La clase dominante de Canadá respira aliviada. Mark Carney, su banquero de élite, ha ganado las elecciones. Pero no habrá mucho tiempo para celebrar. Carney se enfrenta a una situación imposible, con una economía en recesión y una guerra comercial con Estados Unidos. No nos equivoquemos, la inestabilidad y la crisis se avecinan y debemos estar preparados para resistir los próximos ataques.
Partido
Porción de votos
Escaños (172 para la mayoría)
Partido Liberal
43.7% (+11.1 percentage points)
169 (+17)
Partido Conservador
41.3% (+7.6 pp)
144 (+24)
Bloc Québécois
6.3% (–1.3 pp)
22 (–11)
Nuevo Partido Democrático (NDP)
6.3% (–11.5 pp)
7 (–17)
Verdes
1.3% (–1.0 pp)
1 (–1)
Los liberales salvados por Trump
Estas elecciones suponen un milagroso cambio de suerte para el Partido Liberal. Hace solo unos meses, los conservadores les sacaban 25 puntos en las encuestas. Parecía que las próximas elecciones iban a ser una masacre para los liberales.
Pero los liberales han obtenido ahora el 43,7 % de los votos, la mayor proporción del voto popular para cualquier partido en más de 40 años. Con casi 8,5 millones de votos, es también el mayor número de votos para un partido en la historia del país. Los liberales han aumentado su número de escaños de 152 a 169, solo tres menos que la mayoría.
Pero esto tiene poco que ver con la capacidad de Carney como político y aún menos con sus políticas. Es una persona bastante aburrida y sosa. Y a pesar de todo el ruido que se ha hecho sobre lo diferente que es Carney de Poilievre, sus programas son prácticamente idénticos. Justo antes de las elecciones, Carney aprovechó su breve mandato como primer ministro para cumplir tres de las promesas electorales de Poilievre: reducir el impuesto sobre las ganancias de capital, reducir el impuesto sobre el carbono y eliminar la supervisión federal de los proyectos de desarrollo, todo ello en beneficio de las grandes empresas.
Carney era el candidato de la clase dominante. Sin duda, esto le ayudó a ascender, ya que el establishment se unió en torno a él como su nuevo salvador. Una encuesta realizada en marzo reveló que el 53 % de los líderes empresariales apoyaban a Carney, mientras que solo el 30 % apoyaba a Poilievre.
La clase dominante, que estaba de acuerdo con la mayor parte del programa de Poilievre, nunca ha confiado plenamente en él. No le gustaban sus apelaciones populistas a la ira de la clase trabajadora y sus constantes denuncias de las «élites financieras».
Pero el giro liberal se debe sobre todo a Donald Trump. La dinámica política del año pasado estuvo dominada por el odio hacia los liberales de Trudeau por cuestiones como el costo de vida y la vivienda. Las amenazas de Trump transformaron por completo la situación. Sus constantes comentarios sobre la anexión de Canadá y sus aranceles rompieron esta dinámica.
Resumiendo, David Coletto, director de la empresa de sondeos Abacus, explicó: «Hace unas semanas, la gente pensaba en la inflación y el costo de vida. De repente, se ven obligados a pensar en la propia existencia de Canadá».
Y continuó: «Trump ha hecho lo casi imposible: cambiar un entorno muy contrario a los candidatos que se presentan a la reelección en 2024 por otro en el que la reelección es más una ventaja. La gente ahora busca estabilidad, en lugar de revolución».
Marc H, padre de dos hijos, expresó este sentimiento a The Guardian: «Lo último que quería era que Justin Trudeau se presentara a las próximas elecciones. Había llegado a un punto en el que estaba dispuesto a votar a los conservadores solo para dejar las cosas claras, y nunca les había votado. ¿Ahora tenemos a un exbanquero central presentándose en medio de una crisis económica? Sí, sin duda le echaré un segundo vistazo».
Carney supo presentarse como una apuesta segura, como un banquero respetado con experiencia al frente de Canadá durante la crisis hipotecaria de 2008 y de Gran Bretaña durante las negociaciones del Brexit. Tampoco ayudó a Poilievre que muchos lo vean como una especie de Trump canadiense.
El NDP, castigado
Pero la victoria liberal no fue en absoluto aplastante. Poilievre obtuvo más de 8 millones de votos y el 41,3 %, lo que supuso el mejor resultado del Partido Conservador desde 1988. Durante las últimas décadas, este nivel de apoyo habría sido suficiente para formar un gobierno mayoritario. Sin embargo, los conservadores obtuvieron 144 escaños, 24 más que en las elecciones anteriores, pero insuficientes para hacerse con el poder, y mucho menos para formar un gobierno mayoritario.
Esto fue posible gracias al colapso del Nuevo Partido Democrático (NDP), la gran noticia de estas elecciones. El NDP cayó del 17,7 % en las elecciones de 2021 a un exiguo 6,3 %, su peor resultado de la historia. De 24 escaños, el partido se ha quedado con solo siete. El escaño del líder del partido, Jagmeet Singh, es uno de los que se han perdido.
Esto sitúa al NDP por debajo del número de escaños necesarios para obtener la condición de partido oficial. Perderá muchos privilegios, como la financiación para la investigación del partido y el derecho a formular preguntas durante el turno de preguntas.
Pero el fracaso y el colapso del NDP estaban escritos en el cielo.
Hace tiempo que la dirección del NDP abandonó incluso la pretensión de luchar por el socialismo. Desde entonces, han sido como un barco sin timón, a merced de los vientos, incapaces de articular cómo el partido representa algo fundamentalmente diferente de los liberales.
Esta tendencia alcanzó su punto álgido bajo el liderazgo de Thomas Mulcair, quien echó por tierra la mejor oportunidad del NDP de formar gobierno en 2015 cuando intentó presentar al NDP como un buen gestor del capitalismo. Mulcair fue posteriormente expulsado por los miembros del partido. Luego se incorporó Jagmeet Singh, como una medida cosmética calculada hacia la «izquierda» para evitar una revuelta de las bases como la que se produjo en Gran Bretaña con el repentino ascenso del izquierdista Jeremy Corbyn a la cabeza del Partido Laborista.
Pero Jagmeet era una criatura de la misma pandilla de apparatchiks del NDP que estaban detrás de Mulcair. Conservadores por naturaleza, este club de burócratas profesionales son liberales en todo menos en el nombre. Por eso siempre presionan para moderar el partido y capitular ante el establishment. El colmo fue el acuerdo de suministro y confianza de 2022, por el que el NDP apoyó al gobierno liberal durante la peor crisis del costo de vida en generaciones.
El resultado de esta adaptación al establishment liberal es que, en el momento actual de crisis, la gente no ve al NDP como una opción viable.
Inmune a aprender nada, Jagmeet Singh dice que «no se arrepiente de nada». Explicando que antepuso «Canadá al NDP», Singh justifica su apoyo al gobierno liberal el año pasado porque evitó un gobierno conservador. Y sin ningún sentido de la hipocresía, en la misma entrevista, Singh advierte que Carney, el mismo hombre al que ayudó a salir elegido, está preparando recortes por valor de 28 000 millones de dólares.
No es de extrañar que los votantes huyeran en masa del NDP. En esta época, la prueba de fuego para cualquier partido de izquierda es su capacidad para defender un programa y una bandera independientes de clase, sin ceder al alarmismo liberal sobre la derecha. En un país tras otro, hemos visto fracasar una y otra vez esta estrategia del «mal menor».
Cambio demográfico
Algunos dicen que teníamos que votar a Carney para detener al pequeño Trump canadiense, Pierre Poilievre. Pero todos los ejemplos del mundo demuestran que apoyar a los liberales es precisamente lo que da alas a los populistas de derecha. Hemos visto el resultado de este «mal menor» en Estados Unidos. Bernie Sanders y otros «socialistas democráticos» han seguido apoyando al Partido Demócrata. Esto solo ha permitido a Trump acceder a un importante grupo de personas descontentas sin competencia por parte de la izquierda.
Eso es precisamente lo que ha ocurrido en Canadá. Mientras el NDP apoyaba a los liberales, los conservadores se hicieron con una parte importante del descontento de la clase trabajadora. Pierre Poilievre elaboró su mensaje populista de derecha para dirigirse a los trabajadores descontentos. Arremetió contra las élites financieras y apeló a la clase trabajadora con eslóganes como «los que no tienen nada contra los que tienen yates» y «botas en lugar de trajes». El resultado es que Poilievre ha sido el primero en las encuestas entre los menores de 35 años y entre los miembros de sindicatos. Esto es algo inédito para el Partido Conservador, que normalmente es un partido de personas mayores acomodadas.
Este cambio demográfico provocó una ola de baby boomers que enarbolaban la bandera canadiense y se unían a los liberales, mientras que la generación Z y los millennials abandonaban el NDP y se unían a Poilievre.
Según Studentvote.ca, si solo votaran los menores de 35 años, el NDP habría obtenido 108 escaños en las elecciones de 2021. En estas elecciones, los menores de 35 años solo habrían obtenido 13 escaños para el NDP. Los conservadores habrían conseguido 165 escaños y los liberales 145. Esto es increíble si se tiene en cuenta que hace solo unos años, los analistas hablaban de que la verdadera división en la sociedad era «generacional», es decir, que los jóvenes eran de izquierdas y los mayores, conservadores.
El resultado es que, aunque los liberales han ganado, los conservadores no se han debilitado, sino todo lo contrario. Aunque Poilievre ha perdido su escaño, parece ser un caso aislado en el proceso general, en el que el partido ha ganado escaños en todo el país en muchos distritos electorales (ridings) de clase trabajadora.
Por ejemplo, los conservadores han ganado escaños en circunscripciones clave de la clase trabajadora industrial en el corredor de Hamilton y Windsor, en Ontario, donde el NDP ha sido completamente arrasado. Los conservadores, y no el NDP, han ganado todas las circunscripciones clave en las que se ha anunciado el cierre de fábricas. Se trata de bastiones tradicionales del NDP. Los conservadores también han obtenido muy buenos resultados en la zona 905, alrededor de Toronto, que es en gran parte inmigrante y de clase trabajadora.
Por lo tanto, la desaparición del NDP no se debió simplemente a que muchos votantes del NDP huyeran a los brazos de Carney, sino a que muchos trabajadores que odian con razón a los liberales y no confían en Carney votaron a los conservadores.
En esencia, había dos cuestiones en juego en las urnas, y el NDP no se consideraba una opción en ninguna de ellas. Los votantes de Carney tendían a estar más preocupados por combatir las amenazas de Trump. Los que votaron por Poilievre lo hicieron normalmente por el costo de vida, la vivienda, el empleo y porque odiaban a los liberales.
Los liberales y los conservadores obtuvieron más del 80 % de los votos por primera vez desde la década de 1950. Es la capitulación de la dirección del NDP, su abandono de la lucha de la clase trabajadora y su aceptación del sistema capitalista lo que ha llevado a este auge de los dos principales partidos del capitalismo canadiense. La burocracia del NDP está cosechando lo que ha sembrado.
