferroviarios. Prometió acabar con las deportaciones de la era Trump, pero al final expulsó a más inmigrantes indocumentados que su predecesor. La lista continúa.
Hasta el final, Biden se aferró a su cargo mucho después de que incluso su propio partido lo hubiera tachado como no apto para el cargo y lo hubiera destituido como candidato presidencial de los demócratas.
Incluso después de que la inmensa mayoría del electorado votara en contra de los demócratas, siguió ejerciendo sus poderes como presidente, llevando a cabo flagrantes actos de sabotaje para socavar al candidato elegido democráticamente, Trump, e incluso para arrastrar a Estados Unidos al borde de la guerra con Rusia.
Sería difícil imaginar un desprecio más flagrante por la democracia y las opiniones de la inmensa mayoría del pueblo estadounidense. Sin embargo, este gángster y su camarilla siguieron haciéndose pasar por defensores de la democracia frente a la supuesta amenaza de una dictadura.
Muchas otras cosas que hicieron Biden y su pandilla fueron infinitamente más contrarrevolucionarias y desastrosas y monstruosas que cualquier cosa que Trump haya soñado hacer. Esa es la realidad. Sin embargo, encontramos gente en la izquierda que está dispuesta a argumentar que es preferible apoyar a los demócratas contra Trump, ‘para defender la democracia.’
No nos incumbe atarnos a un barco que se hunde, sino, por el contrario, hacer todo lo que esté en nuestra mano para contribuir a hundirlo. No es nuestra política sembrar ilusiones en los liberales y su supuesta democracia, sino desenmascararla como una falsedad cínica y un engaño.
En ¿Adonde va Francia?, Trotski explica que la llamada política del “mal menor” no es más que un crimen y una traición a la clase obrera:
“El partido obrero no debe ocuparse en una tentativa sin esperanza de salvar al partido de los especialistas en quiebras; debe, por el contrario, acelerar con todas sus fuerzas el proceso de liberación de las masas de la influencia radical.” [Redacción: el partido Radical era un partido liberal en el poder en Francia en los años 30].
Es un excelente consejo para nosotros hoy. Al combatir la reacción trumpista, no podemos asociarnos en ningún caso con los demócratas “liberales” en bancarrota.
¡Encuentrar un camino hacia los trabajadores!
Los periodos de transición, como el que estamos viviendo ahora, darán lugar invariablemente a confusión. Con frecuencia nos enfrentaremos a todo tipo de fenómenos nuevos y complicados que no tienen precedentes evidentes en la historia.
Para no perder el equilibrio, es necesario mantener en todo momento la mano firme en las cuestiones fundamentales y no dejarse llevar por este o aquel acontecimiento accidental. La característica principal de la situación actual es que, por un lado, la situación objetiva pide a gritos una solución revolucionaria.
El potencial está ahí. Pero en la actualidad no existe una fuerza lo suficientemente poderosa como para hacerlo realidad. Por lo tanto, por el momento, sigue siendo sólo eso: simplemente un potencial.
Las masas se esfuerzan por encontrar una salida a la crisis. Ponen a prueba a un líder de partido tras otro, pero pronto descubren las deficiencias de todas las organizaciones existentes. Esto explica la inestabilidad política general que se manifiesta en violentos vaivenes en el plano electoral de izquierda a derecha, y viceversa.
A falta de cualquier tipo de orientación por parte de la izquierda, el camino está abierto para todo tipo de aberraciones peculiares y demagogos de la variedad de Trump.
Pueden subir rápidamente, dando expresión a la ira y el descontento de las masas. Pero el contacto con la realidad acaba provocando decepción, preparando una nueva oscilación del péndulo en sentido contrario.
Ver estos acontecimientos en términos puramente negativos sería malinterpretar completamente la situación. Las masas están desesperadas y necesitan soluciones urgentes a sus problemas. Personas como Donald Trump parecen ofrecerles lo que buscan.
Tenemos que entender esto, y no limitarnos a descartar tales movimientos como aberraciones de “extrema derecha” (una frase sin sentido en cualquier caso). Por supuesto, en tales movimientos habrá elementos reaccionarios. Pero su carácter masivo indica que tienen una base contradictoria en la sociedad.
Para encontrar un camino hacia los trabajadores de cualquier país, es necesario tomarlos como son, no como nos gustaría que fueran. Para entablar un diálogo con los trabajadores, debemos partir del nivel de conciencia existente. Cualquier otro enfoque no es más que una receta para la esterilidad y la impotencia.
