Escrito por David García Colín Carrillo
“Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario”. (Lenin)
Durante el largo viaje de regreso desde el exilio siberiano Lenin se mostró de buen humor, entusiasmado por llevar adelante su plan para el relanzamiento del POSDR. Krupskaia recuerda: “Recorrimos 300 versetas en trineo por el Yenisei, día y noche, pues la luna brillaba magníficamente. Vladimir Ilich, en todas las estaciones, comprobaba cuidadosamente si mi madre y yo estábamos bien abrigadas, se aseguraba de que había olvidado nada. Bromeaba con Olga Alexándrovna, que estaba aterida de frío. Avanzábamos a toda marcha y Vladimir Ilich –que no llevaba “doji”, pues aseguraba que dicho abrigo le daría calor-, con las manos metidas en un manguito de mi madre, volaba con el pensamiento a Rusia, donde había posibilidades de trabajo ilimitadas”.1 Para impulsar su proyecto de un periódico para toda Rusia, Lenin va a establecer contactos y negociaciones con diversos círculos socialdemócratas: con militantes de Moscú, San Petersburgo, Riga, Samara, Syrzran, Nizhni Nóvgorod, Ufa y Smolensk. Encuentra disposición por parte de las bases para llevar adelante la empresa.
Krupskaia debía completar el año restante de su condena en Ufa y –por otra parte- se le prohibió a Lenin, por un periodo de tres años, instalarse en la capital o en cualquier ciudad que tuviera centros fabriles o universidades. Pero esto no será un obstáculo insalvable. Lenin pasa unos días en Ufa donde se entrevista con círculos locales. Después de dejar en buen resguardo a su esposa y suegra va a Moscú de manera clandestina. De igual manera va a San Petersburgo donde se entrevista con Vera Zasulich, emisaria de Plejanov, para discutir la publicación del periódico. Por su cercanía a San Petersburgo elige la ciudad de Pskov como lugar de residencia. Aquí, en mayo de 1900, se reúne con Martov y Potrésov –recién liberados igual que él- y con otros círculos socialdemócratas. Pretende ganar el acuerdo de los grupos para ir al encuentro de grupo de Plejanov con una posición representativa.
Casi de forma inmediata recibe del gobierno zarista respuesta a su petición para residir en el extranjero. La experiencia del primer congreso convenció a Lenin que la publicación de su proyectado periódico sólo se puede hacer desde el exilio. El régimen, por el contrario, pretende deshacerse de él y condenarlo al aislamiento, por eso permitirá su partida. Antes de salir de Rusia Martov y él se dirigen de forma clandestina a San Petersburgo, hace falta anudar más hilos, pero Lenin es aprehendido con su pasaporte y 2000 rublos que, para la publicación de Iskra, ha donado una simpatizante. Pasa tres largas semanas en una insalubre y piojosa cárcel en lo que el gobierno decide qué hacer con él. Una determinación adversa podía haber costado muy caro para los planes de Lenin y el futuro del Partido. El riesgo es muy alto pues en esas fechas el coronel Zubátov envía una carta a sus jefes informando que “hoy no hay nadie más importante que Ulianov en el campo de la revolución” y propone organizar su asesinato2. Afortunadamente para Lenin y el futuro de la revolución, el gobierno sigue pensando que Ulianov en el extranjero estará condenado a la impotencia –tal como considera está Plejanov- y lo libera con todo y pasaporte.
Choque con Plejanov
A mediados de julio de 1900 Lenin sale de Rusia, pasa por Stuttgart y Múnich donde solicita recursos para el periódico al Partido Socialdemócrata Alemán; en Zurich se entrevista con Axelrod y en Ginebra se encontrará con Plejanov.
Para unir a los diversos círculos Lenin comprende que debe existir flexibilidad táctica que permita el debate en el periódico mismo, con el fin de ir clarificando las posturas y ganar a una serie de círculos con posiciones socialdemócratas diversas –en aquél entonces “socialdemocracia” era sinónimo de marxismo, pero no había acuerdo ni en la táctica, ni en aspectos fundamentales de la teoría y la orientación-. Lenin consideraba que había un “núcleo duro” en torno suyo y de Plejanov que mantendría la línea editorial flexible pero firme en sus principios. En esta etapa inicial hay que ser muy pacientes si se quiere ganar a diversos círculos socialdemócratas con opiniones diversas.
En el borrador de proyecto para Iskra, Lenin escribe:
«Nosotros no pretendemos que nuestros puntos de vista representen íntegramente los puntos de vista de todos los socialdemócratas rusos, no negamos que existen diferencias, como tampoco intentamos pasar por encima de tales diferencias o ignorarlas. Al contrario, deseamos que nuestras publicaciones se conviertan en órgano para la discusión de toda clase de cuestiones por todos los socialdemócratas rusos de las más diversas opiniones».3
Para ello incluso consciente la colaboración con el grupo de Struve –que tiene lazos con Bernstein-. Evidentemente Lenin tiene perfectamente claro el carácter oportunista de éste –recordemos que desde Siberia había escrito una postura de principios contra el oportunismo- pero estima positivo ganar la colaboración de escritores con talento y con recursos.