Crisis e inestabilidad por delante
Este será un gobierno plagado de crisis. La tarea de Carney es gigantesca. Ya antes de la guerra comercial, la situación de la economía canadiense era, en el mejor de los casos, desoladora. Ahora, un informe de la Federación Canadiense de Empresas Independientes prevé una contracción de la economía del 5,6 % (en tasa anualizada) en el segundo trimestre, y aún no se han dejado sentir todos los efectos de la guerra comercial.
Y al quedarse a tres escaños de la mayoría, Carney no tendrá el lujo de un gobierno mayoritario. Esto añadirá una inmensa inestabilidad a la mezcla. ¿Quién sostendrá a este gobierno?
Es poco probable que los parlamentarios del NDP quieran quemarse los dedos apoyando de nuevo a los liberales, después de haber sufrido el castigo por apoyar a Trudeau. Si el partido utiliza sus pocos escaños para apoyar a los liberales, sería un desastre, que podría llevar a la destrucción del partido. Dicho esto, nunca se debe subestimar la capacidad de los líderes del NDP para adoptar la peor posición posible.
En cuanto al Bloque Quebequense, su líder, Yves François-Blanchet, ha declarado que está abierto a trabajar con Carney, explicando: «Habrá que trabajar con los partidos federalistas porque tenemos una crisis gestionada por el Gobierno canadiense».
Se trata de un juego político arriesgado. El Bloque es un partido nacionalista quebequés. Blanchet ya ha recibido críticas del líder del Partido Quebequés, Paul St-Pierre Plamondon, por buscar un acercamiento con Carney. Es una práctica habitual en el movimiento nacionalista quebequés actuar más como una llave inglesa en los engranajes del Parlamento canadiense que como un colaborador activo.
Y tal alianza sería igualmente arriesgada para Carney. Una de sus principales promesas electorales es construir un «corredor energético» de oeste a este para reducir la dependencia de Canadá de Estados Unidos. Esto implica necesariamente construir un oleoducto a través de Quebec para llevar el petróleo de Alberta a nuevos mercados.
Pero esta cuestión ha sido, y sigue siendo, un tabú político. El proyecto suscitaría una oposición masiva en Quebec, donde el «petróleo sucio» de Alberta es visto con horror y desprecio. Así que, o bien el Bloque Quebequense traiciona su oposición a los oleoductos, o bien Carney llega a un acuerdo que traiciona al Gobierno de Alberta.
En cualquier caso, se enfrenta a grandes problemas con las líneas divisorias de la federación canadiense. La primera ministra de Alberta, Danielle Smith, ya ha advertido: «Solo espero que no cree una alianza impía con ninguno de los partidos políticos que se oponen a la construcción de corredores económicos», en referencia directa al Bloque Quebequense, el NDP y el Partido Verde.
Pero a menos que Carney consiga los tres escaños que necesita, no podrá formar un gobierno viable. Será un difícil ejercicio de equilibrio en el que ningún partido podrá transigir sin sufrir graves consecuencias.
Los gobiernos en minoría no suelen durar mucho. Ante la crisis que se le avecina, la luna de miel de Carney será breve.
Aunque muchos celebran la derrota de Poilievre en su propia circunscripción, no parece que vaya a ir a ninguna parte. Encontrará fácilmente a un diputado conservador que se aparte para que él pueda presentarse a las elecciones parciales y conseguir un escaño en el Parlamento. Entonces estará en una buena posición para aprovechar la decepción con el Gobierno de Carney y llegar al poder una vez que este inestable Gobierno minoritario sea derrocado.
¿Qué camino le queda a la izquierda?
Los próximos años serán algunos de los más turbulentos de la historia del país. Es poco probable que Carney forme un gobierno estable con una luna de miel prolongada, como pudo hacer Trudeau. Los millones de personas que votaron por Carney se llevarán una desagradable sorpresa.
El apoyo que el Partido Conservador se ha ganado entre los jóvenes y los sindicalistas es una señal de alarma para el movimiento obrero, el NDP y la izquierda en general. La estrategia colaboracionista de clase del NDP y los líderes sindicales ha fracasado por completo. La existencia del NDP está ahora en entredicho.
Con el colapso del voto del NDP, muchos en la izquierda ya están comentando que la izquierda debe rejuvenecerse. Esto es cierto, pero ¿sobre qué base?
El capitalismo se está desmoronando a nuestro alrededor y la clase trabajadora busca una salida. La colaboración con los capitalistas y sus partidos ha sido la sentencia de muerte que ha llevado a la degeneración de nuestro movimiento y a continuas derrotas tanto en el frente industrial como en el político.
El movimiento obrero debe volver a sus raíces: la independencia de clase y la lucha por transformar la sociedad según los principios socialistas.
Esto es por lo que lucha el Partido Comunista Revolucionario.
Únete a nosotros y ayúdanos a luchar para devolver al movimiento a sus raíces revolucionarias.
El 2 de abril Donald Trump impuso aranceles a todo el mundo, en el llamado «día de la Liberación». Los aranceles más altos de los últimos 100 años han traído consigo turbulencias en los mercados bursátiles, tensiones comerciales con más de 60 países y el pronóstico de una recesión para EE.UU.
En este episodio de El fantasma del comunismo Jorge Martín del secretariado internacional de la ICR explica los sucesos del 2 de abril, sus consecuencias a largo plazo y la postura de los comunistas ante el proteccionismo y el libre comercio.
Tras una semana de caos en los mercados, Trump decidió que la mejor parte del valor era la retirada y suspendió sus aranceles «recíprocos». Sin embargo, la guerra comercial sigue en pleno apogeo y los mercados están nerviosos.
El alivio temporal que sintieron los mercados se desvaneció rápidamente cuando los operadores se dieron cuenta de la realidad. Claro, han evitado algunos de los aranceles, pero muchos de ellos siguen vigentes. A pesar de un pequeño repunte en el mercado en respuesta a las concesiones hechas por Trump, el S&P 500 ha bajado, los precios del petróleo han vuelto a bajar a 64 dólares por barril y el bono del Tesoro estadounidense a 10 años ha vuelto a subir al 4,3 por ciento.
Con un arancel mínimo del 10 % en todas las importaciones, un 145 % en China, un 25 % en acero, aluminio, automóviles y piezas de automóviles y un 25 % en México y Canadá (con exenciones del T-MEC), el arancel medio de EE. UU. es ahora del 30 %, frente al 2 % inicial cuando Trump asumió el cargo. Este es el nivel más alto en 100 años, más alto que en cualquier momento de la década de 1930.
Las consecuencias de esto no son difíciles de imaginar. El propio Trump ha anunciado que habrá «dolor». Para el comercio mundial, el hecho de que el mayor mercado del mundo haya anunciado aranceles del 30 % es un asunto de gran envergadura.
Las contrataciones de buques portacontenedores cayeron un 49 % a nivel mundial en la primera semana de abril. Las reservas de importaciones a Estados Unidos cayeron un 64 %. La pausa de 90 días podría suponer un alivio, pero muchas empresas que hacen pedidos desde el extranjero se enfrentan a plazos de entrega mucho más largos: es decir, lo que pidan hoy tardará más de 90 días en llegar. Por lo tanto, están esperando a saber si volverán a aplicar los aranceles o no.
La incertidumbre en sí misma tiene un efecto enormemente corrosivo en la economía mundial, tanto en los pedidos como, más aún, en las inversiones. ¿Quién querría establecer una nueva planta en esta situación (ya sea en EE. UU. o en otro lugar) cuando no hay forma de saber de dónde van a obtener sus componentes?
La idea de Trump es, naturalmente, utilizar sus aranceles para obligar a todas las fábricas a trasladarse a Estados Unidos. Esto es un sueño distópico. Fue el propio desarrollo de la industria en las últimas décadas lo que obligó a una mayor especialización y a la división mundial del trabajo. Para producir la tecnología avanzada que se utiliza en la actualidad, ni siquiera el vasto mercado estadounidense es suficiente.
El Estado-nación impone un límite al desarrollo de las fuerzas productivas como los marxistas explicaron una y otra vez, tanto Marx, como Engels, como Lenin y Trotsky.
Tomemos el ejemplo del popular motor de avión de fuselaje estrecho CFM56 de General Electric. Se ensambla en dos plantas, una en Ohio y otra en Francia, y la de Ohio suministra a Boeing y la francesa a Airbus. Sin embargo, la producción de los componentes que ambas plantas requieren para el montaje del motor se divide en dos, con la mitad de las piezas producidas en Francia y la otra mitad en Estados Unidos. En otras palabras, solo hay una línea de producción en el mundo para el penúltimo paso de la cadena de producción.
Para que General Electric evite el arancel del 10 %, tendría que construir otra fábrica en Estados Unidos y, una vez que la UE tome represalias, otra fábrica también en Francia. Sin duda, los costes serían muy elevados. Y esto, cabe añadir, es solo el penúltimo paso. Cualquiera de los componentes altamente especializados que se necesitan para ese paso también podría estar sujeto a aranceles, ya que es probable que muchos de ellos procedan de unos pocos proveedores de Asia oriental, Europa o Estados Unidos.
Otro ejemplo es ASML, que produce las máquinas litográficas más avanzadas del mundo. Trabajan con 5000 proveedores directos en todo el mundo para producir esta maquinaria tan compleja. Naturalmente, estos proveedores tienen, a su vez, sus propios proveedores, y así sucesivamente. Romper estas cadenas de suministro aumentaría de nuevo el coste de estas máquinas y podría hacerlas imposibles de producir.
Se pueden extraer muchos ejemplos similares de la industria automovilística, donde cualquier cosa, desde la transmisión hasta las cajas de cambios y los motores, implica un gran número de piezas muy especializadas producidas con unas especificaciones muy elevadas. El director general de un fabricante de automóviles señaló que el proceso de prueba para los nuevos proveedores, en sí mismo, lleva varios meses para garantizar que la calidad del producto esté a la altura.
No es de extrañar que, como dijo Trump cuando anunció su retirada, «la gente se estaba saliendo un poco de la línea, se estaban poniendo… eufóricos, ya sabes». Aunque la mayoría de los corredores de bolsa, así como Trump y sus asesores que son a la vez gestores de fondos de alto riesgo, probablemente no sean conscientes de la complejidad de la producción industrial moderna, la realidad les está empezando a abrir los ojos y, de hecho, se están poniendo un poco «eufóricos» como resultado, en la expresión de Trump.
La guerra comercial con China en sí misma causará una dislocación masiva. Los aranceles chinos, del 125 por ciento, son ahora prohibitivamente altos. El gobierno chino ha hecho saber que no aumentará aún más los aranceles, ya que «no tendría sentido económico y se convertiría en una broma en la historia de la economía mundial».
