Estamos en 2018. En la prestigiosa subasta de bellas artes de Christie’s, en Nueva York, un retrato borroso de un caballero trajeado cuelga junto a un grabado de Andy Warhol y una escultura de bronce de Roy Lichtenstein. Se titula: «Edmond de Belamy, de La Famille de Belamy». Un pujador telefónico anónimo adquiere el retrato por la friolera de $432,500 dólares, frente a una estimación inicial de entre $7,000 y $10,000. En la parte inferior del marco, en lugar de una firma, hay una línea de código. No fue producido por manos humanas, sino por una inteligencia artificial (IA).
La IA en cuestión es propiedad del estudio creativo ‘Obvious’, con sede en París, aunque se basa en gran medida en software de código abierto diseñado por Robbie Barrat, programador de 19 años. Esta venta, considerada «el futuro» por Obvious y la prensa, marcó la pauta de un debate sobre el arte generado por IA que no ha cesado desde entonces.
Con las IIAA generativas alcanzando nuevos niveles de sofisticación, algunas personas declaran que deberían considerarse artistas por derecho propio. Esto incluye a entusiastas de la tecnología (no por casualidad, un público semejante a evangelistas de las criptomonedas y las NFT [non-fungible tokens, o vales no fungibles], con las que ahora se combina el arte por IA), junto con un número creciente de críticos de arte y académicos. Y como demuestra el ejemplo anterior, hay compradores dispuestos a pagar más de la cuenta por la última moda digital. Además, varias grandes empresas ya han invertido miles de millones en hacerse con este floreciente nuevo mercado.
Por el contrario, muchos artistas se quejan de que las máquinas les roban su trabajo, sin crédito ni remuneración, y temen quedarse obsoletos. Les molesta que las IIAA compitan en un terreno que, hasta ahora, se consideraba exclusivo de los seres humanos. Un tuit viral de 2022 del artista Genel Jumalon, en el que comentaba que una obra de arte generada por IA había ganado la medalla de oro en un concurso de la Feria Estatal de Colorado, captaba este estado de ánimo:
«TL;DR—Alguien se presentó a un concurso de arte con una obra generada por IA y ganó el primer premio. Sí, es una puta mierda».
Este año, el afamado músico australiano Nick Cave reaccionó con disgusto a las letras producidas por el chatbot ChatGPT del siguiente modo:
«Baste decir, que no siento… entusiasmo por esta tecnología», escribió. «Puesto que nos lleva hacia un futuro utópico, tal vez, o hacia nuestra destrucción total. ¿Quién podría decir cuál? Sin embargo, a juzgar por esta canción ‘al estilo de Nick Cave’, no pinta bien… El apocalipsis va por buen camino. Esta canción apesta».
A pesar de esta dura crítica, es innegable que el rápido avance de las IIAA generativas es bastante impresionante (o alarmante, según se mire). Pero los marxistas deberíamos adoptar un enfoque sobrio ante lo que, en última instancia, no son más que herramientas. Entendemos que todos los nuevos valores son producto del trabajo físico o mental, realizado por seres humanos conscientes.
Estas IIAA simplemente producen imágenes basadas en el arte hecho por el hombre que nosotros les damos. Los mejores resultados se obtienen dándoles una indicación que incluya: «…con el estilo de (por ejemplo) Van Gogh». Son imitadoras, no innovadoras. Y sin seres humanos que creen arte, no tendrían nada que copiar. Además, el arte no es simplemente una aglomeración de imágenes, sonidos, etc., sino también el producto de experiencias vividas y relaciones sociales, en las que las máquinas no pueden participar.
