Teoría
[Video] Una escuela de estrategia revolucionaria de León Trotsky
Jorge Martín, dirigente de la Corriente Marxista Internacional, habla en el programa Escuela de Cuadros sobre un importante texto de León Trotsky: Una escuela de estrategia revolucionaria.
[Video] Bolchevismo el camino a la revolución
En toda la voluminosa historia del movimiento obrero mundial, es imposible encontrar otra historia más rica y variada que la del Partido Bolchevique antes de 1917. Una historia que se extiende durante tres décadas, incluyendo todas las etapas de desarrollo desde un pequeño círculo a un partido de masas, la lucha legal e ilegal, tres revoluciones, dos guerras y un conjunto amplísimo de problemas teóricos complicados, no sólo sobre el papel, sino en la práctica: el terrorismo individual, la cuestión nacional, la cuestión agraria, el imperialismo y el Estado. Aqui la presentación, en el centenario de la revolución, del libro de Alan Woods “Bolchevismo: El camino a la revolución” presentado por su autor en Rosario, Argentina. Acto organizado por el Centro Marx y la Corriente Marxista El Militante.
La rebelión de Yanga: los esclavos africanos en la Nueva España
Es llamada la tercera raíz y, sin embargo, es una raíz enterrada en un sitio profundo de la conciencia de la sociedad mexicana, donde su identidad se constriñe a ser un fenómeno local, aún no del todo reivindicado en una escala nacional. De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020 del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), 2 millones 576 mil 213 mexicanas (50.4%) y mexicanos (49.6%) se reconocen como afrodescendientes, constituyendo un 2% de la población total del país (que está por encima de los 126 millones). Las entidades de la Federación con mayor concentración de esta población son Guerrero, Oaxaca, Baja California Sur, Yucatán, Quintana Roo, Veracruz, Campeche, Ciudad de México, San Luis Potosí y Morelos, que en su conjunto son el lugar de residencia de un 45.1% de los afromexicanos.
En la actualidad, distintos colectivos sociales y académicos se proponen la tarea de hacer pública la presencia africana en la historia y la geografía mexicanas, en el interés de contribuir a la contención de la violencia y la discriminación de la que son objeto los afrodescendientes, lo mismo por parte de las instituciones del Estado como de otros sectores sociales. Estos esfuerzos se diversifican en la forma de encuentros, convocatorias, parlamentos internacionales, asociaciones civiles, publicaciones y una escuela de formación para líderes sociales afrodescendientes. Organismos públicos, como el Instituto Nacional de Antropología e Historia, contribuyen también con la creación y gestión de espacios culturales dedicados a la memoria colectiva de esta población, como la Sala de Afrodescendientes de la Costa del Golfo, en el Museo Regional de Palmillas, en Córdoba, Veracruz.
Si bien estos empeños son necesarios y loables, la trascendencia de la cultura afromexicana en la conformación de la nuestra nación sigue circunscrita, más allá de las propias comunidades afrodescendientes, al conocimiento de sectores sociales bien acotados, principalmente de índole artístico e intelectual. No obstante, esta población cuenta en sus anales con personajes de estatura verdaderamente nacional, como el General Vicente Guerrero (1782-1831), jefe del ejército insurgente en la etapa final de la Guerra de Independencia (la de la Resistencia, 1816-1821), y segundo presidente de la República (abril-diciembre, 1829). Y hacia las postrimerías del siglo XIX, sería precisamente un descendiente suyo, el escritor y periodista liberal Vicente Riva Palacio (1832-1896), líder de una guerrilla contra la segunda intervención francesa (1861-1867) y gobernador del Estado de Michoacán de Ocampo (1865-1867), quien dirigió, por encargo del presidente Manuel González (1832-1893), la redacción de una historia general de la nación mexicana, que se titularía México a través de los siglos (1884); encargándose de escribir él mismo el segundo volumen, dedicado a la historia del periodo colonial, tuvo la ocasión de indagar en los archivos de la Inquisición para desenterrar —de las profundidades de la historia novohispana— a una de las figuras más emblemáticas hoy en día para la comunidad mexicana afrodescendiente: el líder rebelde Gaspar Yanga.
La esclavitud africana
La esclavitud, por supuesto, no es un fenómeno exclusivo de región geográfica o sociedad humana alguna; ésta persiste aun el día de hoy, en el marco de las relaciones sociales del presente, pero sin tener más la relevancia que tuvo para las sociedades eminentemente esclavistas. Si bien, en los sistemas tributarios de Asia y de la América precolombina, la esclavitud tuvo un carácter sobre todo doméstico, los antiguos griegos, y luego de ellos los romanos, hicieron de la explotación intensiva del trabajo esclavo el fundamento de sus relaciones económicas y sociales. La sociedad de la antigua Europa estuvo claramente dividida entre aquellos privados de la libertad, que soportaban el peso de las tareas agrícolas, y los hombres libres, con el privilegio de ejercer todas las actividades plenamente sociables, como el arte, la ciencia y la política.
La historia del continente africano quedó marcada por la esclavitud de una manera descarnada. Pero la misma no comenzó con el colonialismo europeo, sino que fueron las propias civilizaciones africanas las que le dieron inicio. Sociedades sedentarias, como los ashantis de Ghana y los yorubas de Nigeria, hicieron del comercio de esclavos provenientes de otros pueblos un fructífero negocio. Otros grupos, como los imbangala de Angola y los nyamwezi de Tanzania sirvieron de intermediarios, organizándose en bandas de guerra avocadas a la captura de prisioneros en otros Estados o entre las sociedades de cazadores y recolectores, menos organizadas. Sin embargo, como en otras sociedades tributarias, el trasiego de esclavos estaba destinado primordialmente para la servidumbre, e incluso era posible para algunos esclavos el alcanzar su libertad mediante contratos con sus amos.
Fue hacia el siglo X que el tráfico de esclavos creció por la demanda proveniente de la península arábiga, iniciando el comercio transahariano de esclavos; que persiste todavía en algunos países musulmanes de la región del Sahel y en otros del Golfo Pérsico. Cuando la dominación musulmana se extendió por el norte de África y su costa oriental, e incluso por el oriente europeo y la península Ibérica, el mercado africano de esclavos tuvo un crecimiento notable. Antes de la proliferación del comercio transahariano de esclavos, en la época del califato islámico (siglos VIII-IX), los esclavos del mundo árabe provinieron de la Europa del este y de la región del Cáucaso, de entre pueblos como los georgianos y los armenios, además de algunas regiones del Asia central; incluso en la España medieval fue común la captura de esclavos cristianos por parte de los califatos ibéricos, como siguió ocurriendo después —aunque ya con menor frecuencia— a manos de los corsarios berberiscos. Mas, con el advenimiento del Imperio otomano (1299-1919), el comercio de esclavos fluyó desde la región subsahariana cada vez en mayor volumen. Desde el punto de vista religioso, la ley sharía justifica la esclavitud de los pueblos reacios a adoptar el islam y sólo la presión colonial proveniente de Occidente, con las relaciones sociales impulsadas por la misma, pudo moderar esta práctica a comienzos del siglo XX, aunque nunca llegó a erradicarla definitivamente.
Los puertos de la costa oriental de África fueron también un punto de salida importante para los esclavos africanos dirigidos al mundo árabe esclavista (que se extendió hasta el sureste asiático), pero, sin lugar a duda, fue el comercio atlántico de esclavos el que terminó por desangrar al continente africano, teniendo un efecto duradero en su desarrollo posterior. En el siglo XV, fueron los portugueses quienes incursionaron antes que las demás potencias coloniales europeas en la costa occidental de África, llegando a Guinea. Inicialmente interesados en el comercio de oro, no fue sino hasta el siglo XVI, cuando los portugueses establecieron plantaciones de caña en el archipiélago anteriormente deshabitado de Cabo Verde, que estos se involucraron en el comercio de esclavos para explotarlas plenamente; además de la falta de disponibilidad de mano de obra local para dichas plantaciones, las propias condiciones extremas del clima africano hacían de la mano de obra esclava la más apta para tan odiosa tarea.
No obstante, el factor decisivo para la explosión del comercio atlántico de esclavos sería el arranque del dominio colonial europeo en América. Ya desde la llegada de Cristóbal Colón (1451-1506) a la isla de la Española (hoy Haití y República Dominicana), entre 1492 y 1493, se hizo evidente que la mano de obra nativa de las islas caribeñas no resistiría la intensidad de la explotación bajo la esclavitud; su población se vio diezmada casi al punto del exterminio y los colonizadores acudieron de inmediato a los esclavos africanos, conocidos por su fortaleza física y su resistencia a los rigores de los climas tropicales. Este ejemplo no tardaría en ser reproducido por otras potencias europeas que ambicionaron las riquezas americanas, especialmente tratándose de los recursos auríferos, como la Gran Bretaña, Francia, Países Bajos y Portugal. El dominio portugués en Brasil, la conquista española del imperio mexica y el establecimiento de las trece colonias inglesas en Norteamérica sólo intensificaron el tráfico de esclavos procedentes de África. Sin embargo, temerosos de abandonar las costas y exponerse a las enfermedades que proliferan en la jungla africana, los europeos en realidad se limitaban a menudo a comprar los esclavos a los reinos locales, que los capturaban de entre sus enemigos y de entre las tribus más indefensas en el corazón del continente.
Así, el trabajo de los esclavos africanos se volvió imprescindible en el territorio americano para la explotación de recursos agrícolas como el café, el azúcar, el tabaco y el algodón, además de la explotación minera del oro y la plata, los campos de arroz, la construcción, la producción de madera, los astilleros y también el servicio doméstico. En la actualidad se estima que más de 12 millones de esclavos africanos atravesaron el océano Atlántico en calidad de mercancías humanas. Bajo los distintos sistemas económicos que los explotaron, su condición social se constituyó casi inequívocamente en una condición racial heredada a sus descendientes. Aunque existieron, por supuesto, una minoría de negros libertos (con derechos notablemente restringidos), estos fueron la excepción, puesto que la economía colonial dependía por entero de su sujeción y sometimiento.
En principio, el sistema colonial europeo, consistió en la extracción de recursos naturales —y humanos— de otros continentes para su usufructo en Europa, pero su impulso motriz, en el orden de lo histórico, no fue algún rasgo cultural perverso anidado en la conciencia de Occidente, sino el surgimiento de nuevas relaciones sociales como producto del propio desarrollo económico de los pueblos europeos, que también trajo despojo y explotación para su propia población (que sería desprovista de la tierra para migrar a los centros urbanos, a fin de alimentar con su fuerza de trabajo a las nacientes industrias). La explotación colonial de América se dividió eventualmente en dos modelos: uno extractivista de corte feudal, representado por España y Portugal, y otro productivo de corte burgués, representado por la Gran Bretaña y Países Bajos, aunque ambos se valieron por igual del tráfico atlántico de esclavos africanos para fructificar. Mientras el primero derrochaba en lujos la riqueza del llamado nuevo mundo, el segundo la transformaba en productos acabados; este último terminaría por imponer su superioridad al consumarse la Guerra Civil en los EE. UU. (1861-1865), trayendo la abolición de la esclavitud (que no sería el fin de las penurias de la población afrodescendiente). Lo que se fraguaba detrás de este proceso histórico era el nacimiento del sistema de producción capitalista y la organización de una división mundial del trabajo.
La sociedad novohispana
La sociedad colonial en México no surgió meramente a partir de la implantación de un modelo social y económico europeo sobre los pueblos indígenas, sino que éste se fue integrando paulatinamente con el modelo económico prehispánico, adquiriendo características peculiares. “Se puede afirmar que el modo de producción de las culturas mesoamericanas, desde al menos el periodo clásico hasta el postclásico, se asemejan a los que Marx denominó: “Modo de Producción Asiático” en donde una serie de poblaciones y culturas más o menos comunistas y autosuficientes eran explotadas por medio del pago de tributo en forma de trabajo y especie por una casta privilegiada que organizaba a las comunidades en la construcción de obras públicas”.1
Si bien la pequeña comunidad agrícola prehispánica conservaba formas de organización interna derivadas de la sociedad prehistórica (que aún existen en pequeñas sociedades aisladas de cazadores y recolectores, en distintas partes del mundo), adaptadas al sedentarismo en la forma de la propiedad colectiva de la tierra, dentro del marco del Estado teocrático, estaban inscritas en un sistema de explotación con una jerarquía social establecida; un modelo social de obtención del producto del trabajo ajeno por medio del tributo, sostenido en una ideología específica. En el caso concreto del Imperio mexica, esto era especialmente cierto para los pueblos que se encontraban sometidos a su poderío militar.
Antes de que los conquistadores españoles pudieran implantar el modo de producción feudal que predominaba en la península ibérica, debieron integrarse en el modelo económico tributario, desde una posición de dominio. Las relaciones de dominación y sujeción militar entre los distintos señoríos mesoamericanos facilitaron el éxito de la incursión española, que en realidad trastocó el poderío mexica y desató un reacomodo de las relaciones políticas existentes al apuntalar la posición de los pueblos enemistados con estos. “El proceso de conquista sobre los pueblos mesoamericanos fue, en realidad, una guerra civil entre el imperio Mexica y los pueblos explotados por ellos (el Códice Mendoza habla de 400 pueblos que pagaban tributo) […]; fueron los mandos indígenas los que destruyeron su propia cultura erigiendo sobre las ruinas de sus templos las iglesias y palacios de los conquistadores”.2 Los aliados de los españoles suponían que no se trataría más que de un reordenamiento bajo nuevos señores, dentro de la clase de relaciones económicas y políticas que les eran familiares. Poco podían saber sobre el movimiento de las fuerzas sociales que desde Europa condicionarían su desarrollo posterior.
Durante el primer siglo de la dominación española en México, la modificación más significativa en el modo de producción fue la explotación de metales preciosos, que insertó a la Nueva España en el proceso de acumulación originaria del capital que preparaba a la burguesía europea para el asalto al poder político. Pero a pesar de que esta nueva actividad introdujo las relaciones salariales, éstas no llegaron a dominar la economía colonial, que fue eminentemente feudal, ni fue España quien capitalizaría esta nueva riqueza, sino aquellos países que transitaban hacia las nuevas relaciones productivas, como Países Bajos y Gran Bretaña. La explotación intensiva de fuerza de trabajo indígena diezmó rápidamente a la población originaria, mientras los recursos extraídos del subsuelo no alimentaban el desarrollo del mercado interno y eran derrochados en proyectos suntuarios. “Como resultado de la mortalidad de la población indígena en el primer siglo de la colonia la estructura tributaria va cediendo su lugar a las haciendas con relaciones sociales feudales.”3
El conjunto de las instituciones coloniales de la sociedad novohispana sirvió al propósito de transferir todo el producto del trabajo indígena y esclavo a la minoría española dominante, sirviéndose de mecanismos como la encomienda. “Para el imperio español sus colonias eran organismos económicos complementarios que lo debían proveer de lo que no había dentro de la península, especialmente de metales preciosos. España ejercía un monopolio formal del comercio exterior de sus colonias y estaba prohibida la producción de aquellos bienes que pudieran ofrecer competencia a los de los originarios de la península”.4 Sin fomentar el desarrollo productivo, los peninsulares y criollos acaudalados se convirtieron en una clase terrateniente acaudalada y parasitaria, poseedora de extensas haciendas y lujosos palacios, a costa de la miseria de los grupos sociales oprimidos.
Para poder sostener el dominio español durante tres siglos, surgió un sistema de castas que determinaba la función social de cada grupo étnico en la sociedad novohispana, dependiendo de su origen, y que se apoyaba en una legislación brutal y restrictiva. “El estudio diligente de la legislación colonial española muestra claramente que aquellos que aseguran que las autoridades españolas no eran crueles e inhumanas no han tenido la ocasión de examinar ciertos materiales básicos en la materia.”5 Esto dio origen a la llamada ‘leyenda negra’ española, fomentada en su momento por las potencias coloniales rivales, y que aseguraba que el dominio colonial hispano era el más cruento de todos. No deja de haber una gran hipocresía en tal acusación, toda vez que los anales de la dominación colonial están repletos de horrores a todo lo largo y ancho del continente americano, sin embargo, la evidencia histórica que constituye la legislación novohispana no sirve para desmentirla. “Había un doble estándar de castigos —uno para los españoles y otro para las personas de las castas “inferiores”, una ley para los pocos privilegiados y otra para las multitudes de oprimidos.”6
En lo que respecta a los esclavos traídos desde África, su traslado requería de una licencia real de importación y el pago de un impuesto de 400 reales por cabeza; no dejaron de ser marcados en la espalda o el rostro con hierros al rojo vivo sino hasta 1574, su contacto social con la población indígena fue restringido desde 1580, la reunión entre ellos —incluyendo a mulatos y negros libertos— quedó prohibida desde 1612 y se les vetó portar armas desde 1552 (incluyendo cuchillos desde 1583). Un decreto de 1571 imponía la pena de muerte para los negros y mulatos que auxiliaran a los esclavos fugitivos; también tenían prohibida la posesión de caballos y se les reservaban las ocupaciones más riesgosas, como la pesca de ostras, que los colocaba a merced de los tiburones (1601). El trabajo en las hilanderías también fue reservado sólo para los negros, desde 1602, y las mujeres negras tenían prohibido vestir los mismos atuendos que las mujeres indígenas (1582). La venta de pulque quedó prohibida para los negros (1760), se les aplicó una pena diferenciada por castas por participar en juegos de azar (1573) y se restringió la participación en mascaradas sólo para la nobleza española (1731). Los castigos para los peninsulares y criollos por las mismas faltas solían consistir en multas o destierros (en los casos graves) y azotes, encarcelamiento o la muerte, para las otras castas.
Restricciones tan específicas y exhaustivas obedecían al interés de mantener en marcha, por medio de la coerción, el funcionamiento del modelo económico colonial, en el que la esclavitud jugaba un papel fundamental para la minería. Se impusieron regulaciones, por ejemplo, para que la proporción de hombres africanos superara a la de mujeres, al ingresar en el puerto de Veracruz (inicialmente su único punto de ingreso permitido), en una proporción de dos hombres por cada mujer, con el fin de que su población no proliferara fuera de control, por temor a su sublevación. A despecho de estas medidas probaron poco efectivas, la población de origen africano tuvo un desarrollo dinámico hacia el aumento progresivo de la proporción de negros libertos y las rebeliones de esclavos fueron frecuentes e inevitables.
Fue significativa la conspiración negra de 1536, suprimida por medios violentos, y que se repetiría diez años más tarde (1546), resultando en el ahorcamiento público de los negros fugitivos Juan Román y Juan Venegas, en la plaza mayor de la Ciudad de México, por instrucción Antonio de Mendoza (1493-1552), primer virrey de la Nueva España. Los alzamientos de esclavos africanos, por supuesto, no fueron exclusivos del régimen novohispano, sino que también pudieron registrarse en otros virreinatos de la época, como el de la Nueva Granada. Algunas contaron con líderes carismáticos, como la de Bayano, registrada en la región del Darién (hoy Panamá), en 1552, que sería aplastada tras 5 años de guerra de guerrillas, o la de Benkos Biohó, en Cartagena de Indias, Colombia, que llegaría a una tregua con la Corona, para establecer —aunque efímeramente— el pueblo libre de San Basilio de Palenque (1605-1621); tregua que terminaría con la captura de su líder y su posterior ejecución.
Gaspar Yanga
Tratándose de Gaspar Yanga, tanto la fecha de su nacimiento como la de su muerte quedan oscurecidas por su personalidad de leyenda. Su origen es incierto, pero ha sido situado por algunas fuentes en Gabón, en la costa occidental africana; una crónica de la época, la del padre jesuita Juan Laurencio, testigo privilegiado de los acontecimientos, asegura que Yanga pertenecía al pueblo Brán, cuya identidad es también imprecisa, probablemente por merced de una transliteración desafortunada por parte del cronista. También afirma que Yanga y su lugarteniente, Francisco de Matosa (conocido como Matiza) eran originarios de Angola, mas, en aquel tiempo, era habitual que con ese nombre se hiciese referencia a toda la región del África Central, así como al conjunto lingüístico de los pueblos bantúes, el más extenso —además de diverso— en el continente, al que perteneció también el conjunto político cultural de los reinos asentados en la costa occidental del territorio bantú, que fueron los primeros en hacer contacto con los portugueses. Los pueblos de la lengua bantú, originarios de los valles de Nigeria y Camerún, se extendieron por la mayor parte del África subsahariana en una serie de migraciones que se alargaron por algunos milenios (3000 a.C. a 1000 d.C.), multiplicándose hasta en 556 variantes lingüísticas. Al problema de identificar la tribu a la que pertenecía Gaspar Yanga se suman las dificultades de la transcripción paleográfica, pues en distintas versiones de la crónica del padre Laurencio el nombre varía, convirtiéndose en Bron o Abron.
Sumando una especulación más al conjunto ya existente, que también ha identificado el origen de Yanga con la tribu Bram del África Central, y de ser cierto que éste se sitúa más bien en la costa occidental, quizás Yanga habría pertenecido al pueblo Fang, dividido en siete familias y el más numeroso en Guinea Ecuatorial, contando también con una presencia importante en Gabón. La razón de esta dificultad sin solución para determinar el origen de Gaspar Yanga es un efecto, por supuesto, de la despersonalización de que fueron objeto los esclavos durante el periodo colonial, cuyo origen, siendo indiferente para sus explotadores, no quedaba documentado en registro fiable alguno; sumando a esto la ignorancia general que ha prevalecido hasta el presente sobre la diversidad cultural africana. Por estos motivos, no se puede hacer una referencia fiable a la vida del líder rebelde hasta su llegada al puerto de Veracruz.
Presumiblemente embarcado en Cabo Verde, luego de desembarcar en Veracruz, Yanga habría trabajado en la plantación azucarera de Nuestra Señora de la Concepción, hasta su fuga en 1570, cuando se convirtió en el líder de una banda de negros cimarrones, así llamados por huir por las cimas de los montes y comparados así, en el imaginario novohispano, con animales salvajes. En esta condición, el grupo de Yanga habría formado un asentamiento de difícil acceso en la espesura de la selva veracruzana, significativamente semejante a la selva centroafricana, genéricamente conocidos como palenques (o quilombos, en Brasil), donde los cimarrones podían expresar libremente su identidad cultural, identificándose como africanos y no como americanos; diferenciándose de los negros libertos de las ciudades, que se asimilaban en la sociedad novohispana, aunque aspirando también a conseguir su autonomía.
Como otros grupos de cimarrones, el de Yanga se sostuvo por medio de la agricultura de autosubsistencia, cultivando camote, caña de azúcar, tabaco, frijoles, chile, calabaza y maíz, además de criar su propio ganado. Pero otra actividad ocupaba también la atención de los fugitivos: el asalto a las caravanas mercantiles que transitaban entre el puerto de Veracruz y la Ciudad de México. Esta posición estratégica les volvía una amenaza latente para la estabilidad social de todo el virreinato, pues además de generar la incertidumbre en el comercio, su ejemplo de bravura daba aliento a otros esclavos. A pesar de las constantes expediciones punitivas en su búsqueda, el palenque de Yanga permaneció durante décadas como un aliciente para aquellos africanos e indígenas por igual que deseaban sustraerse de sus explotadores.
Hacia el año 1600, se habría unido al palenque de Yanga el grupo de cimarrones de Francisco Matiza, en adelante, el estratega militar de la comunidad; la que llegó a crecer hasta el medio el millar de habitantes. Por aquel tiempo, se extendió la creencia popular de que Gaspar Yanga era un príncipe africano que habría sido capturado como esclavo y llevado a la fuerza a la Nueva España. Dicha denominación le emparenta en forma peculiar con la rebelión de Ganga Zumbi, en Brasil, fundador del quilombo de los Palmares, comunidad cimarrona que mantuvo su autonomía en circunstancias semejantes, en virtud de un tratado con la Corona portuguesa, entre 1580 y 1710, además de hijo de una princesa del Congo. Incluso la semejanza fonética entre los nombres de ambos líderes invita a la imaginación. Como tantos detalles sobre su persona, la ascendencia real de Gaspar Yanga no puede comprobarse, pero sin duda debía brindarle legitimidad a su movimiento en el imaginario de los esclavos africanos.
Para 1609, Yanga ya se había convertido en un viejo y según consta en algunos relatos, en el ánimo de no pocos esclavos cabía el deseo de extender el ejemplo de su comunidad para hacerse con el control de todo el virreinato, nombrándolo monarca. Si esta aspiración era solamente el objeto de un rumor o el contenido de una verdadera conspiración, es algo incierto, pero fue entonces cuando el virrey Juan de Mendoza y Luna comisionó al capitán Álvaro Baena para castigar a los cimarrones insurrectos y, el 23 de enero de aquel año, una expedición mixta de 600 hombres a cargo del capitán Pedro González de Herrera salió del puerto de Veracruz en busca del palenque de Yanga. La expedición solo contaba con 100 soldados españoles, mientras que el resto de sus elementos era una mezcla heterogénea de indios, negros, mestizos y mercenarios blancos, pero a pesar de haber partido en la mayor secrecía, ésta fue advertida por la comunidad de cimarrones, que incluso los desafió a encontrarles para chocar con ellos. Finalmente, un mes más tarde, la expedición de la que formaba parte el padre Juan Laurencio se dispuso para atacar a la comunidad rebelde.
Superados vastamente en número y contando, si acaso, con un centenar de combatientes, los cimarrones plantaron una serie de obstáculos, además de trampas en el camino que ascendía hasta su palenque. Desde la altura, los yanguicos arrojaban un sinfín de proyectiles a los invasores, vigilando su ascenso desde un árbol muy alto que les servía de atalaya. El grado de previsión y organización de los cimarrones ciertamente borra la imagen rústica que la monarquía novohispana hizo de ellos y les permitió escapar cuando los atacantes alcanzaron el palenque, cubriendo su huida; la que constituyó una hazaña en toda la línea, dejando, no obstante, bajas significativas en ambos bandos. Dispersándose, Yanga y los suyos siguieron a salto de mata y fundando nuevos palenques para reorganizarse cuando el primero fue incendiado, y continuaron dejando a sus perseguidores siempre a la zaga.
Sin precisar muy bien cómo fue que Yanga había hecho llegar a sus enemigos las condiciones para su rendición, el padre Laurencio regresó a la Ciudad de México para presentar al virrey las mismas, donde pedía amnistía y libertad total para su comunidad, con el derecho para fundar un asentamiento propio en calidad de súbditos de la Corona española y de la Iglesia. En respuesta a una cédula real del mismo rey Felipe III de España, el virrey Luis de Velasco accedió el 10 de agosto de 1609 a dictar la ordenanza para la fundación del pueblo de San Lorenzo de los Negros, que finalmente se establecería en 1618, simultáneamente a la vecina Córdoba (desde donde podrían ser vigilados), llegando a un cese al fuego bajo la condición de que no alojaría ni prestaría ayuda a nuevos esclavos prófugos. Cuando el virrey Rodrigo Pacheco Osorio, III marqués de Cerralbo aprobó, en 1631, el trazado del pueblo, éste fue nombrado San Lorenzo del Cerralbo. La familia de Yanga tendría el derecho exclusivo de gobernar la comunidad, misma que sería atendida espiritualmente por la Orden franciscana.