Estos aranceles auguran un desastre para muchos fabricantes estadounidenses que dependen de piezas chinas. Goldman Sachs estima que China tiene el monopolio (más del 70 % del mercado) en la producción de un tercio de los productos que Estados Unidos importa de China. Esto hará que sea extremadamente difícil encontrar proveedores alternativos con capacidad suficiente para asumir el relevo.
La economía estadounidense se dirige rápidamente hacia la recesión. Como indicación, el fabricante de máquinas herramienta Haas Automation, con sede al norte de Los Ángeles, informó de una disminución drástica de la demanda tanto de clientes nacionales como extranjeros. La inversión de capital es a menudo lo primero que se pierde en una recesión.
Los gobiernos europeos están igual de preocupados, aterrorizados por los efectos colaterales en la economía europea. No solo se enfrentan a aranceles del 10 % en todas las exportaciones a EE. UU. y del 25 % en las exportaciones de metales, automóviles y piezas de automóviles, sino que todos los productos que antes se enviaban a EE. UU. ahora tendrán que encontrar un mercado alternativo. Como ya ocurrió antes con el acero y los vehículos eléctricos, es probable que los productos chinos inunden ahora los mercados europeos.
En una respuesta un tanto atemorizada, Ursula van der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, intentó hablar con el primer ministro chino, Li Qiang. Al parecer, consiguió que los chinos se comprometieran a «trabajar con Europa» para evitar la perturbación de los mercados mundiales. Sin embargo, el propio gobierno chino, en su relato de la llamada telefónica, hizo hincapié en la necesidad del libre comercio y criticó los aranceles de la UE sobre los vehículos eléctricos: «El proteccionismo no lleva a ninguna parte», le dijo al parecer, «la apertura y la cooperación son el camino correcto para todos».
Está claro que los fabricantes chinos tendrán que encontrar mercados para sus productos, y el gobierno chino tendrá que asegurarse de que los encuentren, para evitar una recesión propia y reforzar su posición frente a Estados Unidos.
En otras palabras, la crisis no ha hecho más que empezar. Los trabajadores de todo el mundo observarán con una mezcla de horror y fascinación cómo la clase capitalista lleva a la economía mundial al borde del abismo.
Trump promete volver a los años cincuenta o sesenta, cuando la economía estadounidense estaba en auge y los trabajadores tenían empleos con condiciones y salarios más decentes. Los liberales, naturalmente, exigen que volvamos al año pasado. «Si no fuera por Trump, o por la AfD, o por Farage, o por Le Pen». «Si todos volvieran a estar de acuerdo en que el proteccionismo es algo malo».
Aunque sin duda habrá altibajos en el nivel de los aranceles en el próximo período, la dirección de ruta general se ha establecido desde hace algún tiempo. Tanto Biden como Obama se involucraron en el proteccionismo: Obama con su Ley de Recuperación y Reinversión Estadounidense de 2009, donde lanzó el eslogan «comprar americano»; y Biden con su Ley de Reducción de la Inflación. Trump acaba de llevarlo al siguiente nivel.
La realidad es que la economía capitalista está sufriendo un declive senil, y no hay nada que los gobiernos puedan hacer para detenerlo. Si no intentan vendernos otro curso de austeridad, lo único que pueden ofrecer a los trabajadores es la cura de aceite de serpiente del proteccionismo. Esto podría, en el mejor de los casos, ofrecer un alivio temporal, pero a costa de intensificar la crisis a escala mundial.
A medida que los gobiernos capitalistas impongan ataques masivos a los trabajadores de todo el mundo, la lucha de clases estará a la orden del día. Una guerra comercial plantea la desagradable perspectiva del desempleo masivo y la inflación. La clase trabajadora tendrá que luchar para evitar la miseria.
La cuestión no es realmente la del libre comercio o el proteccionismo, una elección que actualmente preocupa a los líderes del movimiento obrero. En condiciones de profunda crisis, ninguna de estas opciones nos hará avanzar ni un solo paso. Si nos limitáramos a lo que se puede lograr bajo el capitalismo, nos condenaríamos a la miseria y la indigencia. La lucha solo puede avanzar con reivindicaciones socialistas, comenzando por nacionalizar todas aquellas industrias amenazadas de cierre, bajo control de los trabajadores. Los dirigentes obreros abandonaron el socialismo, la crisis lo ha vuelto a poner en el centro de la agenda.
El pasado 20 de febrero, el presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, emitió una orden ejecutiva que designa como organizaciones terroristas a los «cárteles de la droga» mexicanos. Esta designación incluye al Cártel de Sinaloa, el Cártel de Jalisco Nueva Generación, el Cártel del Noreste, la Nueva Familia Michoacana, el Cártel del Golfo y los Cárteles Unidos.
La política estadounidense en torno al terrorismo incluye la posibilidad de intervenciones militares, la vigilancia, el monitoreo, arresto de individuos considerados sospechosos, uso de drones para atacar objetivos individuales, todas ellas estrategias que incluyen la tortura y la nula rendición de cuentas, como ha acontecido con aquellos acusados por terrorismo y encarcelados en Guantánamo. Entre las consecuencias sociales que supone la política estadounidense en torno al terrorismo, se incluyen el incremento de la discriminación racial por razones xenófobas, el aumento de las presiones diplomáticas que integran boicots y bloqueos económicos, junto con el aumento de los homicidios y violación sistemática de los derechos humanos.
Cabe considerar si las medidas de “combate” al terrorismo por parte del gobierno estadounidense generan mayor inseguridad y vulneración sistemática de los derechos humanos en los pueblos del mundo. ¿Cuáles son los verdaderos propósitos del imperialismo al “combatir” el terrorismo? Y la respuesta estriba, indudablemente, en las condiciones materiales de la acumulación de capital a escala internacional, que conlleva, en la base económica, la primacía del capital financiero internacional, el reparto del mundo por medio de las guerras de rapiña, la amplificación del dominio de los monopolios multinacionales por medio de la exportación de capitales a escala global que exacerban las contradicciones a nivel mundial por el incremento de la desigualdad entre las clases sociales, entre las potencias económicas frente a los países subordinados, junto con el agotamiento de los recursos estratégicos y el deterioro del medio ambiente.
Concretamente, en el caso de México se trata de establecer un mayor control imperialista de carácter directo en un territorio que consideran su patio trasero.
La acumulación imperialista genera un desastre global y, con esto, un descontento internacional contra el imperialismo, lo cual implica nuevos obstáculos que enfrenta el Estados Unidos para perpetuar relaciones de dominación, necesarias para la acumulación en una escala mundial sobre los países subordinados. Fortalecer el control directo sobre México es un modo de reafirmar su zona de influencia frente a otros poderes imperiales, particularmente el chino.
Para asegurar tales relaciones de dominación, el Estado imperialista estadounidense se vale de globalizar funciones coercitivas, propias de un Estado-nación imperialista, y suponen el entrelazamiento de las instituciones de seguridad de los países dependientes con las fuerzas armadas gringas, la donación y venta de armamento de Estados Unidos a los países subordinados, lo cual incluye también la acumulación de capital del complejo industrial-militar estadounidense, y la capacitación de fuerzas armadas de los países dominados por parte de academias militares estadounidenses (como la Escuela de las Américas, el Colegio Interamericano de Defensa, entre otras). Este adiestramiento incluye la enseñanza de tácticas de contrainsurgencia como la desaparición forzada, el terrorismo psicológico y la tortura. Obviamente no significa que las fuerzas armadas emprendan desde ahora acciones directas como el patrullaje, pero paulatinamente nada se los impediría, menos con las recientes medidas.
El Estado norteamericano desarrolla múltiples mecanismos para evitar, a nivel internacional, cualquier connato organizativo que conlleve el ejercicio de la emancipación y autodeterminación de cualquier pueblo en el orbe. Y dichos mecanismos tienen como finalidad única y exclusiva velar y mantener las relaciones sociales de producción capitalistas a escala global. Esta ignominiosa estrategia incluye, desde luego, tareas de contrainsurgencia que, paradójicamente, han contado con el encubrimiento y apoyo de organizaciones delictivas traficantes de drogas ilegales, cuando éstas apoyan la reacción contrarrevolucionaria. Por ejemplo, en Nicaragua, durante la década de los 80, el gobierno estadounidense financió a los Contras, organización contraria a la revolución sandinista que se apoyó en el tráfico de drogas hacia Estados Unidos, y contó con el apoyo de la CIA. En Bolivia, el gobierno de Luis García Meza también mantenía un tráfico de drogas solapado por el gobierno estadounidense, dado que el gobierno de Meza mantenía un combate hacia la izquierda en el país andino. En Colombia, las FARC y el ELN han denunciado que traficantes, paramilitares y agentes de inteligencia estadounidense trabajaron conjuntamente con miras contrainsurgentes. En Panamá, durante mucho tiempo se toleró la participación del presidente Miguel Noriega y sus colaboradores en el tráfico de drogas, toda vez que dicho gobierno combatía connatos izquierdistas en Centroamérica, por lo que también fueron solapadas dichas actividades delictivas.
Es esencial precisar que la hasta ahora fallida y mal llamada “guerra contra las drogas” no es dicotómica; si determinados traficantes sirven para apoyar los intereses imperialistas y contrainsurgentes norteamericanos, aunque sean delincuentes, estos serán aliados tolerados por parte del imperialismo. Una vez que los actores delictivos ya no sirven a los fines del gobierno, queda poco tiempo para que estos, si no son protegidos por una burguesía local corrupta, terminen sus días extraditados en una cárcel estadounidense.
No es menos cierto que la política prohibicionista sobre estupefacientes contiene su génesis en la condena moral de una burguesía que quiere erradicar las adicciones sin abolir el régimen de propiedad privada que las provoca; la misma producción capitalista, ineluctablemente, intensifica el uso de tecnología que sustituye a obreros por máquinas. La pauperización generalizada y el desempleo crónico condena a un segmento muy importante de la sociedad al envilecimiento enajenante que incluye el consumo de estupefacientes ilícitos como una modalidad efímera para, en palabras de Richard Davenport, buscar el olvido por enfrentar la existencia como un enemigo implacable. Por ello, el declive de la economía estadounidense y sus propias contradicciones son la raíz de la muerte de más de 100,000 personas anuales por sobredosis, en su mayoría causadas por el consumo de opioides sintéticos como el fentanilo.
La actual política de prohibición de las drogas tiene como objetivo un control del mercado clandestino en el que las organizaciones traficantes de drogas obtienen ganancias extraordinarias siempre y cuando no constituyan un obstáculo para los intereses políticos de cada coyuntura concreta. Dichas ganancias a su vez permiten afirmar un entramado criminal que abarca múltiples actividades delictivas. Al tiempo que permite cubrir con manto de secrecía a los verdaderos capos que son los lavadores de miles de millones en el sistema bursátil y bancario.
