Los mercados financieros se tambalean tras el anuncio arancelario de Trump de ayer. La confianza de la clase capitalista en su conjunto ha recibido un duro golpe al imponer Trump los aranceles más altos desde el siglo XIX.
El índice bursátil S&P 500 bajó un 3 por ciento, el Nasdaq un 4 por ciento. Las acciones de Apple cayeron un 8 por ciento, las de Nike un 11 por ciento, las de Ralph Lauren un 12 por ciento, las de Nvidia un 5 por ciento, etc. Todos los importadores del sudeste asiático se vieron gravemente afectados, empezando por la industria de la confección. A Vietnam, Camboya, Laos, Sri Lanka, Bangladesh, Indonesia y Myanmar les han impuesto aranceles de entre el 35% y el 49%, lo que va a tener un gran impacto en el conjunto de la economía de esa región. Más de un tercio de las exportaciones tanto de Vietnam como de Camboya se dirigen al mercado estadounidense.
La caída de los mercados bursátiles reveló que los aranceles eran peores de lo esperado. Un 10 por ciento sobre todas las importaciones, a lo que se añade aranceles selectivamente más altos sobre todos los principales socios comerciales de EE.UU. Dependiendo de cómo se calcule, la tasa arancelaria media será ahora del 29 por ciento si se cree a Evercore ISI, o del 18 por ciento si se cree a Goldman Sachs. En cualquier caso, como señala Goldman Sachs, es probable que esta aumente a medida que sectores como el cobre, los productos farmacéuticos, los semiconductores y la madera reciban sus propios aranceles.
El impacto en la economía mundial va a ser fuerte, ya que la mayoría de los países tienen un comercio significativo con Estados Unidos. La caída del seis por ciento del precio del petróleo revela la preocupación de los inversores por la posibilidad de una recesión.
Como era de esperar, los socios comerciales de EE.UU. están descontentos con los aranceles, pero quedó claro que temen entrar en una guerra comercial con EE.UU., y las consecuencias que ello acarrearía. Italia y España instaron a mantener «negociaciones constructivas». El Gobierno británico está «consultando» a los consejeros delegados sobre las represalias. Japón también se muestra relativamente apocado.
La relativamente limitada respuesta inmediata refleja la reticencia de los gobiernos a perjudicar aún más a sus propias economías con nuevas medidas comerciales. Sin embargo, a medida que la situación se deteriore más, ya sea este año o el próximo, se introducirán nuevas medidas proteccionistas. En los años 30, todas las medidas proteccionistas no se introdujeron de golpe, sino gradualmente, en un país tras otro, a medida que la crisis empeoraba, los gobiernos cambiaban y así sucesivamente.
El Gobierno surcoreano, que intenta congraciarse con Trump, trata de resolver el problema subvencionando sus industrias, haciendo recaer el coste sobre los trabajadores surcoreanos. Esta es otra de las medidas que baraja la burguesía de los países afectados. Mediante subvenciones directas o atacando las condiciones laborales, la burguesía puede intentar exprimir a sus propios trabajadores como respuesta.
Trump también está trayendo a casa el «dolor» que prometió para la economía estadounidense. La automotriz Stellantis anunció 900 despidos temporales en EEUU en cinco instalaciones. A medida que aumenten los costes de los productos fabricados en EE.UU. debido a los aranceles, los consumidores estadounidenses dejarán de gastar, a la espera de tiempos mejores. La industria automovilística está ahora muy preocupada por los aranceles sobre los componentes importados que necesitan para ensamblar coches en Estados Unidos.
Las industrias exportadoras también se verán afectadas, en primer lugar por una sacudida de sus propios costes y, en segundo lugar, por las medidas de represalia. Por si fuera poco, se espera que los aranceles a gran escala añadan algo así como un 2,5% a la inflación anual, lo que mermará el poder adquisitivo de los trabajadores estadounidenses.
Se desconoce el alcance y la profundidad de sus efectos. Pero el desmantelamiento de 80 años de integración comercial va a tener enormes implicaciones para la economía mundial. Todos los beneficios del comercio mundial están amenazados: mayor productividad, productos más baratos, etc.
Ahora empezará una competencia aún más feroz en el mercado mundial, a medida que el mercado estadounidense sea de más difícil acceso y los consumidores, preocupados por el futuro, contengan su consumo. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que la debilitada UE imponga más aranceles, no sólo a EE.UU., sino también a China y otros países, para frenar el «dumping»?
No cabe duda de quién tendrá que pagar el precio de esta crisis: la clase trabajadora. La clase obrera tendrá que luchar duramente contra la avalancha de medidas que se avecina: contra el cierre de fábricas, contra los ataques a los salarios y las condiciones de trabajo, contra los recortes del gasto social, etc. La intensificación del conflicto internacional encontrará su reflejo en la intensificación de la lucha de clases.
En mayo de 2023 el Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx, en coordinación con el Museo Casa de León Trotsky editaron una selección de escritos del revolucionario ruso sobre la lucha antiimperialista en América Latina.
En estos textos escritos entre 1938 y 1940 aborda las condiciones de sometimiento en las que se encontraban los países coloniales y semicoloniales por parte de las potencias imperialistas de Europa y Estados Unidos, definiendo las tareas pendientes de la clase trabajadora para combatir los embates de las naciones opresoras.
Este libro es ampliamente recomendable justo por los momentos que estamos viviendo ante la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Durante su campaña no se cansó de amenazar con aranceles a México, de tachar a los migrantes como delincuentes y de victimizarse por el flujo de fentanilo hacia su país. Lo cierto es que esas amenazas ahora han pasado de ser las simples vociferaciones de un populista demagogo a las estrategias reales de una guerra comercial del país más poderoso contra el mundo, donde claramente los países dependientes económicamente de esta potencia llevamos las de perder.
En lo que va del gobierno de Trump, se ha presionado al gobierno de México para ceder ante los amagues del presidente. La respuesta de Sheinbaum ha sido de conciliación y concesión pues sabe que todo su plan de gobierno depende de mantener intacta su relación comercial con el vecino del norte y cabe resaltar que este gobierno, que se dice ser “del pueblo”, solo se ha asesorado y consultado su estrategia con las altas cámaras empresariales del país, gobernadores de los estados y gabinete, es decir con todos menos con el pueblo obrero que mucho tenemos que decir y hacer ante la amenaza imperialista.
En el texto “Las tareas del movimiento sindical en América Latina” dice: “El imperialismo ‘democrático’, (…) intenta –no sin éxito– introducir a través del robo, el engaño y la concesión de privilegios a sus propios agentes políticos en nuestros países, tanto en la burguesía, en la burocracia burguesa y la intelligentzia pequeño burguesa como también en los estratos superiores de la clase obrera. Esos elementos corruptos de la burocracia o la aristocracia laboral generalmente albergan sentimientos serviles, ni proletarios ni revolucionarios, hacia sus protectores imperialistas”. Aquí Trotsky nos presenta una visión muy acertada de la realidad de las grandes centrales sindicales de nuestro país, pues desde 1938 cuando fue escrito, a la fecha, las condiciones de cooptación de las direcciones sindicales y la antidemocracia siguen vigentes y por lo tanto son incapaces de ofrecer una alternativa de lucha revolucionaria para nuestra clase, ante esto nos propone un programa muy adecuado a nuestras condiciones, llamando a la necesidad de la lucha por la independencia del movimiento sindical del gobierno burgués y sus patrones imperialistas, a partir de la participación activa de las masas trabajadoras con una discusión seria sobre las tareas y métodos del proletariado latinoamericano contra el imperialismo. Esto es muy importante pues solo mediante la organización independiente de los trabajadores podremos combatir los ataques a las condiciones generales de trabajo o el desempleo que produzcan las políticas proteccionistas de Trump en nuestro país.
Otra cuestión que es imprescindible recomendar sobre este libro, es la postura de Trotsky sobre cuál debería ser la posición de los revolucionarios frente a una invasión o conflicto militar con el imperialismo.
A pesar de que somos conscientes de que el gobierno de la 4T tiene un programa reformista y que es incapaz de romper con las raíces de la explotación del sistema capitalista, de que criticamos sus políticas de conciliación de clases también entendemos que ante una invasión por parte de los Estados Unidos haríamos un frente único con la 4T pues como Trotsky menciona en un ejemplo sobre una situación similar supuesta entre el Brasil semifascista y la Inglaterra Imperialista: “¿De qué lado se ubicará la clase obrera en este conflicto? Le diré que contestaría yo: En este caso, yo estaré de parte del Brasil “fascista” contra la Inglaterra “democrática”. ¿Por qué? Porque el conflicto entre estos dos países no será una cuestión de democracia o fascismo. Si Inglaterra triunfara, pondría a otro fascista en Río de Janeiro y multiplicaría las cadenas de Brasil. Si por el contrario saliera triunfante Brasil, eso daría un poderoso impulso a la conciencia nacional y democrática de este país y llevaría al derrocamiento de la dictadura de Vargas. La derrota de Inglaterra al mismo tiempo, sería un golpe al imperialismo británico y daría gran impulso al movimiento revolucionario del proletariado inglés”. (HAYA DE LA TORRE Y LA DEMOCRACIA ¿Un programa de lucha militante o de adaptación al imperialismo norteamericano?, 9 de noviembre de 1938). Si bien denunciamos la política servil del reformismo ante los intereses de la burguesía, cuando planteamos un frente único ante ataques imperialistas no es para ceder ante la burguesía nacional, sino para explicar dentro de este gran impulso revolucionario de consciencia nacional que la lucha antiimperialista no puede ir separada de la lucha contra el capital.
Sin lugar a duda, en este libro se recopilan muy valiosas lecciones para la organización de la lucha de nuestra clase, en estos tiempos convulsos de capitalismo decadente las ideas de Trotsky, la teoría de la revolución permanente y la lucha por el socialismo mundial son más vigentes que nunca.
La Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), menciona que entre 30 y 40 millones de niñas, niños y adolescentes se encuentran en migración a nivel mundial, lo que representa al 14.6% de la población migrante total. En particular, Estados Unidos se posiciona como el destino de uno de cada diez niños, niñas y adolescentes migrantes a nivel mundial.
La migración forzada ocurre por la falta de oportunidades laborales en los países de origen, las crisis de violencia desmedida, los costos de vivienda y, en general, la falta de una calidad de vida digna. Dentro del capitalismo en su fase global, el fenómeno migratorio es capitalizado en beneficio de intereses económicos de la clase poseedora. Los grandes capitales tienen la capacidad de moverse libremente en busca de mayor rentabilidad, ya sea a través de inversiones, producción barata o mercados más favorables, y son los mismos países capitalistas los que facilitan la llegada de capital. Un claro ejemplo de esto es la propuesta de Donald Trump de tomar el control de la Franja de Gaza, expulsar a más de dos millones de palestinos y transformar la región en un destino turístico de lujo. Bajo esta lógica es evidente como los desplazamientos forzados no sólo resultan en crisis humanitarias, sino que también traen beneficios económicos a las potencias imperialistas.
Por otro lado, los migrantes dentro de este contexto entran como un “ejército industrial de reserva” a los países, un grupo de trabajadores desempleados, que bajo la ley de oferta y demanda sirven como presión para mantener los salarios bajos, en este caso, está compuesto por inmigrantes dispuestos a aceptar trabajos peor remunerados y con menos derechos debido a su situación de ilegalidad. Se estima que en Estados Unidos hay más de seis millones de trabajadores indocumentados en múltiples industrias.
Sin embargo, la libertad de movimiento del capital no funciona igual para los trabajadores, ya que los países aplican restricciones a su movilidad, principalmente a través de leyes de inmigración y controles fronterizos. Además, se enfrentan diariamente al temor a la deportación, lo que limita las posibilidades de que se organicen para exigir mejores condiciones de vida. Esta situación refleja la doble moral de las políticas antimigratorias bajo el capitalismo, como se evidencia en el gobierno de Trump, por un lado, restringen la entrada de migrantes indocumentados, mientras que, por otro lado, se benefician del capital obtenido por estos trabajadores ilegales, ya que pueden pagar los sueldos más bajos y se ahorran prestaciones.
Las afectaciones que tiene este fenómeno no se limitan únicamente a trabajadores adultos, puesto que usualmente traen consigo a sus familias. Las infancias forman parte de los procesos migratorios, y poco se ha hablado de su rol dentro de estos y cómo les afecta.
En los últimos años, la migración infantil se ha visibilizado a partir de la creciente cantidad de niños que migran solos. Los trayectos, como los lugares de destino, ponen a los niños en situaciones que representan un riesgo a su integridad. En ocasiones cuentan con una red de personas que los acompañan durante el viaje, lo cual, a pesar de ser mejor que viajar completamente solo, no garantiza total seguridad, más cuando se trata de un cruce de fronteras sin documentos migratorios.
Durante el trayecto además de enfrentarse a las inclemencias del clima, quedan vulnerables a abusos, perderse en el camino, la trata de personas, el reclutamiento forzado por grupos criminales y, en el peor de los casos, la muerte. Según datos recientes, hasta septiembre de 2024, más de 97,000 niñas, niños y adolescentes cruzaron México de manera irregular, enfrentándose a condiciones extremas de vulnerabilidad.
El caso de la niña Sofía Caballero, de casi 3 años de edad, la cual sufrió una desaparición forzada al cruzar el río Bravo con su familia, es una de las evidencias más crudas de la realidad a la que se enfrentan las infancias de la clase trabajadora. La migración forzada y las crisis de seguridad en los países de Latinoamérica, son consecuencia del crimen organizado y la bancarrota del Estado burgués, evidenciada por su incapacidad de proponer soluciones reales a esta problemática. Estos grupos delictivos, no sólo perpetúan la violencia, sino que se benefician de la precarización de la población, enganchándolos a través de ofertas de empleo, la extorsión y el secuestro, sumándolos a sus filas o cometiendo terribles actos como el asesinato.
Sin embargo, los peligros no acaban con el cruce de la frontera, y aunque la llegada al destino final trae consigo la esperanza de seguridad y estabilidad, en muchos casos se convierte en un nuevo desafío. Las infancias suelen enfrentarse a dos posibles caminos: reencontrarse con sus familiares o integrarse al mundo laboral. A las infancias trabajadoras que migran a Estados Unidos, generalmente les espera un futuro como jornaleros en los campos agrícolas, trabajo infantil en las ciudades o vivir en la indigencia.
Sin embargo, además de los desafíos laborales, los niños que migran o que provienen de familias migrantes enfrentan una serie de obstáculos adicionales en su proceso de integración, tienden a sufrir la discriminación y violencia en los lugares de destino debido a barreras culturales y la falta de acceso a educación y salud, lo cual dificulta su integración a la sociedad. Este fenómeno además de beneficiar a los empresarios propicia la división de la clase trabajadora, generando rechazo hacia los inmigrantes. Una de las tácticas más notorias en la actualidad que utiliza Trump son las ideologías como la supremacía blanca y el racismo para reforzar esta división.
Tampoco podemos ignorar las persecuciones antimigrantes por parte del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos (ICE), donde los migrantes son considerados un problema de seguridad nacional y tratados con brutalidad, llegando incluso a la separación de niños de sus familias en centros de detención. A esto se agrega la reciente cancelación de las citas del programa CBP One, una aplicación móvil que permite a los usuarios acceder a varios servicios relacionados con la inmigración y la seguridad fronteriza, que ha dejado a 270,000 personas, muchas de ellas familias y jóvenes, en una situación de incertidumbre debido a la posibilidad de ser deportados, quedarse sin casa y de perder o no poder tramitar su visa.
Debido a su ubicación geográfica, México se ha configurado como un territorio de tránsito para miles de personas que buscan llegar a los Estados Unidos, y para aquellos que optan por quedarse en el país. En términos históricos, la población migrante que reside en México representa menos del 1% de la población total, estimándose en 1 millón 197 mil 624 personas (INEGI, 2024).
Este panorama, sumado a fenómenos como las caravanas migrantes y las políticas migratorias restrictivas del gobierno estadounidense, ha causado que en México se implementen políticas contra inmigrantes. En el último periodo, a pesar de que la 4T ha promovido la política de “humanismo mexicano” con una política migratoria “sobre la base del respeto”, al mantenerse dentro del margen del capitalismo, un sistema que deshumaniza a las personas, las medidas implementadas resultan insuficientes y demuestran los límites del reformismo. En la práctica, lejos de garantizar condiciones dignas, los migrantes continúan enfrentando situaciones de vulnerabilidad y precariedad, lo que contradice el discurso oficial y revela la verdadera cara del gobierno de Claudia Sheinbaum. Miles de niños centroamericanos que migran, en múltiples ocasiones son deportados a sus países de origen por el gobierno mexicano, resultando en la separación de familias. Según un informe reciente de Human Rights Watch, aún hay 1,360 niños que fueron separados de sus familias entre los años 2017 a 2021 que aún no han sido reunificados.