Dicho esto, la hostilidad hacia estas tecnologías refleja el hecho de que las máquinas, que deberían liberar a la humanidad del trabajo, bajo el capitalismo aplastan en cambio tanto a los trabajadores como a la pequeña burguesía. En manos de patrones explotadores, orillan a la gente a quedarse sin empleo y someten la experiencia y el ingenio humanos al ritmo monótono de la producción capitalista. Puede dar la sensación de que nos dominan, en lugar de ser al revés. Como escribe Karl Marx en un brillante fragmento de los Grundrisse:
«A diferencia del instrumento, que el obrero anima y convierte en su órgano con su habilidad y su fuerza, y cuyo manejo depende por tanto de su virtuosismo. Más bien, es la máquina la que posee habilidad y fuerza en lugar del obrero, es ella misma la virtuosa, con alma propia a través de las leyes mecánicas que actúan en ella… La actividad del obrero, reducida a una mera abstracción de la actividad, está determinada y regulada por todos lados por el movimiento de la maquinaria, y no al contrario.»
¿Artistas artificiales?
Los experimentos con arte generado por ordenador se remontan a décadas atrás, pero una serie de avances han hecho progresar al campo en la última década. En 2014 llegaron las Redes Generativas Adversariales (Generative Adversarial Networks, GAN), que implican que un par de redes neuronales compitan entre sí para producir las imágenes que mejor se ajusten a lo solicitado. Esta es la tecnología que produjo al ‘Edmond de Belamy’. Plataformas más recientes, como Stable Diffusion y DALL-E 2, funcionan con modelos de difusión: redes neuronales entrenadas para recomponer nuevas imágenes a partir de ruido gaussiano, basándose en una enorme base de datos de imágenes extraídas de Internet.
Un sistema llamado CLIP combina estas IIAA con instrucciones en lenguaje natural. Esto significa que un usuario puede escribir una palabra o frase (por ejemplo, ‘patito de goma amarillo’) y la IA intentará crear una imagen certera de un pato de baño que no sea una copia directa de ninguna imagen existente. Esto las hace ampliamente utilizables sin necesidad de conocimientos de programación. Cuanto más se utilizan, más mejoran.
Y éstas son sólo las IIAA entrenadas para generar imágenes (que serán el tema central del presente artículo). La última iteración del ChatGPT puede producir imitaciones bastante convincentes de la escritura natural, incluso imitando el estilo de autores o publicaciones específicos. En otras palabras, estas tecnologías son cada día más potentes y versátiles, hasta el punto en que algunos de sus defensores creen que han cruzado el Rubicón de la auténtica creatividad.
Por ejemplo, Ahmed Elgammal sostiene en American Scientist que la Red Adversarial Creativa de Inteligencia Artificial (Artificial Intelligence Creative Adversarial Network, AICAN), desarrollada por su laboratorio en la Universidad de Rutgers, debería «considerarse como un artista casi autónomo». Tras haber sido entrenado con «80,000 imágenes que representan el canon del arte occidental de los cinco siglos anteriores» (lo que Elgammal compara con «hacer un curso de repaso de historia del arte»), el algoritmo evita deliberadamente intentar replicar cualquier estilo existente, con resultados más abstractos que los de las imágenes «realistas» para las que suelen utilizarse las GAN.
Elgammal afirma que a la gente «le gusta de verdad el trabajo de AICAN», que no se distingue del de los artistas humanos, y una pieza llegó a alcanzar los $16,000 dólares en una subasta. Este tipo de grandes ventas quizá explique por qué Elgammal se afana en promocionar su invento como «artista autónomo».
Aunque sobre gustos no hay nada escrito, los alardes de Elgammal no significan gran cosa. Como el AICAN produce imágenes muy abstractas, es fácil imaginar que el público crea que su obra es obra del hombre. En 1964, la crítica alabó las pinturas expresionistas abstractas de Pierre Brassau… que resultó ser un chimpancé llamado Peter. Además, el hecho de que la gente esté dispuesta a pagar mucho dinero por una novedad no es prueba de su mérito artístico, como atestigua la reciente moda del espantoso ‘arte’ NFT.
