Este sábado 2 de octubre se conmemora el 53° aniversario de la masacre de Tlatelolco. Hace 53 años fue cometido en México uno de los crímenes de Estado más infames de la historia nacional, y vaya que ha habido varios. El movimiento estudiantil mexicano coincidió con otros movimientos de corte similar a lo largo y ancho del planeta, pues en todo el mundo existían condiciones materiales similares.
Pese a su carácter evidentemente pacifico que inició con demandas moderadas fue de los más violentamente castigado. Así mismo precedió a una guerra sucia, que, comprendido prácticamente toda la década de los setentas, contra cualquier sospechoso de disidencia política, fueran o no militantes de izquierda. Se vivieron desapariciones forzadas, asesinatos selectivos, y una muy larga lista de otros crímenes de Estado.
Del movimiento de 1968 y del 2 de octubre se ha dicho y escrito mucho como si este fuera un acontecimiento meramente del pasado, como si fuera un evento que se ha ido para nunca más volver y que pertenece únicamente a los libros de historia, que se estudia únicamente como ejercicio académico o en el mejor de los casos como cultura general. En la escuela se habla del tema de manera acrítica, sin analizar las implicaciones presentes del evento. Esa, en términos generales, es la mejor manera de como no entender la historia ya que desconecta al pasado con sus implicaciones presentes y además abre la puerta a la mercantilización política de la tragedia. Quedan aun muchas lecciones que deben ser aprendidas y que por nuestro propio futuro no podemos olvidar.
1968: una explosión en medio de un auge económico
A modo de breviario teórico, a toda sociedad le da forma su base material. Esta base material incluye el desarrollo de la ciencia y la técnica, y por el estado de salud de este desarrollo. Este estado de salud se ve reflejado en el estado general de las fuerzas productivas, es decir, si la sociedad tiene en cantidad necesaria los instrumentos para producir ropa, comida y demás artículos de consumo, entonces podemos hablar de una base en buen estado.
Como se sabe, la base sobre la que se funda una sociedad es la manera en que genera y distribuyen sus medios materiales para existir, esencialmente la manera en que se articulan las fuerzas productivas (desarrollo de la industria, técnica, medios de producción, ciencia y trabajo). Un elemento clave de las relaciones sociales de producción es quién es el dueño de los instrumentos (medios de producción) y quienes son los explotados que producen la riqueza.
Esta base material le da forma a su vez a la superestructura, es decir todo el entramado político, legal, armado, ideológico, mediático, educativo, cultural, filosófico, artístico, religioso, etcétera; que a su vez busca perpetuar la base material que le dio forma. Su primera tarea es convencer a las masas obreras explotadas que el orden capitalista de las cosas que los tiene oprimidos está bien, o por lo menos que así ha sido siempre. Pero, cuando ya no convence, cuando ya perdió la capacidad de garantizar la seguridad del statu quo, se procede a la represión violenta.
Sin embargo, no existe una relación mecánica, sino dialéctica, entre la base económica y la superestructura, como entre el desarrollo económico y la lucha de clases. Engels dijo en una carta a José Bloch:
«Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta y absurda».
Si observamos, entonces, la situación global en 1968, tenemos que por varios años el mundo vio una explosión productiva como nunca la había tenido. El milagro mexicano, como se le suele llamar a esta experiencia, consistió en el máximo desarrollo posible del capitalismo que ocurrió también en Estados Unidos, Japón y Europa occidental (Europa del Este es un caso aparte, porque su explosión productiva fue gracias a la planificación) a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945.
Europa necesitaba reconstruirse, para ello necesitaba productos industriales estadounidenses, quienes para fabricarlos necesitaban las materias primas latinoamericanas. Con el paso del tiempo, la reconstrucción y reindustrialización de Europa produjo las condiciones propicias para industrializar a países dependientes del imperialismo —como México—, generar un mercado interno y dar concesiones a los trabajadores como vivienda, salud y educación.
La industrialización dio pie a nuevos actores sociales, una nueva clase obrera y una juventud pujante que no estaba dispuesta a aceptar las reglas que el sistema les imponía, es decir los mecanismos de la superestructura no eran capaces de absorber y asimilar a las clases emergentes tanto del proletariado como de la pequeña burguesía.
En el 68 los niveles de crecimiento económico eran históricos tanto en México como en Europa, los intelectuales proclamaban el fin de la revolución y la bonanza eterna, pero al mismo tiempo las masas se preparaban para intentar romper una vez más con lo establecido.
