Se ha desatado una tormenta en Washington, poniendo a Trump a la defensiva por primera vez en meses. El escándalo, al que se ha dado el nombre de «Signalgate», ha dominado los titulares de todos los principales medios de comunicación burgueses esta semana.
Todo empezó con la revelación de que altos funcionarios estadounidenses invitaron, sin darse cuenta, a Jeffrey Goldberg, editor jefe de The Atlantic y antiguo guardia de un campo de prisioneros israelí, a un chat grupal de Signal creado para coordinar los ataques estadounidenses contra Ansar Allah (también conocidos como «los hutíes») en Yemen.
The Atlantic ha publicado la mayor parte del contenido, al tiempo que preserva su buena fe proimperialista ocultando obedientemente cualquier cosa que considere excesivamente comprometedora para la CIA. A pesar de la autocensura de la revista, los mensajes sacan a la luz el edificio podrido del imperialismo estadounidense.
En público, Trump y otros líderes de MAGA han desestimado el asunto como una «caza de brujas», un «engaño» y algo «injusto». A puerta cerrada, están afilando los cuchillos contra el asesor de Seguridad Nacional Michael Waltz, creador del grupo Signal, quien asumió «toda la responsabilidad» por el vergonzoso episodio. Hay inquietud en las filas de Trump, lo que significa que podrían rodar cabezas para proteger al jefe.
Celebración alegre de la muerte y la destrucción
La discusión sobre el atroz crimen sin provocación que el imperialismo estadounidense cometió en Yemen ha sido ahogada por la estúpida especulación de los medios capitalistas sobre qué personalidades pueden ser despedidas por la filtración.
Las bombas estadounidenses alcanzaron barrios abarrotados y una clínica oncológica en construcción en la ciudad de Saada. Según fuentes locales, los ataques estadounidenses han matado al menos a 57 personas hasta ahora, entre ellas mujeres y niños.
Esta es solo la más reciente atrocidad imperialista estadounidense cometida contra Yemen. Tres presidentes de EE. UU. —Obama, Biden y Trump— armaron y financiaron la horrible guerra de Arabia Saudí contra el país durante más de 10 años. Al menos 377.000 yemeníes han muerto a causa de la violencia, las enfermedades y las privaciones, incluidos no menos de 85.000 niños a los que se mató por inanición deliberada a manos del imperialismo saudí y estadounidense.
En solidaridad con los palestinos, los hutíes han lanzado misiles y drones armados contra buques mercantes y navales en el mar Rojo desde el estallido del genocidio de Israel en Gaza, respaldado por Estados Unidos. Como resultado, han logrado interrumpir el transporte marítimo a través del Canal de Suez, un corredor vital para el comercio mundial.
A pesar de las numerosas provocaciones, los hutíes no atacan indiscriminadamente el transporte marítimo en el mar Rojo. Lo que han hecho es imponer su propia versión de «sanciones» a Israel, en respuesta al bloqueo de la ayuda humanitaria por parte del régimen sionista y a la reanudación de los ataques contra Gaza.
A diferencia de los regímenes reaccionarios de Arabia Saudí, Egipto, los Estados del Golfo, Jordania, etc., son el único gobierno del mundo musulmán que arriesga su vida tratando de ayudar a los palestinos. Como resultado, se han ganado el respeto y la admiración de toda la región, y la ira de los imperialistas.
En respuesta, EE. UU. inició una guerra de facto contra Yemen para garantizar los beneficios de los magnates navieros y el suministro de armas a Israel. Los últimos ataques, que coinciden con la decisión de Netanyahu de romper el alto el fuego en Gaza, elevan a casi 200 el número de muertos en Yemen a causa de EE. UU.
Los participantes del chat de Signal celebraron la destrucción de todo un edificio de apartamentos supuestamente para matar a un solo oficial militar hutí. Waltz informó de esta agresión descarada contra uno de los países más empobrecidos y devastados por la guerra en la Tierra con una repugnante cadena de emojis: «».
Disensiones en el bando de Trump
El vicepresidente JD Vance no estaba convencido inicialmente del plan de ataque, preocupado de que causara un aumento en los precios del petróleo. Vance finalmente dio su bendición a la operación, después de ofrecer una conmovedora nota de preocupación por la seguridad de las refinerías de petróleo saudíes, que podrían ser vulnerables a represalias hutíes.
La política exterior imperialista es una extensión de la política interna de los capitalistas. Trump volvió al poder prometiendo acabar con la inflación, revertir el deterioro del nivel de vida y marcar el comienzo de una nueva edad de oro del capitalismo estadounidense. Pero las encuestas de opinión sobre su gestión de la economía ya están cayendo. Un conflicto regional en Oriente Medio, que podría enzarzar a Irán, hundiría la economía estadounidense (y mundial) y correría el riesgo de arrastrar a Trump con ella.
Trump se enfrenta a un problema irresoluble en Oriente Medio. Necesita estabilidad en la región para poder centrarse en reducir la presencia del imperialismo estadounidense en el hemisferio occidental y apuntar a su mayor competidor, el creciente imperialismo chino. También necesita precios bajos de la energía para combatir la inflación.
Pero, a pesar de venderse como un candidato de «paz» el pasado noviembre, Trump se enfrenta a la realidad de tener que gestionar el declive del imperialismo estadounidense. Los imperialistas estadounidenses quieren restaurar la «libertad de navegación» en el Mar Rojo y el Canal de Suez para garantizar la estabilidad económica. Pero sus únicos medios para intentar hacerlo son las bombas y los misiles, que causan una carnicería inhumana en Yemen y amenazan con desestabilizar aún más toda la región.
El secretario de Defensa, Pete Hegseth, señaló en el chat que no actuar suponía el riesgo de ceder la iniciativa y, por lo tanto, un grado de control sobre cómo se desarrolla la última ronda de conflictos en Oriente Medio. Según Vance, esta posición aparentemente refleja el «consenso» de los asesores de política exterior de Trump, y por lo tanto los ataques siguieron adelante.
El tiempo dirá si estos bombardeos marcan el comienzo de una renovada ofensiva general contra Yemen, o si se trata de un acto aislado calculado simplemente para, en palabras de Vance, «enviar un mensaje» a Irán.
Europa y el Canal de Suez
Los mensajes de Signal también ponen de relieve el divorcio en curso entre el imperialismo estadounidense y el europeo. Es significativo que lo más sustancial de la transcripción de la conversación comience con JD Vance quejándose de que son las fuerzas estadounidenses, en lugar de las europeas, las que están tomando medidas para reabrir el Mar Rojo y el Canal de Suez.
Según sus cifras, solo el 3 % del comercio que pasa por el canal llega a Estados Unidos, en comparación con el 40 % del comercio europeo. Vance lamentó tener que «rescatar» a los europeos de nuevo.
Hegseth se sumó a la discusión, refiriéndose a la «aprovechada» Europa como «PATÉTICA». Más tarde, la conversación giró en torno a conseguir que Europa «remunerara» a EE. UU. por sus servicios contra los hutíes.
Cuando se le preguntó qué pensaba de los comentarios de Vance y Hegseth, Trump, con su estilo inimitable, respondió: «¿De verdad quieres que responda? Sí, creo que han estado aprovechándose».
Este comentario simplista de los círculos más altos del ejecutivo estadounidense tocó un punto sensible en Europa. Según informóPolitico:
«Es aleccionador ver la forma en que hablan de Europa cuando creen que nadie está escuchando», dijo un diplomático de la UE… «Pero al mismo tiempo esto no es sorprendente… Es solo que ahora vemos su razonamiento en todo su esplendor poco diplomático».
Un funcionario de la UE dijo que Vance «resulta ser el ideólogo en esta ocasión, pero está destinado a cometer errores y, finalmente, a fallar». Después de eso, en algún momento Estados Unidos volverá a ser un socio fiable, dijo el funcionario.
Un segundo diplomático de la UE coincidió en que la historia sugería que Estados Unidos volvería algún día a su papel de aliado sólido para Europa. «Por el momento, y a pesar de las a veces amables palabras diplomáticas, la confianza está rota», dijo el diplomático. «No hay alianza sin confianza».
Los europeos mantienen la esperanza de volver a la «fiabilidad» y restablecer la «confianza», presumiblemente si los demócratas vuelven al poder y cuando lo hagan, pero toda la experiencia apunta a lo contrario. Aunque Trump es un acelerador, el creciente conflicto entre Europa y EE. UU. tiene su origen en realidades económicas fundamentales.
El capitalismo europeo está en declive a largo plazo, y el capitalismo estadounidense quiere ralentizar su trayectoria por el mismo camino. Cuando estaba en ascenso, el imperialismo estadounidense respaldó la estabilidad europea extendiendo su paraguas militar por todo el continente. Ahora, Europa se ha convertido cada vez más en una carga, ya que los imperialistas estadounidenses se enfrentan a preocupaciones más acuciantes, sobre todo el auge de China.
Las actitudes trumpistas hacia Europa, como revelan las filtraciones de Signal, no son más que un reconocimiento más explícito y decidido de la situación real que el establishment liberal estadounidense está dispuesto a decir abiertamente.
Pero sus acciones hablan por sí solas. La Ley de Reducción de la Inflación de Joe Biden fue vista en las capitales europeas como un acto de guerra comercial. Peor aún, Biden provocó la guerra de Ucrania sabiendo que debilitaría las economías europeas, en particular la de Alemania.
La participación estadounidense en la destrucción del gasoducto Nord Stream 2, o al menos su aquiescencia, fue un acto de guerra cinética y económica, si es que alguna vez hubo uno. Esto es lo que los liberales estadounidenses «de confianza» piensan realmente de sus «amigos» europeos.
Levantar el velo
Tras meses de confusión, luchas internas y patético encogimiento ante Trump, los Demócratas están a la ofensiva. No, por supuesto, porque se opongan al asesinato criminal de mujeres y niños yemeníes. El único «crimen» que cometieron Trump y sus compinches fue «poner en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos» y levantar el velo del imperialismo estadounidense ante el mundo entero.
Los Demócratas se pronunciaron durante una audiencia del Comité de Inteligencia del Senado el 25 de marzo, acusando a la administración Trump de incompetencia y de poner en riesgo la seguridad de los soldados y espías estadounidenses. Los políticos liberales exigen la dimisión de Hegseth y Waltz.
Mientras tanto, los Demócratas de la Cámara de Representantes están preparando una resolución en la que piden a la administración que entregue los documentos relacionados con este incidente, que esperan someter a votación en los próximos días.
No es el bombardeo continuo de Yemen ni el apoyo de Trump a la renovada matanza de Israel en Gaza lo que provoca tal indignación por parte de los demócratas. ¡Todo lo contrario! Su preocupación no es otra que el éxito de estas escandalosas políticas estadounidenses, que Trump solo ha adoptado de sus predecesores demócratas.
La clase capitalista necesita un aliado fiable que les ayude a asegurar recursos vitales en Oriente Medio. Israel es la única opción que les queda. Los liberales y MAGA representan diferentes alas de esa clase, pero ambos están unidos en esta cuestión. Esto nos dice todo lo que necesitamos saber sobre el partido del «mal menor» de Estados Unidos.
¡Abajo el imperialismo estadounidense!
Los comunistas revolucionarios vemos estas filtraciones como una oportunidad de oro para desenmascarar las verdaderas maquinaciones que se desarrollan tras bambalinas del poder burgués. Mientras los medios proimperialistas se inquietan nerviosamente por la habilidad de los funcionarios de más alto rango de Trump, el RCA reconoce que la naturaleza caótica del trumpismo es parte integrante de la crisis cada vez más profunda del régimen burgués en Estados Unidos.
Sea cual sea el destino de Waltz y Hegseth, podemos estar seguros de que no se parecerá en nada al de personas como Julian Assange, Edward Snowden, Chelsea Manning y Jack Teixeira, quienes, independientemente de sus motivaciones, prestaron un servicio a la clase trabajadora mundial al revelar al público diversos aspectos de los crímenes imperialistas, y afrontaron consecuencias que les cambiaron la vida por sus esfuerzos.
La RCA lucha por el establecimiento de un gobierno obrero en Estados Unidos. Este gobierno pondrá fin a las políticas imperialistas de la clase capitalista, un esfuerzo que incluirá la divulgación completa de la diplomacia secreta, los planes militares, las operaciones de contrainteligencia y mucho más del antiguo gobierno capitalista. Hasta que llegue ese día, los comunistas estadounidenses lucharemos para exponer todos los planes y crímenes de la clase dominante.
Trump está a punto de anunciar su nuevo paquete arancelario en lo que él denominó «día de la libertad». Comentaristas, políticos, diplomáticos y directores ejecutivos se apresuran a averiguar qué es lo que se avecina. Trump, como es habitual, ha hecho esperar a todo el mundo. Pero aunque los detalles no están claros, la dirección del viaje sí lo está.
Trump está preparando una avalancha de anuncios para el 2 de abril. Sus aranceles sobre los automóviles, anunciados el 26 de marzo, ya causaron nerviosismo en los mercados, sobre todo entre las marcas europeas y asiáticas que dependen en gran medida del mercado estadounidense.
Trump parece haber decidido que el 25 por ciento es un buen tipo arancelario. Ahora ha anunciado aranceles de este nivel para México, para Canadá, para el acero, el aluminio y ahora para la industria automovilística. Su objetivo está muy claro: quiere obligar a las empresas a trasladar la producción a Estados Unidos, y no solo el montaje de vehículos, sino el aluminio, la transmisión, los motores, etc. Y no solo para los automóviles, aunque es una parte especialmente importante de la economía mundial, sino para los productos farmacéuticos, etc.
Mientras que México y el Reino Unido han intentado convencer a Trump para que elimine los aranceles, China, la UE, Japón y Canadá se están preparando para responder con la misma moneda, y Trump ha amenazado repetidamente con tomar represalias por su parte, incluso en mitad de la noche del 26 de marzo. Esta es la receta para una guerra comercial. No sería la primera guerra comercial en la que se involucra Trump, por supuesto. Ya se involucró en una con China en su primer mandato, pero esta vez no se enfrenta solo a China, sino al mundo entero.
Lo que sucedió en la década de 1930
Se están estableciendo paralelismos inmediatos con la década de 1930, y hay algunos paralelismos. Tras el crac de 1929, las distintas naciones de Europa y Estados Unidos recurrieron al proteccionismo para intentar exportar la crisis.
Estados Unidos introdujo la Ley Arancelaria Smoot-Hawley en 1930, elevando los aranceles a una media del 20 por ciento. Esto y las contramedidas adoptadas por otras naciones provocaron el colapso de las exportaciones e importaciones estadounidenses. Al igual que ahora, Canadá se vio afectado y tomó represalias. No es casualidad que Trump esté utilizando ahora algunas cláusulas olvidadas de esa ley para imponer esta última ronda de aranceles.
Inicialmente, la ley tuvo el efecto de reactivar la economía estadounidense, pero a medida que la recesión se hizo notar en 1931 tras el colapso del Creditanstalt en Austria, los efectos fueron aún más graves. Tanto las exportaciones como las importaciones estadounidenses cayeron en aproximadamente dos tercios y, en 1932, la producción industrial se había desplomado en un 46 por ciento.
Muchas naciones europeas siguieron su ejemplo. El Reino Unido introdujo la preferencia imperial en 1932, lo que dificultó las exportaciones al Reino Unido desde fuera del Imperio Británico, y otros países, como Francia, fueron aún más lejos en su proteccionismo.
Pero no fueron solo las barreras comerciales formales las que moldearon las nuevas relaciones comerciales. Uno tras otro, los países abandonaron el patrón oro. Es decir, abandonaron el tipo de cambio fijo entre la moneda (libra, dólar, franco, etc.) y el oro.
El abandono del patrón oro supuso un colapso en el valor de la moneda, lo que dio a los países en cuestión una ventaja competitiva sobre sus rivales. Por lo tanto, no es de extrañar que los países que se mantuvieron más tiempo en el patrón oro (Francia, EE. UU.) tuvieran que recurrir a medidas más proteccionistas. Trotsky lo señaló en 1934: «Las desviaciones del patrón oro desgarran la economía mundial con más éxito que los muros arancelarios».
En general, el comercio mundial cayó un 66 %, un golpe devastador para la economía mundial. Esto se reflejó en un colapso de la producción industrial en Alemania del 41 %, en Francia del 24 % y en el Reino Unido del 23 %. Al mismo tiempo, debido al desempleo masivo y al colapso general de la economía, el precio de los productos se desplomó, exacerbando la crisis endémica de sobreproducción.
La crisis, por supuesto, no la causó el proteccionismo, sino que el proteccionismo fue una consecuencia de la crisis, que a su vez la exacerbó masivamente.
La limitación del Estado nación
La razón de esto radica en el propio desarrollo de la economía. Una y otra vez, los marxistas han señalado que a medida que las fuerzas productivas (maquinaria, ciencia, tecnología, educación, etc.) se desarrollan, chocan con los límites del Estado nación. Lenin lo expuso con contundencia en El imperialismo: fase superior del capitalismo, por ejemplo. En ese libro explicó cómo se desarrolló el imperialismo a medida que los monopolios superaron el mercado nacional.
Ahora bien, lo que los políticos, presionados por la crisis, intentaban hacer era intentar retroceder en el tiempo. Hay un claro paralelismo con la actualidad. Trotsky escribió sobre el inútil intento:
«Se pone cabeza abajo la tarea progresiva de cómo adaptar las relaciones económicas y sociales a la nueva tecnología, y se plantea cómo restringir y coartar las fuerzas productivas de manera de hacerlas encajar en los viejos límites nacionales y en las caducas relaciones sociales. En ambas orillas del Atlántico se derrocha no poca energía mental para resolver el fantástico problema de cómo hacer para que el cocodrilo vuelva al huevo de gallina. El ultramoderno nacionalismo económico está irrevocablemente condenado por su propio carácter reaccionario; retrasa y disminuye las fuerzas productivas del hombre». (El nacionalismo y la economía, 1933)
Y ese fue precisamente el efecto de las diversas medidas que adoptaron los gobiernos. Al intentar retroceder en el desarrollo de las fuerzas productivas, al obligarlas a volver a la camisa de fuerza del Estado nación, es decir, el mercado nacional, no lograron reactivar la economía, sino hundirla en la depresión.
Al final, la economía sí se recuperó, tras la destrucción de enormes fuerzas productivas durante la Segunda Guerra Mundial, y con la ayuda de los partidos socialdemócrata y comunista para estabilizar el capitalismo. En Occidente, el imperialismo estadounidense salió de la guerra como potencia completamente dominante, y la economía encontró un nuevo equilibrio.
Estados Unidos persuadió a los imperialismos francés, alemán y británico para que cooperaran en la reconstrucción de Europa tras la guerra. Se creó una nueva institución encargada de abrir los mercados, el GATT, que se convirtió gradualmente en la OMC.
En Europa, se creó la Comunidad del Carbón y del Acero. Trotsky señaló esta necesidad económica ya en 1923:
«En el fondo la guerra plantea la necesidad que tienen las fuerzas productivas de un escenario más amplio de desarrollo, sin ser bloqueadas por murallas arancelarias. Similarmente, en la ocupación del Ruhr tan fatal para Europa y la humanidad, encontramos una expresión distorsionada de la necesidad de unir el carbón del Ruhr con el hierro de Lorena. Europa no puede desarrollarse económicamente en el marco de las fronteras estatales y aduaneras impuestas en Versalles. Europa está obligada a remover sus fronteras, o a enfrentar la amenaza de una decadencia económica total. Pero los métodos adoptados por la burguesía en el poder para superar las fronteras que ella misma creó sólo están acelerando el caos existente y acelerando la desintegración.». (¿Es apropiado el momento para la consigna: los Estados Unidos de Europa?, 1923)
En otras palabras, ya en 1923, Trotsky previó la necesidad económica de esta unidad económica, que precisamente unía las industrias del carbón y el acero de Francia, Alemania Occidental, los Países Bajos y Bélgica. Esto se debía a que en las pequeñas naciones de Europa, las limitaciones que el Estado-nación imponía al desarrollo de la economía eran aún mayores.
Como sabemos, la Comunidad del Carbón y del Acero resultó insuficiente. Con el tiempo, al igual que el GATT, amplió su alcance y se convirtió en la Comunidad Europea y luego en la Unión Europea. En cada paso del camino, el imperialismo estadounidense estuvo presente y apoyó una mayor integración de Europa, porque les convenía en ese momento. La razón por la que hubo que ampliar el alcance limitado inicial de estas organizaciones no es difícil de entender, si se parte del punto de vista de que las fuerzas productivas, a medida que se desarrollan, acaban superando al Estado nación.
Es decir, a medida que los monopolios se desarrollaban en la Unión Europea, en las nuevas industrias emergentes, como la fabricación de automóviles y los productos químicos, tensaban las limitaciones del Estado nación y necesitaban una salida en el mercado europeo. Por lo tanto, necesitaban eliminar una barrera tras otra. Y debido a que la economía, en general, estaba creciendo, era posible una cierta división amistosa de los beneficios. Esto fue así sobre todo porque Estados Unidos, que tenía las industrias más avanzadas y productivas, estaba ahí para seguir impulsando el libre comercio.
La clase capitalista en general se benefició de este nuevo régimen. En particular, era un régimen de relativa estabilidad política y social. Había suficientes beneficios para repartir e incluso se hicieron concesiones significativas a los trabajadores. Y, mientras tanto, la Unión Soviética estaba ahí como una amenaza siempre presente.
Un nuevo repunte de la economía era posible en estas condiciones y bajo este régimen. La productividad del trabajo aumentó masivamente en todos los sentidos. A lo largo de los años cincuenta y sesenta, esto fue acompañado por los correspondientes aumentos salariales en términos reales. Debido al aumento de la productividad, los trabajadores de Occidente pudieron permitirse un nivel de vida como nunca antes habían tenido: casas, coches, televisores, educación, sanidad, pensiones, etc.
Pero todo esto fue precisamente porque las fuerzas productivas pudieron seguir desarrollándose bajo un régimen de mayor especialización, mayor libertad de comercio, etc. La división mundial del trabajo fue esencial para el desarrollo continuo de las fuerzas productivas.
Junto con este desarrollo se produjo naturalmente el desarrollo de monopolios masivos que dominaron el mercado mundial. Las empresas menos productivas, al ser menos eficientes y carecer de la maquinaria más avanzada, quebraron o fueron compradas por sus rivales más grandes. No es el momento de tratar esta cuestión en detalle, pero si nos fijamos en cualquier industria importante, ya sea de materias primas, componentes o productos acabados, hoy en todas están concentradas en unas pocas empresas.
Pero, contrariamente a los sueños de los partidarios del libre mercado, es precisamente la libre competencia la que da origen a estos monopolios.
El proteccionismo hoy en día
Volviendo a la cuestión de hoy, hemos llegado a un mundo mucho más desarrollado y mucho más integrado económicamente que en la época de Trotsky. Desde 1960, la economía mundial ha crecido, en términos reales, aproximadamente ocho veces su tamaño. Sin embargo, el volumen del comercio mundial se ha multiplicado por veinte y, en términos de valor, aún más.