Sin embargo, Elgammal y Marian Mazzon, en un artículo de 2019 para Arts, afirman que, aunque «el aprendizaje automático y la IA no pueden replicar la experiencia vivida por un ser humano,un proceso de creación diferente no descalifica los resultados del humano», y por tanto «no es capaz de crear arte de la misma manera que lo hacen los artistas humanos… un proceso creativo diferente no descalifica los resultados del proceso como una obra de arte viable» (énfasis nuestro).
De modo similar, un artículo de 2021 de Mingyong Cheng sostiene que, aunque el arte generado por IA «carece de la intención emocional que se encuentra en los humanos… es viable reconocer la creatividad basada en las recientes tecnologías de IA» (énfasis nuestro). Su criterio de creatividad es hacer algo «impredecible», basado en una «combinación de conceptos variados y ya existentes que nunca fueron reunidos por otra persona».
Lo único que han hecho estos académicos es mover la portería de la definición de creatividad. Se podría conectar un pincel a un brazo robótico, programarlo para que se mueva según una trayectoria aleatoria y dejar que decore un lienzo. El resultado sería sin duda imprevisible, pero nadie lo calificaría de ‘creativo’.
Las máquinas no combinan las ideas de sus conjuntos de entrenamiento del mismo modo que los seres humanos recurren a las influencias de otros artistas o a su experiencia del mundo para crear nuevas obras de arte. Elgammal y Mazzon de hecho lo admiten en su artículo, cuando afirman: «[la razón] por la que la máquina hace arte es intrínsecamente diferente [a la de los seres humanos]; su motivación consiste en que se le encarga la tarea de hacer arte, y su intención es cumplir esa tarea» (énfasis nuestro).
En otras palabras, las IIAA no combinan conscientemente conceptos de forma novedosa y según sus propios deseos. Lo que hacen es optimizar algorítmicamente una tarea, siguiendo las instrucciones de un operador humano, a fin de imitar el proceso creativo. Son «imitadores brillantes pero descerebrados», en palabras de Melanie Mitchell, especialista en IA del Santa Fe Institute.
La aparición del sentido estético
En realidad, la «experiencia vivida» y la «intención emocional» no son secundarias, como insinúan Cheng, Elgammal y Mazzon, sino que son rasgos fundamentales de la creatividad. Son características definitorias de la condición humana y un producto de nuestra sociedad.
La aparición del arte fue un hito importante en el desarrollo de nuestra conciencia y contribuye a diferenciarnos de otros animales. Como lo explica Alan Woods, «uno de los primeros indicios serios de la aparición de nuestra especie, el homo sapiens sapiens, es la existencia del arte, es decir, de una expresión concreta del sentido estético».
La postura erguida y la adaptación de nuestras manos para el uso de herramientas —para el trabajo— dieron a la humanidad acceso a una nutrición adicional, que facilitó el desarrollo de nuestro cerebro. Estos dos factores, la mano y el cerebro, fueron decisivos para desarrollar el germen del arte, que surgió de la actividad productiva, mucho antes de la sociedad de clases. Diversos estudios sugieren que algunas de las primeras herramientas de piedra creadas por humanos anatómicamente modernos están ‘sobrecargadas’ de forma (sobre todo de simetría) más allá de lo estrictamente funcional.
Esto no es todavía arte, sino los inicios primordiales del arte, que posteriormente evolucionó con el tiempo. Otros homínidos, como el homo erectus y el homo neanderthalensis, también podrían haber expresado un sentido estético, pero sólo el homo sapiens lo desarrolló hasta convertirlo en arte propiamente dicho. El primer ejemplo posible es la llamada ‘Venus de Berekhat Ram’, que se ha considerado como una tosca talla de una mujer, que data de hace unos 250,000 años. De estos humildes comienzos surgieron con el tiempo todo el arte y la cultura. Citando a Engels en “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”:
«Sólo mediante el trabajo, la adaptación a operaciones siempre nuevas, la transmisión hereditaria de los músculos, ligamentos y, durante largos períodos de tiempo, huesos que habían experimentado un desarrollo especial y el empleo siempre renovado de esta delicadeza heredada en operaciones nuevas y cada vez más complicadas, han dado a la mano humana el alto grado de perfección necesario para crear los cuadros de un Rafael, las estatuas de un Thorwaldsen, la música de un Paganini».
