Por su magnitud y por los severos efectos que ha tenido sobre el planeta entero, el coronavirus está significado uno de los retos más importante que han tenido frente a si los diferentes estados nacionales en lo que va del siglo XXI. Para el mundo entero la incógnita a responder es ¿cómo evitar escenarios como los de principios del siglo XX?, en los que la gripe española provocó la pérdida de 50 a 100 millones de vidas. O experiencias como la de la gripe asiática (1957-1958) que dejó dos millones de muertos y la de la gripe de Hong Kong (1968-1969) que derivó en un millón de víctimas mortales.
Esos son los eventuales escenarios a los que se enfrenta la humanidad, desde que en diciembre de 2019 se registraron los primeros casos de contagio por coronavirus en la ciudad china de Wuhan. En estos momentos, a datos del viernes 4 de junio, el número de contagios registrados a escala mundial ya superan los 11 millones de personas, mientras que los fallecimientos ascienden a los 527 mil 835 casos, de acuerdo a Organización Mundial de Salud (OMS). De acuerdo a este mismo organismo, el virus ha logrado una acelerada propagación en los últimos ocho días, añadiendo en tan solo ese breve lapso otro millón de contagios en todo el planeta.
Si bien es cierto que la curva de contagios es declinante en la mayoría de los continentes, incluida Europa donde la pandemia se manifestó con especial fuerza, lo cierto es que el coronavirus sigue especialmente activo en todo el continente americano, pero incluso en otras latitudes tales como Rusia. Además, tras el relajamiento del distanciamiento social en algunas naciones que se creía controlada la pandemia, nuevamente se habla de preocupantes rebrotes de contagios en España, Alemania, Portugal, Francia, Reino Unido e Italia. De hecho ya se habla de una segunda oleada de contagios en China, Corea del Sur, Israel e Irán.
En síntesis, todo ello nos hace suponer que aún está lejos de haber llegado a un punto en el que la pandemia pueda ser manejable por los diferentes sistemas de salud del mundo, al grado de poder asegurar el que los daños ya no sigan siendo tan severos y costosos para la humanidad, como ya lo han sido hasta el momento.
Esa realidad es totalmente validad para México, donde al 9 de julio el número de contagios escaló hasta los 275 mil y las defunciones ascendieron hasta las 32 mil 700.
México: ¡Quédate en casa!
Tras la detección del primer caso de coronavirus en México, ello el 28 de febrero en la Ciudad de México, nuestro país iniciaría una espiral ascendente de contagios que a la postre lo trasformaría en una de las naciones donde el virus se ha manifestado con especial fuerza.
Consientes de esa perspectiva, las autoridades sanitarias en nuestro país impulsarían una estrategia que tendría como eje de gravitación al distanciamiento social, es decir la llamada Jornada Nacional de Sana Distancia, misma que se extendería del 23 de marzo al 30 de mayo.
En ese marco, al llamando de ¡Quédate en casa!, durante 70 días de confinamiento la administración de AMLO se dedicó a mitigar los efectos de la pandemia y a ganar tiempo para tratar de poner a la altura de las circunstancias a un sistema de salud pública largamente abandonado y sometido al deterioro por las diferentes administraciones de PRI y del PAN.
El coronavirus llegó a México tras cuatro décadas de contrarreformas capitalistas, mismas que derivaron en un sistema de salud derruido e incapaz de cubrir las necesidades del pueblo trabajador, éste último hecho ya era evidente desde varios años anteriores a la pandemia. Tras el colapso económico de 1982, catalizado por la caída de los precios internacionales del petróleo, la llamada “Crisis de la deuda externa”, el Fondo Monetario Internacional (FMI) dictaría para nuestro país el desmantelamiento de la industria pública para su privatización, además de severos ajustes al gastos social del Estado, siendo uno de sus resultados que entre 1983 y 1988 el presupuesto en salud sufriera un recorte del 50%, mismo que jamás se recuperaría en los posteriores cinco sexenios presididos por el PRI y el PAN.
La anterior política significó no sólo el fin del periodo de expiación del sistema nacional de salud con el IMSS (1943) y el ISSSTE (1960) al frente, sino además se le dio paso a un extraordinario fomento de la medicina privada al tal grado que de los 392 hospitales que esta tenía en 1984, pasó a las 2723 unidades hospitalarias en 1993. En ese marco, ya para 2015 el 58% del gasto total en salud en México sería privado.
Otro resultado del giro impuesto por el FMI y con el cual se ha tenido un impacto decisivo en el desarrollo de la pandemia, es el desempleo masivo provocado por el desmantelamiento, para su privatización, de la industria pública, misma que pasaría de las 1, 155 paraestatales en 1982 a tan sólo 200 en 1994, cuando terminó el sexenio de Salinas. Además de lo anterior, el gasto del Estado en inversión total, incluida la destinada a infraestructura para el sistema de salud pública, declinaría del 2.5 % de principios de los años 80 a menos de medio punto en proporción al Producto Interno del Bruto (PIB) en 2004.
