Milton Friedman dijo: “Una sociedad que priorice la igualdad sobre la libertad no obtendrá ninguna de las dos cosas”. Quien fuera ganador del premio Nobel de economía en 1976, era un intenso defensor de la libertad por encima de cualquier otra cosa. Pero Friedman no postulaba nada nuevo con esta posición, sino que sólo le hacia coro a la mayor consigna y bandera del sistema capitalista: la libertad. Veremos de qué libertad hablaba.
El modo de producción capitalista comienza a ser el predominante con las revoluciones burguesas del siglo XVII, y la que se desarrolló con mayor expresión sería la francesa de 1789 la cual no sólo termina con la monarquía, sino que igualmente da origen a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, donde los artículos primero y segundo dejan en claro las prioridades del naciente sistema:
1°. Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común.
2°. La finalidad de cualquier asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del Hombre. Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.
Como se ve, los máximos dioses del sistema capitalista eran la libertad y la propiedad, siempre de la mano. Hoy, después de 234 años de que se escribió este documento, todos los teóricos y políticos del sistema mantienen a estos dos dioses como la expresión de modernidad y progreso, Friedman solo fue uno más a los miles que ya había y que habrá.
En este punto podríamos tomar un sinfín de caminos posibles, preguntarnos como los filósofos ¿qué es la libertad?, o como lo hizo un economista alemán del siglo XIX y preguntarnos ¿ser libres para qué?, o también como lo hizo un revolucionario ruso del siglo XX y preguntarnos ¿libertad para quién?
Si no son claras las referencias, hablamos de Marx que concluyó que en el sistema capitalista uno es libre de elegir entre ser explotado o morir de hambre; y de Lenin, que planteaba que la libertad, al igual que la democracia, solo era para la burguesía, pero nunca para la clase obrera. Pero no tomaremos ninguno de estos caminos.
Tomaremos un camino mucho más simple, menos filosófico y más estadístico. Veremos en números qué tanta libertad nos ofrece el sistema a la actual generación de jóvenes y cuanta de esta libertad nos quedará en nuestro futuro inmediato (de haberlo).
Comencemos por el principio, nacer. El simple hecho de nacer significa tener la libertad de acudir a un hospital o centro de salud, sin embargo, en México hasta 2020 más de ¼ de la población total no tenía acceso alguno a la salud, y de la población con acceso a la salud un 35.5% tenia derecho al Seguro Popular, el 8.8% al ISSSTE y el 51% al IMSS. Mientras que el 2.8% de la población con acceso a la salud lo tenía por medios privados.
¿Qué quiere decir esto? Primero, que en el 2020 más de un cuarto de la población no tenía acceso alguno a la salud, de modo que 33,431,212 de mexicanos no gozaban la libertad de acceder a las condiciones médicas mínimas. Pero también nos dice que del los poco menos de ¾ de la población con acceso a la salud, el 96.6% lo tenía en el sistema de salud pública el cuál, no es sorpresa para nadie, está en pésimas condiciones: sin materiales, medicinas, equipos e infraestructura. Tan sólo un 2.8% de la población tiene acceso a una salud de calidad en medios privados.
Pero demos el beneficio de la duda al sistema, y digamos que, aunque más de 33 millones de personas no tienen acceso alguno a la salud, los restante si gozan de esta libertad. Ahora veamos que tan libres somos de estudiar.
Aun el 2020 el porcentaje de analfabetismo en México era del 5%, es decir, más de 6 millones de personas no sabían ni leer ni escribir, para ponerlo en perspectiva, en 2021 Cuba tenia una tasa de analfabetismo del 0% según el Banco Mundial y la UNESCO. Y el grado promedio de escolaridad para el mismo año en México era de 9.7, que viene siendo terminar o dejar incompleta la educación secundaria y tan solo el 21.6% de la población lograba tener acceso a la educación superior. Además, en el mismo periodo, la educación privada abarcaba el 11% de la población estudiante, mineras que el 89% asistía a instituciones públicas, que, al igual que la salud pública, se encuentra en completa decadencia (además de no ser realmente pública, pues piden cuotas excesivas semestre a semestre, tan solo falta ver el grado de deserción académica en el nivel medio superior del 9.2% o la deserción del 8.8% en la educación superior, que son los niveles donde estas elevadas cuotas se hacen insoportables).
