Escrito por David Rodrigo García Colín Carrillo
“Quien poco piensa, se equivoca mucho”
“Aquél que más posee, más miedo tiene de perderlo”
[Leonardo da Vinci]
Los “Cuadernos de Leonardo da Vinci” son una maravillosa ventana para asomarse a la mente creativa de un genio, y una oportunidad para reflexionar sobre los factores sociales que impulsan las innovaciones tecnológicas. Son siete mil páginas de textos y dibujos, muchos trazados en 1508, que muestran la multifacética diversidad de este genio italiano.
Entre los temas explorados por Leonardo están: óptica, arquitectura, anatomía, ingeniería militar, balística, cartografía, botánica, música, biología, etc. Entre los maravillosos bosquejos de artefactos nos encontramos con prototipos del tanque de guerra, un aeroplano, un helicóptero, un traje de buzo, una bicicleta, un pistón de vapor, mecanismos con engranajes, lentes de contacto, robots, etc. Estos artilugios revolucionarios nunca fueron hechos en vida de Leonardo y cuando sus dibujos fueron descubiertos en pleno siglo XX –el Códice Madrid, por ejemplo, fue estudiado apenas en 1966- esos inventos ya habían sido hechos por otros, y la máquina de vapor ya había impulsado la Revolución industrial.
Sin menoscabo de la genialidad de Leonardo –en realidad es al contrario-, hay buenas razones por las cuales inventos como la máquina de vapor no cobraron vida en aquellos tiempos, y también hay buenas razones por las que no pasaron de bosquejos en los cuadernos de Leonardo. El Renacimiento fue una época de gestación capitalista, de acumulación originaria, donde brotaban nuevas necesidades sociales pero éstas apenas estaban bosquejadas, como en las notas de Leonardo.
El capital que empezaba a concentrarse en pocas manos era de tipo comercial y la producción capitalista aún no superaba la cooperación simple y una embrionaria manufactura en donde apenas existía la innovación técnica productiva. En aquella época con frecuencia el artesano y el genio eran la misma persona, una confluencia enriquecedora entre el plano manual e intelectual. Difícilmente un teórico puro hubiera manifestado la diversidad de intereses concretos de Leonardo. Los bosquejos de Leonardo expresan el bosquejo originario de un nuevo sistema social. El hecho de que Leonardo pudiera, por ejemplo, dibujar ya en esa época el pistón de vapor sólo subraya su genialidad pero difícilmente habría alguien que le interesara invertir en algo así. Leonardo escribió: “Los que se enamoran de la práctica sin teoría son como los pilotos sin timón ni brújula, que nunca podrán saber a dónde van”.
El relativo poco desarrollo de la división del trabajo en el marco del nacimiento de nuevos horizontes favorecía el surgimiento, en el seno de la intelectualidad, de hombres con intereses multidimensionales; de pintores que eran a la vez poetas, arquitectos, escultores, ingenieros, etc. El capitalismo aún no había mutilado a los hombres en tareas parciales y unilaterales. Era una época que generaba gigantes como Miguel Ángel, Petrarca, Bocaccio, Dante, Maquiavélico, etc.
A pesar de la aún imperante estructura social feudal y la organización gremial del trabajo, una nueva gama de intereses eran catapultadas por el desarrollo del comercio y la navegación; aspectos que iban muy por delante de la producción. Familias adineradas y reyes aburguesados competían entre sí no sólo en el terreno comercial y militar, sino también en el mecenazgo de artistas e inventores que adornaban y daban lustre con sus ingenios a la vida de una nueva clase social. La alianza entre artistas, aristócratas y comerciantes expresaba el compromiso inicial entre una burguesía naciente y una aristocracia feudal aburguesada, era un compromiso que iba a terminar en guerra civil pero en aquellos tiempos los déspotas ilustrados “amamantaban” a la burguesía comercial. Leonardo tuvo como mecenas, entre otros, al príncipe de Milán, Ludovico il Moro.
Las notas de Leonardo son una expresión formidable de estos nuevos intereses: a diferencia del marasmo feudal –donde la vida estaba encerrada en los marcos de pequeñas aldeas rurales y grises castillos- en el renacimiento la vida urbana, los viajes de descubrimiento, la acumulación de riquezas, el naciente individualismo burgués y el redescubrimiento de la cultura de la Grecia clásica, hicieron que la vida en este mundo “pecaminoso” resultara mucho más interesante que la fría escolástica medieval y su rígido arte bizantino. El mundo era, de nuevo, un lugar interesante y estimulante para ser vivido (claro, nos referimos, a las clases y sectores más o menos acomodados).
Los horizontes parecían infinitos, la razón humana parecía poder abarcarlo todo. Los dibujos de Leonardo –en realidad su arte todo- manifiestan ese interés por el mundo real y la naturaleza. El dibujo conocido como “El Vitruvio”, probablemente el dibujo más famoso del mundo –que representa los cánones de belleza en el cuerpo humano-, o los maravillosos estudios de anatomía y embriología que se contienen en los cuadernos de Leonardo, por ejemplo, son un símbolo del humanismo renacentista. El cuerpo humano era asimilado con un mecanismo –tendencia que se fortalecerá durante la Ilustración-, y con esta noción Leonardo pudo comprender la función de las válvulas del corazón.
La aproximación mecanicista del cuerpo humano se expresa también en el diseño de una armadura automatizada, un robot. Leonardo fue el primer ser humano que dibujó un embrión humano correctamente situado en el útero.
Es cierto que los viejos temas religiosos no se abandonaron – el tema nuevo eran los retratos que manifestaban el nacimiento del individualismo (La Gioconda de Leonardo es el mejor ejemplo de esto)- pero este compromiso con el orden religioso –que era el compromiso entre la burguesía y la monarquía ilustrada- era revolucionario en el terreno artístico, filosófico y cultural.
