Agresiones imperialistas, los límites del reformismo y la necesidad del PCR

Carlos Márquez

En algún momento, el capitalismo fue un sistema progresista, aún con la fuerza bruta y derramando sangre por sus poros, desarrolló la ciencia, la tecnología y las fuerzas productivas a niveles nunca antes vistos. Pero hoy lo que produce son guerras reaccionarias y crisis económicas, mientras destruye el medio ambiente y pone en riesgo la existencia misma de la humanidad. El capitalismo ha sobrevivido más allá de sus límites y de su papel histórico. Su mera existencia se ha convertido en una amenaza, pues su decadencia nos arrastra hacia la barbarie. Literalmente, la lucha por el comunismo es un asunto de vida o muerte, pero para alcanzarlo necesitamos la herramienta para transformar la sociedad: el Partido Comunista Revolucionario.

Trump y el declive relativo del imperialismo

La llegada de Trump a la presidencia de EE.UU. representa un punto de inflexión en la situación mundial. Él no ha generado las contradicciones actuales: éstas ya existían. El imperialismo estadounidense atraviesa un declive relativo, mientras la creciente participación de China en la economía mundial se convierte en una fuerza amenazante. Aunque ambas economías están profundamente entrelazadas, Trump busca reducir el papel de China mediante su guerra económica.

Trump intenta salir de conflictos que no considera fundamentales para los intereses imperialistas estadounidenses, como la guerra de Ucrania contra Rusia; aunque quererlo es más fácil  que hacerlo. Por ahora, sigue enviando más armamento a Ucrania. De igual forma, el retroceso del poderío estadounidense en Medio Oriente ha permitido que rivales como Irán se fortalezcan en la región, mientras antiguos aliados, como Turquía, adquieren mayor independencia. Las incursiones militares en zonas controladas por su aliado Israel reflejan una intención de recuperar el poder y control perdidos.  

El imperialismo norteamericano no sabe qué hacen en Oriente Medio. En el último periodo se ha querido apoyar en diferentes países, como una forma para limitar la dependencia que tenía de Israel, su único aliado en la región; al mismo tiempo ha apoyado la limpieza étnica en Gaza contra le pueblo palestino. La región es un polvorín inestable y complejo que el imperialismo quiere sortear pero no puede.

Con el afán de recuperar su poder y centrarse en su enemigo principal, EE.UU. está empujando una política agresiva contra todos los países por medio de los aranceles, a algunos más los ha amenazado con invadir y a otros los está presionando de tal forma para conseguir todo lo que el imperialismo quiere. Esto está acelerando las contradicciones de los diferentes países, presos de la política de Trump. El caso de Panamá es sintomático, Trump obligó al gobierno de Mulino a un acuerdo vergonzoso en que se acepta la presencia y asesoría de las fuerzas armadas imperialistas en el país. Tras esto hemos presenciado un estallido social y una intensa lucha de clases.

Dependencia de México

Nunca en la historia el peso de la economía mundial había sido tan grande como hoy. Sin embargo, la propiedad privada de los medios de producción y los estados nacionales —sustento del capitalismo— le ponen freno a su desarrollo. En el periodo pasado los países de capitalismo desarrollado rompieron las barreras de su Estado nacional y se expandieron por el mundo enlazando hasta el último rincón del planeta, uno de los máximos logros del capitalismo y uno de los factores que le permitió mantener una estabilidad relativa al sistema mundial. La situación se convierte en su contrario: ahora asistimos a una guerra proteccionista. EE.UU. ataca a sus principales socios comerciales, incluido México.

La burguesía mexicana jamás ha jugado un papel progresista. Traicionó sus propias revoluciones, ha prosperado parasitando al Estado y ha sido incapaz de enfrentar al imperialismo o defender una verdadera soberanía. Solo cuando ha habido luchas revolucionarias abiertas, las masas se han opuesto de manera consecuente al dominio imperialista.

Los partidos burgueses tradicionales —el PRI y el PAN— han sido históricamente serviles al imperialismo. La llamada Cuarta Transformación (4T) emergió, en cierto sentido, como una expresión del rechazo popular al viejo régimen y a los estragos del capitalismo. Sin embargo, su dirección no es capaz de resolver estas contradicciones. Si bien la 4T cuenta con un respaldo popular importante, también crece la crítica entre sectores juveniles que, en sus capas más avanzadas, concluyen que se necesita un cambio más profundo y radical.

Aunque la 4T defiende el nacionalismo y la soberanía, sus resultados van en sentido contrario. Económicamente, México se ha vuelto aún más dependiente de EE.UU. Se ha integrado a una importante cadena de producción internacional, jugando un papel clave como proveedor en la relocalización de empresas cuya producción tiene como destino principal el mercado estadounidense. Solo se muestra nacionalista contra el capital chino, pero dócil y subordinado al imperialismo de los EE.UU.