El desarrollo del tráfico de drogas a escala internacional incluye las agencias de seguridad estadounidenses y, cuando las mismas agencias determinan el fin de determinada carrera delictiva de algún líder, sencillamente a este se le nulifica.
Considerando también que, a nivel internacional, la militarización de la “guerra contra las drogas” y el incremento de la participación de las agencias de seguridad estadounidenses en el Estado mexicano, la designación de los mal llamados cárteles de la droga como organizaciones terroristas supone la agudización de la injerencia imperialista en nuestro país. Además, el gobierno de la cuarta transformación no puede dar un paso atrás respecto a la integración subordinada de México con el vecino norteño, solo queda, para la actual administración, apechugar y obedecer.
Si el crimen organizado y la “guerra” contra las drogas son una herramienta del imperialismo, seguir las propias reglas del juego de la hegemonía imperialista implica perpetuar el desastre persistente en torno a la violencia generalizada que padecemos. Por ende, la única vía que tenemos para cambiar tan terrible situación es salirse del juego, buscar nuestro destino como sociedad soberana, priorizando el bienestar por encima del amor al lucro privado. Y ello será así cuando los desposeídos, la clase trabajadora, haga estallar en mil pedazos al Estado mexicano.
Trump había anunciado que el 2 de abril sería el “día de la liberación” para los EE. UU., asegurando, con esto, que por muchos años los diferentes gobiernos del mundo se habrían aprovechado de su país al tener más exportaciones a EE. UU. que éste a sus países, causándole una balanza comercial desfavorable. Con un discurso en que se presenta como víctima de los otros países, anunció las medidas de “libertad”, las cuales hacen retumbar los tambores de guerra comercial y pronostican una caída de la economía mundial.
Con esta política arancelaria EE. UU. pretende recaudar 100 mil millones de dólares (mmd) anuales y así recomponer su balanza comercial, reindustrializar al país, tener buenos empleos para los trabajadores de los EE. UU., al tiempo que fuerza a otros países a servirle a sus intereses:
“Impulsaremos nuestra base industrial nacional, abriremos mercados extranjeros y derribaremos barreras comerciales internacionales. […] Una mayor producción local significará una competencia más fuerte y precios más bajos para los consumidores”.
La guerra arancelaria disfrazada de libertad
Para ser claros, y no dejarnos llevar por palabras vacías y retórica barata, las medidas de Trump son un paso más en dirección del proteccionismo económico, es decir: “defender mi economía a costa de las demás”. Esto debe quedar claro porque ahora, después de que México no ha sido tan afectado por los aranceles, hay muchos que están vendiendo la falsa idea de que es gracias a una “negociación” magistral de Claudia Sheinbaum. Ella misma dice que es gracias la buena relación con los EE. UU., como si el problema económico se redujera a las buenas intenciones de ambos mandatarios.
Marcelo Ebrard, Secretario de Economía, ya salió a decir que es un logro que se mantenga el T-MEC, a pesar de lo que dijo Trump al respecto; hablando sobre el antes llamado Tratado de Libre Comercio, dijo: “fue un desastre, nos dijeron que no éramos capaces de terminarlo. Tuvimos que conseguir la aprobación del Congreso para acabar con él.” Debemos ser claros, si a México no le tocaron los aranceles recíprocos como a otros países es por una sola razón: porque, de aplicarlos, el efecto en la economía norteamericana sería desastroso; es lo mismo para el caso de Canadá.
Trump ha declarado abiertamente que tiene un balance comercial negativo, con respecto a México, de 172 mmd. Es el tercer déficit comercial más grande de los EE. UU.; el primero es con China (29 mmd), el segundo con la Unión Europea (236 mmd) y el cuarto con Vietnam (123 mmd), seguido por Taiwán (72 mmd) y Japón (68 mmd). A China le impuso aranceles del 34%, que sumado al 20% anterior llegan al 54%; a la Unión Europea del 20%; Vietnam del 46%; Taiwán 32% y Japón 24%. Lo que va a suceder con respecto a México está por verse, no es que ya se haya salvado. La clave va a estar en la renegociación del T-MEC y en la presión que ponga EE. UU. sobre sus empresas para que del salgan de México.
Al imponer estos aranceles, el presidente de los EE. UU. reconoce de facto dos cosas. La primera es que la época del libre comercio está siendo reemplazada por el nacionalismo económico. Esto ya de por sí es un problema mayúsculo: la expansión económica ha creado un mercado mundial y ahora se quiere dar vuelta a la historia y restringir las fuerzas económicas al ámbito nacional. Esto tendrá implicaciones económicas desastrosas.
La segunda, no menos importante, es que la economía norteamericana ha sufrido un declive y necesita recuperar sus fuerzas. Por eso ya no le importa cuidar a sus viejos amigos —Europa, Canadá, México y demás—, sino que le interesa su reindustrialización, pelear por los mercados para sus empresas y hacerse de recursos naturales fundamentales para su producción. Para conseguir esto algunos van a tener que sufrir. En primera instancia, los trabajadores de los diferentes países que se verán afectados por los efectos de esta política; por ejemplo, con el aumento del precio de las mercancías y el desempleo. También algunos burgueses perderán algo de dinero, Trump lo tiene claro, pero más claro es que su política económica no es una locura sino una necesidad para el imperialismo estadounidense.
Así lo deja ver las tasas arancelarias para “los buenos amigos”, como lo es Argentina y la administración de Milei (10%), El Salvador y la administración Bukele (10%) —quien ha abierto sus cárceles para que EE. UU. meta ahí a supuestos criminales—, e Israel (17%), su perro guardián en Oriente Medio. Es por esto mismo que suenan ridículos los argumentos de que es gracias a las buenas relaciones por lo cual a México no le han impuesto los aranceles recíprocos.
EE. UU. está ganando tiempo para que cualquier medida que tome con respecto a México y Canadá no tenga una afectación tan desastrosa para su economía. Lo quieran o no, estas economías están amarradas de la cola. Trump está buscando desatar el nudo antes de tomar más decisiones respecto de ellas. En su discurso del 2 de abril dijo que no permitirá más “subsidios” a la economía mexicana y mencionó que pedirá ayuda al Congreso para terminar con el T-MEC, así que no hay nada que celebrar.
Aranceles para México y sus consecuencias
A pesar de que no se le incluyó en la famosa lista de los 60 países con aranceles recíprocos, esto no quiere decir que no haya afectaciones para México. Trump ya había anunciado antes de su conferencia que tanto el aluminio como el acero tendrán un impuesto del 25%. El Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) ha dicho que la afectación a productos por estos aranceles (acero y aluminio) podría ascender a los 20 mmd, que representan el 4.7% del total de las exportaciones mexicanas a los EE. UU. México exportó, en el 2024, 3.31 mmd en acero y 1.84 mmd en aluminio.
También se informó de un impuesto a la cerveza mexicana. Éste es el agroalimento que más exporta el país. El Departamento de Comercio de los EE. UU. ha dicho que, del total de las importaciones de cerveza en el 2024, con un valor de 7.5 mmd, el 84% pertenecen a producto mexicano (unos 6.3 mmd). Para México representa el 80% del total de sus exportaciones de cerveza; el impuesto es a la cerveza envasada en aluminio y a la lata vacía.
Como parte de los efectos de los aranceles, el petróleo se ha resentido y reduce su valor en un 7%. Esto también tiene una afectación directa a las finanzas del Estado; ésta es una de las peores calidades del precio del crudo desde 2022. Es cierto que el gobierno norteamericano se ha cuidado de gravar a los recursos energéticos con aranceles, sin embargo, esta caída es por el aumento de la producción de los países de la OPEP y, principalmente, por los temores a una recesión mundial. El año pasado México recaudo 20 726 millones de dólares por la exportación de petróleo, si el crudo sigue cayendo, tendrá una repercusión.
Además, la exclusión de los aranceles del 25% solo son a las mercancías que están dentro del T-MEC, que representan el 50% de las exportaciones a los EE. UU. El resto de las mercancías, el otro 50%, sí tendrá que pagar el arancel. Esto ya está teniendo repercusiones.
Pero el aspecto central es el sector automotriz. EE. UU. ya había anunciado el 25% de aranceles para todos los automóviles que entrarán a su país. Éste no es un aspecto menor para México, se puede decir que se trata del sector clave, no sólo por las cantidades de autos y autopartes que exporta al vecino del norte -es el principal exportador de este sector a los Estados Unidos-, sino por la cantidad de mano de obra que emplea de forma directa e indirecta.
Este impuesto del 25% tiene un impacto directo en países que exportan sus vehículos a Estados Unidos. Países como Japón, México, Alemania y Canadá son los más afectados. México exportó, en el último año, un monto de 193 mmd en el sector automotriz (4 millones de unidades); más del 80% de este total fue a los EE. UU.
Desde que se informó de estos aranceles, el 28 de marzo, la industria automotriz lo resintió duramente en sus valores bursátiles. En EE. UU. fue donde las empresas sufrieron las mayores caídas. General Motors se desplomó un 7.36 %, representando una pérdida de capitalización de 3 mil 743.41 millones de dólares. GM es una de las 500 empresas más importantes en el mundo de valores bursátiles. La Ford también tuvo pérdidas por un valor de 548.86 millones de dólares. Empresas de origen japonés como Toyota, Nissan y Honda tuvieron pérdidas del 3.7 al 3.1%.
Las dos empresas norteamericanas (GM y Ford) son un buen ejemplo de cómo su producción está íntimamente vinculada entre los tres países de América del Norte. Sus autopartes cruzan varias veces -hasta 7 ocasiones- las fronteras para tener el producto terminado. Ford tiene 4 plantas en México (2 de vehículos, 1 de motores y 1 de transmisores) y GM tiene 9 (3 de vehículos, 3 de motores y 3 de transmisores). Esto lo sabe muy bien el gobierno estadounidense, por eso, cuando anunció los aranceles al sector automotriz, añadió que, para los países que están dentro del T-MEC, los automóviles de empresas americanas no pagarían impuestos, sólo sus componentes no americanos.
Pero esto tampoco es muy alentador. De acuerdo con la Asociación Mexicana de la Industria Automotriz (AMIA), el “40 por ciento del valor de los autos que se exportan a Estados Unidos son componentes elaborados en ese país, por lo que el arancel se aplicará sobre el 60 por ciento restante. De esta forma el arancel anunciado sería del 15 por ciento para los autos exportados desde México”.
Empresas alemanas, como la Wolkswagen, BMW y Mercedes-Benz, que tienen empresas en México y sus exportaciones no entran en el T-MEC, sí tendrán que pagar el 25% de aranceles si sus automóviles tienen como destino el vecino del norte. La presidenta, para tranquilizar a las empresas alemanas, ha dicho que en las negociaciones pedirá que estas también se consideren dentro del T-MEC, para que sean menos los montos arancelarios. No va a tener mucha suerte.
