En algún momento, el capitalismo fue un sistema progresista, aún con la fuerza bruta y derramando sangre por sus poros, desarrolló la ciencia, la tecnología y las fuerzas productivas a niveles nunca antes vistos. Pero hoy lo que produce son guerras reaccionarias y crisis económicas, mientras destruye el medio ambiente y pone en riesgo la existencia misma de la humanidad. El capitalismo ha sobrevivido más allá de sus límites y de su papel histórico. Su mera existencia se ha convertido en una amenaza, pues su decadencia nos arrastra hacia la barbarie. Literalmente, la lucha por el comunismo es un asunto de vida o muerte, pero para alcanzarlo necesitamos la herramienta para transformar la sociedad: el Partido Comunista Revolucionario.
Trump y el declive relativo del imperialismo
La llegada de Trump a la presidencia de EE.UU. representa un punto de inflexión en la situación mundial. Él no ha generado las contradicciones actuales: éstas ya existían. El imperialismo estadounidense atraviesa un declive relativo, mientras la creciente participación de China en la economía mundial se convierte en una fuerza amenazante. Aunque ambas economías están profundamente entrelazadas, Trump busca reducir el papel de China mediante su guerra económica.
Trump intenta salir de conflictos que no considera fundamentales para los intereses imperialistas estadounidenses, como la guerra de Ucrania contra Rusia; aunque quererlo es más fácil que hacerlo. Por ahora, sigue enviando más armamento a Ucrania. De igual forma, el retroceso del poderío estadounidense en Medio Oriente ha permitido que rivales como Irán se fortalezcan en la región, mientras antiguos aliados, como Turquía, adquieren mayor independencia. Las incursiones militares en zonas controladas por su aliado Israel reflejan una intención de recuperar el poder y control perdidos.
El imperialismo norteamericano no sabe qué hacen en Oriente Medio. En el último periodo se ha querido apoyar en diferentes países, como una forma para limitar la dependencia que tenía de Israel, su único aliado en la región; al mismo tiempo ha apoyado la limpieza étnica en Gaza contra le pueblo palestino. La región es un polvorín inestable y complejo que el imperialismo quiere sortear pero no puede.
Con el afán de recuperar su poder y centrarse en su enemigo principal, EE.UU. está empujando una política agresiva contra todos los países por medio de los aranceles, a algunos más los ha amenazado con invadir y a otros los está presionando de tal forma para conseguir todo lo que el imperialismo quiere. Esto está acelerando las contradicciones de los diferentes países, presos de la política de Trump. El caso de Panamá es sintomático, Trump obligó al gobierno de Mulino a un acuerdo vergonzoso en que se acepta la presencia y asesoría de las fuerzas armadas imperialistas en el país. Tras esto hemos presenciado un estallido social y una intensa lucha de clases.
Dependencia de México
Nunca en la historia el peso de la economía mundial había sido tan grande como hoy. Sin embargo, la propiedad privada de los medios de producción y los estados nacionales —sustento del capitalismo— le ponen freno a su desarrollo. En el periodo pasado los países de capitalismo desarrollado rompieron las barreras de su Estado nacional y se expandieron por el mundo enlazando hasta el último rincón del planeta, uno de los máximos logros del capitalismo y uno de los factores que le permitió mantener una estabilidad relativa al sistema mundial. La situación se convierte en su contrario: ahora asistimos a una guerra proteccionista. EE.UU. ataca a sus principales socios comerciales, incluido México.
La burguesía mexicana jamás ha jugado un papel progresista. Traicionó sus propias revoluciones, ha prosperado parasitando al Estado y ha sido incapaz de enfrentar al imperialismo o defender una verdadera soberanía. Solo cuando ha habido luchas revolucionarias abiertas, las masas se han opuesto de manera consecuente al dominio imperialista.
Los partidos burgueses tradicionales —el PRI y el PAN— han sido históricamente serviles al imperialismo. La llamada Cuarta Transformación (4T) emergió, en cierto sentido, como una expresión del rechazo popular al viejo régimen y a los estragos del capitalismo. Sin embargo, su dirección no es capaz de resolver estas contradicciones. Si bien la 4T cuenta con un respaldo popular importante, también crece la crítica entre sectores juveniles que, en sus capas más avanzadas, concluyen que se necesita un cambio más profundo y radical.
Aunque la 4T defiende el nacionalismo y la soberanía, sus resultados van en sentido contrario. Económicamente, México se ha vuelto aún más dependiente de EE.UU. Se ha integrado a una importante cadena de producción internacional, jugando un papel clave como proveedor en la relocalización de empresas cuya producción tiene como destino principal el mercado estadounidense. Solo se muestra nacionalista contra el capital chino, pero dócil y subordinado al imperialismo de los EE.UU.
En la fabricación de un automóvil existe una cadena productiva altamente integrada entre los tres países norteamericanos. En el Bajío mexicano, por poner solo un ejemplo, se fabrican motores, transmisiones, arneses eléctricos, sistemas de suspensión, entre otros componentes. La desvalorizada fuerza de trabajo mexicana ayuda a abaratar costos, lo que implica también una fuga de capitales desde EE.UU. hacia México, donde han venido a invertir muchas empresas norteamericanas. Este proceso a un nivel amplio, ha debilitando la industria en ciudades estadounidenses que han entrado en decadencia debido a esta exportación de capital. Trump cuando dice que quiere hacer nuevamente grande a los Estados Unidos, piensa en que, con los aranceles, esas miles de empresas van a regresar a los EE.UU., creando puestos de trabajo y buenos salarios.
¿A qué obedecen las medidas arancelarias?
El 85 % de las exportaciones mexicanas tienen como destino EE.UU.; y este no es el único dato que refleja su subordinación económica. El 75% de esas exportaciones proviene de apenas 515 trasnacionales, que se quedan con la mayor parte de los beneficios (La Jornada, 21/07/25). Está en puerta una nueva renegociación del T-MEC, en la cual el imperialismo estadounidense buscará obtener condiciones aún más favorables.
EE.UU. ha impuesto aranceles del 25% a las autopartes producidas en México y Canadá, así como al acero y al aluminio, cuyos gravámenes duplicó posteriormente al 50%.
Bajo el pretexto del gusano barrenador, Trump canceló las importaciones de carne mexicana en regiones donde esta plaga no representa un problema. Exigió mejoras en las medidas sanitarias mexicanas y una contención más estricta del ingreso de carne proveniente de Centroamérica. Ha impuesto un arancel del 17 % al jitomate, busca restringir vuelos y alianzas entre aerolíneas mexicanas y estadounidenses, y mañana podrá hacerlo con cualquier otro producto.
Estas medidas arancelarias rompen con el acuerdo económico de América del Norte. Los liberales reformistas no comprenden “esta locura”, se escandalizan porque derrumba su mundo ideal, donde todo puede resolverse mediante el diálogo, la negociación y la conciliación interburguesa. Pero esta “locura” tiene una lógica interna. Como explicamos en nuestro documento de perspectivas internacionales:
“Con sus amplias medidas proteccionistas, Trump persigue varios objetivos: 1. Penalizar la importación de productos manufacturados y recuperar empleos en ese sector dentro de EE.UU. 2. Detener el ascenso de China como potencia económica rival. 3. Utilizar los ingresos de los aranceles para aliviar el déficit presupuestario, manteniendo al mismo tiempo los recortes fiscales. 4. Usar los aranceles como moneda de cambio en negociaciones con otros países, buscando concesiones políticas y económicas.”
Presiones imperialistas contra México
En el caso mexicano, el endurecimiento responde a una lógica similar. Trump busca atraer más inversión a EE.UU., fortalecer la industria nacional y utilizar los aranceles como palanca para renegociar los acuerdos del T-MEC en mejores términos para su clase dominante, al igual que frenar la migración y contener el tráfico de drogas. Los aranceles son un garrote en la mano del imperialismo y los usará en el momento que él quiera y para lo que quiera.
A diferencia de su primer mandato, Trump ahora tiene menos límites. Ha logrado un mayor control del aparato judicial y está mucho más radicalizado. Asistimos a un viraje general del capital estadounidense hacia una política abiertamente agresiva, que Trump encarna con toda crudeza.
El capital norteamericano no se retira completamente de México, sino que lo presiona para obtener mejores condiciones para su reproducción. En ese marco, México juega el papel de una economía semicolonial integrada al imperialismo. No tiene independencia real. La producción depende del capital estadounidense y su Estado no puede imponer condiciones. Esto no se resuelve con discursos nacionalistas, ni con posturas reformistas o diplomáticas: se necesita una ruptura revolucionaria apoyada en el movimiento de la clase obrera, una transformación socialista que estatice las palancas fundamentales de la economía bajo control obrero, que expropie al capital y termine con el yugo imperialista, extendiendo la revolución a los EE.UU., haciendo un llamado a la clase obrera estadounidense, canadiense y sudamericana a seguir su ejemplo.
A medida que la crisis internacional se agrava, el margen para políticas intermedias desaparece. La alternativa es clara: o se avanza hacia una revolución socialista que libere a México del yugo imperialista y capitalista, o se profundizará la explotación, el saqueo y la opresión bajo nuevas formas.
El reformismo y sus límites
Trump continúa acusando a México de no hacer lo suficiente contra los cárteles de la droga y en materia de contención migratoria. El 16 de julio declaró:
“Los salvajes cárteles de droga y los traficantes criminales tienen un control tremendo sobre México, sobre los políticos y las personas electas… Tenemos que hacer algo al respecto, no podemos dejar que eso pase” (La Jornada, 17/07/25).
En este contexto, figuras como Julio César Chávez Jr., hijo del ídolo del box mexicano, han sido detenidas por presuntos vínculos con el Cártel de Sinaloa. Al mismo tiempo, ha salido a la luz la infiltración del crimen organizado en los gobiernos de la 4T. Hackeos del grupo Guacamaya revelaron que Adán Augusto López, exgobernador de Tabasco y Secretario de Gobernación en el gobierno de AMLO, colocó a integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación al frente de la seguridad estatal. Aunque en la última convención del partido se afirmó que “Morena no protege a nadie”, varios dirigentes salieron inmediatamente en defensa de Adán Augusto, lo que pareció más un cierre de filas que una voluntad real de esclarecer los hechos.
No somos ingenuos: la derecha busca golpear al gobierno y aprovechar sus contradicciones. Pero esas contradicciones son reales. La 4T no ha erradicado la corrupción, la violencia ni la explotación porque mantiene una política de conciliación de clases, fortalece al aparato estatal y defiende el libre mercado, es decir, al capitalismo.
Esto quedó claro en la reciente lucha magisterial por pensiones dignas. Solo una minoría de jubilados, cubierta por el décimo transitorio, fue beneficiada; mientras la mayoría quedó sin respuesta. Para garantizar pensiones para todas y todos, es necesario enfrentar la descomunal riqueza de los grandes capitalistas, que se enriquecen saqueando al país y explotando a la clase trabajadora. En el mejor de los casos, la 4T apenas ha moderado esa voracidad.
Uno de los rasgos más alarmantes es el fortalecimiento del aparato militar, con casi 400 mil efectivos. Cuerpos como la Guardia Nacional cumplen ahora funciones de seguridad interna. Aunque se afirma que no se utilizará contra el pueblo, vimos cómo se reprimió un concierto del cantante vasco Fermín Muguruza en el Multiforo Alicia y cómo la GN ha sido desplegada para contener a migrantes en la frontera sur. A pesar de ello, la violencia continúa. El hallazgo del campo de exterminio en el Rancho Izaguirre, en Jalisco, lo confirma. No fue un caso aislado: manifestantes gritaron “Jalisco entero es una fosa clandestina”.
Por último, la defensa del libre mercado también se refleja en fenómenos como la gentrificación. Bajo la lógica especulativa del capital se encarecen las ciudades, un fenómeno que la presidenta justifica como “derrama económica”, pero en realidad es un proceso de expulsión de los pobres. Solo una política de vivienda pública, bajo una economía planificada, puede frenar la especulación inmobiliaria y garantizar viviendas y servicios dignos y accesibles para las familias trabajadoras.
No es solo Trump y el reformismo, es el sistema
Lo que enfrentamos va mucho más allá de un presidente “loco” en la Casa Blanca y una bancarrota de las políticas reformistas: son cambios tectónicos en las relaciones mundiales, que en una zona u otra provocarán derrumbes y terremotos sociales.
El discurso xenófobo, proteccionista y autoritario es la expresión concentrada de un capitalismo en crisis. No se trata del avance del fascismo, pues —como vimos en California con el resurgimiento de la lucha de masas contra las redadas racistas del ICE— la clase obrera no está derrotada y conserva un enorme potencial de combate.
Trump no inventó las contradicciones que vivimos: simplemente las exacerba, porque el sistema que representa ha llegado a sus límites históricos. Lo que alguna vez fue progresista, hoy solo puede ofrecer miseria, devastación ambiental, guerras y explotación sin fin.
Frente a esto, el reformismo de la 4T, pese a su retórica nacionalista y social, ha mostrado sus límites. La política que necesitamos hoy debe ser internacionalista y socialista, llamando a la clase trabajadora de Norteamérica y del mundo a luchar contra el enemigo común: el capital. No hay salida nacional a la crisis sistémica, pero en cada país debemos organizarnos, porque el enemigo también está en casa, y con él debemos ajustar cuentas.
La 4T, lejos de romper con el poder del capital, ha intentado regularlo, volverlo humano.Pero el resultado ha sido una adaptación al orden establecido, como vemos en el sometimiento a las presiones imperialistas, la subordinación al capital transnacional, la militarización y el fortalecimiento de un aparato estatal que no ha cambiado su carácter de clase ni su función represiva. La 4T intenta resolver las contradicciones del capitalismo sin cuestionarlo, y por eso fracasa en transformar de fondo la sociedad.
Necesitamos algo más profundo: una alternativa revolucionaria. No bastan las reformas parciales: hace falta una ruptura con el sistema que produce estas crisis. Es urgente construir un Partido Comunista Revolucionario, basado en las luchas de la clase trabajadora, la juventud y las mujeres, que unifique las resistencias y proponga una salida socialista frente a la decadencia capitalista.
No podemos esperar más. La barbarie avanza. Solo la organización consciente de la clase trabajadora puede detenerla.
Las grietas en la coalición interclasista de Trump se están convirtiendo en un abismo. Las guerras en Ucrania y Oriente Medio, el fracaso de la guerra comercial de Trump, una economía en recesión que se encamina hacia el desastre y la inflación persistente han fracturado a MAGA. Ahora, el escándalo de Jeffrey Epstein amenaza con destrozarla.
El tráfico sexual de menores ha sido una de las principales preocupaciones de la base de MAGA desde el principio. Durante años, Trump se ha aprovechado oportunistamente de teorías conspirativas como «Pizzagate» y «QAnon». Por encima de todo, los partidarios de MAGA señalaron el escándalo de Epstein como prueba irrefutable de la depravación del establishment. Su principal exigencia: que se publique la lista de clientes de Epstein y se desenmascare a las élites. Como dijo Kash Patel en 2023: «Pónganse los pantalones de adultos y díganos quiénes son los pedófilos». Trump prometió hacer precisamente eso.
Ahora, ha dado un giro completo. La versión oficial de la Casa Blanca es: Epstein se suicidó. No hay ninguna lista de clientes. Circulen, aquí no hay nada que ver.
Trump en pánico
Hace unos meses, la fiscal general Pam Bondi afirmó con confianza que la lista de clientes estaba «sobre su escritorio». Ahora, se retracta y afirma que se refería a que el expediente de Epstein «en general» estaba en su escritorio. Asegura que no puede publicarlo porque está lleno de pornografía infantil… y, por cierto, la lista de clientes nunca existió.
Cuando el Departamento de Justicia publicó un vídeo de la celda de Epstein con un minuto de metraje recortado, la excusa de Bondi fue que se trataba de un fallo técnico totalmente normal. Patel, que ahora es el director del FBI de Trump, también se ha puesto en línea.
Trump está entrando en pánico. Cuando un periodista le preguntó por Epstein, respondió a la defensiva: «¿Todavía estás hablando de Jeffrey Epstein? Es increíble… No puedo creer que me estés haciendo una pregunta sobre Epstein».
Una tormenta de ira de los seguidores de MAGA
Unos días más tarde, publicó un texto inusualmente largo en Truth Social. Bondi está haciendo un «TRABAJO FANTÁSTICO… tenemos una Administración PERFECTA», declaró, antes de acusar a «Obama, la deshonesta Hillary, Comey, Brennan y los perdedores y criminales de la Administración Biden» de fabricar los archivos de Epstein. Terminó rogando al equipo MAGA que se mantuviera unido y «no malgastara tiempo y energía en Jeffrey Epstein, alguien a quien nadie le importa».
Pero a mucha gente sí le importa y hubo decenas de miles de comentarios en respuesta. Una pequeña muestra basta para ver la furia de la clase trabajadora, aunque distorsionada, que está destrozando a MAGA:
Me importa que los líderes mundiales y los multimillonarios se salgan con la suya.
No podemos llamarnos una nación de leyes cuando personas que hacen daño a niños quedan libres solo porque son ricos y poderosos.
No vivimos en comunidades valladas y no tenemos el lujo de contar con guardaespaldas para proteger a nuestras familias.
Los estadounidenses… están HARTOS de la «justicia de doble rasero» para los que tienen dinero y pueden permitirse controlar a los políticos.
No entiendes a MAGA. Tú no creaste MAGA. MAGA te creó a ti.
Los comentarios superan en número a los «me gusta», lo que indica un desacuerdo generalizado con la publicación. En la jerga de las redes sociales, Trump ha sido «ratioed», algo que nunca le había pasado antes en Truth Social.
Incluso si lo que dicen Trump, Bondi y Patel es cierto y el caso Epstein es una conspiración exagerada, el hecho de que tantos seguidores acérrimos de MAGA ya no les crean es una señal de catástrofe inminente para el inestable y errático régimen de Trump.
Desastre en las encuestas
Trump prometió «drenar el pantano». Ahora, algunos de los seguidores de MAGA ven a Trump como la misma bestia del «Estado profundo» que eligieron para destruir. Para ellos, está llevando a cabo un encubrimiento masivo para protegerse a sí mismo y a sus amigos multimillonarios pedófilos. Muchos citan lo que Trump dijo aNew York Magazine sobre Epstein en 2002: «Es muy divertido estar con él. Incluso se dice que le gustan las mujeres guapas tanto como a mí, y muchas de ellas son bastante jóvenes».
Las últimas encuestas de YouGov revelan que el 67 % de los encuestados no confía en que «todas las personas relacionadas con Jeffrey Epstein que presuntamente han cometido delitos sexuales sean investigadas a fondo». El 79 % de los estadounidenses, incluido el 75 % de los republicanos, quiere que se hagan públicos todos los documentos sobre Epstein. Dos tercios de la población cree que la Administración Trump está ocultando deliberadamente pruebas sobre el caso Epstein, ¡incluida la mitad de los republicanos!
Fracaso tras fracaso
Incluso antes del fiasco de Epstein, la popularidad de Trump estaba decayendo. Entre los menores de 30 años, su popularidad cayó del 53,1 % en noviembre de 2024 al 28,9 % a principios de julio. Los jóvenes partidarios de MAGA son los más indignados por este escándalo. En la Cumbre de Acción Estudiantil de Turning Point USA, 7000 estudiantes aplaudieron con fuerza cuando se les preguntó si les importaba Epstein.
Trump ya estaba tambaleándose en casi todos los demás temas. El fiasco de su guerra comercial está empezando a notarse en el aumento de los precios. La tasa de inflación subió al 2,7 % en junio, y lo peor está por llegar. El 51 % de los estadounidenses cree que la economía está empeorando, frente al 37 % cuando Trump tomó posesión.
Mientras tanto, su «Gran y Hermoso Proyecto de Ley Fiscal» no complace a nadie más que a él mismo. Los multimillonarios como Elon Musk odian que añada billones a la deuda, mientras que solo el 30 % de los estadounidenses de a pie cree que tendrá un efecto positivo en el país. El 54 % afirma que tendrá un efecto negativo y el 47 % dice que les afectará negativamente a nivel personal. Muchas zonas que votaron a Trump se encontrarán entre las más afectadas por sus recortes a los cupones de alimentos y a Medicaid.
Más allá, Trump ha metido a Estados Unidos en la «guerra de 12 días» de Israel con Irán, a punto de desencadenar otra de las «guerras eternas» que juró que eran cosa del pasado. En Ucrania, no solo no ha conseguido poner fin en 24 horas a la guerra imperialista por poder contra Rusia, como había prometido, sino que ahora está enviando más armas a Ucrania.
También está en un aprieto con la inmigración. Después de complacer a su base con brutales redadas del ICE, Trump ahora habla de «amnistía» para algunos inmigrantes indocumentados. Trump quiere distraer la atención de sus fracasos culpando y atacando a los inmigrantes, pero al mismo tiempo está bajo la presión de los multimillonarios de la agroindustria y la hostelería, que no quieren verse privados de la mano de obra barata que explotan.
Guerra civil MAGA
Para muchos seguidores de MAGA, la traición de Trump con Epstein es una línea roja. Votaron por él porque lo veían como el único hombre que se oponía al odiado establishment que ha presidido décadas de deterioro del nivel de vida. Como dijo Marjorie Taylor Greene: «Creo que es un golpe en el estómago cuando la gente normal va a la cárcel todo el tiempo, cuando comete errores y hace algo malo, y luego siempre parece que las élites ricas y poderosas se salen con la suya».
La incapacidad de Trump para mantener contenta a su base no es un fracaso personal, era inevitable desde el principio. MAGA es una coalición entre clases en guerra, y la paz es imposible en esta época de declive capitalista. MAGA aún no ha terminado, pero la debacle de Epstein es un hito importante en su proceso de colapso.
Hay una rabia hirviente en la clase trabajadora contra los capitalistas. En ausencia de una alternativa revolucionaria, parte de ella encontró una expresión distorsionada en el trumpismo. Pero tarde o temprano se expresará en explosiones de lucha de clases. Se avecinan oportunidades importantes para que la RCA conecte con esta rabia y la organice en una fuerza para derrocar este sistema podrido de una vez por todas.
Trump tiene la mirada puesta en Groenlandia, Putin está reforzando la base rusa en el archipiélago de Svalbard, al tiempo que emprende nuevas iniciativas conjuntas con China en toda la región ártica. Las principales potencias imperialistas del mundo compiten por reforzar sus posiciones en el Ártico, dejando de lado a las naciones más débiles. Con el calentamiento global derritiendo la capa de hielo del Polo Norte, ha comenzado la lucha por el Ártico.