Estos datos son por si mismos duros, sin embargo, hay que tener en mente siempre el efecto embudo, donde si bien una inmensa parte de la población hoy se encuentre estudiando, menos de una cuarta parte lo hará más allá de la media superior, y muchos menos terminarán la superior. De modo que el sistema nos da la libertad de estudiar en condiciones pésimas y con profesores mal pagados hasta llegar a la educación media superior, de ahí en adelante, menos de un cuarto de la población tiene la libertad de seguir estudiando.
Pero nuevamente, imaginemos que la inmensa mayor parte de la población que no tuvo la libertad de tener estudios en media superior o superiores no los tuvo por decisión propia y no por restricción del sistema. Pasemos ahora a hablar de la vivienda.
Primero hay que decir que en 2020 poco menos de medio millón de personas en México se encontraba sin hogar. Si esto aún no es suficiente para resumir el grado de libertad en la vivienda hay que ver que tan solo el 57.1% de las viviendas ocupadas en ese año eran propias y el 42.9% de las viviendas eran rentadas/prestadas o seguían pagándose. También hay que mencionar que en 2021 el 61% de las propiedades eran departamentos y tan solo el 39% eran casas. Y para no ser diferentes de sus hermanos salud y educación, la vivienda departamental es cada vez más miserable, cuartos minúsculos, en zonas lejanas, sin servicios y rentas elevadas siempre a la alza por la gentrificación.
Una vez más pensaremos que la inmensa mayoría de la población libremente eligió vivir en minúsculos departamentos y con elevadas rentas por el resto de su vida para no ser del medio millón de personas sin hogar, y pasemos a hablar del empleo.
Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del primer trimestre del 2023 realizada por el INEGI, de una población total de 99.7 millones de personas mayores de 15 años, 60.1 millones son Población Económicamente Activa (PEA) y 39.7 millones son Población No Económicamente Activa (PNEA). La definición de Población Económicamente Activa es la de toda persona que participa en el mercado laboral, sea siendo ocupado o buscando empleo, mientas que la definición de la PNEA es toda aquella que no esta ocupada ni busca trabajo. Veamos cada caso para entender el problema.
Primero, la PEA se divide entre la población ocupada que para el periodo mencionado era de 58.5 millones y la población desocupada en busca de trabajo que era de 1.6 millones. Pero a su vez la población ocupada se divide entre los subocupados y los no subocupados. La definición de subocupación que brinda el INEGI son personas que tienen necesidad y disponibilidad de ofertar más tiempo de trabajo de lo que su ocupación actual les demanda, y para este periodo la población subocupada fue de 4.3 millones.
Antes de pasar a la informalidad, veamos un análisis hecho por el propio INEGI que deberá clarificar nuestro objetivo con los datos anteriores. Este instituto calcula lo que denomina la Tasa de Subutilización de la Fuerza de Trabajo que es el porcentaje que representan los desocupados, los subocupados y no económicamente activos disponibles para trabajar respecto a la fuerza de trabajo ampliada y para este trimestre era del 17.2%, es decir, 11.26 millones de personas.
¿Qué representan estos más de 11 millones de personas? Representan primero que existen personas con necesidad de trabajar para sobrevivir y no encuentran trabajo, pero también representa que existen millones de personas que, aun teniendo ya un trabajo, se ven forzadas a buscar un segundo por los precarios salarios que se dan. Pero también representa que existe un gran número de personas que, a pesar de estar en capacidad de trabajar, no lo hace ni busca trabajo. A este sector se le culpa de holgazán, de vividores, de no querer “salir a delante”, pero basta ver que existen en el país más de 6 millones de personas actualmente buscando empleo y ver los salarios y jornadas de trabajo que se “ofrecen” para comprender la desmotivación a buscar un empleo. Estos más de 11 millones de personas representan que no es verdad la llamada libertad de trabajar en lo que se desee.
Si nos atrevemos a ignorar a 11 millones de personas y enfocamos únicamente a aquellos que están ocupados tenemos que contemplar que para el mismo trimestre la tasa de informalidad era 55.1%, es decir, más de 32 millones de personas se encuentran trabajando en la informalidad, lo que significa trabajar sin contrato, sin prestaciones de ley, sin derechos laborales algunos.
