La madrugada del 26 de octubre, el huracán Otis azotó la bahía de Acapulco y los municipios cercanos, especialmente Coyuca de Benítez. Hasta ahora se han reportado 50 muertes, pero es probable que la cifra sea más grande en la medida de que es complicado tener información precisa en las zonas pobres, ya que muchas de ellas en realidad son asentamientos irregulares, que rodean a la ciudad de Acapulco.
Se habla de una afectación del 80% de todas las edificaciones turísticas de Acapulco, algunas con algún daño; otras muchas, las más pobres, tienen una pérdida total. Pero lo más desastroso es que alrededor de 270 mil viviendas fueron dañadas. Más de 500 mil personas se quedaron sin servicio eléctrico y a la fecha, a 5 días de la tragedia, aún hay unas 200 mil de ellas que aún no cuentan con este servicio.
Como es natural, en un ambiente caótico como el que se vivió en las primeras horas posteriores a la tragedia, decenas de establecimientos comerciales fueron saqueados por turbas que, en muchos casos, se veían arrastradas por la desesperación, pero también por el oportunismo de la delincuencia organizada, que no vacila en aprovechar tragedias como ésta para medrar.
Conforme avanzan los días, la necesidad de atención para los cientos de miles de damnificados se vuelve creciente, los 120 hospitales de distintos niveles sufrieron daños, no hay agua potable y alimentos suficientes para atender las carencias de la población trabajadora y los pueblos vecinos en la región.
Resulta de llamar la atención el despliegue de más de 15 mil elementos del Ejército para proteger la propiedad privada y no a la población, así como el hecho de que la acción del gobierno estatal y federal ha sido angustiosamente lenta.
Una vez más, como ha ocurrido en otros casos, ha sido la iniciativa espontanea de la población en general la que ha jugado el papel que el gobierno no ha querido o no ha podido proporcionar.
Esta tragedia tomo desprevenido al gobierno, en parte porque en muy pocas horas Otis pasó de tormenta tropical a huracán categoría 5, fenómeno que ha sido atribuido a los daños que el capitalismo ha provocado al medio ambiente. La ola de críticas de la reacción de derechas hipócrita, no se ha hecho esperar, y que como animales carroñeros quieren sacar tajada en su beneficio. Debemos poner un freno a estos elementos que ya tuvieron la oportunidad de gobernar al país y generaron un desastre. Pero la mejor forma de oponernos a esta reacción, no es simplemente justificando los límites del actual gobierno, pues quienes seguimos pagando los platos rotos de este desastre, somos los trabajadores, lo que tenemos que hacer es defender una postura crítica de clase a favor de los intereses del proletariado y fortaleciendo nuestra organización como clase.
No cabe duda de que la ayuda humanitaria es de gran importancia y exhortamos a todos los trabajadores a que aporten todo lo que sea posible en los centros de acopio. No obstante, esto no basta. Se habla que los daños son superiores a los 15 mil millones de dólares, una cifra que representa aproximadamente el 24 % del presupuesto de salud de este año, que asciende a los 55 mil millones de dólares.
Otro aspecto que destacar es la inexistencia o total ineficacia de la infraestructura necesaria para evitar daños como los que los trabajadores de Acapulco sufrieron. Es un hecho que la mayor parte de los beneficios que la gran burguesía hotelera obtiene no se reinvierten en seguridad, sino que simplemente se emplean en los negocios más lucrativos para ellos.
Es importante la organización desde abajo de los trabajadores de la industria turística de Acapulco, llamando al gobierno a que se inicie de inmediato la reconstrucción de la ciudad haciendo énfasis en mecanismos de prevención para evitar nuevas catástrofes, así como la expropiación de las grandes cadenas hoteleras poniéndolas bajo el control de los propios trabajadores. Son los trabajadores los más indicados para señalar las necesidades de desarrollo en todos los aspectos. Con una industria nacionalizada y administrada democráticamente se puede conseguir que las grandes ganancias de la industria turística realmente lleguen a los trabajadores, los cuales son la base de la prosperidad que alguna vez vivió el puerto y que seguramente en poco tiempo retornará.
Es necesaria la organización por barrios y colonias pobres, para coordinar los apoyos a las zonas más necesitadas y al mismo tiempo evitar que las organizaciones criminales medren con la tragedia o incrementen sus aéreas de control.
Por supuesto, urge la aprobación inmediata de un presupuesto equivalente a 15 mil millones de dólares para la reconstrucción inmediata del puerto de Acapulco, pero también de las comunidades aledañas, puesto que perdieron todo su patrimonio en un santiamén.
Basta de regatear apoyos. Acapulco renacerá con el trabajo arduo de todos los trabajadores, es justo que esta industria sea mantenida bajo su control democrático y se beneficien de sus ganancias.
¡Por la organización de los trabajadores!