No fue sino hasta 1934 que la comunidad sería nombrada como Yanga, Veracruz, que contaba en 2020 con 4,904 habitantes, siendo la cabecera de un municipio con 17,902 pobladores, que se extiende por 87.98 km2. La comunidad, que fue el sitio de un mestizaje africano-indígena ya desde la época colonial, es en la actualidad un epicentro para el activismo afrodescendiente en México, donde se celebra cada 10 de agoste, desde 1976, el Festival de la Negritud. Sin embargo, conviene acotar la construcción ideológica formada en el tiempo reciente que pretende reivindicar a Gaspar Yanga como un precursor de la libertad americana. Es cierto que su subsistencia hasta nuestros días la diferencia del resto de las comunidades de cimarrones que lucharon por su autonomía durante el periodo colonial en todo el continente; lo que es un hecho sumamente significativo. Pero no puede soslayarse que, en última instancia, su sobrevivencia dependió de una adaptación al propio régimen colonial, en defensa de su identidad cultural, toda vez que la transformación profunda del régimen virreinal —y con ella la abolición efectiva de toda esclavitud— sería una tarea fuera de su alcance y que tendría que ser completada más tarde por la Revolución de Independencia (1810-1821), e incluso por la lucha política posterior que desenvolvió a lo largo del siglo XIX.
Del mismo modo, sería erróneo creer que las reivindicaciones actuales de la población afrodescendiente se circunscriben únicamente a una lucha cultural y que no guardan relación con el conjunto del movimiento social en todo el país, y con la lucha de los oprimidos en todo el mundo por sacudirse las lacras que un modelo superior de explotación perpetúan en el presente, en la forma del sistema de producción capitalista. La plena dignidad de todos los grupos étnicos y culturales del planeta depende finalmente de la abolición revolucionaria de toda explotación, en favor de una sociedad global sin división de clases y una planificación democrática de la producción social.
Notas
1 Rubén Rivera Álvarez, “La conquista y la colonia”, en Independencia y revolución: 200 años de lucha de clases en México (México: Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx, 2010), 33.
2 Ibid.
3 Ibid., 34.
4 Ibid.., 35.
5 William H. Dusenberry, “Discriminatory Aspects of Legislation in Colonial Mexico”, The Journal of the Negro History 33, n.° 3 (julio 1948): 285.
6 Ibid., 291.
Walter Benjamin, entre la revolución y la posmodernidad. Una crítica marxista
“[…] la lucha revolucionaria no es la lucha entre el capitalismo y el Espíritu sino entre el capitalismo y el proletariado”. [Benjamin]
“Comprendí que la soledad no existe para nosotros cuando la persona que amamos está también sola, aunque se encuentre en un lugar diferente donde no podemos alcanzarla (…)” [Benjamin]
Benjamin fue un pensador heterodoxo cuyas ideas han sido tanto intensamente debatidas como interpretadas de una forma que, desde nuestra óptica, Benjamin mismo rechazaría. De origen judío y dotado de una cultura notable, comienza como un crítico y teórico de arte con raíces religiosas y románticas (sus primeros textos expresan una mística artística-religiosa) y de inspiración kantiana, para orientarse, progresivamente, hacia la izquierda; adoptando, primero, una suerte de anarquismo teológico y, posteriormente, un marxismo sui-géneris.
Se trata más de un intelectual y crítico del arte que de un militante o teórico revolucionario. El mismo decía que su comunismo “no es más que la expresión de ciertas experiencias que he tenido en mi pensamiento y en mi existencia”-.[1] En el corpus de su obra los textos sobre crítica literaria son predominantes y por los que fue más conocido en vida. Nació en el seno de una familia judía de banqueros adinerados, pero va a mal administrar su fortuna y terminará en medio de dificultades económicas. Su formación intelectual se inició muy influida por el Talmud y un misticismo que nunca abandonará. Tras el inicio de la Primera Guerra Mundial se hizo pacifista de izquierda. La ideología de su juventud, como crítico literario y traductor de autores como Marcel Proust y Charles Baudelaire, se basaba en la tesis de que “el hombre se comunica en el lenguaje, no por el lenguaje”. Una postura enteramente posmoderna e idealista muy común entre los círculos de críticos literarios y de la burguesía académica que vive de las palabras, de su interpretación y entre la infinita discusión de los temas más refinados e inalcanzables. Pero la evolución intelectual plasmada en sus textos, con todo y su heterodoxia, va a evolucionar hacia un marxismo muy personal, propia de un intelectual pequeñoburgués, salido de los círculos bohemios que va acercándose al marxismo. Esto es especialmente claro en El autor como productor y en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Sin embargo, la posmodernidad no retoma estas obras sino sus “Tesis sobre historia” que se han interpretado como un rechazo a la visión marxista de la historia y a la idea de progreso en general -no sólo la versión liberal, sino también la postura de Marx al respecto-. De hecho, en la actualidad a Benjamin se le conoce casi exclusivamente por las “Tesis sobre historia” cuando fueron éstas una colección de comentarios que anotó al final de su vida en su huida de los nazis y que no estaban destinadas a su publicación tal como se encontraban.
El “marxismo” de Benjamin fue resultado de un proceso ecléctico. Los inicios de su radicalización política pueden verse en su texto “Para una crítica de la violencia” (1921) donde Benjamin enarbola la consigna de una “huelga general insurreccional” como manifestación de una “violencia divina” teológicamente justificada. Luego, en 1924 visita la Italia fascista donde conoce a la bolchevique e intelectual Asja Lacis y el intelectual marxista Ernst Bloch. Si exceptuamos El autor como productor –en donde Benjamin desarrolla ideas marxistas más ortodoxas- combinaba con frecuencia -en la forma de “mosaicos” fragmentarios, a menudo oscuros- las metáforas teológicas de un misticismo judío, el materialismo histórico y la crítica de arte. Se trata de una interpretación muy personal de Marx que enlaza elementos contradictorios, como el agua y el aceite. Benjamin es un autor que se encontraba en un proceso de evolución hacia la izquierda –proceso interrumpido por su trágica muerte- y nos parece que su pensamiento debe ser evaluado en su dinámica. Para muchos, Benjamin está a medio camino entre la Escuela de Frankfurt y un marxismo militante (valga la redundancia). Sin embargo, sin negar las contradicciones de su pensamiento, es nuestra opinión que Benjamin, en sus años de madurez intelectual, se encontraba más cercano al marxismo revolucionario que a la posmodernidad en la que frecuentemente se le inscribe.
Aunque cercano a Horkheimer y Adorno, fundadores de la Escuela de Frankfurt –quienes le darían apoyo financiero- no se consideró nunca miembro de esta tendencia, cuando se leen textos como El autor como productor y La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, no es difícil saber por qué: Benjamin sostiene en estos textos un marxismo militante, activo; habla del potencial revolucionario de los trabajadores, propugna con Brecht -amigo cercano de Benjamin- a favor de una actitud activa dentro de los círculos intelectuales, llama abiertamente a sumarse a la causa del proletariado; no podía más que chocar con una escuela que hablaba del fin del potencial revolucionario del proletariado y cuyas aspiraciones eran puramente especulativas. Las diferencias pueden resumirse en la siguiente tesis de Benjamin: “[…) la lucha revolucionaria no es la lucha entre el capitalismo y el Espíritu sino entre el capitalismo y el proletariado”.[2] Esta es la actitud militante que se expresa también en un texto de Brecht:
“Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo —que se condena— si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina? Una verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica. Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo”[3].
Este ímpetu activo, impulsado por su visita a Moscú y su contacto con los medios oposicionistas de la intelectualidad en la URSS, lo lleva a coincidir con algunas tesis trotskistas en el terreno del arte y reivindicar, por lo menos parcialmente, la figura de León Trotsky frente a la contrarevolución estalinista y la de Rosa Luxemburgo frente al reformismo y traición de la socialdemocracia alemana.
Es verdad que algunos fragmentos de las Tesis sobre historia, escritos poco antes de suicidarse en su fuga del terror nazi, parecen retratar a un autor que se acerca al pensamiento posmoderno. El carácter contradictorio de esas tesis, que sólo eran reflexiones íntimas y no un manifiesto teórico, expresan tanto ideas propias de la fuga desesperada de un pensador sensitivo, como otras donde apela a la revolución. Nos centraremos, al final de este ensayo, en la crítica de estas tesis porque son las ideas que más se han retomado de este intelectual de izquierda, sobre todo por la posmodenidad. Antes, analizaremos algunas de las obras de Benjamin que han quedado en la oscuridad por la mayoría de sus intérpretes. No pretendemos estar de acuerdo con todas las ideas de Benjamin, ni siquiera de aquéllas donde pretende plantear ideas marxistas; nuestra intención es discutir sus tesis para profundizar en algunos temas y abordar finalmente una crítica a las interpretaciones posmodernas de un pensador que reivindicaba a Trotsky y a Rosa Luxemburgo.
Benjamin, Moscú y la oposición antistalinista
El Diario de Moscú recoge las impresiones de la visita de Walter Benjamin a Moscú entre el 6 de diciembre de 1926 hasta finales de enero de 1927. No se trata, propiamente, de un diario político, teórico o ideológico; sino más bien de impresiones al estilo periodístico sobre la vida cotidiana en Moscú; muestran la fina atención de Benjamin por los detalles de la vida diaria: pintorescos retratos de las calles de Moscú, del clima glacial, la arquitectura de las calles y catedrales (la de San Basilio, por ejemplo), la comida típica, las artesanías disponibles en los estantes y en los mercados al aire libre (las típicas “matruscas”), la mendicidad en las calles, la falta de vivienda, la forma de vestir de los moscovitas, etc. En general se trata del diario de un viajero bohemio e intelectual: son recurrentes los relatos sobre las visitas al teatro, al cine, a los museos, las partidas de dominó y ajedrez, la redacción de artículos y, sobre todo, los lances amorosos y coqueteos hacia Asja Lacis y la rivalidad oculta hacia Bernhard Reich –pareja sentimental de Asia por aquellos tiempos-; ambos anfitriones de Benjamin en Moscú y ambos pertenecientes a la Inteligencia afín a los bolcheviques y, en especial, a la oposición antistalinista (trotskista o zinovievista). El triángulo amoroso es digno de un drama romántico en sí mismo anodino, si no fuera por estar salpicado de interesantes observaciones sobre la realidad en la Rusia de aquellos tiempos.
La visita de Benjamin a Moscú tenía varios objetivos: la redacción de artículos periodísticos para un diario Alemán (“Die Kreatur”) y, también, para la Enciclopedia soviética oficial (un artículo y una exposición sobre Goethe, además un proyecto sobre una “Enciclopedia materialista”),[4] estrechar lazos con las organizaciones culturales rusas la VAPP (proyecto frustrado por el evidente ascenso del burocratismo totalitario); conocer de primera mano la situación en la Rusia posrevolucionaria; y sobre todo – a juzgar por el diario en cuestión- reconquistar a su gran amor… Asia Lacis (artista y revolucionaria a quien había conocido en 1924); y escapar, de paso, al espíritu navideño capitalista. Como se ve la visita de Benjamin no tiene grandes pretensiones y su diario está escrito para nadie más que para él mismo.
Sin embargo, para nuestro tema, este diario resulta valioso porque además de estar salpicado de interesantes reflexiones polémicas sobre el materialismo histórico, sobre Bujarin, Plejanov, Proust, etc., y ser un interesante documento sobre la vida cotidiana durante el ascenso del stalinismo; expresa, en diversos episodios notables, el proceso de burocratización, su influencia venenosa en el arte, el ambiente naciente de la persecución, de deportación y antisemitismo y, sobre todo, la influencia de Trotsky en el entorno inmediato de Benjamin. Da testimonio, además, del proceso de reflexión y crítica de Benjamin que lo acercaría aún más al marxismo. En su diario son mencionados artistas destacados que comenzaban ya a sufrir la censura stalinista. En sus relatos semi-periodísticos desfilan creadores como el cineasta Einsestein, los escritores de obras teatrales Stanislavsky y Mayerhold (deportado en 1937, muerto en un campo de concentración); el célebre poeta Maiakovsky (fue empujado al suicidio en 1931) y el poeta trotskista Lélevich. Su diario no da respuestas políticas a los problemas que detecta, pero hace una descripción de la enfermedad que sería “diseccionada” y “diagnosticada” por Trotsky en su obra La revolución traicionada. Es evidente que a Benjamin le repelía el stalinismo y sentía simpatías por los revolucionarios de la “etapa heroica” de la revolución.
En este punto nos salta a la vista una confluencia superficial pero no menos llamativa entre Benjamin y Trotsky: como aquél Trotsky podía ser un agudo y penetrante observador de su entorno cotidiano; si bien la escritura intimista e impresionista no fue nunca el estilo literario con el que se recuerda al dirigente revolucionario, la lectura de su “Diario en el exilio” y sus fragmentarias impresiones de su paso en España en 1916[5] -antes de ser deportado a EUA- son una muestra de ello. Así, por ejemplo, de su paso por San Sebastián quedan las siguientes impresiones que citamos como muestra: “[…] Un mar severo, pero sin malicias; gaviotas, espuma, aire, espacio. El mar, con su aspecto cautivador, parece indicar que el hombre ha nacido para ser contrabandista; pero que circunstancias accidentales le han impedido seguir su destino”.[6] Por otra parte, los libros de Biblioteca Central de Cádiz le confirman el pasado medieval de España pues “[…] su exterior atestigua que ya hace mucho tiempo que no han sino hollados por la mano del hombre […] Fue aquí donde, por primeva vez tuve el placer de convencerme de que la polilla no es un animalito imaginario. […] La mayoría de los grandes volúmenes, editado en antigua y excelente papel de hilo, están metódicamente trabajados por la polilla erudita, a quien los habitantes de Cádiz le han dejado un tiempo bastante largo para su labor […] Las huellas cilíndricas, dibujando líneas quebradas, ya suben ya descienden […] Este trabajo calienta los cascos del lector con enigmas, especialmente cuando la polilla se ha llevado un guarismo o una parte de un nombre propio”.[7] Quizá se trate de trazos superficiales y fugaces, pero no por ello dejan de tener su suculencia. Sin duda se trata de un género literario que tiene su encanto, sobre todo cuando muestran otra faceta de la sensibilidad de un personaje como Trotsky.[8]
La amada de Benjamin, Asja Lacis, es una atractiva veterana bolchevique, participó en la revolución de 1917, directora de teatro letona, fue asistente de Bertolt Brecht a quien presentará a Benjamin, impulsora vanguardista de teatro para niños proletarios (en el que promovía la improvisación y la imaginación, fundó 1918 un teatro infantil proletario[9]) –inspirada en Mayerhold y en Maiakovsky-, será deportada diez años (1938-1948) a un campo de concentración en Kazajistán. Bernhard Reich es un periodista, director de teatro alemán seguidor de Kamenev en la época en que éste había formado, junto con Zinoviev, la oposición Unificada encabezada por Trotsky. El fantasma de la cacería de brujas anti-trotskista está muy presente en el diario de Benjamin. Se menciona la muerte del bolchevique Mijail Frunze[10] quien muy probablemente fue una de las primeras víctimas mortales de Stalin (murió en 1925 obligado por el Partido a realizarse una operación que le costaría la vida. Si hacemos a un lado al mismo Lenin, quien probablemente fue envenenado por Stalin,[11] sería su primera víctima mortal). En la época en que Benjamin escribió su diario las deportaciones masivas habían comenzado; entre 1926 y 1928 miles de personas fueron enviadas al destierro siberiano.[12] Trotsky fue retirado de sus responsabilidades en 1926, expulsado del Partido (junto con la Oposición que encabezaba) en 1927 y desterrado a Ama Ata en 1928. En 1928 había tantos deportados que “[…] En Moscú solo queda viudas”.[13] En 1929 comienzan los fusilamientos. En la época en que Benjamin visita Moscú la oposición unificada encabezaba mítines públicos que eran acallados por provocadores y golpeadores enviados por la burocracia
Bejamin relata que Reich les leía a él y a Asia los últimos discursos de Kamenev. Cómo Lélevich (su verdadero nombre era Gilelevich Kalmanson) se lamenta en una conversación con Benjamin por no poder acudir al discurso que daría Trotsky en la Comitern a favor de Zinoviev.[14] Bejamin menciona, como de pasada, una entrevista con Olga Kameneva[15] (hermana de Trotsky y esposa de Kamenev) –quien en aquel entonces se desempeñaba como funcionaria de la “Unión de Sociedades Soviéticas de Amistad y Relaciones culturales con otros países”- seguramente la entrevista tuvo como tema tareas tales como conferencias y artículos; si la entrevista versó también sobre la oposición a Stalin es cosa que no se menciona en su diario. Benjamin relata la conversación con un director de teatro, Bela Ilesh (escritor húngaro) quien había participado con Trotsky en la batalla que derrotó al general blanco Wrangel durante uno de los episodios más dramáticos de la guerra civil, sin embargo, el régimen lo “degrado” convirtiéndolo de manera forzada en director de teatro.[16] En algunas partes del diario Benjamin cuenta, al parecer sin siquiera notarlo, la represión que la misma Asja Lacis estaba sufriendo a manos de los gendarmes stalinistas del arte–a juzgar por su diario, Benjamin parece estar más preocupado por los cambios de humor de Lasja, que él interpreta como desaires a sus coqueteos, que por el acoso del que estaba siendo objeto- Asja era citada a reuniones con un oscuro censor stalinista (un tal Knorin) quien parecía seguirle los pasos provocándole angustia y nerviosismo.[17] Benjamin fue testigo de cómo, ya en esas fechas, los oradores de la Oposición eran acallados en los eventos oficiales[18] y menciona las deportaciones de opositores desde la estación de Yaroslavsky en Moscú.
Es sumamente interesante el intercambio reflexivo de Benjamin con el oposicionista Reich; en sus charlas se dibuja claramente muchas de las características centrales de la contrarevolución política impulsada por Stalin: el dogmatismo hecho slogan en lugar de la crítica revolucionaria, la “normalización” con el mundo capitalista (producto de la “teoría” antimarxista del socialismo en un solo país) y la sofocación de los comunistas en el interior de Rusia, la desigualdad creciente producto de la NEP, los nuevos ricos que comienzan a salir de sus madrigueras, con sus ropas de gala. En suma, se expresa en sus agudos comentarios el proceso de cuestionamiento y efervescencia de los sectores más vivos y sanos de la sociedad rusa en contra de la burocracia y la desigualdad, crítica subterránea y sofocada pero no menos existente, en el que se apoyaba la oposición trotskista en la URSS. Los debates de Benjamin con Reich son el tipo de discusiones que se dieron años después en los campos de concentración stalinistas, mediante una acalorada correspondencia entre diferentes regiones de deportados y en “escuelas de formación”[19] improvisadas en estos campos de exterminio, polémica con la cual La Oposición de Izquierdas –ya sin Kamenev y Zinoviev que se doblegaron ante Stalin- elaboraba su programa y sus consignas. Benjamín expone algunas de sus conclusiones:
En las conversaciones con Reich he ido expresando las disparidades que presenta actualmente la situación rusa. Hacia el exterior, el gobierno busca la paz para firmar tratados comerciales con los países imperialistas; pero ante todo trata de suspender en el interior la actividad del comunismo militante, empeñándose en lograr una paz social a plazo fijo, en despolitizar la vida burguesa en la medida de lo posible. Por otra parte, en las asociaciones de pioneros, en el Komsomolz, se da a la juventud una educación “revolucionaria”. Lo cual significa que lo revolucionario no les llega como experiencia, sino en forma de consignas. Se intenta suprimir la dinámica del proceso revolucionario dentro de la vida estatal: queriendo o sin querer, se ha reiniciado la restauración.[20]
Para Trotsky la burocracia bonapartista que “succionaba” la fuerza vital de la revolución era un régimen contradictorio a medio camino de la “restauración” capitalista y el socialismo. Trotsky señalaría posteriormente, en La revolución traicionada, que, si la clase obrera no derrocaba políticamente a la burocracia, ésta preferiría convertirse en capitalista antes de entregar el poder a los trabajadores a los que había expropiado políticamente. En la época donde Benjamin escribió la cita anterior, la Oposición aún luchaba dentro del partido por la reforma o el regreso a las ideas originales del bolchevismo. Pero la aguda reflexión de Benjamin era precisamente el tipo de discusiones que se daban en las filas “trotskitas”. Broue cita la carta de un deportado, que ejemplifica el tipo de debates que animaban los campos de concentración en los años treinta:
[…] ¡Cuánta diversidad de opiniones, cuanta libertad en cada artículo! ¡Cuánta pasión y cuanta franqueza en la exposición de cuestiones no sólo abstractas, sino también en todo aquello que tocaba la actualidad más ardiente! ¿Podemos reformar el régimen por vías pacíficas o será necesario un levantamiento armado, una nueva revolución? ¿es Stalin un traidor de un modo consciente […] Su política, ¿es reaccionaria o contrarevolucionaria? […] Los autores firman con su propio nombre.[21]
Sus conversaciones con el entorno que lo recibiría en Rusia –los círculos culturales y artísticos opuestos al stalinismo, muchos ellos trotskistas que serían desterrados y enviados a campos de concentración- versaban muy frecuentemente sobre temas políticos, sobre el influjo de la burocracia en el arte, sobre dialéctica y materialismo, etc. Si bien Benjamin se refiere a veces a los revolucionarios con los que discute como “fanáticos”[22], es claro que sus simpatías están cercanas a éstos (Benjamin se califica ya de marxista) y muy alejadas del stalinismo que ahoga la creación cultural.
Su rechazo al stalinismo fue la razón por la cual Benjamin no ingresaría al Partido Comunista Alemán, pero probablemente existieron razones índole personal: en las páginas de su diario se manifiesta el debate interno de Benjamin sobre su ingreso al Partido y sus dudas, propias de la pequeña burguesía de izquierda: ¿Sacrificar su libertad personal a una burocracia? ¿Entrar temporalmente y “experimentar”? ¿Se puede ser “independiente” de la organización proletaria sin pasarse al lado de la burguesía?, ¿Se puede buscar el “provecho personal” sin pasarse del lado de los explotadores?, ¿Cómo ponerse del lado del proletariado sin someterse a una estructura patidaria?, ¿Cómo ser un materialista dialéctico sin renunciar a un estilo de vida?[23]
Si bien sus comentarios hacia los bolcheviques (incluida Asia Lacis, su amor platónico) denotan el dejo del escepticismo de un simpatizante pequeñoburgués, es evidente Benjamin está en un proceso de reflexión que lo llevará a acercarse, a su regreso a Europa, a algunos textos de Trotsky y a mantener la idea de que el marxismo es estéril sin una militancia activa. Este punto lo separaría definitivamente –en el terreno político- de los fundadores de la Escuela de Frankfurt -amigos suyos- quienes mantenían una cómoda posición contemplativa, puramente especulativa y de abierto desdén a los trabajadores.
Benjamin fue quizás el único que para 1929, en el marco del ataque y silenciamiento a la oposición en la URSS, aún consideró posible citar a propósito del surrealismo, como autoridad en el terreno de la política hacia los artistas, a Trotsky, o reivindicar en sus diarios sus lecturas de Mi vida o ¿A dónde va Inglaterra?[24]
A su retorno a Alemania, Benjamin mostrará abiertamente sus simpatías por Trotsky. En una conversación entre amigos en 1927, después de una presentación en Berlín – episodio relatado por Soma Morgenstern- Benjamin se pone de lado de los que defienden a Trotsky frente a la figura de Stalin reivindicada por Brecht y otros:
En el trascurso de la noche […] la conversación se puso seria. El nombre de Trotsky fue la causa […] la discusión sobre este affaire dividió al grupo. Brecht junto con Klabund y esposa estaban totalmente de lado de Stalin. Hardt y yo defendimos celosamente a Trotsky. En cuanto a Benjamin se unió a nosotros. […] Mientras vivió Lenin, Stalin fue un hombre de tercera categoría, con mucho. Que él, comparado por Trotsky, que era en ese entonces la gloria de la revolución triunfante, tuviera el peso para ponerse en contra de Trotsky, que él, un hombre cauteloso, se haya animado a hacerlo y que se haya impuesto, prueba que el clima del país ya estaba como que el partido se encolumnara detrás de Stalin y que un Stalin pudiera expulsar a Trotsky de Rusia. Con este argumento me gané la ayuda de Benjamin y de Hardt, pero no gané la discusión. Porque las discusiones –eso lo vi después en Hollywood- las gana siempre Bertold (sic) Brecht, y lo hacía poniéndose a gritar, y lo que no le cuadra no venía “para nada al caso”.[25]
Sobre su acercamiento y amistad, durante los años treinta, a Bertlot Brech –poeta y militante comunista- versarían las diferencias y desacuerdos con Theodor Adorno (uno de los fundadores de la Escuela de Frankfurt). Efectivamente Bejamin y Brech pretenden lanzar una revista con el título Krise und Kritik (Crisis y crítica) con la que aspiraban a intervenir dentro de la intelectualidad radical defendiendo, desde una perspectiva marxista, una posición militante frente a los problemas de crisis social, artística y cultural.[26] Llama la atención las similitudes entre el proyecto –nunca aterrizado- de Benjamin y Brecht y el Manifiesto por un arte proletario independiente, proyectado por Trotsky, Breton y Rivera –tampoco aterrizado después del asesinato de Trotsky-. En ambos se llama a los intelectuales y creadores a organizarse para luchar contra el orden capitalista y el fascismo, por la independencia creadora del arte frente a todo intento por dominarlo. Así mismo Benjamin en su obra El autor como productor se pronuncia por la unión entre el arte y la vida, proyecto opuesto a la lógica del sistema capitalista y que recuerda mucho a las opiniones de Trotsky acerca de la reconciliación entre el arte y la vida, así como la defensa de las vanguardias rusas que ya empezaban a ser sofocadas por Stalin.
El autor como productor
“[…] la lucha revolucionaria no es la lucha entre el capitalismo y el Espíritu sino entre el capitalismo y el proletariado” [Benjamin]
Este notable ensayo no deja lugar a dudas sobre el acercamiento de Benjamin a las ideas de Marx. A nuestro juicio implica un salto del escepticismo de un simpatizante a un marxismo bastante radicalizado, propias de un recién converso, incluso hasta excesos “ultraizquierdistas”. El texto es una ponencia que Benjamin dicta en abril de 1934 en el “Instituto para el estudio del fascismo de París” en donde urge a los artistas a oponerse al fascismo por medio de la revolución. Todo el texto tiene como leiv motiv el justificar un arte de tendencia cuyo “hilo-político conductor” sea la lucha por el socialismo, desde el punto de vista del proletariado. La tesis central del texto intenta apoyarse en un análisis materialista de las relaciones sociales de producción para determinar el lugar del artista en el proceso de lucha por la transformación de la realidad, así como la relación entre el contenido y la forma en el arte revolucionario; ante todo, la relación del creador con sus medios de producción artísticos.