El Ártico ha sido durante mucho tiempo una región de importancia militar y estratégica. Durante la Guerra Fría, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética lo consideraban un terreno de disputa clave, ya que el Ártico tiene la ruta de vuelo más corta para posibles misiles entre el territorio estadounidense y el ruso.
Ahora, con el aumento de las tensiones entre las potencias imperialistas y el calentamiento global abriendo nuevas vías lucrativas de comercio y saqueo, los intereses de las principales potencias imperialistas en el Ártico están alcanzando un nivel más alto que nunca. Como dijo Leif Terje Aunevik, alcalde de Longyearbyen, en Svalbard, a la BBC en mayo: «Creo que el mundo se ha visto afectado por el miedo a perderse algo del Ártico».
El Ártico se ha calentado casi cuatro veces más rápido que el resto del planeta desde 1979. Los científicos han pronosticado que el océano Ártico podría quedar sin hielo para el verano de 2050, o incluso tan pronto como en 2035. A medida que los períodos de deshielo se alargan, el calentamiento global aumenta más rápidamente, ya que las zonas más oscuras del hielo más fino y el agua del mar abierto absorben más luz solar, atrapando el calor en la atmósfera.
Para la gente común, esto supondrá un desastre: el aumento del nivel del mar inundará ciudades costeras y, finalmente, anegará naciones insulares enteras. Los fenómenos meteorológicos catastróficos serán más frecuentes y ecosistemas enteros se verán amenazados.
Pero para los capitalistas, las aguas sin hielo del Ártico, el deshielo del permafrost y la desaparición de los glaciares significan algo completamente diferente. La perspectiva de acceder a minerales raros, yacimientos de petróleo y gas sin explotar y nuevas zonas de pesca significa que hay dinero que ganar. Las nuevas rutas marítimas en aguas libres de hielo son una perspectiva especialmente atractiva para los monopolios del transporte de mercancías.
De ahí el interés de Trump por Groenlandia, donde se encuentran 25 de las 34 materias primas esenciales. De ahí las crecientes tensiones en la región polar.
En 2021, el Ejército de los Estados Unidos publicó una nueva estrategia para el Ártico titulada Recuperar el dominio del Ártico, en la que se argumenta que los Estados Unidos deben «organizarse para ganar en el Ártico», que la región es «un escenario de competencia, una línea de ataque en caso de conflicto, una zona vital que alberga muchos… recursos naturales y una plataforma para la proyección del poder global».
Se han hecho declaraciones similares, no solo por parte de grandes potencias como China y Rusia, sino también por países árticos como Noruega y Canadá. Canadá declaró en 2019 que «la región ártica es de vital importancia para la seguridad nacional y la defensa de Canadá» y se comprometió a tomar medidas para «aumentar su presencia en el Ártico y el Norte en apoyo de la seguridad regional». En 2025, anunciaron su objetivo de tener «una presencia militar en la región de carácter casi permanente».
En 2020, el Ministerio de Defensa de Noruega declaró que «si Noruega no tiene una presencia regular y predecible en el norte, podría abrirse un espacio que podrían ocupar aliados u otros… Tal desarrollo podría tener consecuencias negativas para la estabilidad y Noruega podría perder influencia en el desarrollo de la seguridad en su propia vecindad».
Los ejercicios militares en el Ártico han aumentado considerablemente en los últimos diez años. La OTAN duplicó sus actividades militares en el Ártico entre 2015 y 2020. Al mismo tiempo, Rusia ha asignado al menos el 81 % de sus armas nucleares a su Flota del Norte.
En el pasado, aunque existía tensión militar, cada nación ártica disponía de cierto margen para labrarse su propia esfera de influencia, incluso las más débiles, como Noruega y Dinamarca. Tras la caída de la Unión Soviética, el Ártico parecía una zona casi libre de conflictos. Los académicos lo denominaron «excepcionalismo ártico» y previeron que siempre sería una zona en la que todos los países podrían convivir. Existía un alto nivel de colaboración internacional entre científicos y políticos de la región; los rusos eran aceptados en la medida en que no se les consideraba como una amenaza, al igual que los chinos. En realidad, esto se debía a que, en aquel momento, Estados Unidos era la única superpotencia dominante y nadie era lo suficientemente fuerte como para desafiarla.
Cuando Rusia y China comenzaron a suponer una amenaza para la hegemonía estadounidense, países como Noruega, Canadá y Dinamarca esperaban poder seguir asegurando sus intereses en el Ártico a través de su alianza con Estados Unidos. Pero ahora Trump ha entrado en escena y ha dejado claro que Estados Unidos ya no es el mismo aliado y amigo que en el pasado.
Por lo tanto, el periodo de «excepcionalismo ártico» ha llegado a su fin. Las lucrativas posibilidades que se abren en el Ártico lo convierten en uno de los principales escenarios de la lucha entre las potencias imperialistas más fuertes, con las naciones más débiles tratando, sin éxito, de ponerse al día.
Rusia: la principal superpotencia ártica
En la carrera por el Ártico, Rusia va muy por delante. Esto se debe en parte a la geografía. El 20 % de la superficie terrestre de Rusia se encuentra dentro del círculo polar ártico. Alrededor del 53 % de la costa ártica es rusa, y alrededor del 50 % de la población ártica forma parte de la Federación Rusa.
Pero Rusia también tiene una fuerte presencia militar en la zona, que se remonta a la época soviética y que se ha ampliado considerablemente en la última década. Rusia cuenta con una de las flotas submarinas más grandes, que incluye 16 submarinos de misiles balísticos de propulsión nuclear. Rusia es también el único país que construye y opera rompehielos de propulsión nuclear, y posee al menos ocho de ellos. Esto le ofrece una gran ventaja, ya que pueden romper hielo más grueso que los rompehielos diésel. Además, son más fiables en climas fríos y pueden funcionar durante años sin repostar.
La Flota del Norte, con base en la península de Kola, al este del norte de Escandinavia, en la región de Murmansk, es la más grande y poderosa de Rusia. Aunque la Armada de los Estados Unidos es la más poderosa del mundo en cuanto a tonelaje, sofisticación tecnológica y alcance global, no tiene una base en la región polar. En febrero, Popular Mechanics publicó un artículo titulado «Rusia está aplastando a la Armada de los Estados Unidos en el Ártico. Es una amenaza real para Estados Unidos».
El artículo señala que, mientras que Rusia opera alrededor de 40 rompehielos, Estados Unidos solo tiene uno, que tiene 49 años. Y aunque Trump ha anunciado planes para construir «cuarenta grandes rompehielos para la Guardia Costera. Grandes», esto es más fácil de decir que de hacer. De hecho, Estados Unidos está luchando por terminar los tres primeros rompehielos y lleva mucho tiempo con un déficit en este tipo de buques y en su industria naval en general.
Es evidente que las amenazas de anexionar Canadá y Groenlandia se han hecho con la intención de proyectar las ambiciones de Estados Unidos en el Ártico. Pero, al fin y al cabo, esto tiene que estar respaldado por una capacidad real para garantizar los intereses estadounidenses.
Pero la situación es aún más grave en Europa. Aquí, las armadas de las potencias imperialistas de segunda fila ni siquiera están al mismo nivel que las de Estados Unidos, China y Rusia, y lo mismo ocurre con su capacidad militar en general.
Colin Wall, investigador asociado del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington, admitió que «en este momento, el equilibrio militar en el Ártico se inclina claramente hacia Rusia». Los expertos militares occidentales han estimado que se necesitarían al menos diez años de inversiones militares para que los Estados árticos de la OTAN alcanzaran la capacidad de Rusia en la región.
Pero incluso ese pronóstico es increíblemente optimista. Ya en 2022, las bases militares de Rusia dentro del Círculo Polar Ártico superaban en número a todas las de la OTAN en aproximadamente un tercio. Esto no es ninguna sorpresa, dado que llevan mucho tiempo invirtiendo en sus capacidades militares en la región y en otros lugares. Desde 2005, Rusia ha reabierto decenas de bases militares de la era soviética en el Ártico, ha modernizado su armada y ha desarrollado nuevos misiles hipersónicos diseñados para eludir los sensores y las defensas estadounidenses.
Y no se trata sólo de capacidades militares. Rusia está desarrollando su proyecto de GNL en el Ártico, construyendo nuevas instalaciones en la península de Gydan, en la costa siberiana del mar de Kara, que podrían contribuir en un 9 % a la producción mundial de gas natural licuado cuando estén terminadas. Ha invertido en puertos, infraestructuras y buques para desarrollar y proteger la Ruta del Mar del Norte. Todo ello ha causado gran alarma entre los demás países árticos.
Cuando estalló la guerra en Ucrania, Occidente lo utilizó como una oportunidad para romper todas las relaciones con Rusia con el fin de aislarla y debilitarla. En marzo de 2022, siete de los ocho miembros del Consejo Ártico —Suecia, Canadá, Noruega, Finlandia, Islandia, Dinamarca y Estados Unidos— decidieron boicotear las futuras reuniones del consejo, lo que supuso su cierre efectivo durante meses. Esto ocurrió durante el periodo de presidencia de Rusia. Más tarde, intentaron reanudarlo bajo la presidencia de Noruega, sin la participación de Rusia. A esto siguió la entrada de Finlandia y Suecia en la OTAN, lo que significaba que todos los países del consejo, excepto Rusia, formaban ahora parte del bloque de la OTAN.
Pero esto no ha detenido a Rusia, que ha seguido reforzando sus fuerzas en la región. De hecho, los últimos años solo han empujado a Rusia a concentrar cada vez más sus fuerzas en el Ártico. Tras el estallido de la guerra en Ucrania, el uso del mar Negro se volvió demasiado arriesgado para la flota rusa y, desde 2022, Turquía ha prohibido la entrada de buques de guerra rusos en el mar Negro, lo que limita aún más el uso que Rusia puede hacer de su flota en esa zona. Tras la adhesión de Suecia y Finlandia a la OTAN, el mar Báltico también se ha convertido en una vía marítima mucho menos fiable para Rusia, tanto en lo económico como en lo militar. Por lo tanto, era lógico que Rusia concentrara sus fuerzas en el helado mar de Barents.
En lugar de aislar a Rusia y disminuir su impulso por controlar la región, los países de la OTAN han empujado a Rusia no solo a reforzar sus fuerzas en el Ártico, sino también a estrechar sus relaciones con China, lo que a su vez ha abierto el Ártico a la penetración china en un grado mucho mayor que antes.
La alianza entre Rusia y China
China ha aumentado gradualmente su presencia en la región polar durante la última década. En 2013, obtuvieron el estatus de observador en el Consejo Ártico y han establecido instalaciones de investigación en Svalbard, Islandia y en la ciudad de Kiruna, en el norte de Suecia. En 2018, subieron la apuesta y publicaron un libro blanco en el que esbozaban su estrategia con respecto al Ártico, en el que se definían como un «Estado cercano al Ártico» y proclamaban su objetivo de construir una «Ruta de la Seda Polar» para las rutas marítimas del Ártico.
En 2024, enviaron sus tres primeros rompehielos a aguas árticas y anunciaron planes para enviar un sumergible tripulado al lecho marino del Ártico, lo que la convertiría en el segundo país en lograrlo después de Rusia.
La relación más estrecha con Rusia ha permitido a China avanzar a un ritmo mucho mayor en sus ambiciones en la región y establecer una presencia regular en ella. Desde 2022, China y Rusia han llevado a cabo varias maniobras militares conjuntas y patrullas fronterizas en la región polar.
Las empresas chinas también están ayudando a Rusia a desarrollar sus proyectos de GNL en el Ártico en la península de Yamal, en el noroeste de Siberia, que el año pasado registró un récord de carga, y el proyecto LNG 2, en construcción en la península de Gydan. Aunque las sanciones retrasaron la construcción de la nueva planta, esta ha podido continuar gracias a las inversiones chinas. La empresa china Wison New Energies entregó módulos para la central eléctrica a LNG 2 el año pasado, a pesar de haberse retirado oficialmente del proyecto.
Ahora están desarrollando la Ruta del Mar del Norte, a lo largo de la costa rusa. En julio de 2023 se inauguró oficialmente un corredor marítimo regular entre China y Rusia a lo largo de las rutas marítimas del Ártico. Ese año, 80 viajes, con buques de carga, cruceros y petroleros, llegaron a puertos chinos a través de la vía marítima ártica. Se espera que esta se convierta en la ruta marítima más utilizada entre Asia y Europa para 2050, ya que reduce el tiempo de transporte en aproximadamente un 50 % en comparación con el transporte a través del Canal de Suez. Para ampliarla, Rusia está estudiando la construcción de un puerto de aguas profundas en Arkhangelsk y una línea ferroviaria conectada a él, con inversores chinos.
La mayor parte de la Ruta del Mar del Norte se encuentra dentro de la zona económica exclusiva de Rusia y, aunque está abierta al tráfico marítimo de todos los países, estos deben cumplir la normativa rusa, obtener permisos y ser escoltados por sus rompehielos.
Estados Unidos está tratando de impugnar esto, argumentando que debería considerarse aguas internacionales. Pero arrebatar el control de la ruta a Rusia será difícil, ya que son Rusia y China quienes realmente la están desarrollando. Son ellos quienes están construyendo puertos a lo largo de la costa rusa y quienes han comenzado a utilizar la ruta. Las empresas de transporte comercial de Rusia y China ya han adquirido una experiencia considerable sobre cómo operar en la región. Esto significa que tienen una ventaja considerable.
En agosto de 2023, el Instituto Naval de Estados Unidos publicó un ensayo sobre cómo Estados Unidos podría desafiar a Rusia por la Ruta del Mar del Norte. Consistía en una larga lista de deseos de inversiones por parte del Gobierno. Los autores expusieron con bastante franqueza el equilibrio real de fuerzas.
«Tras haber fracasado con una proporción de rompehielos ruso-estadounidenses de 3,6:1, la Guardia Costera se ve ahora obligada a contemplar un tránsito con una proporción de rompehielos cercana a 20:1. Se necesita más capacidad y mejores rompehielos».
El demoledor informe afirmaba que «una ampliación de la flota de rompehielos estadounidenses será necesaria, pero no suficiente para responder a las exigencias de este nuevo paradigma de seguridad».
Desde que Trump volvió al poder, ha intentado un enfoque diferente al de las administraciones anteriores. En las negociaciones sobre la guerra de Ucrania, ha intentado llegar a un acuerdo con Putin para salir de la guerra y tratar de revertir los efectos de la política de línea dura de Biden y los europeos, que ha acercado a Rusia a China. La esperanza de Trump era que, si conseguía alejar a Rusia de China, sería más fácil hacer frente a la competencia china. Pero, como muchos de los planes de Trump, hasta ahora no ha tenido mucho éxito.
Incluso si Trump levantara muchas de las sanciones contra Rusia, eso no garantizaría que pudiera abrir una brecha entre Rusia y China. En el Ártico, colaboran estrechamente en tantos proyectos diferentes que sería increíblemente difícil separarlos unos de otros. Y, tanto desde la perspectiva de Rusia como de China, esto no tendría sentido, ya que su colaboración es mutuamente beneficiosa.
Mientras Estados Unidos no esté dispuesto a intervenir y realizar la misma cantidad de inversiones, no tiene sentido que Rusia se distancie de China en ningún grado significativo. Es precisamente gracias a las grandes inversiones chinas que Rusia puede expandir sus industrias del petróleo y el gas y desarrollar rutas comerciales.
Este fue precisamente el problema al que se enfrentó la administración Biden en relación con América Latina. Tras el primer mandato de Trump, en el que intentó someter a los países latinoamericanos, Biden llegó e intentó un enfoque diferente. Ofreció inversiones para alejarlos de la Iniciativa Franja y Ruta (BRI) de China, con su iniciativa B3W. Pero las inversiones ofrecidas eran simplemente demasiado escasas para ofrecer una alternativa real.
Y para China, la colaboración con Rusia significa que puede expandir su influencia en el Ártico mucho más rápido y sobre una base mucho más estable, mientras que la mayoría de los europeos se enfrentan a resistencia en casi todos los pasos que dan.
Las inversiones chinas: una oferta difícil de rechazar
Sin embargo, China no opera en el Ártico únicamente a través de Rusia. Las inversiones chinas han aumentado más o menos en toda la región en los últimos 15 años. Islandia es uno de los principales países con los que China ha establecido vínculos.
«Sin embargo, para los estrategas de Pekín, Islandia representa el caballo de Troya perfecto, que permite a China acceder al Ártico, al Atlántico, a Europa y a la OTAN. Quizás se pueda excusar a Trump por haber pasado por alto Islandia durante su primer mandato, pero ya no cabe duda alguna sobre las ambiciones de China en la isla ni sobre la permisividad de Islandia con el dinero chino y sus avances estratégicos. Es hora de jugar duro con Islandia hasta que reconozca que el dinero chino no compensará el coste de poner en peligro la seguridad del Atlántico Norte y el Ártico».
A pesar de ser miembro de la OTAN, Islandia ha ido equilibrando cada vez más su relación con Estados Unidos y China, lo que se puede ver en su actitud hacia la BRI china. En una visita oficial a Islandia en 2019, el entonces vicepresidente estadounidense Mike Pence agradeció al país por no unirse a la BRI. Pero esto fue rápidamente rechazado por el Gobierno islandés, que dijo que aún no había tomado una decisión. Seis años después, todavía no han tomado una decisión.
Durante la Guerra Fría, Islandia fue una importante base militar para el imperialismo estadounidense. Pero desde 2006 no hay bases militares estadounidenses permanentes ni soldados estacionados allí. Y aunque han participado en maniobras militares de la OTAN y han aplicado sanciones contra Rusia, también se han acercado a China.
Tras la crisis de 2008, que provocó la quiebra de los tres bancos más importantes de Islandia, China intervino para aprovechar la grave crisis económica del país. En 2010, firmaron un acuerdo de intercambio de divisas por valor de 480 millones de dólares, que permitía a Islandia pagar las importaciones chinas con la corona islandesa, renovado en 2013 y 2016. En 2013, firmaron un acuerdo de libre comercio. En 2018, China abrió un centro de investigación en el norte de Islandia y, en 2020, inauguró una embajada de cuatro plantas en Reikiavik, con capacidad para 500 empleados, lo que la convierte, con diferencia, en la embajada más grande del país.
En otros lugares, China ha sido rechazada hasta ahora. Cuando intentó invertir en la construcción de aeropuertos en Groenlandia, Estados Unidos intervino para bloquearlo. Para gran disgusto del amo de Washington, el Gobierno danés estuvo a punto de ceder los derechos de construcción a los chinos, que habían iniciado conversaciones directamente con el Gobierno groenlandés. En lo que fue una pequeña crisis diplomática entre Dinamarca y la primera administración de Donald Trump, el entonces primer ministro danés se subió al primer avión con destino a Groenlandia con una maleta llena de dinero para impedir que China se afianzara en la zona.
En Noruega, la naviera china Cosco también ha intentado cerrar un acuerdo con el puerto de Kirkenes, pero hasta ahora se ha visto frenada por el Gobierno noruego, que desconfía de la creciente influencia china. Noruega aprobó recientemente nuevas leyes que prohíben la transferencia de propiedades o negocios que puedan perjudicar «los intereses de seguridad noruegos».
Pero los líderes locales de Kirkenes, en particular el director del puerto de la ciudad, Terje Jørgensen, están luchando contra el Gobierno para garantizar las inversiones chinas. El director del consejo de administración, Terje Hansen, declaró a los medios noruegos el año pasado que «cuando una empresa china quiere comerciar con nosotros, iremos hasta el final» y que seguirán cortejando a Cosco «a menos que las autoridades centrales nos lo impidan». Los líderes locales de Kirkenes están desesperados por conseguir oportunidades de empleo, ya que el cierre de las minas ha provocado un descenso de la población y la marcha de los jóvenes de la ciudad.
Este es uno de los muchos dilemas del norte de Europa. Por un lado, sienten la competencia de los países imperialistas más fuertes y se ven empujados a elegir bando. Por otro lado, necesitan inversiones. Con el paso del tiempo, la debilidad de países como Noruega, Suecia y Dinamarca se dejará sentir en el Ártico.
El caso de Svalbard
Los políticos noruegos no solo están expresando su preocupación por la creciente influencia de China. El fortalecimiento de Rusia ha provocado aún más revuelo, en particular por sus actividades en Svalbard, el archipiélago situado en la confluencia del océano Ártico y el océano Atlántico, a 600 kilómetros de la costa de Noruega y a 1000 kilómetros del Polo Norte.
Svalbard está bajo dominio noruego desde 1920, cuando se firmó el Tratado de Svalbard. Este fue respaldado por los vencedores de la Primera Guerra Mundial, especialmente Gran Bretaña, con quien Noruega tenía vínculos muy estrechos.
Sin embargo, el Tratado de Svalbard también garantizaba la igualdad de derechos a los ciudadanos y las empresas de todos los Estados signatarios para realizar actividades comerciales en las islas, como la minería, la pesca, la caza y las operaciones marítimas. Svalbard se convirtió en una zona libre de visados para todos los Estados signatarios, de modo que los ciudadanos de estos países tienen derecho a residir y trabajar allí sin necesidad de visado. Esto significa que, en la actualidad, más de un tercio de los residentes de Svalbard no son noruegos y que otros países, en particular Rusia, pueden construir más fácilmente una base allí.
En la práctica, aunque bajo jurisdicción noruega, Svalbard fue territorio compartido entre la Unión Soviética y Noruega durante la mayor parte del siglo XX. Las empresas mineras de los Países Bajos, Estados Unidos y Suecia vendieron la mayor parte de sus minas a la Unión Soviética o a Noruega en los años veinte y treinta.
Pero mientras Rusia sigue explotando su mina de carbón en Barentsburg y ha invertido en convertir su antigua ciudad minera, Pyramiden, en una atracción turística, Noruega está cerrando su última mina en Longyearbyen. En lugar de estar llena de mineros noruegos, Longyearbyen se ha convertido en una ciudad para científicos de todo el mundo.
Rusia, por su parte, ha aumentado su presencia militar y tiene previsto construir un centro de investigación en Pyramiden, para lo que busca inversiones de China y otros países del BRICS.
