El fin de semana del 14 al 16 de marzo, más de 260 delegados e invitados se reunieron en Viena para el primer congreso del Revolutionäre Kommunistische Partei (RKP), la sección austriaca de la Internacional Comunista Revolucionaria.
Las delegaciones del RKP en las regiones de Viena, Baja Austria, Estiria, Carintia, Alta Austria, Tirol y Vorarlberg se habían preparado para el evento con intensas discusiones. Asistieron invitados no solo de toda Austria, sino también de Suiza, Alemania, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Polonia, la antigua Yugoslavia, Suecia y Gran Bretaña.
Todo el fin de semana estuvo impregnado del espíritu internacionalista: el debate del viernes comenzó con una presentación sobre nuestras perspectivas para la revolución mundial a cargo de Niklas Albin Svensson, del Secretariado Internacional de la ICR. La presentación y el debate pusieron de relieve no solo los enormes trastornos en las relaciones internacionales, con guerras y guerras comerciales, sino también el germen de una solución: los movimientos de masas históricos en Grecia y Serbia demuestran que la clase trabajadora no se quedará de brazos cruzados mientras se destruyen los niveles de vida.
El debate sobre la situación mundial proporcionó una base sólida para discutir nuestras perspectivas para la revolución austriaca el sábado. Este tema fue presentado por Emanuel Tomaselli, redactor jefe de Der Funke, el periódico del RKP. Explicó lo terrible que es la situación para el capitalismo austriaco. La dependencia del comercio mundial de esta pequeña economía orientada a la exportación se está convirtiendo en una losa en medio del cambio de época de la «globalización» a las guerras comerciales y el proteccionismo.
Se supone que la clase trabajadora debe pagar el precio. Los reformistas del movimiento obrero o bien están ayudando directamente con esto (como el Partido Socialdemócrata de Austria), o están actuando como un «acompañamiento» de los liberales de izquierda y no ofrecen ninguna alternativa a la austeridad o al racismo (como el Partido Comunista de Austria). En el debate, este análisis se profundizó e ilustró, y se destacaron las condiciones cada vez peores en las fábricas, escuelas y universidades.
La conclusión es clara: la clase trabajadora necesita un partido que realmente quiera derrocar el capitalismo, y nosotros lo estamos construyendo: el RKP. Desde que el partido se fundó en otoño, hemos estado trabajando en esa tarea con energía. En primavera, el RKP está centrando sus esfuerzos en reclutar comunistas en los campus universitarios. Este fue también el tema central del congreso del domingo: después de que Florian Keller introdujera el debate sobre la construcción del partido, delegados de todo el país informaron sobre sus experiencias y éxitos.
El congreso del partido se completó con un informe internacional que evaluaba el trabajo de la ICR, un debate sobre las finanzas del partido revolucionario (presentado por Martin Halder), así como la votación de los documentos preparados para el congreso, que detallan nuestras perspectivas para la revolución en Austria, nuestra estrategia para construir el RKP y una resolución sobre nuestro trabajo en primavera, y la elección del Comité Central del partido. El sábado por la noche también hubo un taller sobre filosofía y lenguaje desde un punto de vista marxista presentado por Yola Kipcak.
Todo el congreso se caracterizó por el entusiasmo por el objetivo de lograr el socialismo en nuestra vida, que se alimenta de una profunda comprensión de las ideas del marxismo, nuestras perspectivas y nuestras tareas. Esto fue evidente, entre otras cosas, por el hecho de que los participantes continuaron debatiendo e intercambiando experiencias hasta altas horas de la noche, pero también por el hecho de que se vendieron más de 6000 € en literatura y productos comunistas. El primer congreso del RKP fue un gran éxito y un importante paso adelante en la preparación de la clase trabajadora austriaca para los grandes acontecimientos que están por venir.
Un espectro recorre Europa. Este horrible fenómeno ha aparecido de repente, como por arte de magia negra, conjurado desde la más oscura fosa del infierno por un malévolo demonio, para asolar y atormentar a las buenas gentes de la Tierra, perturbar su descanso y sus peores pesadillas.
Lo peor de este fenómeno es precisamente que nadie parece capaz de explicarlo. Se presenta como una fuerza de la naturaleza aparentemente imparable, que arrasa con todo. En un espacio de tiempo asombrosamente corto, ha logrado hacerse con el control del país más rico y poderoso de la Tierra.
Todas las fuerzas combinadas de los grandes y los buenos, todos los defensores del “orden internacional basado en normas”, todos los defensores de los valores tradicionales, todos se han unido para derrotar a este monstruo de iniquidad.
Nuestra maravillosa prensa libre, que todo el mundo sabe que es la principal defensora de la libertad y la libertad de expresión, se unió como un solo hombre para librar la buena batalla en defensa de la democracia, la libertad y la ley y el orden.
Pero todos han fracasado.
El nombre de este espectro es Donald J Trump.
Pánico
La absoluta bancarrota intelectual de la clase dominante queda demostrada por la total incapacidad de los estrategas del capital para comprender a la situación actual, y mucho menos para ofrecer una predicción satisfactoria de los acontecimientos futuros.
Esta decadencia intelectual ha alcanzado su nivel más bajo en las personas de los líderes políticos de Europa. Han llevado a este continente, antaño poderoso, directamente a un pantano de decadencia económica, cultural y militar, reduciéndolo a un estado de completa impotencia.
Tras haber sacrificado todo en beneficio del imperialismo estadounidense durante décadas y haberse acostumbrado al humillante papel de serviles secuaces de Washington, ahora se encuentran abandonados por sus antiguos aliados y abandonados a su suerte.
Su estupidez ha quedado ahora completamente al descubierto con la derrota en Ucrania y el colapso de sus absurdos sueños de derrotar a Rusia y destruirla como potencia. Por el contrario, ahora se encuentran con una Rusia poderosa y resurgente, dotada de un enorme ejército, pertrechada con las armas más modernas y curtida por años de experiencia en batalla.
En esta coyuntura crítica, se encuentran repentinamente abandonados por la potencia que se suponía iba a acudir en su defensa. Ahora corren como pollos sin cabeza, desviviendose en su prisa por expresar su apoyo eterno e inquebrantable a Volodymyr Zelensky.
Despotrican y se enfurecen contra el hombre de la Casa Blanca, al que consideran el único responsable del desastre que de repente se ha abatido sobre ellos.
Pero todo este coro histérico no es más que una expresión de pánico, que, a su vez, no es más que una expresión de miedo: miedo puro, ciego, destilado. Detrás de la falsa fachada de desafío, estos líderes están paralizados por el terror, como un conejo cegado por los faros de un coche que se acerca.
¿Cuál es la verdadera razón?
Si somos capaces de ignorar, por un momento, la cacofonía de quejas, protestas e insultos, y tratamos de encontrar lo que todo ello significa, a través de la densa niebla de la histeria mediática, empieza a aparecer el tenue esbozo de la verdad.
Para cualquier persona con medio cerebro, es evidente que una crisis de tal magnitud no puede ser obra de un solo individuo, aunque esté dotado de poderes sobrehumanos. Se trata de una “explicación” que no explica nada. Más que a la ciencia política, se asemeja al turbio reino de la demonología.
“Con Trump, la agenda mundial cambiará, nos guste o no. La batalla contra el colapso climático sufrirá un duro golpe, las relaciones internacionales se volverán más transaccionales, la lucha de Ucrania contra la agresión rusa puede ser apuñalada por la espalda, y Taiwán estará mirando el cañón de un arma china. Las democracias liberales de todo el mundo, incluida Gran Bretaña, también se verán sometidas a un nuevo asedio por parte de sus propios imitadores de Trump, impulsados por las redes sociales que desprecian la verdad.
“Los votantes estadounidenses han hecho algo terrible e imperdonable esta semana. No deberíamos tener reparos en decir que se han alejado del ethos y las normas compartidas que han dado forma al mundo, generalmente para mejor, desde 1945. Los estadounidenses han llegado a la conclusión de que Trump no es “raro”, como brevemente estuvo de moda afirmar, sino la corriente dominante. Los votantes salieron el martes y votaron raro en gran número. Los estadounidenses deben vivir con las consecuencias de ello”. (The Guardian, 6 de noviembre de 2024)
Y aquí estamos. The Guardian, la expresión más repulsiva y descarada de la hipocresía liberal, culpa de todo al pueblo estadounidense, que ha cometido el imperdonable pecado de votar en unas elecciones democráticas libres y justas a un candidato que no es de su agrado.
Pero, ¿cómo explicar esta aberración espantosa? Según nos informa The Guardian con toda franqueza, es el resultado de la supuesta “rareza” del pueblo estadounidense. La definición de “rareza” es evidentemente cualquier cosa que no coincida con los prejuicios del consejo de redacción de The Guardian.
Lo que realmente quieren decir es que el electorado estadounidense -es decir, millones de hombres y mujeres corrientes de clase trabajadora- no son realmente aptos para ejercer el derecho al voto, ya que son orgánicamente “raros”.
Hablando claro, todos los estadounidenses están naturalmente inclinados al racismo, al odio a las minorías y a una incomprensible aversión a los principios del liberalismo burgués. Esto los hace naturalmente reacios a la democracia e inclinados al fascismo, tal como lo representa, por supuesto, Donald Trump.
Pero, ¿de dónde viene esta rareza? ¿Y eran también “raros” los mismos electores estadounidenses cuando votaron a Joe Biden o a Obama? Evidentemente, en aquel momento estaban preeminentemente cuerdos. ¿Qué ha cambiado?
Lo extraño aquí no es la conducta de los votantes estadounidenses, cuyas decisiones fueron en realidad bastante racionales y pueden comprenderse fácilmente, sino sólo las contorsiones mentales de la miserable tribu pequeñoburguesa de escribas liberales, cuyo compromiso con la democracia evidentemente se detiene por completo en cuanto el electorado vota “en el sentido equivocado”.
Su concepción de la democracia -que uno puede apoyar las elecciones, sólo si resultan en la elección de candidatos que son de nuestro agrado- me parece un tanto “rara”. Sin embargo, la anulación de las recientes elecciones en Rumanía la confirma de forma sorprendente.
Las autoridades rumanas anularon la primera vuelta de las elecciones presidenciales de diciembre porque no les gustaba que un candidato que desaprobaban, Călin Georgescu, las hubiera ganado. No contentos con ello, le impidieron concurrir a la repetición de las elecciones presidenciales de mayo.
Estas acciones contaron con el pleno apoyo de los dirigentes de la UE en Bruselas. Por supuesto, The Guardian también aplaudió la cancelación de unas elecciones con todo el entusiasmo posible. Esta es, obviamente, la forma de evitar que gente como Donald Trump gane unas elecciones.
¡Viva! ¡Tres hurras por la democracia!
¡El fascismo ha llegado!
Desde el principio, los medios de comunicación lanzaron una ruidosa campaña denunciando a Trump como fascista. He aquí algunos ejemplos tomados al azar de la prensa:
Le Monde: “Las primeras semanas de Trump como presidente han bastado para dar a la pesadilla del giro de Estados Unidos hacia el fascismo una sensación de realidad”.
The New Yorker: “¿Qué significa que Donald Trump es un fascista?”.
The Guardian: “El neofascismo de Trump ya está aquí. Aquí tienes diez cosas que puedes hacer para resistir”.
Todo tipo de figuras del establishment se han pronunciado en el mismo sentido. Mark Milley, general retirado del Ejército de Estados Unidos que fue el vigésimo jefe del Estado Mayor Conjunto, lanzó una advertencia funesta a Estados Unidos:
“Es la persona más peligrosa de la historia. Tenía sospechas cuando hablé contigo sobre su deterioro mental y demás, pero ahora me doy cuenta de que es un fascista total. Ahora es la persona más peligrosa para este país”.
Kamala Harris estuvo de acuerdo en que Trump era un fascista, aunque Joe Biden se limitó a describir a Trump sólo como un “semifascista“.
No obstante, ha advertido repetidamente de que Trump representa un peligro para la democracia, una opinión compartida por muchos, como el fiscal general de Arizona, que concluye que: “Estamos al borde de una dictadura”.
Anthony Scaramucci, que fue brevemente secretario de prensa de la Casa Blanca con Donald Trump, se expresó con mayor franqueza, diciendo simplemente: “Es un puto fascista, es el fascista de los fascistas.”
Como era de esperar, muchas figuras prominentes de la “izquierda” han unido sus estridentes voces al coro de denuncias. Alexandria Ocasio-Cortez (a quien a menudo se presenta como una demócrata “socialista”) se lamenta:
“Estamos en vísperas de una administración autoritaria. Esta empieza a ser la cara del fascismo del siglo XXI”.
Y así, la tediosa letanía se repite sin cesar, día tras día. La intención es bastante clara: la repetición constante de la misma idea acabará convenciendo a la gente de que debe ser cierta. Estas nubes de aire caliente producen mucho calor, pero muy poca luz.
¿Qué es el fascismo?
Ahora bien, está perfectamente claro que aquí el término fascismo no pretende ser una definición científica, sino simplemente un insulto vulgar, más o menos el equivalente a “hijo de puta”, o palabras por el estilo.
Ese tipo de invectiva puede servir a un propósito útil, permitiendo a individuos frustrados desahogarse y descargar su rabia contra algún individuo que no es de su agrado. Al instante sienten una sensación de alivio psicológico y se van a casa satisfechos en la convicción de que, de alguna manera, han hecho avanzar la causa de la libertad, anotándose una tremenda victoria política sobre el enemigo.
Lamentablemente, estas victorias carecen de todo valor práctico. Este radicalismo terminológico no es más que la expresión de una rabia impotente. Incapaz de asestar ningún golpe real al odiado enemigo, uno obtiene una sensación de satisfacción mediante el simple recurso de lanzarle improperios desde una distancia segura.
Para quienes estamos interesados en librar batallas reales contra enemigos reales, en lugar de luchar contra molinos de viento como Don Quijote, se requieren otras armas más serias. Y el primer requisito para un verdadero comunista es la posesión de un riguroso método científico de análisis.
El marxismo es una ciencia. Y como todas las ciencias, posee una terminología científica. Palabras como “fascismo” y “bonapartismo” tienen, para nosotros, significados precisos. No son meros términos de insulto, ni etiquetas que puedan pegarse convenientemente a cualquier individuo que no cuente con nuestra aprobación.
Comencemos con una definición precisa del fascismo. En el sentido marxista, el fascismo es un movimiento contrarrevolucionario, un movimiento de masas compuesto principalmente por el lumpen proletariado y la pequeña burguesía enfurecida. Es utilizado como ariete para aplastar y atomizar a la clase obrera y establecer un Estado totalitario en el que la burguesía entrega el poder del Estado a una burocracia fascista.
La característica principal del Estado fascista es la centralización extrema y el poder absoluto del Estado, en el que los bancos y los grandes monopolios están protegidos, pero sometidos a un fuerte control central por parte de una burocracia fascista grande y poderosa. En “¿Qué es el nacionalsocialismo?”, Trotski explica:
“El fascismo alemán, como el italiano, se elevó al poder sobre las espaldas de la pequeña burguesía, que se convirtió en un ariete contra las organizaciones de la clase obrera y las instituciones de la democracia. Pero el fascismo en el poder es, menos que nada, el gobierno de la pequeña burguesía. Por el contrario, es la dictadura más despiadada del capital monopolista”.
Tales son, en términos generales, las principales características del fascismo. ¿Cómo se compara esto con la ideología y el contenido del fenómeno Trump? Ya hemos tenido la experiencia de un gobierno de Trump, que -según las funestas advertencias de los demócratas y de todo el establishment liberal- procedería a abolir la democracia. No hizo tal cosa.
No se tomaron medidas para limitar el derecho de huelga y manifestación, y menos aún para abolir los sindicatos libres. Se celebraron elecciones como de costumbre, y finalmente, aunque en medio de un alboroto general, Trump fue sucedido por Joe Biden en unas elecciones. Digan lo que quieran del primer gobierno de Trump, pero no guardaba relación alguna con ningún tipo de fascismo.
El principal asalto contra la democracia fue, de hecho, dirigido por Biden y los demócratas, que llegaron a extremos extraordinarios para perseguir a Donald Trump, movilizando a todo el poder judicial para arrastrarlo ante los tribunales por innumerables cargos, con la intención de acusarlo a toda costa, ponerlo entre rejas y evitar así que se presentara de nuevo a la presidencia.
Todos los medios de comunicación se movilizaron en una despiadada y constante campaña de vilipendio y difamación, que acabó creando un clima en el que se produjeron al menos dos atentados contra su vida. Sólo por casualidad escapó al asesinato (aunque lo atribuye a la protección del Todopoderoso).
Una utopía reaccionaria
La ideología del trumpismo -en la medida en que existe- está muy lejos del fascismo. Lejos de desear un Estado fuerte, el ideal de Donald Trump es el del capitalismo de libre mercado, en el que el Estado desempeña un papel escaso o nulo.
Su programa representa un intento de volver a las políticas de Roosevelt – no de Franklin Delano Roosevelt, el autor del New Deal, sino de Theodore Roosevelt, que fue presidente antes de la Primera Guerra Mundial.
“Hay una sensación de déjà vu en el aire. Donald Trump sorprendió a sus aliados el martes 7 de enero al no descartar el uso de la fuerza para retomar el Canal de Panamá o comprar Groenlandia. Con este farol, el presidente electo revive la vieja tradición del imperialismo estadounidense de principios del siglo XX.
“La ‘edad de oro’, que comenzó tras la Guerra de Secesión, es con la que sueña Trump: estuvo marcada por la acumulación de fortunas colosales, la corrupción generalizada y unos aranceles introspectivos que protegían la industria estadounidense y hacían que no existiera el impuesto sobre la renta.
“Sobre todo, fue definida por el imperialismo para asegurar la hegemonía estadounidense sobre el hemisferio occidental. Durante este periodo, EEUU compró Alaska a los rusos (1867), invadió Cuba, Puerto Rico y Filipinas – “liberadas” en 1898 del colonialismo español- y excavó el Canal de Panamá, terminado en 1914.”
En otras palabras, Donald Trump desea retroceder el reloj cien años a una América imaginaria que existía antes de la Primera Guerra Mundial, una América en la que los negocios prosperaban y los beneficios se disparaban, en la que la libre empresa prosperaba y el Estado la dejaba en paz, en la que América se sentía libre para ejercer sus jóvenes y poderosos músculos con el fin de ejercer su dominio sobre México, Panamá y todo el hemisferio occidental, expulsando al decrépito colonialismo español de Cuba, para convertirla en su lugar en una colonia estadounidense.
Se piense lo que se piense, es un modelo que tiene muy poco que ver con el fascismo. Y esta atractiva visión de la historia carece de toda sustancia real o relevancia para el mundo del siglo XXI.
La era de Teddy Roosevelt era una época en la que el capitalismo aún no había agotado completamente su potencial como sistema económico progresista. Y Estados Unidos, una nación sana, pujante, recién industrializada, que ya había establecido su superioridad sobre las viejas potencias de Europa en aspectos importantes, apenas empezaba a ejercer como potencia decisiva en el mundo.
Toda una época ha pasado desde entonces, y los EE.UU. se enfrentan a una configuración de fuerzas totalmente diferente, tanto interna como externamente. Los esfuerzos de Trump por devolver el reloj al mundo tal y como era en aquellos lejanos días están condenados al fracaso, naufragando por el cambio de la situación mundial y el equilibrio de fuerzas de clase dentro de EEUU. Es, de hecho, una utopía reaccionaria.
Volveremos sobre estos puntos más adelante. Pero antes, debemos ajustar cuentas con los intentos histéricos y totalmente erróneos tanto de la izquierda como de la derecha por explicar el misterioso fenómeno de Donald J. Trump.
Un método erróneo
“La gran importancia práctica de una correcta orientación teórica se manifiesta con más evidencia en las épocas de agudos conflictos sociales, de rápidos virajes políticos o de cambios abruptos en la situación. … Precisamente en esos períodos surgen necesariamente toda clase de combinaciones y situaciones transicionales, intermedias, que superan los patrones habituales y exigen una atención teórica continua y redoblada. En una palabra, sí en la época pacífica y “orgánica” (antes de la guerra) todavía se podía vivir a expensas de unas cuantas abstracciones preconcebidas, en nuestra época cada nuevo acontecimiento forzosamente plantea la ley más importante de la dialéctica: la verdad es siempre concreta..” (Bonapartismo y fascismo, León Trotski, 1934)
Con demasiada frecuencia, me parece que cuando la gente de izquierdas se enfrenta a un fenómeno nuevo, que parece desafiar todas las normas y definiciones existentes, tiende a buscar etiquetas. Y luego, una vez encontrada una etiqueta conveniente, buscan hechos que la demuestren.