De acuerdo a Benjamin, si la revolución socialista implica la liquidación de la forma clasista de producir, la transformación que la revolución exige del arte implica que el autor se vea a sí mismo como un productor, no sólo de objetos artísticos sino de nuevas técnicas y medios productivos para el arte. No se debe trabajar sólo sobre el producto sino sobre los medios de producción. Sólo esto podrá impedir que la transformación interior del artista que pretende unirse a la causa proletaria, se quede en el mundo interno del autor y no trascienda más allá de la producción de simples medios de consumo asimilables por la moda capitalista. El intelectual revolucionario debe traicionar sus orígenes de clase burgueses:
Esta traición consiste, en el caso del escritor, en un comportamiento que lo transforma, de abastecedor del aparato de producción, a ingeniero dedicado a adaptarlo a los fines de la revolución proletaria. […] ¿Logra impulsar la socialización de los medios de producción intelectual? ¿Descubre procedimientos para organizar a los trabajadores intelectuales en el propio proceso de producción? ¿Tiene sugerencias para la refuncionalización de la novela, del drama, de la poesía? Cuanto mejor logre encauzar su actividad en estas tareas, más correcta será la tendencia y más alta será necesariamente la calidad técnica de su trabajo. Y por otra parte: mientras más preciso sea su conocimiento del lugar que ocupa en el proceso de producción, menor será la tentación de hacerse pasar por un “hombre de espíritu.[27]
Sin duda las ideas de Benjamin a este respecto estaban permeadas fuertemente por las vanguardias rusas. La exigencia de Benjamin de orientarse a la “literarización de todas las relaciones vitales” recuerda mucho a las tesis de Maiakovsky acerca de “fundir el arte con la vida del pueblo” y de la de “transformar la vida” de Tatlin.
Junto con las influencias vanguardistas, se debe señalar que Benjamin parece compartir las mismas virtudes y limitaciones que aquéllas. Benjamin cita en su texto la respuesta de René Macublanc cuando se le preguntó para quién escribía, partamos de la llamativa respuesta para explicar lo que a nuestro juicio constituyen las limitaciones de la tesis de Benjamin:
No cabe duda, dice Maublanc, que yo escribo casi exclusivamente para un público burgués. Sea porque estoy obligado a ello, como cuando se me encarga escribir un discurso para la distribución de premios en la escuela secundaria donde soy profesor; sea porque, de nacimiento burgués, de educación burguesa, de ambiente burgués, me inclino naturalmente a dirigirme a la clase a la que pertenezco, que mejor conozco y a la que soy quien mejor puede comprender. Esto no quiere decir que escriba para halagarla, para darle gusto o para sostenerla. Convencido de que la revolución proletaria es necesaria y deseable, creo que será tanto más rápido, fácil y segura, y tanto menos sangrienta, cuanto menor sea la resistencia de la burguesía . . . El proletariado necesita hoy aliados provenientes de la burguesía así como en el siglo XVIII la burguesía necesitó aliados provenientes de la nobleza. Yo quisiera contarme entre ellos.[28]
En realidad a los artistas progresistas, venidos de los medios burgueses, no se les puede pedir mucho más que ésta franqueza y su involucramiento honesto en el proceso revolucionario desde su trinchera cultural. Pedir un arte radicalmente nuevo, como hace Benjamin, es pedirle “peras al olmo”. La explicación de ello, a nuestro juicio, se encuentra en las críticas que Trotsky hizo a las vanguardias rusas (en especial al Prolekult y a Maiakovsky). No es posible una simultaneidad mecánica entre unas condiciones objetivas maduras para una revolución social, la consciencia política de ello (entre un grupo de políticos o artistas de vanguardia); y, por otro lado, una sensibilidad y emociones nuevas, en un mundo que aún no ha cambiado los viejos modos de sentir. Si en las revoluciones las condiciones objetivas se estrellan contra la consciencia de las masas, es sólo porque ésta última avanza con muletas mientras aquellas con zancos. Si la consciencia se sacude en las revoluciones, las formas inconscientes de sentir (base de la sensibilidad estética) no se conmueven a la misma velocidad.
Después de la revolución las masas piensan diferente; pero, en general, sienten, aman y lloran como antes. La consciencia política puede ser revolucionaria pero las formas de sensibilidad, al estar enterradas en el inconsciente, no pueden transformarse mecánicamente al mismo ritmo que las condiciones sociales. Por ello el llamado de Benjamin de crear, a la manera constructivista, nuevas formas productivas para el arte, suena tan utópica, como lo eran muchos de los excesos nihilistas de las vanguardias tan duramente criticadas tanto por Trotsky como por Lenin. Incluso lo anterior es cierto, como hemos visto, en el marco de una revolución socialista triunfante. Benjamin opina que si el autor se ve como productor evitará crear “capillas” separadas de las masas, separadas de la transformación de la vida. Pero la renuncia de las viejas formas de producir arte, que Benjamin promueve, representa tan sólo una renuncia para su círculo intelectual –su capilla- puesto que las masas no pueden renunciar a algo que, en general, nunca han poseído y de lo que se deben apropiar, antes de pensar en un verdadero arte nuevo.
Más mecánico aún es la equivalencia directa que Benjamin parece establecer entre una nueva técnica para el arte como sinónimo de un arte más progresista desde el punto de vista estético. Este mecanicismo muestra, a nuestro juicio, las limitaciones del marxismo de Benjamin (en esta etapa de su pensamiento). En realidad, como señala Trotsky, a excepción de la arquitectura, la literatura es la rama del arte que menos relación tiene con la técnica: “un buen poema futurista puede escribirse a lápiz en mal papel en algún pueblo de la provincia de Riazan”, señaló. En realidad la calidad de una obra artística tiene mucha más relación con la expresión estética de emociones sociales que con la técnica con la que se trabaja.
Esto no niega, por supuesto, la tesis de Marx acerca del desarrollo de las fuerzas productivas y la transformación de la superestructura. En los Grundrisse Marx explica por qué la épica antigua en su expresión clásica no puede ser producida en un mundo mecanizado y con rascacielos, y al mismo tiempo que explica que el arte tiene su propia dinámica. El cine, la arquitectura, la música, la pintura están vinculados con las capacidades técnicas de creación, pero éstas constituyen, apenas, el punto de partida. La música “disco” no es de mayor calidad que la música romántica o clásica por el hecho de usar un procesador. Es verdad, en última instancia, que la superestructura depende del desarrollo de las fuerzas productivas, pero se trata de una tesis general, que implica contradicciones y retroalimentaciones, que no anulan la dinámica propia del arte. No existe una relación directa entre técnica y arte de la misma forma que no existe una relación directa entre la genética y la cultura, por más que los seres humanos tengamos genes.
Por otro lado, la tesis de Benjamin según la cual la tendencia política implica una tendencia literaria y, al mismo tiempo, que la fidelidad entre ambas justifica la calidad artística de una obra, representa un axioma formal bastante dudoso. En la Revolución rusa existieron poetas improvisados que dedujeron sus versos casi directamente del marxismo y de la lucha de clases, pero ello no aseguraba de ningún modo la calidad artística de sus obras. Frente a éstas era, en el 99% de los casos, preferible que los obreros leyeran al burgués Moliere que los torpes versos “proletarios” de algún autor improvisado. Desde el punto de vista político el marxismo es superior al pensamiento burgués, pero desde el punto de vista estético un buen marxista bien puede ser un pésimo artista. En lo político los obreros ya tienen a Marx pero en lo artístico necesitan apropiarse de Balzac por más que el pensamiento político de éste fuera conservador. No se excluye, por supuesto, la existencia de obras de tendencia (socialista) con una calidad artística notable. Sin duda la poesía de Maiakovsky era de tendencia, pero ante todo tenía calidad estética, lo mismo puede decirse de la obra de Diego Rivera. La música y poesía de Silvio Rodríguez es bella porque expresa poéticamente a la Revolución Cubana y al amor, no por el simple hecho de ser revolucionaria; para eso último ya tenemos el pensamiento marxista. El arte debe ser juzgado en su propia dinámica, en las leyes que éste mismo se ha impuesto. El autor, efectivamente, no crea en la estratosfera y por lo tanto expresa sentimientos, ideas y aspiraciones de clase; pero éstas no constituyen el criterio central para evaluar su obra desde un punto de vista estético. La cosa cambia, por supuesto, si pretendemos hacer un análisis histórico y social de un artista y su obra, lo cual es legítimo y necesario. Sólo hay que tener cuidado de no confundir los planos, confusión frecuente en los análisis “marxistas” sobre el arte.
No obstante lo anterior, Benjamin comparte, por supuesto, las virtudes de las vanguardias artísticas revolucionarias: en primer lugar su franca oposición al capitalismo y su entrega consciente (al menos en el plano teórico) a la causa revolucionaria. De lo anterior se deriva su obsesión por la experimentación, su rechazo a formas y contenidos osificados que se sobreviven a sí mismos, su preocupación por la vinculación entre el arte y la vida. En esta vía las coincidencias con Trotsky aparecen, quizá, con más relieve que las discrepancias. Trotsky propugnaba, también, por la fusión del arte con la vida, sólo que Trotsky advertía que esta fusión no es automática y requiere premisas materiales, advierte que en la primera etapa de la revolución el papel progresista del arte no consiste en crear un “arte proletario” sino en ser absorbido como cultura general por el pueblo. La insistencia de Benjamin, en que el autor es un productor, está sin duda relacionada con la intención de que los artistas se vean como parte del proletariado y vinculen su creación con su causa. Esta interpretación del artista, aunque con fuertes tintes propagandísticos más que teóricos, era una característica muy sana de las vanguardias y su ideario político. Así, por ejemplo, la cultura del México popular le debe a estas ideas a gigantes como Diego Rivera -quien fundó en 1922, junto con David Alfaro Siqueiros[29] y José Clemente Orozco-, el “Sindicato de Pintores y Escultores” que impulsaría el Muralismo como corriente artística revolucionaria, su impacto fue mundial y sus ideas en el arte deben ser rememoradas y reivindicadas. Las tesis del “sindicato” eran del mismo cariz que las ideas de Benjamin: los artistas son obreros, se debe renunciar al arte de caballete, el arte debe asociarse con la vida (los murales), el arte debe ser colectivo, los artistas deben luchar por una sociedad sin clases y por una sociedad socialista.[30]
Los defectos mecanicistas que pueden encontrarse en El autor como productor son pulidos en su obra posterior La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, sobre todo en lo que se refiere a la dialéctica entre subjetividad y bases productivas. Lo que es cierto es que Benjamin matizó posteriormente su postura linealmente determinista. Lo anterior se atestigua en su correspondencia con Werner Kraft fechada en 1938, en donde se discute el papel de la tradición en los artistas de vanguardia, especialmente en la obra de Brecht. Kraft le plantea sus dudas a Benjamin:
[…] se plantea “el problema de si un poeta es capaz de crear sin ninguna tradición y contra toda tradición. Todavía no tengo una respuesta satisfactoria. Tal vez usted sí me resultó muy revelador que precisamente Trotsky, en su importante escrito “Literatura y Revolución”, presuponga que es obvio el empalme correcto en la revolución con la tradición.[31]
A estas interrogantes -muy sugerentes en cuanto al acercamiento de Benjamin con Trotsky, pues Kraft le remite a Benjamin una obra familiar del que éste sería un mayor conocedor- Benjamin responde señalando su acuerdo con Trtosky y explica que Brecht no carece de raíces en la tradición, especialmente la poesía popular bávara y el barroco del sur de Alemania.[32]
La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica
En su famoso texto La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica (1936) Benjamin realiza un estudio original y audaz sobre los efectos que sobre la superestructura artística ejerce la infraestructura económica del capitalismo. No se trata ya de un estudio mecanicista sino de uno dialéctico que comprende las contradicciones entre una tecnología que se desarrolla a un ritmo galopante y, por otro lado, la consciencia (incluida la estética) lerda y perezosa que se arrastra detrás de los acontecimientos y los comprende “post festum”. Esta tesis notable, acerca del desarrollo desigual entre lo material y lo “subjetivo”, puede encontrarse, por supuesto, en Marx y en los escritos de Trotsky (Historia de la revolución rusa). Uno de los inconvenientes en la comprensión del texto es el estilo extremadamente oscuro de Benjamin y la utilización de conceptos teológicos o místicos (el “Aura”, por ejemplo) que pueden conducir a ambigüedades.
Benjamin se aproxima a las obras artísticas para subrayar las condiciones histórico-sociales que incuban su surgimiento y en las que se fraguan las formas de sensibilidad y percepción en las que se contemplan. “Dentro de grandes espacios históricos de tiempo se modifican, junto con toda la existencia de las colectividades humanas, el modo y manera de su percepción sensorial. Dichos modo y manera en que esa percepción se organiza, el medio en el que acontecen, están condicionados no sólo natural, sino también históricamente”.[33] Trotsky aborda a la obra artística desde un ángulo similar: “Una nueva forma artística, considerada desde un amplio punto de vista nace para responder a nuevas necesidades […] El poeta puede encontrar el material para su arte tan solo en su ambiente social y trasmitir los nuevos impulsos de la vida por medio de su particular consciencia artística”. Estas coincidencias iniciales, harto sumarias, son la expresión del punto de vista marxista de ambos. Si las coincidencias estribaran sólo en este punto la podríamos considerar como una perogrullada. La coincidencia, sin embargo, va más allá: ambos se niegan a reducir al arte a un puro y simple símbolo social.
Benjamin no se conforma con establecer los fundamentos sociales de la evolución de la obra de arte; se interesa, ante todo, por estudiar la forma específica en que el arte es percibido, es decir, su forma peculiar (estética) que hace del arte un producto peculiar. Para referirse a ella Benjamin utiliza el concepto “Aura”: forma específica de apreciación artística en las sociedades pre-capitalistas conformada por la tradición en la que se inserta la obra de arte. El “Aura”, como percepción estética tradicional, está siendo destruida por las formas de reproducción masiva y en serie del capitalismo. Marx había afirmado en El Manifiesto Comunista que la producción capitalista destruye el velo de santidad de los productos más sublimes, todo lo tradicional es disuelto en el cálculo egoísta y el mezquino afán de lucro. Benjamin sostiene, igualmente, que todo el contexto sacramental en el que el arte se producía, desde los tiempos primitivos –como pensamiento mágico- hasta el arte “trascendental” del Medievo (las Vírgenes inmaculadas) es profanado por la reproducción en serie de mercancías.
Si bien Trotsky no se ocupa del aspecto tradicional del arte precapitalista, es llamativa la convergencia entre Benjamin y Trotsky consistente en subrayar la especificidad de la obra de arte no sólo como producto histórico social sino como objeto de percepción y de gozo estético. Así, en polémicas establecidas en el Comité Central Trotsky enfatizó, frente a los teóricos del arte proletario, la peculiaridad de la obra artística. A Raskólnikov le reprochó que “En las obras artísticas, ignora precisamente lo que hace que sean artísticas […] lo que da valor a la Divina Comedia, según él, es que permite comprender la psicología de una clase determinada en una época determinada. Pero plantear el problema de ese modo, es sencillamente borrar la Divina Comedia del terreno del arte […] la transformo inmediatamente en un simple documento histórico, ya que, en tanto obra de arte, la Divina Comedia se dirige a mi propio espíritu, a mis propios sentimientos y debe decirles algo”. Trotsky, a su manera, identificaba muy bien lo que Benjamin conceptualizaba con el término “Aura” (Para esta comparación debemos extender y forzar el concepto Aura a la recepción estética de la obra y no tanto a su vinculación con lo tradicional).
Benjamin pinta una panorámica de la historia de los medios de reproducción de la obra de arte que va desde la fundición y el acuñamiento del mundo antiguo hasta la imprenta, la fotografía y el cine del mundo capitalista. No se trata de una añoranza romántica por el aura perdida del arte, como un lector posmoderno o romántico pudiera pensar, sino de un estudio objetivo de los afectos que tiene sobre el arte los medios modernos de su reproductibilidad. Efectivamente: los efectos de la técnica sobre el arte transforman al objeto artístico, a la percepción artística, se trata de efectos revolucionarios y potencialmente emancipadores. En palabras de Benjamin:
La técnica reproductiva desvincula lo reproducido del ámbito de la tradición […] conducen a una fuerte conmoción de lo transmitido, a una conmoción de la tradición, que es el reverso de la actual crisis y de la renovación de la humanidad.[34]
No existe ni un ápice de romanticismo por más que se hable de un Aura en extinción, el análisis no es posmoderno sino marxista.
La disolución del Aura, a la vez que destruye los fundamentos de la producción y contemplación del arte, crea el potencial para una nueva forma de producción y sensibilidad estéticas una producción masiva y una contemplación asequible a las masas. Nos dice Benjamin que: “La reproducibilidad técnica de la obra artística modifica la relación de la masa para con el arte. De retrógrada, frente a un Picasso, por ejemplo, se transforma en progresiva, por ejemplo, cara a un Chaplin. […] la pretensión por parte de la obra de arte de llegar a las masas”. [35] Pero Benjamin no percibe el potencial de una manera reformista, comprende que entre lo potencial y lo real se alza la barrera de la producción capitalista y la alienación que bloquea nuevas formas revolucionarias de la percepción. La precepción estética de las masas está limitada: “La orientación de la realidad a las masas y de éstas a la realidad es un proceso de alcance ilimitado tanto para el pensamiento como para la contemplación”. Benjamin encuentra, a su manera, una contradicción que clama por ser resuelta: la contradicción entre el potencial emancipatorio del arte, la posibilidad de una nueva relación estética con el mundo que trata de realizarse y, por otro lado, la imposibilidad de su nacimiento en los límites del capitalismo.
Entonces lo que late en las tesis de Benjamin es la aspiración a derribar esas barreras, de derribar al capitalismo. Sin duda éste habría firmado la siguiente tesis programática escrita por Trotsky y Breton contenida en el Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente:
Aquello que deseamos es:
La independencia del arte-por la revolución
La revolución-para la liberación definitiva del arte.
Estas inspiradoras palabras están escritas como un llamado a los artistas a que defiendan su actividad vital frente al ascenso del fascismo. La misma preocupación es la que motiva el texto de Benjamin; la preocupación por la amenaza que se cierne sobre uno de los productos más preciosos de la humanidad: el arte.
La guerra imperialista es un levantamiento de la técnica, que se cobra en el material humano las exigencias a las que la sociedad ha sustraído su material natural. En lugar de canalizar ríos, dirige la corriente humana al lecho de sus trincheras; en lugar de esparcir grano desde sus aeroplanos, esparce bombas incendiarias sobre las ciudades; y la guerra de gases ha encontrado un medio nuevo para acabar con el aura.
Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden. Este es el esteticismo de la política que el fascismo propugna. El comunismo le contesta con la politización del arte.[36]
A ambos pensadores los une el llamado militante a enfrentarse a la decadencia del capitalismo (que amenaza con destruir a la humanidad y a la cultura) por medio de la revolución. Este punto de convergencia, el nudo que une a las dos reflexiones sobre lo estético, no puede ser ignorado. La esencia revolucionaria de las reflexiones de Benjamin, al menos en esta etapa, ha sido ignorada por la mayoría de los comentaristas.
Tesis sobre historia
“La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado […] debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí, la frase desborda el contenido; aquí, el contenido desborda la frase”. (Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte)
La suerte de los pensamientos intimistas de Benjamin, plasmados en sus Tesis sobre historia, ha sido similar al destino de las reflexiones de Gramsci, consignadas en los Cuadernos de la cárcel: han sido la oportunidad para que los políticos y filósofos de la Realpolitik y los intelectuales del stablishment encuentren un Benjamin y un Gramsci domesticados por la política del Status Quo. En particular, las Tesis sobre historia se interpretan en sentido opuesto al “espíritu” del marxismo. En el caso de Gramsci se afirma que los Cuadernos de la cárcel revelan a un político “realista”, estadista, teórico de la abstracción pura (sociedad civil vs sociedad política), de la moderación (propia de la izquierda posmoderna) y de la construcción de una “hegemonía” cultural gradualista como sustituto de una práctica revolucionaria (¿para qué impulsar una huelga si podemos organizar una obra de teatro?). Un Gramsci diferente al que fundó el PCI, al que editó el “Orden Nuovo”, al que propugnó por la unidad obrera y campesina; diferente al que teorizó sobre la incapacidad de la burguesía para sacar a Italia de su atraso feudal (la “Cuestión meridional”) y al que trató de aplicar las lecciones de la revolución de octubre en tierras italianas (especialmente en lo que respecta a los “soviets” italianos: los consejos de fábrica de Turín). Las reflexiones de Benjamin, por su parte, son interpretadas para presentar a un Benjamin posmoderno que se daría la mano con Heidegger -aunque Benjamin siempre despreció a este filósofo, incluso antes de que se uniera a los nazis-, Feyerabend, Lyotard. Un Benjamin contrario a la noción de progreso (particularmente de un concepto de progreso basado en el pensamiento de Marx), a la intelección racional del proceso histórico, teórico del pesimismo posmoderno; en fin, contrario al materialismo histórico de Marx y a las tesis, defendidas por el propio Benjamin, sobre la necesidad de la revolución expuestas en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica y sobre todo en su obra El autor como productor.
La academia burguesa tiene un olfato como de perro para retomar todo lo que es oscuro, ambiguo y confuso; sobre todo si proviene de pensadores de izquierda que puedan aportar herramientas para desviar a las masas -ya sea consciente o inconscientemente- del cause revolucionario. No es casual el culto a oscuras y siniestras figuras como Foucault (cínico pederasta), las interpretaciones reformistas de Gramsci o contrarevolucionarias que se hacen del pensamiento de Lukacs. Joseph Dietzgen afirmó en alguna ocasión que la filosofía oficial no era una ciencia, sino una salvaguarda contra el socialismo. Las tesis de Benjamin han sido muy aprovechables por la posmodernidad pues en ellas perecen mezclarse el agua y el aceite: el mesianismo judío con el marxismo, una especie de misticismo con el materialismo histórico, el deseo de la revolución con el deseo de frenar el avance de la historia. Es verdad que existen interpretaciones de izquierda de las Tesis sobre historia, como las de Michael Löwy[37] o Stefan Gandler, pero las interpretaciones posmodernas son las predominantes. Un ejemplo “clásico” de este tipo de interpretaciones lo representa Media noche en la historia de Reyes Mate, interpretación que habremos de debatir aquí.
Y sin embargo, las reflexiones de Benjamin que se publicaron con el título engañoso impuesto por Theodor Adorno de “Tesis sobre historia” no fueron escritas para plantear una “teoría” de la historia, sino más bien impresiones sobre el ascenso del fascismo y la traición de la socialdemocracia, aforismos que expresaban toda suerte de opiniones más o menos inconexas. Comenzó a escribirlas desde finales de 1939, pocos meses antes de su peregrinaje para escapar de Francia donde las autoridades estaban entregando a los judíos a la Gestapo. Se trata de un ramillete de pensamientos y reflexiones, escritas de forma dispersa en los márgenes de hojas de papel (incluso en hojas de periódico) como pensamientos al vuelo, mientras su autor peregrinaba huyendo de los nazis. Hasta donde sabemos, no fueron pensadas para su publicación, de ahí su naturaleza dispersa, fragmentaria, contradictoria, oracular. Parece ser que Benjamin era consciente del carácter ambivalente de sus tesis y de que éstas podrían generar confusión, estaba consciente que darlas a conocer era como “abrir las puertas de par en par a la incomprensión entusiasta”[38], sin embargo, peregrinó con ellas huyendo del fascismo como si fueran su posesión más preciada.[39] Aunque agudas e interesantes, no tienen el objetivo de presentar una visión teórica integral y coherente por lo que, al igual que una botella vacía, se pueden llenar con contenidos de clase contradictorios. Benjamin mismo las describió como “[…] un manojo de hierbas juntadas en paseos pensativos” y “no un conjunto de tesis”.[40] Expresan un estado de ánimo propio de aquel que huye para salvar su vida y que será orillado al suicidio[41]. Las Tesis sobre historias de Benjamin fueron publicadas por Theodor Adorno (1942), dos años después del suicidio de aquél, aun cuando no tenían el objetivo de darse a conocer tal y como fueron plasmadas.
Por esto constituye un abuso escandaloso de la academia burguesa presentar estos pensamientos como el non-plus ultra de la teoría histórica e incluso una superación de la concepción marxista de la historia. Pero autores posmodernos como Reyes Mate ven incluso en ellas “el armazón teórico con el que poder interpretar de una manera nueva la historia y, por tanto, su tiempo y el nuestro”[42]. Y sin embargo este mismo autor acepta que “[…] en la imagen del Ángel de la Historia, Walter Benjamin se está representando a sí mismo […] la impotencia que le adjudica a este ser celestial expresa su sentir frente a lo que estaba viviendo y que termina orillándolo a quitarse la vida con unas pastillas de morfina. [43] Bolivar Echeverría comentó que no hay que descartar el impacto que tuvo la firma del tratado de no agresión firmado por Stalin con Hitler en el año 1939 en el deteriorado estado anímico de Benjamin.[44]
El lenguaje metafórico y religioso confiere a las tesis de Benjamin una fuerza estilística (de ahí su aspecto seductor) directamente proporcional a su oscuridad. El estilo oscuro y oracular se puede interpretar como se interpretaban las profecías de la esfinge o como se hace con los horóscopos de las revistas que se leen cuando se está en la sala de espera del dentista: cada cual le confiere el significado que ya trae en mente o que desea encontrar. Se pueden encontrar fragmentos que parecen apuntalar al pensamiento posmoderno como otros que apelan a la revolución, y sin embargo éstos últimos son deliberadamente ignorados por los intérpretes posmodernos, aunque son los dominantes en el texto.
