Escrito por Carlos Márquez
Cuba es una sociedad compleja y poco comprendida. Las visiones polarizadas sobre la isla generan una posición idealizada de la revolución o una imagen, influenciada por la propaganda imperialista, de totalitarismo y miseria claramente alejada de la realidad. La vida tiene muchas más tonalidades que el blanco o negro. El Cine de Fernando Pérez Valdés nos da una imagen más fidedigna de la realidad cubana y más particularmente de la vida en la Habana. A México ha llegado su más reciente película titulada: Últimos días en la Habana. Un film que vale la pena ver.
En Últimos días en la Habana Miguel, el protagonista, es un trabajador de un paladar, con heridas de la vida y frustraciones que lo hacen mal encarado, teniendo como única ilusión el salir de Cuba hacia Estados Unidos. Él realmente no vive en Cuba, pasa las tardes frente a un gran mapa poniendo pines sobre la parte estadounidense y quebrándose la cabeza para que a ella entre el idioma inglés. Miguel sólo sobrevive bajo la espera de poder sacar los papeles que le permitan realizar su sueño: huir de Cuba. Él vive con su amigo Diego, al que solemnemente cuida, quien ama la vida pero que está postrado en su cama sufriendo los estragos del SIDA. La película habla de esta inusual amistad entre un asexual y un homosexual.
Un contraste interesante en la historia es el choque de generaciones. A los principales personajes, Manuel y Diego de 45 años, les habría tocado vivir de niños antes de la caída de la URSS pero de jóvenes les tocó el periodo especial y desde entonces vivir bajo limitaciones. La tía del enfermo Diego, ya más grande en edad, en una escena comenta que la vida es difícil, pero más difícil era antes de 1959. Mientras tanto, la sobrina de Diego, una adolescente, no le interesa ni la matemática ni la historia mucho menos la política. Le gusta aprender cosas de su interés pero no de esas que se aprenden en la escuela a donde te obligan, además, a llevar un feo uniforme.
Pienso que lo interesante de las películas de Fernando Pérez Valdés es que buscan mostrar la realidad tal y como es. En Últimos días en la Habana, no se cierra los ojos ante problemas como la prostitución o dificultades serias como el problema de vivienda. Hay elementos mostrados en la película que te encuentras en la vida cotidiana como la santería, al igual que los edificios descuidados como los de Centro Habana y los problemas que se viven entre vecinos, pero también muestra cosas chuscas como la gente bailando haciendo sus compras navideñas en un supermercado al ritmo de la canción Chupa Pirulí, algo que sólo en un país como Cuba puede pasar.
Una de las mejores escenas se vive en un taxi, más allá de la buena fotografía que caracterizan a las películas de Fernando, porque en ese auto se refleja las dificultades que en el día a día un cubano vive. La tarde lluviosa, las dificultades de transporte, la puerta que no funciona bien y el taxista con la rodilla lesionada que tiene que salir a jugársela cada día.
Cuba necesita cambios, nadie puede negar eso, y mirando Últimos días en la Habana queda más que claro. La pregunta es ¿Cambios hacia dónde? No es tema aquí profundizar sobre eso pero pienso que el pueblo cubano tiene derecho a vivir sin tantas limitaciones cotidianas y bajo una vida mejor. Cualquier cambio que lleve a la isla hacia el capitalismo significará un enorme retroceso cultural y un colapso social con lamentables consecuencias contra el pueblo cubano. Eliminar el bloque externo e interno, establecer un verdadero régimen que se base en la participación del pueblo cubano bajo una auténtica democracia obrera y la extensión de la revolución a otros países del orbe, que saquen a Cuba de su aislamiento, son tareas que harán que esta gran revolución se mantenga en pie y el pueblo cubano nos siga dando ejemplo de dignidad.