Los gobiernos noruegos han considerado el cierre de las minas de carbón como una medida de ahorro, ya que nunca fueron realmente rentables. Al mismo tiempo, le permite al gobierno presentarse como ecológico y progresista en lo que respecta a la crisis climática… mientras produce dos millones de barriles de petróleo al día. Pero eso también significa que habrá menos noruegos viviendo en la isla, lo que debilita la reivindicación territorial de Noruega. Así lo señaló Brede Edvardsen, vicepresidente del Sindicato Noruego de Trabajadores Generales.
«Creo que [el Gobierno noruego] no es consciente del papel que desempeña la empresa minera Store Norske, y por lo tanto el Estado noruego, en un contexto geopolítico. El precio del carbón ha subido y bajado durante los últimos 100 años y, a largo plazo, nunca hemos ganado dinero con él. Esa no es la razón por la que se extraía el carbón. Fue para mantener nuestra soberanía… Noruega ha podido mantener su posición en Svalbard gracias a la minería, porque realmente estamos haciendo algo allí».
Noruega está tratando de afirmar su control por otros medios. El año pasado, el Gobierno noruego adoptó un nuevo libro blanco sobre Svalbard en el que proclamaba su objetivo de reforzar el control noruego sobre la investigación científica en Svalbard.
Noruega también pretende controlar la futura minería en aguas profundas fuera del archipiélago. En 2020, científicos noruegos registraron minerales en el lecho marino cerca de Svalbard con un valor estimado de casi 100.000 millones de dólares. Pero esto está siendo impugnado por Rusia, Islandia, los Países Bajos, España y el Reino Unido, que argumentan que los derechos de acceso equitativo del Tratado de Svalbard deberían incluir la plataforma continental.
Esto apunta a uno de los principales problemas de los países árticos más débiles. Tras la llegada al poder de Trump, los políticos europeos hicieron mucho ruido sobre cómo iban a mantenerse unidos. Pero, en realidad, no es así. Otros países europeos también están interesados en debilitar la reivindicación de Noruega sobre Svalbard. Durante años ha habido continuas disputas entre la UE y Noruega (que no es miembro de la UE) sobre los derechos de pesca. Noruega también ha encontrado resistencia por parte de la UE a la hora de perforar más al norte en busca de petróleo.
Al mismo tiempo, los llamados «Cinco del Ártico» —Estados Unidos, Canadá, Noruega, Rusia y Dinamarca (a través de Groenlandia)—, todos ellos países ribereños del océano Ártico, se han reunido a menudo y han tomado decisiones sin contar con los demás países del Consejo Ártico. Así, aunque Noruega a veces desea contar con el respaldo de Suecia y Finlandia en lo que respecta a Rusia, también está dispuesta a excluirlos si ello le permite tener una mayor influencia entre los principales actores de la región.
Ninguno de los países más débiles del Ártico puede hacer frente por sí solo a la competencia de Rusia, China o Estados Unidos. Incluso cuando se unen, como hicieron cuando excluyeron a Rusia de la cooperación ártica, no pueden impedir que las principales potencias mundiales avancen a su costa.
El verdadero equilibrio de fuerzas
Los países más débiles del Ártico están haciendo ahora todo lo posible para demostrar que pueden defender los intereses de sus clases dirigentes en la región. Se suceden los ejercicios militares de la OTAN. Mark Rutte visitó el norte de Noruega en mayo y habló de cómo «estamos haciendo cada vez más juntos» y de cómo «la OTAN también se está involucrando cada vez más en buscar la mejor manera de coordinar todos estos esfuerzos».
Pero sin el respaldo de Estados Unidos, no podrán ofrecer mucha resistencia a China y Rusia. Por eso, después de todas las protestas y las frases grandilocuentes de los políticos europeos y canadienses hacia Trump por los aranceles, Groenlandia y la guerra de Ucrania, al final tuvieron que doblegarse y rendirse a las exigencias de Trump en la última cumbre de la OTAN. No consiguieron que Estados Unidos condenara a Rusia y acordaron comprometerse a aumentar el gasto en defensa hasta el cinco por ciento.
Pero una cosa es comprometerse con palabras y otra muy distinta es cumplirlo. La mayoría de estos países tienen una deuda pública enorme. Los que no la tienen, como Dinamarca y Suecia, tienen una deuda privada muy elevada, lo que hace muy arriesgado aumentar considerablemente la deuda pública.
Y no es solo una cuestión de financiación. Necesitan gobiernos que puedan llevarlo a cabo. Los gobiernos europeos llevan décadas aplicando recortes, alegando que simplemente no hay dinero para pagar escuelas, hospitales, residencias de ancianos, etc. Ahora, de repente, prometen enormes cantidades de dinero para gastos militares. A los políticos ya les resulta cada vez más difícil aplicar la austeridad y ser reelegidos. La creciente oposición al gasto en la guerra de Ucrania, mientras que el nivel de vida de los trabajadores ha disminuido debido a la austeridad y la inflación, fue un factor clave para la llegada al poder de Trump y el auge de partidos como la AfD y Reform UK.
Y los países europeos que buscan hacerse con una parte del Ártico, o defender la que ya tienen, no solo necesitan aumentar masivamente el gasto en defensa. Necesitan una industria que lo respalde. No solo la construcción naval estadounidense está en crisis. Mientras que más del 70 % de los nuevos pedidos de construcción naval en 2024 se realizaron a empresas chinas, que se aseguraron una cuota de mercado mundial del 55,7 %, la cuota de mercado de Europa se ha reducido a aproximadamente el 7 % en términos de «tonelaje de registro bruto compensado» (TRBC) y a alrededor del 16 % en términos de valor.
La realidad es que los países árticos más débiles simplemente no son lo suficientemente poderosos ni competitivos como para defender la posición que tenían en el pasado. Lenin señaló hace más de 100 años que la época del imperialismo significaba que «el mundo está completamente dividido, de modo que en el futuro solo será posible una nueva división». El Ártico se está dividiendo de nuevo.
Los políticos suecos, noruegos o canadienses pueden quejarse todo lo que quieran de que la investigación china en el Ártico es «solo una tapadera para recabar información», mientras que la suya se realiza para «salvar a los osos polares». Pueden afirmar todo lo que quieran que Xi Jinping, Putin o Trump son imperialistas malvados que quieren saquear el Ártico por sus recursos naturales, mientras que ellos solo están allí para proteger los glaciares o los intereses de los samis y los inuit. No importa la larga historia de brutal opresión de Canadá contra los pueblos indígenas, o de Dinamarca contra los inuit de Groenlandia, o de Suecia, Noruega y Finlandia contra los samis.
La verdad es que todas las naciones que operan o pretenden operar en el Ártico lo hacen por la misma razón: los beneficios que pueden obtener sus burguesías nacionales de las riquezas que la crisis climática pondrá a su disposición. Los europeos y los canadienses solo se quejan porque no son lo suficientemente fuertes para hacer frente a la competencia de las potencias imperialistas más poderosas.
Ninguno de ellos tiene el más mínimo interés en los intereses reales de la gente o los animales que viven en el Ártico, ni les importa cómo el aumento de la actividad comercial en el Ártico acelerará la crisis climática. La única manera de salvar el Ártico del saqueo imperialista es abolir el capitalismo por completo mediante la llegada al poder de la clase trabajadora, en el Ártico y más allá.
Elías Rodríguez ha sido acusado del asesinato de dos funcionarios de bajo rango de la embajada israelí en un aparente acto de protesta en solidaridad con Palestina. Los imperialistas y sus medios de comunicación ya han utilizado esto cínicamente para justificar su apoyo al genocidio en curso en Gaza y sus ataques antidemocráticos contra el movimiento pro-Palestina.
Los comunistas no apoyamos este ataque. Nos oponemos al terrorismo individual, porque entendemos que tales actos no contribuirán en nada a detener el genocidio en Gaza y solo favorecerán a Netanyahu y a sus aliados estadounidenses. Pero debemos ser clarísimos: la verdadera violencia proviene de los imperialistas de Estados Unidos e Israel y del sistema que defienden.
Los nombrados y los no nombrados
A los pocos minutos del tiroteo, el establishment sionista y sus partidarios en Occidente pasaron a la ofensiva contra cualquiera que se opusiera a la masacre de decenas de miles de palestinos, utilizando su táctica habitual de confundir falsamente el antisionismo con el antisemitismo.
“Estamos presenciando el terrible precio del antisemitismo y la incitación desenfrenada contra el Estado de Israel. Los libelos sangrientos contra Israel se pagan con sangre, y debemos combatirlos sin descanso”, proclamó Netanyahu.
Trump se apresuró a sumarse al coro hipócrita: «¡Estos horribles asesinatos en Washington D.C., obviamente basados en el antisemitismo, deben terminar YA! El odio y el radicalismo no tienen cabida en Estados Unidos».
Mientras tanto, los principales medios de comunicación han vinculado el incidente a una aparente ola de ataques “antisemitas” contra todos los judíos desde el comienzo de la guerra hace casi dos años.
Los nombres y fotos de los dos empleados de la embajada israelí, Yaron Lischinsky y Sarah Milgrim, inundan los principales medios de comunicación. Muchos ya se percatan de la cínica doble moral de los grandes medios: nos cuentan todo sobre las víctimas: sus edades, gustos, disgustos, sus vidas, historia de amor y mucho más. Mientras tanto, no sabemos nada de los 60 palestinos anónimos asesinados por los ataques aéreos israelíes en Gaza tan solo en las últimas 24 horas.
De hecho, la guerra ha entrado en su fase más catastrófica hasta la fecha. Según la ONU, 14.000 niños corren peligro de muerte inminente por inanición, ya que a los dos millones de habitantes de Gaza se les ha negado ayuda y alimentos debido al bloqueo israelí durante las últimas once semanas. Mientras tanto, los colonos israelíes han intensificado sus ataques en Cisjordania, y una nueva ofensiva terrestre está en marcha en Gaza, con el objetivo declarado de despoblar el territorio y ocuparlo todo. Esto seguramente elevará la ya alarmante cifra de muertos de un mínimo de 53.000, incluidos 16.000 niños, a niveles inimaginables.
Tras 19 meses de movilización y masacres que provocan trastorno por estrés postraumático, la sociedad israelí está agotada y profundamente dividida. La mayoría se opone a la guerra y apoya cualquier acuerdo que permita la liberación de los rehenes. De hecho, la mayoría de los israelíes ahora ven la guerra por lo que es: una estratagema cínica de Netanyahu para mantenerse en el poder sin la menor consideración por los rehenes que Hamás aún mantiene en su poder. La mayoría de los estadounidenses también se oponen ahora a las acciones asesinas de los sionistas.
Las muertes de Yaron Lischinsky y Sarah Milgrim están siendo utilizadas exactamente de la misma manera que las de los rehenes: como excusa para que la clase dominante israelí lleve a cabo su antigua agenda de hace décadas de expulsar completamente a los palestinos de la tierra donde han vivido durante miles de años.
Esta es la cruda realidad de la situación, y demuestra que la clase dirigente sionista es todo menos la «defensora de los judíos» que pretende ser. El cinismo, la hipocresía y la deshonestidad de los sionistas e imperialistas no tienen límites.
Cómo podemos contraatacar
En Estados Unidos, Donald Trump ha atacado implacablemente a los manifestantes pro-palestinos desde que recuperó la Casa Blanca. Podemos estar seguros de que este reciente tiroteo se utilizará para promover esos objetivos.
La breve y pasada asociación de Elías Rodríguez con manifestantes de izquierda acabará utilizándose para calumniar a los grupos socialistas, así como a todos los activistas pro-Palestina.
Una vez más, esto no es más que un ataque cínico contra el derecho democrático a protestar, que ambos partidos de la clase dominante atacan con gusto cuando les resulta políticamente conveniente (al diablo con la Primera Enmienda).
Esta es una de las razones por las que los comunistas rechazan el terrorismo individual: es totalmente contraproducente. En primer lugar, los individuos aislados no pueden sustituir a la clase trabajadora, la única fuerza social capaz de derrocar al imperialismo estadounidense. No hay sustituto para la lucha colectiva de masas, que elevará la mirada de la clase trabajadora hacia su propio e inmenso poder como clase. Además, los ataques aislados ofrecen al Estado capitalista una excusa fácil para atacar al movimiento obrero y distraer la atención de la violencia masiva que está desatando sobre personas inocentes en todo el mundo.
Mientras los imperialistas siguen apoyando la guerra y el genocidio, no debería sorprender que quienes se sienten impotentes intenten tomar la lucha en sus propias manos. Pero si bien individualmente somos débiles, juntos somos fuertes. Lo mejor que pueden hacer los trabajadores y jóvenes pro-palestinos en Estados Unidos para combatir el genocidio es organizarse para la lucha y derrocar el sistema capitalista que lo permite. Por eso necesitamos un partido revolucionario. A cualquiera que comparta nuestra convicción de acabar con el genocidio, a cualquiera que desee luchar contra el imperialismo y el sionismo y ganar, le instamos encarecidamente a que tome la única vía políticamente efectiva para acabar con el imperialismo estadounidense: unirse a los Comunistas Revolucionarios de América.
Tras una semana de caos en los mercados, Trump decidió que la mejor parte del valor era la retirada y suspendió sus aranceles «recíprocos». Sin embargo, la guerra comercial sigue en pleno apogeo y los mercados están nerviosos.
El alivio temporal que sintieron los mercados se desvaneció rápidamente cuando los operadores se dieron cuenta de la realidad. Claro, han evitado algunos de los aranceles, pero muchos de ellos siguen vigentes. A pesar de un pequeño repunte en el mercado en respuesta a las concesiones hechas por Trump, el S&P 500 ha bajado, los precios del petróleo han vuelto a bajar a 64 dólares por barril y el bono del Tesoro estadounidense a 10 años ha vuelto a subir al 4,3 por ciento.
Con un arancel mínimo del 10 % en todas las importaciones, un 145 % en China, un 25 % en acero, aluminio, automóviles y piezas de automóviles y un 25 % en México y Canadá (con exenciones del T-MEC), el arancel medio de EE. UU. es ahora del 30 %, frente al 2 % inicial cuando Trump asumió el cargo. Este es el nivel más alto en 100 años, más alto que en cualquier momento de la década de 1930.
Las consecuencias de esto no son difíciles de imaginar. El propio Trump ha anunciado que habrá «dolor». Para el comercio mundial, el hecho de que el mayor mercado del mundo haya anunciado aranceles del 30 % es un asunto de gran envergadura.
Las contrataciones de buques portacontenedores cayeron un 49 % a nivel mundial en la primera semana de abril. Las reservas de importaciones a Estados Unidos cayeron un 64 %. La pausa de 90 días podría suponer un alivio, pero muchas empresas que hacen pedidos desde el extranjero se enfrentan a plazos de entrega mucho más largos: es decir, lo que pidan hoy tardará más de 90 días en llegar. Por lo tanto, están esperando a saber si volverán a aplicar los aranceles o no.
La incertidumbre en sí misma tiene un efecto enormemente corrosivo en la economía mundial, tanto en los pedidos como, más aún, en las inversiones. ¿Quién querría establecer una nueva planta en esta situación (ya sea en EE. UU. o en otro lugar) cuando no hay forma de saber de dónde van a obtener sus componentes?
La idea de Trump es, naturalmente, utilizar sus aranceles para obligar a todas las fábricas a trasladarse a Estados Unidos. Esto es un sueño distópico. Fue el propio desarrollo de la industria en las últimas décadas lo que obligó a una mayor especialización y a la división mundial del trabajo. Para producir la tecnología avanzada que se utiliza en la actualidad, ni siquiera el vasto mercado estadounidense es suficiente.
El Estado-nación impone un límite al desarrollo de las fuerzas productivas como los marxistas explicaron una y otra vez, tanto Marx, como Engels, como Lenin y Trotsky.
Tomemos el ejemplo del popular motor de avión de fuselaje estrecho CFM56 de General Electric. Se ensambla en dos plantas, una en Ohio y otra en Francia, y la de Ohio suministra a Boeing y la francesa a Airbus. Sin embargo, la producción de los componentes que ambas plantas requieren para el montaje del motor se divide en dos, con la mitad de las piezas producidas en Francia y la otra mitad en Estados Unidos. En otras palabras, solo hay una línea de producción en el mundo para el penúltimo paso de la cadena de producción.
Para que General Electric evite el arancel del 10 %, tendría que construir otra fábrica en Estados Unidos y, una vez que la UE tome represalias, otra fábrica también en Francia. Sin duda, los costes serían muy elevados. Y esto, cabe añadir, es solo el penúltimo paso. Cualquiera de los componentes altamente especializados que se necesitan para ese paso también podría estar sujeto a aranceles, ya que es probable que muchos de ellos procedan de unos pocos proveedores de Asia oriental, Europa o Estados Unidos.
Otro ejemplo es ASML, que produce las máquinas litográficas más avanzadas del mundo. Trabajan con 5000 proveedores directos en todo el mundo para producir esta maquinaria tan compleja. Naturalmente, estos proveedores tienen, a su vez, sus propios proveedores, y así sucesivamente. Romper estas cadenas de suministro aumentaría de nuevo el coste de estas máquinas y podría hacerlas imposibles de producir.
Se pueden extraer muchos ejemplos similares de la industria automovilística, donde cualquier cosa, desde la transmisión hasta las cajas de cambios y los motores, implica un gran número de piezas muy especializadas producidas con unas especificaciones muy elevadas. El director general de un fabricante de automóviles señaló que el proceso de prueba para los nuevos proveedores, en sí mismo, lleva varios meses para garantizar que la calidad del producto esté a la altura.
No es de extrañar que, como dijo Trump cuando anunció su retirada, «la gente se estaba saliendo un poco de la línea, se estaban poniendo… eufóricos, ya sabes». Aunque la mayoría de los corredores de bolsa, así como Trump y sus asesores que son a la vez gestores de fondos de alto riesgo, probablemente no sean conscientes de la complejidad de la producción industrial moderna, la realidad les está empezando a abrir los ojos y, de hecho, se están poniendo un poco «eufóricos» como resultado, en la expresión de Trump.
La guerra comercial con China en sí misma causará una dislocación masiva. Los aranceles chinos, del 125 por ciento, son ahora prohibitivamente altos. El gobierno chino ha hecho saber que no aumentará aún más los aranceles, ya que «no tendría sentido económico y se convertiría en una broma en la historia de la economía mundial».
Estos aranceles auguran un desastre para muchos fabricantes estadounidenses que dependen de piezas chinas. Goldman Sachs estima que China tiene el monopolio (más del 70 % del mercado) en la producción de un tercio de los productos que Estados Unidos importa de China. Esto hará que sea extremadamente difícil encontrar proveedores alternativos con capacidad suficiente para asumir el relevo.
La economía estadounidense se dirige rápidamente hacia la recesión. Como indicación, el fabricante de máquinas herramienta Haas Automation, con sede al norte de Los Ángeles, informó de una disminución drástica de la demanda tanto de clientes nacionales como extranjeros. La inversión de capital es a menudo lo primero que se pierde en una recesión.
Los gobiernos europeos están igual de preocupados, aterrorizados por los efectos colaterales en la economía europea. No solo se enfrentan a aranceles del 10 % en todas las exportaciones a EE. UU. y del 25 % en las exportaciones de metales, automóviles y piezas de automóviles, sino que todos los productos que antes se enviaban a EE. UU. ahora tendrán que encontrar un mercado alternativo. Como ya ocurrió antes con el acero y los vehículos eléctricos, es probable que los productos chinos inunden ahora los mercados europeos.
En una respuesta un tanto atemorizada, Ursula van der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, intentó hablar con el primer ministro chino, Li Qiang. Al parecer, consiguió que los chinos se comprometieran a «trabajar con Europa» para evitar la perturbación de los mercados mundiales. Sin embargo, el propio gobierno chino, en su relato de la llamada telefónica, hizo hincapié en la necesidad del libre comercio y criticó los aranceles de la UE sobre los vehículos eléctricos: «El proteccionismo no lleva a ninguna parte», le dijo al parecer, «la apertura y la cooperación son el camino correcto para todos».
Está claro que los fabricantes chinos tendrán que encontrar mercados para sus productos, y el gobierno chino tendrá que asegurarse de que los encuentren, para evitar una recesión propia y reforzar su posición frente a Estados Unidos.
En otras palabras, la crisis no ha hecho más que empezar. Los trabajadores de todo el mundo observarán con una mezcla de horror y fascinación cómo la clase capitalista lleva a la economía mundial al borde del abismo.
Trump promete volver a los años cincuenta o sesenta, cuando la economía estadounidense estaba en auge y los trabajadores tenían empleos con condiciones y salarios más decentes. Los liberales, naturalmente, exigen que volvamos al año pasado. «Si no fuera por Trump, o por la AfD, o por Farage, o por Le Pen». «Si todos volvieran a estar de acuerdo en que el proteccionismo es algo malo».
Aunque sin duda habrá altibajos en el nivel de los aranceles en el próximo período, la dirección de ruta general se ha establecido desde hace algún tiempo. Tanto Biden como Obama se involucraron en el proteccionismo: Obama con su Ley de Recuperación y Reinversión Estadounidense de 2009, donde lanzó el eslogan «comprar americano»; y Biden con su Ley de Reducción de la Inflación. Trump acaba de llevarlo al siguiente nivel.
La realidad es que la economía capitalista está sufriendo un declive senil, y no hay nada que los gobiernos puedan hacer para detenerlo. Si no intentan vendernos otro curso de austeridad, lo único que pueden ofrecer a los trabajadores es la cura de aceite de serpiente del proteccionismo. Esto podría, en el mejor de los casos, ofrecer un alivio temporal, pero a costa de intensificar la crisis a escala mundial.
A medida que los gobiernos capitalistas impongan ataques masivos a los trabajadores de todo el mundo, la lucha de clases estará a la orden del día. Una guerra comercial plantea la desagradable perspectiva del desempleo masivo y la inflación. La clase trabajadora tendrá que luchar para evitar la miseria.
La cuestión no es realmente la del libre comercio o el proteccionismo, una elección que actualmente preocupa a los líderes del movimiento obrero. En condiciones de profunda crisis, ninguna de estas opciones nos hará avanzar ni un solo paso. Si nos limitáramos a lo que se puede lograr bajo el capitalismo, nos condenaríamos a la miseria y la indigencia. La lucha solo puede avanzar con reivindicaciones socialistas, comenzando por nacionalizar todas aquellas industrias amenazadas de cierre, bajo control de los trabajadores. Los dirigentes obreros abandonaron el socialismo, la crisis lo ha vuelto a poner en el centro de la agenda.