Benjamin contra Benjamin
Tesis que parecen apelan a la revolución social, conviven con otras en donde Benjamin cae presa del desánimo. La vida de Benjamin estuvo atravesada por periodos de profundo decaimiento anímico, su espíritu se debatía entre la depresión suicida y el entusiasmo. La tesis XIII critica el concepto de progreso en general rechazando, al parecer, la esperanza de que un nuevo sol post-capitalista pueda surgir en el firmamento. Las interpretaciones dominantes, que convierten a Benjamin en el “profeta del fin apocalíptico de la historia” y en el opositor a las “utopías revolucionarias”, se derivan de lo que quizás es la tesis más sugestiva y citada del texto: la tesis IX conocida como el “Ángel de la Historia” que se inspira en un cuadro de Klee, perteneciente a la colección de arte de Benjamin, quien era un empedernido coleccionista de arte y de libros raros:
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se presenta a un ángel que parece como si estuviera a punto de alejarse de algo que lo tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y éste deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera el detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.[45]
Stefan Gandler, por su parte, ha interpretado esta tesis como una imagen crítica del capitalismo, de un modo de producción en donde los seres humanos avanzamos hacia el abismo producto de relaciones sociales fetichizadas y de fuerzas ciegas y anárquicas que no controlamos, el “ángel de la historia” somos los seres humanos dirigidos por el capitalismo a la guerra mundial que amenaza convertir a la civilización en una pila de escombros que tocan el cielo:
Entonces, el Ángel de la Historia, que camina de espaldas, es la sociedad burguesa con su formación de producción capitalista, industrial y organizativo (en el sentido de una organización fuera de control de la sociedad, solamente en manos de algunos, es decir una organización instrumental), se aleja de sus viejas promesas de liberté, égalité, fraternité). Con cada paso cimienta más y más profundamente las estructuras de explotación […][46]
Pero la interpretación más obvia lleva al pesimismo hasta cimas hiperbólicas. La historia es una colección de catástrofes sin sentido, el progreso es la ilusión con que los hombres ocultan su camino hacia el abismo. Es imposible prever el futuro porque avanzamos ciegos hacia él, el progreso nos lleva cada vez más lejos del paraíso y, por tanto, más cerca del infierno. Más que una teoría de la historia estamos ante un estado de ánimo que desemboca en el pantano del posmodernismo.
Para Reyes Mate, interprete posmoderno, las tesis de Benjamin se orientan contra la noción de progreso de la civilización en general y no únicamente de la sociedad contemporánea (capitalista, agregamos nosotros):
[…] Ahora como ayer, en efecto, es verdad que para los oprimidos el estado de excepción es una situación permanente. Ni la multiplicación del estado social de Derecho, ni el avance de la democracia liberal, ni el prestigio del discurso sobre los derechos humanos, ni el crecimiento de la riqueza mundial por obra y gracia de la globalización económica, han conseguido mandar al desván de las pesadillas la contundente afirmación de la tesis VIII, a saber, que todos esos progresos se hacen sobre las espaldas de una parte de la humanidad.[47]
No tuvimos que esperar a Reyes Mate para saber que la historia de la civilización hasta nuestros días –como señaló Marx en el Manifiesto Comunista- no ha sido más que la historia de la opresión de una clase sobre otra; en este sentido el progreso técnico que ha traído consigo las civilizaciones se ha hecho con la sangre, sudor y lágrimas de los explotados. Pero el posmoderno excluye de plano cualquier posibilidad de superar la explotación del hombre por el hombre pues, como señala Foucault, las “relaciones de poder” son inmanentes al ser humano. Reyes Mate interpreta a Benjamin en el sentido de que “lo letal era la lógica del progreso”.[48]
Es necesario entender la concepción marxista del progreso para desenredar las torpes afirmaciones de Reyes Mate y la corriente posmoderna. Marx y Engels no se basaban en consideraciones sentimentales o subjetivas para sostener su tesis sobre la existencia de progreso en la historia, sino que concebían a éste en términos materialistas: desde el punto de vista del control que un modo de producción determinado da a los hombres sobre la naturaleza; o, en otros términos, desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas y la capacidad de estas para desarrollar la productividad del trabajo. Este criterio no es arbitrario porque refleja lo específicamente humano: la producción de la vida por medio del trabajo y la producción de herramientas. Desde este punto de vista es claro que el capitalismo, a pesar de su moral individualista y egoísta, es infinitamente superior al comunismo primitivo en sus fuerzas productivas y por tanto, en la productividad del trabajo humano. ¿No tenemos derecho a afirmar, acaso, que un procesador o un satélite espacial es técnicamente superior a un hacha de piedra? Pero el progreso histórico es contradictorio y está lleno de contrastes: Engels señalaba a ese respecto lo siguiente:
Siendo la base de la civilización la explotación de una clase por otra, su desarrollo es constantemente antinómico. Cada progreso en la producción es al mismo tiempo un retroceso para la clase oprimida, es decir, para la mayoría. Cada beneficio para unos es por necesidad un perjuicio para otros; cada grado de emancipación conseguido por una clase es un nuevo elemento de opresión para otra.[49]
Pero como el posmoderno no concibe alternativa al capitalismo tampoco puede concebir otra noción de progreso que no sea la vulgar versión liberal y se revuelve indignado contra este muñeco de paja. La ideología dominante en el periodo de ascenso del capitalismo fue el liberalismo y el reformismo junto con la creencia en el progreso lineal e ininterrumpido (durante el prolongado boom de la postguerra -1945-1974 – presenciamos un nuevo ascenso de las ideas reformistas cuya base material se ha evaporado -). La ideología dominante burguesa durante el periodo de decadencia senil del capitalismo, además del empirismo estrecho (positivismo), es la ideología posmoderna: el irracionalismo, misticismo, arbitrariedad y pesimismo decadentes. El capitalismo es ya incapaz de progresar, de entender racionalmente su entorno (haciendo excepción de la ciencia positiva necesaria para la valorización del capital), de producir ideas originales, de producir sistemas filosóficos. Por lo tanto, sus ideólogos sostienen que todo progreso es imposible y que estamos ante el fin de la historia y el fin de las ideologías y todo el que lo contradiga no es más que un utopista irremediable. Sin embargo, el hecho de que el capitalismo esté en decadencia y sea incapaz de progresar no quiere decir que derrocando al capitalismo todo progreso sea imposible. Trotsky era perfectamente consciente del desarrollo contradictorio del progreso histórico. Su célebre teoría del desarrollo desigual y combinado de la que se desprende, a su vez, su concepción de la “Revolución permanente” se basa en el desarrollo contradictorio y desigual del capitalismo:
Los sabios liberales –que ya no existen- han descrito comúnmente el conjunto de la historia de la humanidad como una sucesión lineal y continua de progreso. Era falso. La marcha del progreso no es rectilínea, es una curva quebrada, zigzagueante. A veces la cultura progresa, otras declina. Hubo la cultura de Asia antigua, hubo la cultura de la Antigüedad, de Grecia y Roma, luego la cultura europea comenzó a desarrollarse, y ahora la cultura americana nace en los rascacielos.[50]
La idea posmoderna de que el progreso en la historia no existe, nunca ha existido ni nunca existirá es útil al stablishment capitalista porque concibe como inútil toda lucha contra la decadencia capitalista pues el declive sería inherente a la historia misma. Pero si algunas reflexiones contenidas en Las Tesis sobre Historia fueron escritas en un contexto de persecución y decaimiento anímico ¿es aceptable convertir un estado anímico en una teoría de la historia toda? Si la imagen del Ángel es la metáfora de una guerra mundial, de una coyuntura terrible y particular ¿es aceptable ir más allá de los límites de la metáfora y proyectarla al pasado y a todo futuro previsible? Incluso si sostenemos –como es nuestra convicción- que la metáfora es aplicable al conjunto del capitalismo en tanto modo de producción –e incluso al conjunto de las civilizaciones clasistas- ¿es válido entender la decadencia del capitalismo como la decadencia de todo futuro posible?
Para los posmodernos no es suficiente interpretar a Benjamin como un agorero de su corriente decadente, quieren encontrar en él una teoría nuevecita que sustituya al “decimonónico” Marx. Reyes Mate -jugándonos una mala broma- quiere encontrar un armazón para una nueva teoría histórica, además de una nueva teoría del conocimiento. Esta última consistiría en ubicar en el centro de la realidad histórica a los más débiles, a los que más sufren; en palabras de Reyes Mate:
Si Marx hacía del proletariado el sujeto de la historia es porque ya ocupaba, en el sistema capitalista de producción, el lugar central del sistema. Era su poder lo que fascinaba a Marx. Pero el sujeto benjaminiano es central por su debilidad. Es el lumpen, el que sufre, el oprimido, el que está en peligro, pero que lucha, protesta, se indigna. Ése es el sujeto que puede conocer lo que los demás (el que oprime o manda o pasa de largo) no pueden conocer. Su plus cognitivo es una mirada cargada de experiencia y proyectada sobre la realidad que habitamos todos. […][51]
Esta “nueva” teoría de la historia, mejor dicho, esta patraña sentimental, está lejos de ser novedosa. Es, en esencia, la misma posición política que adoptaban personajes como Bakunin quienes cifraban su estrategia en los vagabundos y lúmpenes, precisamente por ser los sectores que más sufren las consecuencias del sistema capitalista de producción. Independientemente de lo que “fascinaba a Marx”, para éste, por el contrario, el centro de la cuestión no estaba en el grado de sufrimiento subjetivo, sino en las relaciones sociales objetivas, en las relaciones de producción reales que hacen que funcione el sistema y que son las únicas sobre las que se puede pensar seriamente su derrocamiento definitivo. Los lúmpenes no juegan ningún papel en el funcionamiento de la sociedad, por ello están desclasados viviendo en los “poros” de la sociedad moderna, viviendo de las migajas y la caridad pública. Uno puede indignarse por su situación –debemos hacerlo- pero ese es un tema diferente. Marx pone su atención central en la clase obrera -no por algún tipo de “fascinación” como opina torpemente Reyes Mate- al ser la verdadera productora de riqueza y plusvalía, la razón de ser del capitalismo (ello no significa que Marx pensara que la clase obrera por sí sola podría producir un cambio radical, siempre tuvo en mente la unidad de los sectores explotados de la población). Uno puede estar o no de acuerdo con ello, pero debe reconocerse, sin embargo, que el análisis de Marx va al núcleo del funcionamiento del capitalismo mientras que el de Bakunin –y la alternativa que nos deja la interpretación de Reyes Mate- resulta vaga y totalmente estéril.
No deja de resultar llamativo que Reyes Mate afirme tan categóricamente que Benjamin se distanció de la certeza presente en Marx sobre el papel revolucionario de los trabajadores, cuando es este mismo autor quien rescata variantes poco conocidas de las tesis de Benjamin donde éste afirma exactamente lo contrario, por ejemplo: “al concepto de sociedad sin clases hay que devolverle su verdadero rostro mesiánico y eso en interés de la propia política revolucionaria del proletariado”.[52] Pero la coherencia puede irse al diablo cuando quien escribe es un posmoderno.
El mesianismo del que habla Benjamin es la actitud activa y militante que se requiere para ver en todo momento un momento revolucionario y no esperar la revolución como se esperaría un eclipse. Es similar a la famosa frase que subtitulaba el periódico “Avanti” dirigido por Gramsci: “o dormir la siesta o hacer la revolución”. Y aun cuando otras tesis pudieran sugerir ambigüedades en este punto,[53] por lo menos, uno esperaría una interpretación menos categórica que la que hace Reyes Mate al respecto.
No obstante que el planteamiento de “ver en cada momento un momento revolucionario” es correcta en el terreno de la agitación -y es parecida al aforismo de Gramsci “o dormir la siesta o hacer la revolución”-, teóricamente es una consigna vacía, simple voluntarismo. Una organización revolucionaria en sus perspectivas debe diferenciar cuidadosamente cada una de las etapas de un proceso para trazar una estrategia adecuada de acercamiento al movimiento obrero. Se debe diferenciar, por ejemplo, el momento de lanzarse a la huelga o preparase para ella, el momento de extender cuidadosamente el alcance de la organización entre la clase obrera o llamar a una insurrección, etcétera. Se trata de realizar una evaluación sobria del nivel de organización y conciencia para plantear las tareas que nos ayuden a prepararnos para derribar a la burguesía. La frase “cada momento es un momento revolucionario” carece de sentido sino no se sitúa esta consigna en su justo lugar. Grasmci lo sabía bien, pues no sólo era un intelectual, sino un militante revolucionario, un dirigente obrero.
Si bien muchas de las tesis benjaminianas son de difícil interpretación, algunas son bastante contundentes y trasparentes. Benjamin en la tesis XII, por ejemplo, contrapone a la traición del reformismo socialdemócrata, el genuino marxismo encarnado por la Liga Espartaquista de Rosa Luxemburgo y lo hace de forma explícita:
El sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida misma, cuando combate. En Marx aparece como la última clase esclavizada, como la clase vengadora, que lleva a su fin la obra de liberación en nombre de tantas generaciones de vencidos. Esta consciencia, que por corto tiempo volvió a tener vigencia con el movimiento Spartacus, ha sido siempre desagradable para la socialdemocracia.[54]
Es claro que Benjamin está reivindicando a Rosa Luxemburgo, a su corriente y la contrapone a la traición de la socialdemocracia reformista. Luxemburgo fue mandada asesinar por Noske, brazo ejecutor de Ebert; ejecutada por los mismos dirigentes del Partido Socialdemócrata Alemán al que había pertenecido la gran mártir y a los que había criticado –desde un punto de vista marxista- su reformismo y su adaptación parlamentaria al sistema capitalista. El joven Partido Espartaquista –escisión del PSDA- era la única alternativa real que tenía la revolución alemana de 1919 y por ello el régimen lo descabezó asesinando a la más lúcida de sus dirigentes. Dice mucho –a contrapelo de las tonterías que escribe Reyes Mate- que Benjamin apele a Rosa Luxemburgo, una revolucionaria de una sola pieza que basaba su política y perspectivas en el potencial revolucionario de la clase obrera. En la interpretación de Reyes Mate la referencia clara al grupo de Rosa Luxemburgo es difuminada por otra más general y vaga en donde sólo queda la referencia al Espartaco de la antigüedad y en donde, sin base alguna, se afirma que: “La tesis no invita a la refundación del luxemburguismo, sino al rescate de la consciencia de solidaridad con los oprimidos”.[55] Aunque esto último sea cierto, también lo es que Benjamin está contraponiendo claramente a la socialdemocracia las tradiciones revolucionarias del grupo de Rosa Luxemburgo. Por esto, compartimos la opinión expuesta en el texto “El Ángel de la revolución”, en donde se plantea:
La interpretación de Reyes Mate sobre la tesis 11, en el sentido de que Benjamin se está refiriendo a unos oprimidos distintos a los trabajadores obreros y más a los que sufren en extremo, los marginados cuyos nombres son indígenas, negros, judíos, árabes, etc., lo lleva a vaciar de contenido la referencia a la liga espartaquista.[56]
Tesis bellas como la IV muestran que en sus cavilaciones íntimas Benjamin seguía manteniendo la esperanza en el derrocamiento del capitalismo y convencido que toda derrota es transitoria:
[…] Esa finura y espiritualidad [que exige el materialismo histórico] ponen incesantemente en entredicho cada victoria que haya caído en suerte a los que dominan. Como las flores vuelven su corola hacia el sol, así también todo lo que ha sido, en virtud de un heliotropismo de estirpe secreta, tiende a dirigirse hacia ese sol que está por salir en el cielo de la historia. Con ésta, la más inaparente de todas las transformaciones, debe saber entenderse el materialista histórico.[57]
Debido a la tradición judía de la que provenía y la influencia de la religión Benjamin habla de “tiempo mesiánico” como una metáfora de la revolución, de la redención socialista. El mesianismo de Benjamin podrá ser tan discutible como se quiera, pero la clara referencia al potencial revolucionario de los productores que late en este concepto no deja mucho lugar a dudas. El mesianismo de Benjamin apela a la necesidad de una redención revolucionaria –un tema que corre como un hilo conductor las 18 tesis-; retoma la tradición judía quizá en el sentido del mesianismo original del movimiento cristiano (presente en tendencias comunistas como la de los esenios y zelotes) que pretendía liberarse de la opresión romana por medio de una revuelta popular de esclavos, prostitutas y artesanos. Para Benjamin la revolución es el juicio final (Tesis III) en donde todas las lecciones del pasado se hacen presentes para una humanidad redimida: “Cada uno de los momentos que ella [la humanidad] ha vivido se convierten en citas del orden de día, y ese día es precisamente el juicio final”.[58] Tal vez encontremos aquí nexos entre el pensamiento de Benjamin y la Teología de la liberación aunque, al contrario de ésta, Benjamin promulga por un mesianismo deslindado de la religión; esto lo deja claro en la tesis XVIIa cuando afirma que: “Marx ha secularizado la idea de tiempo mesiánico en la sociedad sin clases. Y ha hecho bien”[59] quizá porque el mesías que se espera no es el de la divinidad sobrenatural, sino la acción “mesiánica” revolucionaria de las masas oprimidas y el proletariado, mismos que fueron traicionados por sus direcciones políticas. Por eso Benjamin afirma en sus tesis II: “A nosotros, como a cada generación precedente, nos ha sido dada una débil fuerza mesiánica sobre la que el pasado tiene derechos. No se puede despachar esta exigencia a la ligera. Quien profesa el materialismo histórico lo sabe”.[60]El “tiempo mesiánico” sería la sociedad sin clases posrevolucionaria y el mesías la revolución anticapitalista y antiburocrática tan anhelada. Puede cuestionarse el uso de esta imagen y las confusiones que puede generar (y qué ha generado de hecho) pero el sentido revolucionario de la metáfora es clara para el que quiera verla.
Para Benjamin las nociones vulgares del marxismo llevan al conformismo y a la pasividad y es por ello que se opone a la idea de progreso. Quizá sea la tesis XI la más contundente en este tema:
El conformismo que desde el principio encontró acomodo en la socialdemocracia, no contamina sólo a su táctica política, sino también a sus ideas económicas. Fue una de las causas de su fracaso. Nada ha corrompido tanto al movimiento obrero alemán como el convencimiento de que nadaba a favor de la corriente. Para los obreros alemanes el desarrollo técnico era la pendiente de la corriente a favor de la cual pensaron que nadaban. Sólo había que dar un paso para caer en la ilusión de que el trabajo industrial, situado en la onda del progreso técnico, representaba un resultado político. […] Esta concepción marxista vulgarizada de lo que es el trabajo no se pregunta con el sosiego necesario cómo afecta el producto del trabajo al trabajador en tanto en cuanto éste no puede disponer de ello. Reconoce únicamente los avances en el dominio del hombre sobre la naturaleza, pero no los retrocesos de la sociedad”.[61]
Cierto es que el desarrollo de las fuerzas productivas por sí mismo nunca generará automáticamente el advenimiento del socialismo, creerlo sería tan ridículo como creer que los procesos históricos se dan al margen de los hombres. El otro factor que reitera Benjamin –como lo hizo Marx quien siempre estuvo ocupado en temas organizativos, de consciencia y propaganda- es el factor subjetivo: el grado de consciencia, organización, la calidad de la estrategia y la táctica; sin estos factores el triunfo de una revolución socialista es imposible. Pero también lo sería si el desarrollo de las fuerzas productivas no generara condiciones materiales que hicieran factible dicha revolución. Los procesos históricos –quizá como ninguno- son dialécticos, o se captan en sus contradicciones o no se entenderá nada. La consciencia sería impotente –por más que se deseara subjetivamente- si flotara en el vacío o la revolución socialista se intentara en tiempos de Nabucodonosor. Es necesario poner las cosas en su justa dimensión: el desarrollo de las fuerzas productivas es el factor decisivo en última instancia del desarrollo histórico, pero éste no significa nada sin la acción de las masas, sin la lucha de clases, lucha en donde se ponen en juego factores subjetivos, de consciencia –factores muy finos como decía Benjamin- que determinan el curso de dichas batallas. Es necesario ver las dos caras de la moneda, cualquier desequilibrio en este punto nos deja en un determinismo mecánico o en un voluntarismo subjetivo estéril. En todo caso Benjamin no se oponía a una noción de progreso en una sociedad que hubiera derribado al sistema capitalista: “Nada puede ser … progreso [decía] si eso no supone un incremento de la felicidad y de la realización de aquellos que sufrieron el destino imperfecto”.[62]
Benjamin también nos sugiere “organizar el pesimismo” pues pensar que “nadamos a favor de la corriente” nos lleva, según él, a la pasividad o al conformismo que surge de la creencia de que el proceso histórico nos guiará automáticamente. Es una opinión. Pero el pesimismo en realidad es paralizante y no es un estado de ánimo que no permite organizar nada en ningún aspecto de la vida, ni siquiera es útil para amarrarse las agujetas. Centrarse en los estados de ánimo para evaluar la pertinencia del marxismo o la acción revolucionaria es querer poner cimientos en un pantano sin fondo. En realidad, el marxismo no se funda en ningún estado emocional o trauma existencial -como lo hace el existencialismo o la posmodernidad que se basan en estados subjetivos y opiniones individuales- sino en el análisis sobrio, científico, materialista y dialéctico de la realidad. En ello funda su optimismo, en la realidad ineludible de la lucha de clases y el papel del proletariado en la producción social. Ni reír ni llorar, sino comprender decía Spinoza.
Además de la tesis IX, hay otra frase de Benjamin muy citada por los posmodernos:
Marx dice que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez se trata de algo por completo diferente. Tal vez las revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren[63].
Los posmodernos se imaginan que es posible detener el infernal “tren del progreso”, fuente de todo mal. Pero a la historia no se le puede detener porque se desenvuelve objetivamente a pesar de los lamentos y chillidos de la posmodernidad. Y aunque no es posible detener la historia, sí que es posible comprenderla e intervenir conscientemente en ella. Si los explotados se unen para derribar al sistema capitalista lograrían un enorme progreso en la historia, un avance de gigante. Gran parte de la historia de la humanidad ha avanzado a partir de revoluciones: desde la revolución neolítica, la lucha de Espartaco, la Revolución Francesa o la Revolución Rusa. La historia se ha detenido momentáneamente en periodos de oscuridad, como en gran parte de occidente durante la Edad Media y tras la caída del Imperio Romano. A los posmodernos les falla la más elemental lógica: si se pudiera detener el tren de la historia, ésta se detendría en el sistema capitalista imperante. Justo el sueño de Fukuyama: el fin de la historia y el dominio eterno del capitalismo.
A pesar de las interpretaciones posmodernas, en la mayoría de las reflexiones contenidas en “Tesis sobre historia” Benjamin trasmite la idea de que es necesario recuperar la memoria histórica de los oprimidos, “ver en cada momento un momento revolucionario”, habla del “tiempo mesiánico” como una metáfora teológica del socialismo. Se puede afirmar que la tesis central de sus Tesis sobre historia puede resumirse en: es fundamental que el marxista auténtico “cepille la historia a contrapelo”[64] o, en otras palabras, se oponga resueltamente a la ideología burguesa y que vea, incluso en las obras más bellas de la cultura de las sociedades clasistas, documentos de barbarie.[65] Sus tesis, creemos, son tesis sobre la redención en términos revolucionarios, metáforas sobre este tema. Benjamin sostiene la necesidad de conservar el marxismo sobre todo en el contexto de ascenso de la barbarie fascista. Sobre todo critica a la socialdemocracia y al estalinismo que pactó con Hitler.
Es necesario, sin embargo, dejar claro que resulta inútil buscar en esos escritos una teoría revolucionaria seria. Aunque la idea de una redención revolucionaria late en las tesis, se trata finalmente de impresiones de un intelectual. Compararlas con las Tesis sobre Feuerbach de Marx es totalmente desorbitado. Las tesis del joven Marx son de una sola pieza y su integridad consiste en la superación revolucionaria del materialismo contemplativo de Feuerbach. Las tesis de Benjamin son oscuras y francamente contradictorias. Desea la revolución, sin duda, pero parece despreciar el desarrollo de las fuerzas productivas que es la base material de dicha revolución; apela desesperadamente a la revolución, pero pretende frenar, al mismo tiempo, el tren de la historia. Después de todo Benjamin mismo afirma que no se trata de tesis que expresen una teoría acabada sino, más bien, un dialogo íntimo, un desahogo… ya decía Freud que en los desahogos encontramos tendencias contradictorias. Se trata de comentarios, no realmente postulados teóricos serios. En nuestra opinión estas tesis deben ser leídas en clave literaria, comentarios que tienen como virtud “irradiar sugerencias”[66].
En contraste con el pesado y viscoso pesimismo posmoderno, el marxismo es optimista porque sabe que los dolores de la humanidad no son más que el anuncio de que es necesario superar al sistema, así como los dolores de parto anuncian el alumbramiento. Es optimista porque apela a la lucha, a la acción revolucionaria donde los oprimidos nos hacemos conscientes de nuestro poder y cobramos confianza en nuestras propias fuerzas. La atomización, el individualismo y sentimentalismo posmodernos son depresivos y paralizantes. Por ello la burguesía promueve esa píldora venenosa como sustituto del marxismo.
Contrastemos al “Ángel de la Historia” con dos textos que Trotsky escribió casi al inicio de su actividad revolucionaria y al final de su vida (justo antes de ser asesinado). El primero de ellos fue escrito cuando Trotsky estaba en prisión y tenía, apenas, 20 años de edad, palabras con las cuales el joven Lev Davidovich recibió al siglo XX:
¡Muera la utopía!, ¡Muera la fe!, ¡Muera el Amor! ¡Muera la esperanza!, truena el siglo veinte con salvas incendiarias y con el golpeteo de las ametralladoras.
Ríndete, patético soñador. Aquí estoy, yo, tu largamente esperado siglo veinte, tu futuro.
No, responde el optimista invencible: Tú, tú eres sólo el presente.[67]
Mientras Benjamin parece querer detener el tren de la historia con un “freno de emergencia”, Trotsky mira hacia el futuro y pretende crear la organización necesaria para acelerar su marcha. Este optimismo fue refrendado en su testamento político, un texto escrito (27 de febrero de 1940) a semanas de su asesinato, cuando Trotsky tenía 60 años de edad:
Mi presión arterial (que sigue aumentando) engaña a los que me rodean sobre mi estado de salud real. Me siento activo y en condiciones de trabajar, pero evidentemente se acerca el desenlace. Estas líneas se publicarán después de mi muerte. [… ]
Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.
Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul, y el sol brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten.[68]
Después de peregrinar entre los Pirineos, Benjamin quedó varado en el puesto fronterizo de Porbou (España), en la frontera de España con Francia, detenido por las autoridades españolas ya que portaba un pasaporte que no le permitía la salida de Francia a España, desde donde planeaba llegar a Estados Unidos. Viajaba con unas pastillas de cianuro pues sabía que, si caía en manos de los nazis a un judío de izquierda, marxista como él, le esperaba el peor de los destinos. Agotado y desesperado se suicidó en la tarde del 25 de septiembre de 1940. Tenía 48 años de edad. Trágicamente el paso a España le fue concedido al grupo que viajaba con Benjamin unos días después. En 1994 se creo un memorial en su honor en Portbou.
Notas
[1]Carta a Gershom Scholem de 1934, citado en: Buck-Morss, S., Walter Benjamin, escritor revolucionario, Buenos Aires, Interzona, 2005, p.59.