Si queremos entablar una conversación significativa con un trabajador que tiene ilusiones con Trump, no podemos empezar con denuncias estridentes o acusaciones de fascismo y cosas por el estilo. Escuchando pacientemente los argumentos de estos trabajadores, podemos basarnos en muchas cosas con las que estamos de acuerdo, y luego, utilizando argumentos hábiles, introducir gradualmente dudas sobre si los intereses de la clase obrera pueden realmente ser defendidos por un rico empresario multimillonario.
Por supuesto, en esta fase, nuestros argumentos no tendrán necesariamente éxito. La clase trabajadora en general no aprende de los debates, sino solamente a través de su propia experiencia. Y la experiencia de un gobierno de Trump resultará ser una curva de aprendizaje muy dolorosa.
Por lo tanto, cuando hablamos con los trabajadores que apoyan a Trump, debemos tener un enfoque amistoso y mostrar acuerdo con las cosas con las que podemos estar de acuerdo, para luego señalar hábilmente las limitaciones del trumpismo y defender el socialismo. Las contradicciones acabarán saliendo a la superficie. Sin embargo, a pesar de esto las ilusiones en Trump persistirán por un tiempo.
No se conseguirá nada adoptando una actitud beligerante y hostil hacia los muchos trabajadores honrados que, por razones absolutamente comprensibles, se han unido a la bandera de Trump. Tal enfoque es estéril y contraproducente, y no llevará a ninguna parte.
La historia conoce muchos ejemplos de cómo los trabajadores que primero entran en la arena de la política con puntos de vista extremadamente retrógrados, incluso reaccionarios, pueden moverse rápidamente en la dirección opuesta bajo el impacto de los acontecimientos.
Al principio de la revolución de 1905 en Rusia, los marxistas eran una minoría muy pequeña y aislada. La mayoría de los obreros rusos eran políticamente atrasados y tenían ilusiones en la monarquía y la iglesia.
Al principio, la inmensa mayoría de los obreros de San Petersburgo seguía la dirección del padre Gapon, que colaboraba activamente con la policía. Cuando los marxistas se acercaban a ellos con octavillas que denunciaban al zar, los obreros las rompían y a veces incluso golpeaban a los revolucionarios.
Sin embargo, todo eso se transformó en su contrario tras los sucesos del Domingo Sangriento del 9 de enero. Los mismos obreros que habían roto las octavillas se acercaron ahora a los revolucionarios exigiendo armas para derrocar al zar.
En Estados Unidos, podemos citar un ejemplo similar, muy sintomático aunque mucho menos dramático. Cuando un joven obrero llamado Farrell Dobbs entró en política a principios de los años 30, lo hizo como republicano convencido.
Pero a través de la experiencia de la tormentosa lucha de clases pasó directamente del republicanismo de derechas al trotskismo revolucionario y desempeñó un papel destacado en la rebelión de los Teamsters en Minneapolis en 1934.
En el tormentoso período de lucha de clases que se abrirá en Estados Unidos, veremos muchos ejemplos de este tipo en el futuro. Y algunos de los trabajadores que ahora apoyan con entusiasmo a Trump o demagogos similares, pueden ser ganados para la bandera de la revolución socialista sobre la base de los acontecimientos futuros.
A primera vista, el movimiento Trump parece muy sólido y prácticamente indestructible. Pero se trata de una ilusión óptica. En realidad, se trata de un movimiento muy heterogéneo, plagado de profundas contradicciones. Tarde o temprano, éstas se pondrán de manifiesto.
Los enemigos liberales de Trump esperan que el fracaso de sus políticas económicas provoque una decepción generalizada y la pérdida de apoyo. Tal fracaso es totalmente previsible. La imposición de aranceles ya está siendo recibida con represalias inevitables. Esto debe reflejarse finalmente en pérdidas de puestos de trabajo y cierres de fábricas en las industrias afectadas.
Sin embargo, las predicciones de una desaparición inminente del movimiento Trump son prematuras. Trump ha despertado enormes expectativas y esperanzas entre millones de personas que antes carecían de toda esperanza. Tales ilusiones están muy arraigadas y son lo suficientemente poderosas como para resistir toda una serie de sacudidas y decepciones temporales.
