La Francia del periodo posterior a la revolución de 1848 significó una consolidación de la burguesía sobre la base de la dictadura de una camarilla dirigida por un sobrino de Napoleón Bonaparte.
En 1848, las masas trabajadoras que se levantaron para derribar el gobierno Luis Felipe tuvieron que sufrir la traición de los partidos pequeñoburgueses, lo cual terminó catapultando a la presidencia de Francia al aventurero Bonaparte, que para 1852 se erigió como Napoleón III, Emperador de Francia. En realidad, dicho gobierno fue un régimen policiaco que de vez en cuando apelaba a plebiscitos adecuadamente arreglados para maquillar su régimen. Sólo sobre esta base el poder del capital industrial y bancario de Francia pudieron extender su control a cada rincón del país, creando un escenario preparatorio para un nuevo conflicto imperialista a nivel europeo.
Nuevas capas y nuevas organizaciones
Sin la derrota de los trabajadores en 1848 el segundo imperio seria inexplicable. No obstante, para finales de los 1860s, el proceso de industrialización —que implicó el auge económico— sentó las bases para una renovación, la tradición revolucionaria francesa se nutrió de una nueva generación igualmente dispuesta a luchar.
Aun en el régimen policiaco de Luis Napoleón, las masas trabajadoras no cesan de organizarse y luchar. La organización sindical independiente del gobierno y las huelgas estaban prohibidas en un inició, no obstante, conforme el régimen se veía debilitado, se vio en la necesidad de aceptar la legalización de los sindicatos, en 1864.
Uno de los efectos de la derrota de las revoluciones del ‘48 fue la desaparición de la Liga de los Comunistas, merced de la persecución que a nivel continental se había desatado. Lo que llevó, por ejemplo, a Marx a radicarse en Inglaterra bajo condiciones extremadamente precarias.
No obstante, el resurgimiento de la actividad obrera que se daba tanto en Francia como en distintos países del continente permitió la formación de una nueva organización: la Primera Internacional, también en el año de 1864. Pese a no ser una organización de masas, la Asociación Internacional de Trabajadores tenía núcleos importantes en Francia y contribuía al resurgimiento del movimiento obrero francés.
La Asociación Internacional de Trabajadores fue protagonista, pero sobre todo un testigo histórico, que por la pluma de Marx logró plasmar para la historia de la humanidad el papel de la lucha revolucionaria francesa que se avecinaba.
Conflictos por la hegemonía de Europa
La economía francesa sufrió, en 1857, una nueva crisis que se expresó especialmente en la industria textil. Las luchas obreras se extendieron, llevando a una situación cada vez más inestable al régimen de Napoleón III, el cual trató de salir al paso con una política exterior agresiva que le permitiera capear el temporal y recuperar una legitimidad cada vez más minada.
La política exterior agresiva era una necesidad para enfrentar una situación cada vez más complicada en el frente interno, pero también para satisfacer las crecientes necesidades de una burguesía a la cual el mercado interno ya le quedaba estrecho.
En este contexto, el gobierno francés intervino en la unificación de Italia y en la guerra de Crimea, pretendiendo asegurar en un caso un mercado para descargar la expansión de su industria y en el otro un canal que asegurara su crecente demanda de materias primas.
No obstante, otro jugador empezaba a destacarse en el escenario europeo. El Estado más fuerte de Alemania, Prusia, producto de ese mismo proceso de desarrollo capitalista, despuntaba como el más dominante. En 1860, asume un nuevo gobernante, Guillermo I, el cual nombra para dirigir el estado a Otto Von Bismarck, en 1862.
Bismarck emprende una serie de provocaciones en contra de Austria, el otro Estado alemán que podría disputarle la hegemonía entre los Estados alemanes. Napoleón III consideraba que una vez desgastados ambos contendientes, podría imponer condiciones, así que prácticamente se mantuvo neutral. Para cuando se dio cuenta, Alemania había aplastado militarmente a Austria en poco más de un mes, entre junio y julio de 1866.