En la fabricación de un automóvil existe una cadena productiva altamente integrada entre los tres países norteamericanos. En el Bajío mexicano, por poner solo un ejemplo, se fabrican motores, transmisiones, arneses eléctricos, sistemas de suspensión, entre otros componentes. La desvalorizada fuerza de trabajo mexicana ayuda a abaratar costos, lo que implica también una fuga de capitales desde EE.UU. hacia México, donde han venido a invertir muchas empresas norteamericanas. Este proceso a un nivel amplio, ha debilitando la industria en ciudades estadounidenses que han entrado en decadencia debido a esta exportación de capital. Trump cuando dice que quiere  hacer nuevamente grande a los Estados Unidos, piensa en que, con los aranceles, esas miles de empresas van a regresar a los EE.UU., creando puestos de trabajo y buenos salarios.

¿A qué obedecen las medidas arancelarias?

El 85 % de las exportaciones mexicanas tienen como destino EE.UU.; y este no es el único dato que refleja su subordinación económica. El 75% de esas exportaciones proviene de apenas 515 trasnacionales, que se quedan con la mayor parte de los beneficios (La Jornada, 21/07/25). Está en puerta una nueva renegociación del T-MEC, en la cual el imperialismo estadounidense buscará obtener condiciones aún más favorables.

EE.UU. ha impuesto aranceles del 25% a las autopartes producidas en México y Canadá, así como al acero y al aluminio, cuyos gravámenes duplicó posteriormente al 50%.

Bajo el pretexto del gusano barrenador, Trump canceló las importaciones de carne mexicana en regiones donde esta plaga no representa un problema. Exigió mejoras en las medidas sanitarias mexicanas y una contención más estricta del ingreso de carne proveniente de Centroamérica. Ha impuesto un arancel del 17 % al jitomate, busca restringir vuelos y alianzas entre aerolíneas mexicanas y estadounidenses, y mañana podrá hacerlo con cualquier otro producto.

Estas medidas arancelarias rompen con el acuerdo económico de América del Norte. Los liberales reformistas no comprenden “esta locura”, se escandalizan porque derrumba su mundo ideal, donde todo puede resolverse mediante el diálogo, la negociación y la conciliación interburguesa. Pero esta “locura” tiene una lógica interna. Como explicamos en nuestro documento de perspectivas internacionales:

“Con sus amplias medidas proteccionistas, Trump persigue varios objetivos:
1. Penalizar la importación de productos manufacturados y recuperar empleos en ese sector dentro de EE.UU.
2. Detener el ascenso de China como potencia económica rival.
3. Utilizar los ingresos de los aranceles para aliviar el déficit presupuestario, manteniendo al mismo tiempo los recortes fiscales.
4. Usar los aranceles como moneda de cambio en negociaciones con otros países, buscando concesiones políticas y económicas.”

Presiones imperialistas contra México

En el caso mexicano, el endurecimiento responde a una lógica similar. Trump busca atraer más inversión a EE.UU., fortalecer la industria nacional y utilizar los aranceles como palanca para renegociar los acuerdos del T-MEC en mejores términos para su clase dominante, al igual que frenar la migración y contener el tráfico de drogas. Los aranceles son un garrote en la mano del imperialismo y los usará en el momento que él quiera y para lo que quiera.

A diferencia de su primer mandato, Trump ahora tiene menos límites. Ha logrado un mayor control del aparato judicial y está mucho más radicalizado. Asistimos a un viraje general del capital estadounidense hacia una política abiertamente agresiva, que Trump encarna con toda crudeza.

El capital norteamericano no se retira completamente de México, sino que lo presiona para obtener mejores condiciones para su reproducción. En ese marco, México juega el papel de una economía semicolonial integrada al imperialismo. No tiene independencia real. La producción depende del capital estadounidense y su Estado no puede imponer condiciones. Esto no se resuelve con discursos nacionalistas, ni con posturas reformistas o diplomáticas: se necesita una ruptura revolucionaria apoyada en el movimiento de la clase obrera, una transformación socialista que estatice las palancas fundamentales de la economía bajo control obrero, que expropie al capital y termine con el yugo imperialista, extendiendo la revolución a los EE.UU., haciendo un llamado a la clase obrera estadounidense, canadiense y sudamericana a seguir su ejemplo.

A medida que la crisis internacional se agrava, el margen para políticas intermedias desaparece. La alternativa es clara: o se avanza hacia una revolución socialista que libere a México del yugo imperialista y capitalista, o se profundizará la explotación, el saqueo y la opresión bajo nuevas formas.

El reformismo y sus límites

Trump continúa acusando a México de no hacer lo suficiente contra los cárteles de la droga y en materia de contención migratoria. El 16 de julio declaró:

“Los salvajes cárteles de droga y los traficantes criminales tienen un control tremendo sobre México, sobre los políticos y las personas electas… Tenemos que hacer algo al respecto, no podemos dejar que eso pase” (La Jornada, 17/07/25).