Cuando Lenin y Pótresov se entrevistan con Plejanov tienen la intención de fusionar el “triunvirato” compuesto por Martov, Pótresov y Lenin, con la troika de Plejanov, Zasulich y Axelrod. Lenin da por hecho que la dirección ideológica estaría en manos de Plejanov como un tributo a su innegable experiencia y capacidad teórica, pero entiende que las tareas prácticas de la redacción estarían en manos de él y su grupo, más en contacto con los círculos en Rusia. Evidentemente esperaba de Plejanov –por quién sentía una admiración superlativa- una respuesta favorable al proyecto, sin embargo la respuesta de éste –en una serie de reuniones- no sólo lo sorprende sino que literalmente quebranta el respeto que sentía por quien consideraba su tutor. Plejanov no sólo rechaza su proyecto editorial por “oportunista” –en tanto contempla a los grupos economicistas y a Struve- y menosprecia los talentos literarios de Lenin, sino que exige, mediante chantajes, un dominio personal sobre la línea editorial. “O Struve o yo” era su mensaje. Plejanov parecía ver a Lenin como una amenaza para el control de un proyecto editorial y un pequeño círculo que ha encabezado por muchos años.
Es verdad que Plejanov –de carácter irritable, hiriente e irónico- se encontraba especialmente exaltado por el debate con el economicismo y el revisionismo de Bernstein producto del cual su grupo se había escindido recientemente –Lenin mismo refiere esta circunstancia-.4 Pero en el fondo la desagradable reacción de Plejanov expresaba el espíritu de círculo y el aislamiento de su grupo con respecto al movimiento obrero. Esta grieta no fracturará a la organización sino hasta 1903, pero – en retrospectiva- este acontecimiento fue muy revelador. Lenin quería construir un verdadero Partido que unificara a los diversos círculos realmente existentes, Plejanov tenía en mente –más bien- un órgano que no escapara a su control para comentar desde fuera el movimiento obrero, como lo había hecho por más de una década. Trotsky escribió: “Plejanov hablaba como un observador, como un crítico, como un publicista poro no como un dirigente. Todo su destino le negó la oportunidad de dirigirse directamente a las masas de convocarlas a la acción y encabezarlas. Sus lados débiles provenían de la misma fuente que su mérito principal: era un precursor, el primer cruzado del marxismo en suelo ruso”.5 Plejanov influyó enormemente en los círculos socialdemócratas rusos pero no los aglutinó, ni los dirigió; esta será tarea de Lenin.
A pesar de la impresión demoledora y profundamente hiriente, Lenin fue capaz de utilizar la misma flexibilidad táctica con la que pretendía construir al Partido – ciertamente, ayudó mucho el ánimo de mediación y conciliación de Zasuluch y Axelrod quienes estaban visiblemente afectados por la actitud hostil de Plejanov-. El proyecto de periódico se salvó con un compromiso que fue muy amargo para Lenin: la troika de Lenin, Martov y Potrésov y la de Plejanov, Axelrod y Zasulich formarían el comité de redacción del periódico; pero ¡el voto de Plejanov contaría doble! Y en caso de desacuerdo el periódico tenía la obligación de publicar íntegras las posiciones del grupo de Plejanov. Además la revista teórica Zariá (Aurora) estaría bajo el control absoluto de éste. A cambio de estos privilegios denigrantes y antidemocráticos, el comité de redacción sería instalado en Munich –donde vive Lenin- y no en Ginebra. Estos compromisos sorprendentes demuestran que Lenin lejos de ser un dictador en la redacción del periódico, hizo todo lo que estuvo en sus manos para evitar una ruptura y sacar adelante la empresa.
Pocas son las veces en que Lenin se expresó de manera tan emocional sobre aquello que le afecta. Krupskaia cuenta que “a Vladimir Ilich le producía una impresión muy dolorosa todo altercado con Plejanov; no podía dormir por las noches, se ponía nervioso […]”.6 Una semana después del choque escribió una nota –a manera de diario- que tituló “De cómo casi se extinguió Iskra” que nunca fue hecha para ser impresa (se publicó por el régimen soviético hasta 1924) y que demuestra su desencanto por el personaje idolatrado. “Mi ““amor”” por Plejanov había desaparecido como por encanto –dice Lenin-; me sentía ofendido y amargado al extremo. Jamás, jamás en el curso de mi vida había experimentado por ningún hombre una estima y un respeto tan sinceros, tal veneración; ante nadie me había comportado con tal “humildad”; y jamás había recibido semejante “puntapié”. En realidad era eso lo que había ocurrido: nos había intimidado, nos había asustado como a niños, nos había amenazado con dejarnos solos, abandonados de los mayores, y cuando estuvimos bien asustados (¡qué vergüenza!) nos apartaron sin ceremonias”.7 Termina la carta diciendo que se “había roto una cuerda” pero “comenzaban a surgir esperanzas de que la “Chispa” se encendería de nuevo”.