Cuando Estados Unidos se embarcó en su racha proteccionista en 1930, la relación entre el comercio y el PIB era de alrededor del 9 por ciento, ahora es más del 25 por ciento. Y para la industria manufacturera es aún más decisivo. El valor de la producción manufacturera de Estados Unidos es de 2,3 billones de dólares, pero el valor de las exportaciones manufactureras de Estados Unidos es de 1,6 billones de dólares. Eso no significa que el 70 % de los productos manufacturados se produzcan para la exportación (los componentes pueden cruzar la frontera varias veces antes de terminar en el producto final), pero muestra el grado de integración de la manufactura con el mercado mundial.
Así pues, cuando Estados Unidos y el resto del mundo se embarcan ahora en otra borrachera proteccionista, lo hacen desde un punto de partida muy diferente. Si se quisiera, como dijo Trotsky, «hacer retroceder al cocodrilo hasta el huevo de gallina», eso supondría una tremenda destrucción de las fuerzas productivas y una miseria incalculable.
Los economistas burgueses son muy conscientes de este hecho, por lo que han declarado «nunca más» al proteccionismo. Pero como tantos «nunca más» económicos, como la impresión de dinero, ha tenido que dar paso al desarrollo real de los antagonismos internacionales y de clase.
Trump no inventó el proteccionismo. En la actualidad, existen 4650 restricciones a la importación entre los países del G20, según Global Trade Alert, lo que supone diez veces más que en 2008. Estados Unidos está intentando cortar las alas a la economía china, algo que lleva intentando hacer desde 2018. Hay aranceles de EE. UU. y la UE contra China para los vehículos eléctricos. Está la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) de Biden, varios intentos de subvencionar la producción nacional de chips, etc. Todo esto precedió al segundo mandato de Trump. Esta ya era la dirección de la hoja de ruta antes de que él volviera a la escena. Mientras que durante todo un período histórico, el comercio mundial creció más rápido que la economía mundial, este ya no es el caso.
La guerra comercial de Trump es sin duda una aceleración en esta dirección. Nadie sabe hasta dónde llegará esta guerra, pero la agencia Fitch Ratings especula que el tipo arancelario medio de EE. UU. podría alcanzar el 18 %, frente al 8 % actual, lo que supondría el nivel más alto desde 1934.
Los planes de Trump plantean dificultades particulares para la economía mundial, cuya lógica no es solo imponer aranceles al producto final (como los automóviles), sino a todos los componentes de los automóviles. Esto plantea la posibilidad de que no solo se aplique un arancel único del 25 %, sino que haya que pagarlo varias veces, en distintas etapas del proceso de producción.
«Cada vez que una pieza cruza una frontera, se le aplicará un impuesto», dijo. Un ejemplo que dio Abuelsamid es el de un fabricante de automóviles que no quiso nombrar y que le dijo que obtiene los materiales para fabricar arneses de cables de Japón. Esos materiales van a México para convertirse en el arnés de cables, luego esos arneses se envían a Texas para ser conectados a un airbag. Luego se envían de vuelta a la planta del fabricante de automóviles en México para ser instalados en un asiento de coche. Luego, el vehículo se envía de vuelta a Estados Unidos».
Cuando la industria automovilística estima que podría terminar añadiendo entre 4.000 y 12.000 dólares al precio del coche, se refiere a esto. Este arnés aquí se grava efectivamente dos veces. Esto también significará que los exportadores estadounidenses perderán aún más capacidad para competir en el mercado mundial, ya que tendrán que gravar sus componentes varias veces antes de exportarlos.
Lo que hace este arancel general, y esto es probablemente bastante deliberado desde el punto de vista de Trump, es deshacer las cadenas de suministro globales. Pero esto es extremadamente costoso. BMW, por ejemplo, tiene tres plantas principales en Europa que producen motores, cada una de ellas especializada en motores particulares para modelos particulares de automóviles. Construir otra fábrica para producir motores solo para el mercado estadounidense sería extremadamente costoso. Lo mismo ocurre con cualquier otra pieza del automóvil que no se produzca ya en EE. UU. Cualquier contramedida de la UE, China y Japón que afecte a los componentes producidos en EE. UU. empeorará inevitablemente la situación.
Una posición proletaria
¿Cuáles son entonces los intereses de la clase trabajadora en todo esto? El dirigente del sindicato estadounidense de trabajadores del automóvil UAW, Shawn Fain, ha elogiado a Trump «por dar un paso adelante para poner fin al desastre del libre comercio que ha devastado a las comunidades de clase trabajadora durante décadas».
Sin duda, tiene razón. El desmantelamiento de la base industrial de Michigan ha tenido un efecto devastador en toda la región. Pero no es posible volver a meter al genio en la lámpara, y el intento de Trump de hacerlo tendrá consecuencias devastadoras.
Tampoco podemos defender la política de libre comercio, precisamente porque nos ha llevado a este punto en primer lugar. La política de libre comercio es la política de cerrar fábricas, devastar comunidades, todo con la promesa de que a la larga todo será para mejor.
Los socialdemócratas alemanes, en vísperas de la victoria de Hitler, propusieron precisamente una política tan demencial. Dejemos que la crisis se extienda por la clase trabajadora; al final todo será para mejor. Solo que el camino hacia el equilibrio económico pasó por el fascismo y la guerra mundial. Hoy en día, eso no está en las cartas en el futuro inmediato, pero la miseria que trae el capitalismo de libre comercio está ahí para que todos la vean.
Trotsky señala precisamente cómo el fin del libre comercio está vinculado a la crisis misma:
«La libertad de comercio, como la libertad de competencia, como la prosperidad de la clase media, pertenecen irrevocablemente al pasado. Conducirnos al pasado es ahora la única medicina de los reformadores democráticos del capitalismo».
Los que discuten en ambos bandos —los partidarios del libre comercio y los proteccionistas— quieren restaurar la sociedad a su estado anterior a la crisis, pero ninguno tiene la capacidad de hacerlo. Ni el restablecimiento de la libertad de comercio ni la creación de nuevas barreras arancelarias resolverán la crisis.
La verdad es que son precisamente el desarrollo de las fuerzas productivas y el mercado mundial los que han hecho posible el capitalismo nacional y han creado la crisis económica más extensa que el mundo haya experimentado jamás. Toda la situación es una en la que las fuerzas productivas se rebelan contra el Estado nación y la propiedad privada. Dejamos las últimas palabras a Trotsky:
«En consecuencia, para salvar a la sociedad no es necesario detener el desarrollo de la técnica, cerrar las fábricas, conceder premios a los agricultores para que saboteen a la agricultura, transformar a un tercio de los trabajadores en mendigos, ni llamar a los maníacos para que hagan de dictadores. Ninguna de estas medidas, que constituyen una burla horrible para los intereses de la sociedad, es necesaria. Lo que es indispensable y urgente es separar los medios de producción de sus actuales propietarios parásitos y organizar la sociedad de acuerdo con un plan racional. Entonces será realmente posible por primera vez curar a la sociedad de sus males. Todos los que sean capaces de trabajar deben encontrar un empleo. La jornada de trabajo debe disminuir gradualmente. Las necesidades de todos los miembros de la sociedad encontrarán la posibilidad de una satisfacción creciente. Las palabras “pobreza”, “crisis”, “explotación”, saldrán de circulación. La humanidad podrá cruzar finalmente el umbral de la verdadera humanidad.» (El marxismo y nuestra época, 1940)
Un espectro recorre Europa. Este horrible fenómeno ha aparecido de repente, como por arte de magia negra, conjurado desde la más oscura fosa del infierno por un malévolo demonio, para asolar y atormentar a las buenas gentes de la Tierra, perturbar su descanso y sus peores pesadillas.
Lo peor de este fenómeno es precisamente que nadie parece capaz de explicarlo. Se presenta como una fuerza de la naturaleza aparentemente imparable, que arrasa con todo. En un espacio de tiempo asombrosamente corto, ha logrado hacerse con el control del país más rico y poderoso de la Tierra.
Todas las fuerzas combinadas de los grandes y los buenos, todos los defensores del “orden internacional basado en normas”, todos los defensores de los valores tradicionales, todos se han unido para derrotar a este monstruo de iniquidad.
Nuestra maravillosa prensa libre, que todo el mundo sabe que es la principal defensora de la libertad y la libertad de expresión, se unió como un solo hombre para librar la buena batalla en defensa de la democracia, la libertad y la ley y el orden.
Pero todos han fracasado.
El nombre de este espectro es Donald J Trump.
Pánico
La absoluta bancarrota intelectual de la clase dominante queda demostrada por la total incapacidad de los estrategas del capital para comprender a la situación actual, y mucho menos para ofrecer una predicción satisfactoria de los acontecimientos futuros.
Esta decadencia intelectual ha alcanzado su nivel más bajo en las personas de los líderes políticos de Europa. Han llevado a este continente, antaño poderoso, directamente a un pantano de decadencia económica, cultural y militar, reduciéndolo a un estado de completa impotencia.
Tras haber sacrificado todo en beneficio del imperialismo estadounidense durante décadas y haberse acostumbrado al humillante papel de serviles secuaces de Washington, ahora se encuentran abandonados por sus antiguos aliados y abandonados a su suerte.
Su estupidez ha quedado ahora completamente al descubierto con la derrota en Ucrania y el colapso de sus absurdos sueños de derrotar a Rusia y destruirla como potencia. Por el contrario, ahora se encuentran con una Rusia poderosa y resurgente, dotada de un enorme ejército, pertrechada con las armas más modernas y curtida por años de experiencia en batalla.
En esta coyuntura crítica, se encuentran repentinamente abandonados por la potencia que se suponía iba a acudir en su defensa. Ahora corren como pollos sin cabeza, desviviendose en su prisa por expresar su apoyo eterno e inquebrantable a Volodymyr Zelensky.
Despotrican y se enfurecen contra el hombre de la Casa Blanca, al que consideran el único responsable del desastre que de repente se ha abatido sobre ellos.
Pero todo este coro histérico no es más que una expresión de pánico, que, a su vez, no es más que una expresión de miedo: miedo puro, ciego, destilado. Detrás de la falsa fachada de desafío, estos líderes están paralizados por el terror, como un conejo cegado por los faros de un coche que se acerca.
¿Cuál es la verdadera razón?
Si somos capaces de ignorar, por un momento, la cacofonía de quejas, protestas e insultos, y tratamos de encontrar lo que todo ello significa, a través de la densa niebla de la histeria mediática, empieza a aparecer el tenue esbozo de la verdad.
Para cualquier persona con medio cerebro, es evidente que una crisis de tal magnitud no puede ser obra de un solo individuo, aunque esté dotado de poderes sobrehumanos. Se trata de una “explicación” que no explica nada. Más que a la ciencia política, se asemeja al turbio reino de la demonología.
“Con Trump, la agenda mundial cambiará, nos guste o no. La batalla contra el colapso climático sufrirá un duro golpe, las relaciones internacionales se volverán más transaccionales, la lucha de Ucrania contra la agresión rusa puede ser apuñalada por la espalda, y Taiwán estará mirando el cañón de un arma china. Las democracias liberales de todo el mundo, incluida Gran Bretaña, también se verán sometidas a un nuevo asedio por parte de sus propios imitadores de Trump, impulsados por las redes sociales que desprecian la verdad.
“Los votantes estadounidenses han hecho algo terrible e imperdonable esta semana. No deberíamos tener reparos en decir que se han alejado del ethos y las normas compartidas que han dado forma al mundo, generalmente para mejor, desde 1945. Los estadounidenses han llegado a la conclusión de que Trump no es “raro”, como brevemente estuvo de moda afirmar, sino la corriente dominante. Los votantes salieron el martes y votaron raro en gran número. Los estadounidenses deben vivir con las consecuencias de ello”. (The Guardian, 6 de noviembre de 2024)
Y aquí estamos. The Guardian, la expresión más repulsiva y descarada de la hipocresía liberal, culpa de todo al pueblo estadounidense, que ha cometido el imperdonable pecado de votar en unas elecciones democráticas libres y justas a un candidato que no es de su agrado.
Pero, ¿cómo explicar esta aberración espantosa? Según nos informa The Guardian con toda franqueza, es el resultado de la supuesta “rareza” del pueblo estadounidense. La definición de “rareza” es evidentemente cualquier cosa que no coincida con los prejuicios del consejo de redacción de The Guardian.
Lo que realmente quieren decir es que el electorado estadounidense -es decir, millones de hombres y mujeres corrientes de clase trabajadora- no son realmente aptos para ejercer el derecho al voto, ya que son orgánicamente “raros”.
Hablando claro, todos los estadounidenses están naturalmente inclinados al racismo, al odio a las minorías y a una incomprensible aversión a los principios del liberalismo burgués. Esto los hace naturalmente reacios a la democracia e inclinados al fascismo, tal como lo representa, por supuesto, Donald Trump.
Pero, ¿de dónde viene esta rareza? ¿Y eran también “raros” los mismos electores estadounidenses cuando votaron a Joe Biden o a Obama? Evidentemente, en aquel momento estaban preeminentemente cuerdos. ¿Qué ha cambiado?
Lo extraño aquí no es la conducta de los votantes estadounidenses, cuyas decisiones fueron en realidad bastante racionales y pueden comprenderse fácilmente, sino sólo las contorsiones mentales de la miserable tribu pequeñoburguesa de escribas liberales, cuyo compromiso con la democracia evidentemente se detiene por completo en cuanto el electorado vota “en el sentido equivocado”.
Su concepción de la democracia -que uno puede apoyar las elecciones, sólo si resultan en la elección de candidatos que son de nuestro agrado- me parece un tanto “rara”. Sin embargo, la anulación de las recientes elecciones en Rumanía la confirma de forma sorprendente.
Las autoridades rumanas anularon la primera vuelta de las elecciones presidenciales de diciembre porque no les gustaba que un candidato que desaprobaban, Călin Georgescu, las hubiera ganado. No contentos con ello, le impidieron concurrir a la repetición de las elecciones presidenciales de mayo.
Estas acciones contaron con el pleno apoyo de los dirigentes de la UE en Bruselas. Por supuesto, The Guardian también aplaudió la cancelación de unas elecciones con todo el entusiasmo posible. Esta es, obviamente, la forma de evitar que gente como Donald Trump gane unas elecciones.
¡Viva! ¡Tres hurras por la democracia!
¡El fascismo ha llegado!
Desde el principio, los medios de comunicación lanzaron una ruidosa campaña denunciando a Trump como fascista. He aquí algunos ejemplos tomados al azar de la prensa:
Le Monde: “Las primeras semanas de Trump como presidente han bastado para dar a la pesadilla del giro de Estados Unidos hacia el fascismo una sensación de realidad”.
The New Yorker: “¿Qué significa que Donald Trump es un fascista?”.
The Guardian: “El neofascismo de Trump ya está aquí. Aquí tienes diez cosas que puedes hacer para resistir”.
Todo tipo de figuras del establishment se han pronunciado en el mismo sentido. Mark Milley, general retirado del Ejército de Estados Unidos que fue el vigésimo jefe del Estado Mayor Conjunto, lanzó una advertencia funesta a Estados Unidos:
“Es la persona más peligrosa de la historia. Tenía sospechas cuando hablé contigo sobre su deterioro mental y demás, pero ahora me doy cuenta de que es un fascista total. Ahora es la persona más peligrosa para este país”.
Kamala Harris estuvo de acuerdo en que Trump era un fascista, aunque Joe Biden se limitó a describir a Trump sólo como un “semifascista“.
No obstante, ha advertido repetidamente de que Trump representa un peligro para la democracia, una opinión compartida por muchos, como el fiscal general de Arizona, que concluye que: “Estamos al borde de una dictadura”.
Anthony Scaramucci, que fue brevemente secretario de prensa de la Casa Blanca con Donald Trump, se expresó con mayor franqueza, diciendo simplemente: “Es un puto fascista, es el fascista de los fascistas.”
Como era de esperar, muchas figuras prominentes de la “izquierda” han unido sus estridentes voces al coro de denuncias. Alexandria Ocasio-Cortez (a quien a menudo se presenta como una demócrata “socialista”) se lamenta:
“Estamos en vísperas de una administración autoritaria. Esta empieza a ser la cara del fascismo del siglo XXI”.
Y así, la tediosa letanía se repite sin cesar, día tras día. La intención es bastante clara: la repetición constante de la misma idea acabará convenciendo a la gente de que debe ser cierta. Estas nubes de aire caliente producen mucho calor, pero muy poca luz.
¿Qué es el fascismo?
Ahora bien, está perfectamente claro que aquí el término fascismo no pretende ser una definición científica, sino simplemente un insulto vulgar, más o menos el equivalente a “hijo de puta”, o palabras por el estilo.
Ese tipo de invectiva puede servir a un propósito útil, permitiendo a individuos frustrados desahogarse y descargar su rabia contra algún individuo que no es de su agrado. Al instante sienten una sensación de alivio psicológico y se van a casa satisfechos en la convicción de que, de alguna manera, han hecho avanzar la causa de la libertad, anotándose una tremenda victoria política sobre el enemigo.
Lamentablemente, estas victorias carecen de todo valor práctico. Este radicalismo terminológico no es más que la expresión de una rabia impotente. Incapaz de asestar ningún golpe real al odiado enemigo, uno obtiene una sensación de satisfacción mediante el simple recurso de lanzarle improperios desde una distancia segura.
Para quienes estamos interesados en librar batallas reales contra enemigos reales, en lugar de luchar contra molinos de viento como Don Quijote, se requieren otras armas más serias. Y el primer requisito para un verdadero comunista es la posesión de un riguroso método científico de análisis.
El marxismo es una ciencia. Y como todas las ciencias, posee una terminología científica. Palabras como “fascismo” y “bonapartismo” tienen, para nosotros, significados precisos. No son meros términos de insulto, ni etiquetas que puedan pegarse convenientemente a cualquier individuo que no cuente con nuestra aprobación.
Comencemos con una definición precisa del fascismo. En el sentido marxista, el fascismo es un movimiento contrarrevolucionario, un movimiento de masas compuesto principalmente por el lumpen proletariado y la pequeña burguesía enfurecida. Es utilizado como ariete para aplastar y atomizar a la clase obrera y establecer un Estado totalitario en el que la burguesía entrega el poder del Estado a una burocracia fascista.
La característica principal del Estado fascista es la centralización extrema y el poder absoluto del Estado, en el que los bancos y los grandes monopolios están protegidos, pero sometidos a un fuerte control central por parte de una burocracia fascista grande y poderosa. En “¿Qué es el nacionalsocialismo?”, Trotski explica:
“El fascismo alemán, como el italiano, se elevó al poder sobre las espaldas de la pequeña burguesía, que se convirtió en un ariete contra las organizaciones de la clase obrera y las instituciones de la democracia. Pero el fascismo en el poder es, menos que nada, el gobierno de la pequeña burguesía. Por el contrario, es la dictadura más despiadada del capital monopolista”.
Tales son, en términos generales, las principales características del fascismo. ¿Cómo se compara esto con la ideología y el contenido del fenómeno Trump? Ya hemos tenido la experiencia de un gobierno de Trump, que -según las funestas advertencias de los demócratas y de todo el establishment liberal- procedería a abolir la democracia. No hizo tal cosa.
No se tomaron medidas para limitar el derecho de huelga y manifestación, y menos aún para abolir los sindicatos libres. Se celebraron elecciones como de costumbre, y finalmente, aunque en medio de un alboroto general, Trump fue sucedido por Joe Biden en unas elecciones. Digan lo que quieran del primer gobierno de Trump, pero no guardaba relación alguna con ningún tipo de fascismo.
El principal asalto contra la democracia fue, de hecho, dirigido por Biden y los demócratas, que llegaron a extremos extraordinarios para perseguir a Donald Trump, movilizando a todo el poder judicial para arrastrarlo ante los tribunales por innumerables cargos, con la intención de acusarlo a toda costa, ponerlo entre rejas y evitar así que se presentara de nuevo a la presidencia.
Todos los medios de comunicación se movilizaron en una despiadada y constante campaña de vilipendio y difamación, que acabó creando un clima en el que se produjeron al menos dos atentados contra su vida. Sólo por casualidad escapó al asesinato (aunque lo atribuye a la protección del Todopoderoso).
Una utopía reaccionaria
La ideología del trumpismo -en la medida en que existe- está muy lejos del fascismo. Lejos de desear un Estado fuerte, el ideal de Donald Trump es el del capitalismo de libre mercado, en el que el Estado desempeña un papel escaso o nulo.
Su programa representa un intento de volver a las políticas de Roosevelt – no de Franklin Delano Roosevelt, el autor del New Deal, sino de Theodore Roosevelt, que fue presidente antes de la Primera Guerra Mundial.
“Hay una sensación de déjà vu en el aire. Donald Trump sorprendió a sus aliados el martes 7 de enero al no descartar el uso de la fuerza para retomar el Canal de Panamá o comprar Groenlandia. Con este farol, el presidente electo revive la vieja tradición del imperialismo estadounidense de principios del siglo XX.
“La ‘edad de oro’, que comenzó tras la Guerra de Secesión, es con la que sueña Trump: estuvo marcada por la acumulación de fortunas colosales, la corrupción generalizada y unos aranceles introspectivos que protegían la industria estadounidense y hacían que no existiera el impuesto sobre la renta.
“Sobre todo, fue definida por el imperialismo para asegurar la hegemonía estadounidense sobre el hemisferio occidental. Durante este periodo, EEUU compró Alaska a los rusos (1867), invadió Cuba, Puerto Rico y Filipinas – “liberadas” en 1898 del colonialismo español- y excavó el Canal de Panamá, terminado en 1914.”
En otras palabras, Donald Trump desea retroceder el reloj cien años a una América imaginaria que existía antes de la Primera Guerra Mundial, una América en la que los negocios prosperaban y los beneficios se disparaban, en la que la libre empresa prosperaba y el Estado la dejaba en paz, en la que América se sentía libre para ejercer sus jóvenes y poderosos músculos con el fin de ejercer su dominio sobre México, Panamá y todo el hemisferio occidental, expulsando al decrépito colonialismo español de Cuba, para convertirla en su lugar en una colonia estadounidense.
Se piense lo que se piense, es un modelo que tiene muy poco que ver con el fascismo. Y esta atractiva visión de la historia carece de toda sustancia real o relevancia para el mundo del siglo XXI.
La era de Teddy Roosevelt era una época en la que el capitalismo aún no había agotado completamente su potencial como sistema económico progresista. Y Estados Unidos, una nación sana, pujante, recién industrializada, que ya había establecido su superioridad sobre las viejas potencias de Europa en aspectos importantes, apenas empezaba a ejercer como potencia decisiva en el mundo.