Como marxistas, entendemos que la solución al problema migratorio no radica en rechazar a los inmigrantes, sino en unir a los trabajadores de todo el mundo en una lucha común contra los grandes imperios que perpetúan las condiciones de miseria. Nuestro programa debe centrarse en la unión de los trabajadores más allá de las fronteras, en defensa de sus condiciones de vida y por una revolución socialista. Solo a través de esta revolución podremos garantizar que tanto los trabajadores como sus familias vivan con dignidad, permitiendo que las infancias se desarrollen de manera adecuada y estén libres de los peligros y adversidades que enfrentan hoy en día.
Por eso los comunistas decimos:
Reunificación familiar y fin inmediato a las redadas y deportaciones en EEUU
No a los muros fronterizos, no a la militarización y represión en las fronteras. Por el libre tránsito de todos los trabajadores y sus familias en una Federación Socialista de América.
Se ha desatado una tormenta en Washington, poniendo a Trump a la defensiva por primera vez en meses. El escándalo, al que se ha dado el nombre de «Signalgate», ha dominado los titulares de todos los principales medios de comunicación burgueses esta semana.
Todo empezó con la revelación de que altos funcionarios estadounidenses invitaron, sin darse cuenta, a Jeffrey Goldberg, editor jefe de The Atlantic y antiguo guardia de un campo de prisioneros israelí, a un chat grupal de Signal creado para coordinar los ataques estadounidenses contra Ansar Allah (también conocidos como «los hutíes») en Yemen.
The Atlantic ha publicado la mayor parte del contenido, al tiempo que preserva su buena fe proimperialista ocultando obedientemente cualquier cosa que considere excesivamente comprometedora para la CIA. A pesar de la autocensura de la revista, los mensajes sacan a la luz el edificio podrido del imperialismo estadounidense.
En público, Trump y otros líderes de MAGA han desestimado el asunto como una «caza de brujas», un «engaño» y algo «injusto». A puerta cerrada, están afilando los cuchillos contra el asesor de Seguridad Nacional Michael Waltz, creador del grupo Signal, quien asumió «toda la responsabilidad» por el vergonzoso episodio. Hay inquietud en las filas de Trump, lo que significa que podrían rodar cabezas para proteger al jefe.
Celebración alegre de la muerte y la destrucción
La discusión sobre el atroz crimen sin provocación que el imperialismo estadounidense cometió en Yemen ha sido ahogada por la estúpida especulación de los medios capitalistas sobre qué personalidades pueden ser despedidas por la filtración.
Las bombas estadounidenses alcanzaron barrios abarrotados y una clínica oncológica en construcción en la ciudad de Saada. Según fuentes locales, los ataques estadounidenses han matado al menos a 57 personas hasta ahora, entre ellas mujeres y niños.
Esta es solo la más reciente atrocidad imperialista estadounidense cometida contra Yemen. Tres presidentes de EE. UU. —Obama, Biden y Trump— armaron y financiaron la horrible guerra de Arabia Saudí contra el país durante más de 10 años. Al menos 377.000 yemeníes han muerto a causa de la violencia, las enfermedades y las privaciones, incluidos no menos de 85.000 niños a los que se mató por inanición deliberada a manos del imperialismo saudí y estadounidense.
En solidaridad con los palestinos, los hutíes han lanzado misiles y drones armados contra buques mercantes y navales en el mar Rojo desde el estallido del genocidio de Israel en Gaza, respaldado por Estados Unidos. Como resultado, han logrado interrumpir el transporte marítimo a través del Canal de Suez, un corredor vital para el comercio mundial.
A pesar de las numerosas provocaciones, los hutíes no atacan indiscriminadamente el transporte marítimo en el mar Rojo. Lo que han hecho es imponer su propia versión de «sanciones» a Israel, en respuesta al bloqueo de la ayuda humanitaria por parte del régimen sionista y a la reanudación de los ataques contra Gaza.
A diferencia de los regímenes reaccionarios de Arabia Saudí, Egipto, los Estados del Golfo, Jordania, etc., son el único gobierno del mundo musulmán que arriesga su vida tratando de ayudar a los palestinos. Como resultado, se han ganado el respeto y la admiración de toda la región, y la ira de los imperialistas.
En respuesta, EE. UU. inició una guerra de facto contra Yemen para garantizar los beneficios de los magnates navieros y el suministro de armas a Israel. Los últimos ataques, que coinciden con la decisión de Netanyahu de romper el alto el fuego en Gaza, elevan a casi 200 el número de muertos en Yemen a causa de EE. UU.
Los participantes del chat de Signal celebraron la destrucción de todo un edificio de apartamentos supuestamente para matar a un solo oficial militar hutí. Waltz informó de esta agresión descarada contra uno de los países más empobrecidos y devastados por la guerra en la Tierra con una repugnante cadena de emojis: «».
Disensiones en el bando de Trump
El vicepresidente JD Vance no estaba convencido inicialmente del plan de ataque, preocupado de que causara un aumento en los precios del petróleo. Vance finalmente dio su bendición a la operación, después de ofrecer una conmovedora nota de preocupación por la seguridad de las refinerías de petróleo saudíes, que podrían ser vulnerables a represalias hutíes.
La política exterior imperialista es una extensión de la política interna de los capitalistas. Trump volvió al poder prometiendo acabar con la inflación, revertir el deterioro del nivel de vida y marcar el comienzo de una nueva edad de oro del capitalismo estadounidense. Pero las encuestas de opinión sobre su gestión de la economía ya están cayendo. Un conflicto regional en Oriente Medio, que podría enzarzar a Irán, hundiría la economía estadounidense (y mundial) y correría el riesgo de arrastrar a Trump con ella.
Trump se enfrenta a un problema irresoluble en Oriente Medio. Necesita estabilidad en la región para poder centrarse en reducir la presencia del imperialismo estadounidense en el hemisferio occidental y apuntar a su mayor competidor, el creciente imperialismo chino. También necesita precios bajos de la energía para combatir la inflación.
Pero, a pesar de venderse como un candidato de «paz» el pasado noviembre, Trump se enfrenta a la realidad de tener que gestionar el declive del imperialismo estadounidense. Los imperialistas estadounidenses quieren restaurar la «libertad de navegación» en el Mar Rojo y el Canal de Suez para garantizar la estabilidad económica. Pero sus únicos medios para intentar hacerlo son las bombas y los misiles, que causan una carnicería inhumana en Yemen y amenazan con desestabilizar aún más toda la región.
El secretario de Defensa, Pete Hegseth, señaló en el chat que no actuar suponía el riesgo de ceder la iniciativa y, por lo tanto, un grado de control sobre cómo se desarrolla la última ronda de conflictos en Oriente Medio. Según Vance, esta posición aparentemente refleja el «consenso» de los asesores de política exterior de Trump, y por lo tanto los ataques siguieron adelante.
El tiempo dirá si estos bombardeos marcan el comienzo de una renovada ofensiva general contra Yemen, o si se trata de un acto aislado calculado simplemente para, en palabras de Vance, «enviar un mensaje» a Irán.
Europa y el Canal de Suez
Los mensajes de Signal también ponen de relieve el divorcio en curso entre el imperialismo estadounidense y el europeo. Es significativo que lo más sustancial de la transcripción de la conversación comience con JD Vance quejándose de que son las fuerzas estadounidenses, en lugar de las europeas, las que están tomando medidas para reabrir el Mar Rojo y el Canal de Suez.
Según sus cifras, solo el 3 % del comercio que pasa por el canal llega a Estados Unidos, en comparación con el 40 % del comercio europeo. Vance lamentó tener que «rescatar» a los europeos de nuevo.
Hegseth se sumó a la discusión, refiriéndose a la «aprovechada» Europa como «PATÉTICA». Más tarde, la conversación giró en torno a conseguir que Europa «remunerara» a EE. UU. por sus servicios contra los hutíes.
Cuando se le preguntó qué pensaba de los comentarios de Vance y Hegseth, Trump, con su estilo inimitable, respondió: «¿De verdad quieres que responda? Sí, creo que han estado aprovechándose».
Este comentario simplista de los círculos más altos del ejecutivo estadounidense tocó un punto sensible en Europa. Según informóPolitico:
«Es aleccionador ver la forma en que hablan de Europa cuando creen que nadie está escuchando», dijo un diplomático de la UE… «Pero al mismo tiempo esto no es sorprendente… Es solo que ahora vemos su razonamiento en todo su esplendor poco diplomático».
Un funcionario de la UE dijo que Vance «resulta ser el ideólogo en esta ocasión, pero está destinado a cometer errores y, finalmente, a fallar». Después de eso, en algún momento Estados Unidos volverá a ser un socio fiable, dijo el funcionario.
Un segundo diplomático de la UE coincidió en que la historia sugería que Estados Unidos volvería algún día a su papel de aliado sólido para Europa. «Por el momento, y a pesar de las a veces amables palabras diplomáticas, la confianza está rota», dijo el diplomático. «No hay alianza sin confianza».
Los europeos mantienen la esperanza de volver a la «fiabilidad» y restablecer la «confianza», presumiblemente si los demócratas vuelven al poder y cuando lo hagan, pero toda la experiencia apunta a lo contrario. Aunque Trump es un acelerador, el creciente conflicto entre Europa y EE. UU. tiene su origen en realidades económicas fundamentales.
El capitalismo europeo está en declive a largo plazo, y el capitalismo estadounidense quiere ralentizar su trayectoria por el mismo camino. Cuando estaba en ascenso, el imperialismo estadounidense respaldó la estabilidad europea extendiendo su paraguas militar por todo el continente. Ahora, Europa se ha convertido cada vez más en una carga, ya que los imperialistas estadounidenses se enfrentan a preocupaciones más acuciantes, sobre todo el auge de China.
Las actitudes trumpistas hacia Europa, como revelan las filtraciones de Signal, no son más que un reconocimiento más explícito y decidido de la situación real que el establishment liberal estadounidense está dispuesto a decir abiertamente.
Pero sus acciones hablan por sí solas. La Ley de Reducción de la Inflación de Joe Biden fue vista en las capitales europeas como un acto de guerra comercial. Peor aún, Biden provocó la guerra de Ucrania sabiendo que debilitaría las economías europeas, en particular la de Alemania.
La participación estadounidense en la destrucción del gasoducto Nord Stream 2, o al menos su aquiescencia, fue un acto de guerra cinética y económica, si es que alguna vez hubo uno. Esto es lo que los liberales estadounidenses «de confianza» piensan realmente de sus «amigos» europeos.
Levantar el velo
Tras meses de confusión, luchas internas y patético encogimiento ante Trump, los Demócratas están a la ofensiva. No, por supuesto, porque se opongan al asesinato criminal de mujeres y niños yemeníes. El único «crimen» que cometieron Trump y sus compinches fue «poner en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos» y levantar el velo del imperialismo estadounidense ante el mundo entero.
Los Demócratas se pronunciaron durante una audiencia del Comité de Inteligencia del Senado el 25 de marzo, acusando a la administración Trump de incompetencia y de poner en riesgo la seguridad de los soldados y espías estadounidenses. Los políticos liberales exigen la dimisión de Hegseth y Waltz.
Mientras tanto, los Demócratas de la Cámara de Representantes están preparando una resolución en la que piden a la administración que entregue los documentos relacionados con este incidente, que esperan someter a votación en los próximos días.
No es el bombardeo continuo de Yemen ni el apoyo de Trump a la renovada matanza de Israel en Gaza lo que provoca tal indignación por parte de los demócratas. ¡Todo lo contrario! Su preocupación no es otra que el éxito de estas escandalosas políticas estadounidenses, que Trump solo ha adoptado de sus predecesores demócratas.
La clase capitalista necesita un aliado fiable que les ayude a asegurar recursos vitales en Oriente Medio. Israel es la única opción que les queda. Los liberales y MAGA representan diferentes alas de esa clase, pero ambos están unidos en esta cuestión. Esto nos dice todo lo que necesitamos saber sobre el partido del «mal menor» de Estados Unidos.
¡Abajo el imperialismo estadounidense!
Los comunistas revolucionarios vemos estas filtraciones como una oportunidad de oro para desenmascarar las verdaderas maquinaciones que se desarrollan tras bambalinas del poder burgués. Mientras los medios proimperialistas se inquietan nerviosamente por la habilidad de los funcionarios de más alto rango de Trump, el RCA reconoce que la naturaleza caótica del trumpismo es parte integrante de la crisis cada vez más profunda del régimen burgués en Estados Unidos.
Sea cual sea el destino de Waltz y Hegseth, podemos estar seguros de que no se parecerá en nada al de personas como Julian Assange, Edward Snowden, Chelsea Manning y Jack Teixeira, quienes, independientemente de sus motivaciones, prestaron un servicio a la clase trabajadora mundial al revelar al público diversos aspectos de los crímenes imperialistas, y afrontaron consecuencias que les cambiaron la vida por sus esfuerzos.
La RCA lucha por el establecimiento de un gobierno obrero en Estados Unidos. Este gobierno pondrá fin a las políticas imperialistas de la clase capitalista, un esfuerzo que incluirá la divulgación completa de la diplomacia secreta, los planes militares, las operaciones de contrainteligencia y mucho más del antiguo gobierno capitalista. Hasta que llegue ese día, los comunistas estadounidenses lucharemos para exponer todos los planes y crímenes de la clase dominante.
Trump está a punto de anunciar su nuevo paquete arancelario en lo que él denominó «día de la libertad». Comentaristas, políticos, diplomáticos y directores ejecutivos se apresuran a averiguar qué es lo que se avecina. Trump, como es habitual, ha hecho esperar a todo el mundo. Pero aunque los detalles no están claros, la dirección del viaje sí lo está.
Trump está preparando una avalancha de anuncios para el 2 de abril. Sus aranceles sobre los automóviles, anunciados el 26 de marzo, ya causaron nerviosismo en los mercados, sobre todo entre las marcas europeas y asiáticas que dependen en gran medida del mercado estadounidense.
Trump parece haber decidido que el 25 por ciento es un buen tipo arancelario. Ahora ha anunciado aranceles de este nivel para México, para Canadá, para el acero, el aluminio y ahora para la industria automovilística. Su objetivo está muy claro: quiere obligar a las empresas a trasladar la producción a Estados Unidos, y no solo el montaje de vehículos, sino el aluminio, la transmisión, los motores, etc. Y no solo para los automóviles, aunque es una parte especialmente importante de la economía mundial, sino para los productos farmacéuticos, etc.
Mientras que México y el Reino Unido han intentado convencer a Trump para que elimine los aranceles, China, la UE, Japón y Canadá se están preparando para responder con la misma moneda, y Trump ha amenazado repetidamente con tomar represalias por su parte, incluso en mitad de la noche del 26 de marzo. Esta es la receta para una guerra comercial. No sería la primera guerra comercial en la que se involucra Trump, por supuesto. Ya se involucró en una con China en su primer mandato, pero esta vez no se enfrenta solo a China, sino al mundo entero.
Lo que sucedió en la década de 1930
Se están estableciendo paralelismos inmediatos con la década de 1930, y hay algunos paralelismos. Tras el crac de 1929, las distintas naciones de Europa y Estados Unidos recurrieron al proteccionismo para intentar exportar la crisis.
Estados Unidos introdujo la Ley Arancelaria Smoot-Hawley en 1930, elevando los aranceles a una media del 20 por ciento. Esto y las contramedidas adoptadas por otras naciones provocaron el colapso de las exportaciones e importaciones estadounidenses. Al igual que ahora, Canadá se vio afectado y tomó represalias. No es casualidad que Trump esté utilizando ahora algunas cláusulas olvidadas de esa ley para imponer esta última ronda de aranceles.
Inicialmente, la ley tuvo el efecto de reactivar la economía estadounidense, pero a medida que la recesión se hizo notar en 1931 tras el colapso del Creditanstalt en Austria, los efectos fueron aún más graves. Tanto las exportaciones como las importaciones estadounidenses cayeron en aproximadamente dos tercios y, en 1932, la producción industrial se había desplomado en un 46 por ciento.
Muchas naciones europeas siguieron su ejemplo. El Reino Unido introdujo la preferencia imperial en 1932, lo que dificultó las exportaciones al Reino Unido desde fuera del Imperio Británico, y otros países, como Francia, fueron aún más lejos en su proteccionismo.
Pero no fueron solo las barreras comerciales formales las que moldearon las nuevas relaciones comerciales. Uno tras otro, los países abandonaron el patrón oro. Es decir, abandonaron el tipo de cambio fijo entre la moneda (libra, dólar, franco, etc.) y el oro.
El abandono del patrón oro supuso un colapso en el valor de la moneda, lo que dio a los países en cuestión una ventaja competitiva sobre sus rivales. Por lo tanto, no es de extrañar que los países que se mantuvieron más tiempo en el patrón oro (Francia, EE. UU.) tuvieran que recurrir a medidas más proteccionistas. Trotsky lo señaló en 1934: «Las desviaciones del patrón oro desgarran la economía mundial con más éxito que los muros arancelarios».
En general, el comercio mundial cayó un 66 %, un golpe devastador para la economía mundial. Esto se reflejó en un colapso de la producción industrial en Alemania del 41 %, en Francia del 24 % y en el Reino Unido del 23 %. Al mismo tiempo, debido al desempleo masivo y al colapso general de la economía, el precio de los productos se desplomó, exacerbando la crisis endémica de sobreproducción.