[2]Benjamin El autor como productor, presentación y traducción por Bolivar Echeverría, México, Itaca, 2004, p.14.
[3] Bertolt Brecht, Las cinco dificultades para decir la verdad, en El compromiso en literatura y arte (traducción de J. Fontcuberta), 1973.
[4]Véase la carta de Benjamin a Gerhard Scholem del 10 de diciembre de 1926.
[5]Trotsky, En España, Akal, Madrid, 1976. También se han publicado con el título Mis peripecias por España.
[6] Trotsky, En España, Akal, Madrid, 1976, p. 14.
[7] Ibid., pp. 99-100.
[8] El Che, como lo atestiguan sus “Diarios de motocicleta”, también fue un agudo escritor de impresiones.
[9] Asja Lacis explica su visión de un teatro revolucionario de la siguiente manera: “quería ser un buen soldado de la revolución y cambiar la vida en esa dirección, y de hecho, afuera, la vida se transformaba, el teatro salía a la calle y la calle entraba en el teatro”.
[10] Benjamin, Walter, Diario de Moscú, Madrid, Taurus, 1988, p. 16.
[11] Véase las sospechosas condiciones de la muerte de Lenin y las sospechas de Trotsky en el Stalin de Trotsky.
[12] La estremecedora persecución brutal a la oposición está detalladamente descrita en todas sus etapas en la obra de Pierre Broue: Comunistas contra Stalin, Masacre de una generación. En esta obra se fortalece la hipótesis de que Frunze, comisario de Guerra, fue asesinado por Stalin en la temprana fecha de 1925.
[13] Broue, Pierre, Comunistas contra Stalin, Masacre de una generación, Malaga, Sepha, 2008, p. 127. En: https://proletarios.org/books/Pierre-Broue-Comunistas-contra-Stalin-Masacre-de-una-generacion.pdf
[14]Benjamin Walter, Diario de Moscú, Madrid, Taurus, 1988, p. 21.
[15]Ibid., p. 30.
[16]Ibid., p. 28.
[17] Ibid., p. 30.
[18] Ibid., p. 82.
[19] Broue, Pierre, Comunistas contra Stalin, masacre de una generación, Malaga, Sepha, 2008, p. 215. En: https://proletarios.org/books/Pierre-Broue-Comunistas-contra-Stalin-Masacre-de-una-generacion.pdf
[20]Benjamin, Walter, Diario de Moscú, Madrid, Taurus, 1988, p. 66.
[21]Broue, Pierre, Comunistas contra Stalin, masacre de una generación, Malaga, Sepha, 2008, p. 215. En: https://proletarios.org/books/Pierre-Broue-Comunistas-contra-Stalin-Masacre-de-una-generacion.pdf
[22] Ibid., p.21.
[23] Ibid., p. 94.
[24]Diaz, Ariane, “ensayo sobre Benjamin y Brecht historia de una amistad”, en: www.herramientas.com.ar/revista-herramienta-n-39/benjamin-y-brecht-historia-de-una-amistad-de-erdmut wizisla
[25] Wizisla, Erdmut, Benjamin y Brecht historia de una amistad, Paidos, Buenos Aires, 2007, pp.71-72.
[26]Ibid., p. 138.
[27]Benjamin, W. El autor como productor, Traducción Bolivar Echeverría, en: http://www.bolivare.unam.mx/traducciones/El%20autor%20como%20productor.pdf
[28]Ibid.
[29] Mientras que David Alfaro Siqueiros fue un genio como muralista, en lo personal fue un aventurero y fanático sin calidad moral. Julio Glockner es enfático en esto -citando de paso el juicio de Octavio Paz-: “Cualquiera que tenga una información mínima de lo sucedido el 24 de mayo de 1940” –en referencia al atentado hacia Trotsky y su familia encabezado por Siqueiros – “leerá con indignación lo referente a esta hecho en la autobiografía de Siqueiros” -éste afirma que no se tenía la intención de asesinar a Trotsky sino sólo “apoderarse de sus archivos”- “y descubrirá a un hombre arrogante, falso y vanidoso, incapaz de ser honesto en asuntos tan delicados como su participación en el atentado contra Trotsky y su familia, eludiendo con anécdotas de rancho su participación en el intento de homicidio y entreteniendo la atención del lector con opiniones mediocres que pretenden reflexionar teóricamente sobre la realidad social de su tiempo. Por supuesto, sobre el cruel asesinato de León Davidovich tres meses después no hay en sus memorias ni una sola palabra, de ese tamaño es la estatura moral de quien se propuso educar con su trabajo al pueblo. Octavio Paz recuerda en una entrevista que fueron amigos cuando jóvenes pero se separó de él a raíz del atentado que le costó la vida al Secretario de Trotsky Robert Sheldon Harte” -quien además de haber participado en el asalto (aun así lo asesinaron) no era secretario sino guardaespaldas- “Siqueiros –dice Paz- fue toda su vida un stalinista empedernido, irredimible: fue de los poquísimos que aplaudieron la entrada de los tanques rusos en Praga. No sería honrado ocultar la otra cara de la medalla: fue un militante que padeció cárceles y peligros por sus creencias. Fue un hombre apasionado y fue un ególatra; en su vida y en su pintura abundan los relámpagos de verdad y los relámpagos de teatro. Un temperamento más mediterráneo que mexicano, una suerte de ítalo-español. Tres personas en una: un artista rebelde manejado por un empresario napolitano, ambos bajo la dirección espiritual de un teólogo obtuso” (Tomado de Julio Glockner, Un retrato para Trotsky, de los recuerdos de Josefina Albisua, México, Educación y cultura, 2011, pp. 44-45.)
[30] Según Paco Ignacio Taibo II estas tesis nunca fueron publicadas como manifiesto, pero su contenido está expresado en las memorias de Diego Rivera y Alfaro Siqueiros. Véase el libro Arcángeles.
[31]Citado en: Wizisla, Erdmut, Benjamin y Brecht historia de una amistad, Paidos, Buenos Aires, 2007, p. 212.
[32] Ibid., p. 212.
[33]Benjamin, Walter., La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, parágrafo IV, traducción por Bolivar Echeverría, México, Itaca, 2003, p. 45.
[34]Ibid., parágrafo III, pp. 44-45.
[35] Ibid., parágrafo XV, p. 82.
[36] Ibid., parágrafo IV, pp. 98-99.
[37] Löwy, Michael; Walter Benjamin, aviso de incendio, México, Fondo de Cultura Económica, 2001.
[38]Citado por Reyes Mate en: Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 13.
[39]Cf. Reyes Mate, Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 16.
[40] Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia y otros fragmentos, edición y traducción por Bolivar Echeverría, Contrahistorias, México, 2005, p. 6.
[41]Véase la introducción de Bolívar Echeverría en: Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia y otros fragmentos, edición y traducción por Bolivar Echeverría, México, Contrahistorias, 2005, p. 5-16.
[42]Reyes Mate, Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 19.
[43] Los pormenores del éxodo de Benjamin hasta su trágico suicidio son reseñados por Reyes Mate, Op cit. pp. 15-18.
[44]Bolivar Echeverría (compilador), La mirada del ángel, México, UNAM, 2005, pp. 10-11.
[45]Ibid., Tesis IX, p. 23.
[46]Gandler, Stefan, Fragmentos de Frankfurt. México, Siglo XXI, 2009, p. 66.
[47] Reyes Mate, Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 12.
[48]Ibid., p. 14.
[49]Federico Engels, El Origen de la familia, Editores Mexicanos Unidos, México, 1982, p.204.
[50] Trotsky “Radio, ciencia técnica y sociedad”, en Literatura y revolución, otros escritos sobre la cultura y el arte, Tomo II, pp. 78-79.
[51]Reyes Mate, Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 20.
[52]Citado por Reyes Mate: Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, pp. 23-24 (el subrayado es mío).
[53]“El trapero [dice Benjamin] es la figura más provocadora de la miseria humana. Es el lumpemproletariado en un doble sentido: va vestido de andrajos y vive de ellos”. Aunque aquí el lumpen es un símbolo de miseria pero no se afirma que sea el sujeto revolucionario que Marx vio en el proletariado.
[54]Benjamin, W., Tesis sobre historia y otros fragmentos, Traducción Bolivar Echeverría, México, Itaca, 2008, p. 48. (el subrayado es mío).
[55]Reyes Mate, Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 205.
[56] Sánchez Ángel, Ricardo, “El ángel de la revolución”, Práxis Filosófica, número 27, julio-diciembre, 2008, Universidad del Valle, Colombia, p.128.
[57] Benjamin, Tesis sobre historia y otros fragmentos, Tesis IV, edición y traducción por Bolivar Echeverría, México, Contrahistorias, 2005, p. 19.
[58]Citado por Reyes Mate: Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 81.
[59]Ibid., p. 23.
[60]Ibid., pp. 67-68.
[61] Citado por Reyes Mate: Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 181.
[62]Ibid. p. 42.
[63] Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia y otros fragmentos, edición y traducción por Bolivar Echeverría, Contrahistorias, México, 2005, p. 37
[64] Ibid., Tesis VII, p. 21.
[65] Ibid., Tesis VII, p. 22.
[66] Bolivar Echeverría, introducción a: Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia y otros fragmentos, edición y traducción por Bolivar Echeverría, Contrahistorias, México, 2005, p. 16.
[67]León Trotsky, La era de la revolución permanente, Juan pablos editor, México, 1998, p.44.
[68] Trotsky, “Testamento”, en: La era de la revolución permanente, México, Juan Pablos, 1998, pp. 363-365.
La educación y la revolución rusa: Makárenko y Vygotski
La revolución rusa de 1917 es hasta el día de hoy el acontecimiento más radical de la historia social humana, en el que por primera vez la amplia mayoría se alzó para derrocar a sus opresores y crear una sociedad sin explotación. Sin obviar el antecedente, a la vez glorioso y trágico, de la Comuna de París (1871) y a pesar del aciago destino que le reservaría la contrarrevolución estalinista tras la muerte de Vladimir I. Lenin (1924), merced del atraso económico previo y el aislamiento político posterior (frustrada la revolución alemana de 1918, y con ella la Revolución internacional), la Revolución socialista en Rusia modeló la historia del siglo XX y lanzó ondas expansivas, que pusieron en jaque a la clase dominante y al orden social burgués, exacerbando la lucha de clases a todo lo largo y ancho del orbe. Previamente a la degeneración burocrática, la democracia de los soviets emprendió el reordenamiento de toda la organización social, como dio testimonio de ello el movimiento constructivista, que persiguió la unión del disfrute estético con la vida cotidiana. El terreno de la educación no sería una excepción y daría frutos señeros en la obra de pedagogos tan influyentes hasta el día de hoy como Antón S. Makárenko y Lev S. Vygotski.
Antón S. Makárenko
Antón Semiónovich Makárenko nació el 13 de marzo de 1888, en Járkov, Ucrania, a la sazón colonia del Imperio zarista, y murió el primero de abril de 1936, en Moscú, convertida ya en la capital de la Unión Soviética. Hijo de un trabajador ferroviario, fue un niño intelectualmente precoz y un tanto enfermizo, así como un ávido lector desde los 5 años. Convertido en un joven erudito, conocedor de la filosofía, la astronomía y las ciencias naturales, en 1905, año de la primera Revolución soviética, reprimida por el zarismo, Makárenko ingresó a trabajar como maestro de educación primaria en la misma ferroviaria donde trabajaba su padre. En esta época se aficionaría a la lectura del dramaturgo ruso crítico-realista Máximo Gorki (1868-1936), tanto como a la del periódico bolchevique Novaya Zhyzn (Nueva Vida).
Hacia 1914, se especializó en la educación secundaria, en el Instituto Pedagógico de Poltana, en Ucrania, y entre 1918 y 1919, fue director tanto de una escuela secundaria como de una primaria, en Kriukov y Poltana, respectivamente. En 1920, durante el pleno apogeo de la Guerra Civil contra los ejércitos blancos de la reacción y la intervención extranjera, fue nombrado director de un reformatorio juvenil, a instancias del Comisariado para la Instrucción Popular a cargo de Anatoli V. Lunacharski (1975-1933). Ahí se enfrentaría a la dura realidad de los jóvenes huérfanos que sobrevivían entre la mendicidad y la vida antisocial, elementos lumpenizados de la clase trabajadora que oponían una resistencia insolente a los empeños de sus educadores. Ante la inoperancia de toda teoría pedagógica conocida por él hasta entonces, Makárenko hubo de emprender un camino del todo nuevo, a partir del descubrimiento de las necesidades específicas de estos jóvenes durante un episodio de frustración, en el que —fuera de sí— abofetearía a uno de ellos. Esta epifanía la recogería, con toda su experiencia de aquel periodo, en su afamado Poema pedagógico (1935).
A raíz de dicho incidente, Makárenko reordenaría integralmente la organización del internado escolar, al que convertiría en la Colonia Gorki, que se organizó, a partir de 1925, en 15 destacamentos de estudiantes que se autogestionaban, nombraban a sus propios representantes e incluso designaban a sus integrantes, teniendo responsabilidad los más grandes sobre los más jóvenes. Ningún estudiante quedaba excluido, en virtud del espíritu de comunidad que imbuía a la Colonia. Los educadores y los educandos no formaban colectivos separados, sino uno solo, en que los primeros tenían la responsabilidad de dar ejemplo de autodisciplina; siendo Makárenko el principal educador, pedagogo y organizador. Cada destacamento emprendía un proyecto educativo autónomo, y así, cada objetivo personal había de coordinarse con los objetivos colectivos. La comunidad aspiraba a una convivencia camaraderil, alternando la subordinación y la dirección. Los dirigentes, a su vez, pertenecían al Komsomol (Juventud del Partido Comunista). El éxito de la Colonia Gorki quedaría de manifiesto cuando ésta decidió trasladarse a Kuriazh, para hacerse cargo de un orfanato con 200 niños, que sobrevivían en condiciones precarias.
La educación colectivista formulada por Makárenko es una propuesta integral que vincula la práctica económica y la política, en la que los estudiantes son copartícipes de la organización de la vida escolar y de la actividad productiva dentro de la misma, tendiendo lazos de respeto, autoridad compartida y disciplina. Aunque constituye un método que se desprende de la práctica antes que de la teoría; es por ello mismo que encuentra su coherencia con la concepción histórico-materialista de la vida humana, en el marco de la construcción de la sociedad revolucionaria, pues en ella, la incorporación de la educación y el trabajo debe tender a la disolución de la división social entre el trabajo físico y el intelectual. Su enfoque pedagógico también fue innovador, oponiéndose al naturalismo rousseauniano de la escuela suiza, entonces en boga. Para Makárenko, las necesidades sociales preceden a las necesidades del niño, pues el niño mismo es ya un producto social y no un ser natural; nace ya socializado, en medio de un entramado de relaciones previamente establecido.
En el contexto de la lucha política por la transformación de la sociedad, el método colectivo se impone en la pedagogía sobre el método individual, pues ella misma es una obra social: “Es ante todo [la pedagogía] un trabajo de organización”. Ésta tiene como objetivo que la disciplina, en vez de inhibir al educando, sea una actitud autoconsciente. De ahí que tome provecho de las enseñanzas que se desprenden del trabajo, pues éste disciplina al ser humano en forma consciente y lo fortifica. Siempre que el trabajo sea variado y equilibrado (en oposición al trabajo enajenado), éste provee de una alegría consciente y brinda desarrollo, tanto físico como intelectual. Junto con este medio de desarrollo personal, la escuela debe brindar una educación política, privando incluso sobre los padres, pues la comunidad escolar se inscribe a su vez en la comunidad nacional. El desarrollo en el ambiente escolar debe dirigirse a fines concretos, en un ambiente ordenado y grato que incluya el juego como actividad fundamental, pues éste enseña compromiso y respeto, además de forjar tradiciones que dan continuidad a la tarea de generaciones pasadas y cohesionar al colectivo.
A pesar de la oposición a sus métodos, que tuvieron en la propia Nadezhda Krupskaya (1869-1939) —entre otros adeptos a la escuela suiza— a una detractora, el modelo de Makárenko se desprende del concepto antropológico dialéctico-materialista, según el cual el ser humano organiza y produce su propia realidad mediante el trabajo. Makárenko coloca a la educación en perspectiva con las necesidades de una transformación social profunda, que posibilita el propio modelo y le da sentido. Si bien el pedagogo ucraniano se adaptó a la contrarrevolución estalinista, gracias a su genio pedagógico, no fue inmune a las sospechas y la persecución que medraban en el ambiente (se rumoró que habría muerto envenenado), ni a la malversación posterior de su modelo pedagógico.
Lev S. Vygotsky
Lev Semiónovich Vygotski nació en Orsha, Bielorrusia, el 17 de noviembre de 1896, y falleció en Moscú, Rusia, el 10 de junio de 1934. El segundo de ocho hermanos, durante su juventud fue aficionado al teatro y a la pintura. Entre 1913 y 1917, estudió medicina, leyes y filosofía, para avocarse finalmente a la psicología; que lo acercaría de nuevo al campo médico. Tras la Revolución de Octubre, ejerció la docencia en favor de los trabajadores, enseñando gramática rusa y literatura, psicología, lógica, estética e historia. Entre 1919 y 1920, permaneció internado por una grave pulmonía, que mermaría en adelante su salud; razón por la cual se entregó a una febril actividad científica, previendo que su vida no sería larga. En 1924, se casó con Rosa Nóievna Sméjova, madre de sus hijas: Guita y Ásya. Y un año después, el Comisariado para la Instrucción Popular lo asignaría para hacerse cargo del Instituto Defectológico Experimental, donde se estudiaban los defectos que obstaculizan el aprendizaje; desde los cognitivos hasta los fisiológicos.
En su principal trabajo teórico, Psicología pedagógica (1926), recogería el fruto de su investigación, en la forma de su teoría del proceso de internalización. De acuerdo con su perspectiva, la educación no es un proceso pasivo, en el que se vacíen los contenidos pedagógicos en las mentes de los educandos, sino que, por el contrario, se trata de un proceso de autoformación activa, que se produce mediante una apropiación gradual y progresiva de determinadas operaciones sociopsicológicas, a las que denominó instrumentos de mediación, y que se adquieren a través de la cultura social; la imitación y repetición de patrones aprendidos socialmente los integra finalmente en el propio psiquismo. Como resultado de este proceso, la actividad psicológica de los sujetos del aprendizaje se reorganiza, llevándolos a un autodominio progresivo.
A partir de sus observaciones, mediadas por el método dialéctico-materialista, que la Revolución bolchevique había puesto a la orden del día en todos los ámbitos de la ciencia, Vygotski concluyó que el desarrollo del psiquismo humano es el producto de la interrelación de dos planos del pensamiento: uno interpsicológico y otro intrapsicológico, que se vinculan para interiorizar los instrumentos de mediación. “Todas las funciones psicológicas se originan como relaciones entre seres humanos.” La concreción de las funciones psicológicas superiores en la mente individual sólo puede ser el resultado de la interacción social, si bien la misma tiene un desarrollo singular que es propio de cada ser humano particular. El plano interpsicológico y el intrapsicológico se relacionan dialécticamente, pues la realidad no se reproduce en la mente, sino que la transforma (no en formas unívocas, sino múltiples); la internalización es un rasgo propio de la psicología humana y de la manera —social— en que se relaciona con el mundo, transformándolo y transformándose, a diferencia de la relación unilateral que es propia de la psicología animal.
El terreno privilegiado del proceso de internalización es el lenguaje. En el curso de su desarrollo y merced de las interacciones con el mundo social, los términos del lenguaje cotidiano van adquiriendo gradualmente un uso intelectual, que conduce al pensamiento sucesivamente hacia los procesos abstractos. Los procesos mentales superiores son de naturaleza eminentemente social; a lo largo de nuestro desarrollo temprano, las palabras tienen primero un significado emocional, para luego designar objetos concretos y volverse finalmente abstractas, con la madurez. Este trayecto evolutivo de la capacidad comunicacional humana es inconcebible como un proceso independiente y ajeno a la interrelación con otros seres humanos, mismo que además se integra como parte del propio proceso histórico del desarrollo de la sociedad.
Incluso a un nivel fisiológico, el pensamiento y el lenguaje están estrechamente ligados, pese a contar con orígenes neuronales distintos. Antes de los dos años, estos procesos, el de nombrar y el de representar al mundo, son procesos diferenciados, pero los mismos convergen eventualmente para conformar un comportamiento específicamente humano: la dualidad del pensamiento verbal y el lenguaje racional. “En la filogenia del pensamiento y el lenguaje, son claramente discernibles una fase preintelectual en el desarrollo del habla y una fase prelingüística en el desarrollo del pensamiento […]. El pensamiento verbal no es una forma innata, natural de la conducta, pero está determinado por un proceso histórico-cultural y tiene propiedades específicas y leyes que no pueden hallarse en formas naturales del pensamiento y la palabra.” Mas, dicha integración es el resultado inequívoco de la sociabilidad, que sin ella se vería truncada.
También en el juego se puede apreciar el proceso de elaboración del significado abstracto, pues por medio suyo se superan las funciones mentales elementales (memoria y atención), para brindarle características críticas al desarrollo de las funciones superiores (análisis, síntesis, reflexión y abstracción). El juego es una actividad determinada por ideas antes que por objetos; formando una etapa transitoria en el proceso de abstracción, en la que se extrae un significado originado en lo real para colocarlo en un nuevo objeto; como lo hace el infante que monta una escoba como si fuese un caballo. El juego es una realización ilusoria de deseos irrealizados, haciendo de la imaginación una forma específicamente humana de la actividad consciente, misma que incluso llega a adquirir independencia, hasta convertirse en un juego sin acción. También mediante el juego, que exige a menudo la observancia de acuerdos, se derivan los reglamentos sociales; por medio suyo se ejercita la autorregulación desde etapas tempranas del desarrollo.
El proceso de aprendizaje consigue realizarse, en última instancia, dentro de lo que Vygotski denominó la zona de desarrollo próximo, que representa la brecha entre el nivel de desarrollo real y el de desarrollo potencial; brecha que se cierra mediando entre las habilidades del niño y las de un mayor, o un par competente, que puedan enseñarle. El modo de presentar las herramientas u objetos de aprendizaje debe permitir a los niños descubrir cómo resolver o realizar por sí mismos una tarea. No obstante, el conocimiento faltante para el niño viene necesariamente de un ambiente organizado socialmente en tres niveles: el nivel interactivo inmediato del adulto particular que interactúa con él, el nivel estructural del espacio de aprendizaje en que se desenvuelve, y el nivel cultural o social general, históricamente determinado.
“Cualquier función en el desarrollo cultural del niño aparece en escena dos veces, en dos planos: primero como algo social, después como algo psicológico; primero entre la gente como una categoría interpsíquica, después dentro del niño como una categoría intrapsíquica.” La manera preclara como Vygotski describió la dimensión social del aprendizaje tuvo la suerte de otros tantos productos culturales de la época soviética previa a la contrarrevolución. Si a diferencia del de Makárenko (quien fue idealizado en el cine real-socialista), el trabajo de Vygotski fue objeto de censura ya desde 1933, ambos pedagogos dejaron una huella en la cultura universal que sólo sería apreciada enteramente por la posteridad, fruto del afán transformador de la Revolución socialista.

Marx, Engels y el marxismo ¡Nos alzamos sobre los hombros de gigantes!
En los albores de la tercera década del siglo XXI, el conocimiento acumulado durante generaciones ha impulsado un desarrollo científico y técnico sin precedentes. Por primera vez en la historia humana, existen medios potenciales más que suficientes para, manteniendo el equilibrio con la naturaleza, poder garantizar una vida digna a todos los habitantes del planeta.
La crisis capitalista se expresa no sólo en sus terribles consecuencias socio-económicas, sanitarias y de destrucción del medio ambiente… sino que, al igual que ocurrió en el ocaso de la antigua Roma y con cualquier otro sistema social en su etapa de decadencia senil, se manifiesta en la bancarrota más abyecta en el terreno ideológico, en una absoluta decadencia moral e intelectual.
Hoy, los únicos valores que priman son una cada vez mayor deshumanización –en la que la ostentación de riqueza y lujo insultante de la minoría de billonarios que acaparan la riqueza del planeta, se combina con la miseria creciente y el más absoluto desprecio a las penalidades y el sufrimiento de millones de seres humanos. A todo ello se une la más absurda irracionalidad, en particular en lo que se refiere al pensamiento social.
Los actuales ideólogos del Capitalismo observan aterrados que su sistema, no sólo se ha convertido en un freno absoluto para el avance de la sociedad, sino que con el imparable proceso de destrucción de la Naturaleza amenaza la propia existencia de la vida humana. No se pueden reconciliar con la idea de que la actual pesadilla refleja la bancarrota y el agotamiento histórico de un sistema, del que dependen sus ingresos y prebendas. Por eso, niegan la idea misma del “Progreso”.
En el caldo de cultivo de la incertidumbre y pesimismo generalizados por el futuro que provoca la crisis orgánica del capitalismo, en el terreno ideológico –igual que ocurre con las llagas que infectan a un organismo en putrefacción– surgen y proliferan todo tipo de ideas reaccionarias.
Las más perniciosas, igual que ocurre con los virus, son aquellas que engañando a las defensas del organismo, evitan la adecuada respuesta inmunológica. Ese es sin duda el caso del refrito ideológico que sectores de la “intelectualidad” que antaño apoyaron la idea de la transformación social, han bautizado como posmodernismo. Con él niegan el movimiento social, la existencia de leyes que expliquen la dinámica viva de las distintas formas de organización socioeconómica, de las que a lo largo del tiempo se ha dotado el homo sapiens. Tras la cortina de humo de un lenguaje enrevesado se oculta el más burdo idealismo subjetivista, que en sus distintas versiones pretende confundir y dividir a la juventud y a los trabajadores. Proponen que los intereses comunes de la mayoría oprimida se diluyan en multitud de sectores enfrentados entre sí.
Por eso, la lucha por conquistar la que hoy es la forma más elaborada del pensamiento humano, el marxismo, es decisiva para prepararnos y construir los recursos humanos y materiales necesarios para llevar a cabo la Revolución Social.
Nuestros orígenes: Marx y Engels
Entrando en cuál es el origen, los fundamentos de la teoría y praxis marxista, como expresión científica de los intereses objetivos de la clase trabajadora, podemos empezar recordando la idea que al gran físico Isaac Newton tanto le gustaba citar: “Si podemos ver más lejos, es porque nos alzamos sobre los hombros de Gigantes”. En esta idea se resume el hecho objetivo de que cualquier avance en el conocimiento, siempre incompleto e inacabado de la materia, se basa ampliándolo y negándolo en parte en los avances previamente adquiridos.