La versión final del programa editorial quedó en términos tan duros que parecía excluir de facto toda colaboración con Struve y los economicistas (a los que la editorial menciona por su nombre acusándolos de oportunistas) – de todas formas, a decir verdad, la evolución a la derecha de éstos hará imposible muy pronto toda colaboración-. La orientación general quedaba enunciada así: “Antes de poder unirnos, y con objetivo de poder unirnos, primero debemos trazar firme y claramente las líneas de demarcación entre los distintos grupos”.8 Sería erróneo creer que Lenin estaba en desacuerdo con esta formulación de Plejanov –toda su trayectoria política puede resumirse en la implacable defensa del marxismo revolucionario- pero Lenin, a diferencia de su antiguo mentor, no era un doctrinario y sobre la base de la definición de principios podía impulsar toda serie de acuerdos y compromisos prácticos que favorecieran el desarrollo de la prensa y la organización. A decir verdad, es posible que el acuerdo con Struve fuera un exceso de tolerancia por parte de Lenin y que en este punto particular fuera Plejanov el que tuviera la razón. De hecho, Struve colaborará en los primeros números de Iskra pero no tardó en fundar su propio periódico liberal “Liberación” (Osvobozhdenie) y toda relación fue ya imposible. Lenin rompió con éste definitivamente. Sin duda, la formulación de Plejanov sobre la conformación de una tendencia política revolucionaria –trazar claramente las líneas de demarcación- sigue siendo un requisito indispensable para construir, de otra forma solo se siembran tempestades.
Lenin expone su concepción organizativa en un artículo, un libro y una carta: “Por dónde empezar”, “Qué hacer” y “Carta a un camarada”, respectivamente.
Qué hacer
Mucho tinta han derramado los críticos de Lenin afirmando que “el modelo de organización leninista” –una organización de vanguardia nucleada a partir de un periódico e ideas firmes- nada tiene que ver con las ideas organizativas de Marx. Pero en realidad fue Marx –desde la época de la Liga de los Justos- el que agrupó en torno suyo a un núcleo de correligionarios –con la intención de consolidar una dirección centralizada- y fundó publicaciones revolucionarias para influir en el movimiento e intentar orientarlo y consolidarlo –tal fue el papel, por ejemplo, de la “Nueva Gaceta del Rhin” en la revolución de 1848-. Sobre esa base -para entrar en contacto con los trabajadores y activistas (a partir de sus luchas concretas)- Marx y Lenin fueron capaces de mostrar una flexibilidad táctica extraordinaria.
Krupskaia recuerda el método de trabajo con el que fue escrito “¿Qué hacer?” y otros trabajos: “Cuando escribía, habitualmente se paseaba de un extremo a otro del cuarto y balbuceaba lo que quería escribir. Me había adaptado ya a su manera de trabajar. Cuando escribía no hablaba de nada con él, no le hacía ninguna pregunta. Después cuando salíamos a paseo me contaba lo que escribía, me hablaba de lo que pensaba. Esto se convirtió para él en algo tan necesario como recitar el artículo antes de escribirlo. Vagábamos por los alrededores de Múnich, escogiendo los sitios menos frecuentados”.9
En realidad Lenin -en libros como “Qué hacer”- establece una táctica y estrategia de construcción del Partido –adaptada a las condiciones de Rusia- que no pretendió nunca establecer un “Partido de nuevo tipo” como sostienen infundadamente los manuales estalinistas –con el objetivo de sacralizar el papel de una burocracia usurpadora que destruyó el Partido de Lenin-.10 Es verdad que en Lenin nos encontramos una profundización y desarrollo de las tácticas y estrategias de construcción de una organización revolucionaria –evidentemente marxista- pero no existe, más allá de ciertas exageraciones polémicas que Lenin mismo va a reconocer más adelante (como veremos), una diferencia fundamental con respecto a Marx y Engels.
En marzo de 1902, en una imprenta socialdemócrata de Stuttgart, sale a la luz –con una cubierta color chocolate- “¿Qué hacer?”. El título está inspirado en una obra del escritor Chernichevsky que Lenin admira mucho –incluso le envía una carta antes de la muerte del artista en 1890-. No sólo aquél le mostró las ideas dialécticas y materialistas, sino que en sus escritos define lo que para Lenin es la personalidad ideal de un revolucionario: “combinar la frialdad de la inteligencia y el calor, únicamente, de la voluntad”11.
“¿Qué hacer?” se escribe para combatir las ideas economicistas que reducían la lucha de los trabajadores a mejoras salariales y sindicales que por sí mismas no cuestionan la continuidad del sistema. Este grupo se denominaba “Rabócheie Dielo” (La Causa Obrera). El debate no era casual. Una nueva oleada huelguística sacudió a Rusia, la crisis económica que extendió sus consecuencias de 1900 a 1903 –cuando 3 mil fábricas cierran y unos 100 mil trabajadores son despedidos- fue acompañada de recortes salariales. El despertar de los obreros sacudió la universidades y a sectores de la intelectualidad y la pequeña burguesía, muchos de los cuales veían en el movimiento reivindicativo un fin en sí mismo. La consecuencia era dejar al proletariado a merced de la burguesía liberal. Lenin, por el contrario, ve en esta oleada la oportunidad para utilizar el periódico y desarrollar al Partido.