Ellos dicen: Oh, sí. Sé lo que es. Es esto o aquello: fascismo, bonapartismo o cualquier otra cosa que se les ocurra. Ese es un método equivocado. Es lo contrario del materialismo dialéctico. Y no lleva a ninguna parte. Es un ejemplo de pensamiento perezoso: la búsqueda de soluciones fáciles para resolver cuestiones nuevas y complicadas.
Lejos de aclarar nada, lo único que hace es distraer la atención de las cuestiones reales y llevarnos a un debate interminable y bastante inútil sobre cuestiones que se han introducido artificialmente y que no hacen más que aumentar la confusión, en lugar de responder a las preguntas que hay que responder.
En sus Cuadernos filosóficos, Lenin explicó que la ley fundamental de la dialéctica es la objetividad absoluta de la consideración: “no ejemplos, no digresiones, sino la cosa misma”.
Esa es la esencia del método dialéctico. Lo contrario de la dialéctica es el hábito de poner etiquetas a algo e imaginar que, al hacerlo, lo hemos comprendido.
Mi buen amigo John Peterson me comentó recientemente que Donald Trump era “un fenómeno”. Creo que es correcto. No hay necesidad de compararlo con ninguna otra figura de la historia. Debemos aceptar que Donald Trump es como – Donald Trump. Y debemos tomarlo tal como es y analizar lo que es, de hecho, un nuevo fenómeno sobre la base de hechos concretos, no de meras generalidades.
¿Bonapartismo?
El artículo de Trotski Bonapartismo y fascismo ofrece una definición muy precisa y concisa del bonapartismo desde un punto de vista marxista:
“Sin embargo, un gobierno que se eleva por encima de la nación no está suspendido en el aire. El verdadero eje del gobierno actual pasa por la policía, la burocracia y la camarilla militar. Estamos enfrentados a una dictadura militar-policial apenas disimulada tras el decorado del parlamentarismo. Un gobierno del sable como juez-árbitro de la nación: precisamente eso se llama bonapartismo.”
La esencia del bonapartismo, que puede aparecer bajo diferentes disfraces, es siempre la misma: una dictadura militar.
“En el momento en que la lucha de dos estratos sociales -los que tienen y los que no tienen, los explotadores y los explotados- alcanza su tensión más elevada, se han creado las condiciones para la dominación de la burocracia, la policía y la tropa. El gobierno se vuelve “independiente ” de la sociedad.”
Estas líneas son cristalinas. Pero, ¿cómo se compara todo esto con la situación actual en Estados Unidos? No se compara en absoluto. Seamos claros al respecto. La clase dominante sólo recurrirá a la reacción en forma de bonapartismo o fascismo como último recurso. ¿Es realmente esa la situación actual? No cabe duda de que en la sociedad estadounidense existen poderosas tensiones que están provocando una grave desestabilización del orden existente.
Pero imaginar que la lucha de clases ha alcanzado la fase crítica, en la que el dominio del capital está amenazado de derrocamiento inmediato y la única solución para la clase dominante es entregar el poder a un régimen bonapartista, es pura fantasía. Todavía no hemos llegado a esa fase, ni nada que se le parezca.
Por supuesto, es posible señalar tal o cual elemento de la situación actual del que pueda decirse que es un elemento del bonapartismo. Puede ser. Pero se podrían hacer comentarios similares de casi cualquier régimen democrático burgués reciente.
En la Gran Bretaña “democrática” de Tony Blair, el poder pasó en la práctica del Parlamento electo al Gabinete, y de éste a una minúscula camarilla de funcionarios no electos, compinches y asesores. Hubo, sin duda, elementos de lo que podría llamarse un régimen de bonapartismo parlamentario.
Sin embargo, el mero hecho de contener ciertos elementos de un fenómeno no significa todavía la aparición real de ese fenómeno como tal. Se podría decir, por supuesto, que hay elementos del bonapartismo presentes en el trumpismo. Sí, se podría decir eso. Pero los elementos no representan todavía un fenómeno plenamente desarrollado.
Como señala Hegel en la Fenomenología:
“No nos contentamos con que se nos enseñe una bellota cuando lo que queremos ver ante nosotros es un roble, con todo el vigor de su tronco, la expansión de sus ramas y la masa de su follaje.”.
Este método incorrecto conduce a un sinfín de errores. En primer lugar, se intenta aplicar una definición externa a un fenómeno. Luego uno se aferra a ella a toda costa, e intenta justificarla con todo tipo de ejemplos “ingeniosos” de la historia que se traen de los pelos.
Entonces, como la noche sigue al día, llega otro y dice, no: no, eso no es bonapartismo. Y producen hechos igualmente “ingeniosos” para demostrar que el bonapartismo es otra cosa.
Ambos tienen la misma razón y están equivocados. ¿Adónde llegamos cuando entramos en este tipo de argumento circular? Como una pescadilla que se muerde la cola, no llegamos a ninguna parte.
Si bien es cierto que el uso de analogías históricas precisas a veces puede aportar clarificación, no es menos cierto que la yuxtaposición irreflexiva y mecánica de fenómenos esencialmente diferentes es una receta segura para la confusión.
Por ejemplo, creo que sería bastante correcto y adecuado describir el régimen de Putin en Rusia como un régimen bonapartista burgués. Ese es un ejemplo de analogía útil. Pero en el caso de Trump, es más complicado que eso.
El problema es que el bonapartismo es un término muy elástico. Abarca una amplia gama de cosas, empezando por el concepto clásico de bonapartismo, que es básicamente el gobierno por la espada.
El actual gobierno de Trump en Washington, a pesar de sus muchas peculiaridades, sigue siendo una democracia burguesa.
Son precisamente esas peculiaridades las que tenemos que examinar y explicar. Y como, sinceramente, nos vemos incapaces de encontrar nada remotamente parecido en la historia -antigua o moderna- que se le pueda comparar, y como no tenemos definiciones prefabricadas que se puedan hacer encajar, sólo nos queda una alternativa: EMPEZAR A PENSAR.
La crisis del capitalismo
El gran filósofo Spinoza decía que la tarea de la filosofía no era ni llorar, ni reír, sino comprender. Para entender a Donald J Trump, debemos dejar de lado la pseudociencia de la demonología y afirmar lo obvio.
Para empezar, sea lo que sea, Trump no es un espíritu maligno dotado de poderes sobrehumanos. Es un mortal corriente, en la medida en que un multimillonario estadounidense pueda ser considerado como tal. Y como cualquier otra figura relevante de la historia, las causas reales de su ascenso al poder deben relacionarse, en última instancia, con procesos objetivos de la sociedad.
En otras palabras, debemos considerarlo inevitablemente relacionado con la situación objetiva del mundo en las primeras décadas del siglo XXI.
El principal punto de inflexión en la historia moderna fue la crisis de 2008, que desestabilizó por completo todo el sistema. El capitalismo se encontró al borde del colapso. Cuando Lehman Brothers se hundió, recuerdo vívidamente el momento en que los banqueros expresaron públicamente su temor de que en pocos meses les colgarían de las farolas.
En realidad, esos temores estaban bien fundados. De hecho, todas las condiciones objetivas estaban maduras, en realidad, para la revolución socialista. Eso sólo se evitó con la adopción de medidas de pánico en las que el Estado intervino para salvar a los bancos mediante la inyección de enormes cantidades de dinero público.
Esto contradecía todas las teorías promovidas por los economistas burgueses oficiales durante los treinta años anteriores. Todos estaban de acuerdo en que el Estado no debía desempeñar ningún papel -o un papel mínimo- en la economía. El libre mercado, por sí mismo, resolvería todos los problemas.
A la hora de la verdad, sin embargo, se demostró que esta teoría era falsa. El sistema capitalista sólo se salvó gracias a la intervención del Estado. Pero esto creó nuevas contradicciones en forma de deudas colosales y, en última instancia, insostenibles.
Desde 2008, el sistema capitalista atraviesa la crisis más profunda de la historia. No ha dejado de dar tumbos de un desastre a otro. A cada paso, los gobiernos han recurrido a la misma política irresponsable de financiación del déficit, es decir, imprimir dinero para salir del agujero.
Los miopes estrategas del capital, la miserable tribu de economistas burgueses y los aún más fracasados políticos del establishment asumieron que esta situación – un suministro infinito de dinero sacado de la nada, un flujo inagotable de crédito barato, bajas tasas de inflación y bajos tipos de interés – iba a continuar para siempre. Se equivocaban.
Todo esto no hacía más que acumular contradicción sobre contradicción, preparando el terreno para la madre de todas las crisis en el futuro.
Predije en su momento que todos los intentos de la burguesía por restablecer el equilibrio económico sólo servirían para destruir los equilibrios social y político. Esto es precisamente lo que ha ocurrido.
Las condiciones objetivas para la revolución socialista estaban claramente presentes. ¿Por qué no se produjo? Sólo porque faltaba un factor importante en esta ecuación. Ese factor era la dirección revolucionaria.
Durante todo un periodo, el péndulo osciló bruscamente hacia la izquierda en un país tras otro. Eso se reflejó en el ascenso de toda una serie de movimientos de izquierda que sonaban radicales: Podemos en el Estado español, Syriza en Grecia, Bernie Sanders en Estados Unidos y, sobre todo, Corbyn en Gran Bretaña. Pero eso sólo sirvió para sacar a la luz las limitaciones del reformismo de izquierdas.
Tomemos el caso de Tsipras. Toda la nación griega le apoyaba para desafiar los intentos de Bruselas de imponer la austeridad. Pero capituló. El resultado fue un giro a la derecha.
En el Estado español ocurrió algo parecido. Al principio, Podemos presentaba una imagen de izquierda muy radical. Pero los dirigentes decidieron ser “responsables” y entraron en coalición con el PSOE, con resultados previsibles.
En Estados Unidos, Bernie Sanders surgió rápidamente de la nada para crear un movimiento de masas que buscaba claramente una alternativa socialista. Tenía todas las posibilidades de crear una alternativa de izquierdas viable a demócratas y republicanos. Pero al final, capituló ante el establishment del partido Demócrata, y la oportunidad quedó abortada.
El caso más claro de todos fue el de Gran Bretaña, donde, al igual que Sanders, Jeremy Corbyn surgió de la nada y fue impulsado al liderazgo del Partido Laborista en la cresta de un poderoso movimiento hacia la izquierda. El propio Corbyn no creó este movimiento, pero actuó como punto de referencia del estado de ánimo acumulado de ira y descontento en la sociedad.
El resultado asombró y aterrorizó a la clase dirigente que declaró públicamente que había perdido el control del Partido Laborista. Y era cierto. O más bien, debería haber sido cierto.
Pero a la hora de la verdad, Corbyn no tomó medidas decisivas contra la dirección derechista del grupo parlamentario laborista que, con el apoyo de los medios de comunicación burgueses, organizó una despiadada campaña contra él.
Al final, Corbyn capituló ante la derecha y pagó el precio de su cobardía, que en realidad es una expresión de la falta de carácter orgánica del reformismo de izquierdas en general.
Trump y Corbyn
Aquí vemos un contraste sorprendente con Donald Trump, que también fue objeto de un ataque muy serio por parte del establishment y también de la dirección del propio Partido Republicano. Hizo lo que Corbyn debería haber hecho. Movilizó a su base y la azuzó contra la vieja dirección republicana, que se vio obligada a retroceder.
Esto, por supuesto, no altera el hecho de que Trump sigue siendo un político burgués reaccionario, pero hay que confesar que mostró un coraje y una determinación de los que Corbyn carecía manifiestamente.
También mostró un desprecio absoluto por la llamada corrección política y la política de identidad, que, por desgracia, los reformistas de izquierdas han aceptado totalmente. Esto jugó un papel absolutamente pernicioso en el caso de Corbyn.
Cuando la derecha le atacó por supuesto antisemitismo (una acusación totalmente falsa), retrocedió inmediatamente. Se convirtió en presa fácil para el reaccionario lobby sionista y para toda la clase dominante británica, y rápidamente se vio reducido a una abyecta sumisión, víctima indefensa de su propia adicción a la reaccionaria política identitaria.
Si Corbyn hubiera hecho lo que ha hecho Trump, se habría enfrentado frontalmente a la acusación de antisemitismo, habría movilizado a sus bases y las habría azuzado contra el establishment derechista del Partido Laborista, llevando a cabo una purga a fondo de esos elementos podridos.
De haberlo hecho, sin duda habría ganado. Pero no lo hizo y esto permitió a la derecha laborista pasar a la ofensiva, expulsar a la izquierda -incluido el propio Corbyn- y purgar el partido de arriba abajo. El resultado fue la victoria de Starmer y el experimento del corbynismo acabó en desastre.
La misma experiencia se ha repetido una y otra vez. Y en todos los casos, los dirigentes de la izquierda han desempeñado un papel de lo más lamentable. Han decepcionado a sus bases y han servido en bandeja el poder a la derecha.
Es este hecho -y sólo este hecho- el que explica la actual oscilación del péndulo hacia la derecha, un hecho totalmente inevitable, dada la cobarde capitulación de la izquierda.
Que otros se lamenten de los hechos y lloriqueen por el ascenso de Trump y otros demagogos de derechas. Nosotros respondemos con desprecio: no os quejéis, es enteramente responsabilidad vuestra. Francamente, tenéis lo que os merecéis y ahora todos tenemos que pagar las consecuencias.
¿Qué representa realmente Trump?
Empecemos por lo obvio. Todos estamos de acuerdo en que Donald Trump es un político burgués reaccionario. No vale la pena decirlo. Tampoco deberíamos tener que repetir que los comunistas no lo apoyan de ninguna manera.
Pero al afirmar lo obvio, no avanzamos ni un paso en el análisis del fenómeno de Trump y el trumpismo. Por ejemplo, ¿es correcto decir que no hay diferencia entre Donald Trump y Joseph Biden?
Que ambos son políticos burgueses que defienden esencialmente los mismos intereses de clase es evidente. En ese sentido, podría decirse que son iguales. Sin embargo, hasta el más ciego de los ciegos debería tener claro que, de hecho, existen diferencias muy serias entre ambos, de hecho, un abismo enorme.
El hecho de que, en última instancia, ambos hombres sean políticos burgueses y representen en definitiva los mismos intereses de clase, no excluye en absoluto la posibilidad de que surjan agudas diferencias entre distintas capas de la misma clase. De hecho, ese tipo de conflicto siempre ha existido.
El problema central para la burguesía es que el modelo que aparentemente había garantizado el éxito del capitalismo durante muchas décadas está irrevocablemente roto.
El fenómeno de la globalización, que durante mucho tiempo les permitió superar los límites del mercado nacional, ha llegado ahora a su límite. En su lugar, tenemos el auge del nacionalismo económico. Cada clase capitalista defiende sus propios intereses nacionales frente a los de otras naciones. La era del libre comercio da paso a la era de los aranceles y las guerras comerciales.
Los nostálgicos desesperanzados lamentan la desaparición del viejo orden, pero Donald J. Trump lo abraza con todo el entusiasmo de un converso religioso. Como resultado, ha puesto patas arriba el orden mundial, para rabia y frustración de las naciones más débiles.
Donald Trump invoca así las maldiciones de sus antiguos “aliados” en Europa, que le culpan de todas sus desgracias. Pero él no ha inventado esta situación. Es simplemente su exponente y defensor más extremo y coherente.
La bancarrota del liberalismo
Durante muchos años, la clase dominante y sus representantes políticos en Occidente han estado vendiendo sistemáticamente una imagen pseudoprogresista para ocultar la realidad de la dominación de clase. Han utilizado hábilmente la llamada política de identidad como arma contrarrevolucionaria.
Y los “izquierdistas”, que carecen de una base ideológica propia, se han tragado esta basura a pies juntillas. Esto sólo ha servido para desacreditarlos a los ojos de la clase trabajadora, que mira con incredulidad sus payasadas, discutiendo sobre palabras y repitiendo los tópicos de la llamada corrección política, en lugar de luchar por los verdaderos intereses de los trabajadores, las mujeres y otras capas oprimidas de la sociedad.
Por lo tanto, cuando Donald Trump llega y denuncia la política de identidad y la corrección política, no es de extrañar que toque la fibra sensible de millones de hombres y mujeres corrientes cuyos cerebros no han sido irremediablemente adormecidos por la enfermedad posmodernista.
¿Defienden los liberales la democracia?
Los liberales tienen una visión muy peculiar de la democracia. Como hemos visto, apoyan las elecciones, pero sólo si gana el candidato que ellos apoyan. Si el resultado no es de su agrado, inmediatamente empiezan a gritar que el resultado es injusto, insinuando manipulación de los votos y todo tipo de prácticas turbias, normalmente sin aportar ni una sola prueba.
Lo vimos tras la victoria de Trump sobre Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de 2016. Trump se convirtió en el primer presidente de la historia de Estados Unidos sin experiencia en cargos públicos ni antecedentes militares previos.
En efecto, Trump era un outsider, alguien ajeno al establishment existente en Washington, que ha ostentado el monopolio del poder político durante décadas.
Le vieron como una amenaza para su monopolio y actuaron en consecuencia para subvertir la democracia y anular el resultado de las elecciones. Los demócratas lanzaron el famoso escándalo del “Rusiagate” contra Trump, con la clara intención de echarlo de la presidencia.
Eso equivaldría a un golpe de estado democrático. ¿Una violación de la democracia? Por supuesto, pero si a veces es necesario violar las reglas de la democracia para defenderla, ¡que así sea!
Posteriormente, llegaron a los extremos más extraordinarios para impedir que Donald Trump volviera a ser presidente. Lanzaron un verdadero tsunami de casos legales, con el objetivo de ponerlo tras las rejas.
Hubo cuatro procesos judiciales dirigidos contra Trump personalmente, empezando por el sonado asunto de Stormy Daniels, seguido de la acusación de injerencia electoral en Georgia y, por último, la cuestión de la presencia de documentos clasificados en Mar-a-Lago. Además, hubo más de 100 demandas judiciales contra la administración de Trump.
Los medios de comunicación se movilizaron para aprovechar al máximo el asalto. Pero fracasó por completo. Cada uno de estos casos sólo sirvió para aumentar su apoyo en las encuestas. El resultado final se vio en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 2024.
Con la segunda mayor participación electoral desde 1900 (después de 2020), Trump obtuvo 77.284.118 votos, o el 49,8 por ciento de los votos, el segundo total de votos más alto en la historia de Estados Unidos (después de la victoria de Biden en 2020). Trump ganó los siete estados indecisos.
No fue sólo una victoria electoral; fue un triunfo rotundo. También fue un rechazo total del establishment liberal demócrata.
Su victoria ambién fue un desplante demoledor para los medios de comunicación prostituidos que apoyaron abrumadoramente a Harris. Entre los diarios, 54 apoyaron a Harris y sólo 6 a Trump. De todos los semanarios, 121 apoyaron a Harris y sólo 11 a Trump.
¿Cómo se explica esto?
Trump y la clase trabajadora
Llama la atención la diferencia en la composición de clase de los votos emitidos. Mientras que Harris ganó a la mayoría de los votantes que ganan 100.000 dólares al año o más, Trump ganó a la mayoría de los votantes que ganan menos de 50.000 dólares. No cabe duda de que millones de trabajadores estadounidenses votaron a Donald Trump.
No hay absolutamente nada particularmente sorprendente o “raro” en esto. El atractivo de Trump entre la clase trabajadora tiene una base material. Desde principios de la década de 1980, los salarios reales de la clase trabajadora estadounidense se han mantenido igual o han disminuido, sobre todo a medida que los empleos se externalizaban a otros países, según la Oficina de Estadísticas Laborales. Del mismo modo, el Instituto de Política Económica informa de que los salarios de los hogares con ingresos bajos y medios apenas han crecido desde finales de los años 70, mientras que el coste de la vida ha seguido aumentando.
En muchas ciudades norteamericanas existen condiciones de miseria y privación que se asemejan a las de las ciudades más pobres de América Latina, África o Asia. Y esta pobreza coexiste con la más obscena concentración de riqueza en pocas manos que se haya visto en cien años.
Sin embargo, todo esto es aparentemente invisible para los “progresistas” de clase media. La clase política y la tribu de periodistas y comentaristas bien pagados han estado tan obsesionados con el veneno pernicioso de la política identitaria que han ignorado sistemáticamente los problemas reales a los que se enfrenta la clase trabajadora, ya sean blancos o negros, hombres o mujeres, heterosexuales u homosexuales.