Esas son las condiciones a las cuales se llega en 1968. Las masas no aceptaban las viejas reglas, los jóvenes y los trabajadores exigían no sólo televisión y productos de consumo sino la participación política, la libertad para organizarse y luchar contra la represión, lo cual de modo embrionario significaba el cuestionamiento del poder de la burguesía. El desarrollo económico no activa o desactiva mecánicamente la lucha de clases, un elemento determinante puede ser las conclusiones que saquen las masas. Pero sí podemos decir que en aquellos años aún había una tendencia ascendente de la economía capitalista donde el sistema podía dar concesiones a la clase obrera, algo que no ocurre hoy.
Ahora, cabe preguntarse porqué todo esto es importante ahora. La respuesta es que, en muchos países, México incluido, tienen gobiernos que tratan de reconstruir los Estados del bienestar que fueron completamente destruidos desde los años 70 y 80. Solo hay un pequeño problema: ya no existe el boom productivo global que hizo posible este Estado del Bienestar. Por todos lados las burguesías no están dispuestas a volver a eso, y por todos lados promueven fugas de capital si alguien lo intenta. La base material de la sociedad está en crisis, los jóvenes de nuestra generación no han conocido más que constantes crisis económicas y niveles de vida decadentes aunque estén rodeados de un espejismo de superabundancia.
Lo vemos aquí en México, ante el intento, por más moderado que sea, de la actual administración por mejorar, aunque sea un poco, las condiciones de vida de la gente, los intereses empresariales no han dejado de ser un obstáculo constante. Luego entonces muchos gobiernos reformistas o han pasado a hacer contrarreformas o han buscado fuentes de apoyo en los pilares represivos del Estado: las fuerzas armadas.
Esas eran las condiciones que los estudiantes del 68 ya empezaban a vislumbrar, y que ahora son una realidad, y muy valientemente concluyeron que no tenían ningún motivo de seguir conteniendo su ira para tolerar a un gobierno represivo que los iba arrojar, a punta de rifle, a los destructivos efectos del capitalismo imperialista que se gestaba en la decadencia del Estado interventor. A las mismas conclusiones debemos de llegar nosotros.
Fue el Estado
Todos los acontecimientos que se desarrollaron entre la destrucción de la puerta histórica de la Escuela Nacional Preparatoria y la masacre de Tlatelolco involucran la acción represiva de los cuerpos de represión del Estado, ejército y policía. Los apologistas del ejército han tratado de limpiar a esta institución estableciendo que el 2 de octubre ellos trataban de defender a los estudiantes de los tiros del batallón Olimpia. Esto es, por decir lo menos, inexacto.
En primer lugar, es inexacto, o mentiroso, porque los miembros del batallón Olimpia también eran militares, para ser exactos eran miembros de fuerzas especiales que se suponía tendrían a su cargo la seguridad pública durante la celebración de los Juegos Olímpicos. Y puesto que se trata de personal militar, con las manos en la cintura podemos seguir asegurando que se trató de un crimen de Estado, pues solamente podían recibir ordenes desde Bucareli y desde Los Pinos.
En segundo lugar, es inexacto porque tratar de limpiar al ejército solamente por su supuesta actuación defensiva el 2 de octubre es olvidar, por inconciencia o por mentira, que el ejército estuvo directamente involucrado en los violentos actos de represión cuando fueron enviados a ocupar Ciudad Universitaria, Zacatenco y Santo Tomás. Las crónicas incluso describen la toma del IPN como una batalla de explosivos caseros contra bazucas y rifles.
En tercer lugar, es tendencioso porque tratar de limpiar la imagen del ejército es omitir descaradamente que después de la dispersión de los casi 10,000 estudiantes presentes en la plaza, los soldados procedieron a cazarlos casi de a uno por uno en los edificios residenciales. Los uniformados buscaron debajo de las camas, entre los muebles y hasta en los tambos para encontrar estudiantes fugados y no precisamente para brindarles atención. Muchos de esos estudiantes capturados fueron llevados al Campo Militar N°1, destino del cual nunca volvieron.
Más que haber sido resultado de seguir ordenes de “gente mala”, llevar a cabo labores de represión es la mera razón de ser del ejército. En toda sociedad que tenga como base la lucha de clases, el primer y más importante enemigo a vencer por parte de todo ejército profesional es el propio pueblo oprimido. Ciertamente, las bases del ejército salen del pueblo trabajador, pero se le entrena para olvidar precisamente eso. A los soldados se les manejó la versión de que había una amenaza comunista que atentaba a contra la soberanía nacional, que eran agitadores desestabilizadores que había que reprimir, aun así, vimos algunas fisuras en las filas de las fuerzas represivas.