El hechizo hipnótico de la demagogia de Trump tardará en disiparse. Pero tarde o temprano, la desilusión se instalará, y cuanto más tarden los trabajadores en comprender que sus intereses de clase no están representados, más violenta será la reacción.
Donald Trump es ya bastante mayor y, aunque logre esquivar la bala de un asesino, la naturaleza debe imponer tarde o temprano sus leyes de hierro. En cualquier caso, es poco probable que se presente de nuevo a las elecciones presidenciales, incluso si se pudieran cambiar las reglas para permitirlo.
Es imposible imaginar el trumpismo sin la persona de Donald J. Trump. Es precisamente el poder de su personalidad, su indudable habilidad como líder de masas y maestro demagogo, el pegamento que mantiene unido a su heterogéneo movimiento. Sin él, las contradicciones internas que existen en su seno saldrán inevitablemente a la superficie, provocando crisis internas y fracturas en el liderazgo.
J.D. Vance parece el sucesor más probable de Donald Trump, pero carece de la inmensa autoridad y carisma de su líder. Es, sin embargo, un hombre inteligente que bien puede evolucionar en todo tipo de direcciones en función de los acontecimientos. Es imposible predecir el resultado.
Hay una conocida ley de la mecánica que afirma que toda acción tiene una reacción igual y opuesta. Donald Trump es un maestro de la hipérbole. Sus declaraciones demagógicas no conocen límites. Todo lo que promete es maravilloso, tremendo, maravilloso, enorme, etcétera. Y el grado de decepción, cuando finalmente llegue, será correspondientemente enorme.
En un momento dado, su movimiento empezará a fracturarse en líneas de clase. A medida que los trabajadores comiencen a abandonarlo, los elementos pequeñoburgueses enloquecidos probablemente se unirán en lo que será el embrión de una nueva y genuina organización fascista o bonapartista.
A partir de esta situación caótica, el movimiento en dirección a un tercer partido se hará irresistible. Por su propia naturaleza, será un asunto confuso, no necesariamente con un programa de izquierdas o incluso particularmente progresista en primera instancia. Pero los acontecimientos tendrán su propia lógica.
Muchos trabajadores, después de haberse quemado los dedos con el experimento de Trump, buscarán una bandera alternativa que refleje con mayor precisión su ira y su odio profundamente arraigado contra los ricos y el establishment, que no es más que un reflejo inmaduro de su hostilidad instintiva contra el propio sistema capitalista. Esto les empujará bruscamente hacia la izquierda.
No es en absoluto descabellado prever que algunos de los militantes más audaces, dedicados y abnegados del futuro movimiento comunista en América consistirán precisamente en trabajadores que han pasado por la escuela del trumpismo y han sacado de ella las conclusiones correctas. Ha habido muchos precedentes de tales desarrollos en el pasado, como hemos visto.
Por último, quiero dejar clara una cosa. Lo que les he presentado aquí no es una perspectiva totalmente elaborada, ni mucho menos una predicción detallada de lo que ocurrirá en el futuro. Para ello se necesitaría no el método marxista, sino una bola de cristal, que lamentablemente aún no se ha inventado.
Basándome en todos los hechos observables de que dispongo, he presentado un pronóstico muy provisional que, sin embargo, no puede ser más que una conjetura. La situación actual se presenta como una ecuación extremadamente complicada, que tiene muchas soluciones posibles. Sólo el tiempo llenará los vacíos y nos dará la respuesta. La Historia nos deparará muchas sorpresas. No todas malas.
Compañeras y compañeros del Museo Casa de la Memoria Indómita
El cierre indefinido del Museo es una cuestión de gran relevancia para nosotros como Organización Comunista Revolucionaria (OCR), dado que los orígenes del Museo se remontan a la lucha emprendida por el Comité ¡Eureka!, cuyo objetivo fue y sigue siendo, exigir justicia y mantener vivo el recuerdo de quiénes fueron desaparecidos en una época oscura y de guerra sucia en nuestro país, en la que el PRI en el gobierno por medio de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) en conjunto con el Ejército fue responsable de detenciones ilegales y desapariciones forzadas de cientos de personas, estudiantes, trabajadores, activistas tanto hombres como mujeres, de los cuales muchos eran comunistas.
Dentro del Museo se encuentran documentos, fotografías y objetos relacionados con las desapariciones forzadas de la guerra sucia en México, además alberga la historia de los desaparecidos políticos de los últimos 40 años y que de alguna manera es un reconocimiento a los luchadores sociales desaparecidos en el país. Dicho legado es la muestra fidedigna de las luchas que el pueblo de nuestro país ha emprendido por mejores condiciones de vida, y que se pone en riesgo ante el cierre, pues se carecen de los recursos suficientes para su cuidado y mantenimiento.