Lenin quiere demostrar la mezquindad de mutilar la lucha de clases al nivel tan básico y pedestre que pretenden los economicistas. Por esto –exagerando la nota- expone una tesis que no proviene de él, sino de Kautsky. Éste había escrito: “El portador de la ciencia no es el proletariado, sino la intelectualidad burguesa […] De modo que la conciencia socialista es algo introducido desde fuera en la lucha de clases del proletariado, y no algo que ha surgido espontáneamente dentro de ella”.12Lenin desarrolla la misma idea: “Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser introducida desde fuera. Las historia de todos los países atestigua que la clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia traudenionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc.”.13
La exageración polémica tiene, sin embargo, un objetivo claro y positivo: subrayar la necesidad de la teoría y la organización. Lenin fustiga al empirismo acéfalo que desprecia las ideas y la teoría, al culto a la espontaneidad que no eleva su mirada hasta los intereses generales de la clase y se “arrastra a la cola del movimiento”, etc. Su conclusión –que se ha convertido en toda una frase célebre- es que “sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario”.14 Cuando más adelante –en los debates del III Congreso- esta idea –de que las ideas socialistas sólo pueden venir desde fuera del movimiento obrero- es usada por sus adversarios contra él, Lenin pondrá el asunto en sus justas proporciones: “Todos sabemos ahora que los economicistas se han ido al otro extremo. Para enderezar las cosas, alguien tenía que tirar en la otra dirección- y eso es lo que he hecho-.”15
Sin embargo, la tesis de Kautsky, que Lenin retoma, es equivocada: los trabajadores, en virtud de las experiencias de su propia lucha, son capaces de construir órganos de doble poder que rebasan en mucho el nivel sindical tal como lo demostrarán los soviets en la futura revolución de 1905, como lo había demostrado la Comuna de París o como, más recientemente, lo demostraron las Asambleas Populares en diversas regiones de México. El marxismo no es más que el desarrollo teórico y la memoria histórica de la lucha de los trabajadores y, por ende, surge del seno mismo del movimiento obrero. No obstante, es cierto que sin una dirección revolucionaria que unifique esas luchas dispersas es imposible enlazar a estos sectores avanzados con el conjunto de los trabajadores y sectores explotados del pueblo para llevar la revolución hasta el final. Es por esto que –a pesar de sus excesos polémicos- libros como el “Qué hacer” siguen siendo un referente obligado para todos los marxistas pero también es cierto que la errónea idea de que la consciencia socialista viene sólo desde fuera del movimiento sirvió a la burocracia estalinista como coartada para apuntalar el aparato y apartar a los trabajadores.
En un artículo bajo el título “Por dónde empezar” que había aparecido en el número 4 de Iskra –en mayo de 1901- Lenin explica su idea de cómo unificar a los diversos círculos socialdemócratas de toda Rusia. La oleada huelguística también había traído consigo un renacimiento de la acción terrorista que seguía formando parte de las tradiciones revolucionarias para muchos activistas y jóvenes. Así por ejemplo, “el 4 de febrero de 1901 un estudiante Social Revolucionario mata al Ministro de Instrucción Pública, Bogolepov”.16 Aunque, bajo determinadas circunstancias, Lenin no descarta el uso de la acción terrorista, en el momento actual –argumenta- la tarea es agrupar a los círculos revolucionarios bajo una publicación que los unifique y oriente. Afirma que el periódico Iskra –proyectado para todo el país- “[…] no es sólo un propagandista y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo”.17
Más adelante, en “Carta a un camarada” -que, al ser una respuesta a una carta de San Petersburgo firmada simplemente como «R. M.», Lenin ignora si la dirige a un individuo aislado o a un grupo de propagandistas- expone el papel de Iskra en relación a la conformación de una organización centralizada: el periódico debe servir para enlazar a la organización con las luchas de los trabajadores –con este objetivo debe exponer sus preocupaciones y vincularlas con la lucha por el socialismo-, debe servir para conformar en torno suyo a círculos de debate que sirvan de puntos de reclutamiento para la organización, de obreros avanzados capaces de instruirse como cuadros políticos y conformar una dirección. Esto implica una red de corresponsales obreros que sean capaces de interpretar las luchas concretas de los obreros y, también, una red clandestina que introduzca el periódico desde el exilio. Se requiere una red de revolucionarios profesionales que conformen una dirección local y nacional clandestina que aglutine a los cuadros más experimentados en las ideas, en la lucha y en la organización. Esta organización debe combinar el debate más amplio posible con la centralización necesaria para llevar adelante la línea política colectivamente decidida “máxima libertad en la discusión, máxima unidad en la acción”, será el “axioma” del Centralismo Democrático.18 Aunque este término no será utilizado sino hasta los estatutos aprobados por el IV Congreso (1906), ya en «Carta a un camarada» Lenin explica, en esencia, esta forma dialéctica de vincular centralismo y democracia. Ésta garantiza –o debe garantizar- que la democracia de los militantes, lo que se ha aprobado como línea política y de acción, se lleve a la práctica mediante la centralización de la dirección y la coordinación de la organización en su conjunto.