Un ejemplo típico fue la insistencia de los imbéciles políticamente correctos en defender términos como “Latinx” para promover la inclusividad de género. Sin embargo, sólo el 4 por ciento de los hispanos utiliza este término, y el 75 por ciento dice que nunca debería usarse, según Pew Research.
Se abrió así el camino para que demagogos de derechas como Donald Trump dieran voz a la ira acumulada de millones de personas que se sentían justificadamente ignoradas por el establishment liberal de Washington.
Como resultado de esto, en 2024 Trump amplió su base conectando con las comunidades de clase obrera negra y latina.
Esa es la consecuencia directa de la traición de “izquierdistas” como Sanders, que, al no ofrecer ninguna alternativa clara a los liberales, dejaron la puerta abierta de par en par a demagogos de derechas como Trump.
Es un hecho real que, hasta hace poco, incluso el término “clase obrera” apenas aparecía en la propaganda electoral de los principales partidos en Estados Unidos. Incluso los izquierdistas más atrevidos solían referirse a la “clase media”. La clase obrera estadounidense, a efectos prácticos, había dejado de existir.
Puede que haya habido alguna excepción a la regla, pero no es exagerado decir que fue Donald Trump -un demagogo de derechas multimillonario- el único que afirmó defender los intereses de la clase trabajadora en sus discursos. Se podría decir que él fue el único responsable de situar a los trabajadores nuevamente en el centro de la política estadounidense.
No hace falta que nos digan que esto es mera demagogia, retórica vacía sin sustancia. Tampoco hace falta que nos informen de que Trump dice estas cosas para sus propios fines, que están inevitablemente relacionados con los intereses de la clase a la que pertenece.
Eso está perfectamente claro para nosotros. Pero es irrelevante. El hecho es que eso no estaba nada claro para los millones de trabajadores que votaron a Trump en las elecciones presidenciales. Ignoramos este hecho por nuestra cuenta y riesgo.
¿Qué intereses defiende Trump?
No debería ser en absoluto difícil explicar nuestra actitud hacia Trump a cualquier persona pensante. Es muy sencillo. Nosotros decimos:
Este multimillonario defiende los intereses de su propia clase. Todo lo que diga redundará en última instancia en su propio interés y en el de los ricos: los banqueros y los capitalistas. Como la noche sigue al día, esos intereses nunca podrán ser los intereses de la clase obrera.
Sin embargo, para ganarse el apoyo de los trabajadores, a veces dice cosas que a ellos les parecen sensatas. Cuando habla de puestos de trabajo, de empleo, de salarios a la baja, de precios al alza, obtiene naturalmente una respuesta.
Y puede que una o dos cosas de las que dice sean correctas. De hecho, Trump admitió una vez que había tomado varias ideas de los discursos de Sanders y las había utilizado para atraer a los trabajadores.
Sin duda, Trump es un político burgués reaccionario, pero eso no significa que sea exactamente igual que cualquier otro político burgués reaccionario. Al contrario. Tiene su propia interpretación de las cosas, su propia perspectiva, política y estrategia, que difieren en muchos aspectos fundamentales de, por ejemplo, las posiciones de Joe Biden y su camarilla.
En algunos aspectos, sus puntos de vista pueden parecer coincidentes, al menos hasta cierto punto, con los nuestros. Por ejemplo, en su actitud ante la guerra de Ucrania, su disolución de la USAID o su rechazo al llamado “woke”. Que efectivamente pueden existir algunas coincidencias entre lo que dicen los políticos burgueses y lo que pensamos nosotros mismos ya lo explicó Trotski.
“En el noventa por ciento de los casos, los obreros realmente ponen un signo menos donde la burguesía pone un más. Sin embargo, en el diez por ciento, se ven forzados a poner el mismo signo que la burguesía pero con su propio sello, expresando así su desconfianza en ella. La política del proletariado no se deriva de ninguna manera automáticamente de la política de la burguesía, poniendo sólo el signo opuesto (esto haría de cada sectario un estratega magistral). No, el partido revolucionario debe, cada vez, orientarse independientemente tanto en la situación interna como en la externa, llegando a aquellas conclusiones que mejor corresponden a los intereses del proletariado. Esta regla se aplica tanto al período de guerra como al de paz.”
Incluso cuando Trump dice cosas que son correctas, invariablemente lo hace desde el punto de vista de sus propios intereses de clase y con fines reaccionarios con los que no tenemos absolutamente nada en común.
La conclusión es que, en todos los casos, siempre hacemos hincapié en la posición de clase. Por esa razón, es totalmente inadmisible identificarnos con las políticas de Trump. Sería un grave error.
Pero sería un error mucho más grave -de hecho, sería un crimen- estar siquiera por un momento en el mismo bando de los llamados elementos burgueses “liberales” y “democráticos” cuyos ataques a Trump están guiados enteramente desde el punto de vista del establishment burgués reaccionario contra el que Trump está librando una guerra en la actualidad.
¿El mal menor?
Una vez que haces concesiones a acusaciones como fascismo, bonapartismo y supuesta amenaza a la democracia, empiezas a entrar en la pendiente resbaladiza que puede llevarte -incluso inconscientemente- a la posición del mal menor. Y ése es, sin duda, el mayor peligro.
¿Es correcto decir que el régimen de Biden representaba algo progresista en relación con Trump? Así lo vendieron. Y la llamada izquierda lo ha aceptado como buena moneda.
Tratan de argumentar que Trump es un enemigo de la democracia. Pero si se examina la monstruosa conducta de la camarilla de Biden se ve cómo mostró un total desprecio por la democracia hasta el final.
Pensemos en el “férreo” apoyo de Biden al ataque israelí contra Gaza, que le ha valido el apodo de “Joe el Genocida”. O la flagrante represión del derecho de reunión por parte de su administración “democrática”, que golpeó brutalmente a miles de estudiantes y detuvo a 3.200 en todo el país por protestar pacíficamente en solidaridad con Palestina.
Biden prometió ser “el presidente más favorable a los sindicatos de la historia de Estados Unidos”, pero aplastó el derecho a la huelga de los ferroviarios. Prometió acabar con las deportaciones de la era Trump, pero al final expulsó a más inmigrantes indocumentados que su predecesor. La lista continúa.
Hasta el final, Biden se aferró a su cargo mucho después de que incluso su propio partido lo hubiera tachado como no apto para el cargo y lo hubiera destituido como candidato presidencial de los demócratas.
Incluso después de que la inmensa mayoría del electorado votara en contra de los demócratas, siguió ejerciendo sus poderes como presidente, llevando a cabo flagrantes actos de sabotaje para socavar al candidato elegido democráticamente, Trump, e incluso para arrastrar a Estados Unidos al borde de la guerra con Rusia.
Sería difícil imaginar un desprecio más flagrante por la democracia y las opiniones de la inmensa mayoría del pueblo estadounidense. Sin embargo, este gángster y su camarilla siguieron haciéndose pasar por defensores de la democracia frente a la supuesta amenaza de una dictadura.
Muchas otras cosas que hicieron Biden y su pandilla fueron infinitamente más contrarrevolucionarias y desastrosas y monstruosas que cualquier cosa que Trump haya soñado hacer. Esa es la realidad. Sin embargo, encontramos gente en la izquierda que está dispuesta a argumentar que es preferible apoyar a los demócratas contra Trump, ‘para defender la democracia.’
No nos incumbe atarnos a un barco que se hunde, sino, por el contrario, hacer todo lo que esté en nuestra mano para contribuir a hundirlo. No es nuestra política sembrar ilusiones en los liberales y su supuesta democracia, sino desenmascararla como una falsedad cínica y un engaño.
En ¿Adonde va Francia?, Trotski explica que la llamada política del “mal menor” no es más que un crimen y una traición a la clase obrera:
“El partido obrero no debe ocuparse en una tentativa sin esperanza de salvar al partido de los especialistas en quiebras; debe, por el contrario, acelerar con todas sus fuerzas el proceso de liberación de las masas de la influencia radical.” [Redacción: el partido Radical era un partido liberal en el poder en Francia en los años 30].
Es un excelente consejo para nosotros hoy. Al combatir la reacción trumpista, no podemos asociarnos en ningún caso con los demócratas “liberales” en bancarrota.
¡Encuentrar un camino hacia los trabajadores!
Los periodos de transición, como el que estamos viviendo ahora, darán lugar invariablemente a confusión. Con frecuencia nos enfrentaremos a todo tipo de fenómenos nuevos y complicados que no tienen precedentes evidentes en la historia.
Para no perder el equilibrio, es necesario mantener en todo momento la mano firme en las cuestiones fundamentales y no dejarse llevar por este o aquel acontecimiento accidental. La característica principal de la situación actual es que, por un lado, la situación objetiva pide a gritos una solución revolucionaria.
El potencial está ahí. Pero en la actualidad no existe una fuerza lo suficientemente poderosa como para hacerlo realidad. Por lo tanto, por el momento, sigue siendo sólo eso: simplemente un potencial.
Las masas se esfuerzan por encontrar una salida a la crisis. Ponen a prueba a un líder de partido tras otro, pero pronto descubren las deficiencias de todas las organizaciones existentes. Esto explica la inestabilidad política general que se manifiesta en violentos vaivenes en el plano electoral de izquierda a derecha, y viceversa.
A falta de cualquier tipo de orientación por parte de la izquierda, el camino está abierto para todo tipo de aberraciones peculiares y demagogos de la variedad de Trump.
Pueden subir rápidamente, dando expresión a la ira y el descontento de las masas. Pero el contacto con la realidad acaba provocando decepción, preparando una nueva oscilación del péndulo en sentido contrario.
Ver estos acontecimientos en términos puramente negativos sería malinterpretar completamente la situación. Las masas están desesperadas y necesitan soluciones urgentes a sus problemas. Personas como Donald Trump parecen ofrecerles lo que buscan.
Tenemos que entender esto, y no limitarnos a descartar tales movimientos como aberraciones de “extrema derecha” (una frase sin sentido en cualquier caso). Por supuesto, en tales movimientos habrá elementos reaccionarios. Pero su carácter masivo indica que tienen una base contradictoria en la sociedad.
Para encontrar un camino hacia los trabajadores de cualquier país, es necesario tomarlos como son, no como nos gustaría que fueran. Para entablar un diálogo con los trabajadores, debemos partir del nivel de conciencia existente. Cualquier otro enfoque no es más que una receta para la esterilidad y la impotencia.
Si queremos entablar una conversación significativa con un trabajador que tiene ilusiones con Trump, no podemos empezar con denuncias estridentes o acusaciones de fascismo y cosas por el estilo. Escuchando pacientemente los argumentos de estos trabajadores, podemos basarnos en muchas cosas con las que estamos de acuerdo, y luego, utilizando argumentos hábiles, introducir gradualmente dudas sobre si los intereses de la clase obrera pueden realmente ser defendidos por un rico empresario multimillonario.
Por supuesto, en esta fase, nuestros argumentos no tendrán necesariamente éxito. La clase trabajadora en general no aprende de los debates, sino solamente a través de su propia experiencia. Y la experiencia de un gobierno de Trump resultará ser una curva de aprendizaje muy dolorosa.
Por lo tanto, cuando hablamos con los trabajadores que apoyan a Trump, debemos tener un enfoque amistoso y mostrar acuerdo con las cosas con las que podemos estar de acuerdo, para luego señalar hábilmente las limitaciones del trumpismo y defender el socialismo. Las contradicciones acabarán saliendo a la superficie. Sin embargo, a pesar de esto las ilusiones en Trump persistirán por un tiempo.
No se conseguirá nada adoptando una actitud beligerante y hostil hacia los muchos trabajadores honrados que, por razones absolutamente comprensibles, se han unido a la bandera de Trump. Tal enfoque es estéril y contraproducente, y no llevará a ninguna parte.
La historia conoce muchos ejemplos de cómo los trabajadores que primero entran en la arena de la política con puntos de vista extremadamente retrógrados, incluso reaccionarios, pueden moverse rápidamente en la dirección opuesta bajo el impacto de los acontecimientos.
Al principio de la revolución de 1905 en Rusia, los marxistas eran una minoría muy pequeña y aislada. La mayoría de los obreros rusos eran políticamente atrasados y tenían ilusiones en la monarquía y la iglesia.
Al principio, la inmensa mayoría de los obreros de San Petersburgo seguía la dirección del padre Gapon, que colaboraba activamente con la policía. Cuando los marxistas se acercaban a ellos con octavillas que denunciaban al zar, los obreros las rompían y a veces incluso golpeaban a los revolucionarios.
Sin embargo, todo eso se transformó en su contrario tras los sucesos del Domingo Sangriento del 9 de enero. Los mismos obreros que habían roto las octavillas se acercaron ahora a los revolucionarios exigiendo armas para derrocar al zar.
En Estados Unidos, podemos citar un ejemplo similar, muy sintomático aunque mucho menos dramático. Cuando un joven obrero llamado Farrell Dobbs entró en política a principios de los años 30, lo hizo como republicano convencido.
Pero a través de la experiencia de la tormentosa lucha de clases pasó directamente del republicanismo de derechas al trotskismo revolucionario y desempeñó un papel destacado en la rebelión de los Teamsters en Minneapolis en 1934.
En el tormentoso período de lucha de clases que se abrirá en Estados Unidos, veremos muchos ejemplos de este tipo en el futuro. Y algunos de los trabajadores que ahora apoyan con entusiasmo a Trump o demagogos similares, pueden ser ganados para la bandera de la revolución socialista sobre la base de los acontecimientos futuros.
A primera vista, el movimiento Trump parece muy sólido y prácticamente indestructible. Pero se trata de una ilusión óptica. En realidad, se trata de un movimiento muy heterogéneo, plagado de profundas contradicciones. Tarde o temprano, éstas se pondrán de manifiesto.
Los enemigos liberales de Trump esperan que el fracaso de sus políticas económicas provoque una decepción generalizada y la pérdida de apoyo. Tal fracaso es totalmente previsible. La imposición de aranceles ya está siendo recibida con represalias inevitables. Esto debe reflejarse finalmente en pérdidas de puestos de trabajo y cierres de fábricas en las industrias afectadas.
Sin embargo, las predicciones de una desaparición inminente del movimiento Trump son prematuras. Trump ha despertado enormes expectativas y esperanzas entre millones de personas que antes carecían de toda esperanza. Tales ilusiones están muy arraigadas y son lo suficientemente poderosas como para resistir toda una serie de sacudidas y decepciones temporales.
El hechizo hipnótico de la demagogia de Trump tardará en disiparse. Pero tarde o temprano, la desilusión se instalará, y cuanto más tarden los trabajadores en comprender que sus intereses de clase no están representados, más violenta será la reacción.
Donald Trump es ya bastante mayor y, aunque logre esquivar la bala de un asesino, la naturaleza debe imponer tarde o temprano sus leyes de hierro. En cualquier caso, es poco probable que se presente de nuevo a las elecciones presidenciales, incluso si se pudieran cambiar las reglas para permitirlo.
Es imposible imaginar el trumpismo sin la persona de Donald J. Trump. Es precisamente el poder de su personalidad, su indudable habilidad como líder de masas y maestro demagogo, el pegamento que mantiene unido a su heterogéneo movimiento. Sin él, las contradicciones internas que existen en su seno saldrán inevitablemente a la superficie, provocando crisis internas y fracturas en el liderazgo.
J.D. Vance parece el sucesor más probable de Donald Trump, pero carece de la inmensa autoridad y carisma de su líder. Es, sin embargo, un hombre inteligente que bien puede evolucionar en todo tipo de direcciones en función de los acontecimientos. Es imposible predecir el resultado.
Hay una conocida ley de la mecánica que afirma que toda acción tiene una reacción igual y opuesta. Donald Trump es un maestro de la hipérbole. Sus declaraciones demagógicas no conocen límites. Todo lo que promete es maravilloso, tremendo, maravilloso, enorme, etcétera. Y el grado de decepción, cuando finalmente llegue, será correspondientemente enorme.
En un momento dado, su movimiento empezará a fracturarse en líneas de clase. A medida que los trabajadores comiencen a abandonarlo, los elementos pequeñoburgueses enloquecidos probablemente se unirán en lo que será el embrión de una nueva y genuina organización fascista o bonapartista.
A partir de esta situación caótica, el movimiento en dirección a un tercer partido se hará irresistible. Por su propia naturaleza, será un asunto confuso, no necesariamente con un programa de izquierdas o incluso particularmente progresista en primera instancia. Pero los acontecimientos tendrán su propia lógica.
Muchos trabajadores, después de haberse quemado los dedos con el experimento de Trump, buscarán una bandera alternativa que refleje con mayor precisión su ira y su odio profundamente arraigado contra los ricos y el establishment, que no es más que un reflejo inmaduro de su hostilidad instintiva contra el propio sistema capitalista. Esto les empujará bruscamente hacia la izquierda.
No es en absoluto descabellado prever que algunos de los militantes más audaces, dedicados y abnegados del futuro movimiento comunista en América consistirán precisamente en trabajadores que han pasado por la escuela del trumpismo y han sacado de ella las conclusiones correctas. Ha habido muchos precedentes de tales desarrollos en el pasado, como hemos visto.
Por último, quiero dejar clara una cosa. Lo que les he presentado aquí no es una perspectiva totalmente elaborada, ni mucho menos una predicción detallada de lo que ocurrirá en el futuro. Para ello se necesitaría no el método marxista, sino una bola de cristal, que lamentablemente aún no se ha inventado.
Basándome en todos los hechos observables de que dispongo, he presentado un pronóstico muy provisional que, sin embargo, no puede ser más que una conjetura. La situación actual se presenta como una ecuación extremadamente complicada, que tiene muchas soluciones posibles. Sólo el tiempo llenará los vacíos y nos dará la respuesta. La Historia nos deparará muchas sorpresas. No todas malas.
La siguiente es la tercera de una serie de tres partes de un discurso sobre las perspectivas mundiales, pronunciado el martes 28 de enero en una reunión del Comité Ejecutivo Internacional de la Internacional Comunista Revolucionaria.
La primera parte, que puede leerse aquí, examina la agitación en las relaciones mundiales causada por la presidencia de Trump. La segunda parte examina específicamente el efecto de Trump en Ucrania y Oriente Medio.
La forma en que Trump habla abiertamente y sin subterfugios sobre los intereses del imperialismo estadounidense está teniendo un impacto importante en la conciencia. La mayoría de la gente en el mundo puede ver ahora cómo es realmente el mundo, y cómo funciona realmente el imperialismo. Estos cambios de conciencia se han visto acelerados masivamente por la guerra contra Gaza.
Hemos hablado del declive relativo del imperialismo estadounidense y del ascenso de China y Rusia como potencias imperialistas en la escena mundial, pero estos procesos van de la mano del declive a largo plazo de las potencias imperialistas europeas, que ahora se ha acelerado enormemente. Lo hemos explicado en varios artículos, incluido nuestro artículo sobre el informe de Mario Draghi sobre la «competitividad europea», y nuestro reciente artículo sobre la crisis de la industria automovilística europea .
Europa está sumida en una profunda crisis, de la que no puede salir. No tiene medios para salir de ella. Alemania lleva ya dos años en recesión, y algunos economistas burgueses dicen que la recesión continuará durante todo 2025. Eso no tendría precedentes desde la Segunda Guerra Mundial.
Este proceso se ha acelerado masivamente como resultado de la guerra de Ucrania y las sanciones europeas a Rusia. Estas no han impedido el esfuerzo bélico ruso, sino que han perjudicado sobre todo a Europa, y en particular a Alemania.
Sólo para dar algunas cifras que ilustren el proceso: La producción industrial alemana ha bajado un 7% desde 2021, ¡pero en las industrias intensivas en energía ha bajado un 20%! Alemania es obviamente el país más afectado de Europa, ya que era el que más dependía del suministro de energía barata rusa.
Pero otros países no se quedan atrás. En Gran Bretaña, la producción industrial ha sufrido un declive prolongado. Sin embargo, las cifras que muestran el colapso de la producción desde que comenzó la guerra de Ucrania son estremecedoras: la producción manufacturera ha bajado un 9 por ciento desde 2021, los metales un 35 por ciento, los productos químicos un 38 por ciento, el cemento un 39 por ciento, y los equipos eléctricos ¡un increíble 49 por ciento! Es un baño de sangre absoluto.