Algunos analistas en los EE. UU. han dicho que esta medida va a impactar de forma directa en el costo de los vehículos en los EE. UU. y podría encarecerlos de entre 4 y 12 mil dólares cada unidad. The Financial Times cree que esta medida tendrá afectaciones en una docena de fabricantes de automóviles y autopartes, que comparten operaciones.
Incluso, un día después de que Trump dio a conocer su lista de aranceles, El Universal anunció que Stellantis, una de las gigantes en la producción de automotores, suspenderá su producción en una planta en Canadá y otra en México —su fábrica en Toluca, que produce los Jeep Compass y Wagoneer SEV, parará sus actividades por dos meses—. Su argumento es que por los aranceles se tiene que bajar la producción.
Otras empresas de capital no estadounidense que trabajan con autopartes se están viendo afectadas. El desempleo comienza a sentirse en regiones como el corredor industrial de Tizayuca, donde las empresas automotrices recortan personal con los mismos argumentos que Stellantis.
En La Jornada se ha anunciado que, en Tijuana, Baja California, “Al menos 10 empresas aplazaron sus proyectos de ampliación debido a la inestabilidad económica de la entidad”. En ese mismo estado se han reportado 17 mil puestos de trabajo menos, principalmente del sector manufacturero. Se reporta que las exportaciones han caído en un 30%. Todo esto desde la llegada de Trump.
Se puede decir que los EE. UU. están poniendo atención en México y Canadá para no afectar demasiado su economía, pero no les importa lo que les pase a los trabajadores de otros países.
La respuesta del gobierno mexicano
Antes de hablar del plan de gobierno para contrarrestar los efectos de los aranceles, quisiéramos hacer una mención a la patética actuación de la derecha mexicana y su anhelo de que el imperialismo americano imponga los máximos aranceles posibles. Son los mismos que llaman a que EE. UU. intervenga militarmente en México. Estos personajes representan a un sector desesperado por recuperar sus viejas glorias en el gobierno para seguir robando. Sin escrúpulos, se rinden ante el imperialismo con tal de que les tire un hueso sobre su mesa. Ahora sí, podemos continuar.
El gobierno mexicano guardó silencio el 2 de abril y dijo que daría una conferencia al día siguiente para dar a conocer las acciones que tomaría para defender la economía. La reunión fue en el Museo de Antropología, uno de los más grandes y bellos del país. Se reunieron políticos, empresarios, dirigentes obreros a modo, indígenas, medios de comunicación y demás fauna de la farándula política nacional. Varios medios de comunicación hicieron hincapié en que muchos empresarios, otrora denominados la mafia del poder, estaban entusiasmados con el plan del gobierno. ¿Cómo no podrían estarlo? Una buena parte del plan es abrir las puertas a las inversiones mexicanas para negocios que no tienen pierde.
Claudia Sheinbaum propuso 18 puntos de trabajo para fortalecer el Plan México. Podemos puntualizarlos:
Primero, ampliar la autosuficiencia alimentaria, promoviendo el incremento de productos agrícolas como el arroz, el frijol y la leche.
Dos, ampliar la autosuficiencia energética, aumentando la producción de gasolina, turbosina y gas natural. Iniciar 59 proyectos de inversión para fortalecer la red de transmisión y distribución de energía. Agilizar permisos para la creación de energía renovable (la empresa privada se frota las manos).
En el tercer punto propone acelerar los proyectos de obras públicas, como la red de ferrocarriles, renovación de carreteras, creación de viaductos, 37 proyectos estratégicos de agua —que serán licitados— y renovación y finalización de aeropuertos. Aquí algunos proyectos serán pagados por parte del Estado, a privados, en otros compartirán inversión y otros más simplemente se abrirán para que la burguesía se aproveche.
En el cuarto lugar, acelerar la construcción de vivienda y créditos; se espera que al final del sexenio se creen un millón de viviendas nuevas.
Quinto, fortalecer y fabricar para el consumo nacional, particularmente en el sector textil, calzado, muebles, acero y aluminio, semiconductores, baterías, fotovoltaicos, etc. Se darán incentivos para los que quieran invertir en todo ello.
Sexto, fabricación de autos para el consumo nacional, incentivando la investigación y desarrollo de tecnología. También estará a cargo del sector privado, con la ayuda del Estado.
En el punto siete se propone aumentar la producción de la industria farmacéutica y de equipo médico.
Octavo, aumento de la producción de la industria petroquímica y de los fertilizantes. Estos proyectos se iniciarán con recursos públicos y privados.
Noveno, aumentar las compras con contenido nacional; el gobierno se compromete a comprar producto nacional en un 65% del total de sus compras.
Décimo, aumentar la venta de productos nacionales en tiendas de autoservicio y departamentales.
En el punto once se propone abrir una ventanilla única para inversiones, la cual tendrá un portafolio de las posibilidades de inversión; los trámites serán simplificados para acelerar la entrada de capitales.
Doce, se licitarán 15 polos de inversión en los diferentes Estados de la República, con beneficios fiscales de diferentes tipos.
Trece, creación de al menos 100 mil empleos a partir de bolsas de trabajo.
Catorce, se crearán programas para facilitar créditos en la banca de desarrollo y la comercial, para las micro y pequeñas empresas.
El punto quince promete mayor inversión para investigación y tecnología por parte del gobierno.
Dieciséis, renovar las medidas antiinflacionarias y contra la carestía de la canasta básica.
Diecisiete, mantener el aumento al salario mínimo hasta llegar a 2.5 canastas básicas, lo mismo que aumentar prestaciones sociales y laborales.
Y, finalmente, garantizar y ampliar los programas sociales.
Es claro lo que se busca con este plan. Por un lado, se busca crear empleo, sustituir importaciones y depender cada vez menos de productos de importación. Se quiere dejar de depender del extranjero en la producción energética y la manufacturera, además de crear un plan de obras públicas para fomentar la inversión, creación de empleo y que no se detenga la economía. También, la asistencia social se mantiene y en lo posible se aumenta.
Todo esto se escucha bien, incluso podríamos estar de acuerdo con una parte de ello, por ejemplo, aumentar el salario mínimo, la creación de vivienda e infraestructura, impulsar el campo mexicano, mantener los programas sociales y que el empleo aumente. En ello no tenemos diferencias. El verdadero problema con el programa es que el gobierno piensa que sólo se puede llevar adelante con la intervención de la burguesía nacional. Está es una declaración a doble banda, por un lado, reconoce que no tiene los recursos para echar adelante un plan tan ambicioso, y lo segundo es que su proyecto es para reforzar el capitalismo nacional, no para superarlo.
Según la presidenta, los capitalistas mexicanos son unos patriotas y actúan por el bien de la patria. Sin embargo, muchos de estos paracitos tampoco tuvieron problema cuando se privatizaron cientos de empresas, ni cuando los gobiernos de la derecha aplicaron los planes de ajuste salarial o llevaron adelante sus reformas o contrarreformas laborales. Todos estos señoritos se beneficiaron de aquella política, su riqueza viene de ahí, comenzando con la del papá de Altagracia Gómez, la flamante amiga de la presidenta. Ahora quieren sacar provecho de esta nueva situación y le aplauden calurosamente al gobierno porque ahora la 4T les está brindando las posibilidades de incrementar sus ganancias.
Claudia Sheinbaum, por supuesto, no tiene ninguna intención de terminar con el capitalismo. Por el contrario, sus medidas están orientadas a mantenerlo e impulsarlo, siempre y cuando se porten bien los empresarios y tiren algo de migajas a la mesa de los trabajadores. Tiene la intención de cuadrar el círculo y de hacer que la contradicción fundamental del sistema capitalista desaparezca: la del capital-trabajo.
La burguesía, no importa su nacionalidad, sólo invierte donde hay posibilidades de obtener una ganancia, éste es el ABC de la economía burguesa. Querer ignorar esto es querer ocultar que las ganancias del capitalista están garantizadas sobre la base de la miseria de los trabajadores. Este gobierno tiene un buen plan, pero lo que quiere lograr con él es desarrollar el sistema de opresión capitalismo, justo cuando todas las fuerzas externas se encaminan a la crisis y la destrucción.
Algunos de estos planteamientos tendrán resultados y algunos otros serán boicoteados por la propia burguesía, aprovechándolos para dinamitar el proyecto reformista del actual gobierno. Otra parte del pan sólo quedará en promesas.
Algunos analistas ya hablan de que el país está técnicamente en recesión. Las remesas están perdiendo fuerza y los aranceles meterán mucha presión a la economía nacional. EE. UU. está presionando para que la negociación del T-MEC sea este año y, por lo que ha dicho Trump, su intención es reventarlo; si acaso, mantener un tratado comercial que le sea 90% favorable a los EE. UU. El gobierno mira optimista el porvenir, pero por ahora sólo hay nubes negras bajo el capitalismo.
¿Qué defendemos los comunistas?
Como lo hemos dicho en otros artículos, los comunistas nos oponemos a los ataques del imperialismo americano contra el país. No estamos de acuerdo en que la medida contra la crisis del capitalismo sea el nacionalismo económico o proteccionismo. Esto sólo precipitará la crisis económica y todas las consecuencias que traerá para los trabajadores a nivel mundial serán duras.
Pensamos que deslindar la integración económica internacional es reaccionario. Sin embargo, también decimos que esa integración, bajo el capitalismo, toma connotaciones de subordinación y dominio del imperialismo sobre México. Esta contradicción sólo se puede resolver sobre la lógica de terminar con el capitalismo. En una economía planificada e integrada por los tres países de Norteamérica y de América Latina, serían un motor fabuloso sobre el cual se podría levantar una sociedad totalmente diferente, sin necesidades, pobreza ni violencia. Para que esto suceda debemos arrancar el capital de las manos privadas y utilizar esos recursos para superar las carencias de la humanidad.
Ahora mismo nuestras consignas son muy concretas: todas las empresas que quieran cerrar deberán ser tomadas por los trabajadores y reconvertidas para producir lo que la gente necesite. No debemos permitir los despidos y los paros patronales, esto significa pagar la crisis que la burguesía y el imperialismo ha provocado.
Debemos organizarnos entre los trabajadores, la juventud, las mujeres de la clase obrera y los campesinos pobres para luchar contra los abusos de la burguesía nacional, la cual es violenta, rapaz y racista. Al tiempo que luchamos contra el imperialismo, también debemos de luchar contra la burguesía nacional, que quiera sacar provecho de toda la situación actual.
La unidad y la lucha de clase obrera a nivel internacional pueden buscar una solución definitiva a este callejón sin salida que representa el capitalismo.
Los mercados financieros se tambalean tras el anuncio arancelario de Trump de ayer. La confianza de la clase capitalista en su conjunto ha recibido un duro golpe al imponer Trump los aranceles más altos desde el siglo XIX.