Hace apenas seis semanas, el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, habló en la Conferencia de Seguridad de Múnich y dijo a Europa que la relación de décadas que Estados Unidos tenía con el viejo continente había terminado. Desde entonces, los líderes europeos han estado corriendo frenéticamente de una cumbre a otra, de una reunión virtual a una reunión de la «coalición de los dispuestos», mirando en todas direcciones y en ninguna al mismo tiempo para tratar de hacer frente a este importante cambio en las relaciones mundiales.
Estados Unidos y Europa: ¿de aliados a rivales?
Durante casi 80 años, el imperialismo estadounidense apoyó a Europa, bajo su dominio, como baluarte contra la Unión Soviética. Este fue un acuerdo muy útil para el capitalismo europeo, ya que pudo externalizar una parte considerable de sus costes de defensa militar a su poderoso primo al otro lado del Atlántico.
Esa relación ha llegado a su fin. El imperialismo estadounidense bajo Trump ha decidido gestionar su declive relativo tratando de llegar a un acuerdo con Rusia para concentrarse mejor en su principal rival en la escena mundial: China. El centro de la política y la economía mundiales ya no es el Atlántico, sino el Pacífico. Ese cambio se ha estado gestando desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero ahora ha saltado a la palestra con fuerza.
Esto tiene un impacto significativo en las relaciones mundiales que nadie puede ignorar. Si Estados Unidos quiere llegar a un acuerdo con Rusia, ¿en qué posición deja eso al imperialismo europeo? Una posición muy débil, sin duda. Estados Unidos ya no es su amigo y aliado. Algunos incluso han llegado a decir que Washington ahora considera a Europa como rival o enemigo.
Como mínimo, Trump ha dejado claro que Estados Unidos ya no está dispuesto a subvencionar la defensa de Europa. La retirada del paraguas protector de EE. UU., como algunos lo han descrito, ha sacado a la luz crudamente todas las debilidades acumuladas del imperialismo europeo, que han ido aumentando durante décadas de declive.
La economía europea está esclerótica y ha sido superada por sus rivales en términos de crecimiento de la productividad del trabajo; Europa no es una sola economía capitalista unida con una sola clase dominante, sino más bien un conjunto de potencias de segunda y tercera categoría, cada una con sus propios intereses en contradicción con los demás.
Todas las conversaciones sobre el rearme europeo, todas las bravuconadas sobre «necesitamos un nuevo líder del mundo libre» (la comisaria europea de Asuntos Exteriores, Kaja Kallas), los fuertes gritos de «gastar, gastar, gastar» (la primera ministra danesa, Mette Frederiksen), y las grandilocuentes promesas de Ursula von der Leyen de 800.000 millones de euros para gastos de defensa se han estrellado contra los límites reales impuestos por el declive de Europa como potencia mundial.
La impotencia de Europa
Un ejemplo sorprendente de esto fue el intento de Kallas de improvisar un paquete de 50.000 millones de euros de ayuda militar urgente para Ucrania. Se trata de una cuestión crucial. Rusia ha ganado la guerra proxy en Ucrania contra la OTAN y el imperialismo occidental, pero los líderes capitalistas europeos no se atreven a reconocer la realidad, ya que significaría aceptar que tienen en su flanco oriental a una potencia imperialista muy fuerte que no pueden derrotar.
A muchos de ellos (en particular a Alemania) hubo que presionarles para que se involucraran en esta guerra contra Rusia, contra sus intereses. Biden los empujó a ello. Ahora que Washington se retira, están decididos a mantener la guerra, pero todos sus intentos no hacen más que revelar su impotencia ante el mundo entero.
El tan comentado paquete de 50.000 millones de euros de Kallas ya se había reducido a solo 5.000 millones de euros cuando se celebró la cumbre de líderes europeos. Se habló de utilizar activos rusos congelados para reemplazar la financiación estadounidense de la guerra en Ucrania. Hubo amenazas de sanciones aún mayores contra Rusia.
¿Qué se acordó en la cumbre? Precisamente nada. Ni siquiera la cantidad rebajada de 5.000 millones de euros en municiones. No se aprobó utilizar los activos rusos congelados. Ni siquiera se impusieron más sanciones, que, en realidad, habrían perjudicado a Europa más que a nadie. Ah, sí, hubo una declaración que amenazaba a Rusia con fuego y azufre… en un momento posterior no especificado. De hecho, la declaración ni siquiera fue una declaración oficial de la cumbre, ya que Hungría impuso su veto.
Ese altercado muestra realmente los límites de lo que Europa puede hacer.
Lo mismo puede decirse de los intentos de Macron y Starmer, que se consideran reencarnaciones de De Gaulle y Churchill, de improvisar una especie de «fuerza de mantenimiento de la paz» para enviarla a Ucrania. Comenzó con gran fanfarria, cumbres, la promesa de 30.000 soldados que cubrían tierra, aire y mar, una «coalición de voluntarios» (ya que no pudieron conseguir que ninguna institución real estuviera de acuerdo), una promesa de pasar a una «fase operativa»… pero terminó en nada.
La última idea que se ha planteado es una pequeña fuerza de unos 10.000 soldados, tal vez bajo la bandera de la ONU, estacionada lejos del frente de batalla real, que proporcione «tranquilidad» en lugar de una verdadera interposición.
Los hechos son los hechos. Ni Londres ni París (Berlín ya ha dejado claro que no está interesada) pueden enviar tropas a Ucrania sin el respaldo de EE. UU. (de ahí los serviles viajes a Washington, con la gorra en la mano) y el permiso de Rusia (que ya ha dicho que esto está descartado). Esa es la verdadera posición impotente de las potencias europeas frente a Rusia y EE. UU.
Hay más.
El impulso de Europa para rearmarse y sus límites
Veamos el plan de Von der Leyen, que lleva el doble nombre de Plan de Rearme de Europa / Preparación 2030. Algunas capitales europeas son aprensivas con el uso de la palabra «rearme», por lo que añadieron «preparación» para hacerlo más aceptable.
La cifra principal utilizada en las declaraciones y conferencias de prensa es de 800.000 millones de euros. Después de todo, se trata de una emergencia importante. Pero, como de costumbre, no es oro todo lo que reluce. De esta cantidad, 150.000 millones de euros salen de un nuevo instrumento financiero de la UE: la Acción de Seguridad para Europa (SAFE). Parte del dinero que se utilizará no es nuevo en absoluto, sino que procede de un remanente del instrumento de ayuda de la UE para la Covid.
El dinero del SAFE se concede en forma de préstamos, no de subvenciones. Eso significa que los Estados de la UE que utilicen este dinero adquirirán nueva deuda. Este es el primer escollo. Las principales economías europeas, como Italia y España, ya han dicho que no están satisfechas con esta propuesta. Preferirían subvenciones. Es comprensible. Las economías de estos países ya están lastradas con deudas masivas (135 % y 105 % del PIB, respectivamente). Lo que Madrid y Roma están diciendo es: «dénnos una limosna», que, en efecto, sería pagada por los países capitalistas europeos más ricos. Alemania no está a favor de esto por motivos obvios.
Los países son libres de recurrir o no a las subvenciones SAFE, lo que significa que muchos decidirán no utilizarlas.
¿Qué pasa con el resto de los 800.000 millones de euros de Von der Leyen? Ah, bueno, eso tampoco es dinero real, sino más bien «una activación coordinada de la cláusula de salvaguardia nacional en el marco del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que permite a los Estados miembros flexibilidad para aumentar el gasto en defensa sin incumplir las normas fiscales de la UE». En pocas palabras, los países pueden incumplir los criterios fiscales de la UE sin ser penalizados. La UE, muy amablemente, está diciendo a los países que gasten más dinero aumentando su déficit presupuestario y, por lo tanto, endeudándose aún más.
Eso simplemente no es posible para muchos países de la UE. Tomemos Francia, por ejemplo, la segunda economía más grande de la UE. Su ratio de deuda sobre PIB es del 112 por ciento y su ratio de déficit sobre PIB es del 6,2 por ciento. De hecho, el país acaba de atravesar meses de crisis política tratando de encontrar una mayoría parlamentaria capaz y dispuesta a llevar a cabo los recortes masivos y los aumentos de impuestos necesarios para controlar el déficit.
Está claro que los 800.000 millones de euros nunca se materializarán en su totalidad. El problema de fondo es que la economía europea no es lo suficientemente fuerte como para poder permitirse el plan de rearme que requeriría el capitalismo europeo.
Por cierto, las medidas incluidas en Preparación 2030 se han tramitado de manera expedita a través del artículo 122 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, que permite al Consejo Europeo tomar medidas de emergencia en caso de «catástrofes naturales u otros acontecimientos de carácter excepcional», eludiendo así al Parlamento Europeo. Muy democrático. ¿Por qué arriesgarse a sembrar la división con siquiera una apariencia de debate democrático cuando los burócratas de la UE saben lo que es mejor para el continente?
Preparación 2030 identifica lo que considera «lagunas críticas de capacidad» que tiene Europa en materia de defensa. La lista es larga: «defensa aérea y antimisiles; sistemas de artillería; municiones y misiles; drones y sistemas anti drones; movilidad militar; inteligencia artificial, cuántica, ciberguerra y guerra electrónica; y facilitadores estratégicos y protección de infraestructuras críticas, incluyendo transporte aéreo estratégico, reabastecimiento en vuelo, conocimiento del dominio marítimo y protección de activos espaciales».
Uno se queda preguntándose: ¿hay algún campo en el que las capacidades de defensa de Europa estén a la altura?
Italia inició conversaciones con Elon Musk sobre el uso de sus sistemas de satélites Starlink por la sencilla razón de que la alternativa europea propia, el sistema Iris2, ¡no estará operativa hasta 2030! Una situación similar se da en toda una serie de otros ámbitos, lo que significa que a Europa le resultaría muy costoso lograr una autonomía estratégica con respecto a EE. UU. en el ámbito de la defensa en un futuro próximo.
El plan se enfrenta a obstáculos adicionales. Europa no posee un ejército unificado, ni tampoco una industria de defensa unificada. Lo que sí tiene es una estrecha integración con (léase: dependencia de) el aparato militar y el complejo militar-industrial de EE. UU. La OTAN depende en gran medida de Estados Unidos para capacidades cruciales como la inteligencia, el reabastecimiento en vuelo, la defensa antimisiles y, sobre todo, la disuasión nuclear. Ahora se dan cuenta de que ya no pueden depender únicamente de estos activos.
Por esta razón, Preparación 2030 también habla de garantizar que los sistemas de armas adquiridos «no estén restringidos por entidades externas en cuanto al mantenimiento, modificación o actualización de los sistemas de defensa clave». En Europa se ha debatido mucho sobre si los aviones de combate F35 fabricados en Estados Unidos tienen un botón de «interruptor de apagado» que el Pentágono podría utilizar para desactivar o limitar de forma remota sus funciones de combate.
Aunque parece que los F35 no tienen un interruptor de apagado como tal, lo cierto es que se trata de «sistemas de armas definidos por software de naturaleza altamente interconectada» que dependen en gran medida de sistemas logísticos y actualizaciones de software que están totalmente bajo control estadounidense. Además, los aliados de EE. UU., con la excepción de Israel, no pueden operarlos ni probarlos independientemente de Washington.
Para colmo de males, Trump ha anunciado que las capacidades de los cazas de nueva generación F-47 que se venderán a los aliados se reducirán deliberadamente en un 10 %. «Probablemente tenga sentido, porque algún día, tal vez no sean nuestros aliados», dijo. El mero hecho de que se debatan estas cuestiones es un indicio de la nueva relación entre el imperialismo estadounidense y el europeo.
De hecho, la guerra de Ucrania ha aumentado la dependencia europea de las importaciones de armas estadounidenses, que pasaron del 52 % de las compras totales en 2014-19 al 64 % en 2020-2024. El programa de preparación para 2030 incluye una cláusula que estipula que las adquisiciones deben realizarse a empresas «ubicadas en los territorios de los Estados miembros, el EEE, los Estados de la AELC o Ucrania», y que los componentes originarios de estos países «deben constituir al menos el 65 % del coste estimado del producto final».
La cláusula, que tiene como objetivo excluir o limitar el papel de las empresas estadounidenses, pero también de las británicas y turcas, se introdujo bajo la presión de Francia, que desea que su industria de defensa se beneficie de cualquier gasto militar de otros países. En lugar de una única industria de defensa, Europa cuenta con diferentes industrias de defensa nacionales, principalmente en Francia, Gran Bretaña, Suecia e Italia, cada una con sus propios intereses que están en contradicción con los demás.
La capacidad del capitalismo europeo para rearmarse y desempeñar un papel independiente en el mundo se enfrenta a dos obstáculos diferentes: su fragmentación y su dependencia de Estados Unidos. No existe un ejército europeo unificado, ni una industria de defensa europea unificada, ni un mando militar europeo unificado. No puede haberlo, ya que Europa no tiene un mercado económico unificado ni una clase dirigente unificada. Hay 27 clases dirigentes diferentes de diversos tamaños y potencia, que durante un tiempo lograron cierto grado de integración, pero que ahora, en un momento de crisis y tensión, se mueven en direcciones completamente opuestas.
Los franceses, por ejemplo, están muy interesados en que Europa se independice de su dependencia de las armas estadounidenses y británicas y la sustituya por una dependencia de Francia. Los alemanes, sin embargo, no ven el lado positivo de estar en deuda con los franceses, que, después de todo, son un competidor muy cercano y presente por la influencia en Europa, mientras que Estados Unidos está agradablemente lejos.
El plan de Alemania de rearmar
Hay un país que parece decidido a llevar a cabo un importante programa de gasto en defensa: Alemania. El nuevo canciller Merz, incluso antes de la formación de un nuevo gobierno, ha aprobado rápidamente una legislación que permite un gasto ilimitado en rearme («preparación») así como 500.000 millones de euros en infraestructuras a lo largo de 10 años, para un total que posiblemente rondará el billón de euros.
La diferencia aquí es que Alemania, como resultado de más de una década de brutales políticas de austeridad fiscal, tiene un nivel relativamente bajo de deuda pública (63 por ciento del PIB) y, por lo tanto, cierto margen de maniobra, ciertamente mucho mayor que sus socios del sur.
La clase dirigente alemana también calcula que este aumento masivo de la deuda ayudará a reactivar la economía, que ahora ha entrado en su tercer año de recesión. Queda por ver si será así y en qué medida. El anuncio de los aranceles de Trump no ha hecho más que empeorar las cosas. Los problemas de la economía alemana tienen causas profundas que resultarán difíciles de resolver, por mucho dinero que el Estado les dedique.
La economía alemana adolece de un crecimiento de la productividad inferior al de sus rivales, que la han superado en sectores clave de nuevas tecnologías (baterías eléctricas, vehículos eléctricos, células fotovoltaicas, etc.). También se ha visto muy afectada por la pérdida de su suministro energético ruso barato como resultado de seguir al imperialismo estadounidense en la guerra de poder contra Rusia.
El anuncio de estas medidas de deuda masiva ya ha hecho subir los costes de los préstamos en Alemania, y el resto de Europa ha seguido su ejemplo. A medio plazo, el intento de resolver los problemas del capitalismo alemán a través de la deuda estatal empujará al país a una situación más similar a la de otros países de la UE, lastrados por niveles masivos de deuda, lo que avivará las presiones inflacionistas.
En cualquier caso, Alemania está siguiendo una política de ‘Alemania primero’ en lugar de ayudar a otras clases dirigentes europeas.
Aun así, en toda Europa, vemos un impulso hacia el militarismo y la exageración de la amenaza de Rusia. El grandilocuente Comisario de la UE para la Igualdad, la Preparación y la Gestión de Crisis presentó recientemente un «kit de supervivencia» para que los ciudadanos de la UE sean autosuficientes durante 72 horas en caso de crisis. La idea de reintroducir o ampliar el servicio militar obligatorio se está debatiendo en todo el continente, y algunos países ya han tomado medidas concretas en este sentido.
¿Es Rusia una amenaza para Europa?
¿Es todo propaganda? ¿Es Rusia realmente una amenaza para Europa? ¿Están los tanques rusos a punto de entrar en los países bálticos y Polonia?
Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), el gasto militar de Rusia para 2024 fue de alrededor de 13,1 billones de rublos (145.900 millones de dólares), lo que representa el 6,7 % del PIB del país. Esto supone un aumento de más del 40 % en comparación con el año anterior. Cuando se ajusta por paridad de poder adquisitivo, esta cifra se aproxima a los 462.000 millones de dólares.
Mientras tanto, Europa ha aumentado sustancialmente su gasto militar en un 50 % en términos nominales desde 2014, alcanzando un total colectivo de 457.000 millones de dólares en 2024. En este caso, ajustar la cifra rusa por poder adquisitivo tiene sentido, ya que lo que estamos comparando es la cantidad de tanques, piezas de artillería o municiones que se pueden comprar con cada dólar, en Rusia y en Europa.
Rusia no solo gasta más que Europa, sino que también produce más que toda la OTAN, incluidos los EE. UU., en términos de municiones, cohetes y tanques. Según estimaciones de inteligencia de la OTAN, Rusia produce 3 millones de municiones de artillería al año. La OTAN en su conjunto, incluidos los EE. UU., solo tiene capacidad para producir 1,2 millones, menos de la mitad que Rusia. La guerra en Ucrania ha permitido a Rusia desarrollar una industria militar eficiente bajo control estatal, mientras que Occidente depende de un engorroso sistema de adquisiciones militares a empresas privadas, cuya capacidad se ha ido reduciendo progresivamente a lo largo de muchos años.
Según algunas estimaciones, en 2024 Rusia produjo y reacondicionó 1550 tanques, 5700 vehículos blindados y 450 piezas de artillería de todo tipo. Su producción de tanques ha aumentado un 220 %, la de vehículos blindados y artillería un 150 %, y la de municiones de largo alcance un 435 %.
Además, la guerra en Ucrania ha transformado por completo la forma en que se lleva a cabo la guerra. Como siempre ocurre, la guerra permite probar nuevas tecnologías y técnicas en condiciones reales, lo que las impulsa rápidamente, les permite adaptarse al campo de batalla y obliga a los ejércitos combatientes a desarrollar rápidamente medios para contrarrestarlas. Hemos visto la introducción de un gran número de drones (aéreos, terrestres y marítimos), técnicas de vigilancia y bloqueo electrónico, etc.
Los drones han transformado por completo el teatro de guerra, permitiendo a los combatientes un control visual casi permanente sobre el enemigo, lo que obliga a adaptar la guerra. En lugar de batallas de tanques, hemos visto batallas entre drones kamikaze rivales. La velocidad es esencial para que la infantería evite ser detectada por los drones FPV y, por ello, en lugar de tanques y vehículos acorazados, pequeños grupos de hombres utilizan motos e incluso patinetes eléctricos para cubrir distancias cortas. Para contrarrestar el bloqueo electrónico de los drones, los rusos han introducido drones controlados por cables de fibra óptica muy finos de 10 km o incluso 20 km de longitud. El ejército ucraniano se está poniendo al día.
Los únicos ejércitos que tienen experiencia real con estos nuevos métodos son los de Ucrania y Rusia. Aunque los ejércitos de la OTAN pueden obtener cierta cantidad de conocimiento y experiencia de la guerra en Ucrania, y aunque algunos de los sistemas de armas probados son de fabricación occidental (por ejemplo, los drones submarinos), Occidente está muy rezagado en todos estos campos. Los tanques, las piezas de artillería de medio y largo alcance y los sistemas de defensa aérea occidentales más modernos se han puesto a prueba en Ucrania y no han podido marcar una diferencia sustancial. La guerra de Ucrania ha cambiado drásticamente el equilibrio militar de fuerzas a favor de Rusia.
Eso no significa que Rusia tenga interés en invadir Europa, ni partes de ella. Esa supuesta amenaza ha sido exagerada masivamente por la clase dirigente europea para justificar un aumento masivo del gasto militar y en un intento de reducir la oposición pública a la misma. Rusia no tiene ningún interés en invadir Ucrania occidental, lo que sería una empresa mucho más costosa y agotadora que la actual campaña militar rusa, y mucho menos invadir países de la OTAN.
Con la perspectiva de que EE. UU. se retire de Ucrania y reduzca su presencia en Europa del Este, la influencia diplomática y económica del imperialismo europeo está amenazada en la región. Son esos intereses los que los capitalistas europeos se están armando para «defender». En realidad, al hacerlo, y al continuar apoyando y financiando la guerra en Ucrania, son ellos los que están empujando hacia una confrontación con Rusia. Ese es el significado de las palabras de la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, cuando dijo que Ucrania debería ignorar todas las «líneas rojas» de Rusia.
La guerra de Ucrania fue, desde su inicio, una guerra de la OTAN contra Rusia. Desde el punto de vista de los intereses de la clase capitalista gobernante rusa, se trata de una guerra existencial por la supervivencia.
Lo que está en juego para ellos es la defensa de la existencia continuada de Rusia como país soberano con sus propios intereses, en contraposición a uno subyugado a potencias extranjeras. Tomará medidas si cree que eso está en peligro, como fue el caso en relación con la entrada de Georgia en la OTAN en 2008 y luego en relación a la posibilidad de que Ucrania se convirtiera en un país dominado por el imperialismo estadounidense, que albergara armas y tropas occidentales, y que tal vez incluso se uniera a la OTAN.
En sus negociaciones con Trump, Putin exige una retirada de las tropas, bases y misiles de la OTAN de Europa del Este. Las exigencias rusas previas a la guerra en Ucrania eran acerca de la creación de una nueva «arquitectura de seguridad europea» que acomodara los «intereses de seguridad nacional» de Rusia. El imperialismo ruso está diciendo: «somos una potencia en esta región y nuestros intereses deben tenerse en cuenta». Tras derrotar a Occidente en Ucrania, su posición es ahora mucho más fuerte.
Los intereses imperialistas de Europa
Desde el colapso del estalinismo en la Unión Soviética y Europa del Este, el imperialismo alemán ha proyectado su poder en Europa Central y del Este, principalmente a través de medios económicos. Contó con la ayuda del imperialismo estadounidense, que impulsó la expansión de la OTAN hacia el este en un movimiento que en última instancia tenía como objetivo reducir a Rusia a la sumisión. Ahora que Estados Unidos está dando señales de retirada, el imperialismo alemán se ve obligado a rearmarse para defender sus intereses en la región.
Desde el punto de vista de Francia, Rusia es un rival en África, donde varios países que estaban dentro de su zona de influencia imperialista en la llamada francofonía se han alejado ahora, con ayuda militar rusa. Permitir que Rusia salga fortalecida de la guerra en Ucrania aumentaría el poder de atracción del imperialismo ruso en el patio trasero africano de Francia. Ese es un factor importante que impulsa el empuje de Francia hacia el rearme.