Lo que esto refleja, más allá del impacto de las sanciones energéticas a Rusia, es un proceso subyacente más profundo que se explica claramente en el informe Draghi. La competitividad de Europa va a la zaga de la de Estados Unidos y China. El capitalismo se basa en la reinversión de la plusvalía para hacer avanzar la técnica productiva y desarrollar los medios de producción, con el fin de producir de manera más eficiente.
Mientras que en el último periodo se han producido algunos aumentos de la productividad del trabajo en Estados Unidos, Europa se está quedando muy, muy atrás. El informe Draghi explica muy bien que el nivel de integración económica de Europa no es suficiente para competir con las enormes economías de escala y los mercados de capitales de China y Estados Unidos.
La idea original de la integración europea fue un intento de las clases dirigentes europeas de mantenerse unidas por miedo a que las colgaran por separado. Sin embargo, los diferentes regímenes reguladores, los mercados de capitales separados, etc., impiden la movilización de la fuerza combinada de las diferentes clases capitalistas europeas en un esfuerzo europeo conjunto en cualquier ámbito. Hay muy pocas excepciones a este fenómeno. Airbus es una de las pocas.
Hoy, en un periodo de crisis y de creciente competencia global entre bloques, Europa, en lugar de permanecer unida, se ve arrastrada en todas direcciones. Y así será cada vez más.
Es el caso, por ejemplo, de Austria, cuya clase capitalista tiene muchos intereses en Rusia. Por tanto, está siendo arrastrada en esa dirección. Otros países se ven arrastrados hacia EEUU. Como resultado, cualquier intento de una política europea conjunta para hacer frente a esta crisis fracasará.
No pueden ponerse de acuerdo sobre los aranceles a los vehículos eléctricos chinos, porque los distintos países europeos tienen intereses diferentes. Los vehículos eléctricos chinos se consideran una amenaza para la industria automovilística europea, que emplea a millones de trabajadores. Pero siguen sin ponerse de acuerdo sobre los aranceles, ya que algunos países están cortejando a las empresas chinas para que instalen plantas de vehículos eléctricos o baterías en su país, en lugar de en otros.
El auge de los demagogos
Esta crisis polifacética está en el origen del auge de los demagogos de derechas en toda Europa. No se trata de un fenómeno exclusivo de Estados Unidos, aunque la victoria electoral de Trump ha acelerado masivamente el auge de las formaciones demagógicas de derechas en Europa. Esto ya existía antes.
Aunque hay diferencias -cada una de estas formaciones está moldeada por características nacionales ligeramente diferentes, historia, peculiaridades nacionales, etc.-, el proceso es, en líneas generales, el mismo y las causas son comunes.
Vemos, por ejemplo, el ascenso de la AfD en Alemania, que, además de culpar a los migrantes, se monta en la ola de ira antiestablishment, en particular en torno a la oposición a la guerra en Ucrania y el impacto económico en Alemania de las sanciones a Rusia.
Ya en las elecciones generales británicas de julio de 2024, hubo ciertos avances para el partido de Farage, Reform. Pero ahora los sondeos de opinión lo sitúan al mismo nivel que los laboristas. Uno de los sondeos le daba incluso dos puntos de ventaja.
Musk está alimentando este proceso. Intervino con un estilo similar al de Trump, atacando a Starmer, Macron y Scholz, y apoyando abiertamente a la AfD al aparecer a través de un enlace de vídeo en su congreso nacional.
Su intervención fue incendiaria. Pidió al rey Carlos que destituyera al Gobierno británico y que el pueblo se levantara contra el Gobierno de Starmer, ya que, según Musk, estaba protegiendo a bandas de grooming y «encubriendo el mayor crimen de la historia de Gran Bretaña».
Por supuesto, sus intervenciones son desquiciadas, pero no es sólo el multimillonario propietario de una plataforma de medios sociales. Es, al mismo tiempo, alguien que tiene un cargo oficial en la administración de Trump. Por cierto, un cargo oficial, pero directamente vinculado al despacho presidencial y ajeno a la estructura del Estado.
Está atacando abiertamente a los jefes de Estado europeos, sin ninguna consideración por la diplomacia o el protocolo, así como utilizando su riqueza y su alcance en las redes sociales para impulsar este mensaje.
Los liberales y la izquierda están en estado de pánico. Alertan sobre la desinformación en las redes sociales y el «efecto polarizador de los algoritmos», y exigen «regulación».
Sí, por supuesto, hay mucha desinformación en las redes sociales. Pero lo que hay que preguntarse es: ¿están los «medios tradicionales» llenos de información veraz? La respuesta es no. Algunos de nosotros todavía recordamos las «armas de destrucción masiva» de Sadam. En segundo lugar, ¿por qué la gente tiende a creer la desinformación en las redes sociales? Porque existe un alto grado de desconfianza en los medios de comunicación tradicionales. Han estado mintiendo y defendiendo el sistema durante mucho tiempo, y ahora la gente puede ver a través de ellos.
Los liberales se vuelven y dicen que las elecciones presidenciales rumanas fueron manipuladas a través de mensajes de TikTok financiados por Rusia y que eso es lo que llevó a la victoria de Georgescu. Esto es completamente ridículo, y todavía no han aportado ninguna prueba de ello, pero el Tribunal Supremo ya ha anulado el resultado de la primera vuelta basándose en estas acusaciones.
De hecho, si fuera tan sencillo, ¿por qué los liberales no organizaron ellos mismos una campaña en TikTok? La cuestión no es el medio a través del cual se difundió la campaña. La pregunta que hay que hacerse es: ¿cuál era el contenido de la campaña? La campaña de Georgescu se basaba en la oposición a la guerra de Ucrania, contra la OTAN, y planteaba la siguiente pregunta: ¿por qué gastamos tanto dinero en la guerra de Ucrania cuando nuestra propia gente tiene que emigrar a Europa occidental porque en Rumanía no hay trabajo? Y esto, obviamente, resonó en millones de rumanos.
Este caso expone realmente la naturaleza de los liberales. Lo que están diciendo es que, si el candidato equivocado gana las elecciones -equivocado desde el punto de vista de la OTAN, Bruselas, etc. – entonces simplemente cancelamos las elecciones. Esa es la suma total del apego de los liberales a la democracia y al «derecho al voto» del que no paran de hablar, y que dicen que está amenazado por los demagogos de derechas.
Si nos fijamos en Europa, en todas partes se observa el mismo fenómeno. Le Pen está subiendo en Francia y podría llegar a ser presidenta. Farage ya supera en las encuestas a los laboristas en Gran Bretaña y podría convertirse en primer ministro a la cabeza de algún tipo de coalición reformista-tory. El FPÖ podría convertirse en el principal socio de una coalición de derechas en Austria. En Alemania, vemos el ascenso de la AfD tirando de los conservadores hacia sus posiciones o dividiéndolos. Meloni ya está en el poder en Italia.
Llevamos años discutiendo la crisis de legitimidad de la democracia burguesa, de todas sus instituciones, de todos sus partidos establecidos. Eso está causado por la crisis del capitalismo, y se ha acelerado desde 2008. Como resultado, tenemos un creciente estado de ánimo anti-establishment, que ahora se refleja en el ascenso de los demagogos de derechas.
Cambios de conciencia
El ascenso de los demagogos de derechas puede explicarse por estos dos factores: el estado de ánimo antiestablishment, pero también el colapso, el fracaso, la bancarrota total de la llamada «izquierda».
¿Cuál es la respuesta por defecto de la llamada «izquierda» ante esta situación? «Debemos unirnos todos en defensa de la República, debemos unirnos todos para defender la democracia liberal y la libertad de expresión», etc. Esta es la peor respuesta posible y, de hecho, ayuda a los demagogos de derechas. Luego pueden darse la vuelta y decir: «Mira. Son todos iguales. Todos defienden el sistema». Y de hecho, lo hacen.
Este es el sistema que está destruyendo puestos de trabajo, que es responsable del alto coste de la vida, etc. Por supuesto, los demagogos de derechas añaden a su argumento un intento de convertir a los inmigrantes en chivos expiatorios de estos problemas.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿qué va a pasar cuando estas formaciones lleguen al poder? Trump ya está en el poder en EEUU. Ha hecho muchas promesas. Se está montando sobre las expectativas de millones de personas que piensan que realmente va a Hacer América Grande de Nuevo.
¿Qué significa esto para un sector importante de la clase trabajadora? Para ellos, hacer que América vuelva a ser grande significa empleos decentes y bien pagados. Significa que puedan llegar a fin de mes sin verse obligados a trabajar en dos o tres empleos diferentes, o tener que vender plasma para llegar a fin de mes.
Esto no va a ocurrir. Desde luego, esto no va a suceder. Hay fuertes ilusiones entre millones de personas en Estados Unidos de que Trump traerá de vuelta los «buenos viejos tiempos» de la posguerra. Esto está completamente descartado.
Piensan que las políticas de Trump traerán tiempos mejores.
No se descarta que, durante un breve periodo de tiempo, algunas de estas medidas -por ejemplo, los aranceles, que promoverán el desarrollo industrial en Estados Unidos a expensas de otros países- puedan tener un pequeño impacto. Mucha gente también le concederá el beneficio de la duda durante un periodo de tiempo. También puede utilizar el argumento de que es el establishment, el «Estado profundo», el que no le permite llevar a cabo sus políticas.
Pero una vez que la realidad se asiente y estas ilusiones se disipen, asistiremos a un desplazamiento igualmente brusco y violento del péndulo hacia la izquierda. El arraigado estado de ánimo anti-establishment que impulsó a Trump al poder se expresará en el lado opuesto del espectro político.
Hay un artículo de Trotsky titulado Si Norteamérica se hiciera comunista, donde habla del temperamento estadounidense que describe como «enérgico y violento»: «Sería contrario a la tradición americana hacer un cambio importante sin elegir bandos y romper cabezas».
El trabajador estadounidense es práctico y exige resultados concretos. Está dispuesto a pasar a la acción para conseguir cosas.
Farrell Dobbs, el dirigente de la gran huelga de los Camioneros de Minneapolis en 1934, pasó directamente de ser republicano a dirigente trotskista. En su relato de la huelga, explica por qué. Para él, los trotskistas eran los que ofrecían las soluciones más prácticas y eficaces para abordar los problemas a los que se enfrentaban los trabajadores.
Las tareas de los comunistas
Terminaré con esta pregunta. Llevamos tiempo hablando de cómo se está produciendo un cambio de conciencia, sobre todo entre los jóvenes. Así era incluso antes de que lanzáramos el giro «¿Eres comunista?» Hay una capa de la juventud que está sacando conclusiones muy radicales, algunos de los cuales se consideran comunistas.
Por cierto, no debemos exagerar esta cuestión. No es más que una capa. Pero en términos numéricos, la cantidad de jóvenes que se consideran comunistas es bastante grande para una organización pequeña como la nuestra.
Hay un nuevo sondeo de opinión en Gran Bretaña que muestra que el 47% de los jóvenes está de acuerdo con la afirmación: «hay que cambiar radicalmente toda la forma en que está organizada nuestra sociedad mediante la revolución». En realidad, es una forma muy tajante de plantear una pregunta, y aun así obtuvo el apoyo del 47% de los jóvenes.
La encuesta también arroja otros resultados interesantes. La mayoría de los jóvenes cree que lo que hace falta es un dirigente fuerte que no esté sujeto al Parlamento. Por supuesto, también hay mucha confusión y rechazo a los políticos podridos del parlamento. Sin embargo, el hecho de que el 47% de los jóvenes piense que es necesaria una revolución que ponga patas arriba todo el sistema político tal y como está organizado hoy en día es extremadamente significativo.
Como decía al principio, vivimos tiempos extremadamente turbulentos. Parece que el resto de la izquierda está sumida en la desesperación y en un oscuro pesimismo. Pero nosotros somos optimistas. Somos optimistas porque entendemos los procesos subyacentes en juego.
Estos procesos conducirán a enfrentamientos masivos en la lucha de clases. Lo que es evidente es que a los gobiernos les resultará cada vez más difícil aplicar las políticas que la clase capitalista necesita para hacer frente a la crisis. No pueden obtener una mayoría parlamentaria para aplicar más recortes de austeridad y más profundos, ya que cualquier partido que votara a favor de ellos sería derrotado en las elecciones.
El Secretario General de la OTAN, Mark Rutte, dio un discurso ante el Parlamento Europeo hace unos días en el que dijo que tienen que aumentar el gasto en defensa, y que el objetivo anterior del 2 por ciento del PIB no es suficiente. Ahora piden el 4% o incluso el 5% del PIB. De hecho, ¡muchos de los países de la OTAN ni siquiera alcanzan actualmente el 2 por ciento!
Rutte añadió que, para ello, tendrán que recortar el gasto en otras áreas. En concreto, mencionó el gasto social, las pensiones, la educación, la sanidad, etc. Dijo a los diputados europeos que era una decisión difícil que debían tomar, pero que si no lo hacían bien podrían empezar un «curso de ruso o emigrar a Nueva Zelanda».
Por supuesto, está exagerando el peligro ruso para impulsar su agenda de aumento del gasto militar. Hay un elemento de alarmismo. Rusia no está a punto de invadir Europa. Pero la política es clara: aumentar el gasto en defensa y recortar el gasto social. Esto se suma a la ya difícil situación a la que se enfrenta la clase trabajadora.
Esta es la situación real en la que nos encontramos, una situación que ya está provocando una radicalización política masiva, parte de la cual se expresa ahora de forma muy distorsionada.
Nuestras modestas fuerzas no nos permiten todavía intervenir de manera decisiva en los acontecimientos. Somos demasiado pequeños. Hace falta una cierta urgencia en la construcción de nuestras fuerzas. Si conseguimos llegar a una organización de 5.000 o 10.000 miembros en un país capitalista avanzado -una organización de cuadros, con raíces entre la juventud y la clase obrera- antes de que estallen acontecimientos masivos -como ocurrirá-, entonces estaremos en el negocio.
Y esto es perfectamente posible también, si llevamos a cabo nuestro trabajo de una manera paciente y sistemática, si no perdemos la cabeza y si somos capaces de conectar con un pequeño porcentaje de esta capa de jóvenes muy radicalizados que buscan una alternativa seria para luchar contra este sistema capitalista podrido y senil.
Durante tres años, la coalición gobernante de Alemania, formada por Verdes, Socialdemócratas (SPD) y Liberales (FDP), estuvo en reparación. Ahora finalmente la han retirado de circulación: los costos son demasiado altos y los beneficios inexistentes. La clase capitalista la tiró a la papelera del reciclaje electoral. Pronto tendremos que dar la bienvenida a sus cargos a una nueva selección de delincuentes conocidos. El espectáculo de la llamada democracia continúa ininterrumpidamente, aunque no es perfecto ni ciertamente convincente.
[Publicado originalmente en alemán como editorial de Der Kommunist #8, y en derkommunist.de el 11 de diciembre de 2024]
Gobierno de crisis
La coalición del “semáforo” [por los colores de los partidos que la componen, rojo, amarillo y verde] se vio afectada por crisis desde sus inicios. Este fue el resultado de la crisis del capitalismo: decadencia económica, polarización política y pérdida de confianza de las masas en los partidos establecidos.
El 6 de noviembre, tras no poder aprobar un presupuesto, el gobierno colapsó. Pero contrariamente a lo que afirman los medios de comunicación, no se trataba de una cuestión de partidos ni de sus ideologías, sino que una expresión de las profundas contradicciones del propio capitalismo alemán, así como de su posición en el mundo.
Una semana antes, el Canciller Olaf Scholz (SPD) había organizado una llamada cumbre económica con destacados representantes del capital alemán. Entre los invitados se encontraba la Federación de Industrias Alemanas (BDI), la principal organización patronal de Alemania, así como algunos dirigentes sindicales que discutieron la situación sin llegar a ninguna conclusión. Es decir, el gobierno no pudo satisfacer las demandas del capital.
El capital exige austeridad
El ex Ministro de Finanzas Christian Lindner (FDP) no fue invitado. En lugar de ello, organizó su propia cumbre con representantes igualmente destacados del capital, como el presidente de la Confederación de Asociaciones Patronales Alemanas (BDA). Lindner presentó un documento económico que unos días después envió a sus socios de coalición con la aprobación de los capitalistas.
En este documento, el FDP pedía sobre todo la desregulación empresarial: recortes de impuestos; suspensión del Convenio Colectivo, la Ley de la Cadena de Suministro, la Ley de Transparencia Retributiva y la Ley de Protección de Datos de los Empleados; abolición de los requisitos de presentación de informes y documentación; ampliación de la jornada laboral semanal y vitalicia; socavar las normas de seguridad en el lugar de trabajo; reducir las prestaciones por desempleo; recortar el gasto social y mucho más.
Unas semanas después del colapso de la coalición, Lindner reiteró su programa: “Una pizca de Milei y Musk haría bien a nuestro país”. La portada de una edición reciente de Handelsblatt, portavoz de los capitalistas, estaba impreso con una imagen de una motosierra con los colores del FDP y el título “Anhelo de terapia de choque”. El FDP recibe el apoyo del director del Instituto de Investigación Económica de Alemania, Clemens Fuest, conocido por su frase “Armas y mantequilla, eso es el paraíso”. El presidente del Deutsche Bank también pide “reformas estructurales”.
Crisis económica
La economía alemana ha estado atrapada en una crisis profunda y en espiral desde 2018. Desde 2019, el PIB ha crecido solo un 0,3 por ciento. Este estancamiento dura ya cinco años. En el mejor de los casos, en 2025 las cosas seguirán en la misma línea: el Instituto de Investigación Económica (IW), afiliado al BDI, predice un crecimiento del 0,1 por ciento.
La tasa de desempleo sigue aumentando a medida que la producción industrial ha caído una quinta parte desde su máximo en noviembre de 2017. Cada vez más empresas se declaran en quiebra, amenazan con trasladar la producción al extranjero, cierran operaciones, despiden a sus empleados o comienzan a recortar salarios.
Esta ola de desindustrialización está devorando inexorablemente toda la economía alemana. Según el IW, desde 2020 se han perdido 210 mil millones de euros en inversiones en maquinaria, vehículos, equipos técnicos y edificios. La clase capitalista no quiere invertir. Es responsable del estancamiento de la productividad laboral y, por tanto, del crecimiento económico.
Subsidios para la economía y el ejército.
En septiembre, el BDI presentó un programa con el que la clase capitalista quiere “volver a poner en forma la economía alemana”. Se llama Caminos para la transformación de la Alemania industrial. Se pretende que actúe como una ‘Agenda 2030’ -inspirada en las reformas económicas favorables a las empresas llevadas a cabo en la década de 2000 bajo el lema de ‘Agenda 2010’- como ha sido exigido durante mucho tiempo por todos los capitalistas y planeado por la derecha del CDU para el próximo gobierno.
Además de una enorme desregulación, como pide el documento del FDP, el capital exige un “programa de inversión” de 1,4 billones de euros. Este dinero se recaudaría hasta 2030 y al menos 450 mil millones de euros procederían del Estado. Al mismo tiempo, la clase dominante cuenta con un mayor rearme y militarización. Esto no está incluido en los 1,4 billones de euros. Es por eso que una amplia gama de capitalistas están pidiendo más “fondos especiales” –es decir, préstamos especiales– para el ejército alemán.
El objetivo declarado de los presupuestos anteriores es alcanzar el objetivo del dos por ciento de gasto militar de la OTAN a más tardar en 2028. La ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock (Verdes), está a favor del tres por ciento, mientras que los “expertos” económicos incluso han pedido un presupuesto anual de defensa del cuatro por ciento del PIB. Comparado con el PIB actual, eso equivaldría a 180.000 millones de euros al año, casi el 40 por ciento del presupuesto actual. Ese es el tamaño del actual presupuesto de bienestar social.
Ataques a todos los niveles
Por eso la clase dominante quiere ahora un gobierno que pueda pasar a la ofensiva. Se supone que el líder de la CDU, Friedrich Merz, debe restaurar las condiciones para que el capital obtenga ganancias, a expensas del “bienestar”. Su tarea será hacer que la clase trabajadora pague la factura de la crisis actual.
Si el Estado va a gastar 450.000 millones de euros en la economía y varios cientos de miles de millones en el ejército y la guerra en Ucrania durante los próximos cinco años, y al mismo tiempo solo flexibilizará marginalmente el límite constitucional a la deuda estatal y reducirá los impuestos y las regulaciones a las empresas, entonces esto sólo podrá lograrse mediante la introducción de políticas de austeridad extremas. Esto significa que se recordarán aún más los servicios de salud, las infraestructuras, la educación y el gasto social.