El índice bursátil S&P 500 bajó un 3 por ciento, el Nasdaq un 4 por ciento. Las acciones de Apple cayeron un 8 por ciento, las de Nike un 11 por ciento, las de Ralph Lauren un 12 por ciento, las de Nvidia un 5 por ciento, etc. Todos los importadores del sudeste asiático se vieron gravemente afectados, empezando por la industria de la confección. A Vietnam, Camboya, Laos, Sri Lanka, Bangladesh, Indonesia y Myanmar les han impuesto aranceles de entre el 35% y el 49%, lo que va a tener un gran impacto en el conjunto de la economía de esa región. Más de un tercio de las exportaciones tanto de Vietnam como de Camboya se dirigen al mercado estadounidense.
La caída de los mercados bursátiles reveló que los aranceles eran peores de lo esperado. Un 10 por ciento sobre todas las importaciones, a lo que se añade aranceles selectivamente más altos sobre todos los principales socios comerciales de EE.UU. Dependiendo de cómo se calcule, la tasa arancelaria media será ahora del 29 por ciento si se cree a Evercore ISI, o del 18 por ciento si se cree a Goldman Sachs. En cualquier caso, como señala Goldman Sachs, es probable que esta aumente a medida que sectores como el cobre, los productos farmacéuticos, los semiconductores y la madera reciban sus propios aranceles.
El impacto en la economía mundial va a ser fuerte, ya que la mayoría de los países tienen un comercio significativo con Estados Unidos. La caída del seis por ciento del precio del petróleo revela la preocupación de los inversores por la posibilidad de una recesión.
Como era de esperar, los socios comerciales de EE.UU. están descontentos con los aranceles, pero quedó claro que temen entrar en una guerra comercial con EE.UU., y las consecuencias que ello acarrearía. Italia y España instaron a mantener «negociaciones constructivas». El Gobierno británico está «consultando» a los consejeros delegados sobre las represalias. Japón también se muestra relativamente apocado.
La relativamente limitada respuesta inmediata refleja la reticencia de los gobiernos a perjudicar aún más a sus propias economías con nuevas medidas comerciales. Sin embargo, a medida que la situación se deteriore más, ya sea este año o el próximo, se introducirán nuevas medidas proteccionistas. En los años 30, todas las medidas proteccionistas no se introdujeron de golpe, sino gradualmente, en un país tras otro, a medida que la crisis empeoraba, los gobiernos cambiaban y así sucesivamente.
El Gobierno surcoreano, que intenta congraciarse con Trump, trata de resolver el problema subvencionando sus industrias, haciendo recaer el coste sobre los trabajadores surcoreanos. Esta es otra de las medidas que baraja la burguesía de los países afectados. Mediante subvenciones directas o atacando las condiciones laborales, la burguesía puede intentar exprimir a sus propios trabajadores como respuesta.
Trump también está trayendo a casa el «dolor» que prometió para la economía estadounidense. La automotriz Stellantis anunció 900 despidos temporales en EEUU en cinco instalaciones. A medida que aumenten los costes de los productos fabricados en EE.UU. debido a los aranceles, los consumidores estadounidenses dejarán de gastar, a la espera de tiempos mejores. La industria automovilística está ahora muy preocupada por los aranceles sobre los componentes importados que necesitan para ensamblar coches en Estados Unidos.
Las industrias exportadoras también se verán afectadas, en primer lugar por una sacudida de sus propios costes y, en segundo lugar, por las medidas de represalia. Por si fuera poco, se espera que los aranceles a gran escala añadan algo así como un 2,5% a la inflación anual, lo que mermará el poder adquisitivo de los trabajadores estadounidenses.
Se desconoce el alcance y la profundidad de sus efectos. Pero el desmantelamiento de 80 años de integración comercial va a tener enormes implicaciones para la economía mundial. Todos los beneficios del comercio mundial están amenazados: mayor productividad, productos más baratos, etc.
Ahora empezará una competencia aún más feroz en el mercado mundial, a medida que el mercado estadounidense sea de más difícil acceso y los consumidores, preocupados por el futuro, contengan su consumo. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que la debilitada UE imponga más aranceles, no sólo a EE.UU., sino también a China y otros países, para frenar el «dumping»?
No cabe duda de quién tendrá que pagar el precio de esta crisis: la clase trabajadora. La clase obrera tendrá que luchar duramente contra la avalancha de medidas que se avecina: contra el cierre de fábricas, contra los ataques a los salarios y las condiciones de trabajo, contra los recortes del gasto social, etc. La intensificación del conflicto internacional encontrará su reflejo en la intensificación de la lucha de clases.
Se ha desatado una tormenta en Washington, poniendo a Trump a la defensiva por primera vez en meses. El escándalo, al que se ha dado el nombre de «Signalgate», ha dominado los titulares de todos los principales medios de comunicación burgueses esta semana.
Todo empezó con la revelación de que altos funcionarios estadounidenses invitaron, sin darse cuenta, a Jeffrey Goldberg, editor jefe de The Atlantic y antiguo guardia de un campo de prisioneros israelí, a un chat grupal de Signal creado para coordinar los ataques estadounidenses contra Ansar Allah (también conocidos como «los hutíes») en Yemen.
The Atlantic ha publicado la mayor parte del contenido, al tiempo que preserva su buena fe proimperialista ocultando obedientemente cualquier cosa que considere excesivamente comprometedora para la CIA. A pesar de la autocensura de la revista, los mensajes sacan a la luz el edificio podrido del imperialismo estadounidense.
En público, Trump y otros líderes de MAGA han desestimado el asunto como una «caza de brujas», un «engaño» y algo «injusto». A puerta cerrada, están afilando los cuchillos contra el asesor de Seguridad Nacional Michael Waltz, creador del grupo Signal, quien asumió «toda la responsabilidad» por el vergonzoso episodio. Hay inquietud en las filas de Trump, lo que significa que podrían rodar cabezas para proteger al jefe.
Celebración alegre de la muerte y la destrucción
La discusión sobre el atroz crimen sin provocación que el imperialismo estadounidense cometió en Yemen ha sido ahogada por la estúpida especulación de los medios capitalistas sobre qué personalidades pueden ser despedidas por la filtración.
Las bombas estadounidenses alcanzaron barrios abarrotados y una clínica oncológica en construcción en la ciudad de Saada. Según fuentes locales, los ataques estadounidenses han matado al menos a 57 personas hasta ahora, entre ellas mujeres y niños.
Esta es solo la más reciente atrocidad imperialista estadounidense cometida contra Yemen. Tres presidentes de EE. UU. —Obama, Biden y Trump— armaron y financiaron la horrible guerra de Arabia Saudí contra el país durante más de 10 años. Al menos 377.000 yemeníes han muerto a causa de la violencia, las enfermedades y las privaciones, incluidos no menos de 85.000 niños a los que se mató por inanición deliberada a manos del imperialismo saudí y estadounidense.
En solidaridad con los palestinos, los hutíes han lanzado misiles y drones armados contra buques mercantes y navales en el mar Rojo desde el estallido del genocidio de Israel en Gaza, respaldado por Estados Unidos. Como resultado, han logrado interrumpir el transporte marítimo a través del Canal de Suez, un corredor vital para el comercio mundial.
A pesar de las numerosas provocaciones, los hutíes no atacan indiscriminadamente el transporte marítimo en el mar Rojo. Lo que han hecho es imponer su propia versión de «sanciones» a Israel, en respuesta al bloqueo de la ayuda humanitaria por parte del régimen sionista y a la reanudación de los ataques contra Gaza.
A diferencia de los regímenes reaccionarios de Arabia Saudí, Egipto, los Estados del Golfo, Jordania, etc., son el único gobierno del mundo musulmán que arriesga su vida tratando de ayudar a los palestinos. Como resultado, se han ganado el respeto y la admiración de toda la región, y la ira de los imperialistas.
En respuesta, EE. UU. inició una guerra de facto contra Yemen para garantizar los beneficios de los magnates navieros y el suministro de armas a Israel. Los últimos ataques, que coinciden con la decisión de Netanyahu de romper el alto el fuego en Gaza, elevan a casi 200 el número de muertos en Yemen a causa de EE. UU.
Los participantes del chat de Signal celebraron la destrucción de todo un edificio de apartamentos supuestamente para matar a un solo oficial militar hutí. Waltz informó de esta agresión descarada contra uno de los países más empobrecidos y devastados por la guerra en la Tierra con una repugnante cadena de emojis: «».
Disensiones en el bando de Trump
El vicepresidente JD Vance no estaba convencido inicialmente del plan de ataque, preocupado de que causara un aumento en los precios del petróleo. Vance finalmente dio su bendición a la operación, después de ofrecer una conmovedora nota de preocupación por la seguridad de las refinerías de petróleo saudíes, que podrían ser vulnerables a represalias hutíes.
La política exterior imperialista es una extensión de la política interna de los capitalistas. Trump volvió al poder prometiendo acabar con la inflación, revertir el deterioro del nivel de vida y marcar el comienzo de una nueva edad de oro del capitalismo estadounidense. Pero las encuestas de opinión sobre su gestión de la economía ya están cayendo. Un conflicto regional en Oriente Medio, que podría enzarzar a Irán, hundiría la economía estadounidense (y mundial) y correría el riesgo de arrastrar a Trump con ella.
Trump se enfrenta a un problema irresoluble en Oriente Medio. Necesita estabilidad en la región para poder centrarse en reducir la presencia del imperialismo estadounidense en el hemisferio occidental y apuntar a su mayor competidor, el creciente imperialismo chino. También necesita precios bajos de la energía para combatir la inflación.
Pero, a pesar de venderse como un candidato de «paz» el pasado noviembre, Trump se enfrenta a la realidad de tener que gestionar el declive del imperialismo estadounidense. Los imperialistas estadounidenses quieren restaurar la «libertad de navegación» en el Mar Rojo y el Canal de Suez para garantizar la estabilidad económica. Pero sus únicos medios para intentar hacerlo son las bombas y los misiles, que causan una carnicería inhumana en Yemen y amenazan con desestabilizar aún más toda la región.
El secretario de Defensa, Pete Hegseth, señaló en el chat que no actuar suponía el riesgo de ceder la iniciativa y, por lo tanto, un grado de control sobre cómo se desarrolla la última ronda de conflictos en Oriente Medio. Según Vance, esta posición aparentemente refleja el «consenso» de los asesores de política exterior de Trump, y por lo tanto los ataques siguieron adelante.
El tiempo dirá si estos bombardeos marcan el comienzo de una renovada ofensiva general contra Yemen, o si se trata de un acto aislado calculado simplemente para, en palabras de Vance, «enviar un mensaje» a Irán.
Europa y el Canal de Suez
Los mensajes de Signal también ponen de relieve el divorcio en curso entre el imperialismo estadounidense y el europeo. Es significativo que lo más sustancial de la transcripción de la conversación comience con JD Vance quejándose de que son las fuerzas estadounidenses, en lugar de las europeas, las que están tomando medidas para reabrir el Mar Rojo y el Canal de Suez.
