Escrito por: Felicia Pál y Emmanuel Tomaselli
La clase obrera húngara está despertando y el movimiento estudiantil radical está allanando el camino para realizar protestas en todo el país. Desde mediados de diciembre se han organizado protestas a lo largo y ancho del país contra la prolongación de las horas de trabajo. Por primera vez el primer ministro Victor Orbán está bajo presión.
El 12 de diciembre, Fidesz, el partido en el gobierno desde 2010, impulsó una nueva contrarreforma a la Ley de Horas de Trabajo, también conocida como la «ley esclavista», utilizando su mayoría absoluta en el parlamento. Esta nueva medida hará que sea legal para los empresarios exigir 400 horas de tiempo extra por año, y los salarios por las horas extra no tendrán que pagarse durante tres años. De hecho, esto significa la introducción a nivel nacional de una semana de seis días o un año de 14 meses. Orbán enfatiza que este aumento de las horas extraordinarias es «voluntario» y que «los húngaros quieren trabajar más tiempo».
Durante la mayor parte del período posterior a la reintroducción del capitalismo en Hungría (a principios de la década de 1990), los socialdemócratas (ex-estalinistas) estuvieron en el gobierno, a menudo en alianza con los liberales. El último gobierno de este tipo, que actuó como un agente a sueldo para supervisar la venta de Hungría a compañías occidentales, se derrumbó en 2010 en un pantano de mentiras y un Estado al borde de la bancarrota. El castillo de naipes cayó cuando las ilusiones políticas de las masas en el reformismo se derrumbaron y abrieron el camino para que Orbán llegara al poder. Orbán ha utilizado todos los recursos económicos disponibles para desarrollar la clase burguesa húngara y así asegurar una clientela de unos dos millones de votantes para Fidesz. Así, el crecimiento económico y el uso demagógico de la desesperación política de las masas son columnas centrales de apoyo a su gobierno.
“El administrador de las corporaciones”
En contraste con su retórica nacionalista y su abierto racismo, el modelo político-económico de Orbán depende totalmente del capital internacional. Los fondos para infraestructura que aporta la UE y las inversiones de compañías automovilísticas alemanas son económicamente decisivos, superados solo por los contratos económicos con China y Rusia.
Los subsidios de la UE representan hasta el 5 por ciento de la producción económica húngara. Fluyen en una red de redes de empresas afiliadas a Orbán. El más conocido de la nueva clase de «capitalistas estatales» húngaros es el fontanero Mészáros, cuya riqueza se ha multiplicado por veinte en pocos años, y solo en 2017 fundó 82 nuevas empresas y recaudó 1.000 millones de euros en contratos estatales.
La riqueza de Mészáros se estima en 350 millones de euros. Pero esto corresponde solo al beneficio anual de la filial húngara del fabricante de automóviles alemán Audi. Opel, Mercedes-Benz, Suzuki y BMW generan aproximadamente un tercio de las exportaciones húngaras y emplean a decenas de miles de trabajadores. El gobierno húngaro garantiza a estas corporaciones las ganancias más altas y los impuestos más bajos (9 por ciento), una contribución a la seguridad social baja (menos del 20 por ciento del salario) y gran cantidad de mano de obra. Mientras tanto, el gasto en educación y el sistema social se están reduciendo permanentemente, mientras que es literalmente peligroso ser admitido en un hospital público húngaro y no tener dinero para sobornar a los médicos.
En casi todas las fábricas, los flujos de producción se establecieron antes de que hubiera representación de los trabajadores. En consecuencia, las condiciones son altamente explotadoras y las huelgas fueron prohibidas de facto en 2013. Los salarios en Hungría son los terceros más bajos de la UE. Con el fin de garantizar que los grandes salones de actos no se queden sin trabajadores mal pagados, las horas de trabajo ya se han ampliado en los últimos años, la asistencia escolar obligatoria se ha reducido en un año, el acceso a las universidades para jóvenes de familias de la clase trabajadora se ha hecho más difícil y se ha hecho obligatorio que los estudiantes participen en la producción sin recibir salario utilizando la figura de las pasantías.
Pero este débil modelo económico está bajo presión. Por un lado, fuerzas poderosas están presionando para que la ayuda regional de la UE se reduzca a Europa del Este. Por otro lado, la desaceleración económica general significa una reducción de las inversiones. Al mismo tiempo, el modelo de desarrollo de Hungría, como el paraninfo de Europa, se está quedando sin fuerza de trabajo. Entre medio millón y un millón de trabajadores húngaros se han mudado al extranjero en busca de una vida mejor. Por lo tanto, la «ley esclavista» tiene dos resultados: los trabajadores húngaros se vuelven esclavos de sus compañías, y también es una expresión de la debilidad de Orbán, plantada bajo los talones del capital occidental, principalmente el alemán. Los patrones de las multinacionales se benefician mucho del clima de inversión en Hungría, donde los salarios son bajos, los sindicatos son débiles, los impuestos son mínimos y el Estado está dispuesto a hacer cualquier cosa para hacerlos sentir cómodos.
Protestas en la calle
Ya a principios de diciembre, hubo protestas más pequeñas por aumento de salarios, contra la nueva ley laboral y contra el gobierno de Orbán en general. Inicialmente, había entre 2 y 3.000 estudiantes y trabajadores bloqueando algunos de los puentes del Danubio, marchando hacia el edificio del gobierno e intentando romper las barricadas policiales para entrar al parlamento.