Toda una época ha pasado desde entonces, y los EE.UU. se enfrentan a una configuración de fuerzas totalmente diferente, tanto interna como externamente. Los esfuerzos de Trump por devolver el reloj al mundo tal y como era en aquellos lejanos días están condenados al fracaso, naufragando por el cambio de la situación mundial y el equilibrio de fuerzas de clase dentro de EEUU. Es, de hecho, una utopía reaccionaria.
Volveremos sobre estos puntos más adelante. Pero antes, debemos ajustar cuentas con los intentos histéricos y totalmente erróneos tanto de la izquierda como de la derecha por explicar el misterioso fenómeno de Donald J. Trump.
Un método erróneo
“La gran importancia práctica de una correcta orientación teórica se manifiesta con más evidencia en las épocas de agudos conflictos sociales, de rápidos virajes políticos o de cambios abruptos en la situación. … Precisamente en esos períodos surgen necesariamente toda clase de combinaciones y situaciones transicionales, intermedias, que superan los patrones habituales y exigen una atención teórica continua y redoblada. En una palabra, sí en la época pacífica y “orgánica” (antes de la guerra) todavía se podía vivir a expensas de unas cuantas abstracciones preconcebidas, en nuestra época cada nuevo acontecimiento forzosamente plantea la ley más importante de la dialéctica: la verdad es siempre concreta..” (Bonapartismo y fascismo, León Trotski, 1934)
Con demasiada frecuencia, me parece que cuando la gente de izquierdas se enfrenta a un fenómeno nuevo, que parece desafiar todas las normas y definiciones existentes, tiende a buscar etiquetas. Y luego, una vez encontrada una etiqueta conveniente, buscan hechos que la demuestren.
Ellos dicen: Oh, sí. Sé lo que es. Es esto o aquello: fascismo, bonapartismo o cualquier otra cosa que se les ocurra. Ese es un método equivocado. Es lo contrario del materialismo dialéctico. Y no lleva a ninguna parte. Es un ejemplo de pensamiento perezoso: la búsqueda de soluciones fáciles para resolver cuestiones nuevas y complicadas.
Lejos de aclarar nada, lo único que hace es distraer la atención de las cuestiones reales y llevarnos a un debate interminable y bastante inútil sobre cuestiones que se han introducido artificialmente y que no hacen más que aumentar la confusión, en lugar de responder a las preguntas que hay que responder.
En sus Cuadernos filosóficos, Lenin explicó que la ley fundamental de la dialéctica es la objetividad absoluta de la consideración: “no ejemplos, no digresiones, sino la cosa misma”.
Esa es la esencia del método dialéctico. Lo contrario de la dialéctica es el hábito de poner etiquetas a algo e imaginar que, al hacerlo, lo hemos comprendido.
Mi buen amigo John Peterson me comentó recientemente que Donald Trump era “un fenómeno”. Creo que es correcto. No hay necesidad de compararlo con ninguna otra figura de la historia. Debemos aceptar que Donald Trump es como – Donald Trump. Y debemos tomarlo tal como es y analizar lo que es, de hecho, un nuevo fenómeno sobre la base de hechos concretos, no de meras generalidades.
¿Bonapartismo?
El artículo de Trotski Bonapartismo y fascismo ofrece una definición muy precisa y concisa del bonapartismo desde un punto de vista marxista:
“Sin embargo, un gobierno que se eleva por encima de la nación no está suspendido en el aire. El verdadero eje del gobierno actual pasa por la policía, la burocracia y la camarilla militar. Estamos enfrentados a una dictadura militar-policial apenas disimulada tras el decorado del parlamentarismo. Un gobierno del sable como juez-árbitro de la nación: precisamente eso se llama bonapartismo.”
La esencia del bonapartismo, que puede aparecer bajo diferentes disfraces, es siempre la misma: una dictadura militar.
“En el momento en que la lucha de dos estratos sociales -los que tienen y los que no tienen, los explotadores y los explotados- alcanza su tensión más elevada, se han creado las condiciones para la dominación de la burocracia, la policía y la tropa. El gobierno se vuelve “independiente ” de la sociedad.”
Estas líneas son cristalinas. Pero, ¿cómo se compara todo esto con la situación actual en Estados Unidos? No se compara en absoluto. Seamos claros al respecto. La clase dominante sólo recurrirá a la reacción en forma de bonapartismo o fascismo como último recurso. ¿Es realmente esa la situación actual? No cabe duda de que en la sociedad estadounidense existen poderosas tensiones que están provocando una grave desestabilización del orden existente.
Pero imaginar que la lucha de clases ha alcanzado la fase crítica, en la que el dominio del capital está amenazado de derrocamiento inmediato y la única solución para la clase dominante es entregar el poder a un régimen bonapartista, es pura fantasía. Todavía no hemos llegado a esa fase, ni nada que se le parezca.
Por supuesto, es posible señalar tal o cual elemento de la situación actual del que pueda decirse que es un elemento del bonapartismo. Puede ser. Pero se podrían hacer comentarios similares de casi cualquier régimen democrático burgués reciente.
En la Gran Bretaña “democrática” de Tony Blair, el poder pasó en la práctica del Parlamento electo al Gabinete, y de éste a una minúscula camarilla de funcionarios no electos, compinches y asesores. Hubo, sin duda, elementos de lo que podría llamarse un régimen de bonapartismo parlamentario.
Sin embargo, el mero hecho de contener ciertos elementos de un fenómeno no significa todavía la aparición real de ese fenómeno como tal. Se podría decir, por supuesto, que hay elementos del bonapartismo presentes en el trumpismo. Sí, se podría decir eso. Pero los elementos no representan todavía un fenómeno plenamente desarrollado.
Como señala Hegel en la Fenomenología:
“No nos contentamos con que se nos enseñe una bellota cuando lo que queremos ver ante nosotros es un roble, con todo el vigor de su tronco, la expansión de sus ramas y la masa de su follaje.”.
Este método incorrecto conduce a un sinfín de errores. En primer lugar, se intenta aplicar una definición externa a un fenómeno. Luego uno se aferra a ella a toda costa, e intenta justificarla con todo tipo de ejemplos “ingeniosos” de la historia que se traen de los pelos.
Entonces, como la noche sigue al día, llega otro y dice, no: no, eso no es bonapartismo. Y producen hechos igualmente “ingeniosos” para demostrar que el bonapartismo es otra cosa.
Ambos tienen la misma razón y están equivocados. ¿Adónde llegamos cuando entramos en este tipo de argumento circular? Como una pescadilla que se muerde la cola, no llegamos a ninguna parte.
Si bien es cierto que el uso de analogías históricas precisas a veces puede aportar clarificación, no es menos cierto que la yuxtaposición irreflexiva y mecánica de fenómenos esencialmente diferentes es una receta segura para la confusión.
Por ejemplo, creo que sería bastante correcto y adecuado describir el régimen de Putin en Rusia como un régimen bonapartista burgués. Ese es un ejemplo de analogía útil. Pero en el caso de Trump, es más complicado que eso.
El problema es que el bonapartismo es un término muy elástico. Abarca una amplia gama de cosas, empezando por el concepto clásico de bonapartismo, que es básicamente el gobierno por la espada.
El actual gobierno de Trump en Washington, a pesar de sus muchas peculiaridades, sigue siendo una democracia burguesa.
Son precisamente esas peculiaridades las que tenemos que examinar y explicar. Y como, sinceramente, nos vemos incapaces de encontrar nada remotamente parecido en la historia -antigua o moderna- que se le pueda comparar, y como no tenemos definiciones prefabricadas que se puedan hacer encajar, sólo nos queda una alternativa: EMPEZAR A PENSAR.
La crisis del capitalismo
El gran filósofo Spinoza decía que la tarea de la filosofía no era ni llorar, ni reír, sino comprender. Para entender a Donald J Trump, debemos dejar de lado la pseudociencia de la demonología y afirmar lo obvio.
Para empezar, sea lo que sea, Trump no es un espíritu maligno dotado de poderes sobrehumanos. Es un mortal corriente, en la medida en que un multimillonario estadounidense pueda ser considerado como tal. Y como cualquier otra figura relevante de la historia, las causas reales de su ascenso al poder deben relacionarse, en última instancia, con procesos objetivos de la sociedad.
En otras palabras, debemos considerarlo inevitablemente relacionado con la situación objetiva del mundo en las primeras décadas del siglo XXI.
El principal punto de inflexión en la historia moderna fue la crisis de 2008, que desestabilizó por completo todo el sistema. El capitalismo se encontró al borde del colapso. Cuando Lehman Brothers se hundió, recuerdo vívidamente el momento en que los banqueros expresaron públicamente su temor de que en pocos meses les colgarían de las farolas.
En realidad, esos temores estaban bien fundados. De hecho, todas las condiciones objetivas estaban maduras, en realidad, para la revolución socialista. Eso sólo se evitó con la adopción de medidas de pánico en las que el Estado intervino para salvar a los bancos mediante la inyección de enormes cantidades de dinero público.
Esto contradecía todas las teorías promovidas por los economistas burgueses oficiales durante los treinta años anteriores. Todos estaban de acuerdo en que el Estado no debía desempeñar ningún papel -o un papel mínimo- en la economía. El libre mercado, por sí mismo, resolvería todos los problemas.
A la hora de la verdad, sin embargo, se demostró que esta teoría era falsa. El sistema capitalista sólo se salvó gracias a la intervención del Estado. Pero esto creó nuevas contradicciones en forma de deudas colosales y, en última instancia, insostenibles.
Desde 2008, el sistema capitalista atraviesa la crisis más profunda de la historia. No ha dejado de dar tumbos de un desastre a otro. A cada paso, los gobiernos han recurrido a la misma política irresponsable de financiación del déficit, es decir, imprimir dinero para salir del agujero.
Los miopes estrategas del capital, la miserable tribu de economistas burgueses y los aún más fracasados políticos del establishment asumieron que esta situación – un suministro infinito de dinero sacado de la nada, un flujo inagotable de crédito barato, bajas tasas de inflación y bajos tipos de interés – iba a continuar para siempre. Se equivocaban.
Todo esto no hacía más que acumular contradicción sobre contradicción, preparando el terreno para la madre de todas las crisis en el futuro.
Predije en su momento que todos los intentos de la burguesía por restablecer el equilibrio económico sólo servirían para destruir los equilibrios social y político. Esto es precisamente lo que ha ocurrido.
Las condiciones objetivas para la revolución socialista estaban claramente presentes. ¿Por qué no se produjo? Sólo porque faltaba un factor importante en esta ecuación. Ese factor era la dirección revolucionaria.
Durante todo un periodo, el péndulo osciló bruscamente hacia la izquierda en un país tras otro. Eso se reflejó en el ascenso de toda una serie de movimientos de izquierda que sonaban radicales: Podemos en el Estado español, Syriza en Grecia, Bernie Sanders en Estados Unidos y, sobre todo, Corbyn en Gran Bretaña. Pero eso sólo sirvió para sacar a la luz las limitaciones del reformismo de izquierdas.
Tomemos el caso de Tsipras. Toda la nación griega le apoyaba para desafiar los intentos de Bruselas de imponer la austeridad. Pero capituló. El resultado fue un giro a la derecha.
En el Estado español ocurrió algo parecido. Al principio, Podemos presentaba una imagen de izquierda muy radical. Pero los dirigentes decidieron ser “responsables” y entraron en coalición con el PSOE, con resultados previsibles.
En Estados Unidos, Bernie Sanders surgió rápidamente de la nada para crear un movimiento de masas que buscaba claramente una alternativa socialista. Tenía todas las posibilidades de crear una alternativa de izquierdas viable a demócratas y republicanos. Pero al final, capituló ante el establishment del partido Demócrata, y la oportunidad quedó abortada.
El caso más claro de todos fue el de Gran Bretaña, donde, al igual que Sanders, Jeremy Corbyn surgió de la nada y fue impulsado al liderazgo del Partido Laborista en la cresta de un poderoso movimiento hacia la izquierda. El propio Corbyn no creó este movimiento, pero actuó como punto de referencia del estado de ánimo acumulado de ira y descontento en la sociedad.
El resultado asombró y aterrorizó a la clase dirigente que declaró públicamente que había perdido el control del Partido Laborista. Y era cierto. O más bien, debería haber sido cierto.
Pero a la hora de la verdad, Corbyn no tomó medidas decisivas contra la dirección derechista del grupo parlamentario laborista que, con el apoyo de los medios de comunicación burgueses, organizó una despiadada campaña contra él.
Al final, Corbyn capituló ante la derecha y pagó el precio de su cobardía, que en realidad es una expresión de la falta de carácter orgánica del reformismo de izquierdas en general.
Trump y Corbyn
Aquí vemos un contraste sorprendente con Donald Trump, que también fue objeto de un ataque muy serio por parte del establishment y también de la dirección del propio Partido Republicano. Hizo lo que Corbyn debería haber hecho. Movilizó a su base y la azuzó contra la vieja dirección republicana, que se vio obligada a retroceder.
Esto, por supuesto, no altera el hecho de que Trump sigue siendo un político burgués reaccionario, pero hay que confesar que mostró un coraje y una determinación de los que Corbyn carecía manifiestamente.
También mostró un desprecio absoluto por la llamada corrección política y la política de identidad, que, por desgracia, los reformistas de izquierdas han aceptado totalmente. Esto jugó un papel absolutamente pernicioso en el caso de Corbyn.
Cuando la derecha le atacó por supuesto antisemitismo (una acusación totalmente falsa), retrocedió inmediatamente. Se convirtió en presa fácil para el reaccionario lobby sionista y para toda la clase dominante británica, y rápidamente se vio reducido a una abyecta sumisión, víctima indefensa de su propia adicción a la reaccionaria política identitaria.
Si Corbyn hubiera hecho lo que ha hecho Trump, se habría enfrentado frontalmente a la acusación de antisemitismo, habría movilizado a sus bases y las habría azuzado contra el establishment derechista del Partido Laborista, llevando a cabo una purga a fondo de esos elementos podridos.
De haberlo hecho, sin duda habría ganado. Pero no lo hizo y esto permitió a la derecha laborista pasar a la ofensiva, expulsar a la izquierda -incluido el propio Corbyn- y purgar el partido de arriba abajo. El resultado fue la victoria de Starmer y el experimento del corbynismo acabó en desastre.
La misma experiencia se ha repetido una y otra vez. Y en todos los casos, los dirigentes de la izquierda han desempeñado un papel de lo más lamentable. Han decepcionado a sus bases y han servido en bandeja el poder a la derecha.
Es este hecho -y sólo este hecho- el que explica la actual oscilación del péndulo hacia la derecha, un hecho totalmente inevitable, dada la cobarde capitulación de la izquierda.
Que otros se lamenten de los hechos y lloriqueen por el ascenso de Trump y otros demagogos de derechas. Nosotros respondemos con desprecio: no os quejéis, es enteramente responsabilidad vuestra. Francamente, tenéis lo que os merecéis y ahora todos tenemos que pagar las consecuencias.
¿Qué representa realmente Trump?
Empecemos por lo obvio. Todos estamos de acuerdo en que Donald Trump es un político burgués reaccionario. No vale la pena decirlo. Tampoco deberíamos tener que repetir que los comunistas no lo apoyan de ninguna manera.
Pero al afirmar lo obvio, no avanzamos ni un paso en el análisis del fenómeno de Trump y el trumpismo. Por ejemplo, ¿es correcto decir que no hay diferencia entre Donald Trump y Joseph Biden?
Que ambos son políticos burgueses que defienden esencialmente los mismos intereses de clase es evidente. En ese sentido, podría decirse que son iguales. Sin embargo, hasta el más ciego de los ciegos debería tener claro que, de hecho, existen diferencias muy serias entre ambos, de hecho, un abismo enorme.
El hecho de que, en última instancia, ambos hombres sean políticos burgueses y representen en definitiva los mismos intereses de clase, no excluye en absoluto la posibilidad de que surjan agudas diferencias entre distintas capas de la misma clase. De hecho, ese tipo de conflicto siempre ha existido.
El problema central para la burguesía es que el modelo que aparentemente había garantizado el éxito del capitalismo durante muchas décadas está irrevocablemente roto.
El fenómeno de la globalización, que durante mucho tiempo les permitió superar los límites del mercado nacional, ha llegado ahora a su límite. En su lugar, tenemos el auge del nacionalismo económico. Cada clase capitalista defiende sus propios intereses nacionales frente a los de otras naciones. La era del libre comercio da paso a la era de los aranceles y las guerras comerciales.
Los nostálgicos desesperanzados lamentan la desaparición del viejo orden, pero Donald J. Trump lo abraza con todo el entusiasmo de un converso religioso. Como resultado, ha puesto patas arriba el orden mundial, para rabia y frustración de las naciones más débiles.
Donald Trump invoca así las maldiciones de sus antiguos “aliados” en Europa, que le culpan de todas sus desgracias. Pero él no ha inventado esta situación. Es simplemente su exponente y defensor más extremo y coherente.
La bancarrota del liberalismo
Durante muchos años, la clase dominante y sus representantes políticos en Occidente han estado vendiendo sistemáticamente una imagen pseudoprogresista para ocultar la realidad de la dominación de clase. Han utilizado hábilmente la llamada política de identidad como arma contrarrevolucionaria.
Y los “izquierdistas”, que carecen de una base ideológica propia, se han tragado esta basura a pies juntillas. Esto sólo ha servido para desacreditarlos a los ojos de la clase trabajadora, que mira con incredulidad sus payasadas, discutiendo sobre palabras y repitiendo los tópicos de la llamada corrección política, en lugar de luchar por los verdaderos intereses de los trabajadores, las mujeres y otras capas oprimidas de la sociedad.
Por lo tanto, cuando Donald Trump llega y denuncia la política de identidad y la corrección política, no es de extrañar que toque la fibra sensible de millones de hombres y mujeres corrientes cuyos cerebros no han sido irremediablemente adormecidos por la enfermedad posmodernista.
¿Defienden los liberales la democracia?
Los liberales tienen una visión muy peculiar de la democracia. Como hemos visto, apoyan las elecciones, pero sólo si gana el candidato que ellos apoyan. Si el resultado no es de su agrado, inmediatamente empiezan a gritar que el resultado es injusto, insinuando manipulación de los votos y todo tipo de prácticas turbias, normalmente sin aportar ni una sola prueba.
Lo vimos tras la victoria de Trump sobre Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de 2016. Trump se convirtió en el primer presidente de la historia de Estados Unidos sin experiencia en cargos públicos ni antecedentes militares previos.
En efecto, Trump era un outsider, alguien ajeno al establishment existente en Washington, que ha ostentado el monopolio del poder político durante décadas.
Le vieron como una amenaza para su monopolio y actuaron en consecuencia para subvertir la democracia y anular el resultado de las elecciones. Los demócratas lanzaron el famoso escándalo del “Rusiagate” contra Trump, con la clara intención de echarlo de la presidencia.
Eso equivaldría a un golpe de estado democrático. ¿Una violación de la democracia? Por supuesto, pero si a veces es necesario violar las reglas de la democracia para defenderla, ¡que así sea!
Posteriormente, llegaron a los extremos más extraordinarios para impedir que Donald Trump volviera a ser presidente. Lanzaron un verdadero tsunami de casos legales, con el objetivo de ponerlo tras las rejas.
Hubo cuatro procesos judiciales dirigidos contra Trump personalmente, empezando por el sonado asunto de Stormy Daniels, seguido de la acusación de injerencia electoral en Georgia y, por último, la cuestión de la presencia de documentos clasificados en Mar-a-Lago. Además, hubo más de 100 demandas judiciales contra la administración de Trump.
Los medios de comunicación se movilizaron para aprovechar al máximo el asalto. Pero fracasó por completo. Cada uno de estos casos sólo sirvió para aumentar su apoyo en las encuestas. El resultado final se vio en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 2024.
Con la segunda mayor participación electoral desde 1900 (después de 2020), Trump obtuvo 77.284.118 votos, o el 49,8 por ciento de los votos, el segundo total de votos más alto en la historia de Estados Unidos (después de la victoria de Biden en 2020). Trump ganó los siete estados indecisos.
No fue sólo una victoria electoral; fue un triunfo rotundo. También fue un rechazo total del establishment liberal demócrata.
Su victoria ambién fue un desplante demoledor para los medios de comunicación prostituidos que apoyaron abrumadoramente a Harris. Entre los diarios, 54 apoyaron a Harris y sólo 6 a Trump. De todos los semanarios, 121 apoyaron a Harris y sólo 11 a Trump.
¿Cómo se explica esto?
Trump y la clase trabajadora
Llama la atención la diferencia en la composición de clase de los votos emitidos. Mientras que Harris ganó a la mayoría de los votantes que ganan 100.000 dólares al año o más, Trump ganó a la mayoría de los votantes que ganan menos de 50.000 dólares. No cabe duda de que millones de trabajadores estadounidenses votaron a Donald Trump.
No hay absolutamente nada particularmente sorprendente o “raro” en esto. El atractivo de Trump entre la clase trabajadora tiene una base material. Desde principios de la década de 1980, los salarios reales de la clase trabajadora estadounidense se han mantenido igual o han disminuido, sobre todo a medida que los empleos se externalizaban a otros países, según la Oficina de Estadísticas Laborales. Del mismo modo, el Instituto de Política Económica informa de que los salarios de los hogares con ingresos bajos y medios apenas han crecido desde finales de los años 70, mientras que el coste de la vida ha seguido aumentando.
En muchas ciudades norteamericanas existen condiciones de miseria y privación que se asemejan a las de las ciudades más pobres de América Latina, África o Asia. Y esta pobreza coexiste con la más obscena concentración de riqueza en pocas manos que se haya visto en cien años.
Sin embargo, todo esto es aparentemente invisible para los “progresistas” de clase media. La clase política y la tribu de periodistas y comentaristas bien pagados han estado tan obsesionados con el veneno pernicioso de la política identitaria que han ignorado sistemáticamente los problemas reales a los que se enfrenta la clase trabajadora, ya sean blancos o negros, hombres o mujeres, heterosexuales u homosexuales.
Un ejemplo típico fue la insistencia de los imbéciles políticamente correctos en defender términos como “Latinx” para promover la inclusividad de género. Sin embargo, sólo el 4 por ciento de los hispanos utiliza este término, y el 75 por ciento dice que nunca debería usarse, según Pew Research.
Se abrió así el camino para que demagogos de derechas como Donald Trump dieran voz a la ira acumulada de millones de personas que se sentían justificadamente ignoradas por el establishment liberal de Washington.
Como resultado de esto, en 2024 Trump amplió su base conectando con las comunidades de clase obrera negra y latina.
Esa es la consecuencia directa de la traición de “izquierdistas” como Sanders, que, al no ofrecer ninguna alternativa clara a los liberales, dejaron la puerta abierta de par en par a demagogos de derechas como Trump.
Es un hecho real que, hasta hace poco, incluso el término “clase obrera” apenas aparecía en la propaganda electoral de los principales partidos en Estados Unidos. Incluso los izquierdistas más atrevidos solían referirse a la “clase media”. La clase obrera estadounidense, a efectos prácticos, había dejado de existir.