Si Lenin subraya, con frecuencia, la centralización en su estrategia de construcción es sólo porque se enfrenta a un estado totalitario, con una red inmensa de policías políticos que obligan a la clandestinidad. Pero en otras condiciones de mayor democracia formal se entiende de suyo que la otra cara de la moneda -mayor énfasis en el debate democrático- cobrará mayor peso. Este último será el énfasis que Lenin pondrá en coyunturas de efervescencia y participación de las masas: el Partido debía abrirse a los trabajadores y el centralismo perder peso relativo. Debido al carácter concreto de la táctica y estrategia de Lenin nos parece exagerado hablar -en abstracto- de un modelo de organización leninista como se hace frecuentemente.
Una vez más, con respecto al legado de Marx no hay diferencia fundamental, ya Marx había luchado al interior de la Primera Internacional por una organización donde no hubiera derechos sin deberes y deberes sin derechos, y en donde existiera una dirección centralizada –objetivo que encontrará el boicot fraccionalista del anarquista autoritario, Bakunin-.
Iskra: la chispa que encenderá la llama
Pero estas ideas no son una simple discusión teórica. Con ellas se construyó una publicación y un Partido. Unos dos años antes de publicar ¿Qué hacer?, el 24 de diciembre de 1900, se imprime en delgado papel cebolla, en una imprenta clandestina de Leipzig, el primer número de Iskra (“Chispa”). Bajo el título se puede leer un epígrafe retomado de los viejos decembristas que se enfrentaron contra la autocracia: “¡La chispa encenderá la llama!”. Es para sus artículos de Iskra, a fines de 1901, que Vladimir firma públicamente sus trabajos bajo el pseudónimo Lenin por primera vez. Antes, en enero de 1901, había firmado una carta para Plejanov bajo el mismo sobrenombre –quizá sabiendo que Plejanov solía firmar como “Volguín” derivado del río Volga- Así pues, en otro homenaje a su mentor, Vladimir retoma el nombre del río Lena. Lenin se convertirá en el “verdadero nombre” de Vladimir, el que se conocerá internacionalmente dejando en el olvido los 148 pseudónimos que utilizó en toda su vida.
Ni siquiera el grupo Emancipación del Trabajo fue plenamente consciente del papel del periódico. En realidad el trabajo práctico de llevarlo adelante recayó en Lenin y Krupskaia, mientras Plejanov se concentró en la revista teórica Zaria (“Aurora”) de la que sólo se publicarán unas tres revistas. Plejanov tuvo que reconocer –con una sombra de reservas y objeciones- el arduo trabajo para la publicación de Iskra: “Nunca he dudado que Petrov (Lenin) fuera un buen compañero, y después del viaje a Múnich [para una reunión con los redactores], todavía menos. Es lamentable que el trabajo puramente administrativo le impida leer y escribir demasiado. No obstante, el segundo número de Iskra es, sin duda, muy bueno. Lo estoy leyendo con gran satisfacción”.19
Efectivamente, será el modelo de organización expuesto por Lenin el que unirá, desarrollará y creará al POSDR –recordemos que el congreso de 1889 no había trascendido-. Fue una tarea titánica que conectó mediante Iskra a decenas de grupos en el interior de Rusia cuyos hilos, nombres y correspondencia llegaban finalmente al cuartel general en el que se convirtió el domicilio de Lenin -primero en Múnich y luego en Londres-. Cómo hubiera podido saber la señora Yeo, casera de los “Richter” –nombre falso con el que Lenin y Krupskaia se instalarán en la Calle Grat Russell de Londres –, que “la sumisa y plácida Krupskaia, que tenía pasión por el gato de Yeo, al que enseñaba a dar la mano y a maullar los buenos días, fuese una magnífica conspiradora que se pasaba los días descifrando criptogramas o calentando cartas sobre una vela hasta que la tinta simpática se hacía legible, y que cuando salía por las mañanas llevaba ocultas en la bolsa de compra una serie de cartas destinadas a los centros revolucionarios de toda Rusia”.20 La correspondencia clandestina, escrita con tinta invisible entre los renglones de libros, o la propaganda, nunca se enviaban directamente a sus destinatarios, sino por una serie de intermediarios.