En otras palabras, el sentido estético primitivo fue producto del desarrollo del cuerpo y la mente humanos a través del trabajo, sentando las bases para que surgiera el arte. La finalidad de la tecnología, cuando se utiliza con fines artísticos —desde el pincel hasta la imprenta— es ampliar las capacidades de los seres humanos, quienes son la fuente original y única de la creatividad artística. Las máquinas no son creativas en sí mismas. Una cámara digital puede producir una imagen muy detallada al instante, pero todo el mundo reconoce al fotógrafo que hay detrás como el verdadero artista.
A diferencia de las máquinas, los seres humanos se sienten impulsados espontáneamente a producir arte. Un niño de dos años, sin formación artística, al que se deja en una casa sin supervisión durante una hora empezará a hacer garabatos en las paredes. Esta inspiración innata puede cultivarse mediante la educación y el dominio de la técnica en la edad adulta. Pero se podría dar a la IA más avanzada acceso a miles de millones de imágenes en busca de inspiración y dejarla en paz durante 1,000 años, y nunca produciría ni siquiera un garabato de palitos: por no hablar de inventar el impresionismo o componer una sinfonía.
¿Pero por qué se desarrolló el arte? ¿Cuál es su finalidad? Alan Woods sostiene que, en el fondo, es básicamente una forma peculiar de comunicación. León Trotsky denomina al arte como «una forma de conocer el mundo no como un sistema de leyes [como ocurre con la ciencia], sino como una agrupación de imágenes y, al mismo tiempo, como un medio de inspirar determinados sentimientos y estados de ánimo». Esta es otra cualidad única del arte que escapa a la comprensión de las máquinas. Las IIAA pueden crear imágenes, pero las experiencias emocionales compartidas, los «sentimientos y estados de ánimo» que se comunican a través del arte son de otro orden.
Por ejemplo, el ‘periodo azul’ de Pablo Picasso —en el que su paleta de colores y su temática se volvieron notablemente oscuras y sombrías— fue inspirado en parte por el suicidio de su amigo Carles Casagemas en 1901. Una IA percibe el arte de Picasso simplemente como un conjunto de formas, colores y valores definidos. Puede imitar el aspecto de estas obras, pero no captar las emociones que las inspiraron. Se podría pedir a una IA que hiciera una imagen ‘triste’, pero aunque produjera imágenes en colores oscuros de gente llorando, no entendería el contenido de la tristeza, porque nunca ha estado triste, ni feliz; ni ha experimentado ningún otro sentimiento.
Además, el arte es un fenómeno social. Cada generación participa en el desarrollo tanto de la técnica como de las ideas, enseña a una nueva generación y eleva todas las formas de cultura a nuevas cotas. Y, por supuesto, el arte se desarrolla al mismo tiempo que la lucha de clases. Sin la aparición de la burguesía en los siglos XVI y XVII, que se remontó a las grandes obras artísticas y científicas de la Antigüedad para luchar contra la influencia asfixiante del feudalismo y de la Iglesia, no habría habido Renacimiento. Las frases triunfantes y discordantes de La Heroica de Beethoven se forjaron en el desenlace la Revolución Francesa. Las películas de Ken Loach son un producto directo de la explotación capitalista en la Gran Bretaña de la posguerra. Las máquinas no pueden participar en la sociedad ni en la lucha de clases, y no comprenden la historia ni el contexto que hay detrás de las imágenes que producen. Todo ello les impide ser verdaderamente creativas.