La guerra tuvo como consecuencia la formación de una confederación alemana dirigida por Prusia, con la definitiva exclusión de Austria, la cual a duras penas pudo mantener su zona de influencia bajo la forma del Imperio austrohúngaro.
El poder del militarismo prusiano se había multiplicado en un proceso de unificación que ya amenazaba con sumar a los Estados alemanes como Baviera y Baden, de importancia estratégica para Francia.
En Francia, la presión de la burguesía para enfrentar el creciente poder de Alemania se hacía cada vez más insoportable, al igual que la presión de una clase obrera cada vez más impaciente ante la ausencia de libertades.
Producto de dichas presiones, Francia es quien da el primer paso, declarando la guerra a Prusia en julio de 1870, alimentado así el discurso demagógico de Bismarck, que hacía un llamado a la unidad de los Estados alemanes ante la invasión francesa.
La red ferroviaria alemana consigue movilizar a más de un millón de hombres, mientras que por su parte Francia, con grandes dificultades, no logra desplazar más que un par de cientos de miles, demostrando que el fracaso de la invasión de México no fue un mero accidente.
En este contexto, se desata una intensa polémica en el seno del movimiento obrero de todo el continente. Rápidamente, la Asociación Internacional de Trabajadores da a conocer su llamado a la unidad de todos los trabajadores, y al mismo tiempo denuncia que la guerra no se trata de la defensa de la nación o de orgullo nacional, sino de los afanes de dominación de Europa de cada una de las potencias enfrentadas.
Las consecuencias de dicho enfrentamiento se manifestarán de manera vertiginosa, dando pie la proclamación de la Comuna de París, el primer gobierno obrero de la historia.
De ahí la importancia histórica de la publicación del primer manifiesto.
Primer manifiesto del consejo general de la asociación internacional de los trabajadores sobre la guerra franco-prusiana [1]
A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACION INTERNACIONAL
DE LOS TRABAJADORES EN EUROPA
Y LOS ESTADOS UNIDOS
En el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, fechado en noviembre de 1864, decíamos: «Si la emancipación de la clase obrera exige su fraternal unión y colaboración, ¿cómo van a poder cumplir esta gran misión con una política exterior que persigue designios criminales, que pone en juego prejuicios nacionales y dilapida en guerras de piratería la sangre y las riquezas del pueblo?» Y definíamos la política exterior a que aspira la Internacional con estas palabras: «Reivindicar que las sencillas leyes de la moral y de la justicia, que deben presidir las relaciones entre los individuos, sean las leyes supremas de las relaciones entre las naciones».
No puede asombrarnos que Luis Bonaparte, que usurpó su poder explotando la lucha de clases en Francia y lo perpetuó mediante guerras periódicas en el exterior, tratase desde el primer momento a la Internacional como a un enemigo peligroso. En vísperas del plebiscito [2], ordenó que se diese una batida contra los miembros de los Comités administrativos de la Asociación Internacional de los Trabajadores de un extremo a otro de Francia: en París, en Lyón, en Ruán, en Marsella, en Brest, etc., con el pretexto de que la Internacional era una sociedad secreta y de que estaba complicada en un complot para asesinarle. Lo absurdo de este pretexto fue puesto de manifiesto poco después en toda su plenitud, por sus propios jueces. ¿Qué delito habían cometido, en realidad, las secciones francesas de la Internacional? El de decir al pueblo francés, pública y enérgicamente, que votar por el plebiscito era votar por el despotismo en el interior y por la guerra en el exterior. Y fue obra suya, en realidad, el que en todas las grandes ciudades, en todos los centros industriales de Francia, la clase obrera se levantase como un solo hombre para rechazar el plebiscito. Desgraciadamente, la profunda ignorancia de los distritos rurales hizo inclinarse del lado contrario el platillo de la balanza. Las Bolsas, los gobiernos, las clases dominantes y la prensa de toda Europa celebraron el plebiscito como un triunfo memorable del emperador francés sobre la clase obrera de Francia; en realidad, el plebiscito fue la señal para el asesinato, no ya de un individuo, sino de naciones enteras.