Al principio fueron unos 10 corresponsales que de manera clandestina –primeramente en maletas de doble fondo- distribuían el periódico a diversos grupos socialdemócratas en el interior. El periódico se enviaba, a través de contactos, como la hermana de Lenin (Ana), desde Berlín, París, Suiza y Bélgica, por lo que la red clandestina no sólo incluía a los círculos del interior sino a personas y grupos de otras partes de Europa. Los círculos en Rusia se aglutinaban gracias al debate de las ideas expuestas por Iskra y éste era usado –al mismo tiempo- para intervenir en el movimiento huelguístico del que se sacaban nuevos reclutas. El periódico realmente conectaba con el ambiente en las fábricas y barrios; en sus páginas se combinaban armónicamente los artículos de coyuntura, de las luchas concretas de los trabajadores, sobre historia, teoría y asuntos internacionales. Un tejedor explica: “Mostré Iskra a muchos obreros y el ejemplar era leído hasta hacerse trizas: ¡cómo lo atesoramos! […] Iskra escribe sobre nuestra causa, sobre la causa de toda Rusia, lo cual no puede ser valorado en copecs ni medido en horas: cuando lees el periódico, puedes entender por qué los gendarmes y la policía tienen miedo de nosotros, los trabajadores, y los intelectuales a quienes seguimos”.21
Y este maravilloso periódico no sólo servía para educar y apoyar la agitación en las luchas obreras, también servía para generar nuevos comités que se formaban, al principio, como círculos de estudio en torno al periódico y sus ideas; los que despuntaban tendían a ser cooptados y convertido en nuevos revolucionarios profesionales, miembros del Partido. La tarea de introducir y difundir el periódico era, ya de por sí, un medio natural de reclutamiento de nuevos revolucionarios puesto que aquél que fuera atrapado por la policía zarista no podía esperar más que la cárcel y el destierro siberiano. Al principio eran sobre todo jóvenes estudiantes universitarios provenientes de la intelectualidad los que funcionaron como agentes y propagandistas. El de Lenin será llamado, con desprecio por los liberales y mencheviques, como el “Partido de los jóvenes” y su afición por la lectura hace que los acusen de ser “un club de sociología”.22 El núcleo duro bolchevique –aglutinado en torno a la revolución de 1905- no sobrepasa, en promedio, los veinte años.
En verdad, insistimos, el plan de Lenin vertebró de forma real y efectiva al POSDR. A la luz de este hecho cobra sentido la observación de Trotsky: “Marx es el profeta de las tablas de la ley y Lenin el más grande ejecutor del testamento, que no sólo dirigía a la elite proletaria como lo hizo Marx, sino que dirigía clases y pueblos en las ejecuciones de la ley, en las situaciones más difíciles que actuó, maniobró y venció”.23
La izquierda en las academias –siempre escolástica y formalista- suele criticar a Lenin el «pecado original» de la teoría de la “vanguardia” que –según dicen- mira con desprecio al conjunto de trabajadores no politizados para autonombrar “vanguardias” sectarias que se erigen como la “dirigencia” revolucionaria por excelencia. Pero esta crítica –que bien puede aplicarse a algunas sectas lunáticas- es un disparate cuando se dirige a Lenin y su Partido. Es evidente que para formar una organización de voluntarios –como lo es un Partido revolucionario- ¡primero se deben juntar los que están de acuerdo en el mismo objetivo! Y esta verdad de perogrullo aplica a los boy scouts y también a los clubs de ancianitas que se reúnen para tejer. Cualquier sindicalista medianamente inteligente sabe que no todos los trabajadores entienden la necesidad de la organización y participación sindical, y que integrar al resto de trabajadores constituye una necesidad y un reto. ¿Porqué habría de ser diferente este razonamiento en el caso de un Partido revolucionario?
Lamentablemente no todos los trabajadores extraen conclusiones socialistas, ni al mismo tiempo, ni con el mismo ritmo, ni bajo las mismas circunstancias –la conciencia se desarrolla de forma dialéctica y no lineal-. Si la conciencia avanzara de forma automática el Partido –como organización de personas con conciencia revolucionaria- no sería necesario, como tampoco los sindicatos ni ninguna otra organización obrera. Si todo mundo sacara conclusiones al mismo tiempo el socialismo sería impuesto de manera unánime por el solo impulso de las crisis capitalistas; pero esto no es así, evidentemente. La organización de vanguardia debe organizarse y “sumergirse” en la lucha de clases viva. No se trata de autonombrar vanguardias sino de que los sectores avanzados aprendan a ganar al resto de su clase a las ideas revolucionarias en base a la experiencia misma. ¡Esta fue precisamente la manera en que el Partido de vanguardia de Lenin se convirtió en organización de masas y fue capaz de llevar adelante la revolución de Octubre! Seguiremos esperando que esos profesores “inteligentes” muestren una alternativa que no sean los lloriqueos posmodernos y las frases vacías-que en el fondo ocultan el miedo a la revolución-. Después de todo fue el Partido de Lenin el que demostró en los hechos cómo ganar a millones de personas a las ideas socialistas. Los profesores quejumbrosos no han aportado nada.
