El pasado 5 de febrero se llevó a cabo, en la Ciudad de México, la Primera Convención Nacional Morenista, que dio cita en la Plaza de la República —o Monumento a la Revolución— a los participantes inscritos en sus 8 mesas de discusión a partir de los foros locales celebrados, entre el 15 y el 31 de enero, en 20 de las 32 entidades federativas de la República. Las mesas temáticas versaron sobre la vida interna de Morena, su ideología, la convocatoria de su Congreso Nacional, la definición de sus candidaturas, la formación política de sus cuadros, su vinculación con los movimientos sociales, su relación con el gobierno y la transparencia de sus órganos dirigentes. Y si bien los foros locales no se reprodujeron en cada uno de los Estados de la Federación, todos ellos convocaron a los militantes de los Estados cercanos donde no se celebró el foro respectivo, en el afán de hacer de la Convención un evento tan amplio y plural como fuera posible.
La trayectoria de este encuentro inició desde la publicación, el 9 de diciembre pasado, de un pronunciamiento titulado “Momento de definiciones”, firmado y suscrito por “más de 3 mil dirigentes, militantes y simpatizantes del partido” inconformes con el rumbo político de la actual dirigencia partidista de Morena y asumiéndose como los y las convocantes de la Convención. La misma procuró presentarse en su planteamiento y planeación como una iniciativa perteneciente a las bases del propio partido, no obstante, también se pudo identificar fácilmente con algunos personajes pertenecientes al ala más crítica contra la dirigencia derechista de Mario Delgado, tales como Jesusa Rodríguez, Bernardo Bátiz, Enrique Semo, Jaime Cárdenas, Alejandro Solalinde, Víctor Toledo, John Ackerman, Irma Eréndira Sandoval y Paco Ignacio Taibo II, entre otros, que participaron como oradores antes y después de los trabajos de la Convención.
Como resultado, se suscribió una serie de 21 acuerdos, que incluyen el apoyo a la Reforma Eléctrica impulsada por el presidente López Obrador, así como a la consulta popular por la revocación o renovación de su mandato, el respaldo a los candidatos morenistas para las 6 gubernaturas estatales que se disputan este año, la derogación de la estructura de delegados estatales paralela al partido, la renovación de sus consejos nacional y estatales, así como de sus comités ejecutivos, la celebración del VII Congreso Nacional del partido con carácter extraordinario y el cumplimiento de los estatutos violados u omitidos por la actual dirigencia nacional, como los referentes a las prerrogativas del Instituto Nacional de Formación Política. También se acordó la organización de un curso de inducción para toda la militancia a nivel nacional por parte de dicho Instituto, la creación de comités sectoriales del partido y no sólo territoriales, la integración del Consejo Consultivo, la derogación de los cargos partidistas que simultáneamente ocupen cargos públicos, la descentralización financiera del partido, la auditoría de los recursos partidistas del ejercicio de 2021, la convocatoria para una Segunda Convención, el 6 de agosto, y la instalación de mesas de seguimiento en todas las entidades federativas del país, mas, sin que quede del todo claro cuáles son los medios precisos por los que se pretenden concretar estos propósitos.
Esta Primera Convención se esmeró en cuidar los formalismos, centrando su discusión en cuestiones más estatutarias que políticas, quizás en el afán de sustraerse a las acusaciones y señalamientos que pudieran arrojarse en su contra para tacharla como facciosa o sectaria a fin de desvirtuarla, pese a lo cual, y previsiblemente, el actual dirigente nacional de Morena se apresuró a descalificarla, afanándose en identificar su interés personal con el del partido mismo al acusarla espuriamente de sembrar divisiones, de no apoyar las iniciativas del gobierno de AMLO y de “hacerle el juego a la derecha”. No puede menos que llamar la atención que Mario Delgado se arrogue unilateralmente la autoridad para hablar en nombre de un movimiento social al que ignora y margina sistemáticamente en su conducción política, caracterizada por la toma de decisiones al margen de las bases partidistas, el pragmatismo sin principios (particularmente en su alianza político electoral con el PVEM) y el reparto discrecional de candidaturas, muy a menudo en favor de personajes repudiados por la propia militancia morenista y que ya le han costado al partido no pocas derrotas en las urnas (como la ocurrida en Nuevo León, en 2021, donde la candidata ex priista de Morena se fue en picada al ser vinculada con la secta sexual NXIVM y dejó así un vacío capitalizado por el ahora gobernador Samuel García, del partido MC).
Otros personajes dentro de Morena, como Gibrán Ramírez, quien se identifica como aliado del presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado, Ricardo Monreal (conocido aspirante a la presidencia de la República), comparten la crítica de la Convención Morenista a la dirigencia actual del partido (e incluso le corrigen la plana en lo referente al apoyo disciplinado a los candidatos para las gubernaturas disputadas en 2022, al margen de su arraigo entre las filas morenistas), pero califican como vano su afán de organizar a las bases del partido en una lógica democrática y no electoral, de cara a la inercia y las ambiciones políticas que arrastra la anticipación por las elecciones presidenciales de 2024. Este posicionamiento, sin embargo, valida la interpretación reduccionista que priva en los medios informativos de la derecha y que describe esta coyuntura en los términos burdos de una lucha fraccional, frente a la cual un tercero en discordia buscaría presentarse, dentro de las filas de Morena, como una “alternativa responsable” entre la dirección nefasta de Mario Delgado y el “peligroso radicalismo” de la Convención.