La crisis, por supuesto, no la causó el proteccionismo, sino que el proteccionismo fue una consecuencia de la crisis, que a su vez la exacerbó masivamente.
La limitación del Estado nación
La razón de esto radica en el propio desarrollo de la economía. Una y otra vez, los marxistas han señalado que a medida que las fuerzas productivas (maquinaria, ciencia, tecnología, educación, etc.) se desarrollan, chocan con los límites del Estado nación. Lenin lo expuso con contundencia en El imperialismo: fase superior del capitalismo, por ejemplo. En ese libro explicó cómo se desarrolló el imperialismo a medida que los monopolios superaron el mercado nacional.
Ahora bien, lo que los políticos, presionados por la crisis, intentaban hacer era intentar retroceder en el tiempo. Hay un claro paralelismo con la actualidad. Trotsky escribió sobre el inútil intento:
«Se pone cabeza abajo la tarea progresiva de cómo adaptar las relaciones económicas y sociales a la nueva tecnología, y se plantea cómo restringir y coartar las fuerzas productivas de manera de hacerlas encajar en los viejos límites nacionales y en las caducas relaciones sociales. En ambas orillas del Atlántico se derrocha no poca energía mental para resolver el fantástico problema de cómo hacer para que el cocodrilo vuelva al huevo de gallina. El ultramoderno nacionalismo económico está irrevocablemente condenado por su propio carácter reaccionario; retrasa y disminuye las fuerzas productivas del hombre». (El nacionalismo y la economía, 1933)
Y ese fue precisamente el efecto de las diversas medidas que adoptaron los gobiernos. Al intentar retroceder en el desarrollo de las fuerzas productivas, al obligarlas a volver a la camisa de fuerza del Estado nación, es decir, el mercado nacional, no lograron reactivar la economía, sino hundirla en la depresión.
Al final, la economía sí se recuperó, tras la destrucción de enormes fuerzas productivas durante la Segunda Guerra Mundial, y con la ayuda de los partidos socialdemócrata y comunista para estabilizar el capitalismo. En Occidente, el imperialismo estadounidense salió de la guerra como potencia completamente dominante, y la economía encontró un nuevo equilibrio.
Estados Unidos persuadió a los imperialismos francés, alemán y británico para que cooperaran en la reconstrucción de Europa tras la guerra. Se creó una nueva institución encargada de abrir los mercados, el GATT, que se convirtió gradualmente en la OMC.
En Europa, se creó la Comunidad del Carbón y del Acero. Trotsky señaló esta necesidad económica ya en 1923:
«En el fondo la guerra plantea la necesidad que tienen las fuerzas productivas de un escenario más amplio de desarrollo, sin ser bloqueadas por murallas arancelarias. Similarmente, en la ocupación del Ruhr tan fatal para Europa y la humanidad, encontramos una expresión distorsionada de la necesidad de unir el carbón del Ruhr con el hierro de Lorena. Europa no puede desarrollarse económicamente en el marco de las fronteras estatales y aduaneras impuestas en Versalles. Europa está obligada a remover sus fronteras, o a enfrentar la amenaza de una decadencia económica total. Pero los métodos adoptados por la burguesía en el poder para superar las fronteras que ella misma creó sólo están acelerando el caos existente y acelerando la desintegración.». (¿Es apropiado el momento para la consigna: los Estados Unidos de Europa?, 1923)
En otras palabras, ya en 1923, Trotsky previó la necesidad económica de esta unidad económica, que precisamente unía las industrias del carbón y el acero de Francia, Alemania Occidental, los Países Bajos y Bélgica. Esto se debía a que en las pequeñas naciones de Europa, las limitaciones que el Estado-nación imponía al desarrollo de la economía eran aún mayores.
Como sabemos, la Comunidad del Carbón y del Acero resultó insuficiente. Con el tiempo, al igual que el GATT, amplió su alcance y se convirtió en la Comunidad Europea y luego en la Unión Europea. En cada paso del camino, el imperialismo estadounidense estuvo presente y apoyó una mayor integración de Europa, porque les convenía en ese momento. La razón por la que hubo que ampliar el alcance limitado inicial de estas organizaciones no es difícil de entender, si se parte del punto de vista de que las fuerzas productivas, a medida que se desarrollan, acaban superando al Estado nación.
Es decir, a medida que los monopolios se desarrollaban en la Unión Europea, en las nuevas industrias emergentes, como la fabricación de automóviles y los productos químicos, tensaban las limitaciones del Estado nación y necesitaban una salida en el mercado europeo. Por lo tanto, necesitaban eliminar una barrera tras otra. Y debido a que la economía, en general, estaba creciendo, era posible una cierta división amistosa de los beneficios. Esto fue así sobre todo porque Estados Unidos, que tenía las industrias más avanzadas y productivas, estaba ahí para seguir impulsando el libre comercio.
La clase capitalista en general se benefició de este nuevo régimen. En particular, era un régimen de relativa estabilidad política y social. Había suficientes beneficios para repartir e incluso se hicieron concesiones significativas a los trabajadores. Y, mientras tanto, la Unión Soviética estaba ahí como una amenaza siempre presente.
Un nuevo repunte de la economía era posible en estas condiciones y bajo este régimen. La productividad del trabajo aumentó masivamente en todos los sentidos. A lo largo de los años cincuenta y sesenta, esto fue acompañado por los correspondientes aumentos salariales en términos reales. Debido al aumento de la productividad, los trabajadores de Occidente pudieron permitirse un nivel de vida como nunca antes habían tenido: casas, coches, televisores, educación, sanidad, pensiones, etc.
Pero todo esto fue precisamente porque las fuerzas productivas pudieron seguir desarrollándose bajo un régimen de mayor especialización, mayor libertad de comercio, etc. La división mundial del trabajo fue esencial para el desarrollo continuo de las fuerzas productivas.
Junto con este desarrollo se produjo naturalmente el desarrollo de monopolios masivos que dominaron el mercado mundial. Las empresas menos productivas, al ser menos eficientes y carecer de la maquinaria más avanzada, quebraron o fueron compradas por sus rivales más grandes. No es el momento de tratar esta cuestión en detalle, pero si nos fijamos en cualquier industria importante, ya sea de materias primas, componentes o productos acabados, hoy en todas están concentradas en unas pocas empresas.
Pero, contrariamente a los sueños de los partidarios del libre mercado, es precisamente la libre competencia la que da origen a estos monopolios.
El proteccionismo hoy en día
Volviendo a la cuestión de hoy, hemos llegado a un mundo mucho más desarrollado y mucho más integrado económicamente que en la época de Trotsky. Desde 1960, la economía mundial ha crecido, en términos reales, aproximadamente ocho veces su tamaño. Sin embargo, el volumen del comercio mundial se ha multiplicado por veinte y, en términos de valor, aún más.
Cuando Estados Unidos se embarcó en su racha proteccionista en 1930, la relación entre el comercio y el PIB era de alrededor del 9 por ciento, ahora es más del 25 por ciento. Y para la industria manufacturera es aún más decisivo. El valor de la producción manufacturera de Estados Unidos es de 2,3 billones de dólares, pero el valor de las exportaciones manufactureras de Estados Unidos es de 1,6 billones de dólares. Eso no significa que el 70 % de los productos manufacturados se produzcan para la exportación (los componentes pueden cruzar la frontera varias veces antes de terminar en el producto final), pero muestra el grado de integración de la manufactura con el mercado mundial.
Así pues, cuando Estados Unidos y el resto del mundo se embarcan ahora en otra borrachera proteccionista, lo hacen desde un punto de partida muy diferente. Si se quisiera, como dijo Trotsky, «hacer retroceder al cocodrilo hasta el huevo de gallina», eso supondría una tremenda destrucción de las fuerzas productivas y una miseria incalculable.
Los economistas burgueses son muy conscientes de este hecho, por lo que han declarado «nunca más» al proteccionismo. Pero como tantos «nunca más» económicos, como la impresión de dinero, ha tenido que dar paso al desarrollo real de los antagonismos internacionales y de clase.
Trump no inventó el proteccionismo. En la actualidad, existen 4650 restricciones a la importación entre los países del G20, según Global Trade Alert, lo que supone diez veces más que en 2008. Estados Unidos está intentando cortar las alas a la economía china, algo que lleva intentando hacer desde 2018. Hay aranceles de EE. UU. y la UE contra China para los vehículos eléctricos. Está la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) de Biden, varios intentos de subvencionar la producción nacional de chips, etc. Todo esto precedió al segundo mandato de Trump. Esta ya era la dirección de la hoja de ruta antes de que él volviera a la escena. Mientras que durante todo un período histórico, el comercio mundial creció más rápido que la economía mundial, este ya no es el caso.
La guerra comercial de Trump es sin duda una aceleración en esta dirección. Nadie sabe hasta dónde llegará esta guerra, pero la agencia Fitch Ratings especula que el tipo arancelario medio de EE. UU. podría alcanzar el 18 %, frente al 8 % actual, lo que supondría el nivel más alto desde 1934.
Los planes de Trump plantean dificultades particulares para la economía mundial, cuya lógica no es solo imponer aranceles al producto final (como los automóviles), sino a todos los componentes de los automóviles. Esto plantea la posibilidad de que no solo se aplique un arancel único del 25 %, sino que haya que pagarlo varias veces, en distintas etapas del proceso de producción.
«Cada vez que una pieza cruza una frontera, se le aplicará un impuesto», dijo. Un ejemplo que dio Abuelsamid es el de un fabricante de automóviles que no quiso nombrar y que le dijo que obtiene los materiales para fabricar arneses de cables de Japón. Esos materiales van a México para convertirse en el arnés de cables, luego esos arneses se envían a Texas para ser conectados a un airbag. Luego se envían de vuelta a la planta del fabricante de automóviles en México para ser instalados en un asiento de coche. Luego, el vehículo se envía de vuelta a Estados Unidos».
Cuando la industria automovilística estima que podría terminar añadiendo entre 4.000 y 12.000 dólares al precio del coche, se refiere a esto. Este arnés aquí se grava efectivamente dos veces. Esto también significará que los exportadores estadounidenses perderán aún más capacidad para competir en el mercado mundial, ya que tendrán que gravar sus componentes varias veces antes de exportarlos.
Lo que hace este arancel general, y esto es probablemente bastante deliberado desde el punto de vista de Trump, es deshacer las cadenas de suministro globales. Pero esto es extremadamente costoso. BMW, por ejemplo, tiene tres plantas principales en Europa que producen motores, cada una de ellas especializada en motores particulares para modelos particulares de automóviles. Construir otra fábrica para producir motores solo para el mercado estadounidense sería extremadamente costoso. Lo mismo ocurre con cualquier otra pieza del automóvil que no se produzca ya en EE. UU. Cualquier contramedida de la UE, China y Japón que afecte a los componentes producidos en EE. UU. empeorará inevitablemente la situación.
Una posición proletaria
¿Cuáles son entonces los intereses de la clase trabajadora en todo esto? El dirigente del sindicato estadounidense de trabajadores del automóvil UAW, Shawn Fain, ha elogiado a Trump «por dar un paso adelante para poner fin al desastre del libre comercio que ha devastado a las comunidades de clase trabajadora durante décadas».
Sin duda, tiene razón. El desmantelamiento de la base industrial de Michigan ha tenido un efecto devastador en toda la región. Pero no es posible volver a meter al genio en la lámpara, y el intento de Trump de hacerlo tendrá consecuencias devastadoras.
Tampoco podemos defender la política de libre comercio, precisamente porque nos ha llevado a este punto en primer lugar. La política de libre comercio es la política de cerrar fábricas, devastar comunidades, todo con la promesa de que a la larga todo será para mejor.
Los socialdemócratas alemanes, en vísperas de la victoria de Hitler, propusieron precisamente una política tan demencial. Dejemos que la crisis se extienda por la clase trabajadora; al final todo será para mejor. Solo que el camino hacia el equilibrio económico pasó por el fascismo y la guerra mundial. Hoy en día, eso no está en las cartas en el futuro inmediato, pero la miseria que trae el capitalismo de libre comercio está ahí para que todos la vean.
Trotsky señala precisamente cómo el fin del libre comercio está vinculado a la crisis misma:
«La libertad de comercio, como la libertad de competencia, como la prosperidad de la clase media, pertenecen irrevocablemente al pasado. Conducirnos al pasado es ahora la única medicina de los reformadores democráticos del capitalismo».
Los que discuten en ambos bandos —los partidarios del libre comercio y los proteccionistas— quieren restaurar la sociedad a su estado anterior a la crisis, pero ninguno tiene la capacidad de hacerlo. Ni el restablecimiento de la libertad de comercio ni la creación de nuevas barreras arancelarias resolverán la crisis.
La verdad es que son precisamente el desarrollo de las fuerzas productivas y el mercado mundial los que han hecho posible el capitalismo nacional y han creado la crisis económica más extensa que el mundo haya experimentado jamás. Toda la situación es una en la que las fuerzas productivas se rebelan contra el Estado nación y la propiedad privada. Dejamos las últimas palabras a Trotsky:
«En consecuencia, para salvar a la sociedad no es necesario detener el desarrollo de la técnica, cerrar las fábricas, conceder premios a los agricultores para que saboteen a la agricultura, transformar a un tercio de los trabajadores en mendigos, ni llamar a los maníacos para que hagan de dictadores. Ninguna de estas medidas, que constituyen una burla horrible para los intereses de la sociedad, es necesaria. Lo que es indispensable y urgente es separar los medios de producción de sus actuales propietarios parásitos y organizar la sociedad de acuerdo con un plan racional. Entonces será realmente posible por primera vez curar a la sociedad de sus males. Todos los que sean capaces de trabajar deben encontrar un empleo. La jornada de trabajo debe disminuir gradualmente. Las necesidades de todos los miembros de la sociedad encontrarán la posibilidad de una satisfacción creciente. Las palabras “pobreza”, “crisis”, “explotación”, saldrán de circulación. La humanidad podrá cruzar finalmente el umbral de la verdadera humanidad.» (El marxismo y nuestra época, 1940)
La historia del continente americano fue marcada por la colonización, gran parte dominada inicialmente por la monarquía española, aunque otras potencias europeas también hicieron incursiones. La parte más al norte del continente estuvo dominada por distintos Estados europeos como Gran Bretaña, Francia y Holanda, siendo el primero el que conseguiría mayor dominio. La primera lucha de independencia triunfante se dio con las 13 colonias británicas (1775-1783), fue una revolución burguesa prematura que incluso tuvo un impacto en futuras luchas tan importantes como la revolución francesa.
Tomas Jefferson diría que “EEUU debe considerarse el nido desde el que se poblará toda américa”. Esas 13 colonias comenzaron una primera expansión que significó aplastar pueblos indígenas o comprar territorios a otras potencias.
Contrariamente, en el caso de América del sur, la revolución de independencia llegó con cierto retraso, comenzando este proceso en 1808. En el caso particular del hoy México, esta lucha inició con una insurrección de masas, dirigida por criollos que tenían un ala izquierda jacobina con representantes como Hidalgo y Morelos. Pero esta lucha no logró imponerse triunfante, aunque al final se consiguió la independencia que en poco tiempo establecería una república. No fue sino hasta las guerras de reforma cuando realmente se trastocaron las bases del régimen colonial.
En el siglo XIX, Estados Unidos desarrolló canales, caminos y el ferrocarril, lo que impulsó la revolución industrial, en un territorio virgen económicamente. Pero en el México independiente (además de heredar una compleja economía que de forma desigual combinó distintos modos de producción) lo que se generó no fue un régimen estable sino caos. Hubo guerras entre liberales y conservadores, intentos de reconquista y conquista de España, Gran Bretaña y Francia. El mundo había cambiado y ya no se podía jugar el papel que tuvo antes la nueva España (el hoy México) impulsando el comercio mundial con intercambio de nuevas mercancías y proveyendo de plata al mercado intercontinental. La minería, por ejemplo, se transformó pasando de producir metales valiosos como la plata para ahora orientarse a la producción de metales para la industria como el hierro.
En 1823, el entonces presidente de EEUU, James Monroe, manifestó su rechazo a cualquier nueva colonización o intervención en las Américas por parte de las potencias europeas y afirmaba que cualquier intento de ese tipo sería visto como una amenaza para Estados Unidos. Si bien esta doctrina no tuvo una aplicación inmediata, se volvió en la filosofía intervencionista de los EEUU en Sudamérica y el Caribe.
México había heredado un amplísimo territorio que se extendía a lo que hoy es el sur de Estados Unidos. Entre 1800 y 1840 la población de Estados Unidos se triplicó. Muchos emigraron a Texas y superaron en 6 a 1 a los mexicanos que ahí vivían. EEUU promueve su independencia, que consigue en 1836 y en 1845 la anexan abiertamente a su territorio. Acto seguido, lanzan una guerra de rapiña tratando de apoderarse de México.
