Los intereses imperialistas de los Estados Unidos
La política exterior norteamericana siempre ha sido la de considerar a Latinoamérica como su patio trasero, por lo tanto, asume como un deber dirigir política y económicamente la región. Para conseguirlo ha utilizado un poderoso instrumento que ha sido el de la introducción de sus compañías trasnacionales, mismas que explotan los recursos naturales y humanos sin algún tipo de límite. Otro medio ha sido la utilización de los créditos directos a los estados y a los propios capitalistas locales. Además de ello, también han encontrado en América Latina un mercado complementario para el consumo de bienes y servicios generados en la misma Unión Americana.
Políticamente los norteamericanos han utilizado dictaduras civiles y militares de todo tipo, intervenciones militares directas y, últimamente, han formado toda una casta de políticos, jueces y policías dentro de sus universidades con los cuales dominan los partidos políticos burgueses, juzgados y organismos de inteligencia de las débiles «democracias» latinoamericanas.
Pero hay que tener en cuenta que para los vecinos del norte la definición de gobierno democrático es «aquel que se somete a la jefatura de la Casa Blanca», el que no lo hace, por más elecciones que gane es antidemocrático y por supuesto para la «ética» burguesa el hacerle fraude a un «populista», «comunista» o «socialista» es un acto democrático.
Durante todo el siglo XXI se ha desatado una profundización de la decadencia económica norteamericana. Países como China y Rusia ya no se ven como espacios para hacer negocios y pasan a ser enemigos que vencer. En el caso de Rusia se trata de bloquear el creciente poder sobre Europa y en el caso de China el impedir su ascenso como principal potencia económica mundial.
En el caso latinoamericano, si bien es cierto que sigue siendo la principal potencia regional, Estados Unidos demuestra un margen de maniobra más bien limitado. En la gran mayoría de los casos los gobiernos de la región han tomado distancia con respecto de la política exterior norteamericana, siendo Colombia una rara excepción. Apenas hace 4 años había un bloque de países que encabezaban un bloqueo contra Venezuela, el llamado grupo de Lima. Éste prácticamente se ha disuelto, no por las virtudes del gobierno de Maduro sino por la caída en el frente electoral de todos estos países a manos de opciones en apariencia más de izquierda.
La política exterior mexicana
México desde hace mucho tiempo ha llevado un doble juego en la esfera internacional. Fue Venustiano Carranza quien lo inauguró con su “no se fijen en lo que digo sino en lo que hago” que le dirigió a los Estados Unidos, país que le proporcionó los medios para derrotar al ejército de Francisco Villa, pero que se quejaba de los discursos nacionalistas del jefe constitucionalista.
La oferta de Carranza, analizada en el libro La guerra secreta en México, del historiador Frederic Katz, era que con el pretexto de la “neutralidad mexicana” el país se mostraba como una zona de seguridad para los Estados Unidos. A la vez que repetía una y otra vez el ideario no intervencionista y hacia una que otra arenga antiimperialista, Carranza defendía los intereses de las petroleras y mineras norteamericanas como si fueran suyas. Este era el precio que pagaba por recibir el reconocimiento norteamericano.
Otro tanto hizo Álvaro Obregón años después al aceptar los tratados de Bucareli.
No obstante, la revolución estaba aún fresca y la posibilidad de un nuevo estallido revolucionario obligó a los siguientes gobiernos a moderarse respecto de su sometimiento a las necesidades económicas norteamericanas.
No fue sino hasta la llegada de los gobiernos llamados “neoliberales” que la postura original inaugurada por Carranza se fue desdibujando. De hecho, para los gobiernos de Salinas y Zedillo, el único tema de política exterior que se usaba para demostrar su supuesta neutralidad era el de mantener relaciones con Cuba, aspecto que el gobierno de Vicente Fox terminó por hacer a un lado para también en ese tema plegarse abierta y sin pudor a los dictados de la Casa Blanca.
Es prácticamente indistinguible alguna diferencia entre Calderón y Peña Nieto, ambos muy aficionados a pasearse por el ancho mundo y a declarar lo que suponían les daría más puntos con su relación con el vecino del norte.
La política de AMLO
La llegada al gobierno de AMLO significó, no una ruptura con los intereses norteamericanos, sino un retorno al Carrancismo. Podríamos dividir su política exterior en tres esferas.