Los límites de la IA
En realidad, es bastante sencillo ilustrar las limitaciones de las IIAA generativas en comparación con los artistas humanos. Un estudio realizado en 2022 en la Universidad de Cornell descubrió que DALL-E 2 fallaba sistemáticamente a la hora de ilustrar tanto relaciones espaciales simples entre objetos (por ejemplo, ‘X sobre Y’), como relaciones abstractas entre objetos y agentes (por ejemplo, ‘X ayudando a Y’). De hecho, los participantes en el estudio consideraron que los resultados de la IA coincidían con sus indicaciones sólo el 22% de las veces. Por ejemplo, podía generar de forma fiable una imagen de «una cuchara en una taza», pero la indicación «una taza en una cuchara» sólo daba lugar a más imágenes de cucharas en tazas. Esto se debe a que el conjunto de imágenes de entrenamiento contenía muchas cucharas en tazas, pero ninguna taza en una cuchara. La IA interpretó estos términos en un nivel superficial, sin comprender los componentes individuales ni las relaciones entre ellos.
Para este artículo hemos realizado algunos experimentos propios con el DALL-E 2, cuyos resultados coinciden con los del estudio de Cornell. Por ejemplo, la indicación: «un caballo con una flecha apuntando a una de sus patas», dio como resultado imágenes de caballos con flechas cerca, al lado y alrededor de ellos, pero no apuntando a sus patas. La IA entendía ‘caballo’ y ‘flecha’, pero no podía extrapolar las patas a partir de la imagen del caballo, ni situar la flecha en relación con ellas.
Probablemente, incluso el ser humano más impedido para el arte podría hacer un trabajo razonable con nuestra petición, porque somos capaces de pensar de forma abstracta y dialéctica, viendo las partes en relación con el todo. Pero, como concluyen los investigadores de Cornell:
«Incluso con la ambigüedad ocasional, la brecha cuantitativa actual entre lo que DALL-E 2 produce y lo que la gente acepta como una representación razonable de relaciones muy simples es suficiente para sugerir una brecha cualitativa entre lo que DALL-E 2 ha aprendido y lo que incluso los bebés parecen saber ya».
Y éste es un punto clave. Un bebé conoce estas relaciones simples porque las experimenta en el mundo, a través de sus sentidos, algo de lo que carece una máquina. Un bebé aprende lo que es duro y lo que es blando, lo que es frío y lo que es caliente, interactuando con los objetos —cogiéndolos, palpándolos y haciendo generalizaciones basadas en esta experiencia. Para esta tarea, el ser humano menos desarrollado y con menos experiencia es más apto que la IA más avanzada.
Además, pusimos a prueba la creatividad de DALL-E 2 pidiéndole que generara una imagen de «un animal que no existe y que nadie ha visto jamás». Uno podría imaginarse a un niño pequeño aprovechando esta indicación para dibujar algo realmente fantástico: con tentáculos, 12 ojos, plumas y un pico de pato. La IA nos dio la imagen de un hipopótamo, un carpincho y un mono. Es orgánicamente incapaz de generar ideas originales.
Las IIAA se enfrentan también a otros obstáculos, que ilustran la enorme complejidad de las operaciones de las que es capaz una mente humana. Por ejemplo, no son capaces de responder a indicaciones más largas que un tuit. Además, aunque la IA ya es bastante buena produciendo imágenes estáticas, textos escritos (aunque sean breves) y vídeos cortos, tiene dificultades con las formas artísticas que se desarrollan durante periodos de tiempo más largos, como la música. Los intentos de programas como OpenAI Jukebox de imitar el estilo de artistas populares, como los Beatles, por ejemplo, requieren muchos retoques por parte de un ser humano para ser remotamente pasables. Sus ‘composiciones originales’ se desmoronan en un caos incoherente e ininteligible al cabo de solo unos pocos segundos. Al menos por ahora, Sir Paul McCartney puede estar tranquilo.
Parte del problema es que la subjetividad es inmensamente complicada, y aunque la IA pueda mejorar en función del desarrollo tecnológico, se trata de algo más que una mera cuestión de potencia de cálculo. Los seres humanos somos muy hábiles para saber cuándo una pieza musical o una imagen están ‘desencajadas’. Pero esto es muy difícil de cuantificar de la forma en que una máquina puede entenderlo.