En este contexto, figuras como Julio César Chávez Jr., hijo del ídolo del box mexicano, han sido detenidas por presuntos vínculos con el Cártel de Sinaloa. Al mismo tiempo, ha salido a la luz la infiltración del crimen organizado en los gobiernos de la 4T. Hackeos del grupo Guacamaya revelaron que Adán Augusto López, exgobernador de Tabasco y Secretario de Gobernación en el gobierno de AMLO, colocó a integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación al frente de la seguridad estatal. Aunque en la última convención del partido se afirmó que “Morena no protege a nadie”, varios dirigentes salieron inmediatamente en defensa de Adán Augusto, lo que pareció más un cierre de filas que una voluntad real de esclarecer los hechos.

No somos ingenuos: la derecha busca golpear al gobierno y aprovechar sus contradicciones. Pero esas contradicciones son reales. La 4T no ha erradicado la corrupción, la violencia ni la explotación porque mantiene una política de conciliación de clases, fortalece al aparato estatal y defiende el libre mercado, es decir, al capitalismo.

Esto quedó claro en la reciente lucha magisterial por pensiones dignas. Solo una minoría de jubilados, cubierta por el décimo transitorio, fue beneficiada; mientras la mayoría quedó sin respuesta. Para garantizar pensiones para todas y todos, es necesario enfrentar la descomunal riqueza de los grandes capitalistas, que se enriquecen saqueando al país y explotando a la clase trabajadora. En el mejor de los casos, la 4T apenas ha moderado esa voracidad.

Uno de los rasgos más alarmantes es el fortalecimiento del aparato militar, con casi 400 mil efectivos. Cuerpos como la Guardia Nacional cumplen ahora funciones de seguridad interna. Aunque se afirma que no se utilizará contra el pueblo, vimos cómo se reprimió un concierto del cantante vasco Fermín Muguruza en el Multiforo Alicia y cómo la GN ha sido desplegada para contener a migrantes en la frontera sur. A pesar de ello, la violencia continúa. El hallazgo del campo de exterminio en el Rancho Izaguirre, en Jalisco, lo confirma. No fue un caso aislado: manifestantes gritaron “Jalisco entero es una fosa clandestina”.

Por último, la defensa del libre mercado también se refleja en fenómenos como la gentrificación. Bajo la lógica especulativa del capital se  encarecen las ciudades, un fenómeno que la presidenta justifica como “derrama económica”, pero en realidad es un proceso de expulsión de los pobres. Solo una política de vivienda pública, bajo una economía planificada, puede frenar la especulación inmobiliaria y garantizar viviendas y servicios dignos y accesibles para las familias trabajadoras.

No es solo Trump y el reformismo, es el sistema


Lo que enfrentamos va mucho más allá de un presidente “loco” en la Casa Blanca y una bancarrota de las políticas reformistas: son cambios tectónicos en las relaciones mundiales, que en una zona u otra provocarán derrumbes y terremotos sociales.

El discurso xenófobo, proteccionista y autoritario es la expresión concentrada de un capitalismo en crisis. No se trata del avance del fascismo, pues —como vimos en California con el resurgimiento de la lucha de masas contra las redadas racistas del ICE— la clase obrera no está derrotada y conserva un enorme potencial de combate.

Trump no inventó las contradicciones que vivimos: simplemente las exacerba, porque el sistema que representa ha llegado a sus límites históricos. Lo que alguna vez fue progresista, hoy solo puede ofrecer miseria, devastación ambiental, guerras y explotación sin fin.

Frente a esto, el reformismo de la 4T, pese a su retórica nacionalista y social, ha mostrado sus límites. La política que necesitamos hoy debe ser internacionalista y socialista, llamando a la clase trabajadora de Norteamérica y del mundo a luchar contra el enemigo común: el capital. No hay salida nacional a la crisis sistémica, pero en cada país debemos organizarnos, porque el enemigo también está en casa, y con él debemos ajustar cuentas.

La 4T, lejos de romper con el poder del capital, ha intentado regularlo, volverlo humano.Pero el resultado ha sido una adaptación al orden establecido, como vemos en el sometimiento a las presiones imperialistas, la subordinación al capital transnacional, la militarización y el fortalecimiento de un aparato estatal que no ha cambiado su carácter de clase ni su función represiva. La 4T intenta resolver las contradicciones del capitalismo sin cuestionarlo, y por eso fracasa en transformar de fondo la sociedad.

Necesitamos algo más profundo: una alternativa revolucionaria. No bastan las reformas parciales: hace falta una ruptura con el sistema que produce estas crisis. Es urgente construir un Partido Comunista Revolucionario, basado en las luchas de la clase trabajadora, la juventud y las mujeres, que unifique las resistencias y proponga una salida socialista frente a la decadencia capitalista.

No podemos esperar más. La barbarie avanza. Solo la organización consciente de la clase trabajadora puede detenerla.