Entre 1846 y 1848 se da la intervención norteamericana. México no había logrado conseguir las tareas básicas de la revolución burguesa, no había ni un Estado ni una cohesión y conciencia nacional consolidadas, no había desarrollado un mercado nacional, comenzando porque había caminos deficientes e inseguros y muy malas comunicaciones. El país estaba dirigido por un militar aventurero, Adolfo López de Santa Ana, los gobernantes jugaron un papel vergonzoso en la intervención norteamericana. Pese a todo esto, dicha intervención fue vista como un insulto para el pueblo mexicano, para los jóvenes soldados y veteranos que habían luchado en la independencia. Hubo varios casos de resistencia heroica, el Batallón de San Patricio que era parte del ejército invasor, conformado por irlandeses, vio que esta guerra era injusta y volteo sus armas a favor del pueblo mexicano muriendo heroicamente en una serie de batallas. Aunque hay muchos mitos en torno a la batalla de Chapultepec, es una realidad innegable que los jóvenes cadetes se enfrentaron con heroicidad al ejército norteamericano, esto vimos también en épicas batallas como la de La Angostura en Saltillo, Coahuila, o en la de El Molinito de El Rey en Ciudad de México. Pero el punto central es que el pueblo mexicano no dejó de acosar al ejército invasor que, aunque tomaron el Palacio Nacional, no logró dominar a la población. Sin embargo, se establece el tratado de Guadalupe Hidalgo y Estados Unidos se anexa la mitad del territorio mexicano. Ese es un verdadero punto de inflexión para el desarrollo del imperialismo estadounidense.
La guerra de secesión y la intervención francesa
El sur del extendido país se basaba en la agricultura, con mano de obra esclava; mientras, al norte, se desarrollaba la industria y con ella el capitalismo. Estos modos de producción no podían coexistir y Estados Unidos entró en una sangrienta guerra civil en la primera mitad de la década de 1860. Fue el ala burguesa la que triunfó en esa guerra. Estados Unidos no tuvo una sino dos revoluciones burguesas. Con ello el capitalismo norteamericano se extendió en un inmenso territorio subcontinental, con diversos y vastos recursos naturales.
México estaba también dividido entre liberales y conservadores, los primeros lograron aprobar una Constitución en 1857 y leyes liberales, lo que desató una guerra civil y, en medio del caos, México fue invadido por los imperialistas franceses, imponiendo a un emperador austriaco. La lucha contra la intervención francesa terminó en un triunfo mexicano, que permitió cumplir con tareas de la revolución democrático-burguesa como el establecimiento de un Estado nacional. No solo fue expulsada la intervención francesa, sino que su emperador impuesto fue juzgado, condenado y fusilado. Con ello se puso un claro freno a las intervenciones europeas en América.
La revolución burguesa en México llegó tarde a la historia, pues ya emergía el imperialismo estadounidense (y en otras partes del orbe), que le había ya arrebatado la mitad de su territorio e hizo que la economía naciera de forma subordinada a éste. Fue una heroica revolución burguesa con un ala jacobina radical, sin embargo, con una burguesía nacional débil y parásita, incapaz de llevar adelante el resto de las tareas de su revolución. Un ejemplo claro de ello es que, tras La Reforma (como se conoce a esta lucha revolucionaria contra conservadores e intervencionistas imperialistas), se desarrollaron los transporte, construyéndose ferrocarriles, pero bajo el gran capital extranjero y teniendo la función de conectar a Estados Unidos con el sur de América.
El triunfo mexicano contra los franceses imposibilita una nueva intervención abierta del emergente imperialismo norteamericano a México. Dio cierta independencia política al gobierno mexicano, pero no evitó la subordinación económica.
La injerencia imperialista en la revolución mexicana
Cabe hacer un comentario sobre el actuar de EEUU durante la revolución mexicana. Primero, debemos resaltar que los combatientes revolucionarios fueron atacados por igual tanto por la dictadura de Porfirio Díaz como por el Estado norteamericano, ejemplo claro de ello es la Junta Organizadora del PLM, donde participaban Ricardo Flores Magón y Librado Rivera, entre otros. Se creó una organización revolucionaria a ambos lados de la frontera y se recibió el apoyo del movimiento obrero en Estados Unidos, principalmente del IWW, algunos de sus militantes participaron activamente en la revolución mexicana. Ejemplo claro de que hay lazos de clase que nos unen contra el capital en ambos lados de la frontera.
En la revolución, EEUU intervino de manera abierta. Se mandaron paramilitares en ayuda del gobierno porfirista para sofocar la huelga minera de Cananea en 1906. El embajador norteamericano fue organizador del golpe de Estado contra Madero que buscaba restaurar al viejo régimen. En 1914 tomaron el Puerto de Veracruz, provocando una rebelión de los mexicanos que les impidió penetrar al interior del territorio nacional. Favoreció al ala Carrancista (que representaba a la nueva burguesía) en contra de los ejércitos revolucionarios de Zapata y Villa. Es por ello que Pancho Villa invadió Columbus, vengándose de los gringos, y salió ileso y vivo de la invasión punitiva donde entraron 10 mil soldados norteamericanos buscándolo vivo o muerto.
Durante los gobiernos posrevolucionarios es de destacar el del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940). Él no fue socialista, pero si un nacionalista consecuente. Demostró que la única forma de enfrentarse de manera seria al imperialismo es apoyándose en la movilización revolucionaria de las masas. Una huelga de trabajadores petroleros exigiendo aumento salarial escaló, generando un enfrentamiento abierto con las empresas imperialistas británicas y norteamericanas, culminando en la nacionalización de dichas industrias. Ésta fue una acción valiente pero nuestra lucha debe ir más allá, el objetivo es acabar con el sistema capitalista. Poniendo la banca y la gran industria en manos de los trabajadores, podríamos usar esa riqueza colosal para beneficiar al conjunto de la sociedad y podríamos acabar con los problemas de las masas, erradicar las guerras, el hambre y la pobreza del planeta.
El imperialismo seguirá agrediendo a los trabajadores de su propio país, de México, América Latina y el mundo. El pueblo mexicano ha demostrado tener una historia de lucha antiimperialista y lazos de hermandad con nuestros hermanos de clase en EEUU. Es con la unidad de la clase obrera como debemos enfrentarnos a este coloso, que es el imperialismo norteamericano, pero que con nuestra lucha revolucionaria detonaremos dinamita en sus cimientos hasta hacerlo caer.
La decisión de la administración Trump de imponer aranceles a Canadá y México, entre otros, ha causado una gran conmoción política. Es importante que los comunistas revolucionarios expliquemos qué hay detrás de esta decisión y que adoptemos una posición basada en la defensa de los intereses de la clase obrera.
En Canadá, los políticos y empresarios burgueses han llamado a toda la población a unirse en torno al “Equipo Canadá” y han anunciado aranceles de represalia. En México, el gobierno de Claudia Sheinbaum ha anunciado que responderá “con dignidad” para defender la “soberanía e independencia” del país.
Los aranceles de Trump representan una escalada de una política de proteccionismo económico que lleva tiempo desarrollándose. El proteccionismo ya estuvo presente durante la primera presidencia de Trump y continuó bajo Biden y representa un alejamiento de la enorme expansión del comercio mundial tras la Segunda Guerra Mundial, que se conoció como globalización.
En el capitalismo, los dos principales obstáculos al desarrollo de las fuerzas productivas son la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional. La creación del Estado-nación en el período de la revolución burguesa desempeñó un papel enormemente progresista, al acabar con el particularismo feudal, crear un mercado nacional e impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas.
Ese periodo llegó a su fin hace más de 100 años con el ascenso del imperialismo. Las fuerzas económicas conjuradas por el capitalismo ya no podían contenerse dentro de los límites del Estado nacional, transformado en un grillete reaccionario. La espiral de crisis y el creciente antagonismo entre los Estados imperialistas condujeron a décadas de inestabilidad y a dos guerras mundiales. Sólo a través de indecibles sufrimientos e inmensas destrucciones alcanzó el capitalismo mundial una prolongada fase de crecimiento con el auge posterior a la Segunda Guerra Mundial, que desembocó en la crisis de los años setenta.
Tras el colapso del estalinismo en Rusia y con la restauración del capitalismo en China, asistimos a un nuevo periodo de desarrollo del mercado mundial y a una mayor integración económica. La disponibilidad de una gran reserva de mano de obra barata y la apertura de nuevos mercados dieron un impulso temporal al capitalismo mundial. Ello condujo al surgimiento de nuevos países imperialistas, China y Rusia, que ahora compiten con Estados Unidos por el dominio mundial.
En el actual periodo de crisis capitalista, la competencia por los mercados es cada vez mayor. La globalización se ha detenido y el mundo está cada vez más dividido en bloques económicos enfrentados. Las principales potencias están volviendo al nacionalismo económico, que en esencia significa el intento de exportar el desempleo. Este es el significado de la política “America First” (América Primero) de Trump. Si América debe ir primero, significa que los demás países deben ir en segundo lugar.
El mensaje de Trump es sencillo: si quieren evitar los aranceles, traigan su producción a Estados Unidos. A los trabajadores de EEUU les dice: los aranceles traerán de vuelta empleos industriales bien pagados. El problema es que no lo harán.
Esta política, de hecho, es un reconocimiento de la incapacidad del capitalismo estadounidense para competir en el mercado mundial. El proteccionismo es un síntoma de la crisis del capitalismo y, en este caso concreto, es un síntoma del declive relativo del imperialismo estadounidense en el escenario mundial y un intento de detener ese proceso y revertirlo parcialmente.
El proteccionismo y las guerras comerciales no pueden resolver la crisis del capitalismo. De hecho, la agravarán. Tras el crack bursátil de 1929, fue la política de devaluaciones competitivas y aranceles la que sumió a la economía mundial en una depresión.
Las economías de Canadá, México y Estados Unidos se han integrado profundamente, sobre todo desde la firma del TLCAN en 1994. Las líneas de suministro atraviesan las fronteras nacionales. Cualquier interrupción de las mismas causará un daño económico que los capitalistas harán pagar a los trabajadores mediante precios más altos, despidos, intensificación de la explotación y cierres de fábricas.
Debemos ser claros: la era del libre comercio ha traído miseria a la clase trabajadora, con el estancamiento de los salarios, el cierre de fábricas y el endurecimiento de las condiciones laborales. Pero las guerras comerciales no aportarán ninguna solución.
Trump está intentando enfrentar a trabajadores contra trabajadores, y dirigentes sindicales como los del sindicato de la industria automotriz UAW están prestando vergonzosamente su apoyo a este programa. Despedir a miles de trabajadores en México o Canadá no ayudará en nada a los trabajadores estadounidenses. Lo que se necesita es una lucha conjunta contra los patrones que ganan miles de millones mientras se erosionan las condiciones de los obreros.
Apoyamos a los obreros y campesinos pobres mexicanos en su lucha contra el acoso imperialista de EEUU. Claudia Sheinbaum ha llamado a movilizaciones en defensa de la independencia y soberanía de México. Como comunistas revolucionarios decimos que la única manera de llevar adelante una lucha antiimperialista consecuente es expropiando a las multinacionales norteamericanas, sin indemnización y bajo control obrero. Sigan el ejemplo de Lázaro Cárdenas cuando nacionalizó las petroleras británicas. Si las empresas cierran la producción utilizando los aranceles como argumento, los trabajadores deben ocupar las plantas y exigir la nacionalización bajo control obrero. Apoyar a la burguesía nacional, financiando inversiones y dándoles beneficios no resolverá el problema de fondo de la sociedad mexicana. No tenemos que cambiar de amo, tenemos que terminar con el capitalismo.
A los trabajadores canadienses les decimos: no confíen en los patrones ni en los políticos capitalistas. ¡No a la falsa idea de la unidad nacional con los capitalistas! Defendemos la lucha de clases para defender los puestos de trabajo y las condiciones laborales, ¡incluidas las ocupaciones de fábricas! En lugar de subsidios a los capitalistas, defendemos la nacionalización bajo control obrero con planificación para las necesidades del pueblo.
Por supuesto, muchas de las industrias afectadas son parte integrante de las líneas de suministro vinculadas a EEUU. Los trabajadores canadienses que defienden sus puestos de trabajo deberían hacer un llamamiento internacionalista a sus hermanos y hermanas de clase al otro lado de la frontera. Las empresas nacionalizadas bajo control obrero podrían ser reequipadas y reconvertidas para servir a las necesidades de los trabajadores (fabricación de ambulancias, vehículos de transporte público, etc.).
A los trabajadores estadounidenses les decimos: ¡No a la “colaboración” con la patronal! Los aranceles de Trump no resolverán nada. Sólo la sindicalización y los métodos de lucha de clases pueden proteger los empleos y las condiciones. Tenemos que volver a las orgullosas tradiciones de las huelgas con ocupación de fábrica que dieron lugar a la UAW en la década de 1930.
En última instancia, los aranceles y las guerras comerciales son una manifestación de la crisis del capitalismo. No hay solución duradera para la clase obrera dentro de los límites de este sistema podrido. Ha llegado el momento de que los trabajadores tomemos las riendas de nuestro futuro y acabemos de una vez por todas con la esclavitud asalariada.
¡Por la unidad de la clase obrera por encima de las fronteras! ¡Por una Federación Socialista de Norteamérica como parte de una Federación Socialista Mundial!
Revolutionary Communists of America (sección estadounidense de la ICR) Revolutionary Communist Party / Parti Communiste Révolutionnaire (sección canadiense del ICR) Organización Comunista Revolucionaria (sección mexicana de la ICR)
Los chinos tienen un proverbio antiguo: «la mayor desgracia que le puede ocurrir a un hombre es vivir en tiempos interesantes». La verdad de esa antigua sabiduría se ha hecho ahora de repente evidente para los gobernantes del mundo occidental.
La disputa pública entre el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky por un lado y el presidente estadounidense Donald Trump y el vicepresidente JD Vance por el otro golpeó al mundo con la fuerza de un violento tsunami.
Los dirigentes occidentales debieron de haber visto las extraordinarias escenas que salían del Despacho Oval con una mezcla de atónita incredulidad, conmoción y absoluto horror. Es bastante comprensible.
A primera vista, la causa de la disputa sin precedentes en el Despacho Oval puede parecer casi trivial. Durante algunas semanas antes de la fatídica reunión, Donald Trump se había jactado de haber llegado a un acuerdo fantástico con el hombre de Kiev, por el cual Estados Unidos recibiría el control de grandes cantidades de riqueza mineral que (según nos han dicho) se encuentran bajo el suelo de Ucrania.
Se suponía que el presidente Zelensky iba a ir a Washington con el propósito de firmar este acuerdo, ni más ni menos. Sin embargo, las cosas resultaron de otra manera.
Irónicamente, fue el propio Zelensky quien planteó por primera vez la cuestión de los derechos mineros, con la clara intención de sobornar a los estadounidenses. Al hacer alarde de la tentadora perspectiva de grandes cantidades de riqueza mineral poco común, ofrecida a cambio de futuras entregas de armas, esperaba enredar a los estadounidenses en un acuerdo que garantizara el flujo continuo de armas y dinero a Kiev.
Por desgracia para él, Trump interpretó la idea de una manera muy diferente. Argumentando que Estados Unidos ya había dado a los ucranianos enormes cantidades de dinero en efectivo para subvencionar su guerra (se mencionó la suma de 350.000 millones de dólares), esperaba algún tipo de retorno de su inversión de capital.
El empresario que ahora ocupa la Casa Blanca pensaba en términos puramente comerciales. Esperaba que los ucranianos le entregaran los derechos sobre los minerales mencionados a cambio de la generosidad pasada, y no como anticipo de futuros suministros de armas.
Los dos hombres estaban claramente hablando con propósitos cruzados. Fue una comedia de errores que estuvo cargada de muchas consecuencias trágicas.
¿Cuáles son los objetivos de guerra de las diferentes partes?
Para arrojar luz sobre todos los acontecimientos posteriores, es necesario en primer lugar establecer claramente en qué consisten actualmente los objetivos de guerra de las diferentes partes en conflicto.
Durante la campaña electoral, Trump dejó muy claro que su intención era poner fin de inmediato a la guerra en Ucrania, o al menos desvincular completamente a EE. UU. del desastroso conflicto que provocó su predecesor, Joseph Robinette Biden Jr., sin tener en cuenta los intereses fundamentales de Estados Unidos.
Desde entonces, Trump ha reiterado su posición, que sigue siendo exactamente la misma que al principio.
Sin embargo, es imposible entender esta decisión aislándola de la estrategia general y la visión del mundo de Trump. Y, contrariamente a una opinión muy extendida, él sí tiene una estrategia y la está siguiendo con la determinación que le caracteriza.
Muchos dirigentes europeos (por no mencionar los de Kiev) parecen tener grandes dificultades para entender esto. Han subestimado constantemente a Donald Trump. En consecuencia, siempre asumen que cuando hace una declaración no lo dice en serio. Luego se sorprenden cuando descubren que, de hecho, sí lo decía en serio.
El desconcierto permanente de estas damas y caballeros es un reflejo de su obstinada negativa a tomarse en serio a Donald Trump. Pero los acontecimientos les están obligando, de mala gana, a abandonar esta visión reconfortante. Los últimos en admitir este triste hecho son el presidente Macron de Francia y Sir Keir Starmer de Gran Bretaña, sin lugar a dudas, los más estúpidos y egocéntricos de todos los dirigentes europeos estúpidos y egocéntricos. Pero hablaremos de ellos más adelante.