Si existió una persona seria y honesta que objetó a Lenin en éste y otros temas fue Rosa Luxembrugo. Para entender el debate hay que considerar el contexto en que ambos revolucionarios –Lenin y Luxemburgo- escribieron. Lenin escribió para afrontar un contexto de dispersión absoluta, falta de organización y dirección del movimiento. Luchaba para crear un Partido. Luxemburgo luchaba contra la burocracia reformista de un partido –el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán- que aplastaba la iniciativa de lucha de los trabajadores. A decir verdad, Rosa Luxemburgo tuvo razón sobre Lenin cuando advirtió sobre la degeneración del PSDA en un momento en que aquél aún veía a líderes como Kautsky como referentes teóricos a nivel internacional. Pero Lenin, sin duda, tuvo razón sobre Luxembrugo en subrayar la necesidad de organizar a los cuadros para intervenir y ganar la dirección de los movimientos espontáneos de los trabajadores, incluso para luchar a lo interno de un Partido ya establecido –esto fue lo que Lenin hizo a partir de 1903 cuando tuvo que oponerse a otra ala del POSDR-. Finalmente, este debate se resolvió por medio de crudos acontecimientos: después del asesinato de Luxemburgo y Liebknecht, el proletariado alemán quedó desarmado pues no hubo una corriente viable que ocupara su lugar –la Liga Espartaquista era joven, inexperta y dominada por tendencias sectarias- , Luxemburgo pagó el precio por no haber formado una organización de cuadros en torno suyo. Mientras que, en contraste, fue la organización leninista la que demostró lo indispensable de forjar un Partido de hierro. Sin embargo, se puede aprender mucho de Rosa Luxemburgo si se incorporan sus ideas al legado de Lenin.
Pero dejemos de lado las objeciones absurdas de los profesores universitarios y regresemos con temas más serios. Por más que el gobierno se empeñaba en confiscar el periódico, la organización –como si fuera un “virus” que lleva siempre la delantera a las “vacunas” más sofisticadas- encontraba nuevas maneras de salir adelante. Cuando el gobierno descubre que las maletas de doble fondo –que se mandan a hacer en serie para estos fines- son de un solo modelo y color, el movimiento se las arregla para construir imprentas clandestinas en la propia Rusia donde se reimprime Iskra–lo cual implica el desarrollo de un aparato de personas e infraestructura- y las maletas son diversificadas improvisadamente con dobles fondos de cartón o los periódicos cosidos a los abrigos y vestidos. Krupskaia relata que, en una ocasión, un paquete de folletos cosido al interior de una almohada fue enviado a un intermediario pero éste se negó a recibir la almohada en la oficina de correos; cuando los militantes le explicaron que en esa almohada iban folletos impresos en Rusia que debían ser reenviados a Lenin para su revisión, el intermediario –el Dr. Lemann- “declaró que en lo sucesivo tomaría todo lo que llegara a su nombre, aunque fuera un tren entero”.24
Para la difusión de volantes y propaganda no falta el ingenio: se dejan los volantes impresos en las fuentes, en los patios de las fábricas, en los baños. En las noches se esparcía el material en los pasillos concurridos por los obreros y el propagandista dejaba una marca en la pared, de esta forma se podía saber en la mañana qué calles había sido cubiertas. A este trabajo se le llama de “siembra”. Cuando la propaganda debía convertirse en agitación y el activista estaba seguro de poder encontrar una respuesta inmediata por parte de los trabajadores –y por tanto encontrar una especie de protección- se tomaban medidas más arriesgadas: Un obrero socialdemócrata aprovechaba alguna ocasión para comenzar una arenga o irrumpía en algún otro tipo de evento público: “[…] las manifestaciones más espectaculares de esta “guerra de tinta” tenían por escenario los grande teatros de Moscú, San Petersburgo, Jarkov, Kiev y Odessa. Grupos de tres agentes [militantes] tomaban sus localidades en el último piso y, en cuanto se apagaban las luces, volcaban su carga de octavillas sobre el patio de butacas, frecuentemente a los gritos de ¡Abajo la autocracia! y ¡Viva la libertad política!”.25
Los círculos solían organizar reuniones con trabajadores en lugares propicios como parques o, incluso, cementerios –disfrazados de inofensivos eventos literarios, «picnics» o fiestas de cumpleaños- . Se organizaba toda un red de protección: “A lo largo del camino desde la ciudad al punto señalado para la reunión secreta se desplegaba una patrulla de vigilancia que, por medio de un código de señales y consignas preestablecido, encaminaba a los participantes y se mantenía en sus puestos, alerta contra la aparición de espías o agentes de seguridad, durante todo el tiempo que durase el mitin. Si alguno de los vigilantes observa la presencia de algún elemento sospechoso, daba la alarma, que se transmitía oralmente de puesto en puesto hasta el lugar de reunión, y ésta se disolvía o se trasladaba a otro lugar. Si quienes aparecían eran los veloces jinetes cosacos, como este sistema de aviso resultaba demasiado lento, los centinelas deban la alarma por medio de pistoletazos”.26