La que se refiere a la relación directa con los Estados Unidos. En ella la marca que domina todo es la firma del TEMEC, el cual ha supuesto una adecuación de la legislación laboral en México, así como el endurecimiento de las ya de por si condiciones ventajosas que tienen los intereses norteamericanos en México.
En este rubro podemos situar a la migración. Su contención que se convirtió en una exigencia del gobierno de Trump y que forzó a México a convertirse en un país receptor de la migración ilegal norteamericana y al mismo tiempo crear un tapón de paso de migrantes en la frontera sur.
La buena relación con Estados Unidos se basa en estos elementos económicos y migratorios, todo lo demás podría ser lo de menos.
La segunda esfera es la relación regional. México ha intentado mostrar una independencia relativa en el plano latinoamericano, una imagen de protector de los países con gobiernos formalmente de izquierda, rompiendo las alianzas con gobiernos de derechas e incluso recibiendo con honores a los presidentes de Cuba, Bolivia y Argentina. Este es un plano sumamente popular para toda la región, no obstante, al mismo tiempo esta dando pie a una iniciativa largamente acariciada por los Estados Unidos, un Área de Libre Comercio para toda América, que, según AMLO, sería como “la Comunidad Económica Europea, que dio pie a lo que hoy conocemos como Unión Europea”.
Incluso fue más allá al señalar que esta sería una respuesta ante la expansión de China y la decadencia del poder en Norteamérica. Nuevamente tenemos el viejo doble juego carrancista: “soy critico en términos formales al poder norteamericano, pero ofrezco trabajar para lo que realmente importa, es decir el interés económico estadounidense”.
A nadie le queda duda que el principal interesado en crear un área de libre comercio de América es a los Estados Unidos, por medio de la cual podría establecer mecanismos de proteccionismo frente a China en toda la región. No esta demás decir que un tratado de ese tipo sería una cadena muy difícil de romper para millones de trabajadores de toda América Latina, cuyos márgenes de independencia se verían reducidos a la nada.
Más aun cuando vemos ahora a una Unión Europea cada vez más débil y sujeta a los Estados Unidos, por un lado, y arrastrada a un conflicto en Ucrania, cuyas consecuencias sólo los trabajadores pagaran, ya sea con sus vidas o con la miseria.
Un tercer nivel es el de la relación con la esfera de influencia del país como potencia regional, hubo un día en que el país abarcaba desde Nicaragua hasta más allá de la alta California. Esa imagen del gran México, en el imaginario hipernacionalista, que AMLO alimenta cuando dice “somos 160 millones de mexicanos” (incluye la posibilidad de jugar un papel también en Cuba), siempre ha estado presente en la política exterior. Basta recordar la actuación en los años setentas de México respecto de Nicaragua y El Salvador. En esta esfera, es quizá en la cual el gobierno se muestra con más iniciativa. Las políticas gubernamentales como sembrando vida y los subsidios a los jóvenes se están extendiendo por toda la región, al mismo tiempo que se impulsan acuerdos con Cuba en el tema de la salud, enviando, por ejemplo, a médicos especialistas cubanos para trabajar en zonas pobres del país.
Los límites y desafíos
El contexto internacional, lleno de una profundización en las contradicciones interimperialistas, da extrañas posibilidades para seguir avanzando o explotando la aparente neutralidad mexicana. No obstante, es sin duda incómodo para los Estados Unidos soportar uno que otro discurso de AMLO y para más de un imperialista al norte del Rio Bravo sería mejor un gobierno dócil y obediente como perrito faldero, tal y como eran los de Peña o Calderón.
Por el momento, al parecer, para los Estados Unidos no hay más que soportar el discurso nacionalista de AMLO mientras en el terreno económico y migratorio siga cumpliendo con su función. Pero no se puede descartar que al mismo tiempo profundicen sus apoyos a la oposición para lograr un cambio de régimen en 2024, tampoco los norteamericanos desconocen estos dobles juegos.
Para los trabajadores mexicanos debe quedar claro que las maniobras de política exterior no tienen como fin proteger al país, sino a los intereses de las burguesías nacionales y que solo la solidaridad entre los pueblos y un cambio de las relaciones económicas dentro de las naciones de la región será una alternativa viable.
Los trabajadores de América debemos luchar por una federación socialista de los pueblos, que nos incluya en un primer momento desde Alaska hasta la Patagonia. Ello implica un cambio revolucionario.