Aunado a lo anterior la existencia y apertura del Museo son símbolo de la lucha que se emprendió en aquellos años y que sigue vigente, así como mantener viva la memoria de quiénes fueron desaparecidos de manera forzada, algo que lamentablemente sigue ocurriendo en nuestro país, pues hasta la fecha hay más de cien mil casos —pero sin duda la cifra ha de ser mayor—, de los cuales muy pocos aparecen con vida o se resuelve el caso.
Mantener abierto el Museo significa mantener la esperanza de que se desclasifiquen documentos y se abran las puertas de sitios hasta ahora resguardados, pero que son pieza clave para saber qué les ocurrió a los desaparecidos por los gobiernos priistas, y se obtenga la tan anhelada justicia. Por otra parte, también es la esperanza de miles de familias que siguen buscando a sus familiares.
Seguiremos pendientes del proceso, esperando que en los próximos días recibamos la noticia de la reapertura del Museo.
La Organización Comunista Revolucionaria (OCR), sección en México de la Internacional Comunista Revolucionaria (ICR), externa nuestro total apoyo y solidaridad ante el cierre indefinido del Museo Casa de la Memoria Indómita (MCMI).
En Belgrado, Serbia, el 15 de marzo se produjo la que sin duda fue la mayor protesta en la historia de Serbia. Según el Archivo de Reuniones Públicas, contó con alrededor de 300 000 personas, y muchos estiman que fue aún mayor.
Después de las grandes concentraciones de febrero en Autokomanda, un importante intercambiador de Belgrado, y en el Puente de la Libertad de Novi Sad, los estudiantes continuaron con nuevas concentraciones en Kragujevac y Niš, como preparación para la protesta del sábado. Aunque los estudiantes anunciaron que la manifestación del sábado no sería la última, muchos imaginaban que sería el día en que caería el régimen de Aleksandar Vučić.
Incluso el día antes de la gran protesta, circularon en las redes sociales fotos y vídeos de enormes columnas de coches esperando en los peajes de la autopista en dirección a Belgrado. Como se preveía una gran concentración, muchos decidieron venir a Belgrado un día antes para no tener problemas con el tráfico el día de la protesta.
Estudiantes y activistas de toda Serbia organizaron marchas hacia la capital. De pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, fueron recibidos como héroes y apoyados por los residentes locales. Hubo una bienvenida especial cuando llegaron a Belgrado, donde los estudiantes habían preparado miles de colchones para acomodar a sus compañeros de toda Serbia.
El día de la protesta, muchos de los que venían de las autopistas del oeste y del norte aparcaron en Nuevo Belgrado, que está al menos a una hora a pie del lugar de la protesta. A lo largo de la mañana, alegres columnas de gente se desplazaron desde esa parte de la ciudad, haciendo sonar silbatos y vuvuzelas y gritando «pump it», que se convirtió en el lema simbólico de la protesta. Una columna continua de personas cruzó el puente de Branko, que conecta Nuevo Belgrado con Belgrado. Al llegar a Belgrado, toda la ciudad parecía estar bloqueada por el tráfico, ya que la policía había establecido frecuentes controles.
A medida que se acercaba la hora programada para la concentración principal, la multitud parecía interminable. En algunos lugares clave, era extremadamente difícil pasar. Nuestros folletos fueron recibidos con auténtica curiosidad entre los manifestantes, que mostraron un gran interés por nuestra política revolucionaria.
La protesta se llevó a cabo en dos lugares clave, en la plaza Slavija y frente al edificio del Parlamento, pero en realidad era imposible determinar el comienzo o el final de la reunión. Durante la protesta, parecía un gran festival interminable, en el que la gente estaba en constante movimiento, llena de energía. Ríos de personas se movían en diferentes direcciones y, como muchos no eran de Belgrado, a menudo se limitaban a seguir a la multitud, con la esperanza de ir en la dirección correcta.
Los veteranos de guerra y los ciclistas ayudaron a los estudiantes a dirigir la concentración de forma segura. Los discursos se celebraron en la plaza Slavija. Como ya es tradición en las protestas, cientos de miles de personas participaron en 15 minutos de silencio por las 15 víctimas que murieron el 1 de noviembre de 2024 cuando se derrumbó la marquesina de hormigón de una estación de tren en Novi Sad, cuya reconstrucción fallida fue responsabilidad del régimen.
