Escrito por: Rubén Rivera |
El mes de julio no fue en general bueno para la población mexicana, especialmente para los trabajadores; no sólo más violencia y barbarie, también se incrementó el precio de la gasolina, que será de 13.96 pesos por litro para la magna, y de 14.81 pesos por litro para la premium, y el del diésel de 13.98 pesos por litro.
En el mismo tenor aconteció un incremento en los precios de las tarifas eléctricas, las cuales tuvieron aumentos en el siguiente sentido: para el consumo doméstico 8.9%, para la industria el 7.5% y para el comercio el 9 %.
Los argumentos que da el gobierno para tales agresiones a la economía de los trabajadores son absurdos. Para la gasolina dicen que se trata de un ajuste en función del incremento en los precios internacionales y para el sector eléctrico que consiste en un ajuste, que estos precios no habían subido en un largo periodo de tiempo.
Se suponía que a partir de la reforma energética los precios de dichos productos iban más bien a disminuir. Lo que tenemos de fondo es un afán recaudatorio en la medida en la que las reformas señaladas han fracasado al mismo tiempo que la economía ha entrado en una nueva fase de declive con amplias posibilidades de estallar en crisis, con todas sus consecuencias.
De hecho ya en el primer trimestre se tuvo en su conjunto una contracción del Producto Interno Bruto del 0.3%, en el segundo trimestre tuvimos un endeble crecimiento del 1.4%, en datos anualizados, es decir no acumulables con el periodo anterior. Si midiéramos la economía en lo que va 2016 respecto de 2015 en su conjunto tendríamos un 1% de incremento total.
Por supuesto, como se sabe, la parte más dinámica de la economía y la que marca si hay crecimiento o no es el sector exportador, el cual está firmemente sujeto a los Estados Unidos, el cual presenta crecimiento de apenas el 0.8% en el primer trimestre del 2016 y apenas un poco más del 1% en el segundo.
El futuro no es halagüeño para el país del norte aunque, como se sabe, tiene reservas importantes tanto económicas como políticas para resistir una situación internacional cada vez más compleja, particularmente el alto precio de su moneda que de algún modo está debilitando en el comercio internacional.
En el caso mexicano la situación del dólar continua inestable. Como hemos señalado en anteriores ocasiones, una devaluación abrupta como en el siglo pasado está descartada, el tamaño de la integración de la economía mexicana con la de los Estados Unidos lleva a una especie de dolarización disfrazada. No obstante, México es muy susceptible a los ataques especulativos que en cuestión de días pueden llevar a variaciones transitorias bruscas, luego de las cuales la posición del peso termina siendo, de cualquier modo, más endeble que al principio. En suma, un deslizamiento con un dólar siempre al alza.
La dependencia del dólar supone una presión, especialmente dado que la principal fuente que tiene el Estado para allegarse de divisas son los ingresos petroleros, los cuales continúan descendiendo, tanto por la caída de la producción como por el precio, que actualmente se sitúa en torno a los 34 dólares. Cabe recordar que la estimación del presupuesto para el precio del barril de petróleo era de 50 dólares.
A la larga esto es lo que explica la razón por la cual se dio el incremento a la gasolina y electricidad. El boquete financiero no podría solventarse más que por la vía de los recortes o los impuestos; los recortes ya se implementaron y los impuestos no se los iban a cobrar a los grandes capitalistas, tenían que endilgarle nuevamente el peso de la crisis a los a los trabajadores.
Como hemos dicho otras veces, sería una ilusión creer que dentro del capitalismo se cobraran realmente impuestos a los grandes capitalistas. Se dice que el 1% de la población posee más del 43% del ingreso, pero ese 1% no está dispuesto a pagar y en realidad todo el funcionamiento del sistema político y económico actúa en función de las necesidades o inquietudes de esa minoría privilegiada. Por eso ésta es una democracia burguesa, una dictadura de clase para todos los que no sean del sector privilegiado.
Ya la mayoría de las consultoras o instituciones financieras no creen que el país pueda crecer a más del 2% este año, pero dada la medida de la debilidad del sector industrial norteamericano podemos prever que, si tenemos suerte, cerraremos el año con un 1%.
Por supuesto que otra política económica es posible, pero no con este gobierno y tampoco bajo un gobierno distinto pero que no rompa con el capitalismo.
Es necesario tomar medidas urgentes para prevenir la catástrofe que nos amenaza. Todo el sistema bancario podría unificarse en uno solo bajo el control democrático de los trabajadores, con ello habría créditos suficientes para impulsar el desarrollo de la infraestructura y la industrialización en todo el país, con lo que se abatiría el desempleo.
Las grandes empresas dominantes deberían nacionalizarse bajo control obrero y garantizando una gestión democrática. La prioridad seria fortalecer los grandes medios de producción, pero hacer un énfasis muy especial en la cantidad y calidad de bienes de consumo, vivienda, educación, deportes y salud.
Una transformación de este tipo llenaría de entusiasmo a millones en norte y Sudamérica. Si tan solo la revolución de Venezuela logró un impulso sin precedentes en la lucha de clases de todo el continente, una revolución mexicana sana podría ser la base del fin de capitalismo en el hemisferio.
No obstante, para ello se necesita una organización fuertemente enraizada en las luchas de los trabajadores, con un programa claro de trasformación social. Esa es una tarea que La Izquierda Socialista está luchando por concretar; invitamos a todo joven y trabajador consciente a sumarse con nosotros a esta importante labor.
En lo que se refiere al futuro inmediato no vemos otro que el estancamiento, y con ello un incremento en los ataques a los trabajadores. Debemos estar atentos y luchar por cada derecho que se nos pretenda arrebatar: sólo en la unidad esta nuestra fuerza.