A su vez, los directivos de los bancos y las corporaciones recortarán salarios, destruirán empleos y harán que la gente trabaje más horas, con el pretexto de que tienen que recaudar los 950 mil millones de euros restantes. Como lo demuestran los recientes cierres de fábricas de Volkswagen, las ganancias deben permanecer intactas. El presidente de la BDI afirma que “ya no podemos permitirnos el lujo de esta sociedad con su nivel actual de bienestar”.
Estos ataques se venden a las masas como una necesidad para lograr “crecimiento” en algún momento. Sin embargo, esto está completamente fuera de discusión, como lo demuestra el desarrollo de la crisis económica durante los últimos siete años. Un programa de este tipo reducirá de manera integral el nivel de vida de al menos el 90 por ciento de la sociedad en los próximos años. Esto afectará a toda la clase trabajadora: desde los bebés hasta los jubilados, desde los cajeros y los profesores de guardería hasta los informáticos e ingenieros.
La bancarrota del capitalismo
Desindustrialización significa barbarie. Trae innumerables crisis personales y prepara profundos trastornos sociales. Las familias tendrán que contar cada euro cada día para decidir entre calentar sus hogares o comer. Se considera que más de dos millones de niños corren ya riesgo de pobreza.
Si nos fijamos en otros países europeos donde el proceso de desindustrialización está mucho más avanzado, podemos ver cuáles son las consecuencias. En Francia, España, Portugal y Grecia, las tasas de desempleo juvenil superan el 20 por ciento. El empleo precario y el aumento de los alquileres están obligando a cada vez más adultos jóvenes a vivir con sus padres.
De aquellos que tienen la suerte de tener un trabajo, el 37 por ciento se siente agotado debido al estrés laboral. El 73 por ciento piensa en cambiar de trabajo al menos una vez al mes.
La desindustrialización también trae conflictos y crisis personales, y causa desesperación y frustración. El 24 por ciento de los adultos en Alemania sufren de depresión.
Por eso no sorprenden los resultados de un “estudio sobre el autoritarismo” en Alemania: más del 46 por ciento cree que la democracia real sólo puede existir sin capitalismo. Más del 62 por ciento dice que sólo los ricos se benefician de la globalización. El 67 por ciento dice que los mercados financieros son los culpables de la creciente desigualdad. Al mismo tiempo, el actual Estudio Juvenil de Shell muestra que el 81 por ciento de los jóvenes teme la guerra en Europa, el 67 por ciento teme la pobreza y el 64 por ciento teme la destrucción del medio ambiente.
Lucha de clases y polarización
Este declive del capitalismo alemán producirá cada vez más explosiones y movimientos sociales cada vez con mayor intensidad. Se están gestando bajo la superficie de la sociedad. Durante varios años, los medios burgueses han estado discutiendo la posibilidad y el peligro de una especie de “movimiento de chalecos amarillos” alemán similar al movimiento en Francia en 2018.
En aquel entonces, el Financial Timespublicó un editorial en el que advertía que si las cosas seguían así, la gente perseguiría a los ricos con horcas.
Y no se equivocaron. De hecho, esto es algo muy crucial. La polarización y los cambios en la opinión pública son expresión de la búsqueda de soluciones a sus problemas por parte de las masas. Pero ninguno de los partidos –ni siquiera los autoproclamados “alternativos” como Alternativa para Alemania (AfD) y el partido de Sahra Wagenknecht (BSW)- podrá resolver ninguno de estos problemas.
Y por eso es muy probable que en los próximos años veamos repetidos estallidos de ira popular en las calles, contra los partidos burgueses, las instituciones estatales, los bancos y los ricos.
Pero también deberíamos esperar otros movimientos, como los movimientos de mujeres, que ya existen en España, Polonia e Irlanda; o movimientos como “Expropiar Deutsche Wohnen and Co.”, donde más de un millón de personas en Berlín votaron a favor de expropiar a las grandes empresas inmobiliarias; o movimientos de pensionistas como los de España; y otras luchas sociales contra la política de austeridad.
Pero también habrá una mayor presión para que se realicen acciones industriales por salarios más altos, contra los despidos masivos, contra el cierre de plantas, la desregulación y los ataques a los derechos laborales. En 2023, hubo más conflictos individuales entre el capital y el trabajo que nunca. Este desarrollo continuará, porque las direcciones sindicales se verán cada vez más presionadas por la clase trabajadora para actuar.
Las próximas elecciones federales
El próximo gobierno será elegido el 23 de febrero y cosechará la guerra de clases. No importa si Merz, Scholz, Habeck, Weidel, Wagenknecht o Lindner llegan a ser canciller, y no importa qué partidos formen una coalición. Sus políticas servirán a los intereses de los ricos, porque si no se quiere abolir el capitalismo, hay que ceder ante sus limitaciones. En una crisis, esto significa que la clase trabajadora y los jóvenes tienen que pagar la factura.
Todos estos políticos prometen conducir al país hacia un nuevo período de prosperidad con su “razón”, “decencia” y “visión de futuro”. Quienes aún no se hayan dado cuenta de que todos los candidatos son mentirosos y tramposos, pronto lo harán. Esta elección no deja otra opción a la clase trabajadora. Ninguno de los partidos tiene nada que ofrecer a los trabajadores y a los jóvenes. Ni siquiera los partidos tradicionales de la clase obrera, el SPD y el Partido de Izquierda (Die Linke).
El SPD es cómplice de la guerra en Ucrania. Es un financista central y proveedor de armas de Zelensky, y es en gran medida responsable del rearme y la militarización de Alemania. Apoya el genocidio de Israel en Gaza y la escalada de la guerra en Oriente Medio.
El Partido de Izquierda, por otro lado, está agonizando. Políticamente agotado, depende únicamente de la política de personalidad. Se supone que Dietmar Bartsch, Bodo Ramelow y Gregor Gysi salvarán al partido de ser expulsado del parlamento para que, como dicen, el parlamento tenga una “fuerza de izquierda”. Esto no es más que una hoja de parra de “izquierda” para la dictadura de los ricos.
La clase trabajadora y la juventud necesitan un partido que realmente represente sus intereses. Pero esto no caerá del cielo. Tenemos que construirlo nosotros mismos. Si quieres cambiar las cosas, ¡únete al Partido Comunista Revolucionario y lucha junto a nosotros por el fin de las crisis, las guerras y la austeridad! Nosotros decimos: ¡libros, no bombas! ¡Sanidad, no guerra! ¡Socialismo, no barbarie!
Salvo giro dramático de los acontecimientos, el gobierno Barnier caerá hoy o el jueves. Un nuevo respiro sólo podría venir de una retirada de última hora del RN (Agrupación Nacional) o del PS (Partido Socialista). Pero estos dos partidos no tendrían nada que ganar y sí mucho que perder.
Desde que Marine Le Pen confirmó su intención de votar a favor de la censura [en respuesta a la decisión de Barnier de forzar la aprobación de un presupuesto de austeridad sin votación parlamentaria], los periodistas de derechas que deploran este hecho han estado lanzando todo tipo de acusaciones contradictorias. Algunos acusan a Michel Barnier de haber concedido demasiado a Marine Le Pen, a cambio de nada, al fin y al cabo. Otros, en cambio, culpan al Gobierno de no haber concedido todo a la RN.
En realidad, el resultado del regateo de los últimos días no dependía realmente de lo que el Gobierno estuviera dispuesto a ceder a la RN. Las «líneas rojas» presentadas por Marine Le Pen no eran más que excusas para justificar una decisión que ya había sido tomada sobre la base de una constatación simple y decisiva: una amplísima mayoría de los votantes de RN -el 67%, según un sondeo reciente- quiere la caída del gobierno Barnier.
Como explicamos en el congreso fundacional del Partido Comunista Revolucionario (PCR) este fin de semana: «Este es el elemento central en los cálculos de Marine Le Pen y su camarilla. Es su verdadera ‘línea roja’, y no, como ella pretende, el ‘poder adquisitivo de los franceses’. La RN no está dispuesta a disgustar a una gran parte de su electorado en nombre del Gobierno Barnier. (…) Según un reciente sondeo publicado por Le Monde, el 25% de los electores de RN consideran que el NFP (Nuevo Frente Popular) es el verdadero adversario del gobierno Barnier. Esto es lo que la dirección de RN no puede aceptar indefinidamente».
Y añadimos: «Tras la caída del gobierno, la presión aumentará fuertemente sobre el hombre más odiado del país: Emmanuel Macron. Los líderes de RN y LFI (la Francia insumisa) -entre otros- pedirán cada vez más fuerte la dimisión de Macron y la organización de elecciones presidenciales anticipadas antes de unas nuevas elecciones generales. Y esta exigencia encontrará un amplio eco entre la masa de la población. Según un reciente sondeo publicado por BFM, el 63% de los encuestados quieren que Macron dimita si cae el Gobierno.»
Para un análisis detallado de esta nueva etapa en la crisis del régimen capitalista francés, remitimos al lector a la introducción de nuestro debate sobre «Perspectivas para Francia» de nuestro Congreso Nacional de este fin de semana. En ella, situamos esta crisis política en su contexto general: el de una crisis profunda y un declive irreversible para el capitalismo francés.
En los próximos días se iniciarán las negociaciones para formar un gobierno capaz de «mantenerse unido» en un contexto de creciente presión de los mercados financieros sobre la deuda pública francesa. Esto excluye de entrada la posibilidad de que Macron opte por nombrar a Lucie Castets o a cualquier otra figura que represente al conjunto del NFP para el Matignon [residencia del primer ministro francés]. Como ya ocurrió este verano, Macron recurrirá a alguien cuyas intenciones de llevar a cabo la austeridad estén meridianamente claras.
Pero como las mismas causas producen los mismos efectos, el próximo gobierno, sea quien sea, será tan frágil como el de Michel Barnier.
Con respecto al próximo gobierno y a la lucha que el movimiento obrero tendrá que librar contra él, no tenemos que cambiar ni una coma -aparte del nombre del Primer Ministro- de lo que escribimos el pasado mes de septiembre:
«La extrema fragilidad de este gobierno es evidente. Es probable que la RN no quiera dejar indefinidamente al NFP como único «opositor» declarado de Barnier y sus secuaces. También podrían surgir problemas en el seno del Gobierno, en un contexto de múltiples y variadas ambiciones presidenciales. Sin embargo, el movimiento obrero no debe esperar a que el andamiaje parlamentario se derrumbe bajo el peso de la crisis económica y de sus propias contradicciones. Los jóvenes y los trabajadores necesitan un sólido plan de batalla para derribar ellos mismos a la camarilla gubernamental -Macron incluido- y sustituirla por un gobierno que defienda sus intereses.
«Lo hemos dicho una y otra vez: los ‘días de acción’ puntuales, como el del 1 de octubre, nunca han hecho retroceder ni un milímetro a ningún gobierno burgués. La izquierda y el movimiento sindical deben preparar un vasto movimiento de huelgas renovables que implique a un número creciente de sectores. No decimos que sea fácil hacerlo; decimos que es la única manera de ganar.
«¿Qué debería sustituir al ‘gobierno de los ricos’? La portada de este número de Révolution responde: ‘un gobierno de los trabajadores’. Es una consigna a la vez general y precisa. No dice qué fuerzas políticas encabezarían ese gobierno, pero sí qué clase social estaría en el poder. Esta es la cuestión central. Sólo la clase obrera, que crea toda la riqueza, puede dirigir a las demás capas oprimidas en una lucha decisiva contra la burguesía. Sólo los trabajadores en el poder pueden acabar definitivamente con las contrarreformas y la austeridad. Sólo ellos pueden expropiar a los grandes capitalistas y reorganizar la sociedad sobre la base de una planificación económica racional y democrática.»
Estamos presenciando una profunda crisis de legitimidad y descomposición moral de todo el sistema capitalista. El último drama legal del ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es solo uno más en una interminable sucesión de escándalos, errores y disputas internas del establishment en todos los niveles. Desde el parlamento hasta la policía, pasando por la prensa y las instituciones religiosas, cada pilar del gobierno burgués se está pudriendo desde adentro. ¿Por qué está sucediendo esto, por qué ahora y qué significa para la lucha de clases?
En los países capitalistas avanzados, la clase dominante tuvo siglos para construir una intrincada maquinaria estatal e ideológica para gestionar sus asuntos. Cuando las cosas van bien, la máquina funciona relativamente sin problemas. Siempre hay un oscuro submundo de corrupción y luchas internas por el poder personal dentro de las instituciones capitalistas. En períodos de estabilidad, esto es más fácil de ocultar y las masas están más o menos contentas de seguir el espectáculo o ignorar la política por completo.
Pero las contradicciones del capitalismo siempre se reafirman. En referencia a la crisis del período de entreguerras, Trotsky escribe en Su moral y la nuestra (1938):
“La vida económica de la humanidad se encontró en un callejón sin salida. Los antagonismos de clase se exacerbaron y se manifestaron a plena luz. Los mecanismos de seguridad de la democracia comenzaron a hacer explosión uno tras otro. Las reglas elementales de la moral se revelaron todavía más frágiles que las instituciones de la democracia y las ilusiones del reformismo. La mentira, la calumnia, la venalidad, la corrupción, la violencia, el asesinato cobraron proporciones inauditas”.
Estas palabras podrían haber sido escritas hoy. Las capas claramente más miopes y venales de la clase dominante y sus representantes han salido a la superficie, luchando por el poder y el prestigio personal entre ellos, causando más daño a un sistema que ya está enfermo.
A la luz de los interminables escándalos de élites que salen a la superficie, incluidos los multimillonarios y políticos mencionados en la “libreta negra” del traficante sexual de menores Jeffrey Epstein; el descarado acaparamiento y fraude expuestos en los Papeles de Panamá y Pandora; y mucho más, la putrefacción moral de la alta sociedad es imposible de ignorar.
Las masas están viendo a sus gobernantes tal como son en realidad, y no les gusta lo que ven. La Encuesta Mundial de Valores 2022 encontró que los participantes del Reino Unido y Estados Unidos tenían “muy poca confianza” o “ninguna en absoluto” en: la Iglesia (56,2 y 45,7 por ciento), la Prensa (85,7 y 69,7 por ciento), el gobierno (74,9 y 65,7 por ciento), las elecciones (45,2 y 59,7 por ciento), las grandes empresas (59,2 y 67,5 por ciento) y los bancos (44,2 y 54,7 por ciento).
El índice de Confianza Global Edelman 2023, que mide la fe pública en varias instituciones, encontró que solo el 37 y el 45 por ciento de los encuestados en el Reino Unido y Estados Unidos confían en su gobierno. Mientras tanto, el mismo estudio encontró que los encuestados de todo el mundo consideran que “los Ricos y Poderosos” son la fuerza más “divisiva” en la sociedad. Todo esto apunta a una creciente hostilidad hacia la clase capitalista y las instituciones que sostienen su dominio.
Gran Bretaña está experimentando una profunda crisis de confianza en las instituciones capitalistas: el total acumulado de muchos años de escándalos, corrupción y degradación del establishment. Esto coincide con una crisis especial del capitalismo británico, que está en camino de ser la economía G7 con peor desempeño en 2023, con una deuda nacional que supera el 100 por ciento del PIB por primera vez en 62 años. Como escribe The Observer:
“Las décadas de 1940 y 1950 a menudo se consideran una época dorada para la democracia, cuando Gran Bretaña y sus aliados triunfaron contra el fascismo antes de que el consenso de la posguerra impulsara la formación del estado de bienestar y el Servicio Nacional de Salud. En esos días teníamos una nación en general satisfecha consigo misma y con sus valores, y casi completamente sin cuestionar su sistema de gobierno. Desde entonces, como mostramos hoy, ha habido un declive gradual en la confianza en los políticos, hasta el punto en que hoy es casi inexistente, planteando profundas preguntas sobre la salud y la futura viabilidad de todo nuestro sistema democrático”.
La degeneración de la clase capitalista británica en jugadores especulativos, al haber vendido la plata de la familia a través de la privatización y la falta de inversión en la industria, también ha impulsado a un grupo de charlatanes interesados en sí mismos al primer plano político. El Brexit fue liderado por estos recién llegados oportunistas, que siguen en guerra con un ala más ‘seria’ que representa los intereses de las grandes empresas y la City.
Antes de las elecciones de 2019, Boris Johnson prorrogó el parlamento, pasando por encima de las convenciones democráticas en un intento de forzar un acuerdo de Brexit duro a través de un Parlamento bloqueado. Su mandato como primer ministro, lleno de escándalos, fue terminado por un golpe del establishment, seguido poco después por la destitución de su igualmente desastrosa sucesora, Liz Truss.
Después de pasar por dos primeros ministros en tres meses, los capitalistas británicos se vieron obligados a exponer su sistema ‘democrático’ como un fraude al imponer un ‘par de manos seguras’ (Rishi Sunak) sin un mandato electoral ni del país ni de su partido. Lo que esto revela es una debilidad, desunión y falta de confianza en sí mismos por parte de la clase dominante.
Las luchas dentro de los conservadores se llevan continuamente a la luz pública. Frente a un informe del Comité de Privilegios que concluyó que mintió sobre la celebración de fiestas ilegales en la residencia del primer ministro en 10 Downing Street durante el bloqueo de COVID-19 de 2020, Johnson renunció al Parlamento (aunque no antes de recompensar a un grupo de aliados con títulos nobles). Luego calificó inmediatamente al Comité de Privilegios como un “tribunal de feria” y un “asesinato político”. Sunak ni siquiera se atrevió a ordenar a su partido que votara para confirmar el informe del Comité de Privilegios, ni siquiera asistió a votar él mismo, por temor a una guerra civil explosiva con los aliados de Johnson.
Mucho se ha escrito en la prensa sobre el “legado vergonzoso” de Johnson, mientras que los diputados laboristas blairistas agitaron sus dedos. No importa que estas damas y caballeros hayan colaborado para ayudar a Johnson a llegar al poder en primer lugar, cuando la alternativa era el izquierdista reformista Jeremy Corbyn. Es revelador que la clase dominante no pudiera encontrar a nadie mejor que un mentiroso y fanfarrón conocido para neutralizar el movimiento Corbyn. Habiendo impulsado a Johnson y a sus seguidores, ahora tienen la tarea de limpiar la basura que esta turba ha dejado en sus instituciones.
Pero Johnson y su círculo no son un caso aislado. Westminster está lleno de mentirosos sórdidos, corruptos y criminales. Por ejemplo, una investigación el año pasado encontró que más de 50 diputados enfrentan acusaciones de conducta sexual inapropiada, en todos los partidos. Mientras tanto, el ala más oportunista del Partido Conservador, como la Secretaria de Estado de Interior Suella Braverman y el Vicepresidente Conservador Lee Anderson, acusan a los conservadores ‘convencionales’ de ser demasiado blandos, y se entregan a ataques viciosos de ‘guerra cultural’ contra los migrantes, las personas LGBT y otros grupos oprimidos para ganarse el favor de los elementos más retrógrados de la sociedad.
El declive prolongado del capitalismo británico no ha proporcionado a las masas una existencia digna. Sin soluciones reales, la clase dominante está desesperadamente dividida sobre cómo proceder. Y encima de eso, no se beneficia de representantes confiables para navegar por estos mares agitados. Por el contrario, las condiciones de confusión y decadencia favorecen el avance de arribistas y demagogos patéticos. No les importa la legitimidad del sistema en su conjunto, sino solo su propio avance personal, y se desgarran públicamente mientras abusan sin vergüenza de sus privilegios. Todo esto ayuda a convertir una situación mala en una aún peor.
Comprensiblemente, el público está cansado del espectáculo poco edificante. Un informe de la Oficina de Estadísticas Nacionales encontró que solo el 35 por ciento de la población del Reino Unido confía en su gobierno nacional.
Fuego, furia y decadencia senil
La situación no es mejor al otro lado del Atlántico. Después del ‘Fuego y Furia’ de la presidencia de Donald Trump, había algunas ilusiones de que Joe Biden restauraría un mínimo de decoro a Washington. Tales esperanzas han sido desmentidas.
El mandato de Biden comenzó con el asalto al Capitolio por parte de una turba de seguidores reaccionarios de Trump. Desde entonces, la polarización social y la desconfianza en el gobierno han permanecido altas, mientras que la profunda crisis del capitalismo estadounidense ha frenado varias promesas hechas durante la campaña electoral de Biden.