Volviendo a Estados Unidos, Trump ha comprendido que Estados Unidos se ha extralimitado seriamente en el escenario mundial. Tiene una enorme deuda pública (más de 36 billones de dólares), su inventario de armas está extremadamente agotado y se enfrenta a las alarmantes perspectivas de conflictos en Oriente Medio y en la región de Asia/Pacífico para los que no está totalmente preparado.
Dada esta situación, ha decidido que Estados Unidos debe retirarse de su papel global y replegarse detrás de sus fronteras estratégicas naturales, incluyendo Canadá, el Canal de Panamá, México y Groenlandia. Esas son sus prioridades, y Europa debe ahora pasar a un segundo plano en la política exterior estadounidense.
Un elemento clave de esta estrategia es reparar las relaciones con Rusia, que se vieron gravemente dañadas por las agresivas políticas imperialistas de la administración Biden. Es un hecho increíble que durante los últimos tres años no haya habido contactos entre Estados Unidos y Rusia a ningún nivel oficial. Eso nunca fue así, ni siquiera en los peores años de tensión durante la Guerra Fría.
La normalización de las relaciones con Rusia ocupa ahora un lugar muy destacado en la agenda de Donald Trump. Esto ha hecho saltar inmediatamente las alarmas en la mayoría de las capitales europeas, y sobre todo en Kiev, donde Zelensky y su camarilla viven con el temor de una traición estadounidense en las negociaciones con Rusia.
Los objetivos bélicos de los líderes ucranianos son, por lo tanto, diametralmente opuestos a los de Washington. Los estadounidenses buscan la paz en Ucrania a través de un acuerdo con Rusia que reconozca la realidad de que la guerra está perdida. Pero para Zelensky, la paz es poco menos que un suicidio. Significaría el fin de la ley marcial, que elimina el único obstáculo serio para la convocatoria de elecciones.
El plazo legal para su presidencia expiró hace mucho tiempo, y esto justifica el comentario de Trump de que es un dictador que se niega a celebrar elecciones. Los estadounidenses ahora están presionando para que se celebren elecciones en Ucrania, evidentemente porque están exasperados con Zelensky y les gustaría verle fuera. No hay duda de que perdería cualquier elección libre en la actualidad, a pesar de todas las afirmaciones en contrario.
Por lo tanto, los objetivos de guerra de Ucrania son muy simples. La guerra debe continuar a toda costa, hasta que Rusia sea finalmente derrotada y expulsada de todos los territorios ocupados. El hecho de que este objetivo sea tan absurdamente irreal que nadie pueda tomarlo en serio no impide que la camarilla gobernante en Kiev lo persiga hasta el amargo final. Son completamente indiferentes al costo humano que implica persistir en lo que es claramente una guerra imposible de ganar.
De esto se derivan ciertas cosas. Sobre todo, deben impedir por todos los medios que los estadounidenses se retiren. Ucrania depende por completo del flujo constante de grandes cantidades de dinero en efectivo y armas procedentes de EE. UU. El corte de todos los suministros les asestaría un golpe mortal. Y a pesar de todo el ruido que emana de Londres y París, no hay absolutamente ninguna posibilidad de que los europeos puedan compensar el déficit si eso ocurriera. Zelensky es plenamente consciente de este hecho y lo ha admitido públicamente.
Es en este contexto que debemos entender la ferocidad de la discusión sobre los llamados derechos minerales, y la violencia del conflicto que estalló en el Despacho Oval como resultado.
El avance implacable del ejército ruso y el colapso igualmente rápido de la moral en el bando ucraniano dan una sensación creciente de urgencia, rayando en la desesperación, para arrastrar de alguna manera a Estados Unidos al conflicto. Una vez que hemos entendido este hecho, el significado del juego diplomático que se ha desarrollado en las últimas semanas se vuelve claramente evidente.
Macron y Starmer entran en escena
La visita de Macron y Starmer a Washington formaba parte de una estrategia que claramente se ha elaborado en secreto con los hombres de Kiev. El único objetivo es evitar que los estadounidenses lleguen a un acuerdo con Rusia para poner fin al conflicto y también evitar la eventual retirada de EE. UU. de Europa, algo que los europeos temen más que nada.
Para ello, utilizaron algunos trucos transparentes. Macron y Starmer estaban presionando a favor de la llamada «fuerza de mantenimiento de la paz» europea, que se pretendía enviar a Ucrania tras la consecución de un acuerdo, con el fin de garantizar un alto el fuego. Sin embargo, tal misión sería completamente imposible sin la participación activa de Estados Unidos.
Si hubieran podido convencer al hombre de la Casa Blanca de que aceptara lo que se denominó una «garantía de seguridad» estadounidense, el siguiente paso estaría bastante claro. Los ucranianos encontrarían una excusa para provocar a los rusos y que estos emprendieran algún tipo de acción que se presentaría como una violación del alto el fuego.
La llamada fuerza de mantenimiento de la paz entraría entonces en acción y se encontraría inmediatamente en problemas, ya que los rusos disfrutan de una superioridad abrumadora tanto en hombres como en armamento.
Los europeos pedirían entonces a los estadounidenses que acudieran en su ayuda en virtud de la garantía de seguridad. Los estadounidenses responderían y rápidamente se verían envueltos en una guerra con Rusia. Seguiría el comienzo de la Tercera Guerra Mundial, para horror de todos, excepto de la camarilla de Zelensky y los nacionalistas ucranianos neonazis, para quienes sería un gran éxito.
Al menos, esa era la teoría. Pero entre la teoría y la práctica suele haber una brecha considerable. Como hemos señalado, uno de los principales errores de los gobernantes de Europa es que han subestimado constantemente a Donald Trump. Se imaginaron que con una combinación de halagos y maniobras inteligentes podrían engañarlo y hacer que cambiara de opinión. Fracasaron, y fracasaron miserablemente.
Donald Trump puede ser muchas cosas, pero un tonto no es. Macron apareció en Washington, rebosante de encanto galo, prodigando los elogios más extravagantes a su «amigo de la Casa Blanca», sonriendo y riéndose de las bromas del presidente, que no le parecieron ni lo más mínimo divertidas, y actuando en general como el bufón de la corte en presencia del Emperador.
Trump respondió prodigando elogios igualmente extravagantes a su «amigo en París», estrechándole la mano, sonriendo de oreja a oreja y, en general, mostrándose muy agradable. Pero todo el tiempo evitó cuidadosamente dar una respuesta firme a la urgente petición del francés de apoyo para sus imaginarios pacificadores.
Al darse cuenta de que el propósito de este minué diplomático era mantenerlo bailando en círculos cada vez más pequeños, en un momento dado Macron se impacientó y empezó a hablar en francés. Sin inmutarse por este gesto algo descortés, su «amigo de la Casa Blanca» comentó: «¡Qué idioma más hermoso! ¡No he entendido ni una palabra!».
Después, su «amigo» francés regresó a París, con las manos tan vacías como cuando se fue. Al fin y al cabo, fue una completa humillación. Debería haber recordado las palabras de su compatriota Charles de Gaulle: las naciones no tienen amigos, solo intereses.
Sale Macron, entra Sir Keir
Observando con interés esta comedia gala desde el otro lado del Atlántico, Sir Keir Starmer decidió que se necesitaban tácticas algo diferentes. Sin dejarse intimidar por el fracaso del francés, elaboró una estrategia diferente con la ayuda de sus asesores altamente profesionales del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Al no poseer ningún encanto propio digno de mención y ser, a diferencia del voluble Macron, un típico caballero inglés de clase alta, rígido, aburrido y falto de imaginación, necesitaba algo especial que presentar al hombre de la Casa Blanca. Para ello, escondía en su bolsillo interior un arma secreta, algo que no podía dejar de impresionar a ningún presidente estadounidense, especialmente a uno llamado Donald J. Trump.
Para ser justos, nuestro primer ministro hizo un esfuerzo muy valiente para ocultar su torpeza natural y su falta de habilidades comunicativas mediante una muestra inusual de lenguaje corporal, que no se limitó a innumerables apretones de manos, sino que incluso se atrevió a tocar físicamente al presidente de Estados Unidos (hay que reconocer que solo en la manga de su abrigo).
No sabemos qué efecto tuvo esta inusual muestra de familiaridad en el líder de la nación más poderosa de la Tierra, pero a juzgar por la sonrisa nerviosa que apareció en el rostro del primer ministro británico, al menos estaba encantado con su aparente éxito.
Es difícil transmitir la sensación de vergüenza que cualquier persona normal en Gran Bretaña sentiría al presenciar la siguiente escena, que no estaría fuera de lugar en una comedia de situación televisiva de segunda categoría. Quizás la mejor descripción la hizo más tarde un periodista británico que comparó despiadadamente a Starmer con un colegial empollón que se acerca al matón de la escuela.
Para explicar esta interesante analogía, en todas las escuelas hay un matón, un chico duro que tiene la costumbre de intimidar a los niños pequeños y hacerles la vida miserable. Estos individuos suelen ir acompañados de un niño enclenque que no es lo suficientemente fuerte como para intimidar a nadie, pero que imagina que, al estar cerca del tipo duro, puede fingir ser duro él mismo.
Este es un análisis muy justo de lo que a los británicos les gusta llamar su «relación especial» con los Estados Unidos de América: el equivalente al matón de la escuela, pero a una escala mucho mayor. Solo hay que añadir que el matón de la escuela invariablemente trata las atenciones del niño enclenque con el desprecio que se merece.
Muy satisfecho consigo mismo (presumiblemente porque, hasta este momento, el presidente de los EE. UU. no lo ha recompensado con una patada en el trasero), Sir Keir saca entonces la carta secreta, que hasta este momento le ha estado quemando el bolsillo.
Con un ademán majestuoso que se asocia con un mayordomo fiel entregando el correo matutino a su amo, entrega cuidadosamente este precioso objeto a su eminente destinatario, anunciando con orgullo que no es otra cosa que una invitación del rey Carlos III a Donald Trump para que lo visite a él, a su esposa y a sus hijos en el Palacio lo antes posible.
Ahora bien, por alguna oscura razón, en el establishment y los medios de comunicación británicos se da por sentado que todos los políticos y presidentes estadounidenses están muy impresionados por la monarquía británica, posiblemente porque en estos días no tenemos mucho más de lo que estar orgullosos.
Por lo tanto, Starmer no pudo resistir la tentación de pronunciar un pomposo discurso, en el que señaló que esta invitación era «muy especial». ¡Era la primera vez en toda la historia de la humanidad que un presidente estadounidense había sido invitado al Palacio Real DOS VECES! ¡Un gran honor, sin duda!
Curiosamente, el rostro de Trump no mostró ninguna emoción particular ante la noticia, aunque aceptó gentilmente la invitación, añadiendo (ya fuera deliberadamente o por error) que sería un gran placer para él honrar a Su Majestad con su presencia.
Ahora bajemos discretamente el telón sobre el procedimiento restante, que fue simplemente una repetición tediosa de lo que había sucedido anteriormente con el presidente francés. Starmer finalmente reunió el valor suficiente para hacer la pregunta que le había estado rondando la cabeza todo el tiempo: ¿qué hay de algún tipo de garantía de seguridad estadounidense?
En realidad, no usó esa expresión precisa, ya que los estadounidenses eran algo alérgicos a ella, sino que habló de «un respaldo» (sea lo que sea que eso signifique).
En este punto, cuando las cosas parecían ir tan bien, todo saltó por los aires. Fue como el momento del cuento de hadas en el que, al filo de la medianoche, el vestido de Cenicienta se convierte en harapos y el magnífico carruaje y los caballos se transforman en una calabaza tirada por un grupo de ratones.
Trump respondió con aire pícaro que no veía la necesidad de tal cosa, ya que el ejército británico era bien conocido por ser una institución espléndida llena de jóvenes valientes que eran bastante capaces de cuidar de sí mismos, muchas gracias. Y para echar sal en la herida, Trump preguntó a Starmer si creía que Gran Bretaña podía enfrentarse sola a los rusos, a lo que no recibió más respuesta que una risa avergonzada.
Al igual que su homólogo francés, Sir Keir Starmer regresó a Londres con las manos vacías. Es cierto que fue recompensado con una camiseta de fútbol americano, que parecía un regalo bastante inadecuado para una invitación tan especial de Su Majestad Británica.
Pero los decididos intentos de obligar a los estadounidenses a involucrarse militarmente en Ucrania terminaron en una farsa. Parecía que las cosas no podían empeorar. Pero luego lo hicieron.
El enfrentamiento
Lo que sucedió después no tenía por qué haber ocurrido. Donald Trump, evidentemente receloso de los motivos de Zelensky, expresó su deseo de cancelar su visita a Washington, que estaba prevista para el viernes. Sus dudas debieron de redoblarse cuando Zelensky, ignorando el mensaje del presidente de Estados Unidos, insistió en venir.
Hasta aquí, todo mal. Sin embargo, Trump declaró públicamente que el presidente ucraniano iba a ir a Washington con el único propósito, dijo, de firmar un acuerdo sobre derechos mineros que ya había sido redactado y acordado de antemano.
El problema es que nuestro amigo de Kiev tiene una forma muy peculiar de expresarse. Por ejemplo, cuando dice que sí, en realidad quiere decir que no. Y cuando dice que no, en realidad quiere decir que sí, y cuando dice que tal vez, no quiere decir nada en absoluto. Del mismo modo, cuando dice que está a favor de la paz, en realidad está a favor de la guerra. Y así sucesivamente, sin fin.
Este fue, una vez más, el caso del famoso acuerdo sobre derechos mineros. ¿Aceptó Zelensky firmar el mencionado acuerdo? Sí, lo hizo. Pero no lo hizo como un acto de generosidad hacia Estados Unidos, ni para agradecerle las grandes cantidades de armas y dinero que había recibido de él. ¡Oh, no! Para desprenderse de algo tan inmensamente valioso, iba a exigir algo a cambio, de lo contrario no iba a firmar nada.
Lo que quería a cambio se expone de forma sencilla: una declaración firme de que EE. UU. proporcionaría a Ucrania una «garantía de seguridad». Pero había hecho esta petición en innumerables ocasiones y siempre se le había denegado con firmeza. Además, observó con gran disgusto que sus amigos Macron y Starmer no habían conseguido obtener dicha garantía durante su viaje a Washington.
Por lo tanto, el presidente de Ucrania no era un hombre feliz. De hecho, ya estaba de muy mal humor. Pero este estado de ánimo estalló en ira cuando leyó el texto del documento preparado por los estadounidenses que se esperaba que firmara.
No he visto el texto del acuerdo, pero por lo que tengo entendido es un documento de lo más peculiar: una declaración general y vaga sin ningún detalle real. Es más o menos igual que el inútil trozo de papel que Starmer trajo de Kiev y que establecía un tratado inquebrantable entre Gran Bretaña y Ucrania por un período de no menos de 100 años, aunque Starmer debe ser consciente de que es dudoso que Ucrania dure ni siquiera 100 días, y mucho menos años, sin el apoyo militar de EE. UU., que ahora se está retirando.
Pero dejemos de lado las sutilezas legales. El hecho es que no hay pruebas de que las grandes cantidades de minerales mencionadas en el acuerdo existan realmente, y si existen, están lejos de ser fácilmente accesibles para su extracción y procesamiento. Por lo tanto, la idea de que los estadounidenses podrían obtener enormes beneficios de tal acuerdo está sujeta a serias dudas.
Pero eso también déjelo de lado. Lo que preocupaba a Zelensky más que las sutilezas legales o las realidades geológicas era lo que no se incluía en el documento. ¡No se mencionaba en absoluto ninguna garantía de seguridad! Zelensky estaba ahora incandescente de rabia.
Todo el asunto de los minerales, que él mismo había sacado a relucir inicialmente, pretendía ser un soborno para obtener una garantía de seguridad estadounidense que ataría a los estadounidenses de forma ineludible a Ucrania y a su guerra, lo que acabaría provocando un conflicto con Rusia. Toda la elaborada estafa no tenía absolutamente ningún otro propósito.
Pero lo que ahora tenía ante sí era un trato por el que los estadounidenses se embolsarían el soborno, pero no darían nada a cambio. Por lo tanto, decidió ir a Washington y armar tal escándalo que Donald Trump entendiera con qué clase de hombre estaba tratando.
Aquí tenemos los antecedentes de los acontecimientos posteriores. Ha habido intentos en la prensa occidental de acusar a Trump y a Vance de organizar una «emboscada» para el presidente ucraniano, de que fueron ellos, concretamente Vance, quienes provocaron deliberadamente una disputa.
Pero si se estudian todos los vídeos disponibles, inmediatamente se hace evidente que la fuente de la agresión no fueron los estadounidenses, sino precisamente Volodymyr Oleksandrovych Zelenskyy.
Desde el principio, pasó a la ofensiva, basándose en el principio de que el ataque es la mejor forma de defensa. Eligió hacerlo, no en la intimidad de una conversación con Trump, sino ante las pantallas de televisión, es decir, ante una audiencia de millones de espectadores estadounidenses conmocionados.