Ciertamente, en el desarrollo de la humanidad, como ocurre en los ciclos de mareas bajas, en los que las aguas del mar retroceden y en la orilla de la playa sólo quedan un montón de inmundicias y restos inutilizables, eso es lo que hoy predomina en todos los campos del pensamiento y los valores de las clases burguesas. Por el contrario, en los momentos de ascenso, de marea alta, surgen gigantes, que permiten dar un salto de cualidad en el conocimiento y el avance social.
Marx y Engels son un reflejo de esto último, ellos no inventaron el socialismo, sino que basándose en el estudio y asimilación del pensamiento filosófico y político más avanzado de su época lo desarrollaron y, negando sus aspectos incompletos y utópicos, le dieron un carácter científico. Resumiendo de qué fuentes habían bebido, Engels en su prólogo a la primera edición alemana (1881) de su libro Del Socialismo utópico al Socialismo científico afirma: “Nosotros socialistas alemanes estamos orgullosos de descender no sólo, de Saint Simon, Fourier y Owen, sino también de Kant, Fichte y Hegel”. Esta reflexión nos aporta la perspectiva de cómo veían ellos su propio pensamiento.
¿Quiénes eran estos dos hombres, en qué basaron sus ideas, a qué conclusiones llegaron?
Karl Marx (1818-1883) nace en Tréveris, probablemente la ciudad más antigua de lo que hoy es Alemania. Ciudad de la región de Renania en la zona que riega el Mosela, entonces bajo el dominio del reino de Prusia, era a comienzos del siglo XIX una de las zonas de habla alemana más avanzada económica e intelectualmente.
Su padre era un abogado de origen judío sin creencias religiosas, vinculado a las tradiciones de la Revolución Francesa y, como tal, ardiente defensor de la ideas de Voltaire, Rousseau, y en filosofía partidario de Kant. Además de la figura paterna, en su adolescencia cuando Marx se compromete con la que luego fue su esposa y compañera durante toda la vida, Jenny Von Westphalen –hija de una de las familias de la alta sociedad prusiana– entabla una intensa relación con su suegro, al que denominaba su amigo paternal. Gran políglota e intelectual, su suegro, además de acercarle a los grandes clásicos griegos –les solía recitar los cantos de Homero en griego clásico– les inculcó a él y a su esposa el amor por la obra de Shakespeare y les introdujo en el conocimiento de las ideas de Saint Simon.
La familia de Marx quería que se doctorase en derecho y que al igual que su padre se dedicase a la abogacía. De esta forma, durante los años 1830 a 1835, el joven Karl inicia su formación académica en el Instituto de Tréveris, bajo la tutela de un profesorado influido por las mismas ideas que su padre. Para entender cómo pensaba Marx en esa su etapa adolescente, en 1835 tras acabar el instituto, para su lectura de final de curso, elabora un texto que titula: “Reflexiones de un adolescente sobre qué profesión elegir”. Ahí Marx expresa por primera vez, el que luego sería uno de los lemas que, como decía su yerno Paul Lafargue, más le gustaba citar. Defendía en su tesis, que se debía elegir la profesión en que uno mejor pudiera trabajar por la humanidad, y lo argumentaba afirmando que uno sólo puede ser feliz haciendo felices a otros seres humanos. Trabajar por la humanidad, esa fue una de las máximas que le impulsaron durante toda su existencia.
Tras terminar en el instituto, Marx inicia sus estudios universitarios que se prolongan de 1836 a 1842, el primer año en Bonn y más tarde en Berlín. A principios de 1842 presenta su trabajo titulado Diferencias entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y Epicuro y obtiene el doctorado por la Universidad de Jena.
En aquellos años en el terreno filosófico, frente a la ideología prusiana oficial, el peso de las ideas de Hegel (1770-1831) y de sus partidarios era muy significativo. Son estos los años en que el joven Marx estudia en profundidad a los filósofos clásicos y en particular a Hegel, armándose con las ideas filosóficas más avanzadas y lo mismo hace con las obras de los socialistas utópicos.
Marx participa activamente en el Doktorklub de la Universidad de Berlín, club que más tarde en el invierno de 1840-1841 cambia su nombre por el de “Los amigos del pueblo”. Era allí donde se nucleaba la extrema izquierda del Hegelianismo. Partiendo de la revolucionaria dialéctica de Hegel y continuando con el materialismo contemplativo de Ludwig Feuerbach, comienzan a depurar la filosofía hegeliana de su concepción idealista y a concebirla como las leyes del movimiento de la materia viva. Políticamente, las ilusiones iniciales en el papel progresivo de la monarquía liberal, personificada en la figura de Federico Guillermo IV, se disiparon rápidamente, y frente a la bota represiva del reaccionario régimen prusiano se hizo evidente que la lucha por la democracia, implicaba inexorablemente pelear por la república.
Para hacernos una composición de lugar de cómo veían a Marx y qué pensaban de él en esos años los partidarios de la izquierda Hegeliana, esto es lo que de él opinaban: “Para nosotros, Marx era un almacén de pensamientos, una colmena de idea.”. Otro ejemplo de lo mismo es la carta que, fechada en septiembre de 1841, el filósofo Moses Hess –que luego participó en la redacción de La Gaceta Renana y más tarde se hizo comunista– dirige a su amigo, el poeta Berthold Auerbach y en la que le describe la impresión que le había causado el joven Marx:
“Me ha producido una impresión extraordinaria, y sin embargo mi actividad está muy próxima a la suya. Estate dispuesto a conocer al más grande y quizás al único filósofo vivo, muy pronto cuando sea conocido por el público por sus escritos, al mismo tiempo que por sus cursos en la Universidad, atraerá sobre él las miradas de Alemania entera. El doctor Marx, así se llama mi ídolo, dará el golpe de gracia a la religión y a la política medievales, une el espíritu más mordaz a la más profunda gravedad filosófica, imagina a Rousseau, Voltaire, a Holbach, a Lessing, a Heine y a Hegel fundidos en una sola persona, y digo fundidos y no arrojados en el mismo saco, ese es el doctor Marx”.
Más tarde, en la primavera de 1842, Marx empieza a colaborar en La Gaceta Renana (Reinesche Zeitung), publicación creada en Colonia en enero de 1842, por un sector pro democrático de la burguesía, como medio de comunicación con el que defender la necesidad de acabar con los vestigios feudales y unificar los diferentes territorios de habla alemana en un único Estado. En pocos meses, Marx se convierte en el alma mater de la revista, y en octubre con 24 años le nombran su redactor jefe.
Friedrich Engels (1820-1895) nace en la ciudad alemana de Barmen, ubicada en el valle del Wupper, en el seno de una familia de industriales, con fábricas textiles en Alemania y una importante hilatura en Manchester. Su ciudad era un baluarte del calvinismo más intransigente, el propio Engels la describió como la “Sión del oscurantismo”. A pesar de las dificultades, el joven Engels pronto se desembarazó del irrespirable sustrato intelectual en el que se movía su familia y al igual que Marx, comenzó el estudio sistemático del pensamiento más avanzado de la época. Su evolución hacia la izquierda hegeliana es tal, que antes de terminar su último año en el instituto en Colonia, aunque era un alumno brillante, con una facilidad especial para los idiomas –en su madurez Engels solía bromear diciendo que podía tartamudear en 12 idiomas– su padre, que inicialmente quería que se doctorase en la universidad, cambia de opinión y para alejarle de ese ambiente ideológico que consideraba pernicioso, le orienta hacia los estudios comerciales, y más tarde –de 1842 a 1844– le envía a su fábrica de Manchester.
En su viaje hacia Manchester a finales de octubre de 1840, Engels, que había publicado ya varios escritos filosóficos y colaborado en La Gaceta Renana, se detiene en Colonia para pasarse por la redacción del periódico y entrevistarse con Marx. En este primer encuentro, Engels, que en ese momento estaba en estrecha relación con Bruno Bauer, había sido prevenido por este último contra Marx. Por su parte Marx, igualmente desconfiaba de Engels, considerándole defensor de los “llamados liberados” –los hermanos Bauer y sus partidarios– que defendían que la única crítica útil era la que se centraba exclusivamente en la razón pura, mientras que él en su experiencia, había comprendido que sólo la crítica filosófica era insuficiente, y que para convertirse en una fuerza efectiva de avance social, era necesario implicarse directamente en la lucha política. A pesar del malentendido inicial, acordaron mantener el contacto y su colaboración mutua.
En agosto de 1844, tiene lugar su segundo encuentro. Engels de vuelta de Inglaterra, se reúne en París con Marx quien, tras el cierre gubernamental de La Gaceta Renana ha tenido que exilarse en Francia. Durante 10 días de discusiones comprueban que siguiendo su propio camino, ambos han llegado a idénticas conclusiones y hay una plena coincidencia ideológica. Desde ese momento, comienza su profunda amistad y un fructífero trabajo en común en defensa del socialismo científico, que se prolongará durante 40 años y durará toda su vida.
El camino recorrido y las conclusiones a las que han llegado antes del verano de 1844, son ya muy importantes. En base a la experiencia de La Gaceta Renana, en la primavera de 1843 Marx concluía: “La única alianza mediante la cual puede convertirse la actual filosofía en una realidad es la alianza con la política”. En octubre del mismo año, cuando ya se ha cerrado la Gaceta –el último número aparece el 1 de abril de 1843– y arrecia la represión del Estado prusiano, el mismo Marx afirma:
“El arma de la crítica no puede ciertamente sustituir a la crítica de las armas, la fuerza material tiene que ser destruida con la fuerza material, pero la teoría misma se convierte en una fuerza material cuando se apodera de las masas”.
Poco después, Marx parte al exilio en París con el proyecto pactado con Arnold Ruge –uno de los promotores de la Gaceta– de editar unos Anales, en los que se combinasen las ideas más avanzadas de la filosofía alemana con la práctica y tradición revolucionaria francesas. Surgen así los Anales franco-alemanes, cuyo primer y único número aparece a finales de febrero de 1844. En los Anales Marx, además del artículo A propósito de la cuestión judía, corolario a dos estudios de Bruno Bauer, publica su Introducción a la crítica de la Filosofía del derecho de Hegel, texto en el que invierte por completo la concepción idealista del Estado de Hegel. Como ya había concluido en su estudio previo sobre la situación de los viñadores del Mosela, en los Anales, Marx generaliza esa experiencia y entre otros argumentos dice:
“Hay circunstancias que determinan las acciones de los individuos, así como las de las autoridades especializadas y tan independientes de su voluntad como el proceso respiratorio, esas circunstancias se identifican cada vez más con los intereses particulares de ciertos grupos sociales, mientras las autoridades especiales acaban identificándose con el Estado”.
Engels por su parte colabora en los Anales con un texto titulado Esbozo de una crítica de la economía política, escrito que Marx calificó como un esbozo genial. Más tarde, en el invierno de 1844-45, Engels escribe La situación de la clase obrera en Inglaterra, donde describe descarnadamente las condiciones de existencia de los proletarios, en esa etapa inicial de desarrollo del entonces país capitalista por antonomasia.
Poniéndose de acuerdo consigo mismo: Del hegelianismo al materialismo dialéctico, acercamiento crítico a socialistas y comunistas utópicos
En el verano de 1845, ambos empiezan a ponerse de acuerdo consigo mismo y responden a las tesis de los tres hermanos Bauer expuesta en el libro Crítica de la Crítica, con la edición de su texto La Sagrada familia, crítica de la crítica-critica que se publica en febrero de 1845, fecha en la que Marx ya había sido expulsado también de París y se había establecido en Bruselas, donde permanecerá hasta comienzos de 1848.
Las conclusiones comunes a las que habían llegado en el terreno de la filosofía, suponían de facto, el fin del hegelianismo y un salto de calidad en sus concepciones iniciales. Aplicando el materialismo dialéctico a la historia humana, llegan a su concepción de la lucha de clases como motor de la historia. Comprenden también, que la nueva clase proletaria producto de la propiedad burguesa, era a su vez el instrumento de la negación del orden burgués. El capital desde sus inicios generaba la clase llamada a ser sus enterradores.
En esos años, Marx ya había establecido vínculos estrechos con los artesanos comunistas de la Liga de los Justos en París, que más tarde se denominaría Liga de los Comunistas. Por su parte, Engels en Inglaterra, que entonces era el país capitalista más desarrollado y avanzado del mundo, además de con la Liga, estableció un contacto estrecho con algunos de los dirigentes del movimiento Cartista, que fue uno de los primeros movimientos políticos de masas de la clase obrera mundial; entre otros, con Georges Julian Harney editor del periódico cartista Northern Star (La estrella del Norte). Entró también en contacto con los partidarios de Owen, y colaboró en su revista The New Moral World (El nuevo mundo moral).
Ambos habían bebido de las ideas de Saint Simon, Fourier y Robert Owen, y coincidían en que el análisis y comprensión de estos sobre las contradicciones del capitalismo, a pesar de sus limitaciones, era muy superior al de los artesanos comunistas. Al mismo tiempo, los socialistas erraban en su alternativa, defendiendo entre otras, la idea ilusoria de que simplemente la corrección de sus argumentos sería suficiente para garantizar su triunfo.
Marx y Engels, desde el principio admiraban profundamente a los artesanos comunistas; su seriedad, sus ganas de aprender y sobre todo su voluntad de actuar para transformar la sociedad. Refiriéndose a ellos Marx decía:
“En las asociaciones de artesanos la fraternidad no es una palabra vana, sino una realidad y toda la nobleza humana resplandece en esos hombres endurecidos por el trabajo”.
Por todo ello, aun siendo conscientes de las limitaciones ideológicas de La Liga, tanto en su concepción del cambio social –que veían como una buena idea y no como un producto inherente aunque no automático del desenvolvimiento social– como de sus métodos de organización, que siguiendo el modelo conspirativo de carbonarios y blanquistas, limitaban el necesario trabajo de propaganda sistemática entre las masas obreras, a pesar de todas sus diferencias, Marx y Engels se orientaron hacia ellos.
El Materialismo histórico y el estudio en profundidad de la Economía Política burguesa
Ambos eran conscientes, de que los avances a los que habían llegado en los fundamentos filosóficos del socialismo científico eran importantes pero insuficientes, y para una justa comprensión de la realidad era necesario estudiar en profundidad la historia y la economía política.
Con estas ideas, Engels se desplaza a Bruselas en abril de 1845 y entre ambos se fijan como proyectos inmediatos: Desarrollar en profundidad las líneas maestras que Marx ya había elaborado de la teoría del “Materialismo Histórico”; esto es, de las leyes que rigen la dinámica de las diferentes sociedades humanas a lo largo de la historia, y escribir una crítica de la economía política, trabajos que inicialmente deberían estar terminadas para ese mismo año.
Para abordar su trabajo sobre la economía política, Marx se sumerge en un océano de libros, iniciando el estudio en profundidad de todo lo escrito sobre economía por la escuela francesa Says, F. Skarbek… y sobre todo por los grandes economistas clásicos ingleses; Adam Smith, David Ricardo, Jr. Mc Culloch, James Mill.
Los primeros avances de sus conclusiones en el terreno de la economía, Marx los fue desgranando en las conferencias que solía dar regularmente a los miembros de la Asociación Cultural de los Obreros Alemanes en Bruselas. Esta asociación obrera era la cobertura legal de la comunidad de La Liga de los Justos en Bélgica. Sus componentes –se calcula que los asociados eran entre 70 y 100– se solían reunir dos veces a la semana, los miércoles se celebraban conferencias, donde se trataban en profundidad temas políticos de interés para los trabajadores, debates que solía introducir Marx. Los domingos se dedicaban al entretenimiento, empezaban pasando revista a la actualidad y se recitaba poesía o se representaban obras teatrales y terminaban con música y baile. La única transcripción que se ha conservado de las conferencias que dictó Marx es la de “Trabajo Asalariado y capital”, texto que dos años después (1849) se publica en la Nueva Gaceta Renana.
Finalmente, centraron sus esfuerzos en lo que consideraban más apremiante, que era desarrollar en profundidad la teoría del materialismo histórico y así preparar al público para que pudieran entender también las leyes de la economía política. Con este objetivo, en el invierno de 1845-46 terminan de escribir La ideología alemana. En este texto condensan su propia evolución filosófica y desarrollan con todo lujo de detalles, su teoría del materialismo histórico. El libro no se publicó en vida de los autores, y sólo vio la luz de manera íntegra 90 años después, cuando en 1932 se publica en la URSS, tras la recuperación del texto por D.B Riazánov.
El papel que este texto jugó en la evolución de ambos se expresa en la carta que Marx remite a su amigo ruso Pablo Annekov el 28 de diciembre de 1846. En ella, Marx le expone sus opiniones iniciales sobre el libro de Pierre Joseph Proudhon: Sistema sobre las contradicciones económicas, o Filosofía de la Miseria, libro del que pocos meses después en abril de 1847 Marx realiza una crítica pormenorizada en su Miseria de la Filosofía. En ese primer análisis epistolar –hacía sólo unos días que acababa de leer el texto– frente al idealismo de Proudhon, Marx contrapone las conclusiones claves del materialismo histórico que ya habían desarrollado y planteado exhaustivamente en La ideología alemana. Entre otras consideraciones le describe a Annekov:
“¿Qué es la sociedad, bajo cualquier forma que se presente? El producto de las actividades recíprocas de los hombres ¿Pueden los hombres elegir libremente esta o aquella forma social? Nada de eso. A un determinado nivel de desarrollo de las facultades productivas de los hombres, corresponde una determinada forma de comercio y de consumo. A determinadas fases de desarrollo de la producción, del comercio, del consumo, corresponden determinadas formas de constitución social, una determinada organización de la familia, de los estamentos o de las clases; en una palabra: una determinada sociedad civil. A una determinada sociedad civil corresponde un determinado orden político (état politique), que no es más que la expresión oficial de la sociedad civil.
Huelga añadir que los hombres no son libres árbitros de sus fuerzas productivas –base de toda su historia– pues toda fuerza productiva es una fuerza adquirida, producto de una actividad anterior. Por tanto, las fuerzas productivas son el resultado de la energía práctica de los hombres, pero esta misma energía se haya determinada por las condiciones en que los hombres se encuentran colocados, por las fuerzas productivas ya adquiridas, por la forma social anterior a ellos, que ellos no crean y que es producto de la generación anterior. El simple hecho de que cada generación posterior se encuentre con fuerzas productivas adquiridas por la generación precedente, que le sirven de materia prima para la nueva producción, crea en la historia de los hombres una conexión, crea una historia de la humanidad, que es tanto más la historia de la humanidad por cuanto las fuerzas productivas de los hombres, y, por consiguiente, sus relaciones sociales, han adquirido mayor desarrollo.
Consecuencia obligada: la historia social de los hombres no es nunca más que la historia de su desarrollo individual, tengan o no ellos mismos conciencia de esto”.
Más tarde en 1859, cuando ya habían desechado la posibilidad de ver publicada La Ideología Alemana, en una de sus cartas Marx explica:
“Al no encontrar editor, abandonamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, tanto más gustosamente cuanto que habíamos alcanzado nuestro objetivo de ponernos de acuerdo con nosotros mismos”.
Su otro objetivo inicial, de analizar y describir las leyes de la economía capitalista, tuvieron que aplazarlo. De hecho, los estudios sistemáticos de Marx de la economía política moderna se alargaron en el tiempo y fue sólo catorce años después, en el verano de 1859, cuando acaba de escribir y se publica su Introducción a la crítica de la economía política. Más tarde en el verano de 1865, polemizando con el economista defensor de las ideas de David Ricardo –John Westo – Marx, en la sede Londinense de la AIT, Asociación internacional de Trabajadores, dicta varias conferencias bajo el título de Salario precio y ganancia. Tras su muerte, y en 1898 por iniciativa de su hija Eleanor, se publica la edición escrita. Finalmente, en octubre de 1867, aparece el primer volumen de su obra maestra El Capital, el segundo volumen basado en las notas de Marx lo publica Engels en 1885.
¡La ignorancia jamás ha servido a nadie! La batalla por armar a la vanguardia comunista
Donde dirigen una parte importante de sus esfuerzos, esos años de 1845-1847, es en explicar pacientemente e ir ganando para sus ideas a los sectores que consideran más avanzados de la vanguardia del movimiento obrero. Así, además de participar activamente Engels en Londres, y Marx en Bruselas, en las actividades de la Liga, en la primavera de 1846, Marx y Engels crean con sede en Bruselas, un “Comité de Correspondencia” para sistematizar y centralizar los informes políticos que a veces remitían los miembros de la Liga emigrados en otros países. Esa misma primavera de 1846, en la sede de la Liga de Bruselas, tiene lugar otro hito importante en la batalla por la clarificación ideológica. Frente a los argumentos postulados por el histórico dirigente de la Liga, Wilhem Weitling, en la conferencia a la que asiste invitado por la “Asociación de Obreros Alemanes en Bélgica” y donde defiende los métodos e ideas conspirativas originarias de la Liga, Marx le contrapone el punto de vista del socialismo científico y afirma:
“Se engaña al pueblo, al agitarlo sin fundar al propio tiempo su actividad sobre unas bases sólidas. El despertar fantásticas esperanzas, no aporta la salvación sino más bien la perdición de los que sufren. Dirigirse a los obreros, sin tener ideas estrictamente científicas y una doctrina concreta, es transformar la propaganda en un juego vacío de sentido. ¡Hasta ahora, la ignorancia no ha servido jamás a nadie!”
Durante el otoño de 1846, la dirección y sede de la Liga pasan de París a Londres. Corroborando el hecho de que el sector más numeroso e influyente de la Liga se había nucleado en Inglaterra, el país donde el desarrollo del proletariado industrial era predominante, los argumentos y propuestas de Marx y Engels cada vez tenían mayor eco, y paulatinamente a pesar de las resistencias a romper con el pasado, iban ganando un apoyo mayoritario entre los comunistas.
Los líderes obreros de la Liga londinense –Karl Schapper, Joseph Moll, Heinrich Bauer…– que como cobertura legal habían creado la” Asociación para la educación de los obreros alemanes en Londres”, que contaba con más de 500 asociados, iban desembarazándose de sus viejos métodos e ideas y empezaban a asumir los planteamientos del socialismo científico.
En noviembre de 1846, el comité central de la Liga de los Justos en Londres remite una circular especial, convocando un Congreso a celebrar el 1º de mayo de 1847, en el que se llamaba a participar a delegados elegidos por todas las comunidades de la Liga.
Paralelamente, la dirección de la Liga le encarga a su portavoz Joseph Moll, que contacte con Marx y Engels. En febrero de 1847, se reúne con Marx en Bruselas y tras informarle de la situación de la organización comunista, le comunica que tanto sus camaradas como él mismo, se daban cuenta de que las concepciones de Marx y Engels eran las justas, y veían la necesidad de liberarse de sus antiguas concepciones y tradiciones. Por tal razón, les invitaban a que se adhiriesen a la Liga y colaborasen en su nueva orientación teórica y organizativa.
La Nueva Liga de los Comunistas ¡Proletarios de todos los países, uníos!
El 1 de junio de 1847 se iniciaba en Londres el Congreso de la Liga de los Justos. Engels asistió como delegado de la comuna parisiense, Marx decidió no asistir y como delegado por la sección de Bruselas participó Wilhem Wolff. Los acuerdos adoptados corroboraban en sus aspectos centrales las orientaciones propuestas por Marx y Engels. La antigua denominación se sustituyó por la de Liga de los comunistas. También se cambió la antigua divisa que proclamaba: “Todos los hombres son hermanos”, por el lema que a petición de Marx defendió Engels de: “Proletarios de todos los países, uníos”. Así mismo, se acordaron unos estatutos totalmente nuevos que en su artículo 1º proclamaban: “El objetivo de la Liga es el derrocamiento de la burguesía, el reinado del proletariado, la supresión de la antigua sociedad burguesa fundada sobre los antagonismos de clase y el establecimiento de una nueva sociedad sin clases y sin propiedad privada”. En otro de los puntos estatutarios se establecía que:” Todos los miembros responsables serán elegidos democráticamente y una nueva votación podrá destituirles en cualquier momento”. De esta forma, se ponía fin a los viejos métodos conspirativos. Finalmente, se acordó celebrar un nuevo Congreso a final de año, para dar tiempo a que todas las secciones de la Liga pudieran discutir los nuevos estatutos, y también para tener elaborada una declaración en la que se expusiese el programa de la organización.
En preparación del nuevo Congreso, Karl Schapper y Moses Hess elaboraron sus propuestas de programa. Tras ser rechazados ambos proyectos por la comuna de París, Engels se puso a preparar una propuesta, que siguiese el formato entonces habitual en los grupos comunistas de catecismo, con preguntas y respuestas. Su documento al que denominó “Principios del comunismo” –el texto fue recuperado y publicado por E. Bernstein en 1914– estaba escrito en un lenguaje sencillo y fácilmente comprensible. Enunciaba brevemente y con una extraordinaria claridad, las concepciones fundamentales del socialismo científico. Pero Engels no estaba satisfecho, ni con el texto ni con su formato, creía que era insuficiente y le planteó a Marx, que ambos redactaran un nuevo documento programático y lo denominaran El Manifiesto Comunista.
A finales de noviembre 1847, tenían lugar en la sala de la “Asociación obrera alemana de Londres” dos grandes reuniones. El 29 se celebraba con presencia de delegados de toda Europa, la asamblea de los “Fraternals Democrats” –asociación creada por los dirigentes cartistas J Harney y Ernest Jones el 15 de marzo de 1846– con el objetivo de conmemorar el aniversario de la revolución polaca de 1830, proclamando la solidaridad internacional con ella, de todos los demócratas de Europa. Marx asistió como representante de la “Asociación Democrática de Bruselas” que él y Engels habían creado en septiembre de 1847, y tomó la palabra al lado de oradores ingleses, alemanes, belgas y polacos. En su discurso, Marx habló de la revolución inminente, cuyo objetivo sería poner fin a la vieja sociedad. Afirmó que la desaparición del viejo orden no era una pérdida para los que no tienen nada que perder en la vieja sociedad, que eran ya mayoría en todos los países de Europa. “Por el contrario, esa mayoría lo tiene todo por ganar con la caída del viejo orden social, caída que es la condición indispensable de una sociedad nueva, que no descanse ya sobre los antagonismos de clase”. Así mismo, se pasó a votación su propuesta que coincidía con la de los Fraternal Democrats, de convocar el próximo año un “Congreso internacional de organizaciones democráticas”. La propuesta se aprobó, concretándose celebrar un gran acto el 25 de octubre de 1848 en Bruselas. Finalmente, el evento no pudo celebrarse por el estallido de la revolución en marzo de 1848.
Al día siguiente, el 30 de noviembre de 1847, se iniciaba el Congreso de la Liga de los Comunistas. Durante los 10 días que duraron las deliberaciones, Marx y Engels participaron activamente en todos los debates. Dedicaron todos sus esfuerzos a explicar pacientemente y de la manera más didáctica sus ideas, y lograron el apoyo mayoritario de los delegados a sus planteamientos.