Ciertamente, hay una serie de posibles puntos conflictivos, como Transnistria —la estrecha franja de tierra a lo largo de la frontera entre Ucrania y Moldavia— y el corredor de Suwałki, que es la ruta de conexión más corta entre Bielorrusia y el enclave ruso de Kaliningrado, pero que se encuentra en la frontera entre Lituania y Polonia. También están las minorías rusas en los Estados bálticos, que se enfrentan a una creciente represión de su lengua y sus derechos democráticos.
La amenaza desde el punto de vista del capitalismo europeo no es realmente la de una invasión rusa o un conflicto abierto entre los ejércitos ruso y europeo. Eso sería muy costoso para ambas partes. Además, implicaría un enfrentamiento entre dos bandos que poseen armas nucleares, una proposición muy peligrosa.
La verdadera amenaza para el imperialismo europeo en crisis es haber sido abandonado o degradado por la mayor potencia imperialista del mundo, al tiempo que es vecino de otra poderosa potencia imperialista, que está saliendo enormemente fortalecida de una guerra. Rusia tiene una enorme influencia (militar y en términos de recursos energéticos) y ya está ejerciendo un poderoso tirón en la escena política europea. Una serie de países (Hungría, Eslovaquia) ya han roto filas con la orientación atlantista de las potencias europeas dominantes. En otros, hay fuerzas políticas en ascenso que se mueven en una dirección similar, en un grado u otro (Alemania, Austria, Rumanía, República Checa, Italia).
Lo que el imperialismo europeo defiende no son las vidas y los hogares de los pueblos de Europa, sino los beneficios de sus empresas multinacionales y las ambiciones imperialistas depredadoras de sus clases dominantes capitalistas.
La prolongada crisis del capitalismo europeo significa que, una vez que se retire la protección de EE. UU., será incapaz de mantenerse por sí solo. Se ve amenazado con ser dividido entre los intereses rivales del imperialismo estadounidense y ruso. Las tendencias centrífugas se están volviendo dominantes.
Estado guerrista, no estado del bienestar: el impulso militarista de Europa
El impulso hacia el rearme y el militarismo en Europa se llevará a cabo a expensas del gasto social. El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ha insistido en este punto en repetidas ocasiones al exigir que Europa aumente el gasto en defensa al 5 % del PIB, un salto enorme con respecto al objetivo anterior del 2 % acordado hace diez años.
El gasto en defensa ya ha aumentado considerablemente en los dos últimos años, un 9,3 % en los países europeos de la OTAN y Canadá en 2023 y un enorme 17 % en 2024. Aun así, nueve de sus Estados miembros no cumplen el objetivo del 2 %, incluidos algunos de tamaño considerable como Italia, Bélgica, España y Canadá.
Rutte se lo dijo sin rodeos al Parlamento Europeo: «para aumentar el gasto militar hay que hacer recortes en otras áreas de gasto». Y especificó: «de media, los países europeos gastan fácilmente hasta una cuarta parte de su renta nacional en pensiones, salud y sistemas de seguridad social, y solo necesitamos una pequeña fracción de ese dinero para fortalecer mucho más la defensa».
Un extenso artículo en el Financial Times de su editor asociado Janan Ganesh tenía un titular claro, exigiendo que «Europa debe recortar su estado de bienestar para construir un estado de guerra». Por si había alguna duda, el subtítulo lo subrayaba: «No hay forma de defender el continente sin recortar el gasto social». Continuó explicando que el estado de bienestar que Europa construyó durante el boom de la posguerra no era «un estado natural de las cosas», sino más bien una anomalía histórica. Uno de los factores que lo hicieron posible «fue la subvención estadounidense implícita a través de la OTAN, que permitió a los gobiernos europeos gastar una cierta cantidad en mantequilla que de otro modo podría haber ido a parar a los cañones».
Al escribir en los periódicos financieros, cuya audiencia son principalmente los propios burgueses, los estrategas del capital pueden permitirse ser claros y hablar sin subterfugios. «El estado del bienestar tal y como lo hemos conocido debe retroceder», instruyó Ganesh, «lo suficiente como para que duela». ¿La razón de esto? La supervivencia de Europa (léase, del imperialismo europeo) está en juego: «El propósito es la supervivencia. Europa no debe volver a encontrarse en una posición en la que personas como el vicepresidente estadounidense, J. D. Vance, tengan poder de vida o muerte sobre ella. Todas las demás prioridades son secundarias».
No estamos hablando solo de la Unión Europea. Esto también se aplica a Gran Bretaña, donde Starmer ya ha comenzado la tarea blandiendo el hacha contra las prestaciones por discapacidad y la subvención por combustible en invierno para los jubilados, con el fin de pagar sus compromisos con la guerra en Ucrania y el aumento del gasto militar para complacer a Washington.
A lo que se enfrenta la clase trabajadora en Europa es a un asalto total a las condiciones de vida y a las conquistas del pasado para financiar las necesidades belicosas del imperialismo europeo. La elección es clara: sanidad o misiles, educación o drones, pensiones o artillería. Todo en nombre de un intento condenado al fracaso de mantener la posición del imperialismo europeo en el mundo, es decir, la capacidad de las multinacionales europeas para dominar los mercados y el sometimiento de los países al yugo del capital europeo por parte de los imperialistas.
Este será un campo de batalla central de la lucha de clases en el próximo período y obligará a todas las fuerzas y tendencias políticas a adoptar una posición clara. Los intereses de la clase dominante están en conflicto directo y en contradicción con los intereses de los trabajadores de Europa.
La respuesta debería ser obvia. Las organizaciones obreras, políticas y sindicales, de todo el continente deberían embarcarse en una campaña sostenida contra la guerra y el militarismo y en defensa de todas las conquistas sociales. En cambio, asistimos al lamentable espectáculo de partidos socialdemócratas y de «izquierda» en el gobierno (España, Alemania, Gran Bretaña, Suecia, Dinamarca, Noruega) que llevan a cabo con entusiasmo las políticas del imperialismo europeo. El secretario general del segundo mayor sindicato británico, Unite, ha aplaudido el anuncio de Starmer de aumentar el gasto militar con el argumento de que esto creará puestos de trabajo.
Aún más despreciable es la complicidad de partidos que se sitúan nominalmente a la izquierda de la socialdemocracia. Así, el Partido de la Izquierda Alemán (Die Linke) votó a favor de un gasto ilimitado en defensa en el Bundesrat (consejo de representación regional) a través de sus representantes en dos estados. En España, el Partido Comunista tiene ministros en el gobierno de Pedro Sánchez, que está presionando para que se aumente el gasto en defensa, aunque él se niega a llamarlo «rearme» y preferiría que se llamara «mejora de la seguridad».
Como comunistas, tenemos que ser claros. El principal enemigo de la clase trabajadora de los países europeos está en casa. Es nuestra propia clase dominante. La defensa de las pensiones, la educación y la sanidad, y todas las conquistas del pasado deberían ser nuestro punto de partida.
Pero tenemos que ir más allá. Es la crisis del capitalismo europeo la que está llevando a la clase dominante hacia el rearme y el militarismo, en un intento de mantener su posición en el mundo. La clase trabajadora debe mantener su independencia de los intereses de la clase dominante, tanto en casa como en el extranjero. En última instancia, si queremos luchar contra la guerra y la austeridad, tenemos que luchar contra el imperialismo y por la abolición del sistema capitalista.
Los mercados financieros se tambalean tras el anuncio arancelario de Trump de ayer. La confianza de la clase capitalista en su conjunto ha recibido un duro golpe al imponer Trump los aranceles más altos desde el siglo XIX.
El índice bursátil S&P 500 bajó un 3 por ciento, el Nasdaq un 4 por ciento. Las acciones de Apple cayeron un 8 por ciento, las de Nike un 11 por ciento, las de Ralph Lauren un 12 por ciento, las de Nvidia un 5 por ciento, etc. Todos los importadores del sudeste asiático se vieron gravemente afectados, empezando por la industria de la confección. A Vietnam, Camboya, Laos, Sri Lanka, Bangladesh, Indonesia y Myanmar les han impuesto aranceles de entre el 35% y el 49%, lo que va a tener un gran impacto en el conjunto de la economía de esa región. Más de un tercio de las exportaciones tanto de Vietnam como de Camboya se dirigen al mercado estadounidense.
La caída de los mercados bursátiles reveló que los aranceles eran peores de lo esperado. Un 10 por ciento sobre todas las importaciones, a lo que se añade aranceles selectivamente más altos sobre todos los principales socios comerciales de EE.UU. Dependiendo de cómo se calcule, la tasa arancelaria media será ahora del 29 por ciento si se cree a Evercore ISI, o del 18 por ciento si se cree a Goldman Sachs. En cualquier caso, como señala Goldman Sachs, es probable que esta aumente a medida que sectores como el cobre, los productos farmacéuticos, los semiconductores y la madera reciban sus propios aranceles.
El impacto en la economía mundial va a ser fuerte, ya que la mayoría de los países tienen un comercio significativo con Estados Unidos. La caída del seis por ciento del precio del petróleo revela la preocupación de los inversores por la posibilidad de una recesión.
Como era de esperar, los socios comerciales de EE.UU. están descontentos con los aranceles, pero quedó claro que temen entrar en una guerra comercial con EE.UU., y las consecuencias que ello acarrearía. Italia y España instaron a mantener «negociaciones constructivas». El Gobierno británico está «consultando» a los consejeros delegados sobre las represalias. Japón también se muestra relativamente apocado.
La relativamente limitada respuesta inmediata refleja la reticencia de los gobiernos a perjudicar aún más a sus propias economías con nuevas medidas comerciales. Sin embargo, a medida que la situación se deteriore más, ya sea este año o el próximo, se introducirán nuevas medidas proteccionistas. En los años 30, todas las medidas proteccionistas no se introdujeron de golpe, sino gradualmente, en un país tras otro, a medida que la crisis empeoraba, los gobiernos cambiaban y así sucesivamente.
El Gobierno surcoreano, que intenta congraciarse con Trump, trata de resolver el problema subvencionando sus industrias, haciendo recaer el coste sobre los trabajadores surcoreanos. Esta es otra de las medidas que baraja la burguesía de los países afectados. Mediante subvenciones directas o atacando las condiciones laborales, la burguesía puede intentar exprimir a sus propios trabajadores como respuesta.
Trump también está trayendo a casa el «dolor» que prometió para la economía estadounidense. La automotriz Stellantis anunció 900 despidos temporales en EEUU en cinco instalaciones. A medida que aumenten los costes de los productos fabricados en EE.UU. debido a los aranceles, los consumidores estadounidenses dejarán de gastar, a la espera de tiempos mejores. La industria automovilística está ahora muy preocupada por los aranceles sobre los componentes importados que necesitan para ensamblar coches en Estados Unidos.
Las industrias exportadoras también se verán afectadas, en primer lugar por una sacudida de sus propios costes y, en segundo lugar, por las medidas de represalia. Por si fuera poco, se espera que los aranceles a gran escala añadan algo así como un 2,5% a la inflación anual, lo que mermará el poder adquisitivo de los trabajadores estadounidenses.
Se desconoce el alcance y la profundidad de sus efectos. Pero el desmantelamiento de 80 años de integración comercial va a tener enormes implicaciones para la economía mundial. Todos los beneficios del comercio mundial están amenazados: mayor productividad, productos más baratos, etc.
Ahora empezará una competencia aún más feroz en el mercado mundial, a medida que el mercado estadounidense sea de más difícil acceso y los consumidores, preocupados por el futuro, contengan su consumo. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que la debilitada UE imponga más aranceles, no sólo a EE.UU., sino también a China y otros países, para frenar el «dumping»?
No cabe duda de quién tendrá que pagar el precio de esta crisis: la clase trabajadora. La clase obrera tendrá que luchar duramente contra la avalancha de medidas que se avecina: contra el cierre de fábricas, contra los ataques a los salarios y las condiciones de trabajo, contra los recortes del gasto social, etc. La intensificación del conflicto internacional encontrará su reflejo en la intensificación de la lucha de clases.
Se ha desatado una tormenta en Washington, poniendo a Trump a la defensiva por primera vez en meses. El escándalo, al que se ha dado el nombre de «Signalgate», ha dominado los titulares de todos los principales medios de comunicación burgueses esta semana.
Todo empezó con la revelación de que altos funcionarios estadounidenses invitaron, sin darse cuenta, a Jeffrey Goldberg, editor jefe de The Atlantic y antiguo guardia de un campo de prisioneros israelí, a un chat grupal de Signal creado para coordinar los ataques estadounidenses contra Ansar Allah (también conocidos como «los hutíes») en Yemen.
The Atlantic ha publicado la mayor parte del contenido, al tiempo que preserva su buena fe proimperialista ocultando obedientemente cualquier cosa que considere excesivamente comprometedora para la CIA. A pesar de la autocensura de la revista, los mensajes sacan a la luz el edificio podrido del imperialismo estadounidense.
En público, Trump y otros líderes de MAGA han desestimado el asunto como una «caza de brujas», un «engaño» y algo «injusto». A puerta cerrada, están afilando los cuchillos contra el asesor de Seguridad Nacional Michael Waltz, creador del grupo Signal, quien asumió «toda la responsabilidad» por el vergonzoso episodio. Hay inquietud en las filas de Trump, lo que significa que podrían rodar cabezas para proteger al jefe.
Celebración alegre de la muerte y la destrucción
La discusión sobre el atroz crimen sin provocación que el imperialismo estadounidense cometió en Yemen ha sido ahogada por la estúpida especulación de los medios capitalistas sobre qué personalidades pueden ser despedidas por la filtración.
Las bombas estadounidenses alcanzaron barrios abarrotados y una clínica oncológica en construcción en la ciudad de Saada. Según fuentes locales, los ataques estadounidenses han matado al menos a 57 personas hasta ahora, entre ellas mujeres y niños.
Esta es solo la más reciente atrocidad imperialista estadounidense cometida contra Yemen. Tres presidentes de EE. UU. —Obama, Biden y Trump— armaron y financiaron la horrible guerra de Arabia Saudí contra el país durante más de 10 años. Al menos 377.000 yemeníes han muerto a causa de la violencia, las enfermedades y las privaciones, incluidos no menos de 85.000 niños a los que se mató por inanición deliberada a manos del imperialismo saudí y estadounidense.
En solidaridad con los palestinos, los hutíes han lanzado misiles y drones armados contra buques mercantes y navales en el mar Rojo desde el estallido del genocidio de Israel en Gaza, respaldado por Estados Unidos. Como resultado, han logrado interrumpir el transporte marítimo a través del Canal de Suez, un corredor vital para el comercio mundial.
A pesar de las numerosas provocaciones, los hutíes no atacan indiscriminadamente el transporte marítimo en el mar Rojo. Lo que han hecho es imponer su propia versión de «sanciones» a Israel, en respuesta al bloqueo de la ayuda humanitaria por parte del régimen sionista y a la reanudación de los ataques contra Gaza.
A diferencia de los regímenes reaccionarios de Arabia Saudí, Egipto, los Estados del Golfo, Jordania, etc., son el único gobierno del mundo musulmán que arriesga su vida tratando de ayudar a los palestinos. Como resultado, se han ganado el respeto y la admiración de toda la región, y la ira de los imperialistas.
En respuesta, EE. UU. inició una guerra de facto contra Yemen para garantizar los beneficios de los magnates navieros y el suministro de armas a Israel. Los últimos ataques, que coinciden con la decisión de Netanyahu de romper el alto el fuego en Gaza, elevan a casi 200 el número de muertos en Yemen a causa de EE. UU.
Los participantes del chat de Signal celebraron la destrucción de todo un edificio de apartamentos supuestamente para matar a un solo oficial militar hutí. Waltz informó de esta agresión descarada contra uno de los países más empobrecidos y devastados por la guerra en la Tierra con una repugnante cadena de emojis: «».
Disensiones en el bando de Trump
El vicepresidente JD Vance no estaba convencido inicialmente del plan de ataque, preocupado de que causara un aumento en los precios del petróleo. Vance finalmente dio su bendición a la operación, después de ofrecer una conmovedora nota de preocupación por la seguridad de las refinerías de petróleo saudíes, que podrían ser vulnerables a represalias hutíes.
La política exterior imperialista es una extensión de la política interna de los capitalistas. Trump volvió al poder prometiendo acabar con la inflación, revertir el deterioro del nivel de vida y marcar el comienzo de una nueva edad de oro del capitalismo estadounidense. Pero las encuestas de opinión sobre su gestión de la economía ya están cayendo. Un conflicto regional en Oriente Medio, que podría enzarzar a Irán, hundiría la economía estadounidense (y mundial) y correría el riesgo de arrastrar a Trump con ella.
Trump se enfrenta a un problema irresoluble en Oriente Medio. Necesita estabilidad en la región para poder centrarse en reducir la presencia del imperialismo estadounidense en el hemisferio occidental y apuntar a su mayor competidor, el creciente imperialismo chino. También necesita precios bajos de la energía para combatir la inflación.
Pero, a pesar de venderse como un candidato de «paz» el pasado noviembre, Trump se enfrenta a la realidad de tener que gestionar el declive del imperialismo estadounidense. Los imperialistas estadounidenses quieren restaurar la «libertad de navegación» en el Mar Rojo y el Canal de Suez para garantizar la estabilidad económica. Pero sus únicos medios para intentar hacerlo son las bombas y los misiles, que causan una carnicería inhumana en Yemen y amenazan con desestabilizar aún más toda la región.
El secretario de Defensa, Pete Hegseth, señaló en el chat que no actuar suponía el riesgo de ceder la iniciativa y, por lo tanto, un grado de control sobre cómo se desarrolla la última ronda de conflictos en Oriente Medio. Según Vance, esta posición aparentemente refleja el «consenso» de los asesores de política exterior de Trump, y por lo tanto los ataques siguieron adelante.
El tiempo dirá si estos bombardeos marcan el comienzo de una renovada ofensiva general contra Yemen, o si se trata de un acto aislado calculado simplemente para, en palabras de Vance, «enviar un mensaje» a Irán.
Europa y el Canal de Suez
Los mensajes de Signal también ponen de relieve el divorcio en curso entre el imperialismo estadounidense y el europeo. Es significativo que lo más sustancial de la transcripción de la conversación comience con JD Vance quejándose de que son las fuerzas estadounidenses, en lugar de las europeas, las que están tomando medidas para reabrir el Mar Rojo y el Canal de Suez.
Según sus cifras, solo el 3 % del comercio que pasa por el canal llega a Estados Unidos, en comparación con el 40 % del comercio europeo. Vance lamentó tener que «rescatar» a los europeos de nuevo.
Hegseth se sumó a la discusión, refiriéndose a la «aprovechada» Europa como «PATÉTICA». Más tarde, la conversación giró en torno a conseguir que Europa «remunerara» a EE. UU. por sus servicios contra los hutíes.
Cuando se le preguntó qué pensaba de los comentarios de Vance y Hegseth, Trump, con su estilo inimitable, respondió: «¿De verdad quieres que responda? Sí, creo que han estado aprovechándose».
Este comentario simplista de los círculos más altos del ejecutivo estadounidense tocó un punto sensible en Europa. Según informóPolitico:
«Es aleccionador ver la forma en que hablan de Europa cuando creen que nadie está escuchando», dijo un diplomático de la UE… «Pero al mismo tiempo esto no es sorprendente… Es solo que ahora vemos su razonamiento en todo su esplendor poco diplomático».
Un funcionario de la UE dijo que Vance «resulta ser el ideólogo en esta ocasión, pero está destinado a cometer errores y, finalmente, a fallar». Después de eso, en algún momento Estados Unidos volverá a ser un socio fiable, dijo el funcionario.
Un segundo diplomático de la UE coincidió en que la historia sugería que Estados Unidos volvería algún día a su papel de aliado sólido para Europa. «Por el momento, y a pesar de las a veces amables palabras diplomáticas, la confianza está rota», dijo el diplomático. «No hay alianza sin confianza».
Los europeos mantienen la esperanza de volver a la «fiabilidad» y restablecer la «confianza», presumiblemente si los demócratas vuelven al poder y cuando lo hagan, pero toda la experiencia apunta a lo contrario. Aunque Trump es un acelerador, el creciente conflicto entre Europa y EE. UU. tiene su origen en realidades económicas fundamentales.
El capitalismo europeo está en declive a largo plazo, y el capitalismo estadounidense quiere ralentizar su trayectoria por el mismo camino. Cuando estaba en ascenso, el imperialismo estadounidense respaldó la estabilidad europea extendiendo su paraguas militar por todo el continente. Ahora, Europa se ha convertido cada vez más en una carga, ya que los imperialistas estadounidenses se enfrentan a preocupaciones más acuciantes, sobre todo el auge de China.
Las actitudes trumpistas hacia Europa, como revelan las filtraciones de Signal, no son más que un reconocimiento más explícito y decidido de la situación real que el establishment liberal estadounidense está dispuesto a decir abiertamente.
Pero sus acciones hablan por sí solas. La Ley de Reducción de la Inflación de Joe Biden fue vista en las capitales europeas como un acto de guerra comercial. Peor aún, Biden provocó la guerra de Ucrania sabiendo que debilitaría las economías europeas, en particular la de Alemania.
La participación estadounidense en la destrucción del gasoducto Nord Stream 2, o al menos su aquiescencia, fue un acto de guerra cinética y económica, si es que alguna vez hubo uno. Esto es lo que los liberales estadounidenses «de confianza» piensan realmente de sus «amigos» europeos.
Levantar el velo
Tras meses de confusión, luchas internas y patético encogimiento ante Trump, los Demócratas están a la ofensiva. No, por supuesto, porque se opongan al asesinato criminal de mujeres y niños yemeníes. El único «crimen» que cometieron Trump y sus compinches fue «poner en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos» y levantar el velo del imperialismo estadounidense ante el mundo entero.
Los Demócratas se pronunciaron durante una audiencia del Comité de Inteligencia del Senado el 25 de marzo, acusando a la administración Trump de incompetencia y de poner en riesgo la seguridad de los soldados y espías estadounidenses. Los políticos liberales exigen la dimisión de Hegseth y Waltz.
Mientras tanto, los Demócratas de la Cámara de Representantes están preparando una resolución en la que piden a la administración que entregue los documentos relacionados con este incidente, que esperan someter a votación en los próximos días.