Si aún con todo lo anterior aún se cree en la gran libertad de trabajar en lo que se desee, veamos ahora las horas laboradas y la remuneración. El 15.8% de la población ocupada trabaja más de 48 horas a la semana, el 27.7% de 35 a 48 horas, el 9.6% de 15 a 34 y el 3.4% menos de 15 horas. Esto nos deja ver que el inmenso grueso de la población ocupada, tanto en la formalidad como en la informalidad trabajan en promedio 7.5 horas diarias de lunes a domingo sin descanso. Ahora, estos números, aunque oficiales del INEGI, no reflejan la realidad laboral donde las empresas siempre abusan de las horas de salida establecidas en los contratos, y tampoco contempla que en la informalidad nunca hay hora clara de salida. Si se contemplara el número promedio seria mucho mayor.
Ahora, la remuneración en este periodo era que el 35.9% de la población ocupada tenía como ingreso máximo un salario mínimo ($207.44), el 33.8% de 1 a 2 salarios mínimos ($414.88), el 8.6% de 2 a 3 salarios mínimos ($622.32), y el 4.5% más de 3 salarios mínimos. Esto significa que el 69.77% de la población ocupada ganaba diariamente en promedio $311.16. Casi el 70% de la población ocupada en el país vivía diariamente con $300. La canasta básica de una semana para una familia de 4 integrantes según la Secretaría de Economía en marzo del presente año tenía un costo aproximadamente de entre $900 y $1,000. Si creemos en estos precios y que las cantidades de la canasta básica son los indispensables para una familia de 4, serían necesarios entre 3 y 4 días de trabajo solamente para cubrir los gastos en alimentos. Si somos realistas y consideramos los precios que se encuentran en las calles y las verdaderas cantidades, se requieren aproximadamente 5 días de trabajo solo para sustentar la alimentación.
Ya por último revisamos el problema laboral, para aquellos que aún crean en la gran libertad del trabajo, veamos la posición en la ocupación, pues no es lo mismo ser el gerente que ser el obrero. En este trimestre el 13% de la población ocupada eran trabajadores por su cuenta, el 3.1% eran empleadores y el 40.01% eran trabajadores subordinados y asalariados.
Podríamos tocar muchas más banderas de la libertad, como la seguridad y la violencia, o el simple acceso mínimo a un recurso fundamental como el agua. Pero creemos que con lo expuesto hasta ahora podemos explicar nuestro punto:
Nuestra generación, a los jóvenes de hoy nos aseguran la libertad de trabajar sin ningún tipo de derecho laboral hasta morirnos con tal de recibir una atención medica deplorable, de recibir una educación trunca, de tener que vivir en departamentos asquerosos sin servicios básicos por elevadas rentas a pagar de por vida y todo ello en un contexto de violencia extrema y crisis ambiental. O claro, también somos libres de morir de hambre, es nuestra elección.
El sistema y sus defensores dicen que este es el único sistema que ha demostrado funcionar. ¿Enserio tú lo crees? A nuestra generación el capitalismo ya no es capaz de asegurarle la salud, la educación, la vivienda, ni el trabajo que tanto elevan a grado de “superación individual”. “Así son las cosas y nada podemos hacer” podría pensarse, bueno, la naturaleza no piensa igual. Si a nuestra generación no le importa ser tratada como mercancía a la que se extrae toda la fuerza hasta matarlos, la naturaleza no nos lo perdonará. El sistema esta destruyendo todo a su paso, las grandes corporaciones devastan bosques, destruyen ecosistemas por minería, contaminan millones de litros de agua con sus desechos, emiten toneladas de dióxido de carbono con sus empresas “verdes”.
Rosa Luxemburgo dijo alguna vez “socialismo o barbarie” refiriéndose que de no acabar con el capitalismo este solo nos aseguraría barbarie. Hoy la consigna de Luxemburgo ya no aplica, hoy es socialismo o muerte segura. Ya no queda nada útil en este sistema podrido que nos esta arrastrando con él a la tumba. Nuestra generación tiene una tarea histórica: organizarnos como clase obrera y ponerle fin a este sistema antes que él nos ponga fin a nosotros. Es una lucha entre nosotros y todo un sistema mundial. No es tarea sencilla, pues el sistema tiene a su favor todas las palancas de los gobiernos, todas las tecnologías, todas las leyes e instituciones, pero nosotros somos más, miles de millones más, lo hemos visto en Chile, Colombia, Perú, Francia, Birmania, etc. Nuestra generación tiene el llamado histórico de hacer una revolución que acabe con el capitalismo y la única forma de ganar es organizándonos. Por ello:
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