Puede que haya habido alguna excepción a la regla, pero no es exagerado decir que fue Donald Trump -un demagogo de derechas multimillonario- el único que afirmó defender los intereses de la clase trabajadora en sus discursos. Se podría decir que él fue el único responsable de situar a los trabajadores nuevamente en el centro de la política estadounidense.
No hace falta que nos digan que esto es mera demagogia, retórica vacía sin sustancia. Tampoco hace falta que nos informen de que Trump dice estas cosas para sus propios fines, que están inevitablemente relacionados con los intereses de la clase a la que pertenece.
Eso está perfectamente claro para nosotros. Pero es irrelevante. El hecho es que eso no estaba nada claro para los millones de trabajadores que votaron a Trump en las elecciones presidenciales. Ignoramos este hecho por nuestra cuenta y riesgo.
¿Qué intereses defiende Trump?
No debería ser en absoluto difícil explicar nuestra actitud hacia Trump a cualquier persona pensante. Es muy sencillo. Nosotros decimos:
Este multimillonario defiende los intereses de su propia clase. Todo lo que diga redundará en última instancia en su propio interés y en el de los ricos: los banqueros y los capitalistas. Como la noche sigue al día, esos intereses nunca podrán ser los intereses de la clase obrera.
Sin embargo, para ganarse el apoyo de los trabajadores, a veces dice cosas que a ellos les parecen sensatas. Cuando habla de puestos de trabajo, de empleo, de salarios a la baja, de precios al alza, obtiene naturalmente una respuesta.
Y puede que una o dos cosas de las que dice sean correctas. De hecho, Trump admitió una vez que había tomado varias ideas de los discursos de Sanders y las había utilizado para atraer a los trabajadores.
Sin duda, Trump es un político burgués reaccionario, pero eso no significa que sea exactamente igual que cualquier otro político burgués reaccionario. Al contrario. Tiene su propia interpretación de las cosas, su propia perspectiva, política y estrategia, que difieren en muchos aspectos fundamentales de, por ejemplo, las posiciones de Joe Biden y su camarilla.
En algunos aspectos, sus puntos de vista pueden parecer coincidentes, al menos hasta cierto punto, con los nuestros. Por ejemplo, en su actitud ante la guerra de Ucrania, su disolución de la USAID o su rechazo al llamado “woke”. Que efectivamente pueden existir algunas coincidencias entre lo que dicen los políticos burgueses y lo que pensamos nosotros mismos ya lo explicó Trotski.
“En el noventa por ciento de los casos, los obreros realmente ponen un signo menos donde la burguesía pone un más. Sin embargo, en el diez por ciento, se ven forzados a poner el mismo signo que la burguesía pero con su propio sello, expresando así su desconfianza en ella. La política del proletariado no se deriva de ninguna manera automáticamente de la política de la burguesía, poniendo sólo el signo opuesto (esto haría de cada sectario un estratega magistral). No, el partido revolucionario debe, cada vez, orientarse independientemente tanto en la situación interna como en la externa, llegando a aquellas conclusiones que mejor corresponden a los intereses del proletariado. Esta regla se aplica tanto al período de guerra como al de paz.”
Incluso cuando Trump dice cosas que son correctas, invariablemente lo hace desde el punto de vista de sus propios intereses de clase y con fines reaccionarios con los que no tenemos absolutamente nada en común.
La conclusión es que, en todos los casos, siempre hacemos hincapié en la posición de clase. Por esa razón, es totalmente inadmisible identificarnos con las políticas de Trump. Sería un grave error.
Pero sería un error mucho más grave -de hecho, sería un crimen- estar siquiera por un momento en el mismo bando de los llamados elementos burgueses “liberales” y “democráticos” cuyos ataques a Trump están guiados enteramente desde el punto de vista del establishment burgués reaccionario contra el que Trump está librando una guerra en la actualidad.
¿El mal menor?
Una vez que haces concesiones a acusaciones como fascismo, bonapartismo y supuesta amenaza a la democracia, empiezas a entrar en la pendiente resbaladiza que puede llevarte -incluso inconscientemente- a la posición del mal menor. Y ése es, sin duda, el mayor peligro.
¿Es correcto decir que el régimen de Biden representaba algo progresista en relación con Trump? Así lo vendieron. Y la llamada izquierda lo ha aceptado como buena moneda.
Tratan de argumentar que Trump es un enemigo de la democracia. Pero si se examina la monstruosa conducta de la camarilla de Biden se ve cómo mostró un total desprecio por la democracia hasta el final.
Pensemos en el “férreo” apoyo de Biden al ataque israelí contra Gaza, que le ha valido el apodo de “Joe el Genocida”. O la flagrante represión del derecho de reunión por parte de su administración “democrática”, que golpeó brutalmente a miles de estudiantes y detuvo a 3.200 en todo el país por protestar pacíficamente en solidaridad con Palestina.
Biden prometió ser “el presidente más favorable a los sindicatos de la historia de Estados Unidos”, pero aplastó el derecho a la huelga de los ferroviarios. Prometió acabar con las deportaciones de la era Trump, pero al final expulsó a más inmigrantes indocumentados que su predecesor. La lista continúa.
Hasta el final, Biden se aferró a su cargo mucho después de que incluso su propio partido lo hubiera tachado como no apto para el cargo y lo hubiera destituido como candidato presidencial de los demócratas.
Incluso después de que la inmensa mayoría del electorado votara en contra de los demócratas, siguió ejerciendo sus poderes como presidente, llevando a cabo flagrantes actos de sabotaje para socavar al candidato elegido democráticamente, Trump, e incluso para arrastrar a Estados Unidos al borde de la guerra con Rusia.
Sería difícil imaginar un desprecio más flagrante por la democracia y las opiniones de la inmensa mayoría del pueblo estadounidense. Sin embargo, este gángster y su camarilla siguieron haciéndose pasar por defensores de la democracia frente a la supuesta amenaza de una dictadura.
Muchas otras cosas que hicieron Biden y su pandilla fueron infinitamente más contrarrevolucionarias y desastrosas y monstruosas que cualquier cosa que Trump haya soñado hacer. Esa es la realidad. Sin embargo, encontramos gente en la izquierda que está dispuesta a argumentar que es preferible apoyar a los demócratas contra Trump, ‘para defender la democracia.’
No nos incumbe atarnos a un barco que se hunde, sino, por el contrario, hacer todo lo que esté en nuestra mano para contribuir a hundirlo. No es nuestra política sembrar ilusiones en los liberales y su supuesta democracia, sino desenmascararla como una falsedad cínica y un engaño.
En ¿Adonde va Francia?, Trotski explica que la llamada política del “mal menor” no es más que un crimen y una traición a la clase obrera:
“El partido obrero no debe ocuparse en una tentativa sin esperanza de salvar al partido de los especialistas en quiebras; debe, por el contrario, acelerar con todas sus fuerzas el proceso de liberación de las masas de la influencia radical.” [Redacción: el partido Radical era un partido liberal en el poder en Francia en los años 30].
Es un excelente consejo para nosotros hoy. Al combatir la reacción trumpista, no podemos asociarnos en ningún caso con los demócratas “liberales” en bancarrota.
¡Encuentrar un camino hacia los trabajadores!
Los periodos de transición, como el que estamos viviendo ahora, darán lugar invariablemente a confusión. Con frecuencia nos enfrentaremos a todo tipo de fenómenos nuevos y complicados que no tienen precedentes evidentes en la historia.
Para no perder el equilibrio, es necesario mantener en todo momento la mano firme en las cuestiones fundamentales y no dejarse llevar por este o aquel acontecimiento accidental. La característica principal de la situación actual es que, por un lado, la situación objetiva pide a gritos una solución revolucionaria.
El potencial está ahí. Pero en la actualidad no existe una fuerza lo suficientemente poderosa como para hacerlo realidad. Por lo tanto, por el momento, sigue siendo sólo eso: simplemente un potencial.
Las masas se esfuerzan por encontrar una salida a la crisis. Ponen a prueba a un líder de partido tras otro, pero pronto descubren las deficiencias de todas las organizaciones existentes. Esto explica la inestabilidad política general que se manifiesta en violentos vaivenes en el plano electoral de izquierda a derecha, y viceversa.
A falta de cualquier tipo de orientación por parte de la izquierda, el camino está abierto para todo tipo de aberraciones peculiares y demagogos de la variedad de Trump.
Pueden subir rápidamente, dando expresión a la ira y el descontento de las masas. Pero el contacto con la realidad acaba provocando decepción, preparando una nueva oscilación del péndulo en sentido contrario.
Ver estos acontecimientos en términos puramente negativos sería malinterpretar completamente la situación. Las masas están desesperadas y necesitan soluciones urgentes a sus problemas. Personas como Donald Trump parecen ofrecerles lo que buscan.
Tenemos que entender esto, y no limitarnos a descartar tales movimientos como aberraciones de “extrema derecha” (una frase sin sentido en cualquier caso). Por supuesto, en tales movimientos habrá elementos reaccionarios. Pero su carácter masivo indica que tienen una base contradictoria en la sociedad.
Para encontrar un camino hacia los trabajadores de cualquier país, es necesario tomarlos como son, no como nos gustaría que fueran. Para entablar un diálogo con los trabajadores, debemos partir del nivel de conciencia existente. Cualquier otro enfoque no es más que una receta para la esterilidad y la impotencia.
Si queremos entablar una conversación significativa con un trabajador que tiene ilusiones con Trump, no podemos empezar con denuncias estridentes o acusaciones de fascismo y cosas por el estilo. Escuchando pacientemente los argumentos de estos trabajadores, podemos basarnos en muchas cosas con las que estamos de acuerdo, y luego, utilizando argumentos hábiles, introducir gradualmente dudas sobre si los intereses de la clase obrera pueden realmente ser defendidos por un rico empresario multimillonario.
Por supuesto, en esta fase, nuestros argumentos no tendrán necesariamente éxito. La clase trabajadora en general no aprende de los debates, sino solamente a través de su propia experiencia. Y la experiencia de un gobierno de Trump resultará ser una curva de aprendizaje muy dolorosa.
Por lo tanto, cuando hablamos con los trabajadores que apoyan a Trump, debemos tener un enfoque amistoso y mostrar acuerdo con las cosas con las que podemos estar de acuerdo, para luego señalar hábilmente las limitaciones del trumpismo y defender el socialismo. Las contradicciones acabarán saliendo a la superficie. Sin embargo, a pesar de esto las ilusiones en Trump persistirán por un tiempo.
No se conseguirá nada adoptando una actitud beligerante y hostil hacia los muchos trabajadores honrados que, por razones absolutamente comprensibles, se han unido a la bandera de Trump. Tal enfoque es estéril y contraproducente, y no llevará a ninguna parte.
La historia conoce muchos ejemplos de cómo los trabajadores que primero entran en la arena de la política con puntos de vista extremadamente retrógrados, incluso reaccionarios, pueden moverse rápidamente en la dirección opuesta bajo el impacto de los acontecimientos.
Al principio de la revolución de 1905 en Rusia, los marxistas eran una minoría muy pequeña y aislada. La mayoría de los obreros rusos eran políticamente atrasados y tenían ilusiones en la monarquía y la iglesia.
Al principio, la inmensa mayoría de los obreros de San Petersburgo seguía la dirección del padre Gapon, que colaboraba activamente con la policía. Cuando los marxistas se acercaban a ellos con octavillas que denunciaban al zar, los obreros las rompían y a veces incluso golpeaban a los revolucionarios.
Sin embargo, todo eso se transformó en su contrario tras los sucesos del Domingo Sangriento del 9 de enero. Los mismos obreros que habían roto las octavillas se acercaron ahora a los revolucionarios exigiendo armas para derrocar al zar.
En Estados Unidos, podemos citar un ejemplo similar, muy sintomático aunque mucho menos dramático. Cuando un joven obrero llamado Farrell Dobbs entró en política a principios de los años 30, lo hizo como republicano convencido.
Pero a través de la experiencia de la tormentosa lucha de clases pasó directamente del republicanismo de derechas al trotskismo revolucionario y desempeñó un papel destacado en la rebelión de los Teamsters en Minneapolis en 1934.
En el tormentoso período de lucha de clases que se abrirá en Estados Unidos, veremos muchos ejemplos de este tipo en el futuro. Y algunos de los trabajadores que ahora apoyan con entusiasmo a Trump o demagogos similares, pueden ser ganados para la bandera de la revolución socialista sobre la base de los acontecimientos futuros.
A primera vista, el movimiento Trump parece muy sólido y prácticamente indestructible. Pero se trata de una ilusión óptica. En realidad, se trata de un movimiento muy heterogéneo, plagado de profundas contradicciones. Tarde o temprano, éstas se pondrán de manifiesto.
Los enemigos liberales de Trump esperan que el fracaso de sus políticas económicas provoque una decepción generalizada y la pérdida de apoyo. Tal fracaso es totalmente previsible. La imposición de aranceles ya está siendo recibida con represalias inevitables. Esto debe reflejarse finalmente en pérdidas de puestos de trabajo y cierres de fábricas en las industrias afectadas.
Sin embargo, las predicciones de una desaparición inminente del movimiento Trump son prematuras. Trump ha despertado enormes expectativas y esperanzas entre millones de personas que antes carecían de toda esperanza. Tales ilusiones están muy arraigadas y son lo suficientemente poderosas como para resistir toda una serie de sacudidas y decepciones temporales.
El hechizo hipnótico de la demagogia de Trump tardará en disiparse. Pero tarde o temprano, la desilusión se instalará, y cuanto más tarden los trabajadores en comprender que sus intereses de clase no están representados, más violenta será la reacción.
Donald Trump es ya bastante mayor y, aunque logre esquivar la bala de un asesino, la naturaleza debe imponer tarde o temprano sus leyes de hierro. En cualquier caso, es poco probable que se presente de nuevo a las elecciones presidenciales, incluso si se pudieran cambiar las reglas para permitirlo.
Es imposible imaginar el trumpismo sin la persona de Donald J. Trump. Es precisamente el poder de su personalidad, su indudable habilidad como líder de masas y maestro demagogo, el pegamento que mantiene unido a su heterogéneo movimiento. Sin él, las contradicciones internas que existen en su seno saldrán inevitablemente a la superficie, provocando crisis internas y fracturas en el liderazgo.
J.D. Vance parece el sucesor más probable de Donald Trump, pero carece de la inmensa autoridad y carisma de su líder. Es, sin embargo, un hombre inteligente que bien puede evolucionar en todo tipo de direcciones en función de los acontecimientos. Es imposible predecir el resultado.
Hay una conocida ley de la mecánica que afirma que toda acción tiene una reacción igual y opuesta. Donald Trump es un maestro de la hipérbole. Sus declaraciones demagógicas no conocen límites. Todo lo que promete es maravilloso, tremendo, maravilloso, enorme, etcétera. Y el grado de decepción, cuando finalmente llegue, será correspondientemente enorme.
En un momento dado, su movimiento empezará a fracturarse en líneas de clase. A medida que los trabajadores comiencen a abandonarlo, los elementos pequeñoburgueses enloquecidos probablemente se unirán en lo que será el embrión de una nueva y genuina organización fascista o bonapartista.
A partir de esta situación caótica, el movimiento en dirección a un tercer partido se hará irresistible. Por su propia naturaleza, será un asunto confuso, no necesariamente con un programa de izquierdas o incluso particularmente progresista en primera instancia. Pero los acontecimientos tendrán su propia lógica.
Muchos trabajadores, después de haberse quemado los dedos con el experimento de Trump, buscarán una bandera alternativa que refleje con mayor precisión su ira y su odio profundamente arraigado contra los ricos y el establishment, que no es más que un reflejo inmaduro de su hostilidad instintiva contra el propio sistema capitalista. Esto les empujará bruscamente hacia la izquierda.
No es en absoluto descabellado prever que algunos de los militantes más audaces, dedicados y abnegados del futuro movimiento comunista en América consistirán precisamente en trabajadores que han pasado por la escuela del trumpismo y han sacado de ella las conclusiones correctas. Ha habido muchos precedentes de tales desarrollos en el pasado, como hemos visto.
Por último, quiero dejar clara una cosa. Lo que les he presentado aquí no es una perspectiva totalmente elaborada, ni mucho menos una predicción detallada de lo que ocurrirá en el futuro. Para ello se necesitaría no el método marxista, sino una bola de cristal, que lamentablemente aún no se ha inventado.
Basándome en todos los hechos observables de que dispongo, he presentado un pronóstico muy provisional que, sin embargo, no puede ser más que una conjetura. La situación actual se presenta como una ecuación extremadamente complicada, que tiene muchas soluciones posibles. Sólo el tiempo llenará los vacíos y nos dará la respuesta. La Historia nos deparará muchas sorpresas. No todas malas.
El 8 de marzo, agentes del ICE [Control de Inmigración y Aduanas] de EE.UU. arrestaron a Mahmoud Khalil, estudiante de la Universidad de Columbia y activista pro-palestino. Unos matones se lo llevaron delante de su esposa, que está embarazada de ocho meses, y lo trasladaron a un centro de detención en Luisiana, donde inicialmente se le impidió hablar en privado con su abogado. Khalil tiene una carta verde, que le da derecho legal a vivir y trabajar en Estados Unidos, así como el derecho a «estar protegido por todas las leyes de Estados Unidos, su estado de residencia y las jurisdicciones locales». Sin embargo, la administración Trump busca deportarlo por el «delito» de ejercer su derecho de la Primera Enmienda a oponerse al imperialismo israelí y estadounidense.
Trump quiere dar ejemplo con Khalil y enviar una dura advertencia al resto del movimiento pro-Palestina: os aplastaremos, cueste lo que cueste. Como Trump publicó en las redes sociales: «Este es el primer arresto de muchos que están por venir. Sabemos que hay más estudiantes en Columbia y otras universidades de todo el país que han participado en actividades proterroristas, antisemitas y antiamericanas, y la Administración Trump no lo tolerará».
Para justificar esta represión, Trump y sus compinches están repitiendo calumnias trilladas que equiparan la solidaridad con Palestina con el antisemitismo. En realidad, las protestas que exigen el fin de la matanza genocida del pueblo palestino por parte de Israel, respaldada por Estados Unidos, no tienen nada que ver con el odio hacia el pueblo judío y, de hecho, han atraído el apoyo de muchos estudiantes y trabajadores judíos.
«Escalar el asunto»
La detención de Khalil se produce tras una serie de manifestaciones en el Barnard College, afiliado a Columbia, que comenzaron a finales de febrero y se enfrentaron a una violenta represión por parte de la policía de Nueva York. Khalil fue uno de los estudiantes que negoció con la administración y desempeñó un papel activo en el campamento de solidaridad con Palestina de Columbia en abril de 2024.
Con el estado capitalista y las administraciones universitarias de su lado, los sionistas del campus se han vuelto cada vez más descarados en sus ataques, llamando al ICE a los estudiantes internacionales que participan en actividades pro-Palestina con la esperanza de que se revoquen sus visados.
Como informóThe Forward, existen miles de conexiones entre los estudiantes sionistas de universidades «de élite» como Columbia y la clase dirigente, incluido el aparato estatal:
Ross Glick, un activista proisraelí que anteriormente compartió una lista de manifestantes del campus con las autoridades federales de inmigración, dijo que estaba en Washington, D. C. para reunirse con miembros del Congreso durante la manifestación de la biblioteca de Barnard y que habló de Khalil con ayudantes de los senadores Ted Cruz [republicano] y John Fetterman [demócrata], quienes prometieron «escalar» el asunto. Dijo que algunos miembros de la junta directiva de Columbia también habían denunciado a Khalil a las autoridades.
Al parecer, el asunto «escaló» hasta la Casa Blanca. Seis días después de la protesta en Barnard, Trump publicó: «Se DETENDRÁN todos los fondos federales para cualquier colegio, escuela o universidad que permita protestas ilegales». No fue una amenaza en vano. El 8 de marzo, anunció oficialmente que su administración retiraría 400 millones de dólares en fondos federales de Columbia. Por alguna extraña coincidencia, los agentes del ICE se presentaron en la puerta de Khalil esa misma noche.
Irónicamente, poco antes de su arresto, Khalil envió correos electrónicos al presidente de Columbia pidiendo una garantía de protección, ya que fanáticos sionistas habían estado amenazando con deportarlo. Vivía en una residencia universitaria, y el ICE solo habría podido entrar en la propiedad de la universidad con el permiso de la administración. Esa misma administración ha guardado un inquietante silencio desde que se llevaron a Khalil. Pero no necesitamos esperar un comunicado de prensa oficial para obtener su respuesta a sus apelaciones: respondieron a través de ICE.
«Libertad de expresión»
El ICE es una herramienta para aterrorizar a la clase trabajadora. Los empresarios utilizan la amenaza de ICE y la deportación para disuadir a los trabajadores inmigrantes indocumentados de organizarse y luchar contra su explotación. Ahora, la clase dominante está utilizando el ICE para intimidar y silenciar a los estudiantes internacionales admitidos legalmente.
Técnicamente, el ICE no puede arrestar, detener ni deportar a un residente legal permanente como Khalil. Esa decisión solo puede tomarla un juez y, en teoría, solo puede hacerse si la persona ha cometido un delito. La hoja de parra legal para la detención de Khalil es una ley oscura que establece que el Secretario de Estado puede deportar a cualquier extranjero que represente una amenaza para los «intereses de política exterior» estadounidenses. Esta cínica justificación no puede ocultar el hecho de que perseguir a Khalil por su actividad política es una flagrante violación de la Primera Enmienda, que se supone que prohíbe cualquier ley que «restrinja la libertad de expresión».
No hay otra forma de darle la vuelta. Como «zar de la frontera» de Trump, Tom Homan lo expresó: «Cuando estás en los campus, oigo ‘libertad de expresión’, ‘libertad de expresión’, ‘libertad de expresión’. ¿Puedes pararte en un cine y gritar ‘fuego’? ¿Puedes calumniar? La libertad de expresión tiene limitaciones».
¿Cuáles son estas limitaciones? La «democracia» burguesa no es más que la dictadura de los capitalistas en forma «democrática». Bajo este sistema, la «libertad de expresión» significa que puedes decir lo que quieras, siempre y cuando lo que digas no amenace los intereses de la burguesía.
No existen derechos o protecciones permanentes para la clase trabajadora bajo la ley burguesa, incluso cuando se trata de algo tan básico para la democracia burguesa como la libertad de expresión. Como dijo el filósofo griego Anacarsis en el siglo VI a. C., también debemos decir hoy: «Las leyes son como telarañas; atrapan a los débiles y pobres, pero los ricos y poderosos las hacen pedazos».
Postura trumpista
Los trumpistas se han erigido en firmes defensores de la libertad de expresión frente a la censura liberal «woke». El mes pasado, en Múnich, JD Vance criticó a los líderes europeos por limitar la libertad de expresión de los partidos populistas de derecha, como el AfD alemán. «Me temo que en toda Europa la libertad de expresión está en retroceso», dijo, «así como la administración Biden parecía desesperada por silenciar a la gente por decir lo que piensa, la administración Trump hará precisamente lo contrario».