No son menores las circunstancias que convocan a los sectores críticos del partido a tratar de organizarse contra el bloque monolítico de su dirigencia política, que afirma hipócritamente que atenderá los mismos reclamos que ha ignorado a todo trance desde que se constituyó como tal, a la vez que transgrede los estatutos partidarios, desacredita toda iniciativa que no parta de sí misma y minimiza sus propios yerros, escudándose en el apoyo masivo a un gobierno que detenta una legitimidad mucha mayor que la del partido que lo postuló de cara al triunfo popular de 2018. Los organizadores de este encuentro no se equivocan al afirmar que: “La continuidad histórica de la Cuarta Transformación más allá del sexenio actual dependerá del fortalecimiento y la consolidación de su principal instrumento político”. Y si los mismos se pueden identificar como una corriente adversa a la dirigencia de Mario Delgado, esto no significa que la Convención no representara una oportunidad para que las bases del partido expresaran su genuino descontento, en el ánimo de encontrar una salida para la frustración de sus ideales a merced del oportunismo.
Si bien es cierto que los partidos de la derecha se han desdibujado desde su derrota en las pasadas elecciones presidenciales y su alianza ha resultado fútil para competir electoralmente contra Morena (sólo MC parece ganar algún terreno al desmarcarse del PRI, el PAN y el PRD, aunque no represente políticamente algo distinto), esto no quiere decir que la oligarquía mexicana cifre en éstos todas sus esperanzas para frenar las aspiraciones sociales de las masas y recuperar su control sobre el Estado tal como lo ejerció durante los gobiernos anteriores. Al imponer a instancias del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación a una dirigencia partidista que suprima la vida institucional de Morena y copte a sus órganos colegiados, los personeros de la clase social dominante se aseguran de hacer mella en el proyecto político de la Cuarta Transformación, haciendo al propio partido dependiente de las fuerzas externas para impulsar su modesto programa de reformas, desgastándolo políticamente, enajenándolo de sus principios rectores, sembrando la desmoralización entre la militancia de base (que es su principal fuerza motriz) y sustituyéndola por una burocracia mezquina que sólo está en busca de posiciones políticas. De continuar esta trayectoria, la bancarrota de Morena en algún momento posterior a las próximas elecciones presidenciales se convertiría en uno de sus probables desenlaces.
Sin embargo, aunque la iniciativa de organizar el justo descontento de base militante en contra de una dirección partidista claramente facciosa —así como contraria al anhelo social de dignidad y justicia depositados en el proyecto de la Cuarta Transformación— es un empeño tan necesario como encomiable, se pueden observar ciertas reservas que persisten en la articulación de esta Convención en cuanto a los alcances de la lucha de las propias bases morenistas por la democratización del partido. Tal parecería que las discusiones y los acuerdos derivados de este ejercicio se hubieran orientado dentro de lindes bien definidos, evitando la confrontación directa, priorizando los intereses electorales y apelando al liderazgo moral del presidente López Obrador, pero acotando en última instancia el desarrollo político de una militancia más crítica. Es elocuente que los términos de los acuerdos aludan solamente a la continuidad de la Cuarta Transformación y no a su profundización, limitando sus reivindicaciones dentro de límites aceptables para la burguesía nacional, adhiriéndose, por ejemplo, a los términos de la Reforma Eléctrica tal como fue planteada por el gobierno de AMLO, en vez de pugnar por la construcción de una correlación de fuerzas políticas que baste para poner al alcance del movimiento social la renacionalización completa de los sectores productivos privatizados por los gobiernos neoliberales.
Estará por verse qué tan lejos están dispuestos a llegar los organizadores de la Convención en su afán de democratizar al partido y si las llamadas enérgicas a restituir una conducción política apegada a los estatutos partidistas, y su estrategia en general, serán suficientes para reencausar a Morena, como es deseable, rearticulando su aspiración original de constituirse como un partido-movimiento y no tan sólo como un aparato electoral (la función primaria que le asigna su actual dirigencia). En tal sentido, es también bastante notorio que los acuerdos suscritos no incluyen la movilización callejera de las bases militantes para defender de las ambiciones estrechas de la cúpula burocrática al partido que erigieron con su propio sacrificio; propósito para el que sobra disposición, como lo evidenció el ambiente de la Convención Morenista y las nutridas y recurrentes consignas que se hicieron oír durante su celebración en favor de la destitución de Mario Delgado, al que una parte significativa de las bases del partido no dudan en calificar de traidor.
Para resolver los problemas del pueblo trabajador y de la sociedad mexicana, recrudecidos por la crisis mundial capitalista, la Cuarta Transformación no puede conformarse con preservar sus logros actuales en materia social, sino que debe ampliarlos, y para conseguirlo precisa de un partido tan disciplinado como democrático, en el que la militancia participe orgánicamente en la toma de decisiones, sin ser marginada por una camarilla rastrera. Como lo demuestra la experiencia de la más grande transformación social de la historia, la Revolución rusa, que fue traicionada por una burocracia reaccionaria que eliminó todo rastro del bolchevismo, sin un partido que luche por las demandas de la clase obrera, incluso los cambios más audaces en la organización social pueden ser revertidos por las fuerzas conservadoras. Si las facciones partidistas no atinan a construir ese partido, dependerá de sus bases aprovechar oportunidades como la de la Convención Nacional Morenista para estrechar sus lazos y bregar por el partido que necesitamos.