Con la inflación teniendo su impacto y la vida empeorando día a día, las apariciones públicas balbuceantes y confusas de Biden han hecho poco para restaurar la confianza en su régimen. También ha ayudado repetidamente a sus oponentes (no es que los republicanos tengan soluciones tampoco). Por ejemplo, intentar llegar a un acuerdo con el Departamento de Justicia de EE. UU. salvará a su hijo Hunter de la prisión, a cambio de declararse culpable de tres delitos federales para resolver cargos fiscales y de armas, lo que provocó acusaciones de corrupción y favoritismo.
Según el rastreador de aprobación presidencial de FiveThirtyEight, solo el 38,6 por ciento de los estadounidenses aprueba el trabajo que está haciendo Biden como presidente, y el 56,3 por ciento desaprueba. Y según Newsweek, el 40 por ciento del público todavía cree que las elecciones de 2020 fueron “robadas”.
Lejos de desaparecer, Trump ha explotado sus (hasta la fecha) tres acusaciones por varios cargos federales (desde el manejo de documentos clasificados hasta intentar revertir el resultado de las elecciones de 2020) para acusar a Biden, así como al fiscal especial del Departamento de Justicia, Jack Smith, de conspirar para evitar que se postule nuevamente en 2024.
Al igual que Johnson, Trump es un megalómano oportunista sin escrúpulos para arrastrar la legitimidad de la democracia burguesa por el barro para obtener ganancias personales. Los liberales burgueses juegan directamente en sus manos al usar instituciones estatales como el FBI y los tribunales en su contra, reforzando su imagen como enemigo del “establishment”.
Su acusación más reciente coincidió con un aumento de 13 puntos en su apoyo entre los votantes republicanos y lo vio alcanzar la paridad en las encuestas nacionales con el titular. La menos estúpida de la burguesía sabe que esto está sucediendo, pero parece incapaz de ayudarse a sí misma. Como escribió recientemente el Washington Post:
“Probablemente haya escuchado muchas veces hasta ahora que esto es único, que ningún expresidente ha enfrentado una, mucho menos más de una, acusación penal. Tal vez, antes de que se produjera este estado aparentemente inevitable de cosas, también asumió que estas acusaciones podrían finalmente interrumpir el apoyo político hasta ahora indiscutible de Trump. Que incluso si superaba otras crisis y escándalos, seguramente una acusación podría causar un daño político real.
“Hasta ahora, la historia de la contienda por la nominación republicana es que, si ha habido algún efecto en absoluto, ha sido aumentar la posición de Trump”.
Cada ataque de la clase dominante a Trump a través de sus instituciones solo fortalece el apoyo a Trump a los ojos de millones de estadounidenses para quienes estas instituciones están completamente desacreditadas. De hecho, todos los pilares del establishment estadounidense son considerados con creciente desprecio. Una encuesta de Gallup encontró que la confianza en 14 instituciones importantes (la Presidencia, la Corte Suprema, el Senado y el Congreso, etc.) promedió el 27 por ciento, el punto más bajo desde 1979.
Estas instituciones se enfrentan entre sí en beneficio de una u otra facción de la burguesía estadounidense, pero en detrimento de todos. Durante su presidencia, Trump chocó abiertamente con los servicios de inteligencia. La Corte Suprema (abarrotada de jueces de la derecha republicana) ha librado una guerra abierta con el ejecutivo demócrata, fallando en contra de los derechos al aborto, la acción afirmativa, la libertad de expresión LGBT y el alivio de la deuda estudiantil. Cualquier ilusión persistente de que la Corte Suprema sea un árbitro “neutral” de la justicia ha sido demolida.
La suma de todo esto se puede medir en datos de encuestas. El Centro de Investigación Pew encontró que el 24 por ciento de los estadounidenses dijo que podía confiar en el gobierno al menos la mayor parte del tiempo en 2022, en comparación con el 73 por ciento en 1958 y el 55 por ciento en 2001. El edificio entero de la democracia estadounidense está siendo golpeado por la pelea irresponsable en Washington.
Arrogancia
El problema central que atormenta al establishment es que los políticos burgueses se ven obligados por la crisis del capitalismo a llevar a cabo ataques contra la clase trabajadora, lo que socava su popularidad. Esto se ve agravado por la arrogancia de los líderes burgueses, cuya creencia en su derecho divino a gobernar inflama aún más el estado de ánimo en la sociedad. Hemos visto esto ocurrir recientemente en Francia en relación con la reforma de las pensiones.
El presidente Emmanuel Macron es la personificación de la arrogancia burguesa. También encabeza un gobierno débil, que carece de una mayoría en la Asamblea, lo que significa que se vio obligado a emplear el artículo 49.3 de la Constitución francesa para imponer un proyecto de ley para aumentar la edad de jubilación en dos años sin una votación. Esto echó gasolina al fuego de una huelga y un movimiento de protesta masiva que ya estaba alcanzando proporciones insurreccionales.
A pesar de lograr su objetivo inmediato, gracias a la debilidad de los burócratas sindicales y la izquierda política, la popularidad personal de Macron ha caído al nivel más bajo desde las protestas de los chalecos amarillos en 2018-2019, al 28 por ciento. Él se burló altivamente de esto, afirmando: “entre las encuestas de opinión a corto plazo y el interés más amplio de la nación, elijo (este último)”.
Y al mismo tiempo, advirtió que: “la multitud, en cualquier forma que tome, no tiene legitimidad frente a las personas que se expresan a través de sus representantes electos”.
Se ha demostrado a la gente que sus votos no valen nada, que sus opiniones no tienen importancia y que si se embarcan en el camino de la lucha, serán recibidos con garrotes y gas lacrimógeno. Entonces, ¿qué deben hacer?
Todo esto ha dado como resultado una situación en la que las masas consideran que la Quinta República y su presidente merecen el desprecio que se les tiene. Este estado de ánimo no se limita a Francia. En todas partes, las personas están viendo cómo sus ilusiones democráticas, construidas durante muchas décadas, se rompen descuidadamente. En última instancia, el costo político para la burguesía superará el beneficio de cualquier victoria política individual.
Intrigas y conspiraciones
Los cuerpos armados de hombres del capitalismo han gozado históricamente de aprobación generalizada por parte de las masas, ayudados por una propaganda incesante en los medios de comunicación, películas y televisión que retratan a la policía y al ejército como “los buenos”. Pero los acontecimientos están tomando su efecto.
El asesinato de George Floyd por Derek Chauvin en 2021 fue solo uno de una larga serie de asesinatos policiales de hombres afroamericanos en los Estados Unidos, y la ola de protestas que provocó tuvo la mayor participación de cualquier movimiento similar en la historia de Estados Unidos. En Francia, solo necesitamos señalar los disturbios masivos que estallaron hace apenas unas semanas después del tiroteo de un adolescente franco-argelino para ver que el mismo sentimiento hacia la policía está desarrollándose allí. Y en Gran Bretaña, los últimos años han revelado un lodazal de abuso y corrupción en el corazón mismo de la policía.
La Policía Metropolitana en particular ha sido revelada como un estercolero, albergando a violadores y asesinos notorios como David Carrick y Wayne Couzens. El Informe Casey de 2023 calificó a la Metropolitana de “institucionalmente racista, sexista y homofóbica”, y de “no apta para su propósito”. Poco antes de su publicación, la Comisaria de la Metropolitana, Cressida Dick, se jubiló en desgracia, dejando tras de sí una serie de acusaciones de mala gestión, corrupción y colusión con el Partido Conservador. Como era de esperar, la confianza en la Metropolitana cayó del 70 por ciento en 2016 al 45 por ciento en 2022.
Increíblemente, el exdirector de la Oficina Independiente de Conducta Policial (IOPC), Michael Lockwood, que ocupó este cargo hasta diciembre del año pasado, ha sido acusado de violar a una menor en la década de 1980. Mientras la policía ofrece refugio seguro para violadores y asesinos, incluso el organismo ‘independiente’ encargado de vigilar el mal comportamiento policial estuvo dirigido por un hombre acusado de horrendos delitos sexuales. ¿Quién vigilará a los vigilantes?
La disminución del apoyo a la policía es un problema especialmente agudo para la clase dominante, que anticipa una intensificación de la lucha de clases en el futuro, de ahí el renovado ataque de los Tories a las libertades civiles con una serie de proyectos de ley para aumentar los poderes policiales. No podrán confiar en la conformidad pública en la misma medida que en el pasado.
Otras secciones de los cuerpos armados del Estado también han visto afectadas sus reputaciones. Varias desastrosas aventuras militares y la retirada fallida de Afganistán han disminuido el apoyo a las fuerzas armadas de Estados Unidos.
Pew informa que la proporción de estadounidenses que expresan una “gran confianza” en las fuerzas armadas para “actuar en el mejor interés del público” ha caído 14 puntos desde noviembre de 2020, del 39 al 25 por ciento. Incluso entre los republicanos (que suelen ser firmemente a favor del ejército), la aprobación a las fuerzas armadas cayó del 81 al 71 por ciento entre 2021 y 2022, según Gallup. Esto refleja y contribuye a una falta de entusiasmo público por la guerra, lo que limita el imperialismo estadounidense para imponer su voluntad en el escenario mundial.
La policía y las fuerzas armadas no son las únicas instituciones respetadas que están bajo fuego. La reputación de la Familia Real Británica ha sufrido una serie de escándalos en los últimos años, incluida la vergonzosa caída en desgracia del príncipe Andrés, luego de evidencia de relaciones con Jeffrey Epstein (una investigación de la Metropolitana sobre esto fue misteriosamente abandonada). La continuación de la disputa entre el príncipe Harry y su familia también ha sido un debacle embarazoso para los Windsor.
Una encuesta realizada por el Centro Nacional de Investigación Social sobre el enfoque hacia la coronación del Rey Carlos III encontró que solo el 29 por ciento de los británicos considera que la monarquía es “muy importante”: la proporción más baja registrada, frente al 35 por ciento desde 2022. Entre los jóvenes de 18 a 34 años, la cifra fue de solo el 12 por ciento. Esta actitud se reflejó en el efímero efecto de la muerte de la Reina Isabel II, que después de una semana o dos de “duelo nacional” impuesto, fue en su mayoría olvidado.
El hecho de que sus (muy humanos) asuntos personales sean arrastrados a la vista pública está arruinando el carácter distante y místico de la monarquía, debilitando el potencial de la institución como punto de apoyo para la reacción en caso de un aumento revolucionario.
Además, años de delitos y corrupción acumulados han disminuido la autoridad moral de las instituciones religiosas. Si bien la Iglesia Católica es conocida por los escándalos de abuso, no es la única culpable. Recientemente se anunció que el Consejo del Arzobispo, el principal órgano de la Iglesia de Inglaterra, había despedido a la Junta Independiente de Salvaguardia (ISB) creada para supervisar cómo la Iglesia maneja los casos de abuso. El ISB saliente se quejó de que la Iglesia había interferido en su trabajo hasta el punto de que no podía funcionar.
No es sorprendente que, por primera vez en la historia, una minoría de británicos se consideren cristianos, un 46,2 por ciento en 2021, lo que representa una caída de 13 puntos porcentuales en una década. Incluso en Estados Unidos, un país tradicionalmente bastante religioso, donde el lobby cristiano representa una poderosa fuerza política, la piedad está en declive. El número de estadounidenses que se identifican como cristianos ha disminuido en seis puntos porcentuales desde 2017 (según Gallup).
Mentiras, propaganda y guerras culturales
El papel de los medios de comunicación como brazo de propaganda de diferentes facciones de la clase dominante se está volviendo cada vez más evidente. Un puñado de multimillonarios reaccionarios controlan las plataformas mediáticas tradicionales y nuevas más grandes. Estos magnates moldean el panorama mediático a su gusto, asegurando que se dirija un flujo interminable de veneno contra los trabajadores y la izquierda mientras se defienden los intereses capitalistas.
También se benefician de estrechos vínculos con la élite política. La última fiesta anual en el jardín de Rupert Murdoch reunió a una lista de figuras importantes del establishment de Westminster, incluidos Sunak, el líder laborista Sir Keir Starmer, la Canciller de la Oposición Rachel Reeves y el Alcalde de Londres Sadiq Khan, lo que muestra claramente las credenciales de establishment de la dirección laborista de derecha.
También hay una puerta giratoria entre los medios de comunicación y los salones del poder. Boris Johnson tiene una columna en el periódico de derecha Daily Mail. El ex canciller conservador y arquitecto de la austeridad, George Osbourne, fue editor del Evening Standard, por ejemplo.
No solo las plataformas de propiedad privada abiertamente partidistas como Fox News, sino también los organismos estatales “imparciales” como la BBC están revelando cada vez más su lealtad al establishment político.
Un ejemplo revelador en abril de este año fue cuando el ex presidente de la BBC, Richard Sharp, se vio obligado a renunciar después de que se descubriera que había co-firmado un préstamo de £800.000 para nada menos que Boris Johnson. En varias ocasiones, la BBC cedió a la presión de la derecha Conservador para suprimir críticas percibidas, mientras que ningún estándar similar limita los ataques contra izquierdistas y trabajadores en huelga. Sin mencionar décadas de ocultar comportamientos sórdidos de grandes estrellas, puestos en el punto de mira por la reciente polémica en torno al presentador de noticias Huw Edwards, a quien el igualmente corrupto periódico The Sun acusa de haber pagado una suma de cinco cifras por imágenes sexuales de una joven de 17 años.
En el pasado, las masas habrían aceptado en gran medida las noticias de su periódico o programa de noticias preferido como moneda de buena fe. En la actualidad, la gente está convencida de que se les está mintiendo. En 2003, el 80 por ciento de los británicos confiaban en la BBC para decir la verdad. Hoy, la cifra ha caído al 38 por ciento. Apenas el 34 por ciento de los estadounidenses confían en los medios de comunicación masivos para informar las noticias “completamente, con precisión y justicia”, un nivel casi récord bajo según Gallup.
La falta de una explicación clara y basada en clases por parte de la izquierda ha abierto el campo para que los periódicos reaccionarios y los demagogos de pequeña escala exploten el escepticismo justificado al difundir teorías de conspiración, mentiras y chovinismo reaccionario. El único propósito de esta basura es distraer a las personas de la verdadera fuente de los problemas de la sociedad: el capitalismo en crisis.
Un ejemplo reciente particularmente forzado vio al periódico conservador The Telegraph afirmar que los profesores en el Rye College en Essex estaban permitiendo que los escolares “se autoidentificaran como gatos… caballos, dinosaurios e incluso lunas”, en un extraño ataque con mensaje cifrado contra las personas transgénero. La polémica incluso llevó a una carta oficial a Ofsted por parte de la Ministra de Igualdades, Kemi Badenoch, exigiendo una inspección de la escuela. Es un testimonio de la disfunción del capitalismo y sus órganos que se presente obvias tonterías como distracción del precario estado de la sociedad.
El ala liberal del establishment, por su parte, no entiende nada; y en cualquier caso, está demasiado desacreditada para defenderse. Además, acaba propagando sus propias teorías de conspiración: como culpar constantemente a su propia disminución de popularidad por la interferencia rusa, la influencia nefasta de las redes sociales o una histeria masiva inexplicable. En un artículo para The Guardian sobre el aumento de las teorías de conspiración, uno de estos comentaristas liberales escribe:
“En un mal día, parece que nuestra política ahora consiste nuevamente en un centro lleno de tecnócratas aburridos, con, a ambos lados, culturas salvajes de prejuicio y paranoia, que suman al aparentemente creciente número de voces que afirman que el negocio mundano de la democracia no es más que un engaño”.
El problema es que el autor está hablando de Gran Bretaña: un país donde el Primer Ministro fue designado en un golpe de palacio a instancias de los mercados; donde ambos partidos principales tienen un consenso en llevar a cabo la austeridad y los ataques a los trabajadores; y donde los medios de comunicación y la policía han colaborado demostrablemente con el gobierno por interés mutuo. ¡El “negocio mundano de la democracia” es un engaño! Nadie confía en una palabra de lo que se les dice, y nadie está presentando una alternativa.
Depresión democrática
Estamos viviendo un período en el que los principios morales, ideológicos y democráticos elementales de la sociedad se están desmoronando. Los ricos son más ricos que nunca, mientras que el resto de nosotros rara vez lo ha tenido peor. Los líderes políticos de la clase capitalista pelean como gatos en un saco. Instituciones antes sagradas huelen a abuso y corrupción. Los medios de comunicación públicos y los periódicos respetados en los llamados “países libres” apenas ocultan su papel como propaganda del establishment.
Mientras tanto, los ataques contra la clase trabajadora continúan aumentando la polarización y la tensión en la sociedad. Martin Wolf, comentarista principal de economía en el Financial Times, acaba de escribir un libro llamado “La crisis del capitalismo democrático”. Como un representante más perspicaz de la clase dominante, al menos tiene alguna idea de la situación que enfrentan los capitalistas en los próximos años. Escribe:
“Hoy, al igual que a principios del siglo XX, vemos cambios enormes en el poder global, crisis económicas y la erosión de democracias frágiles… el mundo está en una ‘recesión democrática’. ¿Qué tan cerca podría estar de una depresión democrática, en la que la democracia se subvierte incluso en estados donde se pensaba que era sólida desde hace mucho tiempo? El capitalismo de mercado, también, ha perdido su capacidad para generar aumentos ampliamente compartidos en la prosperidad en muchos países…
“Las democracias liberales de hoy son las sociedades más exitosas en la historia humana, en términos de prosperidad, libertad y bienestar de su gente. Pero también son frágiles. Descansando en el consentimiento, requieren legitimidad. Entre las fuentes más importantes de legitimidad se encuentra la prosperidad ampliamente compartida. Una gran parte de la razón de la erosión de la confianza en las élites ha sido, en consecuencia, una disminución económica relativa a largo plazo de partes significativas de las clases trabajadora y media, empeorada por los impactos económicos, en particular la crisis financiera global”.
Esto es completamente cierto, pero los capitalistas no tienen una solución. Si bien las crisis nunca siguen una línea descendente ininterrumpida, no habrá un retorno a la prosperidad general, ni se restaurará la legitimidad de las instituciones capitalistas.
Una parte significativa de las masas está empezando a comprender que las instituciones del orden burgués no son aptas para su propósito. No pueden reformarse, sino que deben ser derrocadas.
El asco justificado que sienten las masas hacia el viejo orden debe ser canalizado hacia la tarea de construir una sociedad nueva y mejor. Los burócratas y traidores de la clase capitalista al frente de las organizaciones reformistas serán cada vez más expuestos y arrastrados por la marea creciente de la lucha de clases en el próximo período.
A medida que se agudizan las líneas de clase en la sociedad, nosotros, los comunistas, debemos declarar una guerra de clases implacable contra el capitalismo y todas sus instituciones.
El 24 de octubre de 1929 estalló el pánico en la gran bolsa de Nueva York. 12,894,650 acciones cambiaron de manos, muchas a precios de saldo. El jueves 29 de octubre Wall Street comenzó su prolongado declive. El crack de Wall Street se divide en dos épocas: la alegre “época del jazz” de los años veinte y los años treinta, la década de la depresión. Millones de personas pasaron hambre y miserias durante los siguientes diez años, una dureza que terminó con el horror de la guerra mundial. ¿Cuál es la relación? ¿Y cuáles son las enseñanzas para el futuro inmediato, ahora que entramos en una nueva recesión global? De esto habla Oscar Martínez de Lucha de Clases, la Corriente Marxista Internacional en el Estado Español.
Se inicia 2022 y los gritos de “Feliz año nuevo” suenan vacíos para la mayoría de las personas, porque la mayoría de las personas no son felices en absoluto. En el pasado, en tiempos difíciles, se buscaba consuelo en la religión. Pero hoy en día, las iglesias están vacías.
La gente ha tendido a refugiarse en los bares, o quizás en el cine, que se ha convertido en algo así como un moderno opio del pueblo. Pero dado que muchos cines están cerrados, hay quienes buscan consuelo en su televisor.
En esta época del año, los grupos de medios de comunicación de todo el mundo obsequian a sus espectadores con un regalo especial: la repetición interminable de los antiguos éxitos de taquilla de Hollywood.
Muchas de estas películas antiguas tienen un carácter abiertamente religioso. Como si de dar respuesta a la alarmante disminución de la asistencia a la iglesia se tratara, desde las esferas mediáticas se intenta inculcar algún elemento espiritual en las celebraciones de fin de año, trayendo a Dios a nuestros hogares a través del milagro moderno de la pantalla.
Este milagro es mucho más notable que cualquier cosa que se pueda leer en la Biblia, que nos informa que Dios es una presencia misteriosa y completamente invisible. Ocasionalmente, muy ocasionalmente, se pone a disposición de ciertos privilegiados, aunque de forma indirecta (generalmente hablada).