Antes de su llegada, le habían dejado muy claro que el texto del acuerdo no estaba sujeto a negociación; que había sido discutido y acordado a fondo, incluso por el propio Zelensky; y que no se podían hacer cambios ni modificaciones. Se imprimieron copias del documento y se prepararon plumas. Lo único que faltaba era estampar las firmas.
A pesar de ello, reiteró sus exigencias de garantías de seguridad ante las cámaras de televisión e hizo otros comentarios que causaron un gran enfado a sus anfitriones, que finalmente estallaron. En general, se acepta que esta fue la primera y única vez que Donald Trump perdió públicamente los estribos con un dirigente extranjero. Sin duda, fue un espectáculo digno de ver.
Muchas personas que vieron el incidente han declarado su sorpresa ante lo que estaban viendo. Pero otros, incluido yo mismo, encontramos el episodio bastante divertido, aunque el contenido real tiene implicaciones muy serias.
Un amigo mío, después de ver el enfrentamiento en el Despacho Oval, me dijo: «No podía dejar de reírme. Pero hay algo serio en todo esto. Los millones de personas que lo vieron podrán aprender mucho más sobre la situación real de lo que han aprendido de la llamada prensa libre en los últimos tres años».
Tiene razón. Cuando, en el transcurso de la acalorada discusión, Donald Trump acusó a Zelensky de jugar con la Tercera Guerra Mundial, estaba en lo cierto. Zelensky lo hizo de forma constante, con la ayuda y la complicidad activas de Joseph Biden y su agente belicista, Anthony Blinken. Que no lo consiguieran se debió enteramente a la moderación mostrada por los rusos.
Por cierto, incluso ahora, cuando Ucrania se enfrenta a la derrota, Zelensky sigue con el mismo jueguecito. De hecho, es, por usar la analogía de Donald Trump sobre el juego, la única carta que le queda por jugar.
No tiene mucho sentido entrar en detalles, ya que a estas alturas todo el mundo ha tenido la oportunidad de ver la grabación varias veces. Baste decir que este enfrentamiento ha provocado una ruptura grave, posiblemente irremediable, entre Ucrania y Estados Unidos. También ha tenido un tremendo impacto internacional, sobre todo en Europa, donde dejó a los dirigentes tambaleándose en un estado de conmoción e incredulidad.
Las secuelas
Ahora se están haciendo intentos desesperados por salvar lo que se pueda de los escombros. Pero eso es mucho más fácil de decir que de hacer. Inmediatamente después del altercado en el Despacho Oval, el dirigente ucraniano apareció en el estudio de Fox News para otra entrevista más.
Sin duda, le habrán torcido el brazo para que intente rectificar su metedura de pata al enfrentarse en público al hombre de la Casa Blanca. Pero Zelensky es demasiado vanidoso, arrogante y egocéntrico para admitir un error, y solo consiguió agravar aún más sus errores.
Cuando se le preguntó varias veces si le debía una disculpa al presidente, Zelensky esquivó la pregunta, limitándose a decir: «Respeto al presidente y respeto al pueblo estadounidense». Evidentemente, expresiones como «lo siento» no figuran en su vocabulario, algo limitado.
Peor aún, parecía pensar que había hecho muy bien en hablar como lo hizo: «Creo que tenemos que ser muy abiertos y muy honestos, y no estoy seguro de que hayamos hecho algo malo».
El hombre de Kiev admitió más tarde que el enfrentamiento «no fue bueno», pero se mostró confiado en que su relación con Trump podría salvarse.
«Solo quiero ser honesto y que nuestros socios entiendan la situación correctamente y quiero entender todo correctamente. Se trata de nosotros, no de perder nuestra amistad», dijo.
Un sentimiento muy digno, pero no del todo apropiado en el trato con un hombre como Donald J. Trump, que es conocido por ser algo alérgico a que le contradigan y, por lo tanto, no siempre comprensivo incluso con las críticas más abiertas y honestas.
Es aún menos probable que le impresione un individuo escurridizo y manipulador como Zelensky, cuya franqueza y honestidad se asemejan a las de un comerciante de coches de segunda mano de dudosa reputación.
Esta confrontación pública marca claramente el principio del fin para Zelensky, un hombre claramente obsesionado con su exagerado sentido de la importancia. Durante años se ha acostumbrado a recibir elogios de todas partes. Llegó a creer que podía ir a cualquier parte, entrar en cualquier parlamento, senado o incluso en el gabinete británico, y soltar cualquier cosa que se le pasara por la cabeza, recibiendo aplausos y adulación.
Esto le dio una sensación exagerada de poder, por lo que se siente con derecho a hacer las demandas más extravagantes a los gobiernos y espera que se cumplan de inmediato y en su totalidad sin hacer preguntas.
Ha logrado extraer enormes cantidades de dinero, gran parte de las cuales han desaparecido y sin duda han terminado en las cuentas bancarias de funcionarios y oligarcas corruptos.
No es de extrañar que el Sr. Zelensky esté tan interesado en continuar la guerra por la que se le recompensa con tanta generosidad. Pero para los millones de ucranianos que sufren innecesariamente en un conflicto sin sentido, sus únicas recompensas son la muerte de hijos, hermanos y padres, la destrucción de sus hogares y, en última instancia, la destrucción de su propia patria.
La guerra está perdida
Una vez le preguntaron a un teniente coronel estadounidense retirado si era concebible que los rusos pudieran perder la guerra. Respondió lacónicamente que solo había una circunstancia que podría lograr tal resultado: que los rusos se despertaran una mañana y olvidaran cómo caminar. No dignificó la pregunta con más respuestas.
Rusia ha ganado. Y esto tendrá importantes consecuencias. Rusia emerge ahora como una importante potencia mundial. En el pasado reciente, hemos caracterizado a Rusia como una potencia regional. Esta definición se considera ahora totalmente inadecuada. De hecho, es dudoso que fuera correcta incluso antes de ahora.
Rusia es claramente una potencia mundial, junto con Estados Unidos y China. Trump lo ha entendido y está actuando en consecuencia. Y ahora, por fin, al menos algunos de los estrategas burgueses más inteligentes de Europa también lo han entendido.
El Financial Times del 26 de febrero de 2025 contenía un artículo quejumbroso de Martin Wolff, que, bajo el llamativo titular de «Estados Unidos es ahora el enemigo de Occidente», concluía:
«Estas dos últimas semanas han dejado dos cosas claras. La primera es que Estados Unidos ha decidido abandonar el papel en el mundo que asumió durante la Segunda Guerra Mundial. Con Trump de vuelta en la Casa Blanca, ha decidido en su lugar convertirse en una gran potencia más, indiferente a todo menos a sus intereses a corto plazo, especialmente sus intereses materiales».
Eso es correcto. Y Trump ha sacado las conclusiones necesarias. Por supuesto, en cualquier guerra habrá muchos reveses y cambios de fortuna en el campo de batalla, y esta no fue una excepción. Pero en el último análisis, el equilibrio de fuerzas era demasiado desigual. Rusia era demasiado poderosa para no prevalecer al final. Lo realmente notable de esta guerra fue el papel de los medios de comunicación. Desde el principio, las páginas de la prensa occidental estuvieron llenas de informes sobre victorias ucranianas y aplastantes derrotas para Rusia, algunos verdaderos, muchos falsos y todos absurdamente exagerados para crear una impresión totalmente falsa. La cobertura realista de los acontecimientos reales en los campos de batalla fue prácticamente inexistente.
El público occidental fue alimentado con un flujo constante de informes sesgados y engañosos, que fueron inventados en Kiev. Este sigue siendo el caso incluso en la actualidad, aunque cada vez más un vago sentido de la realidad está empezando a penetrar a través de la espesa niebla de la propaganda.
Una de las afirmaciones más frecuentes (repetida incluso ocasionalmente hoy en día) era que el avance ruso era tan lento, que equivalía a la conquista de tal o cual pueblo, que no era más que un punto muerto. No son capaces de tomar una sola ciudad principal, según cuenta la historia. No tiene nada que ver.
Al principio de la guerra, cité un pasaje importante del célebre clásico de Clausewitz Sobre la guerra, en el que el gran estratega prusiano señalaba que el propósito de la guerra no es conquistar territorios o ciudades, sino destruir las fuerzas enemigas. Una vez alcanzado ese objetivo, la victoria está asegurada por razones obvias.
El ejército ruso ha seguido sistemáticamente esa estrategia, con resultados devastadores. Las fuerzas ucranianas han sido devastadas hasta el punto de que ya no es posible recuperarse. Los rusos han logrado una aplastante superioridad, tanto en número como en armamento, lo que dificulta cada vez más la resistencia ucraniana.
Incluso en los medios de comunicación pro-ucranianos de Occidente han aparecido artículos que muestran el estado de desmoralización de los soldados ucranianos en el frente. Ha habido una oleada de deserciones, motines y negativas a luchar por una causa que está claramente perdida.
Los soldados ucranianos se quejan de la falta de armas, equipos y municiones. Pero el problema más grave es la falta de mano de obra. Mientras que al principio de la guerra, los hombres hacían cola para alistarse en el ejército, ahora es prácticamente imposible encontrar reclutas dispuestos a servir como carne de cañón.
El avance ruso avanza implacablemente hacia las fronteras del Donbás y desde allí hacia el río Dniéper (Dnipro). En ese punto, habrá poco que les impida avanzar hacia el oeste. La guerra se habrá perdido de forma decisiva.
Ese es el elemento decisivo en la ecuación que determina todo lo demás. Y no importa lo que se decida en Occidente, ahora no se puede hacer nada para cambiar el resultado.
Desde un punto de vista racional, la única forma de salir del punto muerto sería que los ucranianos entablaran negociaciones con los rusos, con el fin de salvar lo que se pueda salvar de los escombros provocados por este conflicto criminal e innecesario.
Es un hecho duro de la guerra, pero un hecho que debe aceptarse, que los vencedores dictarán las condiciones a los vencidos. Al prolongar la guerra mucho después de que hubiera perdido todo sentido, la camarilla de Zelensky ha provocado precisamente esa situación. Es un resultado totalmente de su propia cosecha.
Ahora deben tragar un trago amargo y aceptar cualquier condición que Moscú esté dispuesta a ofrecerles. Al continuar la guerra incluso ahora, cuando saben muy bien que está condenada al fracaso, lo único que conseguirán es la matanza innecesaria de un gran número de jóvenes que agravará aún más la espantosa catástrofe demográfica de Ucrania.
El resultado final bien podría ser la desaparición total de Ucrania como Estado nación. Tal es la desastrosa consecuencia de las actividades del nacionalismo reaccionario ucraniano y sus partidarios imperialistas. Sin embargo, hay quienes en Occidente persistirán en intentar continuar esta loca matanza, sin un final a la vista. Esto nos lleva a los objetivos de guerra de los europeos.
Los europeos
Los europeos están desempeñando un papel criminal en todo esto. Cuando estalló esta guerra a principios de 2022, algunos dirigentes europeos, como Macron y Olaf Scholz, se mostraron muy escépticos. Sin embargo, aceptaron el proyecto de Biden. Otros, en cambio, como Boris Johnson y los dirigentes nórdicos y bálticos, estaban exultantes. Estaban tan entusiasmados que saltaban de alegría ante la perspectiva. Y todos estaban completamente convencidos de que Rusia pronto se vería doblegada por una combinación de sofisticadas armas estadounidenses y sanciones económicas sin precedentes.
Iban a inundar Ucrania con armas modernas. Cada una de ellas fue anunciada como la que iba a cambiar las reglas del juego. Eso resultó ser una broma de muy mal gusto, aunque hay que decir que mucha gente fue engañada por esta tontería. Pero para cualquiera con ojos para ver, estaba muy claro desde el principio: Ucrania nunca podría ganar esta guerra. Era una imposibilidad física.
Eso hace que la oposición de los europeos a la propuesta de diálogo de paz de Trump sea aún más cínica. Los dirigentes europeos y Zelensky están decididos a continuar la destrucción de Ucrania y el sacrificio de su pueblo, únicamente para atar a Trump y a Estados Unidos a sus propios intereses mezquinos.
Desde la elección de Donald Trump, el mundo occidental se ha visto sacudido hasta la médula por un revés tras otro en el traicionero campo de la diplomacia.
Al principio, intentan consolarse con la ilusión de que las cosas no estaban tan mal como podrían estar. Seguramente, una vez instalado en la Casa Blanca, empezaría a entrar en razón. Bajo la presión de la opinión pública hostil (léase: el Partido Demócrata) y la prensa libre (léase: la prensa multimillonaria controlada por el Partido Demócrata y sus partidarios), abandonaría sus ideas descabelladas y se conformaría con ser un dirigente político burgués normal.
Pero una a una, estas ilusiones se evaporan como pompas de jabón en el aire. Poco a poco, la clase dirigente, tanto en Estados Unidos como en Europa, ha empezado a darse cuenta de que las cosas han empezado a cambiar en una dirección muy dramática. Para usar la colorida expresión de JD Vance: «¡hay un nuevo sheriff en la ciudad!».
Esto se hizo eco en el artículo de Martin Wolff mencionado anteriormente:
«El secretario de Defensa de Donald Trump, Pete Hegseth, (…) dijo a los europeos que ahora estaban solos. Estados Unidos ahora estaba principalmente preocupado por sus propias fronteras y China. En resumen: «Salvaguardar la seguridad europea debe ser un imperativo para los miembros europeos de la OTAN. Como parte de esto, Europa debe proporcionar la mayor parte de la futura ayuda letal y no letal a Ucrania»».
Lo que vimos en el Despacho Oval no fue solo una discusión violenta entre dos individuos impredecibles. Fue nada menos que la destrucción de todo el orden mundial que ha existido desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Esto ha hecho sonar las alarmas en los pasillos del poder de toda Europa. La alianza occidental se está derrumbando rápidamente ante sus ojos y los líderes de Europa están luchando por tratar de recoger los pedazos.
Todo parece indicar ahora que el antiguo orden de las cosas, en el que la seguridad de Europa estaba garantizada por el poderío militar de EE. UU., ha desaparecido para siempre. Los europeos tendrán que aceptar esta incómoda verdad y aprender a vivir con el hecho de que, para los estadounidenses, Europa ya no es tan importante para sus intereses como lo era antes.
Esto no es un asunto menor. Representa un cambio fundamental en todo el edificio de las relaciones mundiales. Y de este hecho se derivarán consecuencias muy graves. Wolff dice que Estados Unidos ya no es un aliado de Europa, es su enemigo. Eso lo expresa muy bien. Sin embargo, esto es algo que Starmer no entiende. Tanto él como toda la clase política británica viven en el pasado. De hecho, creen que Gran Bretaña sigue siendo una potencia en el mundo como lo era hace cien años.
Estas damas y caballeros son tan estúpidos que no pueden ver que sus patéticas propuestas a Trump no significan precisamente nada. Cuando leemos lo que realmente se escribe sobre lo que dice Trump, inmediatamente se hace evidente que tanto Starmer como Macron volvieron con las manos vacías. Trump no les había prometido precisamente nada, al menos en la cuestión esencial, que eran las garantías de Estados Unidos para una supuesta fuerza europea de mantenimiento de la paz en Ucrania. Incluso ahora, en esta última etapa, cuando todo el mundo sabe que Ucrania ha perdido la guerra, los estúpidos dirigentes europeos se encuentran en un estado de negación. Inmediatamente después del desastroso enfrentamiento entre Trump y Zelensky, se apresuraron a expresar su pleno apoyo al presidente ucraniano, invitándolo a una supuesta conferencia de paz en Londres.
Los resultados de la conferencia fueron los que cabría esperar: las habituales declaraciones de solidaridad con Ucrania, carentes de sentido, junto con ofertas de ayuda económica y militar que saben que no pueden cumplir. Sobre todo, repiten como una letanía sin sentido la retórica inútil sobre la fuerza europea de mantenimiento de la paz, que debe ser organizada por la llamada «coalición de voluntarios».
Ni siquiera pueden hablar en nombre de Europa, ya que Europa no está unida en este asunto. Tampoco pueden dar un solo paso en esta dirección sin la participación real de los estadounidenses, que han dejado claro una y otra vez que no están a favor. A pesar de ello, Starmer insiste en que tiene la intención de volver a Washington para repetir su caso una vez más. Es poco probable que tenga éxito, en cuyo caso toda esta tontería se vendrá abajo.
Por sus propios intereses egoístas, los gobernantes europeos se esfuerzan por prolongar la sangrienta guerra en Ucrania y, si es posible, empujar a los estadounidenses al conflicto. Se presentan hipócritamente como los «amigos» de Ucrania, mientras persiguen una política que es muy perjudicial para los ucranianos y, en última instancia, sin ningún contenido real.
A pesar de todas las promesas exageradas hechas a Kiev, los gobiernos europeos no están en condiciones de intervenir y proporcionar las enormes sumas de dinero necesarias para mantener la guerra ni para tapar el enorme vacío dejado por la retirada estadounidense.