Todas esas trasformaciones impuestas por el FMI y acatadas por la derecha PRIANISTA eliminaron al Estado como generador masivo de empleos directos e indirectos, realidad agravada por un largo ciclo ecónomico que, salvo el paréntesis del gobierno de Zedillo con una tasa de crecimiento anual promedio del 3.4%, en general se ha caracterizado por estancamiento y crisis. Las contrarreformas del gran capital derivaron en un crecimiento económico promedio anual durante todo el llamando periodo neoliberal del 2.4%, contrastando ello con los resultados del periodo que fue de 1940 a 1982 y que se ubicó en el 5.97%.
La conjugación de ambos factores estimuló el desempleo a niveles nunca vistos en la historia de México tras la Segunda Guerra Mundial: por ejemplo, mientras que la tasa de crecimiento anual de empleo asalariado en nuestro país creció al 4.1% entre 1970 y 1982, ya para el lapso de 1983 a 1995 ese mismo índice reportó un desarrollo del 1.9%, para después ubicarse en 1.7% de 1994 a 2010.
Siendo así, ante el desempleo masivo, millones de mexicanos fueron empujados al trabajo informal, evolucionando éste del 38.2% del empleo total de 1976 al 51.6% de 1995. Así, para el segundo trimestre de 2018 de acuerdo a la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) en nuestro país 30.5 millones de personas, es decir el 56.6% del total la fuerza laboral en activo, se desempeña en la informalidad.
En el marco de esa amarga realidad, implementada por los gobiernos del PRI y del PAN orientada a cumplir con los compromisos de la deuda externa y a generar una mayor concentración de riquezas para la patronal (por ejemplo, mientras que en entre 1980 y 2009 la proporción en el PIB de la masa salarial total perdió 6.7%, por su parte las ganancias empresariales crecieron un 29%), es en la que llega a México el coronavirus en febrero pasado.
Bajo esas condiciones tendríamos a millones de mexicanos hundidos en el sub empleo sin ingresos fijos y forzados a salir a calles todos los días a ganarse la vida; por consecuencia se trata de millones de hombres y mujeres para los cuales su forma de vida les impide quedarse en casa todos los días a pesar de ser conscientes de que su vida corre peligro dada la pandemia provocada por el coronavirus.
No es la necedad, sino la necesidad la que ha orillado a millones de trabajadores del sector informal a no acatar el llamando de “Quédate en casa” lanzado por el gobierno de AMLO, derivando ello en miles de contagios y defunciones evitables en un contexto de empleo digno y estable.
La derecha ante el Covid-19
Siendo fríos y objetivos al momento de evaluar el entorno social gestado a lo largo de casi cuatro décadas por la derecha del PRIAN, mismo en el que aterriza la pandemia a nuestro país, no nos queda duda alguna en responsabilizar a la patronal y sus partidos por el alto costo en vidas y en salud, que le está cobrando el coronavirus a la clase trabajadora y demás sectores oprimidos por el capitalismo.
No obstante, el cinismo de la burguesía y sus partidos no tiene límites, pues para ellos la crisis de la pandemia se ha presentado como una estupenda oportunidad para lanzar toda clase de ataques contra el gobierno de AMLO, con el objetivo de sabotear la campaña de combate a la pandemia, sin importar que ello pueda tener un costo en vidas mayor al ya existente. Así, como jauría de perros rabiosos, la patronal y sus agentes, jugando un papel destacado los medios masivos de información, han impulsado todo tipo de iniciativas pretendiendo socavar el papel de las autoridades de salud con el objetivo de paralizarlas.
La patronal se opuso al cierre de actividades económicas no sustanciales ante la contingencia, misma reacción que obtuvo la determinación de AMLO al amparo de la legislación laboral, para que dicha medida no se tradujera en despidos ni en el impago de salarios. Acto seguido, una vez arrancada la Jornada Nacional de Sana Distancia, los empresarios y sus esbirros se volcaron hacia el bombardeo sistemático de dicha medida para tratar de forzar el regreso a actividades, sin importar que ello pudiera tener un costo aún mayor en vidas de los que de por sí ya había tenido la pandemia a esas alturas.
Así, dado dicho objetivo, el principal abanderado público de la causa de la patronal sería el magnate Ricardo Salinas Pliego, el cual incluso, como parte de su estrategia criminal llamó a todo México a través de su noticiero estrella, Hechos de la noche dirigido por Javier Alatorre, a no hacer caso de las directrices definas por el Doctor Hugo López-Gatell, ello el pasado 17 de abril.