No es el bombardeo continuo de Yemen ni el apoyo de Trump a la renovada matanza de Israel en Gaza lo que provoca tal indignación por parte de los demócratas. ¡Todo lo contrario! Su preocupación no es otra que el éxito de estas escandalosas políticas estadounidenses, que Trump solo ha adoptado de sus predecesores demócratas.
La clase capitalista necesita un aliado fiable que les ayude a asegurar recursos vitales en Oriente Medio. Israel es la única opción que les queda. Los liberales y MAGA representan diferentes alas de esa clase, pero ambos están unidos en esta cuestión. Esto nos dice todo lo que necesitamos saber sobre el partido del «mal menor» de Estados Unidos.
¡Abajo el imperialismo estadounidense!
Los comunistas revolucionarios vemos estas filtraciones como una oportunidad de oro para desenmascarar las verdaderas maquinaciones que se desarrollan tras bambalinas del poder burgués. Mientras los medios proimperialistas se inquietan nerviosamente por la habilidad de los funcionarios de más alto rango de Trump, el RCA reconoce que la naturaleza caótica del trumpismo es parte integrante de la crisis cada vez más profunda del régimen burgués en Estados Unidos.
Sea cual sea el destino de Waltz y Hegseth, podemos estar seguros de que no se parecerá en nada al de personas como Julian Assange, Edward Snowden, Chelsea Manning y Jack Teixeira, quienes, independientemente de sus motivaciones, prestaron un servicio a la clase trabajadora mundial al revelar al público diversos aspectos de los crímenes imperialistas, y afrontaron consecuencias que les cambiaron la vida por sus esfuerzos.
La RCA lucha por el establecimiento de un gobierno obrero en Estados Unidos. Este gobierno pondrá fin a las políticas imperialistas de la clase capitalista, un esfuerzo que incluirá la divulgación completa de la diplomacia secreta, los planes militares, las operaciones de contrainteligencia y mucho más del antiguo gobierno capitalista. Hasta que llegue ese día, los comunistas estadounidenses lucharemos para exponer todos los planes y crímenes de la clase dominante.
Un espectro recorre Europa. Este horrible fenómeno ha aparecido de repente, como por arte de magia negra, conjurado desde la más oscura fosa del infierno por un malévolo demonio, para asolar y atormentar a las buenas gentes de la Tierra, perturbar su descanso y sus peores pesadillas.
Lo peor de este fenómeno es precisamente que nadie parece capaz de explicarlo. Se presenta como una fuerza de la naturaleza aparentemente imparable, que arrasa con todo. En un espacio de tiempo asombrosamente corto, ha logrado hacerse con el control del país más rico y poderoso de la Tierra.
Todas las fuerzas combinadas de los grandes y los buenos, todos los defensores del “orden internacional basado en normas”, todos los defensores de los valores tradicionales, todos se han unido para derrotar a este monstruo de iniquidad.
Nuestra maravillosa prensa libre, que todo el mundo sabe que es la principal defensora de la libertad y la libertad de expresión, se unió como un solo hombre para librar la buena batalla en defensa de la democracia, la libertad y la ley y el orden.
Pero todos han fracasado.
El nombre de este espectro es Donald J Trump.
Pánico
La absoluta bancarrota intelectual de la clase dominante queda demostrada por la total incapacidad de los estrategas del capital para comprender a la situación actual, y mucho menos para ofrecer una predicción satisfactoria de los acontecimientos futuros.
Esta decadencia intelectual ha alcanzado su nivel más bajo en las personas de los líderes políticos de Europa. Han llevado a este continente, antaño poderoso, directamente a un pantano de decadencia económica, cultural y militar, reduciéndolo a un estado de completa impotencia.
Tras haber sacrificado todo en beneficio del imperialismo estadounidense durante décadas y haberse acostumbrado al humillante papel de serviles secuaces de Washington, ahora se encuentran abandonados por sus antiguos aliados y abandonados a su suerte.
Su estupidez ha quedado ahora completamente al descubierto con la derrota en Ucrania y el colapso de sus absurdos sueños de derrotar a Rusia y destruirla como potencia. Por el contrario, ahora se encuentran con una Rusia poderosa y resurgente, dotada de un enorme ejército, pertrechada con las armas más modernas y curtida por años de experiencia en batalla.
En esta coyuntura crítica, se encuentran repentinamente abandonados por la potencia que se suponía iba a acudir en su defensa. Ahora corren como pollos sin cabeza, desviviendose en su prisa por expresar su apoyo eterno e inquebrantable a Volodymyr Zelensky.
Despotrican y se enfurecen contra el hombre de la Casa Blanca, al que consideran el único responsable del desastre que de repente se ha abatido sobre ellos.
Pero todo este coro histérico no es más que una expresión de pánico, que, a su vez, no es más que una expresión de miedo: miedo puro, ciego, destilado. Detrás de la falsa fachada de desafío, estos líderes están paralizados por el terror, como un conejo cegado por los faros de un coche que se acerca.
¿Cuál es la verdadera razón?
Si somos capaces de ignorar, por un momento, la cacofonía de quejas, protestas e insultos, y tratamos de encontrar lo que todo ello significa, a través de la densa niebla de la histeria mediática, empieza a aparecer el tenue esbozo de la verdad.
Para cualquier persona con medio cerebro, es evidente que una crisis de tal magnitud no puede ser obra de un solo individuo, aunque esté dotado de poderes sobrehumanos. Se trata de una “explicación” que no explica nada. Más que a la ciencia política, se asemeja al turbio reino de la demonología.
“Con Trump, la agenda mundial cambiará, nos guste o no. La batalla contra el colapso climático sufrirá un duro golpe, las relaciones internacionales se volverán más transaccionales, la lucha de Ucrania contra la agresión rusa puede ser apuñalada por la espalda, y Taiwán estará mirando el cañón de un arma china. Las democracias liberales de todo el mundo, incluida Gran Bretaña, también se verán sometidas a un nuevo asedio por parte de sus propios imitadores de Trump, impulsados por las redes sociales que desprecian la verdad.
“Los votantes estadounidenses han hecho algo terrible e imperdonable esta semana. No deberíamos tener reparos en decir que se han alejado del ethos y las normas compartidas que han dado forma al mundo, generalmente para mejor, desde 1945. Los estadounidenses han llegado a la conclusión de que Trump no es “raro”, como brevemente estuvo de moda afirmar, sino la corriente dominante. Los votantes salieron el martes y votaron raro en gran número. Los estadounidenses deben vivir con las consecuencias de ello”. (The Guardian, 6 de noviembre de 2024)
Y aquí estamos. The Guardian, la expresión más repulsiva y descarada de la hipocresía liberal, culpa de todo al pueblo estadounidense, que ha cometido el imperdonable pecado de votar en unas elecciones democráticas libres y justas a un candidato que no es de su agrado.
Pero, ¿cómo explicar esta aberración espantosa? Según nos informa The Guardian con toda franqueza, es el resultado de la supuesta “rareza” del pueblo estadounidense. La definición de “rareza” es evidentemente cualquier cosa que no coincida con los prejuicios del consejo de redacción de The Guardian.
Lo que realmente quieren decir es que el electorado estadounidense -es decir, millones de hombres y mujeres corrientes de clase trabajadora- no son realmente aptos para ejercer el derecho al voto, ya que son orgánicamente “raros”.
Hablando claro, todos los estadounidenses están naturalmente inclinados al racismo, al odio a las minorías y a una incomprensible aversión a los principios del liberalismo burgués. Esto los hace naturalmente reacios a la democracia e inclinados al fascismo, tal como lo representa, por supuesto, Donald Trump.
Pero, ¿de dónde viene esta rareza? ¿Y eran también “raros” los mismos electores estadounidenses cuando votaron a Joe Biden o a Obama? Evidentemente, en aquel momento estaban preeminentemente cuerdos. ¿Qué ha cambiado?
Lo extraño aquí no es la conducta de los votantes estadounidenses, cuyas decisiones fueron en realidad bastante racionales y pueden comprenderse fácilmente, sino sólo las contorsiones mentales de la miserable tribu pequeñoburguesa de escribas liberales, cuyo compromiso con la democracia evidentemente se detiene por completo en cuanto el electorado vota “en el sentido equivocado”.
Su concepción de la democracia -que uno puede apoyar las elecciones, sólo si resultan en la elección de candidatos que son de nuestro agrado- me parece un tanto “rara”. Sin embargo, la anulación de las recientes elecciones en Rumanía la confirma de forma sorprendente.
Las autoridades rumanas anularon la primera vuelta de las elecciones presidenciales de diciembre porque no les gustaba que un candidato que desaprobaban, Călin Georgescu, las hubiera ganado. No contentos con ello, le impidieron concurrir a la repetición de las elecciones presidenciales de mayo.
Estas acciones contaron con el pleno apoyo de los dirigentes de la UE en Bruselas. Por supuesto, The Guardian también aplaudió la cancelación de unas elecciones con todo el entusiasmo posible. Esta es, obviamente, la forma de evitar que gente como Donald Trump gane unas elecciones.
¡Viva! ¡Tres hurras por la democracia!
¡El fascismo ha llegado!
Desde el principio, los medios de comunicación lanzaron una ruidosa campaña denunciando a Trump como fascista. He aquí algunos ejemplos tomados al azar de la prensa:
Le Monde: “Las primeras semanas de Trump como presidente han bastado para dar a la pesadilla del giro de Estados Unidos hacia el fascismo una sensación de realidad”.
The New Yorker: “¿Qué significa que Donald Trump es un fascista?”.
The Guardian: “El neofascismo de Trump ya está aquí. Aquí tienes diez cosas que puedes hacer para resistir”.
Todo tipo de figuras del establishment se han pronunciado en el mismo sentido. Mark Milley, general retirado del Ejército de Estados Unidos que fue el vigésimo jefe del Estado Mayor Conjunto, lanzó una advertencia funesta a Estados Unidos:
“Es la persona más peligrosa de la historia. Tenía sospechas cuando hablé contigo sobre su deterioro mental y demás, pero ahora me doy cuenta de que es un fascista total. Ahora es la persona más peligrosa para este país”.
Kamala Harris estuvo de acuerdo en que Trump era un fascista, aunque Joe Biden se limitó a describir a Trump sólo como un “semifascista“.
No obstante, ha advertido repetidamente de que Trump representa un peligro para la democracia, una opinión compartida por muchos, como el fiscal general de Arizona, que concluye que: “Estamos al borde de una dictadura”.
Anthony Scaramucci, que fue brevemente secretario de prensa de la Casa Blanca con Donald Trump, se expresó con mayor franqueza, diciendo simplemente: “Es un puto fascista, es el fascista de los fascistas.”
Como era de esperar, muchas figuras prominentes de la “izquierda” han unido sus estridentes voces al coro de denuncias. Alexandria Ocasio-Cortez (a quien a menudo se presenta como una demócrata “socialista”) se lamenta:
“Estamos en vísperas de una administración autoritaria. Esta empieza a ser la cara del fascismo del siglo XXI”.
Y así, la tediosa letanía se repite sin cesar, día tras día. La intención es bastante clara: la repetición constante de la misma idea acabará convenciendo a la gente de que debe ser cierta. Estas nubes de aire caliente producen mucho calor, pero muy poca luz.
¿Qué es el fascismo?
Ahora bien, está perfectamente claro que aquí el término fascismo no pretende ser una definición científica, sino simplemente un insulto vulgar, más o menos el equivalente a “hijo de puta”, o palabras por el estilo.
Ese tipo de invectiva puede servir a un propósito útil, permitiendo a individuos frustrados desahogarse y descargar su rabia contra algún individuo que no es de su agrado. Al instante sienten una sensación de alivio psicológico y se van a casa satisfechos en la convicción de que, de alguna manera, han hecho avanzar la causa de la libertad, anotándose una tremenda victoria política sobre el enemigo.
Lamentablemente, estas victorias carecen de todo valor práctico. Este radicalismo terminológico no es más que la expresión de una rabia impotente. Incapaz de asestar ningún golpe real al odiado enemigo, uno obtiene una sensación de satisfacción mediante el simple recurso de lanzarle improperios desde una distancia segura.
Para quienes estamos interesados en librar batallas reales contra enemigos reales, en lugar de luchar contra molinos de viento como Don Quijote, se requieren otras armas más serias. Y el primer requisito para un verdadero comunista es la posesión de un riguroso método científico de análisis.
El marxismo es una ciencia. Y como todas las ciencias, posee una terminología científica. Palabras como “fascismo” y “bonapartismo” tienen, para nosotros, significados precisos. No son meros términos de insulto, ni etiquetas que puedan pegarse convenientemente a cualquier individuo que no cuente con nuestra aprobación.
Comencemos con una definición precisa del fascismo. En el sentido marxista, el fascismo es un movimiento contrarrevolucionario, un movimiento de masas compuesto principalmente por el lumpen proletariado y la pequeña burguesía enfurecida. Es utilizado como ariete para aplastar y atomizar a la clase obrera y establecer un Estado totalitario en el que la burguesía entrega el poder del Estado a una burocracia fascista.
La característica principal del Estado fascista es la centralización extrema y el poder absoluto del Estado, en el que los bancos y los grandes monopolios están protegidos, pero sometidos a un fuerte control central por parte de una burocracia fascista grande y poderosa. En “¿Qué es el nacionalsocialismo?”, Trotski explica:
“El fascismo alemán, como el italiano, se elevó al poder sobre las espaldas de la pequeña burguesía, que se convirtió en un ariete contra las organizaciones de la clase obrera y las instituciones de la democracia. Pero el fascismo en el poder es, menos que nada, el gobierno de la pequeña burguesía. Por el contrario, es la dictadura más despiadada del capital monopolista”.
Tales son, en términos generales, las principales características del fascismo. ¿Cómo se compara esto con la ideología y el contenido del fenómeno Trump? Ya hemos tenido la experiencia de un gobierno de Trump, que -según las funestas advertencias de los demócratas y de todo el establishment liberal- procedería a abolir la democracia. No hizo tal cosa.
No se tomaron medidas para limitar el derecho de huelga y manifestación, y menos aún para abolir los sindicatos libres. Se celebraron elecciones como de costumbre, y finalmente, aunque en medio de un alboroto general, Trump fue sucedido por Joe Biden en unas elecciones. Digan lo que quieran del primer gobierno de Trump, pero no guardaba relación alguna con ningún tipo de fascismo.
El principal asalto contra la democracia fue, de hecho, dirigido por Biden y los demócratas, que llegaron a extremos extraordinarios para perseguir a Donald Trump, movilizando a todo el poder judicial para arrastrarlo ante los tribunales por innumerables cargos, con la intención de acusarlo a toda costa, ponerlo entre rejas y evitar así que se presentara de nuevo a la presidencia.
Todos los medios de comunicación se movilizaron en una despiadada y constante campaña de vilipendio y difamación, que acabó creando un clima en el que se produjeron al menos dos atentados contra su vida. Sólo por casualidad escapó al asesinato (aunque lo atribuye a la protección del Todopoderoso).
Una utopía reaccionaria
La ideología del trumpismo -en la medida en que existe- está muy lejos del fascismo. Lejos de desear un Estado fuerte, el ideal de Donald Trump es el del capitalismo de libre mercado, en el que el Estado desempeña un papel escaso o nulo.
Su programa representa un intento de volver a las políticas de Roosevelt – no de Franklin Delano Roosevelt, el autor del New Deal, sino de Theodore Roosevelt, que fue presidente antes de la Primera Guerra Mundial.
“Hay una sensación de déjà vu en el aire. Donald Trump sorprendió a sus aliados el martes 7 de enero al no descartar el uso de la fuerza para retomar el Canal de Panamá o comprar Groenlandia. Con este farol, el presidente electo revive la vieja tradición del imperialismo estadounidense de principios del siglo XX.
“La ‘edad de oro’, que comenzó tras la Guerra de Secesión, es con la que sueña Trump: estuvo marcada por la acumulación de fortunas colosales, la corrupción generalizada y unos aranceles introspectivos que protegían la industria estadounidense y hacían que no existiera el impuesto sobre la renta.
“Sobre todo, fue definida por el imperialismo para asegurar la hegemonía estadounidense sobre el hemisferio occidental. Durante este periodo, EEUU compró Alaska a los rusos (1867), invadió Cuba, Puerto Rico y Filipinas – “liberadas” en 1898 del colonialismo español- y excavó el Canal de Panamá, terminado en 1914.”
En otras palabras, Donald Trump desea retroceder el reloj cien años a una América imaginaria que existía antes de la Primera Guerra Mundial, una América en la que los negocios prosperaban y los beneficios se disparaban, en la que la libre empresa prosperaba y el Estado la dejaba en paz, en la que América se sentía libre para ejercer sus jóvenes y poderosos músculos con el fin de ejercer su dominio sobre México, Panamá y todo el hemisferio occidental, expulsando al decrépito colonialismo español de Cuba, para convertirla en su lugar en una colonia estadounidense.
Se piense lo que se piense, es un modelo que tiene muy poco que ver con el fascismo. Y esta atractiva visión de la historia carece de toda sustancia real o relevancia para el mundo del siglo XXI.
La era de Teddy Roosevelt era una época en la que el capitalismo aún no había agotado completamente su potencial como sistema económico progresista. Y Estados Unidos, una nación sana, pujante, recién industrializada, que ya había establecido su superioridad sobre las viejas potencias de Europa en aspectos importantes, apenas empezaba a ejercer como potencia decisiva en el mundo.
Toda una época ha pasado desde entonces, y los EE.UU. se enfrentan a una configuración de fuerzas totalmente diferente, tanto interna como externamente. Los esfuerzos de Trump por devolver el reloj al mundo tal y como era en aquellos lejanos días están condenados al fracaso, naufragando por el cambio de la situación mundial y el equilibrio de fuerzas de clase dentro de EEUU. Es, de hecho, una utopía reaccionaria.
Volveremos sobre estos puntos más adelante. Pero antes, debemos ajustar cuentas con los intentos histéricos y totalmente erróneos tanto de la izquierda como de la derecha por explicar el misterioso fenómeno de Donald J. Trump.
Un método erróneo
“La gran importancia práctica de una correcta orientación teórica se manifiesta con más evidencia en las épocas de agudos conflictos sociales, de rápidos virajes políticos o de cambios abruptos en la situación. … Precisamente en esos períodos surgen necesariamente toda clase de combinaciones y situaciones transicionales, intermedias, que superan los patrones habituales y exigen una atención teórica continua y redoblada. En una palabra, sí en la época pacífica y “orgánica” (antes de la guerra) todavía se podía vivir a expensas de unas cuantas abstracciones preconcebidas, en nuestra época cada nuevo acontecimiento forzosamente plantea la ley más importante de la dialéctica: la verdad es siempre concreta..” (Bonapartismo y fascismo, León Trotski, 1934)
Con demasiada frecuencia, me parece que cuando la gente de izquierdas se enfrenta a un fenómeno nuevo, que parece desafiar todas las normas y definiciones existentes, tiende a buscar etiquetas. Y luego, una vez encontrada una etiqueta conveniente, buscan hechos que la demuestren.
Ellos dicen: Oh, sí. Sé lo que es. Es esto o aquello: fascismo, bonapartismo o cualquier otra cosa que se les ocurra. Ese es un método equivocado. Es lo contrario del materialismo dialéctico. Y no lleva a ninguna parte. Es un ejemplo de pensamiento perezoso: la búsqueda de soluciones fáciles para resolver cuestiones nuevas y complicadas.
Lejos de aclarar nada, lo único que hace es distraer la atención de las cuestiones reales y llevarnos a un debate interminable y bastante inútil sobre cuestiones que se han introducido artificialmente y que no hacen más que aumentar la confusión, en lugar de responder a las preguntas que hay que responder.
En sus Cuadernos filosóficos, Lenin explicó que la ley fundamental de la dialéctica es la objetividad absoluta de la consideración: “no ejemplos, no digresiones, sino la cosa misma”.
Esa es la esencia del método dialéctico. Lo contrario de la dialéctica es el hábito de poner etiquetas a algo e imaginar que, al hacerlo, lo hemos comprendido.
Mi buen amigo John Peterson me comentó recientemente que Donald Trump era “un fenómeno”. Creo que es correcto. No hay necesidad de compararlo con ninguna otra figura de la historia. Debemos aceptar que Donald Trump es como – Donald Trump. Y debemos tomarlo tal como es y analizar lo que es, de hecho, un nuevo fenómeno sobre la base de hechos concretos, no de meras generalidades.
¿Bonapartismo?
El artículo de Trotski Bonapartismo y fascismo ofrece una definición muy precisa y concisa del bonapartismo desde un punto de vista marxista:
“Sin embargo, un gobierno que se eleva por encima de la nación no está suspendido en el aire. El verdadero eje del gobierno actual pasa por la policía, la burocracia y la camarilla militar. Estamos enfrentados a una dictadura militar-policial apenas disimulada tras el decorado del parlamentarismo. Un gobierno del sable como juez-árbitro de la nación: precisamente eso se llama bonapartismo.”
La esencia del bonapartismo, que puede aparecer bajo diferentes disfraces, es siempre la misma: una dictadura militar.
“En el momento en que la lucha de dos estratos sociales -los que tienen y los que no tienen, los explotadores y los explotados- alcanza su tensión más elevada, se han creado las condiciones para la dominación de la burocracia, la policía y la tropa. El gobierno se vuelve “independiente ” de la sociedad.”
Estas líneas son cristalinas. Pero, ¿cómo se compara todo esto con la situación actual en Estados Unidos? No se compara en absoluto. Seamos claros al respecto. La clase dominante sólo recurrirá a la reacción en forma de bonapartismo o fascismo como último recurso. ¿Es realmente esa la situación actual? No cabe duda de que en la sociedad estadounidense existen poderosas tensiones que están provocando una grave desestabilización del orden existente.
Pero imaginar que la lucha de clases ha alcanzado la fase crítica, en la que el dominio del capital está amenazado de derrocamiento inmediato y la única solución para la clase dominante es entregar el poder a un régimen bonapartista, es pura fantasía. Todavía no hemos llegado a esa fase, ni nada que se le parezca.
Por supuesto, es posible señalar tal o cual elemento de la situación actual del que pueda decirse que es un elemento del bonapartismo. Puede ser. Pero se podrían hacer comentarios similares de casi cualquier régimen democrático burgués reciente.
En la Gran Bretaña “democrática” de Tony Blair, el poder pasó en la práctica del Parlamento electo al Gabinete, y de éste a una minúscula camarilla de funcionarios no electos, compinches y asesores. Hubo, sin duda, elementos de lo que podría llamarse un régimen de bonapartismo parlamentario.