Incluso si estuvieran de acuerdo y cumplieran todo lo que proponen (más dinero, más armas, los llamados cascos azules), lo cual no será el caso, eso no cambiaría ni podría cambiar el resultado de la guerra. Como mucho, podría retrasar el resultado unos meses. Eso es todo.
Al seguir alimentando las falsas esperanzas de los ucranianos de recibir enormes cantidades de dinero en efectivo y armas para continuar la guerra, están contribuyendo a empujar a Ucrania cada vez más hacia el abismo. Con «amigos» como estos, el pueblo ucraniano realmente no necesita enemigos.
Lo que vimos el viernes 28 de febrero en el Despacho Oval ha sido impactante. Una disputa a gritos entre Trump, JD Vance y Zelensky. Se supone que el mono no suele salirse del guión establecido por el organillero, y si lo hace, será regañado, con dureza.
Pero, ¿qué pasó realmente?
Trump está ahora en el poder. Ha llegado al poder sobre la base de un programa para poner fin a la guerra en Ucrania. Todo el mundo lo sabe. Además, como el secretario de Defensa, Hegseth, había explicado claramente a los europeos la semana anterior, para hacerlo hay que «reconocer las realidades en el campo de batalla». No se equivocaba.
Rusia ha ganado la guerra. No hay forma de darle la vuelta. A Ucrania le interesa llegar a un alto el fuego ahora. La alternativa es continuar una guerra de desgaste que no puede ganar, obligando a morir a hombres que no quieren ser carne de cañón… solo para verse obligados a capitular más tarde y perder aún más territorio. Estos son los hechos.
Sobre esta base, la política de Trump es tratar de llegar a un acuerdo con Putin y concentrarse en el principal rival de Estados Unidos: China. Tal vez incluso abrir una brecha entre Rusia y China. Estos son intereses imperialistas. Se podría decir que son objetivos más adecuados a la fuerza actual del imperialismo estadounidense. Trump básicamente le está diciendo a Putin: «mantengámonos en nuestras respectivas esferas de influencia».
Para que quede claro: esto es imperialismo estadounidense. ¿Es peor que el imperialismo de Biden? Bueno, Biden estaba decidido a continuar una guerra que ya estaba perdida. Una guerra que había provocado al insistir en la cuestión de la pertenencia de Ucania a la OTAN. Creyendo en su propia propaganda, tenían el delirante objetivo de humillar a Rusia, imponer un cambio de régimen en Moscú y algunos incluso hablaban de dividir el país («descolonizarlo»). Para lograr estos objetivos imposibles, estaba dispuesto a luchar hasta la última gota… de sangre ucraniana, así como a aumentar continuamente las provocaciones contra Rusia, que no olvidemos es la mayor potencia nuclear del mundo.
¿Minerales a cambio de garantías?
¿Qué pasa con el acuerdo de minerales de Ucrania? Esta idea fue planteada originalmente por Zelensky en su llamado «plan de victoria». Estaba desesperado. Podía sentir que la guerra estaba perdida, que Estados Unidos estaba a punto de abandonarlo y que Europa también se estaba cansando. Así que pensó: «vendamos el país a cambio de ayuda militar» y prometió la riqueza mineral de Ucrania. Este fue un plan muy dudoso desde el principio. Esta riqueza mineral es en su mayor parte hipotética, parte de ella se encuentra en territorio controlado por Rusia, parte de ella está bajo tierra y requeriría grandes inversiones para extraerla.
Los detalles no importan. Trump es un hombre de negocios y se aferró a la idea. Su argumento es: «hemos gastado mucho dinero en esta guerra, deberíamos obtener algo a cambio» y exigió 500.000 millones de dólares. «¡Denos el botín!». La cifra se negoció a la baja hasta los 350.000 millones de dólares. Aun así, Zelensky quería algo a cambio: garantías de seguridad. Trump insistió en que no las habría. Hegseth ya lo había explicado: cualquier tropa europea de mantenimiento de la paz en Ucrania tras un alto el fuego no estaría cubierta por el artículo 5 de la OTAN, que prevé la defensa mutua de sus miembros. El argumento de Trump es que los meros hechos de los intereses económicos de EE. UU. (el acuerdo sobre minerales) serían suficientes para garantizar un acuerdo con Rusia.
Aquí está el quid de la cuestión. Una vez que Trump ha dicho que quiere salir de la guerra proxy de Ucrania… no hay nada que los europeos puedan hacer. Pueden celebrar una cumbre, protestar en voz alta, algunos más que otros, pero no hay NADA que puedan hacer. No pueden continuar la guerra contra Rusia en Ucrania sin el apoyo militar y financiero de EE. UU. No pueden. Ellos mismos lo han admitido. Zelensky lo sabe y lo ha dicho públicamente. De hecho, los europeos ni siquiera pueden proporcionar garantías de seguridad a Ucrania sin el respaldo de EE. UU. Starmer lo dijo. En público.
¿Qué sigue? Durante dos semanas, Zelensky ha estado intentando que EE. UU. se comprometa a algún tipo de garantía a cambio del acuerdo sobre minerales, que se ha negado a firmar en varias ocasiones.
No solo eso. Zelensky ha estado intentando darle la vuelta a toda la situación insistiendo en que no se puede confiar en Putin y que, por lo tanto, las negociaciones son inútiles. Está motivado por dos cosas: su deseo de obligar a EE. UU. a seguir apoyando la guerra, pero también su supervivencia política, ya que Trump ha insinuado claramente que quiere que se vaya. Alto el fuego, elecciones, un acuerdo. Esta es la hoja de ruta declarada por Trump. Y cuando dice «elecciones», se refiere a elecciones que Zelensky perderá.
En los últimos días, tanto Macron como Starmer han visitado a Trump. Han sido muy afectuosos con él. Han venido con regalos («una segunda visita de estado histórica», «una carta firmada por Su Majestad el Rey»). Le han felicitado. ¿Su objetivo? Conseguir que Estados Unidos se comprometa de alguna manera a ayudarles a dar a Ucrania algunas garantías tras un alto el fuego. No han conseguido nada en absoluto. Trump ha sonreído, les ha dado la mano (con fuerza), ha elogiado a los dos hombres como grandes amigos… y no les ha dado nada. Nada. Nada de nada. Cero.
Starmer estaba extasiado. El círculo de prensa de Londres lo calificó de «una jugada maestra». La verdad es simple. Trump no cedió ni un ápice en la cuestión central de las garantías de seguridad.
En este punto entra Zelensky. Sabe muy bien cuál es la situación. Además, sabe que la mano que le han repartido es mala. Extremadamente débil. Casi lo único quee tiene es la sed de minerales de Trump. Por cierto, esto no es solo un capricho del magnate inmobiliario neoyorquino. En realidad fue Biden quien, como parte de la Ley de Energía de 2020, creó una «lista de materiales críticos y minerales críticos». Es decir, una serie de materias primas que son de importancia estratégica para el imperialismo estadounidense, muchas de las cuales están actualmente bajo el control de China.
Todo lo que tenía que hacer Zelensky es ser amable con su anfitrión, el organillero, e intentar empujarlo ligeramente en su dirección (quizás con la promesa de un asiento en la mesa de negociaciones, en algún momento, y algún compromiso vago con la seguridad después de un acuerdo con Rusia). Esto no debería haber sido difícil de lograr. Los términos del acuerdo sobre minerales que se habían filtrado eran extremadamente vagos. Podría haberlos firmado y luego haber seguido con una política de amistad y presión para intentar llegar un poco más lejos.
Se podría pensar que esto es humillante. Sí, efectivamente. Boris Johnson lo llamó un «pacto de ladrones». La cuestión es: ¿tiene Ucrania una alternativa mejor? Si es así, por supuesto, búsquela. Pero no la tiene.
Todo estaba listo. Iba a haber una sesión de fotos y algunas preguntas. Una reunión a puerta cerrada y luego la firma del acuerdo. Había mesas con bolígrafos. Una sala preparada para una conferencia de prensa. Los ministros pertinentes estaban presentes.
Y, sin embargo, no ocurrió. ¿Cómo? ¿Por qué? Algunos han especulado que Trump y Vance habían preparado una trampa para Zelensky. Querían humillarlo en público. Sin embargo, si miras el vídeo completo, verás que esto no tiene ningún sentido.
Trump había llamado a Zelensky dictador y mal comediante, pero luego fingió haberlo olvidado. No quería insistir en el tema. Quería que se firmara el acuerdo y que Zelensky se sumara, para poder proseguir las conversaciones con Putin y llegar a un alto el fuego, preferiblemente para Pascua o, en su defecto, para el Día de la Victoria.
La conversación continuó de manera amistosa y diplomática durante unos 40 minutos. Hay un punto en el que Zelensky y Trump discrepan sobre quién ha contribuido más a la guerra, si Europa o Estados Unidos, pero lo hacen con una risa y luego pasan a la siguiente pregunta.
Luego, a los 40 minutos, JD Vance interviene para hacer un comentario atacando a Biden. «Biden defendió la guerra, Trump defiende la diplomacia». En este punto, Zelensky interviene y se enfrenta a Vance: «No se puede confiar en Putin», «¿de qué tipo de diplomacia estás hablando, JD?». Vance responde: «Con todo respeto, señor presidente, creo que es una falta de respeto venir al Despacho Oval e intentar litigar esto frente a los medios de comunicación». Le está diciendo: «amigo, no te hagas el listo, tú eres el mono, nosotros somos los organilleros, por favor, cállate y podemos hablar a puerta cerrada». Es en este punto cuando todo estalla.
Trump y Vance le dicen a Zelensky cuál es la verdadera posición: «no tienes cartas, no puedes decirnos qué hacer» y aún más claro: «O llegas a un acuerdo o nos retiramos. Y si nos retiramos, lo resolveréis vosotros. No creo que vaya a ser bonito».
En lugar de echarse atrás, Zelensky continúa el enfrentamiento. La embajadora de Ucrania se agarra la cabeza. Esto se ha convertido en un choque de trenes. Trump cancela la conferencia de prensa, que ha durado 50 minutos.
Los ucranianos se apresuraron entre bastidores para salvar el acuerdo. Según la prensa, «la delegación de Kiev esperó en otra sala durante aproximadamente una hora, con la esperanza de firmar el acuerdo sobre minerales que motivó el viaje de Zelensky y salvar la visita». Pero finalmente, Marco Rubio y el asesor de seguridad nacional Mike Waltz «salieron del Despacho Oval, caminaron hasta donde estaba sentado Zelensky y le dijeron que se fuera», según Axios.
En una declaración en las redes sociales, Trump dice: «Zelenskyy no está preparado para la paz… Puede volver cuando esté preparado para la paz». Esto es un completo desastre desde el punto de vista de Zelensky.
Todos los líderes europeos (y por alguna razón también el senador Bernie Sanders) expresaron su conmoción en público y prometieron respaldar plenamente a Ucrania… pero son solo palabras. Saben muy bien que no son capaces de hacer nada sin Estados Unidos. Ni militar, ni económica, ni políticamente.
Por lo tanto, en los próximos días, estas palabras fuertes se habrán desvanecido y la dura realidad se impondrá: Washington tiene todas las cartas en sus manos en lo que respecta a Ucrania.
¿Es esto una humillación para Zelensky? Sí, lo es. ¿Era lo que Trump quería? No, no lo es.
Es difícil pensar en una estrategia peor que Zelensky podría haber seguido. Como Trump señaló correctamente, Zelensky no quiere la paz. Quiere enredar a los EE. UU. en la continuación de la guerra. Significaría un enfrentamiento militar directo entre los estadounidenses y los rusos. Eso es lo que Trump quiso decir cuando acusó a Zelensky de «jugar con la Tercera Guerra Mundial».
¿Quién traicionó a Ucrania?
«Ucrania ha sido traicionada», escucho decir a algunos comentaristas. Estoy de acuerdo. Pero Ucrania no ha sido traicionada hoy. No. Hay que remontarse más atrás. A 2014, cuando el imperialismo estadounidense intervino directamente para forzar un cambio de régimen en Ucrania, con el fin de reemplazar a un grupo de oligarcas pro-rusos por un grupo de oligarcas pro-europeos y atlantistas. Cuando Victoria Nuland y John McCain estaban en la plaza Maidan codeándose con bandas neonazis. Cuando Estados Unidos apoyó a un régimen que pisoteó los derechos de los ucranianos de habla rusa, organizó una operación militar contra ellos e hizo de la promoción de los nacionalistas ucranianos que colaboraron con los nazis en la Segunda Guerra Mundial la ideología oficial del Estado.
Ucrania fue traicionada cuando los halcones de la guerra contra Rusia organizaron provocación tras provocación con pleno conocimiento de que Putin no permitiría ni podría permitir que Ucrania se uniera a la OTAN. Ucrania fue traicionada cuando Biden decidió provocar una guerra indirecta con el objetivo de poner a Rusia en su sitio.
Ucrania fue traicionada cuando Boris Johnson fue llevado a toda prisa a Kiev en abril de 2022 para convencer a los ucranianos de que no firmaran un acuerdo de paz con Rusia.
En cuanto a Zelensky, ya está dando marcha atrás, en una publicación en las redes sociales de «gracias, Estados Unidos, gracias, presidente», en una entrevista con Fox News en la que dijo que «algunas de las cosas que dijo no deberían haberse discutido frente a los medios». No tiene otra alternativa.
En Kiev ya están afilando los cuchillos. Se ha presentado una moción de destitución contra Zelensky en la Rada. Los rivales políticos se están posicionando.
Washington amenaza ahora con cortar inmediatamente todos los envíos de ayuda militar a Ucrania.
«¿Para qué ha sido todo esto?».
«Pero, ¿qué pasa con el pueblo ucraniano?», se preguntan algunos. «¿No tienen derecho a decidir los términos del acuerdo? ¿Decidir cuándo quieren dejar de luchar?» Muchos de los que hacen estas preguntas son cínicos. Son los que decidieron que Ucrania debía tener un gobierno pro OTAN, los que intervinieron directamente para asegurarse de que así fuera, los que, como Victoria Nuland, vetaron a los candidatos a primer ministro tras el derrocamiento de Yanukóvich.
Pero puede que haya algunos que se hagan la pregunta honestamente. La respuesta es esta: el pueblo ucraniano en este momento quiere la paz y está dispuesto a hacer concesiones territoriales. Esto es lo que muestran las encuestas de opinión en el territorio controlado por Kiev. Muchos están votando con los pies. Cientos de miles están evadiendo el reclutamiento o abandonando el frente (200.000 según fuentes ucranianas a finales de 2024). Se dan cuenta de que la guerra no se puede ganar. El estado de ánimo en el frente es casi de motín. 1700 desertaron de la recién formada 155.ª brigada mecanizada entrenada por la OTAN tan pronto como regresó de Francia y fue enviada a Pokrovsk.
Muchos de los que huyeron de las zonas ocupadas por Rusia están regresando ahora, por ejemplo a Mariupol, porque quieren ver a sus familiares y volver a sus hogares y no ven cómo puede hacerse esto militarmente. Son personas que huyeron de la invasión rusa, no los que se quedaron.
El alcalde de Pokrovsk hizo un llamamiento al presidente para que se firmara inmediatamente un acuerdo de alto el fuego.
Muchos en Ucrania hoy se preguntarán «¿para qué sirvió todo esto?». Y Zelensky no tiene respuesta. El país ha sido destruido, cientos de miles de personas han sido asesinadas y mutiladas. Muchos pensarán: «Votamos por Zelensky porque era el candidato de la paz. Occidente nos metió en una pelea con Rusia y ahora nos ha traicionado». A menudo, la derrota en la guerra conduce a la revolución.
Al final, todo se reduce a algo que Lenin explicó hace más de 100 años. En la época del imperialismo, los derechos de las naciones pequeñas son solo una pequeña parte de las maquinaciones de las grandes potencias. Se utilizan cuando es conveniente, para justificar y disfrazar los objetivos imperialistas de las grandes potencias, y luego se descartan cuando ya no sirven para un propósito útil.
Las verdaderas diferencias entre Trump y Biden
Ambos son imperialistas, pero hay dos diferencias entre Biden y Trump.
La primera es que Biden siguió una política exterior imprudente que pretendía mantener una supremacía estadounidense imposible sobre todo el mundo, incluso a riesgo de provocar un conflicto militar directo con una potencia nuclear como Rusia. Trump sigue una política de repartirse el mundo entre las diferentes potencias según la fuerza relativa de cada una.
La segunda es que Biden y todo el orden mundial liberal disfrazaron y encubrieron sus desnudos objetivos imperialistas con frases altisonantes sobre la «soberanía nacional», el «derecho internacional» y el «orden mundial basado en normas». Trump es más directo y poco diplomático. Dice las cosas como son. Quiere controlar los minerales críticos, las rutas marítimas y los canales. Quiere utilizar la influencia económica de Estados Unidos para obtener concesiones de sus socios comerciales. Eso es todo.
¿Estamos de acuerdo con esto? Por supuesto que no. Somos comunistas revolucionarios e internacionalistas. Estamos a favor de la liberación de la humanidad de la opresión y la explotación. Somos antiimperialistas. Pero no caemos en la ilusión de que «Trump es malo porque se está acercando al autoritario Putin» o de que «está en contra de la defensa del mundo libre».