El sórdido régimen de Vučić
Antes de la gran protesta, la naturaleza sórdida del régimen de Vučić quedó al descubierto. Desde la caída de la marquesina que mató a 15 personas, ha logrado unir contra sí a todas las fuerzas de Serbia, debido a las medidas represivas y mentiras de todo tipo que ha utilizado para defenderse a cada paso.
El aparato estatal es extremadamente débil y no ha sido capaz de gestionar la situación. Por miedo a su propio colapso, ha actuado con medidas desesperadas. En preparación para un enfrentamiento el 15 de marzo, Vučić anunció que habría una gran violencia. Todos entendieron que él sería su iniciador.
El método más morboso del régimen para defender su gobierno fue la formación de un campamento de «partidarios» de Vučić. El régimen los reunió y los presentó como estudiantes que querían poner fin a las ocupaciones universitarias para poder estudiar. Cuanto más se acercaba la fecha de la protesta, más se llenaba el campamento de elementos lumpen, algunos desesperados y empobrecidos, otros procedentes del entorno criminal. Además, se presionó a muchas personas a las que el partido gobernante había dado empleo para que se unieran al campamento. También se trajo a serbios del norte de Kosovo, aunque parecía que muchos estaban allí en contra de su voluntad.
La presencia en el campamento se recompensaba con un salario diario sustancial. El campamento contaba con seguridad privada y finalmente se valló: no para proteger a los «residentes», sino para evitar que escaparan del campamento. Además, la policía vigilaba el campamento, pero no evitó los ataques de los matones del campamento contra los manifestantes. El campamento estaba situado justo enfrente del edificio del Parlamento, de modo que el régimen podía rodear a los manifestantes, mantener a la policía en lugares estratégicos y tener a sus matones listos en todo momento para «defender» el Parlamento.
El día antes de la protesta, el régimen detuvo a varios estudiantes y activistas de la oposición, debido a unas grabaciones de audio que se habían realizado en las oficinas de un pequeño partido de la oposición. En otras palabras, el régimen los espió y luego hizo públicas las grabaciones a través de sus medios de comunicación. En las grabaciones de audio se hablaba de lo que los activistas planeaban hacer el 15 de marzo, y el régimen utilizó algunas de sus propuestas e ideas para detener y acusar a los activistas de subvertir el orden constitucional. Por supuesto, esa acusación era infundada y se utilizó para intimidar a otros activistas.
También se produjo un incidente inquietante durante los 15 minutos de silencio. Aparecieron vídeos en Internet en los que, en una parte de la protesta, una multitud de personas, de forma repentina y sin provocación, inició una estampida y se desplazó para refugiarse en la acera. Muchos describieron una experiencia surrealista de sonidos fuertes y vibraciones. La gente, temerosa de incidentes anteriores de coches que atravesaban las protestas, se apartó de repente. Existen fuertes sospechas de que se utilizó un arma sónica de control de multitudes. Por si fuera poco, el uso de métodos tan deshonestos en el momento más pacífico de la protesta lo dice todo.
En un momento de la protesta, las tensiones empezaron a aumentar. Unas personas enmascaradas se reunieron cerca del campamento y empezaron a lanzar piedras desde allí. Debido a todas las amenazas de Vučić, muchos eran conscientes de que podría haber víctimas. Los estudiantes encargados de la seguridad escribieron con rotuladores los números de teléfono de sus padres y su grupo sanguíneo en sus brazos, por si se producía algún incidente. Como parecía que la situación podía salirse de control, los estudiantes decidieron poner fin a la protesta antes de tiempo para evitar la violencia.
Evaluación de la protesta
Este abrupto final de la protesta sorprendió a muchos, pero la mayoría lo aceptó sin objeciones. Con esa decisión, la energía cayó de repente. Pronto la gente empezó a regresar a sus casas y en menos de un par de horas, era un sábado por la noche normal en Belgrado. Pero al día siguiente, estaba claro que el ánimo de lucha en Serbia no había disminuido. Había una sensación de triunfo porque Serbia había sido testigo de la mayor protesta de su historia, un acontecimiento lleno de amor y solidaridad.