Sin embargo, el mero hecho de contener ciertos elementos de un fenómeno no significa todavía la aparición real de ese fenómeno como tal. Se podría decir, por supuesto, que hay elementos del bonapartismo presentes en el trumpismo. Sí, se podría decir eso. Pero los elementos no representan todavía un fenómeno plenamente desarrollado.
Como señala Hegel en la Fenomenología:
“No nos contentamos con que se nos enseñe una bellota cuando lo que queremos ver ante nosotros es un roble, con todo el vigor de su tronco, la expansión de sus ramas y la masa de su follaje.”.
Este método incorrecto conduce a un sinfín de errores. En primer lugar, se intenta aplicar una definición externa a un fenómeno. Luego uno se aferra a ella a toda costa, e intenta justificarla con todo tipo de ejemplos “ingeniosos” de la historia que se traen de los pelos.
Entonces, como la noche sigue al día, llega otro y dice, no: no, eso no es bonapartismo. Y producen hechos igualmente “ingeniosos” para demostrar que el bonapartismo es otra cosa.
Ambos tienen la misma razón y están equivocados. ¿Adónde llegamos cuando entramos en este tipo de argumento circular? Como una pescadilla que se muerde la cola, no llegamos a ninguna parte.
Si bien es cierto que el uso de analogías históricas precisas a veces puede aportar clarificación, no es menos cierto que la yuxtaposición irreflexiva y mecánica de fenómenos esencialmente diferentes es una receta segura para la confusión.
Por ejemplo, creo que sería bastante correcto y adecuado describir el régimen de Putin en Rusia como un régimen bonapartista burgués. Ese es un ejemplo de analogía útil. Pero en el caso de Trump, es más complicado que eso.
El problema es que el bonapartismo es un término muy elástico. Abarca una amplia gama de cosas, empezando por el concepto clásico de bonapartismo, que es básicamente el gobierno por la espada.
El actual gobierno de Trump en Washington, a pesar de sus muchas peculiaridades, sigue siendo una democracia burguesa.
Son precisamente esas peculiaridades las que tenemos que examinar y explicar. Y como, sinceramente, nos vemos incapaces de encontrar nada remotamente parecido en la historia -antigua o moderna- que se le pueda comparar, y como no tenemos definiciones prefabricadas que se puedan hacer encajar, sólo nos queda una alternativa: EMPEZAR A PENSAR.
La crisis del capitalismo
El gran filósofo Spinoza decía que la tarea de la filosofía no era ni llorar, ni reír, sino comprender. Para entender a Donald J Trump, debemos dejar de lado la pseudociencia de la demonología y afirmar lo obvio.
Para empezar, sea lo que sea, Trump no es un espíritu maligno dotado de poderes sobrehumanos. Es un mortal corriente, en la medida en que un multimillonario estadounidense pueda ser considerado como tal. Y como cualquier otra figura relevante de la historia, las causas reales de su ascenso al poder deben relacionarse, en última instancia, con procesos objetivos de la sociedad.
En otras palabras, debemos considerarlo inevitablemente relacionado con la situación objetiva del mundo en las primeras décadas del siglo XXI.
El principal punto de inflexión en la historia moderna fue la crisis de 2008, que desestabilizó por completo todo el sistema. El capitalismo se encontró al borde del colapso. Cuando Lehman Brothers se hundió, recuerdo vívidamente el momento en que los banqueros expresaron públicamente su temor de que en pocos meses les colgarían de las farolas.
En realidad, esos temores estaban bien fundados. De hecho, todas las condiciones objetivas estaban maduras, en realidad, para la revolución socialista. Eso sólo se evitó con la adopción de medidas de pánico en las que el Estado intervino para salvar a los bancos mediante la inyección de enormes cantidades de dinero público.
Esto contradecía todas las teorías promovidas por los economistas burgueses oficiales durante los treinta años anteriores. Todos estaban de acuerdo en que el Estado no debía desempeñar ningún papel -o un papel mínimo- en la economía. El libre mercado, por sí mismo, resolvería todos los problemas.
A la hora de la verdad, sin embargo, se demostró que esta teoría era falsa. El sistema capitalista sólo se salvó gracias a la intervención del Estado. Pero esto creó nuevas contradicciones en forma de deudas colosales y, en última instancia, insostenibles.
Desde 2008, el sistema capitalista atraviesa la crisis más profunda de la historia. No ha dejado de dar tumbos de un desastre a otro. A cada paso, los gobiernos han recurrido a la misma política irresponsable de financiación del déficit, es decir, imprimir dinero para salir del agujero.
Los miopes estrategas del capital, la miserable tribu de economistas burgueses y los aún más fracasados políticos del establishment asumieron que esta situación – un suministro infinito de dinero sacado de la nada, un flujo inagotable de crédito barato, bajas tasas de inflación y bajos tipos de interés – iba a continuar para siempre. Se equivocaban.
Todo esto no hacía más que acumular contradicción sobre contradicción, preparando el terreno para la madre de todas las crisis en el futuro.
Predije en su momento que todos los intentos de la burguesía por restablecer el equilibrio económico sólo servirían para destruir los equilibrios social y político. Esto es precisamente lo que ha ocurrido.
Las condiciones objetivas para la revolución socialista estaban claramente presentes. ¿Por qué no se produjo? Sólo porque faltaba un factor importante en esta ecuación. Ese factor era la dirección revolucionaria.
Durante todo un periodo, el péndulo osciló bruscamente hacia la izquierda en un país tras otro. Eso se reflejó en el ascenso de toda una serie de movimientos de izquierda que sonaban radicales: Podemos en el Estado español, Syriza en Grecia, Bernie Sanders en Estados Unidos y, sobre todo, Corbyn en Gran Bretaña. Pero eso sólo sirvió para sacar a la luz las limitaciones del reformismo de izquierdas.
Tomemos el caso de Tsipras. Toda la nación griega le apoyaba para desafiar los intentos de Bruselas de imponer la austeridad. Pero capituló. El resultado fue un giro a la derecha.
En el Estado español ocurrió algo parecido. Al principio, Podemos presentaba una imagen de izquierda muy radical. Pero los dirigentes decidieron ser “responsables” y entraron en coalición con el PSOE, con resultados previsibles.
En Estados Unidos, Bernie Sanders surgió rápidamente de la nada para crear un movimiento de masas que buscaba claramente una alternativa socialista. Tenía todas las posibilidades de crear una alternativa de izquierdas viable a demócratas y republicanos. Pero al final, capituló ante el establishment del partido Demócrata, y la oportunidad quedó abortada.
El caso más claro de todos fue el de Gran Bretaña, donde, al igual que Sanders, Jeremy Corbyn surgió de la nada y fue impulsado al liderazgo del Partido Laborista en la cresta de un poderoso movimiento hacia la izquierda. El propio Corbyn no creó este movimiento, pero actuó como punto de referencia del estado de ánimo acumulado de ira y descontento en la sociedad.
El resultado asombró y aterrorizó a la clase dirigente que declaró públicamente que había perdido el control del Partido Laborista. Y era cierto. O más bien, debería haber sido cierto.
Pero a la hora de la verdad, Corbyn no tomó medidas decisivas contra la dirección derechista del grupo parlamentario laborista que, con el apoyo de los medios de comunicación burgueses, organizó una despiadada campaña contra él.
Al final, Corbyn capituló ante la derecha y pagó el precio de su cobardía, que en realidad es una expresión de la falta de carácter orgánica del reformismo de izquierdas en general.
Trump y Corbyn
Aquí vemos un contraste sorprendente con Donald Trump, que también fue objeto de un ataque muy serio por parte del establishment y también de la dirección del propio Partido Republicano. Hizo lo que Corbyn debería haber hecho. Movilizó a su base y la azuzó contra la vieja dirección republicana, que se vio obligada a retroceder.
Esto, por supuesto, no altera el hecho de que Trump sigue siendo un político burgués reaccionario, pero hay que confesar que mostró un coraje y una determinación de los que Corbyn carecía manifiestamente.
También mostró un desprecio absoluto por la llamada corrección política y la política de identidad, que, por desgracia, los reformistas de izquierdas han aceptado totalmente. Esto jugó un papel absolutamente pernicioso en el caso de Corbyn.
Cuando la derecha le atacó por supuesto antisemitismo (una acusación totalmente falsa), retrocedió inmediatamente. Se convirtió en presa fácil para el reaccionario lobby sionista y para toda la clase dominante británica, y rápidamente se vio reducido a una abyecta sumisión, víctima indefensa de su propia adicción a la reaccionaria política identitaria.
Si Corbyn hubiera hecho lo que ha hecho Trump, se habría enfrentado frontalmente a la acusación de antisemitismo, habría movilizado a sus bases y las habría azuzado contra el establishment derechista del Partido Laborista, llevando a cabo una purga a fondo de esos elementos podridos.
De haberlo hecho, sin duda habría ganado. Pero no lo hizo y esto permitió a la derecha laborista pasar a la ofensiva, expulsar a la izquierda -incluido el propio Corbyn- y purgar el partido de arriba abajo. El resultado fue la victoria de Starmer y el experimento del corbynismo acabó en desastre.
La misma experiencia se ha repetido una y otra vez. Y en todos los casos, los dirigentes de la izquierda han desempeñado un papel de lo más lamentable. Han decepcionado a sus bases y han servido en bandeja el poder a la derecha.
Es este hecho -y sólo este hecho- el que explica la actual oscilación del péndulo hacia la derecha, un hecho totalmente inevitable, dada la cobarde capitulación de la izquierda.
Que otros se lamenten de los hechos y lloriqueen por el ascenso de Trump y otros demagogos de derechas. Nosotros respondemos con desprecio: no os quejéis, es enteramente responsabilidad vuestra. Francamente, tenéis lo que os merecéis y ahora todos tenemos que pagar las consecuencias.
¿Qué representa realmente Trump?
Empecemos por lo obvio. Todos estamos de acuerdo en que Donald Trump es un político burgués reaccionario. No vale la pena decirlo. Tampoco deberíamos tener que repetir que los comunistas no lo apoyan de ninguna manera.
Pero al afirmar lo obvio, no avanzamos ni un paso en el análisis del fenómeno de Trump y el trumpismo. Por ejemplo, ¿es correcto decir que no hay diferencia entre Donald Trump y Joseph Biden?
Que ambos son políticos burgueses que defienden esencialmente los mismos intereses de clase es evidente. En ese sentido, podría decirse que son iguales. Sin embargo, hasta el más ciego de los ciegos debería tener claro que, de hecho, existen diferencias muy serias entre ambos, de hecho, un abismo enorme.
El hecho de que, en última instancia, ambos hombres sean políticos burgueses y representen en definitiva los mismos intereses de clase, no excluye en absoluto la posibilidad de que surjan agudas diferencias entre distintas capas de la misma clase. De hecho, ese tipo de conflicto siempre ha existido.
El problema central para la burguesía es que el modelo que aparentemente había garantizado el éxito del capitalismo durante muchas décadas está irrevocablemente roto.
El fenómeno de la globalización, que durante mucho tiempo les permitió superar los límites del mercado nacional, ha llegado ahora a su límite. En su lugar, tenemos el auge del nacionalismo económico. Cada clase capitalista defiende sus propios intereses nacionales frente a los de otras naciones. La era del libre comercio da paso a la era de los aranceles y las guerras comerciales.
Los nostálgicos desesperanzados lamentan la desaparición del viejo orden, pero Donald J. Trump lo abraza con todo el entusiasmo de un converso religioso. Como resultado, ha puesto patas arriba el orden mundial, para rabia y frustración de las naciones más débiles.
Donald Trump invoca así las maldiciones de sus antiguos “aliados” en Europa, que le culpan de todas sus desgracias. Pero él no ha inventado esta situación. Es simplemente su exponente y defensor más extremo y coherente.
La bancarrota del liberalismo
Durante muchos años, la clase dominante y sus representantes políticos en Occidente han estado vendiendo sistemáticamente una imagen pseudoprogresista para ocultar la realidad de la dominación de clase. Han utilizado hábilmente la llamada política de identidad como arma contrarrevolucionaria.
Y los “izquierdistas”, que carecen de una base ideológica propia, se han tragado esta basura a pies juntillas. Esto sólo ha servido para desacreditarlos a los ojos de la clase trabajadora, que mira con incredulidad sus payasadas, discutiendo sobre palabras y repitiendo los tópicos de la llamada corrección política, en lugar de luchar por los verdaderos intereses de los trabajadores, las mujeres y otras capas oprimidas de la sociedad.
Por lo tanto, cuando Donald Trump llega y denuncia la política de identidad y la corrección política, no es de extrañar que toque la fibra sensible de millones de hombres y mujeres corrientes cuyos cerebros no han sido irremediablemente adormecidos por la enfermedad posmodernista.
¿Defienden los liberales la democracia?
Los liberales tienen una visión muy peculiar de la democracia. Como hemos visto, apoyan las elecciones, pero sólo si gana el candidato que ellos apoyan. Si el resultado no es de su agrado, inmediatamente empiezan a gritar que el resultado es injusto, insinuando manipulación de los votos y todo tipo de prácticas turbias, normalmente sin aportar ni una sola prueba.
Lo vimos tras la victoria de Trump sobre Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de 2016. Trump se convirtió en el primer presidente de la historia de Estados Unidos sin experiencia en cargos públicos ni antecedentes militares previos.
En efecto, Trump era un outsider, alguien ajeno al establishment existente en Washington, que ha ostentado el monopolio del poder político durante décadas.
Le vieron como una amenaza para su monopolio y actuaron en consecuencia para subvertir la democracia y anular el resultado de las elecciones. Los demócratas lanzaron el famoso escándalo del “Rusiagate” contra Trump, con la clara intención de echarlo de la presidencia.
Eso equivaldría a un golpe de estado democrático. ¿Una violación de la democracia? Por supuesto, pero si a veces es necesario violar las reglas de la democracia para defenderla, ¡que así sea!
Posteriormente, llegaron a los extremos más extraordinarios para impedir que Donald Trump volviera a ser presidente. Lanzaron un verdadero tsunami de casos legales, con el objetivo de ponerlo tras las rejas.
Hubo cuatro procesos judiciales dirigidos contra Trump personalmente, empezando por el sonado asunto de Stormy Daniels, seguido de la acusación de injerencia electoral en Georgia y, por último, la cuestión de la presencia de documentos clasificados en Mar-a-Lago. Además, hubo más de 100 demandas judiciales contra la administración de Trump.
Los medios de comunicación se movilizaron para aprovechar al máximo el asalto. Pero fracasó por completo. Cada uno de estos casos sólo sirvió para aumentar su apoyo en las encuestas. El resultado final se vio en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 2024.
Con la segunda mayor participación electoral desde 1900 (después de 2020), Trump obtuvo 77.284.118 votos, o el 49,8 por ciento de los votos, el segundo total de votos más alto en la historia de Estados Unidos (después de la victoria de Biden en 2020). Trump ganó los siete estados indecisos.
No fue sólo una victoria electoral; fue un triunfo rotundo. También fue un rechazo total del establishment liberal demócrata.
Su victoria ambién fue un desplante demoledor para los medios de comunicación prostituidos que apoyaron abrumadoramente a Harris. Entre los diarios, 54 apoyaron a Harris y sólo 6 a Trump. De todos los semanarios, 121 apoyaron a Harris y sólo 11 a Trump.
¿Cómo se explica esto?
Trump y la clase trabajadora
Llama la atención la diferencia en la composición de clase de los votos emitidos. Mientras que Harris ganó a la mayoría de los votantes que ganan 100.000 dólares al año o más, Trump ganó a la mayoría de los votantes que ganan menos de 50.000 dólares. No cabe duda de que millones de trabajadores estadounidenses votaron a Donald Trump.
No hay absolutamente nada particularmente sorprendente o “raro” en esto. El atractivo de Trump entre la clase trabajadora tiene una base material. Desde principios de la década de 1980, los salarios reales de la clase trabajadora estadounidense se han mantenido igual o han disminuido, sobre todo a medida que los empleos se externalizaban a otros países, según la Oficina de Estadísticas Laborales. Del mismo modo, el Instituto de Política Económica informa de que los salarios de los hogares con ingresos bajos y medios apenas han crecido desde finales de los años 70, mientras que el coste de la vida ha seguido aumentando.
En muchas ciudades norteamericanas existen condiciones de miseria y privación que se asemejan a las de las ciudades más pobres de América Latina, África o Asia. Y esta pobreza coexiste con la más obscena concentración de riqueza en pocas manos que se haya visto en cien años.
Sin embargo, todo esto es aparentemente invisible para los “progresistas” de clase media. La clase política y la tribu de periodistas y comentaristas bien pagados han estado tan obsesionados con el veneno pernicioso de la política identitaria que han ignorado sistemáticamente los problemas reales a los que se enfrenta la clase trabajadora, ya sean blancos o negros, hombres o mujeres, heterosexuales u homosexuales.
Un ejemplo típico fue la insistencia de los imbéciles políticamente correctos en defender términos como “Latinx” para promover la inclusividad de género. Sin embargo, sólo el 4 por ciento de los hispanos utiliza este término, y el 75 por ciento dice que nunca debería usarse, según Pew Research.
Se abrió así el camino para que demagogos de derechas como Donald Trump dieran voz a la ira acumulada de millones de personas que se sentían justificadamente ignoradas por el establishment liberal de Washington.
Como resultado de esto, en 2024 Trump amplió su base conectando con las comunidades de clase obrera negra y latina.
Esa es la consecuencia directa de la traición de “izquierdistas” como Sanders, que, al no ofrecer ninguna alternativa clara a los liberales, dejaron la puerta abierta de par en par a demagogos de derechas como Trump.
Es un hecho real que, hasta hace poco, incluso el término “clase obrera” apenas aparecía en la propaganda electoral de los principales partidos en Estados Unidos. Incluso los izquierdistas más atrevidos solían referirse a la “clase media”. La clase obrera estadounidense, a efectos prácticos, había dejado de existir.
Puede que haya habido alguna excepción a la regla, pero no es exagerado decir que fue Donald Trump -un demagogo de derechas multimillonario- el único que afirmó defender los intereses de la clase trabajadora en sus discursos. Se podría decir que él fue el único responsable de situar a los trabajadores nuevamente en el centro de la política estadounidense.
No hace falta que nos digan que esto es mera demagogia, retórica vacía sin sustancia. Tampoco hace falta que nos informen de que Trump dice estas cosas para sus propios fines, que están inevitablemente relacionados con los intereses de la clase a la que pertenece.
Eso está perfectamente claro para nosotros. Pero es irrelevante. El hecho es que eso no estaba nada claro para los millones de trabajadores que votaron a Trump en las elecciones presidenciales. Ignoramos este hecho por nuestra cuenta y riesgo.
¿Qué intereses defiende Trump?
No debería ser en absoluto difícil explicar nuestra actitud hacia Trump a cualquier persona pensante. Es muy sencillo. Nosotros decimos:
Este multimillonario defiende los intereses de su propia clase. Todo lo que diga redundará en última instancia en su propio interés y en el de los ricos: los banqueros y los capitalistas. Como la noche sigue al día, esos intereses nunca podrán ser los intereses de la clase obrera.
Sin embargo, para ganarse el apoyo de los trabajadores, a veces dice cosas que a ellos les parecen sensatas. Cuando habla de puestos de trabajo, de empleo, de salarios a la baja, de precios al alza, obtiene naturalmente una respuesta.
Y puede que una o dos cosas de las que dice sean correctas. De hecho, Trump admitió una vez que había tomado varias ideas de los discursos de Sanders y las había utilizado para atraer a los trabajadores.
Sin duda, Trump es un político burgués reaccionario, pero eso no significa que sea exactamente igual que cualquier otro político burgués reaccionario. Al contrario. Tiene su propia interpretación de las cosas, su propia perspectiva, política y estrategia, que difieren en muchos aspectos fundamentales de, por ejemplo, las posiciones de Joe Biden y su camarilla.
En algunos aspectos, sus puntos de vista pueden parecer coincidentes, al menos hasta cierto punto, con los nuestros. Por ejemplo, en su actitud ante la guerra de Ucrania, su disolución de la USAID o su rechazo al llamado “woke”. Que efectivamente pueden existir algunas coincidencias entre lo que dicen los políticos burgueses y lo que pensamos nosotros mismos ya lo explicó Trotski.
“En el noventa por ciento de los casos, los obreros realmente ponen un signo menos donde la burguesía pone un más. Sin embargo, en el diez por ciento, se ven forzados a poner el mismo signo que la burguesía pero con su propio sello, expresando así su desconfianza en ella. La política del proletariado no se deriva de ninguna manera automáticamente de la política de la burguesía, poniendo sólo el signo opuesto (esto haría de cada sectario un estratega magistral). No, el partido revolucionario debe, cada vez, orientarse independientemente tanto en la situación interna como en la externa, llegando a aquellas conclusiones que mejor corresponden a los intereses del proletariado. Esta regla se aplica tanto al período de guerra como al de paz.”
Incluso cuando Trump dice cosas que son correctas, invariablemente lo hace desde el punto de vista de sus propios intereses de clase y con fines reaccionarios con los que no tenemos absolutamente nada en común.
La conclusión es que, en todos los casos, siempre hacemos hincapié en la posición de clase. Por esa razón, es totalmente inadmisible identificarnos con las políticas de Trump. Sería un grave error.
Pero sería un error mucho más grave -de hecho, sería un crimen- estar siquiera por un momento en el mismo bando de los llamados elementos burgueses “liberales” y “democráticos” cuyos ataques a Trump están guiados enteramente desde el punto de vista del establishment burgués reaccionario contra el que Trump está librando una guerra en la actualidad.
¿El mal menor?
Una vez que haces concesiones a acusaciones como fascismo, bonapartismo y supuesta amenaza a la democracia, empiezas a entrar en la pendiente resbaladiza que puede llevarte -incluso inconscientemente- a la posición del mal menor. Y ése es, sin duda, el mayor peligro.
¿Es correcto decir que el régimen de Biden representaba algo progresista en relación con Trump? Así lo vendieron. Y la llamada izquierda lo ha aceptado como buena moneda.
Tratan de argumentar que Trump es un enemigo de la democracia. Pero si se examina la monstruosa conducta de la camarilla de Biden se ve cómo mostró un total desprecio por la democracia hasta el final.