La nueva normalidad
El 30 de mayo pasado significaría el fin de los 70 días de confinamiento definidos por la Jornada Nacional de Sana Distancia y el inicio de una nueva etapa en la estrategia del Estado llamada la “Nueva Normalidad” en la que se relajaría parcialmente el distanciamiento social. En cierta medida ese paso significó una concesión de AMLO a las presiones de los empresarios, pero también una limitada respuesta al estancamiento económico y a la desesperación de millones de mexicanos hundidos en el subempleo y urgidos por salir a la calle a tratar de ganarse la vida para llevar pan a su casa.
El hecho es que a un mes de iniciada la Nueva Normalidad los contagios escalaron de los 90 mil 664 registrados el 31 de mayo, a los 226 mil 089 reportados el 1 de julio. Es evidente que la parcial relajación del confinamiento en esta nueva etapa es contrastante con un ritmo de la pandemia que aún es ascendente.
Ya antes de la Nueva Normalidad, AMLO les había hecho concesiones a algunos sectores del capitalismo e incluso al imperialismo yanqui, integrando a la lista de actividades esenciales a la industria del automóvil, de la construcción y de la minería.
Pero para la burguesía no ha sido suficiente pues la Nueva Normalidad aún no cubre sus expectativas, debido a ello la campaña de bombardeo contra López-Gatell continua de manera incesante y colérica; además nuevamente se han montado graves provocaciones para tratar de reventar la estrategia de las autoridades sanitarias, siendo está vez el turno, por destacar el caso más relevante, del decadente y reaccionario periodista Ciro Gómez Leyva, quien por medio de una manipulada fake news de su autoría publicada en Twitter, señalaría que éste lunes, 6 de julio, la Ciudad de México se pondría en Semáforo Verde ante la contingencia sanitaria.
¿Existe otro camino?
En la conferencia de prensa del domingo 5 de julio, dado los resultados logrados en el marco de la Nueva Normalidad, el Doctor Hugo López-Gatell reconoció que en esta nueva fase de combate contra el coronavirus se ha registrado un incremento de contagios. Desde nuestro punto de vista el incremento de la velocidad de la pandemia en las últimas semanas representa no sólo un retroceso respecto a los resultados logrados en la fase final de la Jornada Nacional de Sana Distancia, cuando se experimentó una disminución en el ritmo de contagios, sino que además encierra el peligro de que la pandemia continúe desarrollándose a un ritmo incluso superior al demostrado en el primer mes de la Nueva Normalidad. En concreto, de ser así, ello significará que cada semana sigan contagiándose y muriendo miles de integrantes del pueblo trabajador.
Es verdad que el gobierno de AMLO ha hecho esfuerzos titánicos para poner al sistema de salud nacional a la altura de los retos que ha impuesto la pandemia y partiendo de una infraestructura hospitalaria derruida y abandonada por décadas de priismo y panismo, en pocas semanas, para ser exactos a tres semanas tras la identificación del primer contagio el 28 de febrero pasado, las autoridades sanitarias lograron que el país dispusiera de 60 mil 600 camas y 5 mil 523 ventiladores mecánicos para atender a los pacientes por Covid-19. Todo además de una cantidad significativa de otra clase de equipos, muchos de ellos adquiridos como nuevos (rayos X, monitores, ultrasonidos, pulsioxímetros, etcétera) además de la contratación masiva de forma temporal por medio de la Jornada Nacional de Reclutamiento y Contratación de Recursos Humanos para la Salud.
La estrategia de la Secretaría de Salud le apostó a mitigar y a alentar en todo lo posible el desarrollo de la pandemia para impedir un boom en el número de contagios al grado de que se sobre saturara la infraestructura hospitalaria. El objetivo era el de evitar escenarios como los que ahora vemos en los Estados Unidos (casi 3 millones de contagios y más de 130 mil fallecimientos) o Brasil (más de 1 millón 600 mil contagios y casi 65 mil muertes).
Es verdad que hasta el momento ese resultado se ha logrado, pero también es cierto que el repunte de contagios en el marco de la Nueva Normalidad encierra la posibilidad de que el ritmo de la pandemia se acelere aún más. Si bien esta última es una hipótesis, su exposición encuentra sustento objetivo en la relación existente entre el repunte de los contagios y la flexibilización de la movilidad social posibilitada por las directrices de la Nueva Normalidad.
Por consecuencia, si el factor que estimula los contagios es la movilidad de millones de mexicanos, que al estar en el subempleo tienen que salir obligadamente todos los días a la calle a ganarse la vida, entonces resulta necesario eliminar la base material que provoca dicho comportamiento. Es verdad que en comparación a los gobiernos del PRI y del PAN, la administración de AMLO es superior en políticas sociales, significando ello una cuantiosa inversión de recursos del Estado. Sin embargo, para el grado de los problemas que tienen los más pobres, más la pandemia, no es suficiente y se necesita ir más a fondo. Además, si el presupuesto social casi ha llegado a sus límites, mismo que se ha visto enormemente erosionado por el gasto multimillonario en salud a consecuencia del coronavirus, entonces habrá que tomar otras medidas.