Esto también explica la calidad pesadillesca de muchas imágenes generadas por la IA, en las que las personas tienen 12 dedos en cada mano y otras deformidades corporales. Estas distorsiones son el subproducto de la combinación de miles de imágenes que la IA no puede realmente comprender. Estos rasgos son erróneos, pero la IA no tiene forma de saber intuitivamente lo que es correcto.
¿Sustitución de los artistas humanos?
Aunque las IIAA generativas no son realmente creativas y aún les queda mucho camino por recorrer incluso para copiar el arte hecho por el hombre, hay algunas aplicaciones para las que ya son ‘suficientemente buenas’. Varias empresas tecnológicas utilizan las IIAA para producir textos web básicos, y plataformas de procesamiento de imágenes como Photoshop utilizan la IA para la corrección de imágenes. Una empresa rusa de diseño comercial utilizó un sistema de IA (bajo el seudónimo de Nikolái Ironov) que había sido entrenado con imágenes vectoriales dibujadas a mano para desarrollar diseños ‘originales’.
Es revelador que las IIAA sean más aplicables a algunas de las tareas menos ‘creativas’ de la industria de los medios de comunicación. También han demostrado ser populares para fines sórdidos, como lo atestigua la floreciente subcultura de los ‘entusiastas’ de la pornografía con IA y el creciente uso de la IA para crear ‘falsificaciones profundas’, en las que el rostro de una persona puede superponerse a contenidos pornográficos (o a cualquier otra cosa).
Aparte de estas aplicaciones cutres, la IA es ahora lo bastante competente en la generación de imágenes y textos como para que los artistas en activo empiecen a considerarla, no como «colaboradores artísticos» —como Cheng espera— sino como una competencia no deseada. El año pasado, Charlie Warzel, redactor de Atlantic, se vio en el centro de una tormenta en tuits tras publicar una edición del boletín de la revista con una imagen del teórico de la conspiración Alex Jones, generada por la IA Midjourney. Muchos ilustradores comerciales se enfurecieron por el hecho de que una comisión prestigiosa fuera a parar a manos de una red neuronal. El caricaturista Matt Bors comentó:
«No es que haya toneladas de ilustración llevándose a cabo en línea… Si entras en un sitio web, la mayoría de las imágenes están alojadas en otro lugar. Los artículos están llenos de tuits incrustados o publicaciones de Instagram o fotografías de archivo. El fondo provino de la ilustración hace ya un tiempo, pero el arte de IA parece algo que devaluará al arte a largo plazo».
Otros artistas se han opuesto a las tendencias plagiarias de la IA generativa. Una búsqueda en Google del artista polaco Greg Rutkowski arrojará miles de imágenes que nunca creó, porque su estilo es muy popular entre los entusiastas del arte de la IA. Y la ley no ofrece protección a los artistas en activo. En 2022, la Oficina de Derechos de Autor de los EEUU afirmó que no puede hacer valer los derechos de autor sobre el arte generado por IA, porque las obras de arte son «fruto del trabajo intelectual… fundado en los poderes creativos de la mente [humana]». Sobre este punto, ¡incluso estamos de acuerdo! Sin embargo, en el capitalismo, donde los estilos originales de los artistas forman parte de su valor de mercado, esto es un problema para los creadores individuales, y beneficioso para los patrones y los especuladores adinerados.
La Sociedad por los Derechos de Autor del Diseño y las Artes (Design and Artists Copyright Society, DACS), que recauda pagos en nombre de los artistas por el uso de sus imágenes, afirma: «No existen salvaguardas para que los artistas […] puedan identificar en las bases de datos las obras que se están utilizando y excluirse». Por ello, a Jon Juárez, artista que ha trabajado en prestigiosos estudios de videojuegos como Square Enix y Microsoft, le preocupa que las IIAA puedan servir de «lavadoras de la propiedad intelectual». Afirma: «Si una gran empresa ve una imagen o una idea que le puede ser útil, sólo tiene que introducirla en el sistema y obtendrá resultados miméticos en segundos, no tendrá que pagar al artista por esa imagen».