Pensemos en el “férreo” apoyo de Biden al ataque israelí contra Gaza, que le ha valido el apodo de “Joe el Genocida”. O la flagrante represión del derecho de reunión por parte de su administración “democrática”, que golpeó brutalmente a miles de estudiantes y detuvo a 3.200 en todo el país por protestar pacíficamente en solidaridad con Palestina.
Biden prometió ser “el presidente más favorable a los sindicatos de la historia de Estados Unidos”, pero aplastó el derecho a la huelga de los ferroviarios. Prometió acabar con las deportaciones de la era Trump, pero al final expulsó a más inmigrantes indocumentados que su predecesor. La lista continúa.
Hasta el final, Biden se aferró a su cargo mucho después de que incluso su propio partido lo hubiera tachado como no apto para el cargo y lo hubiera destituido como candidato presidencial de los demócratas.
Incluso después de que la inmensa mayoría del electorado votara en contra de los demócratas, siguió ejerciendo sus poderes como presidente, llevando a cabo flagrantes actos de sabotaje para socavar al candidato elegido democráticamente, Trump, e incluso para arrastrar a Estados Unidos al borde de la guerra con Rusia.
Sería difícil imaginar un desprecio más flagrante por la democracia y las opiniones de la inmensa mayoría del pueblo estadounidense. Sin embargo, este gángster y su camarilla siguieron haciéndose pasar por defensores de la democracia frente a la supuesta amenaza de una dictadura.
Muchas otras cosas que hicieron Biden y su pandilla fueron infinitamente más contrarrevolucionarias y desastrosas y monstruosas que cualquier cosa que Trump haya soñado hacer. Esa es la realidad. Sin embargo, encontramos gente en la izquierda que está dispuesta a argumentar que es preferible apoyar a los demócratas contra Trump, ‘para defender la democracia.’
No nos incumbe atarnos a un barco que se hunde, sino, por el contrario, hacer todo lo que esté en nuestra mano para contribuir a hundirlo. No es nuestra política sembrar ilusiones en los liberales y su supuesta democracia, sino desenmascararla como una falsedad cínica y un engaño.
En ¿Adonde va Francia?, Trotski explica que la llamada política del “mal menor” no es más que un crimen y una traición a la clase obrera:
“El partido obrero no debe ocuparse en una tentativa sin esperanza de salvar al partido de los especialistas en quiebras; debe, por el contrario, acelerar con todas sus fuerzas el proceso de liberación de las masas de la influencia radical.” [Redacción: el partido Radical era un partido liberal en el poder en Francia en los años 30].
Es un excelente consejo para nosotros hoy. Al combatir la reacción trumpista, no podemos asociarnos en ningún caso con los demócratas “liberales” en bancarrota.
¡Encuentrar un camino hacia los trabajadores!
Los periodos de transición, como el que estamos viviendo ahora, darán lugar invariablemente a confusión. Con frecuencia nos enfrentaremos a todo tipo de fenómenos nuevos y complicados que no tienen precedentes evidentes en la historia.
Para no perder el equilibrio, es necesario mantener en todo momento la mano firme en las cuestiones fundamentales y no dejarse llevar por este o aquel acontecimiento accidental. La característica principal de la situación actual es que, por un lado, la situación objetiva pide a gritos una solución revolucionaria.
El potencial está ahí. Pero en la actualidad no existe una fuerza lo suficientemente poderosa como para hacerlo realidad. Por lo tanto, por el momento, sigue siendo sólo eso: simplemente un potencial.
Las masas se esfuerzan por encontrar una salida a la crisis. Ponen a prueba a un líder de partido tras otro, pero pronto descubren las deficiencias de todas las organizaciones existentes. Esto explica la inestabilidad política general que se manifiesta en violentos vaivenes en el plano electoral de izquierda a derecha, y viceversa.
A falta de cualquier tipo de orientación por parte de la izquierda, el camino está abierto para todo tipo de aberraciones peculiares y demagogos de la variedad de Trump.
Pueden subir rápidamente, dando expresión a la ira y el descontento de las masas. Pero el contacto con la realidad acaba provocando decepción, preparando una nueva oscilación del péndulo en sentido contrario.
Ver estos acontecimientos en términos puramente negativos sería malinterpretar completamente la situación. Las masas están desesperadas y necesitan soluciones urgentes a sus problemas. Personas como Donald Trump parecen ofrecerles lo que buscan.
Tenemos que entender esto, y no limitarnos a descartar tales movimientos como aberraciones de “extrema derecha” (una frase sin sentido en cualquier caso). Por supuesto, en tales movimientos habrá elementos reaccionarios. Pero su carácter masivo indica que tienen una base contradictoria en la sociedad.
Para encontrar un camino hacia los trabajadores de cualquier país, es necesario tomarlos como son, no como nos gustaría que fueran. Para entablar un diálogo con los trabajadores, debemos partir del nivel de conciencia existente. Cualquier otro enfoque no es más que una receta para la esterilidad y la impotencia.
Si queremos entablar una conversación significativa con un trabajador que tiene ilusiones con Trump, no podemos empezar con denuncias estridentes o acusaciones de fascismo y cosas por el estilo. Escuchando pacientemente los argumentos de estos trabajadores, podemos basarnos en muchas cosas con las que estamos de acuerdo, y luego, utilizando argumentos hábiles, introducir gradualmente dudas sobre si los intereses de la clase obrera pueden realmente ser defendidos por un rico empresario multimillonario.
Por supuesto, en esta fase, nuestros argumentos no tendrán necesariamente éxito. La clase trabajadora en general no aprende de los debates, sino solamente a través de su propia experiencia. Y la experiencia de un gobierno de Trump resultará ser una curva de aprendizaje muy dolorosa.
Por lo tanto, cuando hablamos con los trabajadores que apoyan a Trump, debemos tener un enfoque amistoso y mostrar acuerdo con las cosas con las que podemos estar de acuerdo, para luego señalar hábilmente las limitaciones del trumpismo y defender el socialismo. Las contradicciones acabarán saliendo a la superficie. Sin embargo, a pesar de esto las ilusiones en Trump persistirán por un tiempo.
No se conseguirá nada adoptando una actitud beligerante y hostil hacia los muchos trabajadores honrados que, por razones absolutamente comprensibles, se han unido a la bandera de Trump. Tal enfoque es estéril y contraproducente, y no llevará a ninguna parte.
La historia conoce muchos ejemplos de cómo los trabajadores que primero entran en la arena de la política con puntos de vista extremadamente retrógrados, incluso reaccionarios, pueden moverse rápidamente en la dirección opuesta bajo el impacto de los acontecimientos.
Al principio de la revolución de 1905 en Rusia, los marxistas eran una minoría muy pequeña y aislada. La mayoría de los obreros rusos eran políticamente atrasados y tenían ilusiones en la monarquía y la iglesia.
Al principio, la inmensa mayoría de los obreros de San Petersburgo seguía la dirección del padre Gapon, que colaboraba activamente con la policía. Cuando los marxistas se acercaban a ellos con octavillas que denunciaban al zar, los obreros las rompían y a veces incluso golpeaban a los revolucionarios.
Sin embargo, todo eso se transformó en su contrario tras los sucesos del Domingo Sangriento del 9 de enero. Los mismos obreros que habían roto las octavillas se acercaron ahora a los revolucionarios exigiendo armas para derrocar al zar.
En Estados Unidos, podemos citar un ejemplo similar, muy sintomático aunque mucho menos dramático. Cuando un joven obrero llamado Farrell Dobbs entró en política a principios de los años 30, lo hizo como republicano convencido.
Pero a través de la experiencia de la tormentosa lucha de clases pasó directamente del republicanismo de derechas al trotskismo revolucionario y desempeñó un papel destacado en la rebelión de los Teamsters en Minneapolis en 1934.
En el tormentoso período de lucha de clases que se abrirá en Estados Unidos, veremos muchos ejemplos de este tipo en el futuro. Y algunos de los trabajadores que ahora apoyan con entusiasmo a Trump o demagogos similares, pueden ser ganados para la bandera de la revolución socialista sobre la base de los acontecimientos futuros.
A primera vista, el movimiento Trump parece muy sólido y prácticamente indestructible. Pero se trata de una ilusión óptica. En realidad, se trata de un movimiento muy heterogéneo, plagado de profundas contradicciones. Tarde o temprano, éstas se pondrán de manifiesto.
Los enemigos liberales de Trump esperan que el fracaso de sus políticas económicas provoque una decepción generalizada y la pérdida de apoyo. Tal fracaso es totalmente previsible. La imposición de aranceles ya está siendo recibida con represalias inevitables. Esto debe reflejarse finalmente en pérdidas de puestos de trabajo y cierres de fábricas en las industrias afectadas.
Sin embargo, las predicciones de una desaparición inminente del movimiento Trump son prematuras. Trump ha despertado enormes expectativas y esperanzas entre millones de personas que antes carecían de toda esperanza. Tales ilusiones están muy arraigadas y son lo suficientemente poderosas como para resistir toda una serie de sacudidas y decepciones temporales.
El hechizo hipnótico de la demagogia de Trump tardará en disiparse. Pero tarde o temprano, la desilusión se instalará, y cuanto más tarden los trabajadores en comprender que sus intereses de clase no están representados, más violenta será la reacción.
Donald Trump es ya bastante mayor y, aunque logre esquivar la bala de un asesino, la naturaleza debe imponer tarde o temprano sus leyes de hierro. En cualquier caso, es poco probable que se presente de nuevo a las elecciones presidenciales, incluso si se pudieran cambiar las reglas para permitirlo.
Es imposible imaginar el trumpismo sin la persona de Donald J. Trump. Es precisamente el poder de su personalidad, su indudable habilidad como líder de masas y maestro demagogo, el pegamento que mantiene unido a su heterogéneo movimiento. Sin él, las contradicciones internas que existen en su seno saldrán inevitablemente a la superficie, provocando crisis internas y fracturas en el liderazgo.
J.D. Vance parece el sucesor más probable de Donald Trump, pero carece de la inmensa autoridad y carisma de su líder. Es, sin embargo, un hombre inteligente que bien puede evolucionar en todo tipo de direcciones en función de los acontecimientos. Es imposible predecir el resultado.
Hay una conocida ley de la mecánica que afirma que toda acción tiene una reacción igual y opuesta. Donald Trump es un maestro de la hipérbole. Sus declaraciones demagógicas no conocen límites. Todo lo que promete es maravilloso, tremendo, maravilloso, enorme, etcétera. Y el grado de decepción, cuando finalmente llegue, será correspondientemente enorme.
En un momento dado, su movimiento empezará a fracturarse en líneas de clase. A medida que los trabajadores comiencen a abandonarlo, los elementos pequeñoburgueses enloquecidos probablemente se unirán en lo que será el embrión de una nueva y genuina organización fascista o bonapartista.
A partir de esta situación caótica, el movimiento en dirección a un tercer partido se hará irresistible. Por su propia naturaleza, será un asunto confuso, no necesariamente con un programa de izquierdas o incluso particularmente progresista en primera instancia. Pero los acontecimientos tendrán su propia lógica.
Muchos trabajadores, después de haberse quemado los dedos con el experimento de Trump, buscarán una bandera alternativa que refleje con mayor precisión su ira y su odio profundamente arraigado contra los ricos y el establishment, que no es más que un reflejo inmaduro de su hostilidad instintiva contra el propio sistema capitalista. Esto les empujará bruscamente hacia la izquierda.
No es en absoluto descabellado prever que algunos de los militantes más audaces, dedicados y abnegados del futuro movimiento comunista en América consistirán precisamente en trabajadores que han pasado por la escuela del trumpismo y han sacado de ella las conclusiones correctas. Ha habido muchos precedentes de tales desarrollos en el pasado, como hemos visto.
Por último, quiero dejar clara una cosa. Lo que les he presentado aquí no es una perspectiva totalmente elaborada, ni mucho menos una predicción detallada de lo que ocurrirá en el futuro. Para ello se necesitaría no el método marxista, sino una bola de cristal, que lamentablemente aún no se ha inventado.
Basándome en todos los hechos observables de que dispongo, he presentado un pronóstico muy provisional que, sin embargo, no puede ser más que una conjetura. La situación actual se presenta como una ecuación extremadamente complicada, que tiene muchas soluciones posibles. Sólo el tiempo llenará los vacíos y nos dará la respuesta. La Historia nos deparará muchas sorpresas. No todas malas.
El 8 de marzo, agentes del ICE [Control de Inmigración y Aduanas] de EE.UU. arrestaron a Mahmoud Khalil, estudiante de la Universidad de Columbia y activista pro-palestino. Unos matones se lo llevaron delante de su esposa, que está embarazada de ocho meses, y lo trasladaron a un centro de detención en Luisiana, donde inicialmente se le impidió hablar en privado con su abogado. Khalil tiene una carta verde, que le da derecho legal a vivir y trabajar en Estados Unidos, así como el derecho a «estar protegido por todas las leyes de Estados Unidos, su estado de residencia y las jurisdicciones locales». Sin embargo, la administración Trump busca deportarlo por el «delito» de ejercer su derecho de la Primera Enmienda a oponerse al imperialismo israelí y estadounidense.
Trump quiere dar ejemplo con Khalil y enviar una dura advertencia al resto del movimiento pro-Palestina: os aplastaremos, cueste lo que cueste. Como Trump publicó en las redes sociales: «Este es el primer arresto de muchos que están por venir. Sabemos que hay más estudiantes en Columbia y otras universidades de todo el país que han participado en actividades proterroristas, antisemitas y antiamericanas, y la Administración Trump no lo tolerará».
Para justificar esta represión, Trump y sus compinches están repitiendo calumnias trilladas que equiparan la solidaridad con Palestina con el antisemitismo. En realidad, las protestas que exigen el fin de la matanza genocida del pueblo palestino por parte de Israel, respaldada por Estados Unidos, no tienen nada que ver con el odio hacia el pueblo judío y, de hecho, han atraído el apoyo de muchos estudiantes y trabajadores judíos.
«Escalar el asunto»
La detención de Khalil se produce tras una serie de manifestaciones en el Barnard College, afiliado a Columbia, que comenzaron a finales de febrero y se enfrentaron a una violenta represión por parte de la policía de Nueva York. Khalil fue uno de los estudiantes que negoció con la administración y desempeñó un papel activo en el campamento de solidaridad con Palestina de Columbia en abril de 2024.
Con el estado capitalista y las administraciones universitarias de su lado, los sionistas del campus se han vuelto cada vez más descarados en sus ataques, llamando al ICE a los estudiantes internacionales que participan en actividades pro-Palestina con la esperanza de que se revoquen sus visados.
Como informóThe Forward, existen miles de conexiones entre los estudiantes sionistas de universidades «de élite» como Columbia y la clase dirigente, incluido el aparato estatal:
Ross Glick, un activista proisraelí que anteriormente compartió una lista de manifestantes del campus con las autoridades federales de inmigración, dijo que estaba en Washington, D. C. para reunirse con miembros del Congreso durante la manifestación de la biblioteca de Barnard y que habló de Khalil con ayudantes de los senadores Ted Cruz [republicano] y John Fetterman [demócrata], quienes prometieron «escalar» el asunto. Dijo que algunos miembros de la junta directiva de Columbia también habían denunciado a Khalil a las autoridades.
Al parecer, el asunto «escaló» hasta la Casa Blanca. Seis días después de la protesta en Barnard, Trump publicó: «Se DETENDRÁN todos los fondos federales para cualquier colegio, escuela o universidad que permita protestas ilegales». No fue una amenaza en vano. El 8 de marzo, anunció oficialmente que su administración retiraría 400 millones de dólares en fondos federales de Columbia. Por alguna extraña coincidencia, los agentes del ICE se presentaron en la puerta de Khalil esa misma noche.
Irónicamente, poco antes de su arresto, Khalil envió correos electrónicos al presidente de Columbia pidiendo una garantía de protección, ya que fanáticos sionistas habían estado amenazando con deportarlo. Vivía en una residencia universitaria, y el ICE solo habría podido entrar en la propiedad de la universidad con el permiso de la administración. Esa misma administración ha guardado un inquietante silencio desde que se llevaron a Khalil. Pero no necesitamos esperar un comunicado de prensa oficial para obtener su respuesta a sus apelaciones: respondieron a través de ICE.
«Libertad de expresión»
El ICE es una herramienta para aterrorizar a la clase trabajadora. Los empresarios utilizan la amenaza de ICE y la deportación para disuadir a los trabajadores inmigrantes indocumentados de organizarse y luchar contra su explotación. Ahora, la clase dominante está utilizando el ICE para intimidar y silenciar a los estudiantes internacionales admitidos legalmente.
Técnicamente, el ICE no puede arrestar, detener ni deportar a un residente legal permanente como Khalil. Esa decisión solo puede tomarla un juez y, en teoría, solo puede hacerse si la persona ha cometido un delito. La hoja de parra legal para la detención de Khalil es una ley oscura que establece que el Secretario de Estado puede deportar a cualquier extranjero que represente una amenaza para los «intereses de política exterior» estadounidenses. Esta cínica justificación no puede ocultar el hecho de que perseguir a Khalil por su actividad política es una flagrante violación de la Primera Enmienda, que se supone que prohíbe cualquier ley que «restrinja la libertad de expresión».
No hay otra forma de darle la vuelta. Como «zar de la frontera» de Trump, Tom Homan lo expresó: «Cuando estás en los campus, oigo ‘libertad de expresión’, ‘libertad de expresión’, ‘libertad de expresión’. ¿Puedes pararte en un cine y gritar ‘fuego’? ¿Puedes calumniar? La libertad de expresión tiene limitaciones».
¿Cuáles son estas limitaciones? La «democracia» burguesa no es más que la dictadura de los capitalistas en forma «democrática». Bajo este sistema, la «libertad de expresión» significa que puedes decir lo que quieras, siempre y cuando lo que digas no amenace los intereses de la burguesía.
No existen derechos o protecciones permanentes para la clase trabajadora bajo la ley burguesa, incluso cuando se trata de algo tan básico para la democracia burguesa como la libertad de expresión. Como dijo el filósofo griego Anacarsis en el siglo VI a. C., también debemos decir hoy: «Las leyes son como telarañas; atrapan a los débiles y pobres, pero los ricos y poderosos las hacen pedazos».
Postura trumpista
Los trumpistas se han erigido en firmes defensores de la libertad de expresión frente a la censura liberal «woke». El mes pasado, en Múnich, JD Vance criticó a los líderes europeos por limitar la libertad de expresión de los partidos populistas de derecha, como el AfD alemán. «Me temo que en toda Europa la libertad de expresión está en retroceso», dijo, «así como la administración Biden parecía desesperada por silenciar a la gente por decir lo que piensa, la administración Trump hará precisamente lo contrario».
El caso Khalil desenmascara esta mentira. Los liberales como Biden pronunciaron homilías hipócritas sobre la libertad de expresión y de reunión, mientras enviaban matones armados a aplastar a los manifestantes estudiantiles pacíficos. Trump y su banda, lejos de hacer «precisamente lo contrario», se hacen pasar por defensores de los derechos democráticos mientras infringen los derechos básicos del movimiento de solidaridad con Palestina.
Como el resto de su clase, Trump apoya a Netanyahu y al régimen sionista —el aliado más fiable de Estados Unidos en Oriente Medio— y está tan decidido como su predecesor liberal a aplastar cualquier resistencia al imperialismo estadounidense.
Presión de los multimillonarios
Este último ataque es la culminación de un proceso que ha ido evolucionando en los campus durante años. Incluso antes de la última invasión de Gaza por parte de Israel, los multimillonarios presionaban a las universidades para que tomaran medidas más duras contra los clubes de estudiantes palestinos.
Después del 7 de octubre de 2023, los multimillonarios conspiraron en chats privados de grupo para presionar a los gobiernos locales para que reprimieran los movimientos en los campus y aprovecharon sus grandes donaciones para conseguir que universidades como Harvard y Columbia reprimieran a los activistas solidarios con Palestina como nunca antes.
Después de los campamentos, los administradores de las universidades pasaron todo el verano tramando su venganza. Se aseguraron de que cuando los estudiantes volvieran al campus, se enfrentaran a medidas draconianas. Los campus se militarizaron. La libertad de expresión se vio gravemente restringida, y los estudiantes y profesores pro-Palestina fueron suspendidos, expulsados o despedidos.
Y aun así, no pudieron contener del todo la ira de los estudiantes. Las protestas continuaron hasta el año académico 2024-25, a pesar de la fuerte represión policial, el escarnio público, la revocación de los visados de estudiantes y otras medidas.
Sin embargo, el movimiento pro-Palestina es relativamente débil en la actualidad en comparación con la explosión inicial de ira después del 7 de octubre o el apogeo del movimiento de acampada la primavera pasada. Con menos personas involucradas en la lucha, la clase dominante ve una oportunidad para intentar apagarla.
Saben que la rabia de clase que hierve a fuego lento bajo la superficie de la sociedad, tarde o temprano, llegará a ebullición. Los capitalistas quieren fortalecer el aparato represivo de su estado tanto como puedan antes de futuras batallas de clases. Trump es el vehículo para satisfacer esta necesidad. Está dispuesto a hacer lo que sea necesario para silenciar a los estudiantes pro-Palestina, incluso utilizando a ICE como un instrumento contundente para atacar su derecho a la libertad de expresión.
Combatir la nueva caza de brujas macartista
Las universidades son un microcosmos de la sociedad en general. El movimiento de solidaridad con Palestina es solo una expresión de la creciente rabia que sienten los jóvenes que no ven futuro bajo el capitalismo.
A medida que se intensifique la lucha de clases, la burguesía se verá obligada a levantar aún más el velo y revelar la violencia desnuda de su dominio de clase. Este proceso está desacreditando a todas las instituciones capitalistas. Las universidades, que antes se consideraban faros de la investigación libre, ahora se exponen como lo que siempre fueron: empresas con fines de lucro y baluartes de la ideología capitalista.
Si Trump se sale con la suya, Khalil será la primera víctima de esta nueva caza de brujas macartista. La represión podría tener el efecto deseado a corto plazo, pero la presión dentro de las universidades no hará más que aumentar, abriendo el camino a expresiones más grandes y convulsivas de la lucha de clases en los campus.
Para luchar contra la caza de brujas y defender nuestros derechos básicos, los estudiantes deben luchar, no solo por la libertad de expresión, sino, en última instancia, por el derrocamiento revolucionario del capitalismo. Para tener éxito, deben unirse a la clase trabajadora en general. Esto requiere un partido comunista revolucionario organizado dentro y fuera del campus que pueda poner al descubierto el estancamiento histórico de este sistema podrido y señalar el camino hacia un mundo verdaderamente libre.