Los estatutos se aprobaron, y La nueva Liga reorganizada no conservaba ya nada de aquel carácter de conspiración que había sido el leitmotiv de la Liga de los Justos. Naturalmente, para enfrentarse a la represión estatal –que en la mayoría de los países imposibilitaba poder llevar a cabo un trabajo legal– tendrían que seguir trabajando de manera clandestina, pero ya no representaba ninguna doctrina secreta, no se conspiraba, los comunistas no pretendían disimular sus concepciones y sus propósitos. La Liga pasaba a ser una organización propagandística fundada sobre bases democráticas.
Finalmente, el congreso además de aprobar mantener su comité central en Londres bajo la dirección de Schapper, Bauer y Moll, acordaron que Marx y Engels asumiesen la orientación teórica de la Liga, y se les encargó la redacción del Programa que debía estar terminado el 1 de febrero de 1848. Antes de la fecha fijada, Marx enviaba a Londres el manuscrito acabado de El Manifiesto Comunista.
El Manifiesto Comunista
El Manifiesto Comunista es sin duda una obra común de Marx y Engels, y es imposible delimitar la parte que le corresponde a cada uno de ellos. Pero como Engels repitió en muchas ocasiones:
“El pensamiento fundamental que atraviesa el Manifiesto desde el principio hasta el fin, pertenece enteramente a Marx, y fue también Marx quien le dio su forma. Es la fuerza prodigiosa de Marx la que resplandece en cada palabra, es su ardor, el que hoy como el primer día, ilumina el folleto más genial de la literatura universal”.
Transcurridos más de 170 años desde su publicación, los aspectos centrales del análisis del Manifiesto, explicando la evolución de la sociedad capitalista, sus contradicciones y su dinámica interna, desde su etapa juvenil –en que fue escrito el libro– hasta su decadencia senil, es hoy tan vigente o más aún, que ayer.
Marx, en el Manifiesto Comunista, anticipa cómo la competencia capitalista iba a devenir en su contrario, en dominio aplastante de los Monopolios –hoy 500 multinacionales acaparan el 40% de la producción Mundial– y cómo la creación de Estados y mercados nacionales capitalistas conducirían al desarrollo y predominio del mercado y el comercio mundiales, lo que hoy se denomina Globalización. Sobre todo, el Manifiesto permite comprender a los trabajadores en toda su objetividad, su situación y tareas históricas.
Si partimos de considerar que la utilidad de un método de pensamiento, la validez de una teoría, presupone la supremacía de la previsión sobre la sorpresa, o dicho de otra forma, que un método de pensamiento se considera útil si sirve para anticipar, al menos en sus líneas maestras, el desarrollo previsible de un proceso, El Manifiesto Comunista es un ejemplo brillante de la validez del marxismo.
La Tormenta Revolucionaria de 1848
Pocos días después de que en Londres se terminaran de imprimir las últimas hojas del Manifiesto, la acumulación de contradicciones que se venían gestando en el seno de la vieja Europa estalló en un torbellino revolucionario.
Después de que en la jornada del 23 de febrero de 1848 las tropas de Luis Felipe I disparasen en París contra manifestantes pacíficos que reclamaban la reforma de la ley electoral, al amanecer del día siguiente la ciudad de la luz aparecía sembrada de barricadas. Rápidamente, a la consigna inicial se unió la de la República. En pocas horas, el palacio real estaba en poder de los insurgentes. Mientras el Rey huía, el trono fue arrojado a la hoguera y esa misma tarde se constituía un gobierno provisional y se proclamaba la Segunda República Francesa. Siguiendo el ejemplo de la Francia insurgente, la tormenta revolucionaria se extendió como un reguero de pólvora por casi toda Europa.
Desde el primer momento, los jóvenes Marx y Engels, se dedicaron en cuerpo y alma a intervenir activamente en el curso de los acontecimientos. Decidieron centrar sus esfuerzos en Colonia –la capital de Renania– que en ese momento era la ciudad más industrial y avanzada de los Estados de habla alemana. Su objetivo era orientar todos sus esfuerzos y los de los militantes comunistas en intentar incidir de manera efectiva en el proceso revolucionario que se iniciaba en Alemania. Para lograrlo, el primer objetivo era clarificar el programa y los métodos de lucha necesarios, para aglutinar en un Frente Único las fuerzas más amplias de la democracia y así poder derrotar a la reacción feudal.
La Nueva Gaceta Renana, del 1 de junio de 1848 al 18 de mayo 1849
Siguiendo la estela de lo que fue La Gaceta Renana, centraron sus esfuerzos en editar un periódico de difusión masiva. Se trataba de organizar y aglutinar las fuerzas necesarias para barrer toda la basura feudal. Defendían que Alemania aún tenía pendiente su propia toma de la bastilla y así llevar a cabo las tareas de la revolución democrático-burguesa, pasando después a las tareas específicamente proletarias.
Con este objetivo, se lanzaron con toda su energía a conseguir los recursos materiales y humanos para crear un gran periódico, y el 1 de junio de 1848 veía la luz el primer ejemplar de la Nueva Gaceta Renana (Neue Rheinische Zeitung).
Explicando los planteamientos y objetivos que se marcaron con la Nueva Gaceta, Engels en 1884 decía:
“Cuando en 1848 fundamos un gran periódico en Alemania, no podíamos darle más que una bandera: La de la democracia; pero la de una democracia que en todo momento pondría de manifiesto el carácter específicamente proletario, que no podía enarbolar aún de una vez para siempre. Si no hubiésemos aceptado esto, no podríamos haber hecho más que profesar el comunismo en una hoja parroquial y fundar una secta en lugar de un gran partido de acción. Pero nosotros no sentíamos el menor placer en predicar en el desierto; habíamos estudiado demasiado bien a los utopistas para caer en eso, y tampoco era para acabar en eso para lo que habíamos establecido nuestro programa”.
Durante el año que duró su publicación, hasta su prohibición final en mayo de 1849, la Nueva Gaceta Renana, se convirtió en el órgano más popular y difundido de la revolución alemana, con más de 6.000 subscritores. En sus páginas, además de a los acontecimientos en Alemania, prestaron una especial atención al desarrollo de los procesos en Francia. Más tarde en 1895, Engels recopilando los artículos de Marx, editó y publicó el texto: La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850.
El último número de la Nueva Gaceta del 18 de mayo de 1849 se imprimió en tinta roja, incluyendo un poema de despedida del poeta Ferdinand Freiligrath. Rápidamente, la edición se agotó, y más tarde cada ejemplar se convirtió en un objeto de culto. Se estima que de este último número se vendieron más de 20.000 ejemplares.
Finalmente en Alemania, la cobardía y pusilanimidad de la burguesía ponía de manifiesto su incapacidad para abordar una lucha seria contra el viejo régimen. Su actuación demostraba en la práctica que estaban más preocupados por prevenir el riesgo que suponía el proletariado naciente, que en confrontar con la reacción feudal. El proceso abortó, y posteriormente la derrota en Francia, con el golpe de Estado de Luis Bonaparte del 2 de diciembre de 1851, golpe cuya dinámica social desmenuzaba Marx en el texto de marzo de 1852, El 18 brumario de Luis Bonaparte, se puso fin al proceso iniciado en 1848.
Un nuevo escenario, estabilización y desarrollo capitalista versus fortalecimiento del proletariado
La posterior unificación alemana se hizo bajo la égida de los Junkers prusianos, personificados en la figura del canciller Bismarck. La unificación de Italia y la relativa estabilización política que se dio en Europa, el desenlace de la guerra de secesión en los EE.UU… generaron un nuevo escenario.
Los nuevos Estados nacionales que se habían creado, unido al establecimiento de vínculos cada vez más estrechos entre las economías de todos los países, con el consiguiente desarrollo del mercado mundial más el impulso que todo ello imprimió a la competencia y contradictoriamente a la concentración de capital, sentaron las bases para el dominio del capital financiero y el surgimiento del imperialismo como una fase superior de desarrollo capitalista.
Todo ese cúmulo de circunstancias, posibilitó que la burguesía pudiera seguir desarrollando las fuerzas productivas y garantizando su dominio social. De esta forma, el proceso revolucionario general que se había atisbado en 1848, se aplazó durante un período que duro varias décadas.
Ciertamente, el desarrollo de la industria y la producción, a la vez que empoderaba y enriquecía a la burguesía, suponía también el fortalecimiento numérico y cualitativo de la clase obrera. De esta forma, el desarrollo capitalista que temporalmente proporcionaba cierto margen para aplazar o al menos limar los conflictos sociales más agudos, sentaba también las bases para que una nueva crisis económica, política, o militar, volviera a mostrar las contradicciones insalvables del Capitalismo. La labor callada, pero imparable del viejo topo de la historia, saldría a la luz en un nuevo estallido de la lucha de clases, que esta vez enfrentaría abiertamente a burgueses y proletarios.
Durante todos esos años, el desarrollo de las fuerzas productivas, además de finiquitar parte de los restos que aún quedaban del viejo orden feudal, sentó las bases para la entrada masiva del proletariado en la escena de la historia. En lucha por sus derechos económicos y políticos, los trabajadores empezaron a organizarse sindical y políticamente, y a ser conscientes de sus intereses como clase. De forma cada vez más nítida, el conflicto social se perfilaba como el enfrentamiento entre el Capital y el Trabajo.
La comuna de París, del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871
Todo ese proceso subterráneo salía a la luz 23 años después, y de nuevo lo hacía en el fértil suelo francés. En julio de 1870, Napoleón III ordenaba el lanzamiento de una ofensiva contra el ejército de Prusia. En pocas semanas, la aventura militar se convertía en un auténtico desastre. El 4 de septiembre de 1870, las tropas prusianas derrotaban al ejército francés en la batalla de Sedán. Pocos días después cercaban París, y tras 4 meses de sitio el 28 de enero de 1871, entraban victoriosas en Versalles.
La debacle militar arrastró tras de sí al último Bonaparte. Para intentar cubrir el vacío de poder que supuso la caída de Napoleón III, los mismos burgueses, funcionarios y militares que hasta ayer apoyaban al viejo régimen, para evitar perder el control de la situación, eligieron una Nueva Asamblea Nacional que proclamó la Tercera República y nombraron un gobierno provisional presidido por el general Adolphe Thiers.
Siguiendo a pies juntillas, la máxima lampedusiana de “que todo cambie para que todo siga igual”, mientras que ante el pueblo se presentaban envueltos en la aureola de la bandera tricolor, desde el primer momento el objetivo del nuevo gobierno era llegar como fuese a un acuerdo con Prusia, para evitar a toda costa un estallido revolucionario y preservar así el orden establecido.
Mientras tanto, tras la derrota del Ejército, toda la defensa de París había recaído en las manos de la Guardia Nacional, una milicia que por su extracción social era mucho más permeable a la presión popular. Durante los meses del asedio prusiano, miles de obreros y artesanos de los barrios populares habían engrosado sus filas y por suscripción popular se incrementó la calidad de su armamento y se les dotó de artillería. Cuando en febrero cae el régimen bonapartista, la Guardia Nacional que contaba con unos 200.000 efectivos se convirtió de facto en el único poder en París. El 3 de marzo de 1871 se celebra una asamblea de delegados de los 256 batallones de la Guardia nacional que eligen un comité central de 32 miembros, órgano que es reconocido como la única autoridad de la milicia y que se comprometió ante el pueblo de París a la defensa armada de la República.
La respuesta de la burguesía no se hizo esperar, comprendiendo que el enfrentamiento era inevitable, proclamaron abiertamente sus objetivos reaccionarios y para retomar el control de la situación, contando con la connivencia prusiana, movilizaron al ejército para derrotar y desarmar a la Guardia Nacional.
El 18 de marzo, el intento del gobierno provisional de utilizar al ejército para hacerse con el control de la artillería de la Guardia Parisina, fracasa estrepitosamente. Las tropas, en lugar de enfrentarse a la milicia, confraternizan con el pueblo masivamente movilizado. Ese mismo día, respondiendo a la provocación se proclama la Comuna de París. Por primera vez en la historia los trabajadores toman el poder, nombran su propio gobierno y empiezan a construir el embrión de un Estado obrero. Durante los 60 días que duró la Comuna, el heroico proletariado parisino demostró en la práctica, que era posible acabar con el dominio del capital y gobernar sin la burguesía. Cuando finalmente el 28 de mayo de 1871 –tras la derrota de los comuneros en la llamada semana sangrienta– el gobierno de Thiers retomó el control de París. La burguesía triunfante se mostró implacable, demostrando la saña sin límites, de una clase privilegiada que ve amenazado su dominio. Llevaron a cabo una represión salvaje contra quienes habían osado cuestionar su poder. Además de los caídos durante los enfrentamientos tras la victoria gubernamental, miles de hombres, mujeres y niños fueron condenados a muerte –aunque las cifras exactas no se conocen, las estimaciones oscilan entre 13.000 y 20.000 ajusticiados– y para servir de escarmiento sus cadáveres fueron expuestos en público. Decenas de miles más sufrieron cárcel y exilio, y durante 5 años se mantuvo el estado de sitio.
Para Marx y Engels, la Comuna de París –cuyo desarrollo siguieron en detalle y en la que jugaron un papel dirigente algunos miembros de la 1ª Internacional, organización que ellos habían promovido y creado en 1864– supuso el aldabonazo que, en el lenguaje de los hechos, concretaba sus ideas sobre la viabilidad de la revolución socialista y de cómo garantizar su éxito. Aprendiendo y generalizando las lecciones de los aciertos y errores de este primer ensayo heroico, preparaban y armaban a la vanguardia para el futuro. Los escritos en los que durante todo el proceso expresaron sus análisis y propuestas, se compendian en el texto de La guerra Civil en Francia de mayo de 1871 y en la introducción al mismo que hizo Engels en su vigésimo aniversario el 18 de marzo de 1891.
Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo
Durante toda su vida, Marx y Engels se mantuvieron firmes en la defensa del Socialismo Científico. Para ellos, las ideas del materialismo dialéctico e histórico que habían desarrollado eran el instrumento teórico imprescindible para que, aprovechando los momentos excepcionales de ascenso revolucionario tras la ruptura del equilibrio de la vieja sociedad burguesa, los comunistas vinculando su programa a los intereses materiales objetivos de la mayoría trabajadora, pudieran con sus ideas influir decisivamente en la mente de las masas, convirtiéndolas en la fuerza material necesaria para lograr el triunfo de la revolución proletaria.
Por otra parte, tal y como demostraba la experiencia de la Comuna de París, los trabajadores tras derrocar a la burguesía, para poder garantizar su dominio, no podrían servirse del viejo aparato del Estado burgués y tendrían que crear su propio Estado.
El Estado Obrero, además de armarse con los instrumentos de coerción necesarios, para consolidar su poder y derrotar cualquier intento de restaurar el capitalismo, debía crear también instrumentos de control obrero para prevenir el resurgimiento de un cuerpo especial de funcionarios que, monopolizando el control del aparato estatal, se eleven por encima de las condiciones de vida de las masas. Entre otras medidas, el nuevo Estado desde el momento mismo de su nacimiento, promoverá el armamento general y la rotación de todas las responsabilidades públicas entre toda la población. Garantizando el objetivo de que todos sean burócratas para que nadie lo sea, la propia necesidad del Estado empezará a extinguirse y unido al desarrollo de los recursos productivos suficientes para garantizar el bienestar general, la propia razón de ser del Estado desaparecerá y se sentarán las bases de una nueva sociedad sin antagonismos de clase.
Las bases materiales necesarias para el Socialismo, suponen la superación de las viejas formas de la producción burguesa, lo que en primer lugar implica incrementar la productividad del trabajo alcanzada bajo el capitalismo. Sólo así será posible lograr el desarrollo económico que permita satisfacer las necesidades de toda la sociedad.
La propia dinámica del capitalismo que, de su carácter progresivo inicial frente al viejo régimen feudal, con el potente desarrollo de las fuerzas productivas que supusieron la propiedad privada, la competencia y la creación de Estados nacionales, pasa en su decadencia senil a convertirse en freno absoluto para el avance social, señala el punto de partida del nuevo sistema social triunfante y las tareas que para garantizar su predominio tendrá que afrontar. Empezando con la abolición de la propiedad privada burguesa y la socialización de los medios de producción y cambio, se elimina así la contradicción entre el carácter social de la producción y su apropiación individual. Dado el carácter mundial de la producción, el triunfo inicial en un país sólo se podría mantener y garantizar, extendiendo la revolución a nivel internacional y aboliendo las fronteras nacionales, garantizando la planificación y el uso racional de todos los recursos del planeta en beneficio de la humanidad.
Si hubiera que resumir el leitmotiv, que a lo largo de toda su existencia impulsó a estos 2 gigantes del pensamiento humano, en el desarrollo y defensa inquebrantable de su concepción del mundo, sin duda se podría condensar en lo que Marx criticando las carencias del materialismo contemplativo de Ludwig Feuerbach, explicaba en sus tesis sobre este filósofo, tesis que Marx dejó anotadas en un cuaderno de notas inédito de 1845, notas que Engels recuperó en 1886 incluyéndolas en su libro Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.
Como idea-fuerza en la segunda tesis, Marx explica: “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico” y como corolario en su última tesis, concluía afirmando: no basta sólo con interpretar el mundo, sino que la tarea es transformarlo. Consecuentes con sus tesis, Marx y Engels siempre concibieron la teoría y la práctica revolucionarias como un todo inseparable, la cara y la cruz de una misma moneda. Hacer un balance de los logros que alcanzaron no es una tarea sencilla. Sólo valorando su intervención directa en la lucha de clases –Liga de los comunistas, Nueva Gaceta Renana, creación de la AIT que fue la primera Internacional Obrera, formación de los primeros partidos obreros socialistas y más tarde de la Segunda Internacional– sería más que suficiente para constatar el papel histórico de ambos. Pero sin duda alguna, el mayor legado para los trabajadores y jóvenes que hoy tenemos que transformar el mundo, son el tesoro de sus ideas, del método científico de concepción del mundo que es el marxismo. Como demuestra toda su obra escrita, Marx y Engels no sólo abordaron la filosofía, la economía, la política y la historia. Como les gustaba citar remedando al pensador latino Publio Terencio a ellos “Nada humano les resultaba ajeno” y durante toda su vida prestaron especial atención a los avances en todos los campos del conocimiento, más avanzados de su época y en particular a los de las Ciencias Naturales.
Entre otras, acogieron con entusiasmo las teorías de Charles Darwin (1809-1882) que el 24 de noviembre de 1859 publicaba El origen de las especies y más tarde el 24 de febrero de 1871 El origen del Hombre, y también las del gran antropólogo estadounidense Lewis Henry Morgan (1818-1881), que en 1851 publica La Liga de los Iroqueses y más tarde en 1877 su obra maestra La Sociedad primitiva.
Conscientes de la importancia de estas y otras investigaciones científicas, que de manera experimental –al margen de las propias creencias de sus autores– confirmaban la validez del materialismo dialéctico, Engels nos legó algunos de sus mejores textos. En 1875-76 escribe su Introducción a la dialéctica de la Naturaleza y El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. En 1883 escribe Dialéctica de la Naturaleza y en 1884 el inigualable texto de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
Confirmando lo que desde su primera línea proclamaba el Manifiesto Comunista cuando afirmaba: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada contra ese fantasma”, la burguesía desde el primer momento comprendió el peligro mortal que estas ideas representaban para su dominio, y utilizando todos los medios a su disposición declaró una Guerra a Muerte al Marxismo.
Durante más de siglo y medio, igual que los chamanes que intentan acabar con sus enemigos enterrando su esfigie de barro, año tras año, todo tipo de expertos –generosamente remunerados– han venido proclamando la muerte del marxismo. Desafortunadamente para ellos, a pesar de sus conjuros, como diría el inmortal Quijote: “Ladran luego cabalgamos, amigo Sancho”. Igual que el fuego de Prometeo que, custodiado en Olimpia se preservaba de generación en generación, la antorcha que preserva el resplandor luminoso de las ideas marxistas, a pesar de todos los obstáculos, con las aportaciones de Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Plejánov, James Connolly… han llegado hasta nosotros, más desarrolladas y vivas que nunca.
León Trotsky, en 1940, pocos meses antes de morir asesinado, defendiendo la superioridad del materialismo dialéctico, en su libro de En defensa del marxismo, explicaba:
“El materialismo dialéctico no es, naturalmente, una filosofía eterna e inmutable. Pensar otra cosa es contradecir el espíritu de la dialéctica. El ulterior desarrollo del pensamiento científico creará, indudablemente, una doctrina más profunda en la que el materialismo dialéctico entrará simplemente como material de estructuración. Sin embargo, no hay ninguna base para esperar que esta revolución filosófica se realice bajo el decadente régimen burgués, sin mencionar el hecho de que un Marx no nace todos los años ni todas las décadas. La tarea a vida o muerte del proletariado no consiste actualmente en interpretar de nuevo el mundo sino en rehacerlo de arriba abajo”.
La conclusión implícita de sus palabras y que dirigiéndose a los jóvenes proponía, es la misma que hoy proclamamos para todos aquellos que quieren cambiar el mundo:
¡Estudiad seriamente! Estudiad a Marx, Engels, Plejánov, Lenin… que la juventud intente introducir en su mente una seria base teórica para la lucha revolucionaria.
Frente al pesimismo de los ideólogos de la burguesía, el escepticismo impotente de aquellos que niegan el progreso, hoy igual que ayer los marxistas miramos al futuro con plena confianza y optimismo. Somos conscientes de las dificultades, nuestras fuerzas aún son limitadas, pero no nos dan miedo los retos, ni estar en minoría. Frente a la barbarie sin fin del Capitalismo, nuestras ideas empiezan a ir a favor de la corriente, conectando cada vez más con la experiencia viva de nuestra clase y mañana cuando se apoderen de la mente de las masas se convertirán en una fuerza física imparable.
¡Más que nunca, unirse y ayudar a construir las fuerzas del marxismo, es la tarea más urgente e importante a la que dedicar nuestros esfuerzos y energía!

La Revolución Rusa como nunca vista antes: la historia real, contada por un testigo ocular – Exclusiva
Hace ciento cuatro años, la clase trabajadora rusa tomó el poder. Para celebrar el aniversario de estos increíbles acontecimientos, nos complace poner a disposición de una audiencia en línea el siguiente relato de un testigo ocular de la Rusia revolucionaria de 1920. Muchos de estos asombrosos artículos y fotografías no se han visto desde su publicación hace más de un siglo. Son un panorama invaluable de la Revolución Rusa en su tercer año.
En el verano de 1920, el Partido Laborista británico y el TUC (Congreso de Sindicatos) enviaron una delegación a Rusia para presenciar el desarrollo del proceso revolucionario. El periodista Walter Meakin formó parte de esta delegación. Pero a diferencia de muchos de sus co-observadores, que pasaron todo el viaje con contrarrevolucionarios, Meakin estaba decidido a contar la verdad a una audiencia británica.
Walter Meakin
El periodista Walter Meakin viajó a Rusia con una delegación laborista británica en 1920 y dio un relato escrupulosamente honesto de lo que encontró. Estamos orgullosos de presentar aquí, por primera vez, una colección de sus artículos y fotografías de esa visita.
Las observaciones resultantes, publicadas en una serie en el Daily News bajo el título “Lo que vi en Rusia”, pintan una imagen única de la vida del pueblo ruso y de la revolución.
El cuadro es el de una revolución asediada por enemigos; hambriento y frío; de la industria y el transporte plagados por el caos y el colapso tras años de las tribulaciones más desesperadas. Sin embargo, en medio de todo esto, el proletariado ruso se esforzaba heroicamente por construir el primer Estado obrero de la historia, comenzar la construcción del socialismo, difundir la revolución mundial y crear un futuro digno de vivir para toda la humanidad.
Una tragedia en Rusia causada por el imperialismo
Está de moda que los historiadores burgueses seleccionen cuidadosamente algunos de los horrores y tragedias experimentados por el pueblo ruso en los difíciles años de la Revolución y la Guerra Civil que vino después, y echar la culpa a los dirigentes de la Revolución misma.
De hecho, la responsabilidad de los horrores de esos años – y de la consiguiente degeneración estalinista del primer Estado obrero de la historia – debe recaer directamente en los pies de la contrarrevolución y, sobre todo, en los pies de las potencias imperialistas.
En noviembre de 1917, bajo la dirección del partido bolchevique, la clase trabajadora rusa tomó el poder, primero en Petrogrado y luego en toda Rusia. Este fue el acontecimiento más grande que la historia humana ha presenciado hasta ahora: por primera vez, en la escala de una vasta nación, los trabajadores y campesinos explotados se deshicieron de sus explotadores parásitos y tomaron el poder en sus propias manos. A través de consejos de trabajadores elegidos democráticamente llamados “soviets”, la clase trabajadora ejerció el poder y dio dirección a todas las capas explotadas de la sociedad rusa.
Sin embargo, todas las esperanzas para la Revolución Rusa se basaban en el éxito o el fracaso de la revolución mundial. Rusia era un país atrasado, semifeudal, arruinado por años de guerra. La base material para construir una nueva sociedad no existía dentro de sus fronteras. La perspectiva de los bolcheviques, sin embargo, era precisamente que la Revolución Rusa formaría simplemente un eslabón en la revolución mundial, y que el socialismo solo era posible a escala mundial.
Inmediatamente, los trabajadores rusos lanzaron un grito de guerra a los trabajadores de todo el mundo para poner fin a la barbarie de la Guerra Mundial y deshacerse del yugo de la explotación capitalista. De hecho, una ola revolucionaria se extendió por Europa. La Revolución Rusa fue un brillante faro de esperanza para millones de trabajadores, campesinos y soldados en toda Europa y mucho más allá.
Pero el imperialismo internacional lo entendió tan bien como los bolcheviques y procedieron a extinguir este brillante ejemplo. Ningún medio era demasiado vil y ninguna atrocidad era demasiado terrible para la clase capitalista cuando se trataba de defender su propia propiedad. En lo que concierne a ellos, cuanto mayor fuera su éxito en convertir a Rusia en un infierno en la Tierra, más grave sería la advertencia que enviaría a los trabajadores de otros países para que no emularan el ejemplo ruso. Así, la toma del poder por los soviets en noviembre de 1917 fue seguida inmediatamente por la invasión de Rusia por 21 ejércitos de intervención extranjeros.
La guerra civil se convirtió en una tormenta de fuego con la ayuda de estos ejércitos, dejando a Rusia completamente devastada. La tragedia de la Primera Guerra Mundial y el sabotaje económico de los terratenientes y capitalistas que siguió a la revolución se multiplicó por mil. El transporte quedó devastado y el hambre y el frío acecharon a las ciudades, que quedaron parcialmente despobladas a medida que millones de trabajadores regresaban a las aldeas donde al menos se podía encontrar comida.