El complot de guerra de julio de 1870 [3] no es más que una edición corregida y aumentada del coup d’état de diciembre de 1851 [4]. A primera vista la cosa parecía tan absurda que Francia no quería creer que aquello fuese realmente en serio. Se inclinaba más bien a dar oídos al diputado [*] que denunciaba los discursos belicosos de los ministros como una simple maniobra bursátil. Cuando. por fin, el 15 de julio, la guerra fue oficialmente comunicada al Cuerpo legislativo, toda la oposición se negó a votar los créditos preliminares; hasta el propio Thiers estigmatizó la guerra como «detestable»; todos los periódicos independientes de París la condenaron y, cosa extraña, la prensa de provincias se unió a ellos casi unánimemente.
Mientras tanto, los miembros parisinos de la Internacional habían puesto de nuevo manos a la obra. En «Réveil» [5] del 12 de julio publicaron su manifiesto «A los obreros de todas la naciones» del que tomamos las líneas siguientes:
«Una vez más» —decían—, «bajo el pretexto del equilibrio europeo y del honor nacional, la paz del mundo se ve amenazada por las ambiciones políticas. ¡Obreros de Francia, de Alemania, de España! ¡Unamos nuestras voces en un grito unánime de reprobación contra la guerra!… ¡Guerrear por una cuestión de preponderancia o por una dinastía tiene que ser forzosamente considerado por los obreros como un absurdo criminal! ¡Contestando a las proclamas guerreras de quienes se eximen a sí mismos de la contribución de sangre y hallan en las desventuras públicas una fuente de nuevas especulaciones, nosotros, los que queremos paz, trabajo y libertad alzamos nuestra voz de protesta!… ¡Hermanos de Alemania! ¡Nuestras disensiones no harían más que asegurar el triunfo completo del despotismo en ambas orillas del Rin!… ¡Obreros de todos los países! Cualquiera que sea por el momento el resultado de nuestros esfuerzos comunes, nosotros, miembros de la Asociación Internacional de los Trabajadores, que no conoce fronteras, os enviamos, como prenda de una solidaridad indestructible, los buenos deseos y los saludos de los trabajadores de Francia».
Este manifiesto de nuestras secciones parisinas fue seguido por numerosos llamamientos parecidos de otras partes de Francia, entre los cuales sólo podremos citar aquí la declaración de la sección de Neuilly-syr-Seine, publicada en la «Marseillaise» [6] del 22 de julio:
«¿Es justa esta guerra? ¡No! ¿Es nacional esta guerra? ¡No! Es una guerra puramente dinástica. En nombre de la justicia, de la democracia, de los verdaderos intereses de Francia, nos adherimos por entero y con toda energía a la protesta de la Internacional contra la guerra».
Estas protestas expresaban, como pronto había de probarlo un curioso incidente, los verdaderos sentimientos de los obreros franceses. Como se lanzara a la calle la banda del 10 de diciembre [7] —organizada primeramente bajo el mandato presidencial de Luis Bonaparte—, disfrazada con blusas de obreros, para representar las contorsiones de la fiebre bélica, los obreros auténticos de los suburbios se echaron también a la calle en manifestaciones públicas de paz, tan arrolladoras, que Pietri, el prefecto de policía, creyó prudente poner término inmediatamente a toda política callejera, alegando que el leal pueblo de París había manifestado ya suficientemente su patriotismo retenido durante tanto tiempo y su exuberante entusiasmo por la guerra.
Cualquiera que sea el desarrollo de la guerra de Luis Bonaparte con Prusia, en París ya han doblado las campanas por el Segundo Imperio. Acabará como empezó, con una parodia. Pero no olvidemos que fueron los gobiernos y las clases dominantes de Europa quienes permitieron a Luis Bonaparte representar durante diez y ocho años la cruel farsa del Imperio restaurado.