Según sus cifras, solo el 3 % del comercio que pasa por el canal llega a Estados Unidos, en comparación con el 40 % del comercio europeo. Vance lamentó tener que «rescatar» a los europeos de nuevo.
Hegseth se sumó a la discusión, refiriéndose a la «aprovechada» Europa como «PATÉTICA». Más tarde, la conversación giró en torno a conseguir que Europa «remunerara» a EE. UU. por sus servicios contra los hutíes.
Cuando se le preguntó qué pensaba de los comentarios de Vance y Hegseth, Trump, con su estilo inimitable, respondió: «¿De verdad quieres que responda? Sí, creo que han estado aprovechándose».
Este comentario simplista de los círculos más altos del ejecutivo estadounidense tocó un punto sensible en Europa. Según informóPolitico:
«Es aleccionador ver la forma en que hablan de Europa cuando creen que nadie está escuchando», dijo un diplomático de la UE… «Pero al mismo tiempo esto no es sorprendente… Es solo que ahora vemos su razonamiento en todo su esplendor poco diplomático».
Un funcionario de la UE dijo que Vance «resulta ser el ideólogo en esta ocasión, pero está destinado a cometer errores y, finalmente, a fallar». Después de eso, en algún momento Estados Unidos volverá a ser un socio fiable, dijo el funcionario.
Un segundo diplomático de la UE coincidió en que la historia sugería que Estados Unidos volvería algún día a su papel de aliado sólido para Europa. «Por el momento, y a pesar de las a veces amables palabras diplomáticas, la confianza está rota», dijo el diplomático. «No hay alianza sin confianza».
Los europeos mantienen la esperanza de volver a la «fiabilidad» y restablecer la «confianza», presumiblemente si los demócratas vuelven al poder y cuando lo hagan, pero toda la experiencia apunta a lo contrario. Aunque Trump es un acelerador, el creciente conflicto entre Europa y EE. UU. tiene su origen en realidades económicas fundamentales.
El capitalismo europeo está en declive a largo plazo, y el capitalismo estadounidense quiere ralentizar su trayectoria por el mismo camino. Cuando estaba en ascenso, el imperialismo estadounidense respaldó la estabilidad europea extendiendo su paraguas militar por todo el continente. Ahora, Europa se ha convertido cada vez más en una carga, ya que los imperialistas estadounidenses se enfrentan a preocupaciones más acuciantes, sobre todo el auge de China.
Las actitudes trumpistas hacia Europa, como revelan las filtraciones de Signal, no son más que un reconocimiento más explícito y decidido de la situación real que el establishment liberal estadounidense está dispuesto a decir abiertamente.
Pero sus acciones hablan por sí solas. La Ley de Reducción de la Inflación de Joe Biden fue vista en las capitales europeas como un acto de guerra comercial. Peor aún, Biden provocó la guerra de Ucrania sabiendo que debilitaría las economías europeas, en particular la de Alemania.
La participación estadounidense en la destrucción del gasoducto Nord Stream 2, o al menos su aquiescencia, fue un acto de guerra cinética y económica, si es que alguna vez hubo uno. Esto es lo que los liberales estadounidenses «de confianza» piensan realmente de sus «amigos» europeos.
Levantar el velo
Tras meses de confusión, luchas internas y patético encogimiento ante Trump, los Demócratas están a la ofensiva. No, por supuesto, porque se opongan al asesinato criminal de mujeres y niños yemeníes. El único «crimen» que cometieron Trump y sus compinches fue «poner en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos» y levantar el velo del imperialismo estadounidense ante el mundo entero.
Los Demócratas se pronunciaron durante una audiencia del Comité de Inteligencia del Senado el 25 de marzo, acusando a la administración Trump de incompetencia y de poner en riesgo la seguridad de los soldados y espías estadounidenses. Los políticos liberales exigen la dimisión de Hegseth y Waltz.
Mientras tanto, los Demócratas de la Cámara de Representantes están preparando una resolución en la que piden a la administración que entregue los documentos relacionados con este incidente, que esperan someter a votación en los próximos días.
No es el bombardeo continuo de Yemen ni el apoyo de Trump a la renovada matanza de Israel en Gaza lo que provoca tal indignación por parte de los demócratas. ¡Todo lo contrario! Su preocupación no es otra que el éxito de estas escandalosas políticas estadounidenses, que Trump solo ha adoptado de sus predecesores demócratas.
La clase capitalista necesita un aliado fiable que les ayude a asegurar recursos vitales en Oriente Medio. Israel es la única opción que les queda. Los liberales y MAGA representan diferentes alas de esa clase, pero ambos están unidos en esta cuestión. Esto nos dice todo lo que necesitamos saber sobre el partido del «mal menor» de Estados Unidos.
¡Abajo el imperialismo estadounidense!
Los comunistas revolucionarios vemos estas filtraciones como una oportunidad de oro para desenmascarar las verdaderas maquinaciones que se desarrollan tras bambalinas del poder burgués. Mientras los medios proimperialistas se inquietan nerviosamente por la habilidad de los funcionarios de más alto rango de Trump, el RCA reconoce que la naturaleza caótica del trumpismo es parte integrante de la crisis cada vez más profunda del régimen burgués en Estados Unidos.
Sea cual sea el destino de Waltz y Hegseth, podemos estar seguros de que no se parecerá en nada al de personas como Julian Assange, Edward Snowden, Chelsea Manning y Jack Teixeira, quienes, independientemente de sus motivaciones, prestaron un servicio a la clase trabajadora mundial al revelar al público diversos aspectos de los crímenes imperialistas, y afrontaron consecuencias que les cambiaron la vida por sus esfuerzos.
La RCA lucha por el establecimiento de un gobierno obrero en Estados Unidos. Este gobierno pondrá fin a las políticas imperialistas de la clase capitalista, un esfuerzo que incluirá la divulgación completa de la diplomacia secreta, los planes militares, las operaciones de contrainteligencia y mucho más del antiguo gobierno capitalista. Hasta que llegue ese día, los comunistas estadounidenses lucharemos para exponer todos los planes y crímenes de la clase dominante.
Trump está a punto de anunciar su nuevo paquete arancelario en lo que él denominó «día de la libertad». Comentaristas, políticos, diplomáticos y directores ejecutivos se apresuran a averiguar qué es lo que se avecina. Trump, como es habitual, ha hecho esperar a todo el mundo. Pero aunque los detalles no están claros, la dirección del viaje sí lo está.
Trump está preparando una avalancha de anuncios para el 2 de abril. Sus aranceles sobre los automóviles, anunciados el 26 de marzo, ya causaron nerviosismo en los mercados, sobre todo entre las marcas europeas y asiáticas que dependen en gran medida del mercado estadounidense.
Trump parece haber decidido que el 25 por ciento es un buen tipo arancelario. Ahora ha anunciado aranceles de este nivel para México, para Canadá, para el acero, el aluminio y ahora para la industria automovilística. Su objetivo está muy claro: quiere obligar a las empresas a trasladar la producción a Estados Unidos, y no solo el montaje de vehículos, sino el aluminio, la transmisión, los motores, etc. Y no solo para los automóviles, aunque es una parte especialmente importante de la economía mundial, sino para los productos farmacéuticos, etc.
Mientras que México y el Reino Unido han intentado convencer a Trump para que elimine los aranceles, China, la UE, Japón y Canadá se están preparando para responder con la misma moneda, y Trump ha amenazado repetidamente con tomar represalias por su parte, incluso en mitad de la noche del 26 de marzo. Esta es la receta para una guerra comercial. No sería la primera guerra comercial en la que se involucra Trump, por supuesto. Ya se involucró en una con China en su primer mandato, pero esta vez no se enfrenta solo a China, sino al mundo entero.
Lo que sucedió en la década de 1930
Se están estableciendo paralelismos inmediatos con la década de 1930, y hay algunos paralelismos. Tras el crac de 1929, las distintas naciones de Europa y Estados Unidos recurrieron al proteccionismo para intentar exportar la crisis.
Estados Unidos introdujo la Ley Arancelaria Smoot-Hawley en 1930, elevando los aranceles a una media del 20 por ciento. Esto y las contramedidas adoptadas por otras naciones provocaron el colapso de las exportaciones e importaciones estadounidenses. Al igual que ahora, Canadá se vio afectado y tomó represalias. No es casualidad que Trump esté utilizando ahora algunas cláusulas olvidadas de esa ley para imponer esta última ronda de aranceles.
Inicialmente, la ley tuvo el efecto de reactivar la economía estadounidense, pero a medida que la recesión se hizo notar en 1931 tras el colapso del Creditanstalt en Austria, los efectos fueron aún más graves. Tanto las exportaciones como las importaciones estadounidenses cayeron en aproximadamente dos tercios y, en 1932, la producción industrial se había desplomado en un 46 por ciento.
Muchas naciones europeas siguieron su ejemplo. El Reino Unido introdujo la preferencia imperial en 1932, lo que dificultó las exportaciones al Reino Unido desde fuera del Imperio Británico, y otros países, como Francia, fueron aún más lejos en su proteccionismo.
Pero no fueron solo las barreras comerciales formales las que moldearon las nuevas relaciones comerciales. Uno tras otro, los países abandonaron el patrón oro. Es decir, abandonaron el tipo de cambio fijo entre la moneda (libra, dólar, franco, etc.) y el oro.
El abandono del patrón oro supuso un colapso en el valor de la moneda, lo que dio a los países en cuestión una ventaja competitiva sobre sus rivales. Por lo tanto, no es de extrañar que los países que se mantuvieron más tiempo en el patrón oro (Francia, EE. UU.) tuvieran que recurrir a medidas más proteccionistas. Trotsky lo señaló en 1934: «Las desviaciones del patrón oro desgarran la economía mundial con más éxito que los muros arancelarios».
En general, el comercio mundial cayó un 66 %, un golpe devastador para la economía mundial. Esto se reflejó en un colapso de la producción industrial en Alemania del 41 %, en Francia del 24 % y en el Reino Unido del 23 %. Al mismo tiempo, debido al desempleo masivo y al colapso general de la economía, el precio de los productos se desplomó, exacerbando la crisis endémica de sobreproducción.
La crisis, por supuesto, no la causó el proteccionismo, sino que el proteccionismo fue una consecuencia de la crisis, que a su vez la exacerbó masivamente.
La limitación del Estado nación
La razón de esto radica en el propio desarrollo de la economía. Una y otra vez, los marxistas han señalado que a medida que las fuerzas productivas (maquinaria, ciencia, tecnología, educación, etc.) se desarrollan, chocan con los límites del Estado nación. Lenin lo expuso con contundencia en El imperialismo: fase superior del capitalismo, por ejemplo. En ese libro explicó cómo se desarrolló el imperialismo a medida que los monopolios superaron el mercado nacional.