Lenin vive en Múnich, donde dirige Iskra, de octubre de 1900 a abril de 1901. En marzo de 1901, después determinar su condena en Ufa, Krupskaia se reúne con Lenin y se vuelve la secretaria todopoderosa de Iskra y de Lenin –concentraba la correspondencia y toda la información de las personas, los círculos viejos, nuevos y por consolidar-. El reencuentro con Lenin es para Krupskaia toda una odisea que muestra las condiciones de clandestinidad, las cuales a veces propician situaciones cómicas: Krupskaia había enviado un telegrama clandestino para que la recogieran en Praga donde se suponía vivía Lenin con el apellido de Modratschek, cuando nadie pasa por ella toma un taxi y al tocar la puerta del tal Modratschek –según la dirección que se le había enviado- abre la puerta una rubia checa y luego un obrero que dice ser Modratschek. Krupskaia desconcertada dice buscar a su marido, el obrero le aclara que él es sólo un intermediario de las cartas del señor Rittmeyer que vive en Múnich y le da una dirección. Krupskaia se dirige a ésta pero se trata de una cervecería, en el mostrador pregunta por Rittmeyer y el señor regordete que atiende responde: “soy yo”. “No –balbucea Krupskaia- Rittmeyer es mi marido. Y nos miramos como dos imbéciles –continúa Krupskaia-. Al final llegó la esposa de Rittmayer, y, después de darme una ojeada, adivinó de lo que se trataba: ¡Ah! Seguramente es la mujer de herr Meyer, pues herr Meyer espera a su mujer, que debe llegar de Siberia. Venga usted conmigo […] se abre la puerta y alrededor de una mesa se hallan sentados Vladimir Ilich, Martov y Anna Ilinichna. Olvidándome hasta de dar las gracias a la dueña, empiezo a regañar: “¡Diablo! ¿Por qué no has escrito dónde te podía encontrar? […] Resultó que el individuo a cuyo nombre había sido mandado el libro con la dirección, se había quedado el libro para leerlo. No eran pocos los rusos que entonces viajaban por el mismo estilo. Chliápnikov la primera vez, en lugar de ir a Ginebra, se fue a Génova, y Bábuschkin en vez de ir a Londres, por poco va a parar a América”.27
En Múnich y luego en Londres, Lenin instala su cuartel de guerra, el comité de redacción de Iskra, en un ambiente que precede a la inesperada escisión de 1903. Pero sobre los personajes, los agrupamientos y las ideas de este acontecimiento histórico trataremos en la parte siguiente.
Continuará…
1 Krupskaia, Lenin, México, Fondo de Cultura Popular, 1970, p. 37.
2 G. Obychkin, et al; V. I. Lenin, Moscú, Progreso, 1969. p. 26.
3 Citado en: Baron, Samuel; Plejanov, el padre del marxismo ruso, España, Siglo XXI, 1976, p. 282.
4 Lenin “De cómo casi se exitnguió Iskra”, en Lenin, Obras Completas, México, Ediciones Salvador Allende, n/d, p. 341.
5 Trotsky, “Consideraciones hechas de paso acerca de Plejanov”, en: Perfiles de revolucionarios, México, Ediciones El Caballito, 1978, p. 94.
6 Krupskaia, Lenin, México, Fondo de Cultura Popular, 1970, p. 52.
7 Lenin “De cómo casi se exitnguió Iskra”, en Lenin, Obras Completas,Tomo 6, México, Ediciones Salvador Allende, n/d, pp. 348-349.
8 Citado en: Baron, Samuel; Plejanov, el padre del marxismo ruso, España, Siglo XXI, 1976, p. 287.
9 Krupskaia, Lenin, México, Fondo de Cultura Popular, 1970, p. 49.
10 Por ejemplo: G. Obychkin, et al; V. I. Lenin, Moscú, Progreso, 1969. p. 26.
11 Jean Jacques Marie, Lenin, POSI, Madrid, n/d, p. 30.
12 Citado en: Alan Woods, Bolchevismo, el camino a la revolución, México, Fundación Federico Engels, 2004, p. 105.
13 Lenin, ¡Qué hacer! Pekín, Ediciones en lenguas extranjeras, 1975, p. 39.
14 Ibid. p. 31.
15 Citado en: Alan Woods, Bolchevismo, el camino a la revolución, México, Fundación Federico Engels, 2004, p. 106.
16 Jean Jacques Marie, Lenin, POSI, Madrid, n/d, p. 60.
17 Lenin, “Por dónde empezar”, en Obras completas, Tomo 5, México, Ediciones Salvador Allende, n/d, p. 19.
18 Cf. Lenin “Carta a un camarada sobre nuestras tareas de organización”, en Obras completas, México, n/d, pp. 257-271.
19 Citado en: Baron, Samuel; Plejanov, el padre del marxismo ruso, España, Siglo XXI, 1976, p. 288.
20Robert Payne, Vida y muerte de Lenin, en Grandes Biografías del Reader”s Digest, Madrid, 1970, p. 61.
21 Citado en: Citado en: Alan Woods, Bolchevismo, el camino a la revolución, México, Fundación Federico Engels, 2004, p.103.
22 Cf. Broue, Pierre; “El Partido bolchevique”, en Ellos se atrevieron, México, Centro de Estudios Socialistas Karl Marx, 2017, p. 68.
23 Trotsky, “Lenin enfermo”, en Lenin, Argentina, CEIP, 2009, p. 318.
24 Krupskaia, Lenin, México, Fondo de Cultura Popular, 1970, p. 47.
25 Shub, David. Lenin(I), Madrid, Alianza Editorial, 1977, p. 80.
26 Ibid. p. 79.
27 Krupskaia, Lenin, México, Fondo de Cultura Popular, 1970, pp. 41-42.