Gracias a los magos de Hollywood, millones de personas han contemplado la presencia del Todopoderoso, quien evidentemente tiene un extraño parecido con Charlton Heston, el conocido actor de roles religiosos, republicano de derecha y ex presidente de la Asociación Nacional del Rifle de EE.UU. (NRA).
Fuera quien fuera el Dios en el que creía el Sr. Heston, ciertamente no era el Dios de la Paz. El 20 de mayo de 2000, en la 129 convención de la NRA, el actor blandió un ‘Winchester’ (fusil de chispa de la época de la Guerra Revolucionaria) y repitió su famosa frase: “solo me lo quitarán de mis manos frías y muertas”.
Y cuando finalmente fue a encontrarse con su Hacedor el 5 de abril de 2008, a la avanzada edad de 84 años, sus manos estaban lo suficientemente calientes como para sostener no solo un viejo mosquete, sino también una respetable fortuna valorada en 40 millones de dólares.
“Y Dios vio las buenas ganancias que se obtendrían de la venta de armas de destrucción, y vioque era bueno.
“Y Dios dijo:
“Paz en la tierra, para los hombres de buena voluntad”
– Pero no demasiada, ya que es mala para el negocio…
La amenaza del Robot Loco
Para animarnos después de este macabro e interminable torrente de religiosidad, los magnates de la televisión se apresuran a invitarnos a una serie igualmente infinita de películas de desastres, en las que el mundo se ve amenazado con la destrucción horrible de una forma u otra. Un tema recurrente en estas películas es que el mundo pronto será dominado por robots.
La idea de que la inteligencia artificial representa una amenaza para los humanos y que las máquinas ‘inteligentes’ desplazarán a hombres y mujeres, ha reemplazado a los más ingenuos espíritus malignos, vampiros y monstruos de Frankenstein como tema de las películas de terror. Pero esto no es solo fantasía, un producto de los oscuros recovecos de la psique humana, tiene una base material muy real.
Los espectaculares avances de la ciencia y la tecnología, lejos de ser una bendición, se ven como una maldición. Estos desarrollos deberían lógicamente significar una reducción de la jornada laboral y, por lo tanto, un futuro en el que la esclavitud podría reemplazarse por una mayor libertad, permitiendo el máximo desarrollo del potencial de las personas.
Pero la realidad es muy diferente.
Karl Marx explicó hace mucho tiempo que, bajo el capitalismo, la introducción de nueva maquinaria conduce inevitablemente a un aumento del desempleo y a más horas de trabajo para quienes todavía lo tienen. Millones de trabajadores se enfrentan a la pérdida de su empleo como resultado de la automatización y la nueva tecnología.
El problema es que fuerzas invisibles e incontrolables ya han tomado el control de nuestras vidas y destinos, que ahora se enfrentan a una amenaza existencial, en comparación con la cual todos los Terminators, Tiburones y Frankensteins palidecen hasta convertirse en insignificantes. Estas fuerzas invisibles son la mano oculta del mercado.
En el mundo de pesadilla de Terminator, ‘cosas’ (máquinas, robots) se han apoderado del mundo y están esclavizando a las personas. Pero, de hecho, esta pesadilla de la ficción ya es una realidad. En nuestro tiempo, las personas se reducen al nivel de las cosas, y las cosas (especialmente el dinero) se elevan por encima del nivel de las personas, convirtiéndose en fuerzas todopoderosas que dominan nuestras vidas y determinan nuestros destinos. En el mundo del declive capitalista, la alienación ha aumentado a un grado nunca antes visto en la historia.
La mayoría de la gente ya es consciente de que nuestro mundo se enfrenta de hecho a la destrucción, pero no a los Terminators (I, II o III) ni a las siniestras naves espaciales enviadas por las fuerzas malignas del planeta Zog, sino a un peligro mucho más cercano a nosotros.
Nubes oscuras se ciernen sobre la humanidad. Lejos de mirar al futuro con optimismo, la gente siente un temor creciente por el futuro del mundo.
El miedo irracional a un mundo dominado por entidades deshumanizadas que esclavizan a la raza humana está fuera de lugar, porque estas imágenes alarmantes son en realidad un fiel reflejo del mundo en el que realmente vivimos.
De hecho, ya vivimos en el mundo de Terminator. Esa criatura aterradora es solo un reflejo distorsionado en nuestras mentes de la realidad que nos rodea: un mundo alienado e irracional, que la gente no puede entender.
En un mundo así, el pensamiento racional no está de moda. La razón se convierte en sinrazón. Como dijo Lenin una vez, un hombre al borde de un acantilado no razona. En un mundo así, es mejor no pensar en absoluto. El vacío de la filosofía burguesa moderna refleja perfectamente esta idea, como en los vacíos tópicos del posmodernismo.
En lugar de enfrentarnos a los problemas reales, se nos invita a ir al cine y preocuparnos por ser devorados vivos por algún pobre tiburón que accidentalmente se ha extraviado demasiado cerca de una playa donde los humanos están nadando. O sobre robots locos que toman el poder, o fuerzas invisibles que controlan nuestras vidas.
Tiburón, o el peligro de los tiburones de tierra
Una variante común de las películas de catástrofes es la de animales monstruosos que obtienen un gran placer (y una fuente de proteínas muy útil) al devorar humanos indefensos.
Un ejemplo es la conocida serie de películas Tiburón, cuya estrella es un tiburón de proporciones monstruosas y un nivel extraordinario de inteligencia (o de baja astucia animal, si se prefiere) que aterroriza a los seres humanos pacíficos cuyo único deseo es pasar unas agradables vacaciones de verano en la playa de Amity Island, frente a la costa de Nueva Inglaterra.
Al final, después de muchas aventuras aterradoras, acompañadas por el ritmo insistente y siniestro de la conocida música, la feroz bestia finalmente es derrotada. Los surfistas están encantados, y las agencias de viajes, los hoteleros y el alcalde local aún más. Bien está lo que bien acaba…
Excepto para el desafortunado tiburón, por supuesto. Como villano de la obra, obtuvo su merecido, ¿es así? ¿o no? Creo que fue el poeta Coleridge quien dijo que la literatura era “la suspensión voluntaria de la incredulidad”. Y eso es completamente cierto en las películas de Hollywood. Se nos invita a dejar nuestras facultades críticas en la taquilla y, con demasiada frecuencia, nuestro sentido lógico es puesto patas arriba.
Tomemos el caso de Tiburón. ¿Cuántos humanos son atacados por tiburones cada año? Según las fuentes oficiales, ha habido unos 441 ataques fatales de tiburones entre 1958 y 2019, lo que parece mucho, pero solo causa alrededor de siete muertes por año de media.
Sin embargo, ¿cuántos tiburones matan los humanos? Resulta que los humanos llegan a matar 100 millones de tiburones cada año. Es decir, 11.416 tiburones mueren en todo el mundo cada hora. Eso es aproximadamente de dos a tres tiburones por segundo. Todos los principales países pesqueros utilizan prácticas de pesca destructivas que han sido, en gran parte, responsables de la disminución del 70 por ciento de las poblaciones mundiales de tiburones durante los últimos 50 años.
El sistema capitalista está destruyendo sistemáticamente nuestro planeta, envenenando el aire que respiramos, los alimentos que comemos y el agua que bebemos. Es la loca persecución de ganancias de las corporaciones gigantes lo que está diezmando las selvas tropicales del Amazonas, contaminando los océanos con plásticos y otros químicos dañinos. Está amenazando a especies enteras con la extinción, no solo a los tiburones, sino a la propia raza humana.
Pandemia
Unas semanas antes de Navidad, la clase dominante se mostraba triunfante. La prensa se llenaba de buenas noticias. La ciencia había triunfado sobre el perverso virus COVID-19. ¡Volvíamos a la normalidad! ¡Viva la vacuna!
Pero como en Tiburón II:
“Justo cuando pensabas que era seguro volver al agua …”
Dijo una vez Berthold Brecht: “El que ríe aún no ha escuchado las malas noticias”. Enseguida hubo que cambiar los titulares de las noticias. Ahora, los analistas predicen que más millones de personas morirán a causa de la COVID-19 en 2022.
El problema surgió con la aparición de Ómicron, la última variante preocupante, detectada por primera vez en Sudáfrica. En solo un par de semanas, se extendió a casi todos los países del mundo, convirtiéndose rápidamente en la variante dominante en varios países, incluidos Gran Bretaña, Dinamarca, Noruega y partes del sur de África.
No cabe duda de que Ómicron pronto reemplazará a Delta, la variante que actualmente causa la mayoría de los casos a nivel mundial. Un primer estudio basado en datos sobre la propagación de Ómicron en Gran Bretaña encontró que cada infección tiende a producir al menos tres más.
Eso es similar a la velocidad a la que el virus se extendió en Europa en la primera ola de la pandemia a principios de 2020, antes de que las vacunas estuvieran disponibles o se impusieran contramedidas. La respuesta oficial de muchos gobiernos es alegar que, aunque la nueva cepa se propaga con una rapidez alarmante, es menos virulenta que la Delta y es menos probable que cause una enfermedad grave o la muerte, especialmente si las personas están vacunadas.
Sea como fuere, este nuevo escenario tiene graves consecuencias para el mundo entero en 2022. La noticia del nuevo brote provocó inmediatamente fuertes caídas en las bolsas de valores. Ha trastornado todos los cálculos optimistas anteriores e introducido un nuevo nivel de incertidumbre que tendrá repercusiones negativas, obstaculizando la inversión y el crecimiento.
Incluso sin este nuevo desarrollo, las perspectivas para 2022 eran sombrías, con previsiones de caída del nivel de vida y un aumento de las dificultades para millones de personas. Ahora la perspectiva será mucho peor para la mayoría de la población, al tiempo que “los peces gordos” engordan aún más y el abismo entre ricos y pobres se hace infranqueable. Ese es un escenario para una explosión de lucha de clases en todas partes.
La pandemia mundial ha servido para exponer profundas fallas en la sociedad. Ha resaltado cruelmente todos los defectos del capitalismo, que es orgánicamente incapaz de librar una batalla seria contra un virus que está destruyendo la vida de millones de personas pobres.
Los científicos repiten constantemente que la única forma de vencer la pandemia es asegurarse de que todos los hombres, mujeres y niños del planeta estén vacunados. Pero ¿por qué no se hace eso?
Mientras se permita que el virus exista en los barrios marginales de la India o en las aldeas de África, continuará desarrollando mutaciones nuevas y cada vez más peligrosas que se extenderán rápidamente a todos los países, como demuestra el caso de Ómicron.
Los grandes logros de la ciencia y la tecnología modernas han creado la base material para un mundo nuevo, un mundo en el que la pobreza, el hambre y el desempleo podrían ser pesadillas del pasado. Ofrece una visión de progreso infinito para la humanidad.
Los marxistas han sostenido durante mucho tiempo que las dos barreras fundamentales para el progreso humano son, por un lado, la propiedad privada de los medios de producción (es decir, la producción con fines de lucro privado, no para satisfacer las necesidades de la humanidad); y, por otro lado, esa monstruosa reliquia de la barbarie, que es el Estado nación.
Un plan socialista de producción y planificación internacional es incontestable, por la sencilla razón de que los virus no reconocen las fronteras nacionales. A menos que y hasta que estos obstáculos no sean eliminados por medios revolucionarios, no se podrá encontrar ninguna solución a los problemas más urgentes del planeta.
La solución está en nuestras manos.
Espacio: la nueva frontera
El colosal potencial de la ciencia y la tecnología se reveló el día de Navidad, cuando el telescopio James Webb dejó la Tierra para llevar a cabo su misión de explorar las áreas más remotas del universo.
Webb es el sucesor del telescopio Hubble. Pero será mucho más potente que su predecesor, 100 veces más potente, para ser exactos. Esto es importante por muchas razones, pero quizás la más importante de todas es el hecho de que el nuevo observatorio podrá penetrar los confines más lejanos del universo conocido y, por lo tanto, también, mirar hacia un pasado muy remoto.
Esto significa que podrá transmitir imágenes de un período en el que se dice que las primeras estrellas terminaron con la oscuridad que, según las teorías imperantes, envolvió el cosmos poco después del Big Bang, ocurrido supuestamente hace 13,8 mil millones de años.
El modelo cosmológico más ampliamente aceptado, llamado modelo inflacionario, se introdujo por primera vez a finales de la década de 1970 para explicar las contradicciones en las versiones anteriores de la teoría. Afirma que el universo nació de una gigantesca explosión de materia y energía que llenó todo el universo en una micro-fracción de segundo.
“La idea de la inflación ha sido tremendamente influyente”, señalaba Robert P. Kirshner, astrofísico de la Universidad de Harvard. “No se ha encontrado ninguna observación que demuestre que está equivocada”. Pero, agregó, “eso no significa, por supuesto, que sea correcta”. (National Geographic News, 25 de abril de 2002)
De hecho, esta teoría todavía presenta muchos problemas serios, entre ellos el hecho de que contradice una de las leyes más fundamentales de la física: a saber, que la materia no se puede crear ni destruir.
La vieja ley: ex nihilo nihil fit (nada surge de la nada) representa un serio obstáculo para quienes sostienen que antes del Big Bang no había materia, ni energía, ni espacio, ni tiempo. Para que algo así sucediera, se necesitarían cantidades de energía verdaderamente inimaginables. ¿De dónde vino toda esta energía?
Solo puede haber una explicación, que nos aleja del ámbito de la ciencia y nos lleva al nebuloso mundo de la religión. Sería ni más ni menos que una versión moderna del mito de la Creación, como se expresa en las primeras palabras del Génesis:
“En el principio, Dios creó el cielo y la tierra”.
No es casualidad que el Big Bang haya sido aceptado como dogma de la Iglesia, ni que la versión original fuera inventada por un sacerdote católico romano, Georges Lemaître. Ahora, por fin, tendremos una prueba clara e irrefutable de la teoría existente, la única prueba que realmente cuenta: la prueba de la observación real. Sin duda, los hombres del Vaticano estarán observando los resultados con interés, al igual que los marxistas, pero desde el punto de vista opuesto.
Es imposible saber qué revelarán estas observaciones. Es muy posible que haya habido algún tipo de explosión o, de hecho, muchas explosiones. Pero lo que no verán es el comienzo del tiempo, el espacio y la materia, que no tienen principio ni fin. En cambio, verán el tenue contorno de cada vez más estrellas y galaxias, extendiéndose hasta el infinito.
Eso es lo que creo firmemente, como materialista. ¿Pero quién sabe? Puedo estar equivocado. Quizás se vea el acto de la Creación, como lo describe el Libro del Génesis. Con un poco de suerte, incluso se podría vislumbrar al mismísimo Creador Divino, trabajando duramente para crear todo de la nada en un instante.
En ese caso, me veré obligado a hacer otra predicción. El Ser Supremo tendrá una larga barba blanca y tendrá un parecido sorprendente con Charlton Heston. Y no tendremos ningún problema en comunicarnos con Él, ya que habla un inglés perfecto con acento norteamericano.
¿Cómo sé esto?
¡Muy fácil!
Lo vi en las películas.
Londres, 2 de enero de 2022.
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Posdata
Y finalmente: aquí está la reflexión para el nuevo año:
Si los tiburones fueran hombres, de Berthold Brecht
“-Si los tiburones fueran hombres -preguntó al Sr. K. la hija pequeña de su patrona-, ¿se portarían mejor con los pececitos?
-Claro que sí -respondió el señor K.-. Si los tiburones fueran hombres, harían construir en el mar cajas enormes para los pececitos, con toda clase de alimentos en su interior, tanto plantas como materias animales. Se preocuparían de que las cajas tuvieran siempre agua fresca y adoptarían todo tipo de medidas sanitarias. Si, por ejemplo, un pececito se lastimase una aleta, en seguida se la vendarían de modo que no se les muriera prematuramente a los tiburones. Para que los pececitos no se pusieran tristes habría, de cuando en cuando, grandes fiestas acuáticas, pues los pececitos alegres tienen mejor sabor que los tristes. También habría escuelas en el interior de las cajas. En esas escuelas se enseñaría a los pececitos a entrar en las fauces de los tiburones. Estos necesitarían tener nociones de geografía para mejor localizar a los grandes tiburones, que andan por ahí holgazaneando. Lo principal sería, naturalmente, la formación moral de los pececitos. Se les enseñaría que no hay nada más grande ni más hermoso para un pececito que sacrificarse con alegría; también se les enseñaría a tener fe en los tiburones, y a creerles cuando les dijesen que ellos ya se ocupan de forjarles un hermoso porvenir. Se les daría a entender que ese porvenir que se les auguraba sólo estaría asegurado si aprendían a obedecer. Los pececillos deberían guardarse bien de las bajas pasiones, así como de cualquier inclinación materialista, egoísta o marxista. Si algún pececillo mostrase semejantes tendencias, sus compañeros deberían comunicarlo inmediatamente a los tiburones.
Si los tiburones fueran hombres, se harían naturalmente la guerra entre sí para conquistar cajas y pececillos ajenos. Además, cada tiburón obligaría a sus propios pececillos a combatir en esas guerras. Cada tiburón enseñaría a sus pececillos que entre ellos y los pececillos de otros tiburones existe una enorme diferencia. Si bien todos los pececillos son mudos, proclamarían, lo cierto es que callan en idiomas muy distintos y por eso jamás logran entenderse. A cada pececillo que matase en una guerra a un par de pececillos enemigos, de esos que callan en otro idioma, se les concedería una medalla al coraje y se le otorgaría además el titulo de héroe.
Si los tiburones fueran hombres, tendrían también su arte. Habría hermosos cuadros en los que se representarían los dientes de los tiburones en colores maravillosos, y sus fauces como puros jardines de recreo en los que da gusto retozar. Los teatros del fondo del mar mostrarían a heroicos pececillos entrando entusiasmados en las fauces de los tiburones, y la música sería tan bella que, a sus sones, arrullados por los pensamientos más deliciosos, como en un ensueño, los pececillos se precipitarían en tropel, precedidos por la banda, dentro de esas fauces.
Habría asimismo una religión, si los tiburones fueran hombres. Esa religión enseñaría que la verdadera vida comienza para los pececillos en el estómago de los tiburones.
Además, si los tiburones fueran hombres, los pececillos dejarían de ser todos iguales como lo son ahora. Algunos ocuparían ciertos cargos, lo que los colocaría por encima de los demás. A aquellos pececillos que fueran un poco más grandes se les permitiría incluso tragarse a los más pequeños. Los tiburones verían esta práctica con agrado, pues les proporcionaría mayores bocados. Los pececillos más gordos, que serían los que ocupasen ciertos puestos, se encargarían de mantener el orden entre los demás pececillos, y se harían maestros u oficiales, ingenieros especializados en la construcción de cajas, etc.
En una palabra: habría por fin en el mar una cultura si los tiburones fueran hombres.”
En todo el mundo, las empresas se están enfrentando a una grave escasez de trabajadores, provocando un estancamiento de la producción y una ruptura de las cadenas de suministro. El mercado capitalista significa anarquía y crisis. Solo la planificación socialista puede ofrecer un camino a seguir.
La escasez de mano de obra es un problema creciente en todo el mundo y en una variedad de industrias. Es simplemente una expresión de la aguda crisis del capitalismo actual.
Como si ya no hubiera suficientes conflictos a los que se enfrenta la clase capitalista, ahora tienen que lidiar con el creciente problema de la escasez de mano de obra. Aparentemente hay demasiados puestos vacantes, pero muy pocos trabajadores para cubrirlos. De hecho, en algunas industrias esta escasez está demostrando ser casi paralizante y es un factor clave que contribuye al problema del colapso de las cadenas de suministro.
Los capitalistas lo achacan al devastador impacto de la pandemia, que dislocó a toda la economía mundial y aún no se ha recuperado, y puede que nunca vuelva a la “normalidad”. Pero la verdadera responsabilidad recae en el propio sistema capitalista, un sistema anárquico plagado de crisis, que es incapaz de satisfacer las necesidades de la sociedad.
Conductores y transporte
En los últimos meses, este problema se ha sentido más agudamente en Gran Bretaña, donde la escasez de conductores de vehículos pesados se ha descontrolado. En la actualidad, hay una escasez de más de 100.000 conductores en el Reino Unido, de un total de aproximadamente 600.000 conductores antes de la pandemia.