Dado lo anterior, AMLO tiene dar un giro drástico la izquierda y definir acciones que creen una base material para que el Estado implemente medidas como la de un seguro universal y digno de desempleo. En la actualidad en México sólo existe esa clase de seguro en la CDMX, pero el monto original de 2 mil 641 pesos mensuales, ya de por sí insuficientes, en el marco de la pandemia se recortó $1,500 para dar cobertura a un número mayor de personas. Además, ahora se limita a ex trabajadores, que demuestren que perdieron su empleo formal a consecuencia del cierre de actividades como medida de combate al coronavirus, quedando fuera en automático cientos de miles que por años viven del subempleo.
Ante esa realidad, al momento de hablar de seguro un de desempleo, nos referimos a uno que asegure condiciones mínimamente dignas para las familias y que tenga un alcance nacional, es decir que este en posibilidades de ser ocupado por cualquier mujer u hombre que lo necesiten sin importar sus antecedentes laborales. Una medida de esa naturaleza de alcance verdaderamente masivo, tendría un impacto positivo reduciendo significativamente la movilidad diaria de millones de mexicanos, lo cual tendría efectos altamente favorables para el combate a la pandemia, si además nuevamente se decreta el cierre de las actividades no esenciales para proteger a los trabajadores en activo.
Para dar un paso de esa naturaleza es necesario un impuesto especial, el Impuesto Covid, para los más ricos; ellos son los que se beneficiaron de la política del PRI y del PAN que condenó a la pobreza y desempleo masivo a generaciones enteras de mexicanos y que prácticamente destruyó a la política social del Estado, entre ellas las relacionadas con el fortalecimiento y desarrollo del sistema médico nacional.
Otra fuente de recursos provendría de la cancelación de la deuda externa y del rescate bancario: AMLO heredó una gigantesca deuda externa del gobierno de Peña Nieto, la cual ascendió en diciembre de 2019 a los 11 billones 230 mil 160.1 millones de pesos (¡!), herencia maldita que ese mismo año le impuso a las finanzas públicas egresos por 666 mil 478 millones de pesos tan sólo para pago de intereses. Otra herencia maldita es la del FOBAPROA-IPAB, cuyos compromisos entre enero y febrero de 2019 se tradujeron en un desangre de las fianzas públicas por una cantidad de 51 mil 339 millones de pesos. No resulta difícil imaginar la fabulosa fuente de recursos que podrían haber significado esos millones de pesos, si en vez de parar en las bóvedas de la banca y del FMI hubieran sido destinados para la lucha contra el coronavirus y para una atención significativamente superior a la actual, de las necesidades de los más pobres.
¡Pero aún se está a tiempo! El gran capital se benefició a manos llenas de las políticas de las administraciones del PRI y del PAN, dejando en orfandad la clase trabajadora ante la pandemia, y ahora es necesario obligar a los burgueses a pagar con creces sus ofrendas.
Contra la derecha, ni perdón ni olvido
Las políticas criminales de la derecha y la patronal llevaron a México a lo que por momentos pareciera un callejón sin salida, pero ambiciosos de poder y dinero esos parásitos no satisfechos aún hacen todo lo necesario para socavar y sabotear las acciones de las autoridades sanitarias para combatir a la pandemia. La patronal necesita provocar el fracaso de las medidas impulsadas por López-Gatell, ya que un escenario significativamente mayor de contagios y de muertos le daría importantes dividendos políticos para su estrategia golpista, pero también requiere la vuelta a la normalidad total de las actividades económicas sin ninguna clase de restricción pues los trabajadores no pueden ser explotados en sus casas sino en sus puestos de trabajo; para los empresarios dicha verdad es doblemente cierta, más en momentos de estancamiento económico como el actual, el cual sólo puede ser superado a condición exprimir como limón a los trabajadores.
La crítica mezquina de la derecha y sus esbirros de los medios informativos no pretende salvar vidas, sino desestabilizar al gobierno de AMLO sin importarles que ello pueda provocar más enfermedad y muerte entre el pueblo trabajador, por ello es necesario pasar al terreno de la expropiaciones de los medios informativos y empresarios saboteadores, medida misma que tiene que ser empleada contra todo aquel patrón que se niegue a suspender actividades o que despida trabajadores y reduzca salarios dadas las medidas de distanciamiento social.
La derecha ve en la pandemia una oportunidad para reventar a un gobierno que considera hostil, al de AMLO, pero los trabajadores debemos ver en esta crisis sanitaria la oportunidad de saldar cuentas pendientes con los capitalistas expropiándolos y derrumbando hasta la última piedra al capitalismo generador de pobreza, enfermedad y muerte.