Los estudiantes organizaron un nuevo bloqueo para demostrar que serán ellos quienes decidan cuándo se acaba, en respuesta a Vučić, que se sentía seguro de haber sobrevivido al 15 de marzo. En Niš, los estudiantes que regresaban fueron recibidos como héroes, y en Obrenovac, los trabajadores municipales fueron apedreados con huevos, una revuelta contra el hecho de que algunos de ellos habían participado en el campamento de Vučić.
Esta protesta también planteó algunas cuestiones importantes. La principal surge del hecho de que Vučić obviamente no renunciará al poder, incluso cuando se enfrente a una megaprotesta: es muy posible que el 15 de marzo reuniera a más del 5 por ciento de la población de Serbia en una ciudad.
Por otro lado, plantea urgentemente la cuestión de la necesidad de una dirección política clara entre los estudiantes. El 15 de marzo, los planes para la ubicación principal de la protesta se cambiaron repentinamente varias veces, lo que llevó a un compromiso para que se celebrara tanto en la plaza Slavija como frente al Parlamento. Esto ocurre cuando no hay un cuerpo estudiantil dirigente claramente definido. Está claro que, aunque las formas de democracia directa han mantenido la cohesión del movimiento maximizando la participación y la implicación de una gran capa, la ausencia de una dirección elegida deja un vacío que es llenado por grupos de activistas estudiantiles, generando un cierto grado de confusión. Con un liderazgo estudiantil claramente delegado, se sabría en todo momento quién es responsable de qué.
Lo que también ha quedado claro es que, aunque los estudiantes están al frente del movimiento, no le han dado una dirección política clara. Durante tres meses y medio, han exigido la publicación de la documentación relativa a la caída de la marquesina. Pero a pesar de tres meses y medio de encomiable esfuerzo y lucha, no se han obtenido resultados. El aparato de Vučić está asustado, pero se ha mantenido fundamentalmente intacto.
Por un lado, esto se debe a la insuficiente participación directa de la clase trabajadora, que aún no tiene la confianza suficiente para iniciar una lucha más decidida. Por otro lado, dado que los estudiantes son los que tienen legitimidad a los ojos de la clase trabajadora, podrían ofrecer una dirección política para el movimiento que amplificaría la posibilidad de movilizar a la clase trabajadora. Hasta ahora esto ha faltado.
Con tal influencia en la sociedad debido a su papel heroico en el movimiento, los estudiantes también deberían estar a la cabeza del movimiento en términos políticos. Ya han ido muy lejos en la dirección correcta con sus llamamientos a una huelga general, y más aún con el llamamiento a asambleas generales de trabajadores y ciudadanos.
Pero para que ese llamamiento realmente resuene, deben formar un órgano central a partir de sus plenos, con una dirección nacional y un programa político. Las asambleas plenarias deben organizarse no solo a nivel universitario, sino también mediante la formación de órganos conjuntos oficiales permanentes a nivel de ciudades y a nivel nacional, que tendrían el mandato de implementar la voluntad de los estudiantes. Con esto, no solo profundizarían su legitimidad entre los trabajadores de Serbia, sino que también demostrarían su capacidad para dirigirlos políticamente de manera directa hacia el derrocamiento de Vučić.
La clase trabajadora se ha involucrado más activamente en las huelgas, como hemos visto en las escuelas, el poder judicial, el aeropuerto Nikola Tesla, la oficina de correos, GSP Belgrado y Elektroprivreda Srbije. Estas huelgas pueden anunciar un movimiento más amplio de la clase trabajadora.
El régimen de Vučić ha perdido la mayor parte de su legitimidad. La situación actual muestra una peligrosa tendencia en la que la extensión de su gobierno podría conducir a un estado aún más venenoso de la sociedad. Ya es hora de que la clase trabajadora, como clase que posee las principales palancas económicas de la sociedad, ayude a sus hijos y a los estudiantes a derrotar conjuntamente a Vučić y a su régimen criminal.
En 2007 se dio la más grande lucha de los trabajadores del Estado en la historia del país, contra la reforma a la Ley del ISSSTE. Hoy, que vemos un nuevo despertar de la base trabajadora, sobre todo en el magisterio, en oposición a una nueva reforma a esta ley, vale la pena recordar ese pasaje para sacar lecciones.