El caso Khalil desenmascara esta mentira. Los liberales como Biden pronunciaron homilías hipócritas sobre la libertad de expresión y de reunión, mientras enviaban matones armados a aplastar a los manifestantes estudiantiles pacíficos. Trump y su banda, lejos de hacer «precisamente lo contrario», se hacen pasar por defensores de los derechos democráticos mientras infringen los derechos básicos del movimiento de solidaridad con Palestina.
Como el resto de su clase, Trump apoya a Netanyahu y al régimen sionista —el aliado más fiable de Estados Unidos en Oriente Medio— y está tan decidido como su predecesor liberal a aplastar cualquier resistencia al imperialismo estadounidense.
Presión de los multimillonarios
Este último ataque es la culminación de un proceso que ha ido evolucionando en los campus durante años. Incluso antes de la última invasión de Gaza por parte de Israel, los multimillonarios presionaban a las universidades para que tomaran medidas más duras contra los clubes de estudiantes palestinos.
Después del 7 de octubre de 2023, los multimillonarios conspiraron en chats privados de grupo para presionar a los gobiernos locales para que reprimieran los movimientos en los campus y aprovecharon sus grandes donaciones para conseguir que universidades como Harvard y Columbia reprimieran a los activistas solidarios con Palestina como nunca antes.
Después de los campamentos, los administradores de las universidades pasaron todo el verano tramando su venganza. Se aseguraron de que cuando los estudiantes volvieran al campus, se enfrentaran a medidas draconianas. Los campus se militarizaron. La libertad de expresión se vio gravemente restringida, y los estudiantes y profesores pro-Palestina fueron suspendidos, expulsados o despedidos.
Y aun así, no pudieron contener del todo la ira de los estudiantes. Las protestas continuaron hasta el año académico 2024-25, a pesar de la fuerte represión policial, el escarnio público, la revocación de los visados de estudiantes y otras medidas.
Sin embargo, el movimiento pro-Palestina es relativamente débil en la actualidad en comparación con la explosión inicial de ira después del 7 de octubre o el apogeo del movimiento de acampada la primavera pasada. Con menos personas involucradas en la lucha, la clase dominante ve una oportunidad para intentar apagarla.
Saben que la rabia de clase que hierve a fuego lento bajo la superficie de la sociedad, tarde o temprano, llegará a ebullición. Los capitalistas quieren fortalecer el aparato represivo de su estado tanto como puedan antes de futuras batallas de clases. Trump es el vehículo para satisfacer esta necesidad. Está dispuesto a hacer lo que sea necesario para silenciar a los estudiantes pro-Palestina, incluso utilizando a ICE como un instrumento contundente para atacar su derecho a la libertad de expresión.
Combatir la nueva caza de brujas macartista
Las universidades son un microcosmos de la sociedad en general. El movimiento de solidaridad con Palestina es solo una expresión de la creciente rabia que sienten los jóvenes que no ven futuro bajo el capitalismo.
A medida que se intensifique la lucha de clases, la burguesía se verá obligada a levantar aún más el velo y revelar la violencia desnuda de su dominio de clase. Este proceso está desacreditando a todas las instituciones capitalistas. Las universidades, que antes se consideraban faros de la investigación libre, ahora se exponen como lo que siempre fueron: empresas con fines de lucro y baluartes de la ideología capitalista.
Si Trump se sale con la suya, Khalil será la primera víctima de esta nueva caza de brujas macartista. La represión podría tener el efecto deseado a corto plazo, pero la presión dentro de las universidades no hará más que aumentar, abriendo el camino a expresiones más grandes y convulsivas de la lucha de clases en los campus.
Para luchar contra la caza de brujas y defender nuestros derechos básicos, los estudiantes deben luchar, no solo por la libertad de expresión, sino, en última instancia, por el derrocamiento revolucionario del capitalismo. Para tener éxito, deben unirse a la clase trabajadora en general. Esto requiere un partido comunista revolucionario organizado dentro y fuera del campus que pueda poner al descubierto el estancamiento histórico de este sistema podrido y señalar el camino hacia un mundo verdaderamente libre.
Se dice que los avances científicos y tecnológicos son creados para facilitar la vida de la humanidad y sus individuos, pero lo cierto es que su desarrollo responde siempre a las condiciones materiales en las que surge. Esto quiere decir que la tecnología no es neutral, sino que es otra arma en la lucha de clases, subordinada a la acumulación de capital y el control geopolítico.
Frente al avance que hay en Inteligencia Artificial te planteo la pregunta: ¿Piensas que es realmente un progreso para la sociedad?
El modelo R1
Para conocer al protagonista de este artículo, he de presentar a High-Flyer: una de las más grandes firmas de inversión en China, es decir, una empresa gigantesca que gana dinero por acaparar dinero. High-Flyer es propietaria de Deepseek, una empresa de IA que recientemente lanzó su modelo estrella, DeepSeek-R1.
Este producto es la respuesta china a la hegemonía de OpenAI, Google y Microsoft en el campo de la IA. La diferencia con ellas es que R1 es de código abierto, lo que significa que cualquiera con internet puede acceder, estudiar, descargar, instalar y modificar su código para cualquier aplicación. Esta característica no hubiese sacudido al mundo de la tecnología a no ser de su mayor fortaleza: la eficiencia. R1 resulta 50 veces más eficiente que su competencia directa ChatGPT en términos de procesamiento y, por lo tanto, de recursos.
Poniéndonos un tanto técnicos, mencionaré que esa reducción se consiguió con la implementación de módulos especializados que solo se activan cuando la tarea lo requiere; creando el código particularmente para chips con menor capacidad de procesamiento para exprimirlos por completo; sustituyendo la retroalimentación humana por la retroalimentación de otra Inteligencia Artificial en el entrenamiento; leyendo e interpretando frases en lugar de palabras para salvar memoria; entre otras técnicas computacionales.
Es admirable la capacidad creativa del ser humano, más no podemos suponer que estos avances existen de manera abstracta, sino que tienen muchas implicaciones en el mundo fuera de los semiconductores, por ejemplo en la economía. Según la información de la empresa china, todo este desarrollo costó menos de 6 millones de dólares y tardó menos de 2 meses en realizarse. Números que, si se comparan con los 100 mdd invertidos para su competidora estadounidense, explican lo que ocurrió el pasado 27 de enero.
El desplome más grande en la historia de Wall Street
El día 27 de enero del 2025, solamente Nvidia, la líder mundial en microprocesadores, cayó 600 mil mdd. El resto de acciones tecnológicas tuvieron la misma suerte, sumando al final la pérdida de ¡1 billón de dólares ($1,000,000,000,000)! en un solo día para la bolsa. Una caída así solo le pasa a un imperio en decadencia como lo es Estados Unidos. ¿La causa? El lanzamiento de DeepSeek-R1.
Incluso se habla de una frágil burbuja especulativa alrededor de la IA: Una semana antes de su desgracia, el Proyecto Stargate fue anunciado por el gobierno liderado por Donald Trump. Este es un plan que contará con una inversión de 500 mil mdd y busca construir nueva infraestructura para OpenAI. En él están involucradas otras grandes empresas de fondos de inversión como MGX (Emiratos Árabes Unidos) o Softbank (Japón) y otras gigantes de tecnología como Arm (Reino Unido), Nvidia, Microsoft y Oracle (EE.UU.).
Así nos hacemos un poco una idea acerca de las cantidades de dinero y la calidad de los intereses que mueve el imperio estadounidense para conquistar un mercado, pero también nos surge la pregunta —como lo hizo a los accionistas— con la aparición de DeepSeek: ¿Son necesarias tales inversiones? Inmediatamente queda al descubierto el despilfarro en la época actual, así como la incapacidad del sistema económico de generar valor real para la sociedad. A la vez, se concluye que si no cuentas con millones de dólares no puedes hacer propuestas sobre la ciencia, la tecnología o el futuro, así en general.
Para algunas personas, China representa una alternativa a esta enfermedad que sufre el mundo entero llamada Capitalismo. Veamos más de cerca.
Guerra tecnológica imperialista
A pesar de las últimas fluctuaciones, Estados Unidos continúa siendo el imperio hegemónico en muchas industrias, y en materia de semiconductores tiene la capacidad de cerrar el paso de chips avanzados a su más grande rival. La respuesta que consiguió de parte de China, que adaptó su software al material inferior que poseen y con ello dar un giro al panorama de IA, nos deja ver que es imposible para EE.UU. frenar el crecimiento chino. Análogamente, OpenAI es todavía superior a DeepSeek (en la calidad de sus respuestas), pero la ventaja que tiene ya no aparenta ser eterna.
Tras ver estos datos, habrá que tener cuidado para concluir si China propone el siguiente gran avance en la historia humana. Los intereses de uno y de otro país son exactamente el mismo: controlar la mayor parte de la economía del mundo por los medios que sean. Ambas son caras de la misma moneda: potencias imperialistas que usan la IA para controlar mercados, recursos y flujos de información. Si bien, la eficiencia de DeepSeek-R1 representa un avance técnico, esta rivalidad es fundamentalmente geopolítica y, aunque su estrategia difiere en ciertos aspectos, China sigue reproduciendo las mismas lógicas de explotación laboral, censura y control sobre la clase trabajadora.
A la clase obrera mundial, esta carrera tecnológica no le puede generar más beneficios que las migajas que caigan de ella. Por ejemplo, la emoción por el código abierto oculta que mientras México ofrece datos baratos y mano de obra precarizada para entrenar sus algoritmos (como los empleados en maquiladoras digitales de Jalisco o Nuevo León), DeepSeek convierte ese insumo colectivo en propiedad privada de élites en Shanghái y Shenzhen. No es un error que, en 2023, el 78% de las patentes generadas por la empresa en México fueran registradas en China. Así como los imperios europeos con materias primas, China hoy extrae datos, conocimiento y plusvalía en las empresas digitales, pero con un discurso de “cooperación win-win” que, en realidad, enriquece unas pocas manos. En realidad, no importa la nacionalidad de esas manos millonarias (aún siendo mexicanas), a las nuestras se les despojará igualmente. Nos encontramos debajo de una guerra entre imperios capitalistas y no hay en ella un botín para nosotros.
Te repito la pregunta: ¿Es realmente un progreso para la sociedad?
La dignidad no se exporta ni se importa, se construye
Si no es China con DeepSeek y tampoco EE.UU. con Stargate lo que mejore nuestro mundo, llegamos a la conclusión de que no la encontraremos en el capitalismo. Tómate un momento para imaginar un sistema donde no se prioriza la ganancia, sino el bienestar de la mayoría. Imagina que la IA se emplea para mejorar la planificación económica, reducir la jornada laboral sin precarizar a nadie y desarrollar conocimiento accesible para todos. ¿Pudiste hacerlo?
Esto no ocurrirá espontáneamente. La única forma de poner la IA y otros avances científicos al servicio del pueblo es arrebatándoselos a quienes hoy los usan para su propio beneficio. Se requiere organización, conciencia política y la construcción de un movimiento revolucionario capaz de disputar no sólo el poder tecnológico, sino también el control sobre la economía y la política.
A los amantes de la tecnología les digo: hablemos de las relaciones de producción. A los admiradores de China: no se trata de un socialismo con características chinas, sino de un imperialismo con características chinas. Y a quienes creen que un futuro mejor es posible: organízate y esforcémonos para conseguirlo.
“La historia del subdesarrollo de América Latina integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convierten en veneno.”
Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina.
La actual vorágine violenta, existente en el presente cotidiano mexicano, se caracteriza por el acometido de múltiples crímenes a escala social. Nuestro panorama sombrío se expresa en las siguientes cifras: del año 2006 a lo que va del 2024, han desaparecido 106,086 personas[1]. Además, para el periodo 2006-2023, se han cometido 462,706 homicidios[2]. Destacan múltiples crímenes cometidos en este periodo, como el asesinato de 72 migrantes ocurrido en San Fernando, Tamaulipas, en agosto de 2010, o la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa ocurrida en septiembre del 2014.
El desarrollo de la violencia en México se ha vinculado con el inicio de la hasta ahora fallida “guerra contra el narco” iniciada en la administración presidencial del espurio dipsómano Felipe Calderón Hinojosa. Si bien es cierto que su administración se caracterizó por ser incapaz de controlar al crimen organizado, las causas subyacentes a la generación de la crisis de inseguridad actual se encuentran, junto con la destrucción del tejido social dada la continua privatización de la salud, educación, el sistema de pensiones y los recursos estratégicos, también se incluyen el conjunto de mecanismos de reproducción de la violencia, específicamente la proliferación de mecanismos de contrainsurgencia y control territorial, utilizados por fuerzas especiales militares, instruidas primero por agencias de seguridad estadounidenses y después corrompidas por la delincuencia organizada vinculada con el tráfico de drogas ilegales.
La desaparición, la tortura, el asesinato, la generación del horror en el contrario a través de “narcomensajes”, todas estas prácticas no fueron invenciones de los mal llamadas “cárteles de la droga[3]”, más bien son prácticas enseñadas y reproducidas desde la Escuela de las Américas, la Escuela J. F. Kennedy de Asistencia Militar o el Colegio Interamericano de Defensa.
Para entender este proceso, es pertinente recuperar que, tal como lo explica Vladimir I. Lenin en su texto Imperialismo, fase superior del capitalismo que, dado el desarrollo de la acumulación de capital a escala mundial, el trueque de la competencia a la era de los monopolios, la búsqueda de materias primas, apertura de mercados y libre movilidad financiera, todo ello genera la “inevitabilidad de las guerras imperialistas sobre esta base económica, en tanto que subsista la propiedad privada de los medios de producción”.
Para controlar el acceso a los mercados y materias primas, el imperialismo estadounidense se vale de las fuerzas de seguridad de los países dependientes por medio de la venta de armamento y la capacitación de fuerzas especiales. Cuando dichas fuerzas especiales reproducen lógicas de control territorial por medio de la violencia paramilitar, o bien dichas fuerzas especiales desertan y se convierten en el brazo armado de organizaciones delictivas, todo ello genera nuevas formas de violencia multifacética.
En este sentido, un elemento a considerar, para entender nuestra catástrofe actual, es el desarrollo de la ideología y burocracia de la doctrina de seguridad estadounidense, la cual, como ideología, abreva aspectos de la geopolítica de la escuela pangermanista filonazi. El expansionismo del nacionalsocialismo y la ideología imperialista estadounidense coinciden en el expolio de los pueblos para el fortalecimiento de sus respectivas naciones.
La doctrina de seguridad nacional estadounidense emerge tras el fin de la segunda guerra mundial y se define a sí misma como la capacidad de supervivencia de los Estados-nación. Como doctrina, se caracteriza por ser dicotómica, dogmática y netamente anticomunista. Esta posición política del gobierno estadounidense se puede rastrear desde la Doctrina Truman explicitada en 1947, que sostiene la necesidad de detener la expansión de la ideología comunista a escala global. Para 1957, Dwight D. Eisenhower ratificó su posición anticomunista y le planteó al Congreso la constitución de un sistema interestatal de seguridad.
Si como ideología la doctrina de seguridad nacional es reduccionista, mistificadora y mistificada, en la práctica este planteamiento se institucionaliza a partir de la National Security Act de 1947, que involucra, entre otras cosas, la organización del Departamento de Defensa y la creación de organismos de inteligencia, incluyendo la reaccionarísima Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).
Es necesario considerar que, dado el desarrollo de la bomba atómica por parte de la URSS, aunado al triunfo de la revolución cubana en 1959, se propicia la necesidad, para el imperialismo estadounidense, de intervenir a nivel mundial de forma indirecta, no ya usando sus propias fuerzas armadas (para evitar lo más posible una confrontación abierta con el bloque del este) sino adiestrando y pertrechando a aquellos regímenes afines a occidente, así sean dictaduras militares, o bien apoyando la contrainsurgencia, cuando el régimen en turno es adverso a los intereses de Estados Unidos.
Los mecanismos de contrainsurgencia estadounidenses, a su vez, son una remasterización de los mecanismos de tortura y terror psicológico usados por el gobierno francés en sus colonias situadas en Argel. Dichos mecanismos serían utilizados en la ignomiosa guerra de Vietnam, usando estrategias como la desaparición forzada, el terrorismo psicológico, creación de fuerzas con población autóctona anticomunistas, entre otras prácticas.
Al respecto, Joseph Comblin, crítico reconocido de la doctrina de seguridad nacional, señala 3 mecanismos con los que Estados Unidos interfiere en la seguridad de las naciones latinoamericanas; por medio de las cumbres de los jefes militares, regalando o vendiendo armamento militar a los países subordinados y capacitando en escuelas militares norteamericanas a las fuerzas armadas latinoamericanas.
Individuos como Somoza o Pinochet, integrantes de la junta militar argentina o brasileña, todos ellos forman parte del salón de la fama de graduados latinoamericanos en instituciones militares estadounidenses. Las fuerzas coercitivas del Estado mexicano no son una excepción: muchos de los integrantes de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política del régimen priista, fueron capacitados también en Estados Unidos.
En torno a la doctrina de seguridad nacional estadounidense, uno de sus productos derivados fue la guerra irregular, o sea, una guerra no convencional efectuada por efectivos militares que reciben adiestramiento y pertrechos con miras contrainsurgentes, pero que no forman parte de un ejército convencional. Esta forma de guerra se instala en la administración presidencial de Ronald Reagan con su Política Nacional y Estrategia para el Conflicto de Baja Intensidad que orienta a la guerra de baja intensidad para la lucha contra las drogas. De este modo, se fortalecen las aristas contrainsurgentes de las campañas antidrogas. Este elemento es sustancial para entender que, por una parte, fuerzas especiales del ejército mexicano son adiestradas y dotadas de material militar con tácticas de control territorial, terrorismo psicológico, en síntesis, medidas de disuasión contrainsurgente, y también se incrementa la participación de las fuerzas militares en tareas de seguridad para combatir a la delincuencia organizada relacionada con el tráfico de drogas ilegales, sobre todo en el sexenio de Ernesto Zedillo.
Por ejemplo, el militar Mario Renán Castillo, formado en Fort Bragg con mecanismos de guerra no convencional, cuando participa en la formación de fuerzas paramilitares para combatir el zapatismo insurrecto de 1994, propicia la masacre de Acteal de 1997, donde más de 46 personas perdieron la vida, incluyendo a mujeres y niños. Otro tanto aconteció con la integración del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE) en tareas de combate al narcotráfico. Estas fuerzas habían sido instruidas en Estados Unidos con tácticas de guerra de baja intensidad. Posteriormente, estas fuerzas, corrompidas por la organización del golfo liderada por Osiel Cárdenas Guillén, primero se vuelven un brazo armado de dicha organización delictiva, para luego constituirse en los Zetas. Modelos predatorios como la extorsión y el cobro de piso, inéditos en México, se convirtieron en una práctica generalizada, usada por afines y adversos a los Zetas, incluyendo a los Caballeros Templarios o la Familia Michoacana. La desaparición forzada, la tortura, el asesinato, la guerra psicológica, todo ello deriva de la guerra irregular estadounidense, la cual es un subproducto de la doctrina de seguridad nacional estadounidense.
A todo esto, cabe preguntarse si los pueblos del mundo seguiremos soportando lo insoportable, el expolio de nuestros recursos, el asesinato sistemático de los defensores de la vida. Y si bien el panorama es actualmente sombrío, como dijera Marx, el viejo topo excava en las profundidades de la tierra, nuevos procesos que están resquebrajando las bases fundamentales del imperialismo son imperceptibles a ojos de la prensa burguesa. Por otro lado, como dijera Engels en su Anti-Düring, el militarismo se trueca en su contrario cuando los soldados, materialmente más semejantes al proletariado respecto a la burguesía, rompen en líneas de clase para unirse a la revolución proletaria. Prepararnos para ese momento es nuestro deber como comunistas revolucionarios.
[1] Según cifras de la Comisión Nacional de Búsqueda.
[3] La noción de cártel de la droga fue una invención de las instituciones de seguridad estadounidenses para caracterizar a las organizaciones delictivas y justificar la fallida “guerra contra las drogas”. Un libro que explica la inexistencia de los cárteles de la droga es “Los cárteles no existen” de Osvaldo Zavala.
La historia del continente americano fue marcada por la colonización, gran parte dominada inicialmente por la monarquía española, aunque otras potencias europeas también hicieron incursiones. La parte más al norte del continente estuvo dominada por distintos Estados europeos como Gran Bretaña, Francia y Holanda, siendo el primero el que conseguiría mayor dominio. La primera lucha de independencia triunfante se dio con las 13 colonias británicas (1775-1783), fue una revolución burguesa prematura que incluso tuvo un impacto en futuras luchas tan importantes como la revolución francesa.
Tomas Jefferson diría que “EEUU debe considerarse el nido desde el que se poblará toda américa”. Esas 13 colonias comenzaron una primera expansión que significó aplastar pueblos indígenas o comprar territorios a otras potencias.
Contrariamente, en el caso de América del sur, la revolución de independencia llegó con cierto retraso, comenzando este proceso en 1808. En el caso particular del hoy México, esta lucha inició con una insurrección de masas, dirigida por criollos que tenían un ala izquierda jacobina con representantes como Hidalgo y Morelos. Pero esta lucha no logró imponerse triunfante, aunque al final se consiguió la independencia que en poco tiempo establecería una república. No fue sino hasta las guerras de reforma cuando realmente se trastocaron las bases del régimen colonial.
En el siglo XIX, Estados Unidos desarrolló canales, caminos y el ferrocarril, lo que impulsó la revolución industrial, en un territorio virgen económicamente. Pero en el México independiente (además de heredar una compleja economía que de forma desigual combinó distintos modos de producción) lo que se generó no fue un régimen estable sino caos. Hubo guerras entre liberales y conservadores, intentos de reconquista y conquista de España, Gran Bretaña y Francia. El mundo había cambiado y ya no se podía jugar el papel que tuvo antes la nueva España (el hoy México) impulsando el comercio mundial con intercambio de nuevas mercancías y proveyendo de plata al mercado intercontinental. La minería, por ejemplo, se transformó pasando de producir metales valiosos como la plata para ahora orientarse a la producción de metales para la industria como el hierro.
En 1823, el entonces presidente de EEUU, James Monroe, manifestó su rechazo a cualquier nueva colonización o intervención en las Américas por parte de las potencias europeas y afirmaba que cualquier intento de ese tipo sería visto como una amenaza para Estados Unidos. Si bien esta doctrina no tuvo una aplicación inmediata, se volvió en la filosofía intervencionista de los EEUU en Sudamérica y el Caribe.
México había heredado un amplísimo territorio que se extendía a lo que hoy es el sur de Estados Unidos. Entre 1800 y 1840 la población de Estados Unidos se triplicó. Muchos emigraron a Texas y superaron en 6 a 1 a los mexicanos que ahí vivían. EEUU promueve su independencia, que consigue en 1836 y en 1845 la anexan abiertamente a su territorio. Acto seguido, lanzan una guerra de rapiña tratando de apoderarse de México.