Por parte de Alemania, la guerra es defensiva, pero ¿quién colocó a Alemania en el trance de tener que defenderse? ¿Quién permitió a Luis Bonaparte guerrear contra ella? ¡Prusia! Fue Bismarck quien conspiró con el mismísimo Luis Bonaparte, con el propósito de aplastar la oposición popular dentro de su país y anexionar Alemania a la dinastía de los Hohenzollern. Si la batalla de Sadowa [8] se hubiese perdido en vez de ganarse, los batallones franceses habrían invadido Alemania como aliados de Prusia. Después de su triunfo, ¿pensó Prusia un solo momento en oponer una Alemania libre a la Francia esclavizada? Todo lo contrario. Sin dejar de conservar celosamente todos los encantos nativos de su antiguo sistema, les añadía todas las mañas del Segundo Imperio: su despotismo efectivo y su democratismo fingido, sus supercherías políticas y sus trapicheos financieros, sus frases grandilocuentes y sus artes vulgares de ratero. Al régimen bonapartista, que hasta ahora sólo había florecido en una orilla del Rin, le salió un émulo al otro lado. Así las cosas, ¿qué podía salir de aquí más que la guerra?
Si la clase obrera alemana permite que la guerra actual pierda su carácter estrictamente defensivo y degenere en una guerra contra el pueblo francés, el triunfo o la derrota serán igualmente desastrosos. Todas las miserias que cayeron sobre Alemania después de su guerra llamada de liberación, renacerán con redoblada intensidad.
Pero los principios de la Internacional se hallan demasiado difundidos y demasiado firmemente arraigados entre la clase obrera alemana para que temamos tan lamentable desenlace. Las voces de los obreros franceses han encontrado eco en Alemania. Una asamblea obrera de masas celebrada en Brunswick el 16 de julio expresó su absoluta solidaridad con el manifiesto de París, rechazó con desprecio toda idea de antagonismo nacional respecto a Francia y cerró sus resoluciones con estas palabras:
«Somos enemigos de todas las guerras, pero sobre todo de las guerras dinásticas… Con profunda pena y gran dolor, nos vemos obligados a soportar una guerra defensiva como un mal inevitable; pero, al mismo tiempo, apelamos a toda la clase obrera alemana para que haga imposible la repetición de una desgracia social tan inmensa, reivindicando para los pueblos mismos la potestad de decidir sobre la paz y la guerra y haciéndoles dueños de sus propios destinos».
En Chemnitz, una asamblea de delegados, que representaban a 50.000 obreros de Sajonia, adoptó por unanimidad la siguiente resolución:
«En nombre de la democracia alemana y especialmente de los obreros que forman el Partido Socialdemócrata, declaramos que la guerra actual es una guerra exclusivamente dinástica… Nos congratulamos en estrechar la mano fraternal que nos tienden los obreros de Francia… Fieles a la consigna de la Asociación Internacional de los Trabajadores: «¡Proletarios de todos los países, uníos!», jamás olvidaremos que los obreros de todos los países son nuestros amigos y los déspotas de todos los países, nuestros enemigos».
La sección berlinesa de la Internacional contestó también al manifiesto de París:
«Nos adherimos en cuerpo y alma a vuestra protesta… Solemnemente prometemos que ni el toque del clarín ni el retumbar del cañón, ni la victoria ni la derrota, nos desviarán de nuestra causa común, que es laborar por la unión de los obreros de todos los países».
¡Así sea!
Al fondo de esta lucha suicida se alza la figura siniestra de Rusia. Es un mal presagio que la señal para el desencadenamiento de esta guerra se haya dado cuando el Gobierno ruso acababa de terminar sus líneas estratégicas de ferrocarril y estaba ya concentrando tropas en la dirección del Prut. Por muchas que sean las simpatías que los alemanes puedan justamente reclamar en una guerra defensiva contra la agresión bonapartista, las perderán de golpe si permiten que el Gobierno prusiano pida o acepte la ayuda de los cosacos. Recuerden que, después de su guerra de independencia contra Napoleón I, Alemania yació durante varias generaciones postrada a los pies del zar.