Vientos revolucionarios soplaban en el país. En 2006 se habían protagonizado inspiradoras movilizaciones de masas. Calderón fue impuesto como presidente. Lo que la burguesía deseaba era aprobar una reforma a la ley federal del trabajo para no tener trabas legales al sobreexplotar a la clase obrera y ver aumentadas sus ganancias. Pero el presidente, acosado por el movimiento de masas, no tenía la fuerza para hacerlo, en cambio, decidieron hacerlo contra un amplio sector: los trabajadores al servicio del Estado, derechohabientes del ISSSTE.
Lo que se vivió fue una bomba. Sectores tradicionales de la oposición sindical como la CNTE, la disidencia del STUNAM o el SITUAM comenzaron a actuar. Se comenzaron a hacer charlas y foros de debate. Pero lo interesante es que este fermento se fue extendiendo, por ejemplo, a otras secciones del SNTE o a otros sindicatos como los mismos trabajadores del ISSSTE o los afiliados al burocratisimo FSTSE y muchas otras dependencias gubernamentales. El movimiento no se suscribió a la CDMX. En algunos Estados adquirió un carácter de masas histórico.
En este y otro lado, la disidencia organizaba una acción o la base presionaba a sus representantes sindicales para convocar a acciones. El gobierno de Calderón se apresuró a aprobar dicha reforma a la Ley, que atacaba las pensiones para millones de afiliados al ISSSTE, que finalmente fue aprobada el 27 de marzo de 2007. En otras condiciones eso hubiera sofocado la lucha, pero por el contrario fue como echar más leña al fuego. La demanda fue la abrogación de la reforma.
En el mitin central, la dirección del SITUAM llamó a conformar un Consejo Nacional de Huelga, que se convertiría en el órgano aglutinador de las protestas. En esa fase, la sección XVIII, la CNTE de Michoacán, jugaría un papel relevante en la dirección de las mismas.
El CNH (y en ocasiones sectores como la misma sección XVIII con mayor capacidad de articulación) llamaría a jornadas de protesta nacionales. El movimiento tenía distintos niveles de desarrollo y se hacían jornadas de lucha que sumarán a las distintas fuerzas para golpear juntos en frente único.
Vimos cosas impresionantes como el que las bases rebasaban a sus líderes charros y realizaban protestas y paros, emergiendo líderes naturales del movimiento. Veíamos Estados, casi sin tradiciones de lucha sacando paros y manifestaciones masivas.
La lucha contra el reformismo y la burocracia sindical
Los aparatos sindicales burocráticos son una loza pesada difícil de hacer a un lado. La patronal y los charros recurren a amenazas. Los charros buscaban desactivar cínicamente el movimiento, pero su base les rebasó en muchas ocasiones. Suele ser que los compañeros de base tengan mucha ilusión en el terreno de la defensa legal (que es un flanco que hay que atender). Por ejemplo, en 2007 se dio un masivo movimiento de amparos contra la reforma a la Ley del ISSSTE. Dirigentes de sindicatos como los afiliados a la UNT (como el STUNAM) usaron estos amparos para restar ímpetu a la lucha, tratar de frenar los paros o darle un carácter menos político. El ala izquierda, usamos los amparos como una herramienta para animar a la base a participar, explicarles los límites de los mismos y la necesidad de fortalecer el movimiento de masas con los métodos de la clase obrera.
En un movimiento de masas de este tipo, vemos también a viejos activistas de la izquierda quemados, imbuidos por el escepticismo y el sectarismo, que en la práctica se convierten en un freno para el desarrollo de la lucha. En estos casos son las fuerzas frescas de la lucha las que deben marcar la pauta.
La existencia de cuadros con claridad política y de organizaciones revolucionarias, puede jugar un papel positivo que está determinado por: el nivel de desarrollo cuantitativo y cualitativo de dicha organización, arraigo en las organizaciones de masas, las condiciones objetivas en que se desarrolla y la corrección política, táctica y estratégica. Una organización debe cuidar no actuar por encima de sus fuerzas. Para ser francos, ese fue el error que cometimos, sin embargo mostramos en la práctica la viabilidad de la política de la tendencia comunista.
La estratégica alianza con los estudiantes
El movimiento de 2007 se desarrolló no solo dentro del magisterio de educación básica donde se agrupa la CNTE; logró abrirse campo entre muy diversas áreas de trabajadores. También impactó a las principales universidades públicas del país donde los comunistas teníamos ya un arraigo en el movimiento estudiantil.