La cruenta guerra permanente entre la miríada de principados por el control del comercio y la riqueza creciente, se expresa en los intereses militares de la época; bajo el patronazgo de Cesar Borgia, Leonardo se convirtió en ingeniero militar y por ello sus cuadernos prefiguran los cañones de guerra, la ametralladora, ballestas gigantes y mecanismos lanza flechas automatizados.
Los mismos intereses que impulsaron a Maquiavelo a escribir su gran obra “El príncipe”, impulsaron a Leonardo a buscar formas más eficientes para matar y para defender murallas que estaban siendo derrumbadas por la introducción de la pólvora. Leonardo tuvo que huir de la guerra buscando nuevos mecenas, luego del príncipe de Milán, fue Cesar Borgia y después el Papa. Criticar a Leonardo por diseñar ingenios en el arte de matar es no comprender que el renacimiento estaba indisolublemente ligado al recrudecimiento de las contradicciones de clase, cuyo resultado era la concentración de riqueza, sin la cual Leonardo y los grandes de esa época no hubieran existido. Enfoques sentimentales no sirven para nada. Pero Leonardo no era un inventor insensible, escribió: “Verdaderamente, el hombre es el rey de los animales, pues su brutalidad supera al de éstos”.
La balística, la medición de la trayectoria de los proyectiles que la pólvora traida de china arrojaban, orientaba al pensamiento rumbo a la medición matemática de las trayectorias, la medición de fuerzas y masas. Lo anterior se conjugaba con el nuevo interés en la arquitectura y en la construcción de barcos que los burgos nacientes promovían.
No es casualidad, tampoco, que esta fuera la época del “plano cartesiano” –indispensable para medir movimientos- y de las leyes inerciales de Galileo, que preparan el camino para la revolución newtoniana. Vemos, también, en los cuadernos de Leonardo estudios sobre mecánica y el uso de palancas, además de hermosos diseños arquitectónicos (cúpulas, escaleras y pasadizos). Comenzaba la época de las mediciones cuantitativas de pesos, medidas, superficies, volúmenes y trayectorias. Para la mayoría de renacentistas Dios había creado el mundo por medio de las matemáticas y todo podía ser comprendido por este medio.
El comercio, además de la guerra, impulsó la navegación; ésta exigía un estudio científico de los cielos para poder navegar en altamar con seguridad. No es casualidad que la época de Leonardo también fuera la era de Kepler, Copérnico y Galileo. Por esto, Leonardo, en sus cuadernos pudo descubrir que el brillo de la luna se debe al reflejo de la luz del sol. Si los antiguos requerían observar los cielos para predecir los ciclos agrícolas, en el renacimiento este conocimiento tuvo que despojarse de su arcaica envoltura religiosa para alcanzar la precisión matemática que requerían los nuevos tiempos. Y si la navegación requirió la observación científico-matemática del cielo, también requería la observación precisa de la tierra, es decir, la cartografía o el arte de hacer mapas. Leonardo también descolló como un gran amante de esto.
Pero el ojo es un órgano demasiado imperfecto para observar con precisión, la fabricación de lentes se incorporó a la observación del cielo e impulsó –no solo la astronomía- también la óptica y el estudio sistemático de la luz y los colores. No debería sorprendernos que Leonardo, siendo un prodigioso pintor, se ocupara de la perspectiva, la constitución del ojo humano, los colores y de la naturaleza física de la luz.
Es debido a estas tendencias profundas del desarrollo histórico, a necesidades que claman por ser satisfechas, que vemos con mucha frecuencia cómo un mismo invento es descubierto por más de un genio a la vez, casi de forma simultánea; es por esto que, por ejemplo, Leibniz y Newton descubrieron a su manera el cálculo y es también debido a esto que lo que Leonardo bosquejó sin que el mundo lo supera, fue descubierto independientemente por otros, cuando esas necesidades sociales ya no estaban sólo bosquejadas sino trazados por el capitalismo de manera firme. Los genios en la ciencia y en el arte son tales porque piensan los mismos problemas que desafían a otros pero de una forma diferente, revolucionaria.
Cometeríamos un error, sin embargo, en ver el arte de Leonardo como un simple reflejo lineal de su época. Ya había dicho Marx que la historia la hacen los hombres y esto también aplica al arte. Normalmente los seres humanos comunes y corrientes somos llevados de manera inconsciente por el flujo de la historia, casi como una hoja movida por el viento. Las revoluciones son la excepción, en ésta las masas se vuelven actores conscientes en la historia. Leonardo es un gigante no por haberse sustraído de esa corriente, sino por haberle dado una expresión única, por haber pensado los nuevos tiempos de una forma creativa y revolucionaria. Leonardo tenía una imaginación creativa fuera de serie. De otra forma no podríamos explicarnos cómo pudo idear el aeroplano, el helicóptero, una armadura automatizada (un robot), la bicicleta o un artefacto para caminar sobre el agua. Estos últimos inventos no eran simples necesidades sociales de su época, eran el producto de una creatividad sin barreras, de un Ícaro de la era moderna.
El sueño de Ícaro y Leonardo se hizo realidad: el hombre ya puede volar. Pero por ahora sólo puede volar quien tenga dinero para hacerlo. Romper las barreras del capitalismo, para que la humanidad alcance nuevas alturas, es la tarea de nuestra época y entonces un nuevo renacimiento será posible. Sobre los obstáculos que se interponen a ello Trotsky escribió: “¿Cuántos Aristóteles están cuidando cerdos? ¿Y cuántos porqueros están sentados en tronos?”.