Las protestas se intensificaron en los días siguientes, hasta que finalmente, el 16 de diciembre, 20.000 personas se encontraron en las calles de Budapest manifestándose contra Orbán y su partido Fidesz. Trabajadores, estudiantes, políticos de todos los partidos de oposición, sindicatos y ONG’s acudieron a la manifestación. Ondearon banderas de la UE, banderas del partido de extrema derecha JOBBIK, pero también banderas rojas: una novedad en las calles de Budapest. Por primera vez, muchas personas también se unieron a manifestaciones en ciudades más pequeñas, como Györ, Szeged, Miskolc, Debrecen, Veszprém y Békescsaba. Las consignas eran muy generales e incluían: «Orbán: vete a la mierda», «Democracia», «Es suficiente». Probablemente el más conocido es: O1G («Orbán egy geci» / «Orbán es una eyaculación de mierda»). Por supuesto, los años de propaganda estatal, así como las innumerables traiciones de los llamados líderes sindicales, significan que existe una gran confusión política entre las masas. Sin embargo, estos eventos representan una reacción contra la clase dominante.
Durante las manifestaciones, algunos miembros del parlamento de los partidos de oposición intentaron ingresar al edificio de la televisión estatal (MTV) para leer en voz alta las demandas de los manifestantes. Esto recuerda simbólicamente a la Revolución húngara de 1956, cuya memoria está muy viva en la sociedad.
La caída de Orbán: la caída de capitalismo
Las masas han sido despertadas por la reforma inhumana de Orbán y obligadas a salir a la calle. En 2017, hubo grandes protestas por la expulsión de la Universidad Centroeuropea del país. Estas protestas fueron muy pacíficas («tomados de la mano por la democracia») y fueron ignoradas por la policía. El movimiento actual tiene un nuevo carácter: no es la clase media timorata y liberal la que toma las calles, sino los jóvenes radicales y los trabajadores enojados y unos pocos «chalecos amarillos». La gente está enormemente insatisfecha y se ha desarrollado su conciencia de que a la explotación de clase de los que están arriba debe presentársele oposición a través de la solidaridad de quienes están debajo. El aparato estatal está reaccionando y, por primera vez, la policía está tomando medidas enérgicas. Mientras tanto, los medios de comunicación controlados por Fidesz están disparando todos sus cartuchos: el número oficial de manifestantes está siendo subestimado y descrito como una mezcla de enemigos del cristianismo, judíos y anarquistas que fueron reclutados por George Soros.
El aparato de Fidesz definitivamente quiere evitar que las capas atrasadas de la clase trabajadora se introduzcan en el movimiento, pero en el contexto de las enormes presiones que se acumulan sobre estas capas, es más probable que esto suceda tarde o temprano. En contraste con la pseudocrítica liberal hacia el régimen de Orbán, hoy la vida de la clase obrera es el epicentro de la resistencia a Orbán.
La parte más dinámica del movimiento son los estudiantes. A finales de 2018, los estudiantes de ciencias sociales fundaron una organización estudiantil («Hallgatói Szakszervezet»). Su objetivo inicial era luchar por los derechos de los estudiantes, contra los altos costos de matrícula, el bajo número de becas y los altos alquileres; y por la libertad académica en general. Desde la introducción de la «ley esclavista», han ampliado sus perspectivas y están luchando al lado de los sindicatos, especialmente de los trabajadores metalúrgicos, el sindicato más combativo. Juegan un papel central y, a veces, principal en las protestas (especialmente en los bloqueos de calles).
Su consigna más importante es «trabajadores y estudiantes unidos». La mayoría de los sindicatos son muy cautelosos en la forma en la que abordan estas coyunturas. Por lo general, le dan un ultimátum al gobierno y, de acuerdo con el debate y las críticas internas, amenazan con una huelga general en la que los líderes de los sindicatos realmente no tienen confianza. En realidad, los líderes sindicales esperan que, por primera vez puedan ser reconocidos como socios negociadores por el gobierno de Orbán.Los acontecimientos del 19 de enero serán importantes para la continuación inmediata de la lucha pues será el próximo día de acción a nivel nacional, y se está coordinando principalmente en las redes sociales. Pero independientemente de cómo se desarrolle esta ronda de huelgas, la lucha contra la ley esclavista es un punto de inflexión en la historia reciente de Hungría. Las luchas laborales reivindicativas, que se pueden contar con los dedos de una mano en los últimos años, aumentarán. Esto se derivará de la nueva ley, combinada con la escasez general de mano de obra, que otorga a los trabajadores más influencia y, sobre todo, del despertar político de la clase trabajadora y la juventud.
Las organizaciones estudiantiles, que ya son la fuente de inspiración más importante para los activistas de la clase trabajadora, podrían desempeñar un papel central en este proceso. A los ojos de la Corriente Marxista Internacional la consigna popular: “Estudiantes libres: trabajadores libres” significa la liberación de la clase obrera y de los jóvenes de un sistema capitalista en crisis, porque la crisis en Hungría es solo una expresión de una crisis capitalista internacional.
La burguesía autoritaria y mafiosa que gestiona la mesa de trabajo barata de las empresas extranjeras, se corresponde con lo que el capitalismo tiene para ofrecer a la clase trabajadora de la «periferia» de Europa. La integración desigual de Hungría en el mercado mundial no permite objetivamente que una vida digna para los trabajadores y sus familias se logre a través de reformas dentro del capitalismo. Por lo tanto, decimos: ¡no a la ley esclavista, abajo Orbán, por los Estados Unidos Socialistas de Europa!