En el IPN, por ejemplo, aunque las tradiciones se remontan a 1968, de donde nace el Comité de Lucha, al menos desde la huelga de la UNAM se fue rescatando y construyendo una tradición que pasó por parar la privatización del politécnico en 2002, impulsar luchas reivindicativas en defensa de la educación para los hijos de los trabajadores como el movimiento de estudiantes no aceptados, frenar fulminantemente la reforma al reglamento del IPN en el 2006 (pues los comunistas fuimos capaces de impulsar tan rápidamente una movilización de masas que les dejó en claro a las autoridades que empecinarse en su reforma llevaría a un movimiento de masas dirigido por el ala marxista con cuadros juveniles experimentados y determinados, así que prefirieron recular).
Cuando el SITUAM llamó a la conformación del CNH, los comunistas promovimos su conformación. En el IPN era donde teníamos mayor fuerza y llevamos nuestras ideas a la práctica más lejos. Nos apoyamos en la experiencia del CNH de 1968. Se acordó realizar asambleas de cada sector en cada una de nuestras escuelas. Ahí se deberían elegir 3 representantes por cada sector (PAES, Profesores y Estudiantes) que serían los que tendrían derecho a voz y voto, estos podrían ser revocables en cualquier momento. Había un trabajo de base previo que le daba fuerza a esta medida. Estaban ahí los más consecuentes representantes estudiantiles, los comunistas del CLEP, y también corrientes con trabajo de base como el Bloque de Delegaciones Democráticas. Oponerse a participar en esta instancia podría generar serios cuestionamientos cuando lo que se necesitaba era la unidad y ahí estaban los sectores que habían demostrado en la práctica ser consecuentes con los intereses de los trabajadores.
Las medidas acordadas permitieron impulsar un movimiento unificado con autoridad ante la base, materializar la unidad con el movimiento estudiantil y, por un lado, defender al sindicalismo democrático pero, también, dar una batalla contra el charrismo sindical.
Los líderes sindicales consecuentes no tenían problema de ser electos por su base y, donde había cuestionamientos, podía haber líderes sindicales y líderes de la base. Varios charros preferían alejarse del CNH-IPN y con ello demostraron que no querían luchar por los derechos de su base; al final sus centros de trabajo muchas veces se sumaron a las jornadas de lucha acordadas por el CNH y CNH-IPN con o sin los charros. Pero también vimos casos que se dieron de asambleas donde la base eligió a representantes diferentes a los líderes oficiales, eso significó rebasar a los charros sindicales. En estos casos, cuando hubo en el futuro nuevas elecciones a dirección sindical, los líderes reales fueron electos y se democratizó el sindicato local.
Los estudiantes comunistas también impulsamos sin prejuicios la unidad donde teníamos influencia como el caso de la UNAM o la UAM. En la UAM nos unimos claramente al SITUAM. Unirte y apoyar firmemente a los trabajadores no significa no cuestionar problemas y vicios. Criticamos la falta de trabajo de base, el no impulsar con consecuencia las acciones del CNH que el comité ejecutivo había impulsado. La dirección de Ramos parecía radical hacia afuera pero era reformista a lo interno. Así que los estudiantes comunistas se aliaron con el sector más combativo de la base para impulsar la lucha.
En la UNAM no teníamos tanta fuerza como en el IPN. Con nuestras ideas y la gran determinación de nuestros camaradas, conectamos con el ala más consecuente y radical del STUNAM. En la lucha hay puntos de quiebre. Los trabajadores estaban en contra de la reforma pero necesitaban claridad de qué hacer, en un momento significaba ir a paro o no. La decisión de facultades determinantes como Economía, Filosofía o Ciencias, era muy importante, pero Ciencias en particular fue la que inclinó la balanza. Hicimos frente a la dirección sindical burocrática y reformista del STUNAM con una compañera sindicalista de enorme autoridad política. Volteamos la asamblea, ganamos la votación, y una tras otra facultad se fue a paro. El 2 de mayo de 2007 se cerró todo CU, el IPN, toda la UAM, varios campus periféricos y muchísimos centros de trabajo. Ese día, después de ir a la marcha del 1 de mayo, fuimos a cerrar los centros de trabajo llegando a 2 millones de trabajadores y estudiantes en paro. La acción de un movimiento estudiantil revolucionario, funcionó como un claro contrapeso a la burocracia sindical.
No pudimos frenar la reforma pero lejos estuvo el movimiento de sentir un ambiente de derrota, pues el nivel de conciencia, organización y democracia sindical se fortaleció.