Entre 1846 y 1848 se da la intervención norteamericana. México no había logrado conseguir las tareas básicas de la revolución burguesa, no había ni un Estado ni una cohesión y conciencia nacional consolidadas, no había desarrollado un mercado nacional, comenzando porque había caminos deficientes e inseguros y muy malas comunicaciones. El país estaba dirigido por un militar aventurero, Adolfo López de Santa Ana, los gobernantes jugaron un papel vergonzoso en la intervención norteamericana. Pese a todo esto, dicha intervención fue vista como un insulto para el pueblo mexicano, para los jóvenes soldados y veteranos que habían luchado en la independencia. Hubo varios casos de resistencia heroica, el Batallón de San Patricio que era parte del ejército invasor, conformado por irlandeses, vio que esta guerra era injusta y volteo sus armas a favor del pueblo mexicano muriendo heroicamente en una serie de batallas. Aunque hay muchos mitos en torno a la batalla de Chapultepec, es una realidad innegable que los jóvenes cadetes se enfrentaron con heroicidad al ejército norteamericano, esto vimos también en épicas batallas como la de La Angostura en Saltillo, Coahuila, o en la de El Molinito de El Rey en Ciudad de México. Pero el punto central es que el pueblo mexicano no dejó de acosar al ejército invasor que, aunque tomaron el Palacio Nacional, no logró dominar a la población. Sin embargo, se establece el tratado de Guadalupe Hidalgo y Estados Unidos se anexa la mitad del territorio mexicano. Ese es un verdadero punto de inflexión para el desarrollo del imperialismo estadounidense.
La guerra de secesión y la intervención francesa
El sur del extendido país se basaba en la agricultura, con mano de obra esclava; mientras, al norte, se desarrollaba la industria y con ella el capitalismo. Estos modos de producción no podían coexistir y Estados Unidos entró en una sangrienta guerra civil en la primera mitad de la década de 1860. Fue el ala burguesa la que triunfó en esa guerra. Estados Unidos no tuvo una sino dos revoluciones burguesas. Con ello el capitalismo norteamericano se extendió en un inmenso territorio subcontinental, con diversos y vastos recursos naturales.
México estaba también dividido entre liberales y conservadores, los primeros lograron aprobar una Constitución en 1857 y leyes liberales, lo que desató una guerra civil y, en medio del caos, México fue invadido por los imperialistas franceses, imponiendo a un emperador austriaco. La lucha contra la intervención francesa terminó en un triunfo mexicano, que permitió cumplir con tareas de la revolución democrático-burguesa como el establecimiento de un Estado nacional. No solo fue expulsada la intervención francesa, sino que su emperador impuesto fue juzgado, condenado y fusilado. Con ello se puso un claro freno a las intervenciones europeas en América.
La revolución burguesa en México llegó tarde a la historia, pues ya emergía el imperialismo estadounidense (y en otras partes del orbe), que le había ya arrebatado la mitad de su territorio e hizo que la economía naciera de forma subordinada a éste. Fue una heroica revolución burguesa con un ala jacobina radical, sin embargo, con una burguesía nacional débil y parásita, incapaz de llevar adelante el resto de las tareas de su revolución. Un ejemplo claro de ello es que, tras La Reforma (como se conoce a esta lucha revolucionaria contra conservadores e intervencionistas imperialistas), se desarrollaron los transporte, construyéndose ferrocarriles, pero bajo el gran capital extranjero y teniendo la función de conectar a Estados Unidos con el sur de América.
El triunfo mexicano contra los franceses imposibilita una nueva intervención abierta del emergente imperialismo norteamericano a México. Dio cierta independencia política al gobierno mexicano, pero no evitó la subordinación económica.
La injerencia imperialista en la revolución mexicana
Cabe hacer un comentario sobre el actuar de EEUU durante la revolución mexicana. Primero, debemos resaltar que los combatientes revolucionarios fueron atacados por igual tanto por la dictadura de Porfirio Díaz como por el Estado norteamericano, ejemplo claro de ello es la Junta Organizadora del PLM, donde participaban Ricardo Flores Magón y Librado Rivera, entre otros. Se creó una organización revolucionaria a ambos lados de la frontera y se recibió el apoyo del movimiento obrero en Estados Unidos, principalmente del IWW, algunos de sus militantes participaron activamente en la revolución mexicana. Ejemplo claro de que hay lazos de clase que nos unen contra el capital en ambos lados de la frontera.
En la revolución, EEUU intervino de manera abierta. Se mandaron paramilitares en ayuda del gobierno porfirista para sofocar la huelga minera de Cananea en 1906. El embajador norteamericano fue organizador del golpe de Estado contra Madero que buscaba restaurar al viejo régimen. En 1914 tomaron el Puerto de Veracruz, provocando una rebelión de los mexicanos que les impidió penetrar al interior del territorio nacional. Favoreció al ala Carrancista (que representaba a la nueva burguesía) en contra de los ejércitos revolucionarios de Zapata y Villa. Es por ello que Pancho Villa invadió Columbus, vengándose de los gringos, y salió ileso y vivo de la invasión punitiva donde entraron 10 mil soldados norteamericanos buscándolo vivo o muerto.
Durante los gobiernos posrevolucionarios es de destacar el del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940). Él no fue socialista, pero si un nacionalista consecuente. Demostró que la única forma de enfrentarse de manera seria al imperialismo es apoyándose en la movilización revolucionaria de las masas. Una huelga de trabajadores petroleros exigiendo aumento salarial escaló, generando un enfrentamiento abierto con las empresas imperialistas británicas y norteamericanas, culminando en la nacionalización de dichas industrias. Ésta fue una acción valiente pero nuestra lucha debe ir más allá, el objetivo es acabar con el sistema capitalista. Poniendo la banca y la gran industria en manos de los trabajadores, podríamos usar esa riqueza colosal para beneficiar al conjunto de la sociedad y podríamos acabar con los problemas de las masas, erradicar las guerras, el hambre y la pobreza del planeta.
El imperialismo seguirá agrediendo a los trabajadores de su propio país, de México, América Latina y el mundo. El pueblo mexicano ha demostrado tener una historia de lucha antiimperialista y lazos de hermandad con nuestros hermanos de clase en EEUU. Es con la unidad de la clase obrera como debemos enfrentarnos a este coloso, que es el imperialismo norteamericano, pero que con nuestra lucha revolucionaria detonaremos dinamita en sus cimientos hasta hacerlo caer.
La decisión de la administración Trump de imponer aranceles a Canadá y México, entre otros, ha causado una gran conmoción política. Es importante que los comunistas revolucionarios expliquemos qué hay detrás de esta decisión y que adoptemos una posición basada en la defensa de los intereses de la clase obrera.
En Canadá, los políticos y empresarios burgueses han llamado a toda la población a unirse en torno al “Equipo Canadá” y han anunciado aranceles de represalia. En México, el gobierno de Claudia Sheinbaum ha anunciado que responderá “con dignidad” para defender la “soberanía e independencia” del país.
Los aranceles de Trump representan una escalada de una política de proteccionismo económico que lleva tiempo desarrollándose. El proteccionismo ya estuvo presente durante la primera presidencia de Trump y continuó bajo Biden y representa un alejamiento de la enorme expansión del comercio mundial tras la Segunda Guerra Mundial, que se conoció como globalización.
En el capitalismo, los dos principales obstáculos al desarrollo de las fuerzas productivas son la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional. La creación del Estado-nación en el período de la revolución burguesa desempeñó un papel enormemente progresista, al acabar con el particularismo feudal, crear un mercado nacional e impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas.
Ese periodo llegó a su fin hace más de 100 años con el ascenso del imperialismo. Las fuerzas económicas conjuradas por el capitalismo ya no podían contenerse dentro de los límites del Estado nacional, transformado en un grillete reaccionario. La espiral de crisis y el creciente antagonismo entre los Estados imperialistas condujeron a décadas de inestabilidad y a dos guerras mundiales. Sólo a través de indecibles sufrimientos e inmensas destrucciones alcanzó el capitalismo mundial una prolongada fase de crecimiento con el auge posterior a la Segunda Guerra Mundial, que desembocó en la crisis de los años setenta.
Tras el colapso del estalinismo en Rusia y con la restauración del capitalismo en China, asistimos a un nuevo periodo de desarrollo del mercado mundial y a una mayor integración económica. La disponibilidad de una gran reserva de mano de obra barata y la apertura de nuevos mercados dieron un impulso temporal al capitalismo mundial. Ello condujo al surgimiento de nuevos países imperialistas, China y Rusia, que ahora compiten con Estados Unidos por el dominio mundial.
En el actual periodo de crisis capitalista, la competencia por los mercados es cada vez mayor. La globalización se ha detenido y el mundo está cada vez más dividido en bloques económicos enfrentados. Las principales potencias están volviendo al nacionalismo económico, que en esencia significa el intento de exportar el desempleo. Este es el significado de la política “America First” (América Primero) de Trump. Si América debe ir primero, significa que los demás países deben ir en segundo lugar.
El mensaje de Trump es sencillo: si quieren evitar los aranceles, traigan su producción a Estados Unidos. A los trabajadores de EEUU les dice: los aranceles traerán de vuelta empleos industriales bien pagados. El problema es que no lo harán.
Esta política, de hecho, es un reconocimiento de la incapacidad del capitalismo estadounidense para competir en el mercado mundial. El proteccionismo es un síntoma de la crisis del capitalismo y, en este caso concreto, es un síntoma del declive relativo del imperialismo estadounidense en el escenario mundial y un intento de detener ese proceso y revertirlo parcialmente.
El proteccionismo y las guerras comerciales no pueden resolver la crisis del capitalismo. De hecho, la agravarán. Tras el crack bursátil de 1929, fue la política de devaluaciones competitivas y aranceles la que sumió a la economía mundial en una depresión.
Las economías de Canadá, México y Estados Unidos se han integrado profundamente, sobre todo desde la firma del TLCAN en 1994. Las líneas de suministro atraviesan las fronteras nacionales. Cualquier interrupción de las mismas causará un daño económico que los capitalistas harán pagar a los trabajadores mediante precios más altos, despidos, intensificación de la explotación y cierres de fábricas.
Debemos ser claros: la era del libre comercio ha traído miseria a la clase trabajadora, con el estancamiento de los salarios, el cierre de fábricas y el endurecimiento de las condiciones laborales. Pero las guerras comerciales no aportarán ninguna solución.
Trump está intentando enfrentar a trabajadores contra trabajadores, y dirigentes sindicales como los del sindicato de la industria automotriz UAW están prestando vergonzosamente su apoyo a este programa. Despedir a miles de trabajadores en México o Canadá no ayudará en nada a los trabajadores estadounidenses. Lo que se necesita es una lucha conjunta contra los patrones que ganan miles de millones mientras se erosionan las condiciones de los obreros.
Apoyamos a los obreros y campesinos pobres mexicanos en su lucha contra el acoso imperialista de EEUU. Claudia Sheinbaum ha llamado a movilizaciones en defensa de la independencia y soberanía de México. Como comunistas revolucionarios decimos que la única manera de llevar adelante una lucha antiimperialista consecuente es expropiando a las multinacionales norteamericanas, sin indemnización y bajo control obrero. Sigan el ejemplo de Lázaro Cárdenas cuando nacionalizó las petroleras británicas. Si las empresas cierran la producción utilizando los aranceles como argumento, los trabajadores deben ocupar las plantas y exigir la nacionalización bajo control obrero. Apoyar a la burguesía nacional, financiando inversiones y dándoles beneficios no resolverá el problema de fondo de la sociedad mexicana. No tenemos que cambiar de amo, tenemos que terminar con el capitalismo.
A los trabajadores canadienses les decimos: no confíen en los patrones ni en los políticos capitalistas. ¡No a la falsa idea de la unidad nacional con los capitalistas! Defendemos la lucha de clases para defender los puestos de trabajo y las condiciones laborales, ¡incluidas las ocupaciones de fábricas! En lugar de subsidios a los capitalistas, defendemos la nacionalización bajo control obrero con planificación para las necesidades del pueblo.
Por supuesto, muchas de las industrias afectadas son parte integrante de las líneas de suministro vinculadas a EEUU. Los trabajadores canadienses que defienden sus puestos de trabajo deberían hacer un llamamiento internacionalista a sus hermanos y hermanas de clase al otro lado de la frontera. Las empresas nacionalizadas bajo control obrero podrían ser reequipadas y reconvertidas para servir a las necesidades de los trabajadores (fabricación de ambulancias, vehículos de transporte público, etc.).
A los trabajadores estadounidenses les decimos: ¡No a la “colaboración” con la patronal! Los aranceles de Trump no resolverán nada. Sólo la sindicalización y los métodos de lucha de clases pueden proteger los empleos y las condiciones. Tenemos que volver a las orgullosas tradiciones de las huelgas con ocupación de fábrica que dieron lugar a la UAW en la década de 1930.
En última instancia, los aranceles y las guerras comerciales son una manifestación de la crisis del capitalismo. No hay solución duradera para la clase obrera dentro de los límites de este sistema podrido. Ha llegado el momento de que los trabajadores tomemos las riendas de nuestro futuro y acabemos de una vez por todas con la esclavitud asalariada.
¡Por la unidad de la clase obrera por encima de las fronteras! ¡Por una Federación Socialista de Norteamérica como parte de una Federación Socialista Mundial!
Revolutionary Communists of America (sección estadounidense de la ICR) Revolutionary Communist Party / Parti Communiste Révolutionnaire (sección canadiense del ICR) Organización Comunista Revolucionaria (sección mexicana de la ICR)
Los chinos tienen un proverbio antiguo: «la mayor desgracia que le puede ocurrir a un hombre es vivir en tiempos interesantes». La verdad de esa antigua sabiduría se ha hecho ahora de repente evidente para los gobernantes del mundo occidental.
La disputa pública entre el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky por un lado y el presidente estadounidense Donald Trump y el vicepresidente JD Vance por el otro golpeó al mundo con la fuerza de un violento tsunami.
Los dirigentes occidentales debieron de haber visto las extraordinarias escenas que salían del Despacho Oval con una mezcla de atónita incredulidad, conmoción y absoluto horror. Es bastante comprensible.
A primera vista, la causa de la disputa sin precedentes en el Despacho Oval puede parecer casi trivial. Durante algunas semanas antes de la fatídica reunión, Donald Trump se había jactado de haber llegado a un acuerdo fantástico con el hombre de Kiev, por el cual Estados Unidos recibiría el control de grandes cantidades de riqueza mineral que (según nos han dicho) se encuentran bajo el suelo de Ucrania.
Se suponía que el presidente Zelensky iba a ir a Washington con el propósito de firmar este acuerdo, ni más ni menos. Sin embargo, las cosas resultaron de otra manera.
Irónicamente, fue el propio Zelensky quien planteó por primera vez la cuestión de los derechos mineros, con la clara intención de sobornar a los estadounidenses. Al hacer alarde de la tentadora perspectiva de grandes cantidades de riqueza mineral poco común, ofrecida a cambio de futuras entregas de armas, esperaba enredar a los estadounidenses en un acuerdo que garantizara el flujo continuo de armas y dinero a Kiev.
Por desgracia para él, Trump interpretó la idea de una manera muy diferente. Argumentando que Estados Unidos ya había dado a los ucranianos enormes cantidades de dinero en efectivo para subvencionar su guerra (se mencionó la suma de 350.000 millones de dólares), esperaba algún tipo de retorno de su inversión de capital.
El empresario que ahora ocupa la Casa Blanca pensaba en términos puramente comerciales. Esperaba que los ucranianos le entregaran los derechos sobre los minerales mencionados a cambio de la generosidad pasada, y no como anticipo de futuros suministros de armas.
Los dos hombres estaban claramente hablando con propósitos cruzados. Fue una comedia de errores que estuvo cargada de muchas consecuencias trágicas.
¿Cuáles son los objetivos de guerra de las diferentes partes?
Para arrojar luz sobre todos los acontecimientos posteriores, es necesario en primer lugar establecer claramente en qué consisten actualmente los objetivos de guerra de las diferentes partes en conflicto.
Durante la campaña electoral, Trump dejó muy claro que su intención era poner fin de inmediato a la guerra en Ucrania, o al menos desvincular completamente a EE. UU. del desastroso conflicto que provocó su predecesor, Joseph Robinette Biden Jr., sin tener en cuenta los intereses fundamentales de Estados Unidos.
Desde entonces, Trump ha reiterado su posición, que sigue siendo exactamente la misma que al principio.
Sin embargo, es imposible entender esta decisión aislándola de la estrategia general y la visión del mundo de Trump. Y, contrariamente a una opinión muy extendida, él sí tiene una estrategia y la está siguiendo con la determinación que le caracteriza.
Muchos dirigentes europeos (por no mencionar los de Kiev) parecen tener grandes dificultades para entender esto. Han subestimado constantemente a Donald Trump. En consecuencia, siempre asumen que cuando hace una declaración no lo dice en serio. Luego se sorprenden cuando descubren que, de hecho, sí lo decía en serio.
El desconcierto permanente de estas damas y caballeros es un reflejo de su obstinada negativa a tomarse en serio a Donald Trump. Pero los acontecimientos les están obligando, de mala gana, a abandonar esta visión reconfortante. Los últimos en admitir este triste hecho son el presidente Macron de Francia y Sir Keir Starmer de Gran Bretaña, sin lugar a dudas, los más estúpidos y egocéntricos de todos los dirigentes europeos estúpidos y egocéntricos. Pero hablaremos de ellos más adelante.
Volviendo a Estados Unidos, Trump ha comprendido que Estados Unidos se ha extralimitado seriamente en el escenario mundial. Tiene una enorme deuda pública (más de 36 billones de dólares), su inventario de armas está extremadamente agotado y se enfrenta a las alarmantes perspectivas de conflictos en Oriente Medio y en la región de Asia/Pacífico para los que no está totalmente preparado.
Dada esta situación, ha decidido que Estados Unidos debe retirarse de su papel global y replegarse detrás de sus fronteras estratégicas naturales, incluyendo Canadá, el Canal de Panamá, México y Groenlandia. Esas son sus prioridades, y Europa debe ahora pasar a un segundo plano en la política exterior estadounidense.
Un elemento clave de esta estrategia es reparar las relaciones con Rusia, que se vieron gravemente dañadas por las agresivas políticas imperialistas de la administración Biden. Es un hecho increíble que durante los últimos tres años no haya habido contactos entre Estados Unidos y Rusia a ningún nivel oficial. Eso nunca fue así, ni siquiera en los peores años de tensión durante la Guerra Fría.
La normalización de las relaciones con Rusia ocupa ahora un lugar muy destacado en la agenda de Donald Trump. Esto ha hecho saltar inmediatamente las alarmas en la mayoría de las capitales europeas, y sobre todo en Kiev, donde Zelensky y su camarilla viven con el temor de una traición estadounidense en las negociaciones con Rusia.
Los objetivos bélicos de los líderes ucranianos son, por lo tanto, diametralmente opuestos a los de Washington. Los estadounidenses buscan la paz en Ucrania a través de un acuerdo con Rusia que reconozca la realidad de que la guerra está perdida. Pero para Zelensky, la paz es poco menos que un suicidio. Significaría el fin de la ley marcial, que elimina el único obstáculo serio para la convocatoria de elecciones.
El plazo legal para su presidencia expiró hace mucho tiempo, y esto justifica el comentario de Trump de que es un dictador que se niega a celebrar elecciones. Los estadounidenses ahora están presionando para que se celebren elecciones en Ucrania, evidentemente porque están exasperados con Zelensky y les gustaría verle fuera. No hay duda de que perdería cualquier elección libre en la actualidad, a pesar de todas las afirmaciones en contrario.
Por lo tanto, los objetivos de guerra de Ucrania son muy simples. La guerra debe continuar a toda costa, hasta que Rusia sea finalmente derrotada y expulsada de todos los territorios ocupados. El hecho de que este objetivo sea tan absurdamente irreal que nadie pueda tomarlo en serio no impide que la camarilla gobernante en Kiev lo persiga hasta el amargo final. Son completamente indiferentes al costo humano que implica persistir en lo que es claramente una guerra imposible de ganar.
De esto se derivan ciertas cosas. Sobre todo, deben impedir por todos los medios que los estadounidenses se retiren. Ucrania depende por completo del flujo constante de grandes cantidades de dinero en efectivo y armas procedentes de EE. UU. El corte de todos los suministros les asestaría un golpe mortal. Y a pesar de todo el ruido que emana de Londres y París, no hay absolutamente ninguna posibilidad de que los europeos puedan compensar el déficit si eso ocurriera. Zelensky es plenamente consciente de este hecho y lo ha admitido públicamente.
Es en este contexto que debemos entender la ferocidad de la discusión sobre los llamados derechos minerales, y la violencia del conflicto que estalló en el Despacho Oval como resultado.
El avance implacable del ejército ruso y el colapso igualmente rápido de la moral en el bando ucraniano dan una sensación creciente de urgencia, rayando en la desesperación, para arrastrar de alguna manera a Estados Unidos al conflicto. Una vez que hemos entendido este hecho, el significado del juego diplomático que se ha desarrollado en las últimas semanas se vuelve claramente evidente.
Macron y Starmer entran en escena
La visita de Macron y Starmer a Washington formaba parte de una estrategia que claramente se ha elaborado en secreto con los hombres de Kiev. El único objetivo es evitar que los estadounidenses lleguen a un acuerdo con Rusia para poner fin al conflicto y también evitar la eventual retirada de EE. UU. de Europa, algo que los europeos temen más que nada.
Para ello, utilizaron algunos trucos transparentes. Macron y Starmer estaban presionando a favor de la llamada «fuerza de mantenimiento de la paz» europea, que se pretendía enviar a Ucrania tras la consecución de un acuerdo, con el fin de garantizar un alto el fuego. Sin embargo, tal misión sería completamente imposible sin la participación activa de Estados Unidos.
Si hubieran podido convencer al hombre de la Casa Blanca de que aceptara lo que se denominó una «garantía de seguridad» estadounidense, el siguiente paso estaría bastante claro. Los ucranianos encontrarían una excusa para provocar a los rusos y que estos emprendieran algún tipo de acción que se presentaría como una violación del alto el fuego.
La llamada fuerza de mantenimiento de la paz entraría entonces en acción y se encontraría inmediatamente en problemas, ya que los rusos disfrutan de una superioridad abrumadora tanto en hombres como en armamento.
Los europeos pedirían entonces a los estadounidenses que acudieran en su ayuda en virtud de la garantía de seguridad. Los estadounidenses responderían y rápidamente se verían envueltos en una guerra con Rusia. Seguiría el comienzo de la Tercera Guerra Mundial, para horror de todos, excepto de la camarilla de Zelensky y los nacionalistas ucranianos neonazis, para quienes sería un gran éxito.