Ahora bien, este lavado de cerebros dentro del ejército ha sido una tendencia de todos los gobiernos mexicanos desde entonces y que se ha realizado tras toda clase de crímenes de Estado (como cuando se no se investigó al ejército por su implicación en el caso Ayotzinapa). Todos los gobiernos han optado por darle al ejército una posición muy cómoda de impunidad asegurada y poder político, porque el Estado necesita al ejército para mantener al statu quo. Nadie, repito, nadie que se lamente por los acontecimientos del 2 de octubre y además se plazca de vanagloriar al ejército puede ser considerado una persona honesta. Del mismo modo, no se puede hablar de transformación social, si se sigue manteniendo al ejército que asegura la existencia del orden burgués.
Poco ha cambiado la actitud del soldado mexicano desde entonces. En 1968, las fotografías los revelan muy sonrientes o muy llenos de odio al tener sometidos a los estudiantes. Hoy tenemos un cerco informativo que al ser roto develan noticias de soldados narcomenudistas, soldados sicarios, soldados violadores, soldados extorsionadores o soldados que no se inmutan al desertar para unirse a las filas del narco. Ese es el mismo soldado al que en estos momentos se pretende “acercar a la ciudadanía”.
Toda revolución comienza con luchas por reformas
El movimiento de 1968 mexicano tenía un carácter democrático, exigían libertades democráticas y acciones como el desaparecer los cuerpos granaderos y exigir la libertad de los presos políticos. Significaba aquí y en aquel entonces un enorme paso hacia adelante, no obstante, no logró sumar a la lucha en masa al movimiento obrero, como en el caso de Francia, donde una poderosa huelga general durante el mes de mayo estuvo a punto de derribar al capitalismo.
Si bien los estudiantes del 68 no tenían como primer punto una agenda radical, esta puso en cuestionamiento en su conjunto al régimen burgués usurpador de la revolución mexicana. Eso llevaría a sacar conclusiones, entre miles de jóvenes, que lo que se necesitaba era un cambio radical en su conjunto en líneas socialistas. El movimiento desarrolló una nutrida lista de tradiciones de lucha que hoy no podemos desdeñar. En primer lugar, demostraron lo infinitamente poderoso que puede ser un movimiento social cuando se vinculan las demandas estudiantiles con las demandas obreras. La fragmentación es un problema que han tenido varios de los movimientos estudiantiles posteriores por una cierta noción de localismo y precisamente por eso hoy es relativamente más fácil para las autoridades vencer con el uso del tiempo a un movimiento.
En el 68, los estudiantes enseñaron a hacer precisamente lo contrario, se hicieron muchas actividades de vinculación con diversos sectores de la sociedad a través de movilizaciones masivas, difusión de información, brigadas de volanteo, organización de foros y todo que les ayudara a unir su lucha con las de otros trabajadores. A esto se debe la envergadura y el tamaño del apoyo que consiguieron.
También, a través de la experiencia del Consejo Nacional de Huelga, le dieron a conocer al estudiantado cómo se puede llevar a cabo organización democrática entre escuelas que, en un futuro, ha servido y podrá servir como punto de referencia para el desarrollo de la dirección y administración democrática de la educación por parte de estudiantes y trabajadores.
Todas estas experiencias, aunadas a la constante represión y acoso sufridas por los estudiantes a manos de las autoridades, fueron los cambios cuantitativos que se fueron acumulando hasta que cualitativamente, la conciencia de muchos estudiantes se transformó.
La conclusión de esto es que no podemos frustrarnos o caer inmediatamente en el pesimismo. Las revoluciones no empiezan inmediatamente por el simple hecho de empezar. Son procesos que se gestan y se radicalizan al calor de la lucha por demandas reformistas y democráticas, luchas de las cuales somos testigos en nuestra propia realidad como con los estudiantes politécnicos que rechazan el camino a la privatización de su escuela, con los trabajadores de aplicación que demandan las prestaciones a las que tienen derecho o con las mujeres que se organizan y luchan para obtener justicia.
Los propios estudiantes mexicanos vivieron un proceso similar. Tras el 2 de octubre, muchos cayeron en la cuenta de que los cambios que la sociedad requería y requiere son imposibles dentro de los estrechos márgenes del capitalismo, y por lo mismo muchos empezaron a perseguir objetivos más ambiciosos, que produjeran un cambio real para toda la sociedad. Podemos no estar de acuerdo con los métodos que eligieron, pero si debemos aprender de su ejemplo y retomar la consigna que enarbolaron los estudiantes del 71, después de que aprendieran de las lecciones del 68:
“La Revolución Mexicana ha muerto, ¡Viva la Revolución Socialista!”. Mientras sigamos luchando los estudiantes del 68 siguen vivos.