Los artistas de concepto del sector del cine, la televisión y los videojuegos se han quejado de que la IA pronto les expulsará del mercado o, en el mejor de los casos, les convertirá en meros «supervisores» de las máquinas. Bruce (nombre ficticio), un artista que ha trabajado en juegos independientes galardonados, afirma en Kotaku:
«El objetivo final de un posible empleador no es facilitarme el trabajo, sino reemplazarme, o reducir todos mis años dedicados a perfeccionar mi oficio a un aburrido piloto de aprendizaje automático, en el que estoy entrenado para dirigir vagamente un software equivalente en cientos de direcciones diferentes hasta que por casualidad escupe un activo que podríamos utilizar de forma factible en un juego… Podría imaginar fácilmente un escenario en el que utilizando la IA un solo artista o director artístico podría ocupar el lugar de entre 5 y 10 artistas de nivel básico.»
El potencial de la IA para sustituir a los artistas humanos por máquinas (que no cobran un salario por su trabajo) no pasa desapercibido para los capitalistas del sector tecnológico. No es casualidad que las tecnologías de IA generativa más potentes pertenezcan a empresas tales como Google (Imagen), Meta (Make-A-Scene) y a Elon Musk (DALL-E 2). A estos peces gordos les importa un bledo si el arte creado por la IA es bueno, sólo si acaso puede utilizarse para reducir costos y aumentar sus beneficios. Esto resume la actitud filistea de los capitalistas, que no tienen interés alguno en el arte y la cultura a menos que puedan explotarlos de alguna manera. No valoran en absoluto el tiempo, el cuidado y el orgullo que los artistas invierten en desarrollar su oficio. Al contrario, esto sólo encarece su contratación.
Los artistas en activo ya se enfrentan a un mercado en el que su trabajo está infravalorado o mal pagado —¡y si es que se les paga! A menudo se espera que los artistas comerciales trabajen gratis, hasta el punto en que la expresión «pago por exposición» se ha convertido en un chiste habitual en el sector. En este contexto, no es de extrañar que la IA, que puede producir enormes cantidades de trabajo sin exigir un salario, sea tratada con recelo.
En el capitalismo, la función de las máquinas es poner más poder productivo bajo el manejo de menos trabajadores, abaratando las mercancías para aventajar a la competencia y aumentar los beneficios. Como consecuencia, aumenta el desempleo y la mano de obra cualificada es sustituida cada vez más por mano de obra no cualificada. Los artistas y escritores temen un futuro en el que, si es que consiguen trabajo, se limiten a ‘retocar’ la producción de las máquinas, por una tarifa inferior a la que exige su actual conjunto de habilidades especializadas. En el pasado, la marcha del desarrollo capitalista sustituyó a los artesanos que fabricaban productos a mano por flotas de trabajadores que manejaban maquinaria industrial en las fábricas. Hoy en día, la IA y la automatización están socavando también las profesiones de la clase media. En un artículo publicado en enero de 2023 en el Atlantic, titulado “How ChatGPT Will Destabilize White-Collar Work” (Cómo el ChatGPT desestabilizará el trabajo de oficina), se afirma:
«En los próximos cinco años, es probable que la IA empiece a reducir el empleo de los trabajadores con estudios universitarios. A medida que la tecnología siga avanzando, será capaz de realizar tareas que antes se pensaba que requerían un alto nivel de educación y destreza. Esto podría provocar un desplazamiento de trabajadores en determinadas industrias, ya que las empresas buscan reducir costos automatizando procesos.»