Al menos, esa era la teoría. Pero entre la teoría y la práctica suele haber una brecha considerable. Como hemos señalado, uno de los principales errores de los gobernantes de Europa es que han subestimado constantemente a Donald Trump. Se imaginaron que con una combinación de halagos y maniobras inteligentes podrían engañarlo y hacer que cambiara de opinión. Fracasaron, y fracasaron miserablemente.
Donald Trump puede ser muchas cosas, pero un tonto no es. Macron apareció en Washington, rebosante de encanto galo, prodigando los elogios más extravagantes a su «amigo de la Casa Blanca», sonriendo y riéndose de las bromas del presidente, que no le parecieron ni lo más mínimo divertidas, y actuando en general como el bufón de la corte en presencia del Emperador.
Trump respondió prodigando elogios igualmente extravagantes a su «amigo en París», estrechándole la mano, sonriendo de oreja a oreja y, en general, mostrándose muy agradable. Pero todo el tiempo evitó cuidadosamente dar una respuesta firme a la urgente petición del francés de apoyo para sus imaginarios pacificadores.
Al darse cuenta de que el propósito de este minué diplomático era mantenerlo bailando en círculos cada vez más pequeños, en un momento dado Macron se impacientó y empezó a hablar en francés. Sin inmutarse por este gesto algo descortés, su «amigo de la Casa Blanca» comentó: «¡Qué idioma más hermoso! ¡No he entendido ni una palabra!».
Después, su «amigo» francés regresó a París, con las manos tan vacías como cuando se fue. Al fin y al cabo, fue una completa humillación. Debería haber recordado las palabras de su compatriota Charles de Gaulle: las naciones no tienen amigos, solo intereses.
Sale Macron, entra Sir Keir
Observando con interés esta comedia gala desde el otro lado del Atlántico, Sir Keir Starmer decidió que se necesitaban tácticas algo diferentes. Sin dejarse intimidar por el fracaso del francés, elaboró una estrategia diferente con la ayuda de sus asesores altamente profesionales del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Al no poseer ningún encanto propio digno de mención y ser, a diferencia del voluble Macron, un típico caballero inglés de clase alta, rígido, aburrido y falto de imaginación, necesitaba algo especial que presentar al hombre de la Casa Blanca. Para ello, escondía en su bolsillo interior un arma secreta, algo que no podía dejar de impresionar a ningún presidente estadounidense, especialmente a uno llamado Donald J. Trump.
Para ser justos, nuestro primer ministro hizo un esfuerzo muy valiente para ocultar su torpeza natural y su falta de habilidades comunicativas mediante una muestra inusual de lenguaje corporal, que no se limitó a innumerables apretones de manos, sino que incluso se atrevió a tocar físicamente al presidente de Estados Unidos (hay que reconocer que solo en la manga de su abrigo).
No sabemos qué efecto tuvo esta inusual muestra de familiaridad en el líder de la nación más poderosa de la Tierra, pero a juzgar por la sonrisa nerviosa que apareció en el rostro del primer ministro británico, al menos estaba encantado con su aparente éxito.
Es difícil transmitir la sensación de vergüenza que cualquier persona normal en Gran Bretaña sentiría al presenciar la siguiente escena, que no estaría fuera de lugar en una comedia de situación televisiva de segunda categoría. Quizás la mejor descripción la hizo más tarde un periodista británico que comparó despiadadamente a Starmer con un colegial empollón que se acerca al matón de la escuela.
Para explicar esta interesante analogía, en todas las escuelas hay un matón, un chico duro que tiene la costumbre de intimidar a los niños pequeños y hacerles la vida miserable. Estos individuos suelen ir acompañados de un niño enclenque que no es lo suficientemente fuerte como para intimidar a nadie, pero que imagina que, al estar cerca del tipo duro, puede fingir ser duro él mismo.
Este es un análisis muy justo de lo que a los británicos les gusta llamar su «relación especial» con los Estados Unidos de América: el equivalente al matón de la escuela, pero a una escala mucho mayor. Solo hay que añadir que el matón de la escuela invariablemente trata las atenciones del niño enclenque con el desprecio que se merece.
Muy satisfecho consigo mismo (presumiblemente porque, hasta este momento, el presidente de los EE. UU. no lo ha recompensado con una patada en el trasero), Sir Keir saca entonces la carta secreta, que hasta este momento le ha estado quemando el bolsillo.
Con un ademán majestuoso que se asocia con un mayordomo fiel entregando el correo matutino a su amo, entrega cuidadosamente este precioso objeto a su eminente destinatario, anunciando con orgullo que no es otra cosa que una invitación del rey Carlos III a Donald Trump para que lo visite a él, a su esposa y a sus hijos en el Palacio lo antes posible.
Ahora bien, por alguna oscura razón, en el establishment y los medios de comunicación británicos se da por sentado que todos los políticos y presidentes estadounidenses están muy impresionados por la monarquía británica, posiblemente porque en estos días no tenemos mucho más de lo que estar orgullosos.
Por lo tanto, Starmer no pudo resistir la tentación de pronunciar un pomposo discurso, en el que señaló que esta invitación era «muy especial». ¡Era la primera vez en toda la historia de la humanidad que un presidente estadounidense había sido invitado al Palacio Real DOS VECES! ¡Un gran honor, sin duda!
Curiosamente, el rostro de Trump no mostró ninguna emoción particular ante la noticia, aunque aceptó gentilmente la invitación, añadiendo (ya fuera deliberadamente o por error) que sería un gran placer para él honrar a Su Majestad con su presencia.
Ahora bajemos discretamente el telón sobre el procedimiento restante, que fue simplemente una repetición tediosa de lo que había sucedido anteriormente con el presidente francés. Starmer finalmente reunió el valor suficiente para hacer la pregunta que le había estado rondando la cabeza todo el tiempo: ¿qué hay de algún tipo de garantía de seguridad estadounidense?
En realidad, no usó esa expresión precisa, ya que los estadounidenses eran algo alérgicos a ella, sino que habló de «un respaldo» (sea lo que sea que eso signifique).
En este punto, cuando las cosas parecían ir tan bien, todo saltó por los aires. Fue como el momento del cuento de hadas en el que, al filo de la medianoche, el vestido de Cenicienta se convierte en harapos y el magnífico carruaje y los caballos se transforman en una calabaza tirada por un grupo de ratones.
Trump respondió con aire pícaro que no veía la necesidad de tal cosa, ya que el ejército británico era bien conocido por ser una institución espléndida llena de jóvenes valientes que eran bastante capaces de cuidar de sí mismos, muchas gracias. Y para echar sal en la herida, Trump preguntó a Starmer si creía que Gran Bretaña podía enfrentarse sola a los rusos, a lo que no recibió más respuesta que una risa avergonzada.
Al igual que su homólogo francés, Sir Keir Starmer regresó a Londres con las manos vacías. Es cierto que fue recompensado con una camiseta de fútbol americano, que parecía un regalo bastante inadecuado para una invitación tan especial de Su Majestad Británica.
Pero los decididos intentos de obligar a los estadounidenses a involucrarse militarmente en Ucrania terminaron en una farsa. Parecía que las cosas no podían empeorar. Pero luego lo hicieron.
El enfrentamiento
Lo que sucedió después no tenía por qué haber ocurrido. Donald Trump, evidentemente receloso de los motivos de Zelensky, expresó su deseo de cancelar su visita a Washington, que estaba prevista para el viernes. Sus dudas debieron de redoblarse cuando Zelensky, ignorando el mensaje del presidente de Estados Unidos, insistió en venir.
Hasta aquí, todo mal. Sin embargo, Trump declaró públicamente que el presidente ucraniano iba a ir a Washington con el único propósito, dijo, de firmar un acuerdo sobre derechos mineros que ya había sido redactado y acordado de antemano.
El problema es que nuestro amigo de Kiev tiene una forma muy peculiar de expresarse. Por ejemplo, cuando dice que sí, en realidad quiere decir que no. Y cuando dice que no, en realidad quiere decir que sí, y cuando dice que tal vez, no quiere decir nada en absoluto. Del mismo modo, cuando dice que está a favor de la paz, en realidad está a favor de la guerra. Y así sucesivamente, sin fin.
Este fue, una vez más, el caso del famoso acuerdo sobre derechos mineros. ¿Aceptó Zelensky firmar el mencionado acuerdo? Sí, lo hizo. Pero no lo hizo como un acto de generosidad hacia Estados Unidos, ni para agradecerle las grandes cantidades de armas y dinero que había recibido de él. ¡Oh, no! Para desprenderse de algo tan inmensamente valioso, iba a exigir algo a cambio, de lo contrario no iba a firmar nada.
Lo que quería a cambio se expone de forma sencilla: una declaración firme de que EE. UU. proporcionaría a Ucrania una «garantía de seguridad». Pero había hecho esta petición en innumerables ocasiones y siempre se le había denegado con firmeza. Además, observó con gran disgusto que sus amigos Macron y Starmer no habían conseguido obtener dicha garantía durante su viaje a Washington.
Por lo tanto, el presidente de Ucrania no era un hombre feliz. De hecho, ya estaba de muy mal humor. Pero este estado de ánimo estalló en ira cuando leyó el texto del documento preparado por los estadounidenses que se esperaba que firmara.
No he visto el texto del acuerdo, pero por lo que tengo entendido es un documento de lo más peculiar: una declaración general y vaga sin ningún detalle real. Es más o menos igual que el inútil trozo de papel que Starmer trajo de Kiev y que establecía un tratado inquebrantable entre Gran Bretaña y Ucrania por un período de no menos de 100 años, aunque Starmer debe ser consciente de que es dudoso que Ucrania dure ni siquiera 100 días, y mucho menos años, sin el apoyo militar de EE. UU., que ahora se está retirando.
Pero dejemos de lado las sutilezas legales. El hecho es que no hay pruebas de que las grandes cantidades de minerales mencionadas en el acuerdo existan realmente, y si existen, están lejos de ser fácilmente accesibles para su extracción y procesamiento. Por lo tanto, la idea de que los estadounidenses podrían obtener enormes beneficios de tal acuerdo está sujeta a serias dudas.
Pero eso también déjelo de lado. Lo que preocupaba a Zelensky más que las sutilezas legales o las realidades geológicas era lo que no se incluía en el documento. ¡No se mencionaba en absoluto ninguna garantía de seguridad! Zelensky estaba ahora incandescente de rabia.
Todo el asunto de los minerales, que él mismo había sacado a relucir inicialmente, pretendía ser un soborno para obtener una garantía de seguridad estadounidense que ataría a los estadounidenses de forma ineludible a Ucrania y a su guerra, lo que acabaría provocando un conflicto con Rusia. Toda la elaborada estafa no tenía absolutamente ningún otro propósito.
Pero lo que ahora tenía ante sí era un trato por el que los estadounidenses se embolsarían el soborno, pero no darían nada a cambio. Por lo tanto, decidió ir a Washington y armar tal escándalo que Donald Trump entendiera con qué clase de hombre estaba tratando.
Aquí tenemos los antecedentes de los acontecimientos posteriores. Ha habido intentos en la prensa occidental de acusar a Trump y a Vance de organizar una «emboscada» para el presidente ucraniano, de que fueron ellos, concretamente Vance, quienes provocaron deliberadamente una disputa.
Pero si se estudian todos los vídeos disponibles, inmediatamente se hace evidente que la fuente de la agresión no fueron los estadounidenses, sino precisamente Volodymyr Oleksandrovych Zelenskyy.
Desde el principio, pasó a la ofensiva, basándose en el principio de que el ataque es la mejor forma de defensa. Eligió hacerlo, no en la intimidad de una conversación con Trump, sino ante las pantallas de televisión, es decir, ante una audiencia de millones de espectadores estadounidenses conmocionados.
Antes de su llegada, le habían dejado muy claro que el texto del acuerdo no estaba sujeto a negociación; que había sido discutido y acordado a fondo, incluso por el propio Zelensky; y que no se podían hacer cambios ni modificaciones. Se imprimieron copias del documento y se prepararon plumas. Lo único que faltaba era estampar las firmas.
A pesar de ello, reiteró sus exigencias de garantías de seguridad ante las cámaras de televisión e hizo otros comentarios que causaron un gran enfado a sus anfitriones, que finalmente estallaron. En general, se acepta que esta fue la primera y única vez que Donald Trump perdió públicamente los estribos con un dirigente extranjero. Sin duda, fue un espectáculo digno de ver.
Muchas personas que vieron el incidente han declarado su sorpresa ante lo que estaban viendo. Pero otros, incluido yo mismo, encontramos el episodio bastante divertido, aunque el contenido real tiene implicaciones muy serias.
Un amigo mío, después de ver el enfrentamiento en el Despacho Oval, me dijo: «No podía dejar de reírme. Pero hay algo serio en todo esto. Los millones de personas que lo vieron podrán aprender mucho más sobre la situación real de lo que han aprendido de la llamada prensa libre en los últimos tres años».
Tiene razón. Cuando, en el transcurso de la acalorada discusión, Donald Trump acusó a Zelensky de jugar con la Tercera Guerra Mundial, estaba en lo cierto. Zelensky lo hizo de forma constante, con la ayuda y la complicidad activas de Joseph Biden y su agente belicista, Anthony Blinken. Que no lo consiguieran se debió enteramente a la moderación mostrada por los rusos.
Por cierto, incluso ahora, cuando Ucrania se enfrenta a la derrota, Zelensky sigue con el mismo jueguecito. De hecho, es, por usar la analogía de Donald Trump sobre el juego, la única carta que le queda por jugar.
No tiene mucho sentido entrar en detalles, ya que a estas alturas todo el mundo ha tenido la oportunidad de ver la grabación varias veces. Baste decir que este enfrentamiento ha provocado una ruptura grave, posiblemente irremediable, entre Ucrania y Estados Unidos. También ha tenido un tremendo impacto internacional, sobre todo en Europa, donde dejó a los dirigentes tambaleándose en un estado de conmoción e incredulidad.
Las secuelas
Ahora se están haciendo intentos desesperados por salvar lo que se pueda de los escombros. Pero eso es mucho más fácil de decir que de hacer. Inmediatamente después del altercado en el Despacho Oval, el dirigente ucraniano apareció en el estudio de Fox News para otra entrevista más.
Sin duda, le habrán torcido el brazo para que intente rectificar su metedura de pata al enfrentarse en público al hombre de la Casa Blanca. Pero Zelensky es demasiado vanidoso, arrogante y egocéntrico para admitir un error, y solo consiguió agravar aún más sus errores.
Cuando se le preguntó varias veces si le debía una disculpa al presidente, Zelensky esquivó la pregunta, limitándose a decir: «Respeto al presidente y respeto al pueblo estadounidense». Evidentemente, expresiones como «lo siento» no figuran en su vocabulario, algo limitado.
Peor aún, parecía pensar que había hecho muy bien en hablar como lo hizo: «Creo que tenemos que ser muy abiertos y muy honestos, y no estoy seguro de que hayamos hecho algo malo».
El hombre de Kiev admitió más tarde que el enfrentamiento «no fue bueno», pero se mostró confiado en que su relación con Trump podría salvarse.
«Solo quiero ser honesto y que nuestros socios entiendan la situación correctamente y quiero entender todo correctamente. Se trata de nosotros, no de perder nuestra amistad», dijo.
Un sentimiento muy digno, pero no del todo apropiado en el trato con un hombre como Donald J. Trump, que es conocido por ser algo alérgico a que le contradigan y, por lo tanto, no siempre comprensivo incluso con las críticas más abiertas y honestas.
Es aún menos probable que le impresione un individuo escurridizo y manipulador como Zelensky, cuya franqueza y honestidad se asemejan a las de un comerciante de coches de segunda mano de dudosa reputación.
Esta confrontación pública marca claramente el principio del fin para Zelensky, un hombre claramente obsesionado con su exagerado sentido de la importancia. Durante años se ha acostumbrado a recibir elogios de todas partes. Llegó a creer que podía ir a cualquier parte, entrar en cualquier parlamento, senado o incluso en el gabinete británico, y soltar cualquier cosa que se le pasara por la cabeza, recibiendo aplausos y adulación.
Esto le dio una sensación exagerada de poder, por lo que se siente con derecho a hacer las demandas más extravagantes a los gobiernos y espera que se cumplan de inmediato y en su totalidad sin hacer preguntas.
Ha logrado extraer enormes cantidades de dinero, gran parte de las cuales han desaparecido y sin duda han terminado en las cuentas bancarias de funcionarios y oligarcas corruptos.
No es de extrañar que el Sr. Zelensky esté tan interesado en continuar la guerra por la que se le recompensa con tanta generosidad. Pero para los millones de ucranianos que sufren innecesariamente en un conflicto sin sentido, sus únicas recompensas son la muerte de hijos, hermanos y padres, la destrucción de sus hogares y, en última instancia, la destrucción de su propia patria.
La guerra está perdida
Una vez le preguntaron a un teniente coronel estadounidense retirado si era concebible que los rusos pudieran perder la guerra. Respondió lacónicamente que solo había una circunstancia que podría lograr tal resultado: que los rusos se despertaran una mañana y olvidaran cómo caminar. No dignificó la pregunta con más respuestas.
Rusia ha ganado. Y esto tendrá importantes consecuencias. Rusia emerge ahora como una importante potencia mundial. En el pasado reciente, hemos caracterizado a Rusia como una potencia regional. Esta definición se considera ahora totalmente inadecuada. De hecho, es dudoso que fuera correcta incluso antes de ahora.
Rusia es claramente una potencia mundial, junto con Estados Unidos y China. Trump lo ha entendido y está actuando en consecuencia. Y ahora, por fin, al menos algunos de los estrategas burgueses más inteligentes de Europa también lo han entendido.
El Financial Times del 26 de febrero de 2025 contenía un artículo quejumbroso de Martin Wolff, que, bajo el llamativo titular de «Estados Unidos es ahora el enemigo de Occidente», concluía:
«Estas dos últimas semanas han dejado dos cosas claras. La primera es que Estados Unidos ha decidido abandonar el papel en el mundo que asumió durante la Segunda Guerra Mundial. Con Trump de vuelta en la Casa Blanca, ha decidido en su lugar convertirse en una gran potencia más, indiferente a todo menos a sus intereses a corto plazo, especialmente sus intereses materiales».
Eso es correcto. Y Trump ha sacado las conclusiones necesarias. Por supuesto, en cualquier guerra habrá muchos reveses y cambios de fortuna en el campo de batalla, y esta no fue una excepción. Pero en el último análisis, el equilibrio de fuerzas era demasiado desigual. Rusia era demasiado poderosa para no prevalecer al final. Lo realmente notable de esta guerra fue el papel de los medios de comunicación. Desde el principio, las páginas de la prensa occidental estuvieron llenas de informes sobre victorias ucranianas y aplastantes derrotas para Rusia, algunos verdaderos, muchos falsos y todos absurdamente exagerados para crear una impresión totalmente falsa. La cobertura realista de los acontecimientos reales en los campos de batalla fue prácticamente inexistente.
El público occidental fue alimentado con un flujo constante de informes sesgados y engañosos, que fueron inventados en Kiev. Este sigue siendo el caso incluso en la actualidad, aunque cada vez más un vago sentido de la realidad está empezando a penetrar a través de la espesa niebla de la propaganda.
Una de las afirmaciones más frecuentes (repetida incluso ocasionalmente hoy en día) era que el avance ruso era tan lento, que equivalía a la conquista de tal o cual pueblo, que no era más que un punto muerto. No son capaces de tomar una sola ciudad principal, según cuenta la historia. No tiene nada que ver.
Al principio de la guerra, cité un pasaje importante del célebre clásico de Clausewitz Sobre la guerra, en el que el gran estratega prusiano señalaba que el propósito de la guerra no es conquistar territorios o ciudades, sino destruir las fuerzas enemigas. Una vez alcanzado ese objetivo, la victoria está asegurada por razones obvias.
El ejército ruso ha seguido sistemáticamente esa estrategia, con resultados devastadores. Las fuerzas ucranianas han sido devastadas hasta el punto de que ya no es posible recuperarse. Los rusos han logrado una aplastante superioridad, tanto en número como en armamento, lo que dificulta cada vez más la resistencia ucraniana.
Incluso en los medios de comunicación pro-ucranianos de Occidente han aparecido artículos que muestran el estado de desmoralización de los soldados ucranianos en el frente. Ha habido una oleada de deserciones, motines y negativas a luchar por una causa que está claramente perdida.
Los soldados ucranianos se quejan de la falta de armas, equipos y municiones. Pero el problema más grave es la falta de mano de obra. Mientras que al principio de la guerra, los hombres hacían cola para alistarse en el ejército, ahora es prácticamente imposible encontrar reclutas dispuestos a servir como carne de cañón.
El avance ruso avanza implacablemente hacia las fronteras del Donbás y desde allí hacia el río Dniéper (Dnipro). En ese punto, habrá poco que les impida avanzar hacia el oeste. La guerra se habrá perdido de forma decisiva.
Ese es el elemento decisivo en la ecuación que determina todo lo demás. Y no importa lo que se decida en Occidente, ahora no se puede hacer nada para cambiar el resultado.
Desde un punto de vista racional, la única forma de salir del punto muerto sería que los ucranianos entablaran negociaciones con los rusos, con el fin de salvar lo que se pueda salvar de los escombros provocados por este conflicto criminal e innecesario.
Es un hecho duro de la guerra, pero un hecho que debe aceptarse, que los vencedores dictarán las condiciones a los vencidos. Al prolongar la guerra mucho después de que hubiera perdido todo sentido, la camarilla de Zelensky ha provocado precisamente esa situación. Es un resultado totalmente de su propia cosecha.
Ahora deben tragar un trago amargo y aceptar cualquier condición que Moscú esté dispuesta a ofrecerles. Al continuar la guerra incluso ahora, cuando saben muy bien que está condenada al fracaso, lo único que conseguirán es la matanza innecesaria de un gran número de jóvenes que agravará aún más la espantosa catástrofe demográfica de Ucrania.
El resultado final bien podría ser la desaparición total de Ucrania como Estado nación. Tal es la desastrosa consecuencia de las actividades del nacionalismo reaccionario ucraniano y sus partidarios imperialistas. Sin embargo, hay quienes en Occidente persistirán en intentar continuar esta loca matanza, sin un final a la vista. Esto nos lleva a los objetivos de guerra de los europeos.
Los europeos
Los europeos están desempeñando un papel criminal en todo esto. Cuando estalló esta guerra a principios de 2022, algunos dirigentes europeos, como Macron y Olaf Scholz, se mostraron muy escépticos. Sin embargo, aceptaron el proyecto de Biden. Otros, en cambio, como Boris Johnson y los dirigentes nórdicos y bálticos, estaban exultantes. Estaban tan entusiasmados que saltaban de alegría ante la perspectiva. Y todos estaban completamente convencidos de que Rusia pronto se vería doblegada por una combinación de sofisticadas armas estadounidenses y sanciones económicas sin precedentes.