Y, sin embargo, contra todas estas dificultades, la Revolución mostró la resistencia más inspiradora. Aunque las esperanzas de los capitalistas y terratenientes desposeídos habían surgido gracias a la intervención extranjera, la vieja clase dominante seguía estando completamente desacreditada y aislada. Mientras tanto, un Ejército Rojo muy disciplinado de millones de campesinos y trabajadores se forjó en medio de la lucha bajo el liderazgo de León Trotsky.
Pero simplemente para sobrevivir, la Revolución tuvo que recurrir a las medidas más desesperadas, que sin embargo fueron concebidas como males temporales pero necesarios.
Los partidos políticos fueron prohibidos cuando tomaron las armas contra la República Soviética uno tras otro. A fines de 1918, en respuesta al terror blanco contrarrevolucionario contra los trabajadores y campesinos, un terror rojo fue lanzado contra los antiguos capitalistas y terratenientes. Se hizo necesaria la requisa del grano a los campesinos para alimentar las ciudades y al Ejército Rojo. Había que restaurar el orden en la industria, sin dejar espacio para experimentaciones en la democracia obrera cuando se introdujo la gestión individual. En los ferrocarriles en particular, la clave para una victoria militar y económica, se instaló una dura disciplina.
Sin embargo, gracias al heroico esfuerzo de la Revolución, el Ejército Blanco contrarrevolucionario había sido efectivamente aplastado en el año 1920. El llamado “virus bolchevique” se estaba extendiendo incluso a las bases de los propios ejércitos de intervención extranjera. Las fuerzas expedicionarias británicas, francesas, estadounidenses y canadienses experimentaron serios motines y uno por uno se retiraron.
Tres años después de la revolución, parecía como si la nueva república soviética pudiera finalmente comenzar el proceso de reconstrucción económica. Pero en ese mismo momento, se lanzó una nueva ofensiva contra la Rusia soviética, esta vez por parte del ejército del dictador polaco, Piłsudski, con el pleno respaldo de las potencias imperialistas. A finales de 1920, los soviéticos se enfrentaban a una situación desesperada.
Heroísmo frente a terribles obstáculos
Estas eran las circunstancias en las que el proletariado ruso —y su vanguardia organizada en el partido bolchevique— luchaban con todas sus fuerzas para rechazar al imperialismo; mantener una alianza con la mayoría del campesinado; crear un Estado obrero saludable; y sobre todo para ayudar a los trabajadores del resto del mundo a derrocar a su propia clase dominante.
Trágicamente, el proletariado en el resto de Europa no pudo tomar el poder en la ola de revoluciones que siguió a la Revolución Rusa, principalmente debido a la inexperiencia de los partidos comunistas. Por tanto, los trabajadores rusos permanecieron aislados.
Desesperado, desmoralizado y en gran medida dispersado en el Ejército Rojo o habiendo regresado a las aldeas, el proletariado fue apartado por una burocracia en ascenso que eventualmente elevaría a Stalin al poder.
A pesar de las mentiras de los historiadores a sueldo de la clase dominante, que arrojan niveles industriales de calumnias contra la Revolución Rusa, no había ningún “defecto inherente” en el bolchevismo que condujera inevitablemente al estalinismo. No es de extrañar que el régimen de una democracia obrera sana finalmente sucumbiera bajo los brutales golpes del imperialismo, el terror blanco y el estrangulamiento de una economía ya atrasada. Lo que es más notable es la resistencia de la Revolución y el heroísmo del proletariado ruso y su vanguardia, a pesar de los horrores que se le infligieron.
Para los marxistas que luchan hoy por derrocar el sistema capitalista, la Revolución Rusa sigue siendo un faro que brilla intensamente del que continuamos inspirándonos tremendamente y del que continuamos aprendiendo lecciones vitales.
Los historiadores burgueses de la época tenían pocos escrúpulos para difamar la Revolución Rusa con todo tipo de mentiras y distorsiones. Los artículos aquí, de Walter Meakin, son por lo tanto más valiosos como un relato honesto de un testigo ocular. Meakin, que también tomó muchas de las fotos aquí reproducidas, era un sindicalista comprometido.
Uno de los fundadores de la Unión Nacional de Periodistas (y más tarde presidente de la misma en 1924-25), había trabajado para el Manchester Guardian (ahora The Guardian) desde 1911 hasta 1917. Durante ese tiempo cubrió el Levantamiento de Pascua en Dublín y los conflictos posteriores en Irlanda. Más tarde se unió al periódico de izquierda Fleet Street, el Daily News, y se convirtió en su corresponsal industrial y laboral. Así fue como fue invitado a acompañar a la Delegación Laboral Británica del TUC a visitar Rusia.
Walter nació en una comunidad minera de Nottinghamshire y comenzó a trabajar en 1894 como “Office Youth” (Joven de la oficina) para Midland Railway con el salario principesco de 8 chelines a la semana (equivalente a 40 céntimos en moneda decimal).
Los editores de marxist.com deseamos extender nuestro enorme agradecimiento a Steve Musgrave, nieto de Walter Meakin, por preservar esta notable pieza de historia y por ponerla a nuestra disposición para su publicación. La introducción anterior y las leyendas que acompañan a las fotos son de Ben Curry.
Galería
La siguiente galería de fotos estaba en posesión de Walter Meakin tras regresar de su visita a Rusia en 1920. Algunas de ellas fueron sacadas por el propio Meakin, mientras que otras fueron entregadas a Meakin por la agencia de prensa soviética, “Departamento de Photo-Cine de toda Rusia”.
Para leer los extractos escritos por Walter Meakin en inglés haz clic aquí.
La revolución mexicana ¿cuáles fueron sus alcances?
Decía Engels que hay ocasiones en los cuales pasan 20 años y pareciera que no ha sucedido nada y otras en los cuales los cambios de 20 años se expresan en días.
Las revoluciones son procesos que condensan las contradicciones históricas una sociedad en un periodo tan breve que en un inicio no existe la conciencia de su significado, tan solo a la luz de los acontecimientos posteriores se puede palpar la dimensión de su magnitud tanto cualitativa como cuantitativamente.
Toda la existencia de México, desde su Genesis en el periodo colonial hasta el momento mismo del estallido revolucionario de 1910, había estado marcada por el desarrollo del sistema económico mundial en el que el capitalismo crecía; en un primer momento como fuente de metales preciosos básicos para el proceso de acumulación originaria, luego como fuente de materias primas para la revolución industrial en Europa y Norteamérica, luego y al final del siglo XIX como un escenario de exportación de capitales.
El capital crea un mundo a su imagen y semejanza, pero, lejos de la idea de que el desarrollo del capitalismo se establecería en una secuencia mecánica que tendería a igualar circunstancias y modos de vida, el capitalismo creció y se hizo fuerte gracias a las desigualdades y distintas formas de opresión autóctonas. Mientras que en países de Europa central el surgimiento del trabajo asalariado relativamente libre fue una condición para los procesos de acumulación capitalista, en países como los latinoamericanos era más bien un obstáculo, a fin de cuentas, ni el oro y la plata, ni las materias primas e incluso los productos manufacturados generados tenían como objetivo los propios trabajadores locales, sino los grandes centros, financieros, industriales y comerciales de los países dominantes.
El proceso de acumulación originaria que dio pie al desarrollo inicial del capitalismo se vivió en regiones como México como un proceso de des acumulación. Las clases dominantes primeramente terratenientes luego comerciales e industriales, aspiraban en integrarse al modo de vida europeo y norteamericano, su preocupación era extraer, exportar y luego importar bienes de consumo suntuarios.
Así se fueron gestando dos circuitos económicos bastante dispares, unos, los de arriba, que disfrutaban sus privilegios, otros los de abajo aportando el trabajo humano para que esto fuese posible sin la esperanza de romper la estricta segregación social y económica.
Si para el capitalismo europeo la ruptura con el feudalismo fue un fundamento de su existencia, para el naciente capitalismo local, en países como México, las relaciones precapitalistas, semiserviles e incluso esclavas eran una ventaja competitiva en el mercado mundial y no había interés alguno en romperla.
Tres aspectos de destacan de este tipo de procesos
1.- Lo más común en formaciones sociales del capitalismo dependiente es la desigualdad y el sostenimiento, a propósito, de relaciones sociales semifeudales o semiesclavas para alimentar formas de producción modernas, a esto llamamos desarrollo desigual y combinado.
2.- Ausencia de una democracia política como la conocemos en la actualidad, en la medida que la oligarquía local no puede correr el riesgo de quedar a merced de un gobierno con un programa que pueda poner en peligro sus privilegios.
3.- Una masa de trabajadores que incluye todas las formas posibles, desde proletarios modernos hasta campesinos semisiervos, sin esperanzas, que no tiene motivos para idealizar su situación y que esta dispuesta a rebelarse en el caso de encontrar las motivaciones necesarias.
El siglo XIX mexicano es escenario de los afanes de ciertos sectores de la naciente burguesía por construir una democracia burguesa similar a la de los Estados Unidos. Los liberales mexicanos incluso llegaron a copiar de los Estados Unidos el nombre y el sistema federalista, en contraparte los conservadores aspiraban a mantener en lo general el régimen socioeconómico heredado de la colonia
La Independencia de México surge de una transacción, las clases terratenientes aceptan la separación de España a condición de preservar en lo fundamental el régimen colonial. No obstante, a diferencia de otras regiones de América Latina, en México la lucha había iniciado como un levantamiento de las clases más explotadas del campo, las motivaciones sociales que la habían impulsado no se podían borrar de un plumazo con el abrazo de Acatempan. Así que una vez que quedó claro que no habría ningún cambio, los liberales se vieron arrastrados a nuevos levantamientos y a una guerra civil casi permanente, desde la caída del primer imperio hasta la derrota del segundo, tan solo interrumpida por la dictadura conservadora de Santa Anna.
Fue la victoria militar de los liberales de Juárez, Lerdo y Diaz, la que permitió establecer medidas en contra del régimen semicolonial, medidas como la desamortización de los bienes eclesiásticos, el registro civil, entre otras. Estas hubiesen sido imposibles sin la derrota militar de los conservadores.
Pero el programa mismo de desarrollo capitalista, que se tuvo que imponer, siguió la lógica que ya hemos descrito y el programa liberal de Juárez se tornó en el régimen dictatorial de Diaz y, quien lo diría, fueron los sobrevivientes del conservadurismo los que paulatinamente se convirtieron en aduladores del régimen porfirista, con la paradoja de que la política económica de Diaz no tenía nada de original, todo lo propuesto por Juárez lo realizó Diaz. No obstante Juárez es y será recordado como un revolucionario dado que se enfrentó y derrotó a la reacción semifeudal, mientras que Diaz será recordado como un contrarrevolucionario dado que él fue el que consolidó la alianza entre la oligarquía mexicana con el imperialismo, aplastando todo descontento obrero y campesino.
Al final se fue construyendo una casta privilegiada que justificaba su dominio a partir de una filosofía supuestamente científica, basada en el culto al progreso, al crecimiento económico, a la supremacía del mas fuerte, a una especie de darwinismo social.
Incluso en condiciones tan opresivas como las que se vivían en la época del porfiriato, el desarrollo de las fuerzas productivas da pie al surgimiento de nuevas fuerzas sociales y al deterioro de las condiciones de existencia de las clases que habían sobrevivido de la época colonial, especialmente los campesinos, los cuales vivían circunstancias particularmente diversas dependiendo de la región y que hasta la fecha se pueden distinguir tanto en el norte como el centro sur.
La parte sur del país identificada con la región mesoamericana provenía de la preexistencia de culturas muy desarrolladas, con un fuerte arraigo en sus comunidades originarias, aunque estas se hayan ido modificando durante el periodo colonial, las leyes de las indias les concedían tierras para la explotación comunal, al mismo tiempo que les señalaban una separación respecto de la propiedad privada de los terratenientes españoles o criollos, las reformas liberales posibilitaron la puesta en venta de esos territorios lo que significó un crecimiento exponencial de las propiedades privadas y la enajenación de la tierra de los pueblos en favor de los latifundios, fortaleciendo así el trabajo semiservil por la vía de las deudas a la hacienda. Paradójicamente las reformas liberales retrasaron el desarrollo de una clase campesina capitalista en favor de una masa de desposeídos sujetos a las mas terribles formas de explotación.
La parte norte en la cual las comunidades prexistentes a la colonia constituían en su mayoría poblaciones nómadas bastante beligerantes y que mantuvieron hasta avanzado el siglo XIX un combate permanente a los colonos. los asentamientos campesinos eran al mismo tiempo destacamentos defensivos y por tanto armados para enfrentar las vicisitudes de la vida fronteriza, el arraigo a la comunidad no era tan profundo como en el sur y el carácter de la posesión de la tierra siempre fue de un carácter más privado y disperso.
El desarrollo de la minería, la industria y las comunicaciones en el norte nunca contó con el trabajo semiservil del sur, siendo de un carácter más capitalista propiamente dicho. Las inmensas dimensiones de los territorios norteños permitían el pastoreo de campesinos sin ningún tipo de restricción. El acaparamiento de la tierra, en este caso considerada como terreno baldío, durante la época del porfirismo, generó la prohibición de tránsito para el pastoreo en regiones que ancestralmente solo tenían la limitación de los ataques de las comunidades indígenas nómadas. El campesino norteño, generalmente armado, se vio en la circunstancia de que su actividad habitual se consideraba como ilegal, muchos de ellos fueron llevados al bandidaje en estas nuevas circunstancias.
El campesino del norte se veía obligado a abandonar sus actividades habituales de pastoreo y cultivo individual para emplearse en las haciendas, en los ferrocarriles o en la minería. Sin duda la biografía de Pancho Villa es ejemplar para representar al campesinado del norte y por supuesto la de Zapata también lo es en el caso del Sur, uno un dirigente de una clase campesina relativamente libre en proceso de proletarización , el otro un líder de una comunidad campesina. Uno aspirando a condiciones de trabajo y formas de propiedad equitativas, el otro a la restitución de las tierras a la comunidad.
El proletariado mexicano propiamente dicho, que había nacido de los desplazamientos del campesinado desde la época del juarismo y durante el porfiriato, estaba sumido en un proceso de organización muy incipiente, cabe aclarar que los sindicatos estaban prohibidos y que los intentos de protesta habían sido severamente reprimidos. Los pioneros anarquistas de la época porfirista constituían un espectro muy amplio y poco dado a la acción colectiva, de entre ellos destacaba el Partido Liberal de Flores Magón, que había sufrido terribles desgastes tanto en Cananea como en Rio Blanco, además de que no tenía vínculos con el movimiento campesino que estaba a punto de insurreccionarse.
En el contexto del desarrollo capitalista había surgido una intelectualidad y una amplia gama de pequeños propietarios del campo y la ciudad que no encontraba espacios de desarrollo en los marcos del porfirismo, personalidades muy diversas que fueron encontrando posiciones de poder conforme el proceso avanzaba y que a la larga constituyeron la base de la nueva burocracia estatal.
Las evidencias de la incapacidad del régimen de Diaz para seguir soportando la presión social eran claras incluso para sectores de la propia elite como Francisco I Madero, el cual, con personalidades como el propio Venustiano Carranza, aspiraban a un pacto con Diaz que diera pie a una apertura democrática que a su vez permitiera evitar un estallido total, con la puesta en peligro de sus sacrosantos derechos de propiedad.
El pacto no fue posible. Al final la oligarquía que Diaz acaudillaba definió que no era posible un golpe de timón y esto no hizo sino desatar la guerra civil, cuya primera fase se caracterizó por el desmoronamiento del ejército porfirista, ante lo cual y casi sin enfrentamientos importantes Diaz se vio derrotado y partió al exilio.
La segunda fase que va de la salida de Diaz hasta el asesinato de Madero se caracteriza por la continuación de las rebeliones campesinas y la negativa de Madero a enfrentarse a ellas al viejo estilo. Como Madero no podía y no quería ceder ante las demandas campesinas y como tampoco estaba dispuesto a enfrentarse a ellas, perdió toda la base social que lo apoyaba, suspendido en el aire bastó con un golpe muy localizado en el centro de la ciudad, para que la gran burguesía los sustituyera por un auténtico dictador Victoriano Huerta.
Pero las masas ya estaban en acción, Marx decía que en algunas ocasiones el látigo de la contrarrevolución agita la revolución. El golpe de Estado de Huerta desato un levantamiento campesino brutal, las haciendas fueron ocupadas, la tierra repartida, las bases económicas emanadas de la época colonial y fortalecidas durante en porfiriato fueron destrozadas, pero en ese proceso mismo se afectaron los intereses de los socios imperialistas de los terratenientes.
La revolución borró en pocos años lo que 100 años de vida independiente no lograron, todos los sectores conservadores o huyeron al exilio o se sumieron en el silencio, esperando nuevos momentos para actuar.
La revolución mexicana enfrentó las tareas de la transformación burguesa de la sociedad sin una burguesía que la dirigiera, al menos en la fase más álgida que es la que representó la Convención Nacional revolucionaria, acaudillada por Zapata y Villa.
En realidad, los principales problemas del movimiento campesino no tenían solución en los marcos del capitalismo, dado que se estaba gestando una nueva casta gobernante y una nueva burguesía, dispuesta a ocupar el lugar de los viejos amos, pero esto no era algo evidente en esos momentos.
La derrota de los ejércitos campesinos de zapata y villa a manos de los de Obregón y Carranza significó el bloqueo de toda posibilidad de desarrollo revolucionario por encima del capitalismo.
La mexicana fue una revolución burguesa hecha por campesinos semiproletarios, que constituyó un nuevo aparato de estado con los sectores de la pequeña y mediana burguesía que habían surgido del porfiriato pero que habían quedado relegados de él.
Mientras no existiese una clase burguesa fuerte, el estado emanado de la revolución adquiría un carácter bonapartista. El discurso nacionalista y antimperialista era necesario para mediatizar a un movimiento de masas que si bien había sido derrotado durante el carrancismo, no estaba muerto en ningún sentido. Por ello el régimen de vez en cuando intentaba aparecer como su representante.
Pero el aspecto central de su tarea era construir una nueva clase burguesa que fuera capaz de sentar las bases para la estabilidad del régimen.
Esta fue la esencia de la revolución mexicana, que fue el movimiento revolucionario mas radical en el continente americano hasta ese momento, el cual sacudió las bases de la antigua sociedad de tal manera que la burguesía terrateniente nunca mas volvió a ser dominante. Con el paso de los años se fue consolidando con el apoyo del estado una nueva oligarquía parasita cínica y corrupta.
En un contexto como el de principios del siglo XIX no era posible hacer realidad las aspiraciones de las masas, especialmente las campesinas, dado que para lograrlo era necesario ir más allá de los marcos del desarrollo capitalista.
Un triunfo de la revolución europea como el que se gestaba después de la primera guerra mundial hubiera sin duda arrastrado y dado ánimos a las fuerzas auténticamente revolucionarias a romper las fronteras burguesas y por ese medio llevar a la revolución a una fase socialista.
Lamentablemente esto no sucedió y el resultado fueron 100 años mas de capitalismo dependiente, periodo en el cual las masas lucharon una y otra vez, pero una y otra vez fueron bloqueadas por un régimen que, cada que le era necesario, hacía un lado la demagogia para mostrar su verdadero rostro, como en el 68.
Hoy no hay mas espacio para un proceso revolucionario de carácter burgués, de hecho en 1910 -17 era totalmente posible avanzar a la revolución socialista siempre que hubiese prevalecido una dirección no burguesa que fuese consciente de ello. Ante esa ausencia lo que vimos fue un paulatino proceso de reconstitución de una gran burguesía aliada con el imperialismo que es la que hoy domina a nuestra sociedad.
En el futuro la única revolución digna de ese nombre será la revolución socialista.
El Juego del Calamar: nadie gana bajo el capitalismo
En la enormemente popular serie de ficción de In Hwang Dong-Hyuk, jugadores endeudados ponen en riesgo sus vidas por la oportunidad de obtener una gran fortuna. Más allá de la increíble actuación y la violencia gráfica, El juego del Calamar refleja el verdadero horror del capitalismo y su mortal agonía. No es de asombrarse que haya atraído a mucha gente y el interés de la prensa en todas partes.
En esta serie de Netflix (que se sitúa en los primeros lugares en 90 países, hasta ahora), vemos a cientos de coreanos empobrecidos. Éstos compiten en una serie de juegos mortales en zonas de recreo para ganar un premio de $41.5 millones de dólares en efectivo. Unidos por su sufrimiento bajo el capitalismo, la serie sigue la pista de sus vidas miserables y su completa desesperación por ganar.
Desesperación
El juego comienza con la aparición de uno de los protagonistas, Seong Gi-Hun, mientras sobrevive en medio de una vida miserable de deudas y turbulencias familiares. Entonces, un extraño le invita a tomar parte en una competición con una alta suma de dinero como premio, la oferta suena muy bien como para rechazarla. Cada ronda brutal del juego crea una escasez (artificial) que conduce a los participantes a tomar medidas cada vez más desesperadas.
La comida se distribuye de forma injusta, se permite la violencia y se premia la traición. Las divisiones se enconan hasta el fanatismo a medida que los concursantes evitan la solidaridad basada en raza, género, edad, etc. Las palabas de Marx se convierten en verdad: ‘Allí donde la necesidad se generaliza, vuelve a reflotar toda la vieja basura’.
Los jugadores pueden irse si la mayoría de ellos lo desea. Aún su libertad es una ilusión, tanto como la democracia burguesa. Con el ofrecimiento de poder regresar a sus vidas normales, los jugadores encaran la inevitable y dura realidad de su existencia. Como cierto jugador eliminado dijo: “la vida es tan mala allá afuera como aquí dentro”.
Las reglas son hechas cumplir con una estricta jerarquía de cuerpos armados formados por hombres enmascarados. Mantienen un total monopolio de violencia usando pistolas y ametralladoras para ejecutar a los jugadores que no siguen las reglas y los que han perdido en cada ronda del juego. El paralelismo con el aparato de seguridad de la clase dominante coreana es difícil de ignorar.
Pero los parecidos entre la realidad y la ficción no son una mera coincidencia. Como señaló el director Hwan Dong-Hyuk: “quería escribir una historia que fuera una alegoría o fábula acerca de la sociedad capitalista moderna, algo que plasmara una competencia extrema, algo como la lucha extrema por la vida”.
Más allá de la pantalla
El juego del calamar se une a una creciente colección cinematográfica de la realidad social en Corea, junto con películas como El huésped y Parásitos, que exponen la explotación social en Corea del Sur. A pesar de su temática surrealista, El juego del calamar no está muy lejos de las extenuantes condiciones materiales a las que se enfrentan los trabajadores coreanos en la realidad.
El 2020 trajo la peor crisis de desempleo en Corea del Sur desde 1997. Exacerbada por la pandemia de COVID-19, Corea del Sur ha experimentado más de una década de disminución constante del empleo. Entre la juventud, la cifra es del 9,5%. Es poco sorprendente que la juventud haya nombrado a su nación “Hell Korea” (Corea Infierno).
La vejez y la jubilación no dan esperanza a la juventud ni a los trabajadores coreanos. Mientras que en el Reino Unido, ‘solo’ hay un 15% de gente mayor de 66 años viviendo en la pobreza, esta cifra es del 43% en Corea del Sur. Con una población más vieja y más muertes que nacimientos, los adultos mayores se convirtieron en una nueva capa oprimida bajo el capitalismo.
Atados por las deudas
Para cada uno de los jugadores en El Juego del Calamar, el enorme premio en efectivo ofrece una escapatoria a su esclavizante deuda. En realidad, en Corea del Sur, la deuda de los hogares se ha disparado como un cohete, con un rango medio entre la deuda y el ingreso disponible de los hogares del 191%. En total, la deuda de los hogares asciende a la astronómica cifra de 1,54 billones de dólares.
Mientras los concursantes ficticios de El Juego del Calamar y los trabajadores en el mundo real sufren las consecuencias de sus deudas, el gobierno de Corea del Sur no puede encontrar mejor solución que aumentar su propia deuda nacional con paquetes de estímulo. En 2019, la deuda nacional se situó en $ 726 mil millones, que se prevé que llegue a $ 1 billón para el próximo año.
Imperialismo
Hacia el final de la serie, se nos presenta (¡alerta de spoiler!) a los invitados VIP que financian el Juego del Calamar. Si bien los concursantes y el personal del juego son coreanos, estos observadores adinerados tienen en su mayoría acento estadounidense. Al igual que en la serie The Host, los personajes VIP estadounidenses en El Juego del Calamar son indiferentes al sufrimiento de los personajes coreanos, priorizando la ganancia material sobre cualquier sentido de moralidad.
En el mundo real, Estados Unidos continúa utilizando a la clase trabajadora coreana como peones en sus juegos imperialistas En el momento de escribir este artículo, Corea del Norte está intentando negociar la paz con sus vecinos del sur. Al mismo tiempo, Corea del Sur muestra su poderío militar apoyado por Estados Unidos con un nuevo misil balístico lanzado desde un submarino.
La fuerza de la clase obrera
Mientras que la clase trabajadora coreana sufre bajo la doble opresión de la clase capitalista coreana, compuesta por los chaebols (conglomerados industriales coreanos dirigidos por dinastías ricas), y el imperialismo estadounidense, su historia es de combatividad. En 2015, Corea del Sur vio una ola de tres huelgas generales. Liderados por la Confederación Coreana de Sindicatos (KCTU), decenas de miles de trabajadores salieron a las calles para protestar contra la presidenta derechista Park Geun-Hye y sus leyes antiobreras.
En respuesta, el Estado lanzó una represión masiva, con brutalidad policial y detenciones selectivas de líderes sindicales. Aunque las leyes se aprobaron con ajustes menores, la clase trabajadora coreana extrajo lecciones importantes de la lucha.
Este mes, la KCTU se movilizó con una nueva huelga general el 20 de octubre para expresar su ira contra el sistema explotador. Para promover la huelga, la KCTU ha creado su propio anuncio al estilo de El Juego del Calamar, llamado “el Juego de la Huelga General”.
Revolución
Está claro que la conciencia de clase global está creciendo, impulsada por el empeoramiento de las condiciones materiales. El sufrimiento de Seong Gi-Hun y sus compañeros jugadores endeudados en el Juego del Calamar no se limita a la pantalla chica, ni a la propia Corea del Sur. No hay solución bajo el capitalismo, como tampoco la hay a través de juegos empapados de sangre.
Para la clase trabajadora coreana, la tarea es la revolución. Un movimiento obrero unido, agrupado en torno a demandas socialistas concretas, con el apoyo de la KCTU y otras organizaciones obreras, podría expulsar a los patrones y a los imperialistas, y poner a los chaebols y al resto del sistema patronal bajo el control de los trabajadores.