La marcha implacable del capital obliga a todas las capas trabajadoras de la sociedad a convertirse en meros apéndices de las máquinas, o a enfrentarse al desguace. Como explica Marx:
«La parte de la clase obrera así convertida en superflua por la maquinaria, es decir, convertida en una parte de la población que ya no es directamente necesaria para la autovalorización del capital, o bien se hunde en el contexto desigual entre la antigua producción artesanal y la producción manufacturera y la nueva producción automatizada, o bien inunda todas las ramas más fácilmente accesibles de la industria, anega el mercado de trabajo y hace que los precios de la fuerza de trabajo caigan por debajo de su valor… [la máquina] produce una miseria crónica entre los trabajadores que compiten con ella.»
El enfado contra la inteligencia artificial tiene ecos del movimiento ludista del siglo XIX. En él, los trabajadores, sumidos en el infierno de la producción industrial primitiva y alienados de los productos de su trabajo, volcaban su ira contra las máquinas que encarnaban su miseria crónica. En realidad, el sistema capitalista fue el responsable de que los grandes logros de la industria se convirtieran en grilletes para el cuerpo y el espíritu humanos. Hoy en día, las nuevas tecnologías están sometiendo a sectores de la intelectualidad a una presión similar y provocan una animosidad parecida entre el hombre y la máquina.
¿Podría la IA ser una fuerza para el bien?
En una sociedad socialista planificada democráticamente, la maquinaria, la automatización y la IA liberarían a la humanidad de tareas aburridas y peligrosas. El tipo de ‘relación mutuamente beneficiosa’ de la que algunos hablan hoy en día sólo podría existir realmente en una sociedad en la que estas tecnologías no fueran propiedad privada de corporaciones capitalistas; una sociedad en la que el desempleo y la preocupación por los derechos de autor fueran relegados al basurero de la historia, junto con el propio régimen de la propiedad privada, lo que significaría que los artistas serían libres de crear y compartir su trabajo como quisieran.
Las IIAA generativas tienen el potencial de aportar muchas ventajas. Estas herramientas tienen la capacidad de ahorrar mucho tiempo: sirven como caja de resonancia digital, para reelaborar rápidamente a partir de ideas. También podrían encargarse de tareas básicas de diseño, como el estampado de la tela de los asientos de los transportes públicos, por ejemplo; o generar textos aburridos y puramente funcionales, como mensajes de información pública y folletos instructivos. Esto liberaría las mentes y manos humanas para formas más elevadas de creatividad.
Además, podrían mejorar las artes existentes. Ya se utilizan para tareas como la restauración de películas, la programación y ciertos procesos de edición fotográfica. La IA podría utilizarse para aumentar la profundidad, precisión y complejidad de todas las artes visuales: renderizando texturas, sombras y luz solar con minucioso detalle en un instante, liberando a los seres humanos para la composición y la innovación.
Toda nueva tecnología creativa (desde los instrumentos polifónicos hasta la fotografía) encierra el potencial de ampliar las capacidades de la humanidad, elevar nuestras miras y abrir nuevas oportunidades artísticas. Sin embargo, el capitalismo actual se encuentra en un callejón sin salida y ha arrastrado a la cultura a un atolladero. Aprovechar plenamente los beneficios de la IA exigiría una planificación racional, en lugar de la producción anárquica de ganancias privadas, bajo la cual se produce el desplazamiento de la mano de obra, la reducción del nivel de vida de los trabajadores y las clases medias, y la homogeneización de la cultura. No es casualidad que la ansiedad por la IA aumente en un momento en el que la crisis cada vez más profunda del capitalismo está empobreciendo no sólo a la clase trabajadora, sino también cada vez más a las clases medias.
La IA no ha trascendido a la humanidad y (a pesar de las reservas de Nick Cave) no tiene por qué condenarnos. Pero bajo el capitalismo, podría empeorar nuestras vidas y nuestra cultura. Liberar la cultura de la mano muerta del capital es una tarea revolucionaria, que sólo puede ser llevada a cabo por la clase obrera. En última instancia, una vez abolida la sociedad de clases, el arte dejará de ser un juguete de los ricos o una mercancía que explotar para obtener beneficios. Pertenecerá a toda la humanidad y aprovechará plenamente nuestros avances tecnológicos para alcanzar cotas desconocidas.