El Brexit agravó en parte este problema. De estos 600.000 camioneros, decenas de miles eran conductores de la UE. Con las nuevas restricciones a la libertad de movimiento tras el Brexit, la facilidad para vivir, trabajar y viajar entre la Europa continental y Gran Bretaña se ha vuelto cada vez más complicada. Esto ha interrumpido el suministro constante de inmigrantes de la UE de los que dependían muchas empresas británicas.
La actual escasez de conductores también se ha visto agravada por un enorme retraso en las pruebas de licencia de conductores de vehículos pesados, ya que se cancelaron 28.000 pruebas durante el transcurso de la pandemia. Se necesita casi un año de preparación para el permiso de conductor de vehículos pesados, por lo que la escasez durará todavía un tiempo.
Pero una de las causas más fatales es simplemente la devastación del sector del transporte desde hace muchos años. Las condiciones laborales y salariales se han reducido, con largas jornadas, sin pausas para ir al baño y el maltrato en los almacenes se ha convertido en la norma. Estas malas condiciones han obstaculizado durante mucho tiempo la contratación. Más de la mitad de los conductores tienen más de 45 años.
Solo recientemente, tras meses de peticiones por parte de la Asociación de Transporte por Carretera, las empresas de logística y las cadenas de supermercados, el gobierno conservador cedió finalmente y emitió 5.000 visas de corto plazo. Pero estas solo son válidas hasta febrero. Es como una tirita que se pega a una herida abierta. De hecho, por el momento, el gobierno ha tenido que recurrir al ejército para conducir camiones de gasolina, tras una grave escasez. La reciente crisis del combustible provocó colas kilométricas, con caravanas de automóviles siguiendo a los camiones cisterna en una búsqueda desesperada de gasolina.
Comida y carne
Esta escasez de mano de obra no es exclusiva del transporte, aunque este sector personifica los problemas al que se enfrentan muchas empresas. La falta de trabajadores también está afectando a la industria alimentaria. Los agricultores no pueden encontrar trabajadores para recoger verduras, que se están pudriendo en los campos. También hay un excedente estimado de 100.000 cerdos, debido a la enorme escasez de carniceros cualificados en los mataderos, por lo que muchos animales son sacrificados prematuramente.
Incluso las profesiones de cuello blanco se han visto afectadas, con escasez en las principales firmas de contabilidad, derecho y consultoría. Y dada la gran demanda de todo tipo de trabajadores, ¡ahora también hay escasez de agencias de empleo!
Problema internacional
Este problema de grave escasez de mano de obra no solo afecta a Gran Bretaña. Es una tendencia mundial, que está empezando a afectar a un país tras otro. Por lo tanto, es evidente que deben intervenir otros factores además del Brexit.
En Estados Unidos, hay escasez en una amplia gama de industrias, particularmente en la manufactura y el comercio minorista. Un propietario de una empresa de ropa comentó: “En más de 30 años en el negocio minorista, nunca antes había visto algo así”. En Canadá, la consultora Deloitte estima que más del 30% de las empresas se enfrentan a escasez de mano de obra. Esta es especialmente alta en los sectores de fabricación y construcción. Y un informe de la UE ha identificado escasez de trabajadores en la construcción, ingeniería, desarrollo de software y atención médica. Incluso la lucrativa industria minera australiana se ha visto afectada por la escasez de trabajadores cualificados, al igual que otros sectores del país.
En otros lugares, el 62% de las empresas checas han informado de una falta prolongada de trabajadores para las ofertas de trabajo existentes. Y Singapur se ha visto particularmente afectada por la escasez de mano de obra, especialmente en el sector de la restauración.
Palabras huecas
Un país tras otro se enfrenta a esta escasez de trabajadores. Sin embargo, los capitalistas y sus medios de comunicación tratan de pintar esto como una serie de problemas aislados, como si solo afectara a industrias particulares en países particulares. Pero esta es claramente una tendencia global y general, y cada vez se hace más difícil ignorarla.
Como es habitual, los políticos de las grandes empresas están esquivando el problema. En un discurso fanfarrón en el reciente congreso del Partido Conservador, por ejemplo, Boris Johnson pidió a las empresas que superaran el problema simplemente aumentando los salarios:
“Esa es la dirección en la que va el país ahora”, afirmó el primer ministro del Reino Unido, “hacia una economía de altos salarios, altamente cualificados, de alta productividad y, sí, por lo tanto, una economía de impuestos bajos”.
De manera similar, cuando se le presionó sobre la cuestión de la escasez de mano de obra, la respuesta del presidente Joe Biden fue “pagarles [a los trabajadores] más”. Estas son peticiones huecas. La causa fundamental de este problema es precisamente y, en última instancia, el sistema capitalista que ambos hombres defienden.
Crisis capitalista
No negamos que existan factores que agravan este problema, como el Brexit o la pandemia. Pero estos actúan más como catalizadores del problema subyacente: el declive y la decadencia a largo plazo del capitalismo.
Durante décadas, los capitalistas se han negado a invertir realmente en industria e infraestructura, o educación y formación; o a pagar salarios más altos para atraer nuevos trabajadores a industrias vitales. En cambio, se han atacado los salarios y las condiciones para aumentar sus ganancias a corto plazo. En muchos sectores, la patronal se ha basado en el uso de mano de obra barata, explotada y migrante para cubrir puestos de trabajo, reducir los salarios y las condiciones laborales, y obtener superbeneficios. Las restricciones a la libre circulación a nivel internacional debido a la pandemia (y al Brexit) cortaron este suministro, provocando convulsiones en todo el sistema.
Cuando las economías reabrieron y la demanda se disparó, muchas empresas no estaban preparadas. Quebraron o descubrieron que habían quemado la fuerza laboral restante, y muchos dejaron estos trabajos o cambiaron de especialidad. Cada vez más, dada la crisis actual, las empresas que se enfrentan a la peor escasez de mano de obra se ven obligadas a aumentar los salarios y atraer a los trabajadores para que regresen.
La Oficina de Estadísticas Laborales de EE. UU., por ejemplo, ha revelado que el salario promedio por hora de todos los empleados del sector privado en el país aumentó a 30,85 dólares en septiembre. Del mismo modo, a los conductores de vehículos pesados en Gran Bretaña se les ofrece un salario de £ 60.000 o más, junto con bonificaciones para registrarse. Los grandes empresarios esperan que cualquier costo adicional sea transferido a los consumidores. Esto, a su vez, ha provocado temores de un regreso de la “estanflación”: el aumento de los precios junto con el estancamiento de la producción económica.
En cualquier caso, la respuesta desesperada de la patronal es insuficiente y llega demasiado tarde. El cortoplacismo de los capitalistas se vuelve en su contra. Y la anarquía que se apodera de la economía global no muestra signos de ceder en el corto plazo.
“Gran reevaluación”
Todos estos factores se han visto agravados por un aumento en el número de trabajadores que ahora están decidiendo cambiar de carrera o dejar trabajos poco gratificantes e industrias estresantes. El fuerte impacto de la pandemia y la imposición de bloqueos nacionales claramente influyó en la conciencia de muchos trabajadores. La interrupción de su vida cotidiana enfrentó a muchos con el hecho de que están descontentos con su trabajo, su ubicación y su vida.
Esto también está dando lugar a una “gran reevaluación”, en la que los trabajadores optan por cambiarse a industrias que les ofrecen una mayor satisfacción laboral o un salario más alto. Una encuesta reciente en cinco países y realizada en una variedad de industrias por los gigantes de la consultoría McKinsey destacó, por ejemplo, que un 40% de los trabajadores encuestados estaban planteándose renunciar a su trabajo en los próximos tres a seis meses.
En Estados Unidos, afirma el mismo informe, más de 15 millones de trabajadores ya han dejado sus trabajos desde abril. Y un estudio de trabajadores en el Reino Unido e Irlanda reveló que el 38% de los encuestados planeaba dejar su trabajo actual en los próximos 6 a 12 meses. De hecho, el plan de desempleo en el Reino Unido y los controles de estímulo en EE. UU. supuso que a muchos trabajadores se les pagaba más por quedarse en casa que en circunstancias normales. En tal situación, ¿por qué regresaría un trabajador a un trabajo que no ofrece nada más que un salario bajo y muchas horas de trabajo?
Esta gran reevaluación y cambio entre industrias también se ha visto favorecida por el hecho de que la pandemia ha revelado a muchos el verdadero valor de su trabajo, mostrando quiénes son realmente los que mantienen en funcionamiento a toda la sociedad. Ser considerado “esencial” o “clave”, aplaudido públicamente por luchar en el epicentro de la pandemia o por mantener servicios vitales, ha demostrado a muchos trabajadores que, en última instancia, los empresarios los necesitan a ellos más de lo que éstos necesitan a aquéllos.
Para planificar, no para lucrar
Todo esto refleja el malestar general del sistema capitalista, un sistema cuyos cimientos son tan frágiles, que bastan unos pocos golpes para enviarlo hacia el caos y el colapso; un sistema que tiene la absurda contradicción de tener escasez de mano de obra junto con un alto desempleo.
Bajo una economía planificada socialista, con control y gestión democráticos de los trabajadores, tales crisis y contradicciones se resolverían fácilmente. Con la inversión en tecnología y automatización, las horas de la jornada laboral podrían reducirse drásticamente para todos. Cualquier trabajo restante se repartiría, sin pérdida de salario.
La formación y la educación continua serían una cuestión de rutina, permitiendo el cierre de industrias obsoletas y la transición de los trabajadores a nuevos lugares, en lugar de ser arrojados a la basura de la llamada “destrucción creativa” del libre mercado. Cambiar de especialidad no crearía tensiones ni incertidumbre. Los trabajadores, que controlarían los centros de trabajo y la economía en general, recibirían un verdadero salario digno y sentirían respeto y dignidad en su trabajo.
Pero una sociedad así no se producirá por sí sola; ni evolucionará naturalmente a partir del sistema capitalista en decadencia. Hay que luchar conscientemente por ella. Sólo mediante una transformación socialista revolucionaria de la sociedad se podrá acabar de una vez por todas con el caos y la anarquía del capitalismo.
Una filtración de hasta 2,94 terabits de archivos ha levantado parcialmente el telón de los acuerdos y activos offshore de cientos de multimillonarios, líderes mundiales y funcionarios públicos. Esta filtración ha puesto de manifiesto el tremendo parasitismo de la clase dominante, con un total de entre 5,6 billones de dólares y 32 billones de dólares en riqueza en el extranjero.
La oligarquía rusa destaca especialmente en estas filtraciones, aparecen los nombres de hasta 52 multimillonarios rusos, cuya riqueza oculta asciende a cientos de miles de millones de dólares. Entre ellos, se incluye al magnate petrolero Leonid Lebedev, que huyó de Rusia en 2016 tras las acusaciones de malversación de fondos. También se nombra al magnate estadounidense de capital privado Robert F. Smith, quien el año pasado logró un acuerdo de $ 139 millones con respecto a una investigación fiscal.
Una de las riquezas más grandes pertenece al rey Abdalá II de Jordania, cuyo imperio asciende a 100 millones de dólares según revelan los archivos. Junto a estos magnates y déspotas, en las filtraciones también se identifican a varios políticos destacados. Lo que demuestra que los llamados representantes del capitalismo elegidos democráticamente se comportan igual que el resto de la clase dominante.
Por ejemplo, el primer ministro de la República Checa, Andrej Babis, llegó al poder después de prometer tomar medidas enérgicas contra la evasión fiscal y el fraude económico, supuestamente para crear un país donde “los empresarios estarían felices de pagar impuestos”. Pero parece que Babis debe tomar medidas enérgicas contra sí mismo, ya que esta última filtración revela que desvió 22 millones de dólares a través de empresas fantasma para comprar un castillo en la Riviera francesa.
Mientras tanto, Uhuru Kenyatta, presidente de Kenia, un país con una tasa de pobreza total del 36 por ciento y una tasa de pobreza extrema de más del 25 por ciento, ha sido expuesto como beneficiario de una fundación secreta en Panamá, mientras que su familia es propietaria de cinco empresas offshore con activos por valor de más de $ 30 millones.
Los llamados Papeles dePandora (llamados así por la apertura de una verdadera “caja de Pandora” de descarado acaparamiento de riquezas) revelan lo que ya sabemos: que los que tienen más riqueza y poder son también los más corruptos. Las artimañas que hacen para proteger “su” dinero y privilegios se han descubierto innumerables veces, más recientemente en los Papeles de Panamá en 2016, seguidos por los Papeles del Paraíso en 2017.
Esta sociedad capitalista podrida ciertamente constituye un “paraíso” para los ricos, ya que ocultan su riqueza y evitan pagar impuestos, utilizando una combinación de cuentas bancarias exclusivas, fideicomisos y fundaciones en centros financieros extraterritoriales. En particular, muchas de estas medidas son perfectamente “legales” en el sentido formal. El sistema en sí está amañado a favor de los ricos, que buscan enriquecerse aún más.
En resumen: estos no son ejemplos aislados. Todos los estratos superiores de la sociedad capitalista están plagados de riquezas obscenas y secretos financieros poco fiables. Estas revelaciones llegan en un momento en el que el capitalismo nunca ha tenido nada menos que ofrecer a los trabajadores y jóvenes afectados por la peor parte de la crisis, mientras los ricos se relajan en una de sus muchas casas multimillonarias.
Gran Bretaña
El Reino Unido representa un punto de enlace en esta red de acumulación secreta de riqueza. Por ejemplo, las filtraciones detallan la venta de 1.500 propiedades británicas a través de empresas offshore. A través de este mecanismo, los inversores superricos han podido ocultar su riqueza, especular de forma anónima con la propiedad y construir sus carteras inmobiliarias. Para los ricos, el mercado inmobiliario de Londres representa un refugio para guardar el dinero que les sobra. Como demuestran las filtraciones, la City es un patio de recreo para oligarcas, criminales de lavado de dinero y políticos corruptos.
Estos incluyen figuras de alto perfil como miembros de la familia gobernante de Catar, que compraron dos de las casas más caras del mundo en Londres a través de compañías extraterritoriales y, por supuesto, ahorraron millones en impuestos.
Muchos de estos parásitos son las mismas personas que financian al Partido Conservador al mando del gobierno. Tomemos a Mohammed Amersi: un destacado donante conservador con una mansión en los Cotswolds y una casa adosada en la acaudalada Mayfair, Londres, ambas adquiridas a través de empresas extraterritoriales. Del mismo modo, Lubov Chernujin, exbanquera y esposa del ex viceministro de finanzas ruso, ha regalado a los conservadores más de £ 1.8 millones en donaciones desde 2012, mientras poseía una casa en Londres y una mansión en el campo.
Estas donaciones no son mera generosidad, sino un arreglo quid pro quo en el que los conservadores recompensan a sus compatriotas con políticas que los ayudan a mantener sus ganancias ilícitas, como tasas impositivas favorables y una supervisión financiera laxa. Sin mencionar la oportunidad de obtener lucrativos contratos gubernamentales para sus intereses comerciales. La clase capitalista y sus representantes en el gobierno están atados por mil hilos.
Varias figuras destacadas de los negocios británicos aparecen en las filtraciones, cuya flagrante mala gestión de sus empresas tiene poco que ver con sus opulentos estilos de vida. Por ejemplo, los Papeles de Pandora revelan que el magnate minorista Philip Green y su esposa tiraban la casa por la ventana en una propiedad de lujo, justo cuando su cadena minorista BHS quebró bajo la presión de enormes deudas y un enorme agujero en su fondo de pensiones. Mientras arreglaban los muebles en su nueva y elegante casa, 11.000 empleados de BHS se vieron empujados al desempleo y la precariedad.
Por supuesto, hicieron esta compra de forma anónima a través de un fondo extraterritorial, que los papeles remontan directamente a la respetable “Lady” y “Sir” Green. Un año después, compraron generosamente a su hija una casa de £ 10,6 millones, mientras que el grupo Arcadia (que era dueño de importantes puntos de venta, incluido Topshop) fue llevado a la liquidación en noviembre de 2020, nuevamente debido a enormes deudas y un déficit de pensiones gigante.
Los superricos parecen vivir en un universo diferente al resto de nosotros. Incluso cuando sus empresas colapsan, y condenan a miles de trabajadores a la indigencia en el proceso, estas enormes sanguijuelas continúan disfrutando del lujo.
No son solo los ricos donantes conservadores y los empresarios decadentes mencionados en las filtraciones. Haciendo honor a su reputación de figura corrupta de la clase capitalista, el exlíder del Partido Laborista Tony Blair también aparece en los Papeles de Pandora.
Él y su esposa Cherie han enfatizado que habían comprado una propiedad de varios millones de libras de forma “legal” y “nunca han utilizado estructuras extraterritoriales para ocultar transacciones o evitar impuestos”. Sin embargo, los papeles revelan que los Blair ahorraron 312.000 libras esterlinas al evitar el impuesto de timbre en su lujosa casa en Marylebone. Lo hicieron adquiriendo la empresa matriz de la propiedad, en lugar del edificio directamente. Para cualquier persona corriente de la clase trabajadora, está claro que no hay nada “normal” en planes como este.
La lista sigue y sigue. La escala de esta avaricia y codicia refleja en última instancia la profunda crisis del capitalismo. La clase burguesa no es capaz de hacer avanzar a la sociedad. Se han convertido en un obstáculo para el desarrollo humano a través de sus tendencias parasitarias: sentarse sobre enormes montones de dinero en lugar de invertirlo nuevamente en el desarrollo de la producción para el mejoramiento de la humanidad.
Caja de Pandora
Abogados, jueces y los llamados políticos “respetables” (es decir, aquellos que no se mencionan directamente en estas filtraciones) todos juegan su papel en este escándalo económico. El Estado no es un árbitro neutral por encima de la sociedad que lucha por la justicia y la igualdad, sino que está atado de pies y manos a los intereses de la clase capitalista.
Ocultan esto con falsa indignación. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, por ejemplo, se comprometió “gentilmente” a brindar transparencia al sistema financiero mundial. Desafortunadamente para él, Estados Unidos emergió en los Papeles de Pandora como un paraíso fiscal líder, ayudando enormemente a la clase capitalista al ofrecerles una manera de invertir su riqueza de manera secreta y segura. El Estado de Dakota del Sur, por ejemplo, permite a las personas evitar impuestos al poner su riqueza en fondos fiduciarios, lo que generó más de $ 367 mil millones en activos escondidos a fines de 2020.
El imperio de la ley burguesa facilita convenientemente este proceso al ofrecer una multitud de lagunas legales para lo que, para cualquier observador razonable, es claramente un fraude económico. Baker McKenzie, el bufete de abogados más grande de Estados Unidos, es un actor importante en la conducción de la riqueza hacia los paraísos fiscales, ayudando a los ricos a eludir impuestos e inspección, e incluso defendiéndolos si alguna autoridad los desafía.
El Estado capitalista es sin duda una caja de pandora llena de corrupción y escándalo. Esto no es un accidente. Es una decisión muy consciente por parte de los capitalistas utilizar todos los trucos a su disposición para maximizar sus privilegios. Está claro que no importa qué reglas y reformas se pongan en práctica contra los paraísos fiscales extraterritoriales y similares, los ricos siempre encontrarán una manera de escapar de la red.
La hipocresía que se muestra aquí es asombrosa. La clase capitalista y sus representantes políticos continuarán atacando a los pobres y la clase trabajadora mediante recortes, austeridad y privatizaciones, mientras que al mismo tiempo harán todo lo posible para proteger su propia riqueza y privilegios.
En el Reino Unido, por ejemplo, el Congreso del Partido Conservador se está llevando a cabo, donde el primer ministro Boris Johnson ha anunciado un recorte de £ 20 a la semana al Universal Credit (una especie de Ingreso Mínimo Vital, NdT) y declarado que este “el único responsable” de la subida de impuestos para financiar la atención médica. Sin duda, los conservadores evitarán discutir la lista de sus mayores donantes revelados como evasores de impuestos en estos documentos.
Los parásitos multimillonarios están quedando en ridículo estos días, pero al igual que en 2016 y 2017, esperarán a que pase el furor y luego continuarán como antes. No se puede permitir que esto permanezca en pie. Esta montaña de riqueza, producto del trabajo de los trabajadores, que es drenada por la burguesía mediante la explotación y acumulada o apostada mediante la especulación, debe ser expropiada y destinada a un uso productivo en una sociedad controlada por los trabajadores.
Solo derrocando al capitalismo podremos acabar con la inmensa corrupción y codicia de la pequeña minoría, que continúa con el empobrecimiento y el sufrimiento de la mayoría de la humanidad.