En todas partes y en todas las circunstancias, defendemos una posición de independencia de clase. Es decir, una posición que parte del punto de vista de los intereses de la clase trabajadora, no de los de un grupo u otro de ladrones imperialistas.
Una sola llamada telefónica la semana pasada marcó la muerte de la llamada alianza occidental y el colapso del sistema de relaciones mundiales que ha prevalecido desde la Segunda Guerra Mundial. Esa llamada telefónica fue, por supuesto, entre Trump y Putin. No fue una mera apertura formal de diálogo. Según ambos, fue una llamada extremadamente cordial. Durante una hora y media, ambos hablaron con calidez sobre la historia común de cooperación de sus naciones, que se remonta a la Segunda Guerra Mundial, y sobre su deseo mutuo no solo de avanzar hacia la paz, sino también hacia la normalización de las relaciones económicas y políticas.
La llamada de Trump fue seguida de otra, mucho más breve, para «informar» a Zelensky de los hechos: que Estados Unidos iniciaría negociaciones para poner fin a la guerra de Ucrania… y que ni los europeos ni los ucranianos estarían presentes. No está claro cuán cordial fue esa llamada.
Solo con estos actos, Trump ha desenmascarado de un plumazo la mentira de que esta guerra no era más que una guerra indirecta entre Occidente y Rusia. Si la guerra de Ucrania es, como han repetido constantemente los liberales, una guerra puramente defensiva de una pequeña nación que lucha contra un gran agresor, y no una guerra entre representantes, ¿cómo se puede explicar que su final se negocie sin siquiera la presencia de uno de los beligerantes?
Al menos Zelensky recibió una llamada telefónica. Las clases dirigentes de Europa, por otro lado, parecen haber sido completamente tomadas por sorpresa. Apenas unas semanas antes, el enviado especial de Estados Unidos para Ucrania, Keith Kellogg, había estado yendo y viniendo entre Kiev y las capitales europeas, escuchando a los principales diplomáticos y primeros ministros, asintiendo pensativamente a sus sugerencias y prometiendo sanciones más duras a Rusia.
Ahora está claro… ¡a los europeos los han tomado por tontos todo el tiempo! Trump no tenía tales intenciones, y si las conversaciones de Kellogg sirvieron para algo, fue para convencer a Trump de que el lugar para los europeos está lo más lejos posible de la mesa de negociaciones.
Tras su amable intercambio, Trump y Putin se pusieron inmediatamente manos a la obra en lo que respecta a las negociaciones. Mientras Kellogg corría por Europa, otro enviado de Trump, Steve Witkoff, había estado secretamente en Moscú negociando el gesto amistoso de un intercambio de prisioneros. Después de que se anunciara, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, expuso públicamente la posición negociadora de Estados Unidos. En esto consiste:
Ucrania tendrá que hacer concesiones territoriales, y el «objetivo poco realista» y la «meta ilusoria» de volver a las fronteras anteriores a 2014 para Ucrania tendrán que ser abandonados. Las futuras fronteras tendrán que basarse en «una evaluación realista del campo de batalla»;
Las futuras «garantías de seguridad» para Ucrania en el futuro no incluirán tropas estadounidenses sobre el terreno. En su lugar, tendrían que intervenir tropas europeas, aunque no estarían cubiertas por el artículo 5 de la OTAN.
Una futura fuerza de mantenimiento de la paz también incluirá tropas no pertenecientes a la OTAN, lo que de facto significaría que las fuerzas aliadas de Rusia estarían estacionadas en Ucrania.
Que no se trata de la expansión hacia el este de la OTAN para incluir a Ucrania.
Esta es solo la posición inicial de Estados Unidos en las negociaciones, y Trump ya ha cedido todos los principales objetivos de guerra de Rusia: sus objetivos territoriales y, lo que es más importante, el fin de la expansión de la OTAN hacia el este.
Esta es una guerra en la que Trump simplemente no está interesado, una guerra en la que Occidente ha sufrido una derrota absolutamente humillante. Los ucranianos están derrotados ahora. Su ejército carece de tropas y está desmoralizado. Nuevos batallones mecanizados se han desintegrado uno tras otro tan pronto como han entrado en el campo de batalla. Las cosas están tan mal que se está enviando a pilotos expertos al frente para luchar como soldados de infantería. Rusia está apretando el cerco.
Pero esto es mucho más que una simple derrota de Occidente en Ucrania. Es el fin de «Occidente» como tal. Trump ha señalado que no le preocupa la influencia rusa en Europa del Este, ni el destino del continente en su conjunto. Sin embargo, todo el propósito de la OTAN como alianza militar está precisamente dirigido a Rusia, a evitar que Rusia ejerza influencia sobre Europa.
Con Estados Unidos alejándose de esta guerra, mientras que la OTAN todavía posee su capa exterior, de facto ha dejado de funcionar.
No estaba destinado a terminar así
No podría haber un contraste más marcado entre cómo está terminando realmente esta guerra y cómo los liberales habían soñado una vez que terminaría. Se suponía que terminaría con Rusia paralizada, incluso con la caída de Putin y la desintegración de la Federación Rusa. En lugar de eso, ¿qué estamos viendo? El final de esta guerra se ha convertido en el final de todo un orden mundial que ha estado vigente desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Se está cerrando el telón de una relación de décadas entre Estados Unidos y Europa, en la que Estados Unidos apoyó política, económica y culturalmente a sus aliados europeos como parte de un «orden basado en reglas» liberal bajo cuya bandera el imperialismo estadounidense se impuso en todo el mundo.
Trump no podría haber sido más claro sobre su política: América primero. Los intereses estadounidenses en Europa son pequeños en comparación con otras partes del mundo y, sin embargo, aquí están los estadounidenses, mientras que la deuda federal está en su punto más alto, subvencionando los sistemas sanitarios y de prestaciones de Europa, permitiéndoles aprovecharse del poder militar estadounidense bajo el paraguas de la OTAN, ¿y para qué? Este es el pensamiento de Trump. La industria europea, la «seguridad» militar europea pueden irse a pique porque a Trump le da igual. De hecho, es mucho mejor llegar a un acuerdo con Putin para impulsar la producción de gas y petróleo, reduciendo así los precios de la energía y cumpliendo las promesas de Trump de reducir la inflación.
Por lo tanto, Trump no solo ha roto la alianza transatlántica que ha sostenido a Europa durante 80 años, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, sino que, en esencia, ¡se está asociando con Putin contra Europa!
Los europeos están sufriendo un ataque de nervios colectivo, lo cual es bastante comprensible. Tras la impactante noticia de la llamada telefónica entre Trump y Putin, esperaban recuperar algo del protagonismo y abrirse camino a codazos hasta la mesa de negociaciones haciendo alarde de los «valores compartidos entre Estados Unidos y Europa» en la Conferencia de Seguridad de Múnich la semana pasada.
En respuesta a eso, el vicepresidente de Trump, JD Vance, les dio más de lo que esperaban, declarando de hecho la guerra a todo el establishment liberal gobernante de Europa.
«La amenaza que más me preocupa con respecto a Europa no es Rusia, no es China, es la amenaza desde dentro», dijo Vance. ¡También podría haber señalado a su audiencia y haber dicho: «¡ustedes son la amenaza!»
Aunque envuelto en una retórica de guerra cultural, el contenido de su discurso fue claro: la alianza transatlántica ha terminado, y no habrá forma de ocultarse bajo la bandera de los «valores comunes» para mantenerla unida. Criticó duramente la hipocresía de los llamados «valores democráticos» de la Unión Europea. Y hubo más que un indicio de burla cuando se dirigió a la Comisión Europea por anular las elecciones en Rumanía: «Si vuestra democracia puede ser destruida con unos pocos cientos de miles de dólares de publicidad digital de un país extranjero», incitó, «entonces no era muy fuerte para empezar».
Todo el discurso estaba lleno de desprecio, especialmente hacia los alemanes, y Vance dejó claro el apoyo de la administración Trump a Alternativa para Alemania en las elecciones de este fin de semana.
En lugar de terminar con una muestra de fuerza política por parte de los europeos, la conferencia terminó con el presidente rompiendo a llorar.
Europa intenta una demostración de fuerza
Las negociaciones ya han comenzado en Riad. En el primer día de negociaciones, los rusos y los estadounidenses han acordado «abordar los irritantes» en sus relaciones bilaterales… lo cual es una forma bastante descortés de referirse a Zelensky, Starmer, Macron y el resto de la pandilla, que están siguiendo el desarrollo de las negociaciones como el resto de nosotros: a través de la prensa.
Sin duda, los ucranianos y los europeos se han vuelto irritantes, ¡poco más pueden hacer! Zelensky intentó, sin éxito, colarse en el evento. Al no conseguirlo, ha empezado a hablar con la prensa desde Turquía.
Trump le respondió diciéndole claramente a Zelensky que no debería sorprenderse de no haber sido invitado a las conversaciones, dado que tenía años antes de 2022 para negociar con los rusos, ¡cosa que no hizo! Si quería darle a Ucrania una voz legítima que pudiera hablar en su nombre, Trump le aconsejó que empezara por convocar elecciones, que han sido suspendidas durante toda la guerra.
Mientras tanto, en un intento de hacer oír su voz por parte de estadounidenses y rusos, Macron convocó una conferencia de emergencia de las potencias europeas en el Palacio del Elíseo… no todas las potencias europeas, fíjese, sino solo aquellas con más probabilidades de acordar una posición común. No se invitó, por ejemplo, a Orban de Hungría ni a Fico de Eslovaquia.
¿Y cómo fue esta muestra de «unidad»? De manera absurda. Ha puesto de manifiesto la fractura y la impotencia totales del continente europeo.
Los estadounidenses habían pedido a los europeos que intervinieran como fuerzas de paz para garantizar la seguridad de Ucrania vigilando las nuevas fronteras, pero los europeos ni siquiera pudieron acordar una posición común sobre este punto. La italiana Meloni llegó tarde. El alemán Scholz expresó su irritación por el hecho de que se estuviera discutiendo esto… antes de irse temprano. Incluso los belicistas polacos expresaron su aversión a enviar fuerzas de paz.
Solo Macron y Starmer fueron lo suficientemente estúpidos como para expresar su voluntad de enviar tropas. Pero esto es solo palabrería, dado que Starmer condicionó su promesa a que los estadounidenses enviaran tropas como «respaldo», algo que Trump ya ha descartado.
El hecho es que el ejército británico está en un estado tan lamentable que es dudoso que Starmer pudiera enviar tropas aunque quisiera. Los generales británicos retirados han señalado que tal operación requeriría al menos 30 000 soldados británicos, pero dado que Gran Bretaña solo tiene 70.000 militares en el Ejército británico, y muchos de ellos son personal de oficina, ¡eso significa estacionar a la mayor parte del Ejército británico en Ucrania!
Lavrov ha dejado muy claro que no aceptaría ninguna clase de tropas europeas estacionadas en Ucrania después de la guerra, y dado que los europeos ni siquiera pueden ponerse de acuerdo entre ellos sobre esta cuestión, han facilitado mucho que los estadounidenses acepten sus condiciones.
Todos los europeos acordaron, por supuesto, que aumentarán el gasto en armamento, algo que Trump lleva mucho tiempo exigiendo. Pero incluso aquí todo se está desmoronando. Macron ha estado presionando para que la deuda europea común financie el rearme, algo que la clase dirigente alemana no está dispuesta a pagar.
Mientras tanto, ¿de dónde saldrían las armas? Ahora está claro que los europeos no pueden depender de que sus intereses se alineen con los de Estados Unidos. La única solución sería construir una industria aeroespacial autónoma, independiente de los estándares, el software y la asistencia técnica estadounidenses. Esa es la propuesta de Macron. Otros europeos no están tan interesados. Trump ha dejado claro que eso no tiene sentido: si saben lo que les conviene, comprarán armas fabricadas en Estados Unidos, las comprarán en grandes cantidades y, por lo tanto, seguirán atados a la industria de defensa estadounidense.
Se acabó el juego para Europa
¿Qué significa todo esto? El vertiginoso ritmo de los acontecimientos de las últimas semanas, que están rehaciendo el mundo, es la culminación de procesos que han estado en curso durante décadas.
El sistema capitalista ha ido dando tumbos de crisis en crisis desde 2008, cuando el Estado intervino para sostener el sistema tras el colapso total provocado por la crisis financiera. Se han acumulado deudas enormes e insostenibles. Nuevas crisis, como la pandemia de COVID-19, se han sumado a esta enorme carga que no ha dejado de crecer. El maldito día en que habría que devolverla se pospuso una y otra vez, aparentemente de forma indefinida.
Mientras tanto, el imperialismo estadounidense también ha ido perdiendo terreno gradualmente, sufriendo un largo proceso de declive relativo, a medida que nuevos rivales como Rusia y China emergen y lo desafían.
Estos procesos pueden continuar durante mucho tiempo sin parecer causar ningún cambio fundamental. Pero, finalmente, todo estalla a la vez. Se alcanza un punto de inflexión. Estamos viviendo un profundo punto de inflexión en este momento.
Trump ha dado un vuelco completo a la política establecida del imperialismo estadounidense, que durante muchos años ha tenido un aire de irrealidad. El «orden basado en normas» liberal, la apariencia bajo la cual el imperialismo estadounidense intentó imponerse simultáneamente en todo el mundo, se había vuelto completamente inviable.
Trump defiende la reducción y el aislacionismo. Con ello llega la retirada del apoyo al capitalismo europeo, que se ha convertido en una nota a pie de página en los intereses del capital estadounidense. La seguridad, la economía, la política e incluso la cultura de Europa han girado durante 80 años en torno al apoyo de Estados Unidos. Ya no. Estados Unidos tiene asuntos más importantes que atender en otros lugares que en Europa. Sin ese apoyo, como hemos explicado en otras ocasiones, el continente europeo ha quedado totalmente expuesto.
Aunque no está muerta, la OTAN es ahora un cascarón. Y así, los europeos pretenden endeudarse más aún para financiar un rearme febril, buscando desesperadamente una salida. Pero solo los últimos días han puesto de manifiesto lo que fundamentalmente obstaculiza el capitalismo europeo: aquí tenemos un mosaico de pequeñas economías, poco competitivas a escala mundial, sin influencia, con intereses nacionales diferentes que divergen rápidamente sin el apoyo externo de Estados Unidos. Estas pequeñas naciones serán empujadas en diferentes direcciones a medida que avancemos.
En el pasado, la UE, el BCE y demás se adelantaron para rescatar a los países que se enfrentaban a la bancarrota con el fin de mantener unida a la UE. Lo vimos durante la crisis de la deuda de la zona euro. Más recientemente, lo vimos en el programa de recuperación tras la pandemia de COVID-19. Se canalizaron enormes cantidades de dinero en efectivo a Italia, por ejemplo, para mantenerla en la UE, ya que Italia era uno de los miembros de la UE más cercanos a la bancarrota, mientras que Hermanos de Italia se acercaba al poder.
Pero, ¿podrán o podrán repetir eso? Entre las clases dirigentes de Europa se está desarrollando la idea de que primero deben rescatarse a sí mismos, a expensas del resto del continente si es necesario: podemos ver a Alemania primero, Francia primero, y así sucesivamente, ganando en el futuro. Los próximos años podrían incluso ver la ruptura completa de la Unión Europea.
Mientras Trump habla de levantar las sanciones a Rusia, no ha abandonado su amenaza de aranceles a Europa. Sin los estadounidenses, los rusos son ahora la gran potencia militar en el borde de Europa, y ellos también cobrarán un precio por ello. Estos pequeños países serán eliminados por las grandes potencias, por Estados Unidos, China y Rusia.
Europa es el continente donde nació el capitalismo. Ahora, en medio de la agonía de muerte del capitalismo, Europa se encuentra en el centro de la tormenta, siendo devorada, sin futuro bajo este sistema.
Todo esto tiene enormes consecuencias sociales para el continente. Está sumido en una crisis de deuda, incluso antes de que se añadan nuevos gastos militares a la pila. La clase dominante sabe lo que hay que hacer: tienen que atacar brutalmente a la clase trabajadora. Pero Macron está más o menos acabado, el Partido Reform está en lo más alto de las encuestas en Gran Bretaña, y el AfD parece dispuesto a ocupar el segundo lugar en Alemania. Lo mismo ocurre en muchos otros países.
El auge de estos partidos no es un mero síntoma de un «giro a la derecha» en la sociedad. Es una expresión de enormes estados de ánimo de ira que se acumulan en la sociedad contra toda la clase dirigente y el establishment. La ausencia de una alternativa de izquierdas, o más bien, las traiciones absolutas de la izquierda, que se ha unido a los liberales desde 2008, han hecho esto posible. Pero esto preparará el terreno para nuevos y aún más agudos virajes a la izquierda en todo el continente, y para explosiones revolucionarias que sacudirán los cimientos del capitalismo en Europa, cimientos que se están resquebrajando y astillando en este mismo momento.