La clase obrera inglesa tiende su mano fraternal a los obreros de Francia y de Alemania. Está firmemente convencida de que, cualquiera que sea el giro que tome la horrenda guerra inminente, la alianza de los obreros de todos los países acabará por liquidar las guerras. El simple hecho de que, mientras la Francia y la Alemania oficiales se lanzan a una lucha fratricida, entre los obreros de estos países se cruzan mensajes de paz y de amistad; ya tan sólo este hecho grandioso, sin precedentes en la historia, abre la perspectiva de un porvenir más luminoso. Demuestra que, frente a la vieja sociedad, con sus miserias económicas y sus demencias políticas, está surgiendo una sociedad nueva, cuyo principio de política internacional será la paz, porque el gobernante nacional será el mismo en todos los países: el trabajo.
La precursora de esta sociedad nueva es la Asociación Internacional de los Trabajadores.
256, High Holborn, London. W. C.. 23 de julio de 1870
NOTAS
[1] El Primer Manifiesto sobre la actitud de la Internacional respecto de la guerra franco-prusiana, escrito por Marx por encargo del Consejo General nada más comenzar la contienda, así como el Segundo Manifiesto, escrito por Marx en setiembre de 1870, reflejan la actitud de la clase obrera respecto del militarismo y la guerra y muestran la lucha que sostenían Marx y Engels contra las guerras anexionistas y por la aplicación práctica de los principios del internacionalismo proletario. Marx muestra que con dichas conflagraciones se persigue igualmente el fin de aplastar el movimiento revolucionario del proletariado. Marx subraya con mayor fuerza la unidad de intereses de los obreros, alemanes y franceses y los llama a la lucha conjunta contra la política anexionista de las clases gobernantes de ambos países.
[2] El plebiscito fue organizado por Napoleón III en mayo de 1870 para ver, según se decía, la actitud de las masas populares hacia el Imperio. Las cuestiones sometidas a plebiscito estaban planteadas de tal forma que era imposible desaprobar la política del Segundo Imperio sin pronunciarse, al mismo tiempo, contra toda reforma democrática. Las secciones de la I Internacional en Francia denunciaron esta maniobra demagógica y recomendaron a todos sus miembros que se abstuviesen de votar. La víspera del plebiscito, los miembros de la Federación de París fueron detenidos y acusados de participar en una conspiración que se planteaba el asesinato de Napoleón III; el Gobierno se aprovechó de dicha acusación para organizar una amplia campaña de persecuciones contra los miembros de la Internacional en las diversas ciudades de Francia. En el proceso judicial contra los miembros de la Federación de París, celebrado del 22 de junio al 5 de julio de 1870, se puso al descubierto toda la falsedad de las acusaciones; sin embargo, varios miembros de la Internacional fueron condenados a reclusión tan sólo por pertenecer a la Asociación Internacional de Trabajadores. Las persecuciones contra la Internacional en Francia suscitaron protestas masivas de la clase obrera.
[3] 132. El 19 de julio de 1870 comenzó la guerra franco-prusiana. 202.
[4] 126. Alusión al golpe de Estado de Luis Bonaparte efectuado el 2 de diciembre de 1851, con el que comienza el régimen bonapartista del Segundo Imperio.
[*] Julio Favre. (N. de la Edit.)
[5] 133. «Le Réveil» («El Despertar»), periódico francés, órgano de los republicanos de izquierda, se publicó bajo la redacción de C. Delécluse, en París, de julio de 1868 a enero de 1871. Insertaba documentos de la Internacional y del movimiento obrero.
[6] «La Marseillaise» («La Marsellesa»), diario francés, órgano de los republicanos de izquierda, se publicó en París de diciembre de 1869 a setiembre de 1870. Insertaba documentos acerca de la actividad de la Internacional y del movimiento obrero. 203, 277.
[7] Se alude a la Sociedad del 10 de diciembre, sociedad bonapartista secreta, formada principalmente por elementos desclasados, aventureros políticos, representantes de la camarilla militar, etc.; sus componentes contribuyeron a la elección de Luis Bonaparte para la Presidencia de la República Francesa el 10 de diciembre de 1848. 203.
[8] La batalla de Sadowa tuvo lugar el 3 de julio de 1866 en Bohemia y decidió el desenlace de la guerra austro-prusiana de 1866, en favor de Prusia. 172, 175, 203.
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