Iban a inundar Ucrania con armas modernas. Cada una de ellas fue anunciada como la que iba a cambiar las reglas del juego. Eso resultó ser una broma de muy mal gusto, aunque hay que decir que mucha gente fue engañada por esta tontería. Pero para cualquiera con ojos para ver, estaba muy claro desde el principio: Ucrania nunca podría ganar esta guerra. Era una imposibilidad física.
Eso hace que la oposición de los europeos a la propuesta de diálogo de paz de Trump sea aún más cínica. Los dirigentes europeos y Zelensky están decididos a continuar la destrucción de Ucrania y el sacrificio de su pueblo, únicamente para atar a Trump y a Estados Unidos a sus propios intereses mezquinos.
Desde la elección de Donald Trump, el mundo occidental se ha visto sacudido hasta la médula por un revés tras otro en el traicionero campo de la diplomacia.
Al principio, intentan consolarse con la ilusión de que las cosas no estaban tan mal como podrían estar. Seguramente, una vez instalado en la Casa Blanca, empezaría a entrar en razón. Bajo la presión de la opinión pública hostil (léase: el Partido Demócrata) y la prensa libre (léase: la prensa multimillonaria controlada por el Partido Demócrata y sus partidarios), abandonaría sus ideas descabelladas y se conformaría con ser un dirigente político burgués normal.
Pero una a una, estas ilusiones se evaporan como pompas de jabón en el aire. Poco a poco, la clase dirigente, tanto en Estados Unidos como en Europa, ha empezado a darse cuenta de que las cosas han empezado a cambiar en una dirección muy dramática. Para usar la colorida expresión de JD Vance: «¡hay un nuevo sheriff en la ciudad!».
Esto se hizo eco en el artículo de Martin Wolff mencionado anteriormente:
«El secretario de Defensa de Donald Trump, Pete Hegseth, (…) dijo a los europeos que ahora estaban solos. Estados Unidos ahora estaba principalmente preocupado por sus propias fronteras y China. En resumen: «Salvaguardar la seguridad europea debe ser un imperativo para los miembros europeos de la OTAN. Como parte de esto, Europa debe proporcionar la mayor parte de la futura ayuda letal y no letal a Ucrania»».
Lo que vimos en el Despacho Oval no fue solo una discusión violenta entre dos individuos impredecibles. Fue nada menos que la destrucción de todo el orden mundial que ha existido desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Esto ha hecho sonar las alarmas en los pasillos del poder de toda Europa. La alianza occidental se está derrumbando rápidamente ante sus ojos y los líderes de Europa están luchando por tratar de recoger los pedazos.
Todo parece indicar ahora que el antiguo orden de las cosas, en el que la seguridad de Europa estaba garantizada por el poderío militar de EE. UU., ha desaparecido para siempre. Los europeos tendrán que aceptar esta incómoda verdad y aprender a vivir con el hecho de que, para los estadounidenses, Europa ya no es tan importante para sus intereses como lo era antes.
Esto no es un asunto menor. Representa un cambio fundamental en todo el edificio de las relaciones mundiales. Y de este hecho se derivarán consecuencias muy graves. Wolff dice que Estados Unidos ya no es un aliado de Europa, es su enemigo. Eso lo expresa muy bien. Sin embargo, esto es algo que Starmer no entiende. Tanto él como toda la clase política británica viven en el pasado. De hecho, creen que Gran Bretaña sigue siendo una potencia en el mundo como lo era hace cien años.
Estas damas y caballeros son tan estúpidos que no pueden ver que sus patéticas propuestas a Trump no significan precisamente nada. Cuando leemos lo que realmente se escribe sobre lo que dice Trump, inmediatamente se hace evidente que tanto Starmer como Macron volvieron con las manos vacías. Trump no les había prometido precisamente nada, al menos en la cuestión esencial, que eran las garantías de Estados Unidos para una supuesta fuerza europea de mantenimiento de la paz en Ucrania. Incluso ahora, en esta última etapa, cuando todo el mundo sabe que Ucrania ha perdido la guerra, los estúpidos dirigentes europeos se encuentran en un estado de negación. Inmediatamente después del desastroso enfrentamiento entre Trump y Zelensky, se apresuraron a expresar su pleno apoyo al presidente ucraniano, invitándolo a una supuesta conferencia de paz en Londres.
Los resultados de la conferencia fueron los que cabría esperar: las habituales declaraciones de solidaridad con Ucrania, carentes de sentido, junto con ofertas de ayuda económica y militar que saben que no pueden cumplir. Sobre todo, repiten como una letanía sin sentido la retórica inútil sobre la fuerza europea de mantenimiento de la paz, que debe ser organizada por la llamada «coalición de voluntarios».
Ni siquiera pueden hablar en nombre de Europa, ya que Europa no está unida en este asunto. Tampoco pueden dar un solo paso en esta dirección sin la participación real de los estadounidenses, que han dejado claro una y otra vez que no están a favor. A pesar de ello, Starmer insiste en que tiene la intención de volver a Washington para repetir su caso una vez más. Es poco probable que tenga éxito, en cuyo caso toda esta tontería se vendrá abajo.
Por sus propios intereses egoístas, los gobernantes europeos se esfuerzan por prolongar la sangrienta guerra en Ucrania y, si es posible, empujar a los estadounidenses al conflicto. Se presentan hipócritamente como los «amigos» de Ucrania, mientras persiguen una política que es muy perjudicial para los ucranianos y, en última instancia, sin ningún contenido real.
A pesar de todas las promesas exageradas hechas a Kiev, los gobiernos europeos no están en condiciones de intervenir y proporcionar las enormes sumas de dinero necesarias para mantener la guerra ni para tapar el enorme vacío dejado por la retirada estadounidense.
Incluso si estuvieran de acuerdo y cumplieran todo lo que proponen (más dinero, más armas, los llamados cascos azules), lo cual no será el caso, eso no cambiaría ni podría cambiar el resultado de la guerra. Como mucho, podría retrasar el resultado unos meses. Eso es todo.
Al seguir alimentando las falsas esperanzas de los ucranianos de recibir enormes cantidades de dinero en efectivo y armas para continuar la guerra, están contribuyendo a empujar a Ucrania cada vez más hacia el abismo. Con «amigos» como estos, el pueblo ucraniano realmente no necesita enemigos.
Lo que vimos el viernes 28 de febrero en el Despacho Oval ha sido impactante. Una disputa a gritos entre Trump, JD Vance y Zelensky. Se supone que el mono no suele salirse del guión establecido por el organillero, y si lo hace, será regañado, con dureza.
Pero, ¿qué pasó realmente?
Trump está ahora en el poder. Ha llegado al poder sobre la base de un programa para poner fin a la guerra en Ucrania. Todo el mundo lo sabe. Además, como el secretario de Defensa, Hegseth, había explicado claramente a los europeos la semana anterior, para hacerlo hay que «reconocer las realidades en el campo de batalla». No se equivocaba.
Rusia ha ganado la guerra. No hay forma de darle la vuelta. A Ucrania le interesa llegar a un alto el fuego ahora. La alternativa es continuar una guerra de desgaste que no puede ganar, obligando a morir a hombres que no quieren ser carne de cañón… solo para verse obligados a capitular más tarde y perder aún más territorio. Estos son los hechos.
Sobre esta base, la política de Trump es tratar de llegar a un acuerdo con Putin y concentrarse en el principal rival de Estados Unidos: China. Tal vez incluso abrir una brecha entre Rusia y China. Estos son intereses imperialistas. Se podría decir que son objetivos más adecuados a la fuerza actual del imperialismo estadounidense. Trump básicamente le está diciendo a Putin: «mantengámonos en nuestras respectivas esferas de influencia».
Para que quede claro: esto es imperialismo estadounidense. ¿Es peor que el imperialismo de Biden? Bueno, Biden estaba decidido a continuar una guerra que ya estaba perdida. Una guerra que había provocado al insistir en la cuestión de la pertenencia de Ucania a la OTAN. Creyendo en su propia propaganda, tenían el delirante objetivo de humillar a Rusia, imponer un cambio de régimen en Moscú y algunos incluso hablaban de dividir el país («descolonizarlo»). Para lograr estos objetivos imposibles, estaba dispuesto a luchar hasta la última gota… de sangre ucraniana, así como a aumentar continuamente las provocaciones contra Rusia, que no olvidemos es la mayor potencia nuclear del mundo.
¿Minerales a cambio de garantías?
¿Qué pasa con el acuerdo de minerales de Ucrania? Esta idea fue planteada originalmente por Zelensky en su llamado «plan de victoria». Estaba desesperado. Podía sentir que la guerra estaba perdida, que Estados Unidos estaba a punto de abandonarlo y que Europa también se estaba cansando. Así que pensó: «vendamos el país a cambio de ayuda militar» y prometió la riqueza mineral de Ucrania. Este fue un plan muy dudoso desde el principio. Esta riqueza mineral es en su mayor parte hipotética, parte de ella se encuentra en territorio controlado por Rusia, parte de ella está bajo tierra y requeriría grandes inversiones para extraerla.
Los detalles no importan. Trump es un hombre de negocios y se aferró a la idea. Su argumento es: «hemos gastado mucho dinero en esta guerra, deberíamos obtener algo a cambio» y exigió 500.000 millones de dólares. «¡Denos el botín!». La cifra se negoció a la baja hasta los 350.000 millones de dólares. Aun así, Zelensky quería algo a cambio: garantías de seguridad. Trump insistió en que no las habría. Hegseth ya lo había explicado: cualquier tropa europea de mantenimiento de la paz en Ucrania tras un alto el fuego no estaría cubierta por el artículo 5 de la OTAN, que prevé la defensa mutua de sus miembros. El argumento de Trump es que los meros hechos de los intereses económicos de EE. UU. (el acuerdo sobre minerales) serían suficientes para garantizar un acuerdo con Rusia.
Aquí está el quid de la cuestión. Una vez que Trump ha dicho que quiere salir de la guerra proxy de Ucrania… no hay nada que los europeos puedan hacer. Pueden celebrar una cumbre, protestar en voz alta, algunos más que otros, pero no hay NADA que puedan hacer. No pueden continuar la guerra contra Rusia en Ucrania sin el apoyo militar y financiero de EE. UU. No pueden. Ellos mismos lo han admitido. Zelensky lo sabe y lo ha dicho públicamente. De hecho, los europeos ni siquiera pueden proporcionar garantías de seguridad a Ucrania sin el respaldo de EE. UU. Starmer lo dijo. En público.
¿Qué sigue? Durante dos semanas, Zelensky ha estado intentando que EE. UU. se comprometa a algún tipo de garantía a cambio del acuerdo sobre minerales, que se ha negado a firmar en varias ocasiones.
No solo eso. Zelensky ha estado intentando darle la vuelta a toda la situación insistiendo en que no se puede confiar en Putin y que, por lo tanto, las negociaciones son inútiles. Está motivado por dos cosas: su deseo de obligar a EE. UU. a seguir apoyando la guerra, pero también su supervivencia política, ya que Trump ha insinuado claramente que quiere que se vaya. Alto el fuego, elecciones, un acuerdo. Esta es la hoja de ruta declarada por Trump. Y cuando dice «elecciones», se refiere a elecciones que Zelensky perderá.
En los últimos días, tanto Macron como Starmer han visitado a Trump. Han sido muy afectuosos con él. Han venido con regalos («una segunda visita de estado histórica», «una carta firmada por Su Majestad el Rey»). Le han felicitado. ¿Su objetivo? Conseguir que Estados Unidos se comprometa de alguna manera a ayudarles a dar a Ucrania algunas garantías tras un alto el fuego. No han conseguido nada en absoluto. Trump ha sonreído, les ha dado la mano (con fuerza), ha elogiado a los dos hombres como grandes amigos… y no les ha dado nada. Nada. Nada de nada. Cero.
Starmer estaba extasiado. El círculo de prensa de Londres lo calificó de «una jugada maestra». La verdad es simple. Trump no cedió ni un ápice en la cuestión central de las garantías de seguridad.
En este punto entra Zelensky. Sabe muy bien cuál es la situación. Además, sabe que la mano que le han repartido es mala. Extremadamente débil. Casi lo único quee tiene es la sed de minerales de Trump. Por cierto, esto no es solo un capricho del magnate inmobiliario neoyorquino. En realidad fue Biden quien, como parte de la Ley de Energía de 2020, creó una «lista de materiales críticos y minerales críticos». Es decir, una serie de materias primas que son de importancia estratégica para el imperialismo estadounidense, muchas de las cuales están actualmente bajo el control de China.
Todo lo que tenía que hacer Zelensky es ser amable con su anfitrión, el organillero, e intentar empujarlo ligeramente en su dirección (quizás con la promesa de un asiento en la mesa de negociaciones, en algún momento, y algún compromiso vago con la seguridad después de un acuerdo con Rusia). Esto no debería haber sido difícil de lograr. Los términos del acuerdo sobre minerales que se habían filtrado eran extremadamente vagos. Podría haberlos firmado y luego haber seguido con una política de amistad y presión para intentar llegar un poco más lejos.
Se podría pensar que esto es humillante. Sí, efectivamente. Boris Johnson lo llamó un «pacto de ladrones». La cuestión es: ¿tiene Ucrania una alternativa mejor? Si es así, por supuesto, búsquela. Pero no la tiene.
Todo estaba listo. Iba a haber una sesión de fotos y algunas preguntas. Una reunión a puerta cerrada y luego la firma del acuerdo. Había mesas con bolígrafos. Una sala preparada para una conferencia de prensa. Los ministros pertinentes estaban presentes.
Y, sin embargo, no ocurrió. ¿Cómo? ¿Por qué? Algunos han especulado que Trump y Vance habían preparado una trampa para Zelensky. Querían humillarlo en público. Sin embargo, si miras el vídeo completo, verás que esto no tiene ningún sentido.
Trump había llamado a Zelensky dictador y mal comediante, pero luego fingió haberlo olvidado. No quería insistir en el tema. Quería que se firmara el acuerdo y que Zelensky se sumara, para poder proseguir las conversaciones con Putin y llegar a un alto el fuego, preferiblemente para Pascua o, en su defecto, para el Día de la Victoria.
La conversación continuó de manera amistosa y diplomática durante unos 40 minutos. Hay un punto en el que Zelensky y Trump discrepan sobre quién ha contribuido más a la guerra, si Europa o Estados Unidos, pero lo hacen con una risa y luego pasan a la siguiente pregunta.
Luego, a los 40 minutos, JD Vance interviene para hacer un comentario atacando a Biden. «Biden defendió la guerra, Trump defiende la diplomacia». En este punto, Zelensky interviene y se enfrenta a Vance: «No se puede confiar en Putin», «¿de qué tipo de diplomacia estás hablando, JD?». Vance responde: «Con todo respeto, señor presidente, creo que es una falta de respeto venir al Despacho Oval e intentar litigar esto frente a los medios de comunicación». Le está diciendo: «amigo, no te hagas el listo, tú eres el mono, nosotros somos los organilleros, por favor, cállate y podemos hablar a puerta cerrada». Es en este punto cuando todo estalla.
Trump y Vance le dicen a Zelensky cuál es la verdadera posición: «no tienes cartas, no puedes decirnos qué hacer» y aún más claro: «O llegas a un acuerdo o nos retiramos. Y si nos retiramos, lo resolveréis vosotros. No creo que vaya a ser bonito».
En lugar de echarse atrás, Zelensky continúa el enfrentamiento. La embajadora de Ucrania se agarra la cabeza. Esto se ha convertido en un choque de trenes. Trump cancela la conferencia de prensa, que ha durado 50 minutos.
Los ucranianos se apresuraron entre bastidores para salvar el acuerdo. Según la prensa, «la delegación de Kiev esperó en otra sala durante aproximadamente una hora, con la esperanza de firmar el acuerdo sobre minerales que motivó el viaje de Zelensky y salvar la visita». Pero finalmente, Marco Rubio y el asesor de seguridad nacional Mike Waltz «salieron del Despacho Oval, caminaron hasta donde estaba sentado Zelensky y le dijeron que se fuera», según Axios.
En una declaración en las redes sociales, Trump dice: «Zelenskyy no está preparado para la paz… Puede volver cuando esté preparado para la paz». Esto es un completo desastre desde el punto de vista de Zelensky.
Todos los líderes europeos (y por alguna razón también el senador Bernie Sanders) expresaron su conmoción en público y prometieron respaldar plenamente a Ucrania… pero son solo palabras. Saben muy bien que no son capaces de hacer nada sin Estados Unidos. Ni militar, ni económica, ni políticamente.
Por lo tanto, en los próximos días, estas palabras fuertes se habrán desvanecido y la dura realidad se impondrá: Washington tiene todas las cartas en sus manos en lo que respecta a Ucrania.
¿Es esto una humillación para Zelensky? Sí, lo es. ¿Era lo que Trump quería? No, no lo es.
Es difícil pensar en una estrategia peor que Zelensky podría haber seguido. Como Trump señaló correctamente, Zelensky no quiere la paz. Quiere enredar a los EE. UU. en la continuación de la guerra. Significaría un enfrentamiento militar directo entre los estadounidenses y los rusos. Eso es lo que Trump quiso decir cuando acusó a Zelensky de «jugar con la Tercera Guerra Mundial».
¿Quién traicionó a Ucrania?
«Ucrania ha sido traicionada», escucho decir a algunos comentaristas. Estoy de acuerdo. Pero Ucrania no ha sido traicionada hoy. No. Hay que remontarse más atrás. A 2014, cuando el imperialismo estadounidense intervino directamente para forzar un cambio de régimen en Ucrania, con el fin de reemplazar a un grupo de oligarcas pro-rusos por un grupo de oligarcas pro-europeos y atlantistas. Cuando Victoria Nuland y John McCain estaban en la plaza Maidan codeándose con bandas neonazis. Cuando Estados Unidos apoyó a un régimen que pisoteó los derechos de los ucranianos de habla rusa, organizó una operación militar contra ellos e hizo de la promoción de los nacionalistas ucranianos que colaboraron con los nazis en la Segunda Guerra Mundial la ideología oficial del Estado.
Ucrania fue traicionada cuando los halcones de la guerra contra Rusia organizaron provocación tras provocación con pleno conocimiento de que Putin no permitiría ni podría permitir que Ucrania se uniera a la OTAN. Ucrania fue traicionada cuando Biden decidió provocar una guerra indirecta con el objetivo de poner a Rusia en su sitio.
Ucrania fue traicionada cuando Boris Johnson fue llevado a toda prisa a Kiev en abril de 2022 para convencer a los ucranianos de que no firmaran un acuerdo de paz con Rusia.
En cuanto a Zelensky, ya está dando marcha atrás, en una publicación en las redes sociales de «gracias, Estados Unidos, gracias, presidente», en una entrevista con Fox News en la que dijo que «algunas de las cosas que dijo no deberían haberse discutido frente a los medios». No tiene otra alternativa.
En Kiev ya están afilando los cuchillos. Se ha presentado una moción de destitución contra Zelensky en la Rada. Los rivales políticos se están posicionando.
Washington amenaza ahora con cortar inmediatamente todos los envíos de ayuda militar a Ucrania.
«¿Para qué ha sido todo esto?».
«Pero, ¿qué pasa con el pueblo ucraniano?», se preguntan algunos. «¿No tienen derecho a decidir los términos del acuerdo? ¿Decidir cuándo quieren dejar de luchar?» Muchos de los que hacen estas preguntas son cínicos. Son los que decidieron que Ucrania debía tener un gobierno pro OTAN, los que intervinieron directamente para asegurarse de que así fuera, los que, como Victoria Nuland, vetaron a los candidatos a primer ministro tras el derrocamiento de Yanukóvich.
Pero puede que haya algunos que se hagan la pregunta honestamente. La respuesta es esta: el pueblo ucraniano en este momento quiere la paz y está dispuesto a hacer concesiones territoriales. Esto es lo que muestran las encuestas de opinión en el territorio controlado por Kiev. Muchos están votando con los pies. Cientos de miles están evadiendo el reclutamiento o abandonando el frente (200.000 según fuentes ucranianas a finales de 2024). Se dan cuenta de que la guerra no se puede ganar. El estado de ánimo en el frente es casi de motín. 1700 desertaron de la recién formada 155.ª brigada mecanizada entrenada por la OTAN tan pronto como regresó de Francia y fue enviada a Pokrovsk.
Muchos de los que huyeron de las zonas ocupadas por Rusia están regresando ahora, por ejemplo a Mariupol, porque quieren ver a sus familiares y volver a sus hogares y no ven cómo puede hacerse esto militarmente. Son personas que huyeron de la invasión rusa, no los que se quedaron.
El alcalde de Pokrovsk hizo un llamamiento al presidente para que se firmara inmediatamente un acuerdo de alto el fuego.
Muchos en Ucrania hoy se preguntarán «¿para qué sirvió todo esto?». Y Zelensky no tiene respuesta. El país ha sido destruido, cientos de miles de personas han sido asesinadas y mutiladas. Muchos pensarán: «Votamos por Zelensky porque era el candidato de la paz. Occidente nos metió en una pelea con Rusia y ahora nos ha traicionado». A menudo, la derrota en la guerra conduce a la revolución.
Al final, todo se reduce a algo que Lenin explicó hace más de 100 años. En la época del imperialismo, los derechos de las naciones pequeñas son solo una pequeña parte de las maquinaciones de las grandes potencias. Se utilizan cuando es conveniente, para justificar y disfrazar los objetivos imperialistas de las grandes potencias, y luego se descartan cuando ya no sirven para un propósito útil.
Las verdaderas diferencias entre Trump y Biden
Ambos son imperialistas, pero hay dos diferencias entre Biden y Trump.
La primera es que Biden siguió una política exterior imprudente que pretendía mantener una supremacía estadounidense imposible sobre todo el mundo, incluso a riesgo de provocar un conflicto militar directo con una potencia nuclear como Rusia. Trump sigue una política de repartirse el mundo entre las diferentes potencias según la fuerza relativa de cada una.
La segunda es que Biden y todo el orden mundial liberal disfrazaron y encubrieron sus desnudos objetivos imperialistas con frases altisonantes sobre la «soberanía nacional», el «derecho internacional» y el «orden mundial basado en normas». Trump es más directo y poco diplomático. Dice las cosas como son. Quiere controlar los minerales críticos, las rutas marítimas y los canales. Quiere utilizar la influencia económica de Estados Unidos para obtener concesiones de sus socios comerciales. Eso es todo.
¿Estamos de acuerdo con esto? Por supuesto que no. Somos comunistas revolucionarios e internacionalistas. Estamos a favor de la liberación de la humanidad de la opresión y la explotación. Somos antiimperialistas. Pero no caemos en la ilusión de que «Trump es malo porque se está acercando al autoritario Putin» o de que «está en contra de la defensa del mundo libre».
En todas partes y en todas las circunstancias, defendemos una posición de independencia de clase. Es decir, una posición que parte del punto de vista de los intereses de la clase trabajadora, no de los de un grupo u otro de ladrones imperialistas.