Ahora bien, lo que los políticos, presionados por la crisis, intentaban hacer era intentar retroceder en el tiempo. Hay un claro paralelismo con la actualidad. Trotsky escribió sobre el inútil intento:
«Se pone cabeza abajo la tarea progresiva de cómo adaptar las relaciones económicas y sociales a la nueva tecnología, y se plantea cómo restringir y coartar las fuerzas productivas de manera de hacerlas encajar en los viejos límites nacionales y en las caducas relaciones sociales. En ambas orillas del Atlántico se derrocha no poca energía mental para resolver el fantástico problema de cómo hacer para que el cocodrilo vuelva al huevo de gallina. El ultramoderno nacionalismo económico está irrevocablemente condenado por su propio carácter reaccionario; retrasa y disminuye las fuerzas productivas del hombre». (El nacionalismo y la economía, 1933)
Y ese fue precisamente el efecto de las diversas medidas que adoptaron los gobiernos. Al intentar retroceder en el desarrollo de las fuerzas productivas, al obligarlas a volver a la camisa de fuerza del Estado nación, es decir, el mercado nacional, no lograron reactivar la economía, sino hundirla en la depresión.
Al final, la economía sí se recuperó, tras la destrucción de enormes fuerzas productivas durante la Segunda Guerra Mundial, y con la ayuda de los partidos socialdemócrata y comunista para estabilizar el capitalismo. En Occidente, el imperialismo estadounidense salió de la guerra como potencia completamente dominante, y la economía encontró un nuevo equilibrio.
Estados Unidos persuadió a los imperialismos francés, alemán y británico para que cooperaran en la reconstrucción de Europa tras la guerra. Se creó una nueva institución encargada de abrir los mercados, el GATT, que se convirtió gradualmente en la OMC.
En Europa, se creó la Comunidad del Carbón y del Acero. Trotsky señaló esta necesidad económica ya en 1923:
«En el fondo la guerra plantea la necesidad que tienen las fuerzas productivas de un escenario más amplio de desarrollo, sin ser bloqueadas por murallas arancelarias. Similarmente, en la ocupación del Ruhr tan fatal para Europa y la humanidad, encontramos una expresión distorsionada de la necesidad de unir el carbón del Ruhr con el hierro de Lorena. Europa no puede desarrollarse económicamente en el marco de las fronteras estatales y aduaneras impuestas en Versalles. Europa está obligada a remover sus fronteras, o a enfrentar la amenaza de una decadencia económica total. Pero los métodos adoptados por la burguesía en el poder para superar las fronteras que ella misma creó sólo están acelerando el caos existente y acelerando la desintegración.». (¿Es apropiado el momento para la consigna: los Estados Unidos de Europa?, 1923)
En otras palabras, ya en 1923, Trotsky previó la necesidad económica de esta unidad económica, que precisamente unía las industrias del carbón y el acero de Francia, Alemania Occidental, los Países Bajos y Bélgica. Esto se debía a que en las pequeñas naciones de Europa, las limitaciones que el Estado-nación imponía al desarrollo de la economía eran aún mayores.
Como sabemos, la Comunidad del Carbón y del Acero resultó insuficiente. Con el tiempo, al igual que el GATT, amplió su alcance y se convirtió en la Comunidad Europea y luego en la Unión Europea. En cada paso del camino, el imperialismo estadounidense estuvo presente y apoyó una mayor integración de Europa, porque les convenía en ese momento. La razón por la que hubo que ampliar el alcance limitado inicial de estas organizaciones no es difícil de entender, si se parte del punto de vista de que las fuerzas productivas, a medida que se desarrollan, acaban superando al Estado nación.
Es decir, a medida que los monopolios se desarrollaban en la Unión Europea, en las nuevas industrias emergentes, como la fabricación de automóviles y los productos químicos, tensaban las limitaciones del Estado nación y necesitaban una salida en el mercado europeo. Por lo tanto, necesitaban eliminar una barrera tras otra. Y debido a que la economía, en general, estaba creciendo, era posible una cierta división amistosa de los beneficios. Esto fue así sobre todo porque Estados Unidos, que tenía las industrias más avanzadas y productivas, estaba ahí para seguir impulsando el libre comercio.
La clase capitalista en general se benefició de este nuevo régimen. En particular, era un régimen de relativa estabilidad política y social. Había suficientes beneficios para repartir e incluso se hicieron concesiones significativas a los trabajadores. Y, mientras tanto, la Unión Soviética estaba ahí como una amenaza siempre presente.
Un nuevo repunte de la economía era posible en estas condiciones y bajo este régimen. La productividad del trabajo aumentó masivamente en todos los sentidos. A lo largo de los años cincuenta y sesenta, esto fue acompañado por los correspondientes aumentos salariales en términos reales. Debido al aumento de la productividad, los trabajadores de Occidente pudieron permitirse un nivel de vida como nunca antes habían tenido: casas, coches, televisores, educación, sanidad, pensiones, etc.
Pero todo esto fue precisamente porque las fuerzas productivas pudieron seguir desarrollándose bajo un régimen de mayor especialización, mayor libertad de comercio, etc. La división mundial del trabajo fue esencial para el desarrollo continuo de las fuerzas productivas.
Junto con este desarrollo se produjo naturalmente el desarrollo de monopolios masivos que dominaron el mercado mundial. Las empresas menos productivas, al ser menos eficientes y carecer de la maquinaria más avanzada, quebraron o fueron compradas por sus rivales más grandes. No es el momento de tratar esta cuestión en detalle, pero si nos fijamos en cualquier industria importante, ya sea de materias primas, componentes o productos acabados, hoy en todas están concentradas en unas pocas empresas.
Pero, contrariamente a los sueños de los partidarios del libre mercado, es precisamente la libre competencia la que da origen a estos monopolios.
El proteccionismo hoy en día
Volviendo a la cuestión de hoy, hemos llegado a un mundo mucho más desarrollado y mucho más integrado económicamente que en la época de Trotsky. Desde 1960, la economía mundial ha crecido, en términos reales, aproximadamente ocho veces su tamaño. Sin embargo, el volumen del comercio mundial se ha multiplicado por veinte y, en términos de valor, aún más.
Cuando Estados Unidos se embarcó en su racha proteccionista en 1930, la relación entre el comercio y el PIB era de alrededor del 9 por ciento, ahora es más del 25 por ciento. Y para la industria manufacturera es aún más decisivo. El valor de la producción manufacturera de Estados Unidos es de 2,3 billones de dólares, pero el valor de las exportaciones manufactureras de Estados Unidos es de 1,6 billones de dólares. Eso no significa que el 70 % de los productos manufacturados se produzcan para la exportación (los componentes pueden cruzar la frontera varias veces antes de terminar en el producto final), pero muestra el grado de integración de la manufactura con el mercado mundial.
Así pues, cuando Estados Unidos y el resto del mundo se embarcan ahora en otra borrachera proteccionista, lo hacen desde un punto de partida muy diferente. Si se quisiera, como dijo Trotsky, «hacer retroceder al cocodrilo hasta el huevo de gallina», eso supondría una tremenda destrucción de las fuerzas productivas y una miseria incalculable.
Los economistas burgueses son muy conscientes de este hecho, por lo que han declarado «nunca más» al proteccionismo. Pero como tantos «nunca más» económicos, como la impresión de dinero, ha tenido que dar paso al desarrollo real de los antagonismos internacionales y de clase.
Trump no inventó el proteccionismo. En la actualidad, existen 4650 restricciones a la importación entre los países del G20, según Global Trade Alert, lo que supone diez veces más que en 2008. Estados Unidos está intentando cortar las alas a la economía china, algo que lleva intentando hacer desde 2018. Hay aranceles de EE. UU. y la UE contra China para los vehículos eléctricos. Está la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) de Biden, varios intentos de subvencionar la producción nacional de chips, etc. Todo esto precedió al segundo mandato de Trump. Esta ya era la dirección de la hoja de ruta antes de que él volviera a la escena. Mientras que durante todo un período histórico, el comercio mundial creció más rápido que la economía mundial, este ya no es el caso.
La guerra comercial de Trump es sin duda una aceleración en esta dirección. Nadie sabe hasta dónde llegará esta guerra, pero la agencia Fitch Ratings especula que el tipo arancelario medio de EE. UU. podría alcanzar el 18 %, frente al 8 % actual, lo que supondría el nivel más alto desde 1934.
Los planes de Trump plantean dificultades particulares para la economía mundial, cuya lógica no es solo imponer aranceles al producto final (como los automóviles), sino a todos los componentes de los automóviles. Esto plantea la posibilidad de que no solo se aplique un arancel único del 25 %, sino que haya que pagarlo varias veces, en distintas etapas del proceso de producción.
«Cada vez que una pieza cruza una frontera, se le aplicará un impuesto», dijo. Un ejemplo que dio Abuelsamid es el de un fabricante de automóviles que no quiso nombrar y que le dijo que obtiene los materiales para fabricar arneses de cables de Japón. Esos materiales van a México para convertirse en el arnés de cables, luego esos arneses se envían a Texas para ser conectados a un airbag. Luego se envían de vuelta a la planta del fabricante de automóviles en México para ser instalados en un asiento de coche. Luego, el vehículo se envía de vuelta a Estados Unidos».
Cuando la industria automovilística estima que podría terminar añadiendo entre 4.000 y 12.000 dólares al precio del coche, se refiere a esto. Este arnés aquí se grava efectivamente dos veces. Esto también significará que los exportadores estadounidenses perderán aún más capacidad para competir en el mercado mundial, ya que tendrán que gravar sus componentes varias veces antes de exportarlos.
Lo que hace este arancel general, y esto es probablemente bastante deliberado desde el punto de vista de Trump, es deshacer las cadenas de suministro globales. Pero esto es extremadamente costoso. BMW, por ejemplo, tiene tres plantas principales en Europa que producen motores, cada una de ellas especializada en motores particulares para modelos particulares de automóviles. Construir otra fábrica para producir motores solo para el mercado estadounidense sería extremadamente costoso. Lo mismo ocurre con cualquier otra pieza del automóvil que no se produzca ya en EE. UU. Cualquier contramedida de la UE, China y Japón que afecte a los componentes producidos en EE. UU. empeorará inevitablemente la situación.
Una posición proletaria
¿Cuáles son entonces los intereses de la clase trabajadora en todo esto? El dirigente del sindicato estadounidense de trabajadores del automóvil UAW, Shawn Fain, ha elogiado a Trump «por dar un paso adelante para poner fin al desastre del libre comercio que ha devastado a las comunidades de clase trabajadora durante décadas».
Sin duda, tiene razón. El desmantelamiento de la base industrial de Michigan ha tenido un efecto devastador en toda la región. Pero no es posible volver a meter al genio en la lámpara, y el intento de Trump de hacerlo tendrá consecuencias devastadoras.
Tampoco podemos defender la política de libre comercio, precisamente porque nos ha llevado a este punto en primer lugar. La política de libre comercio es la política de cerrar fábricas, devastar comunidades, todo con la promesa de que a la larga todo será para mejor.
Los socialdemócratas alemanes, en vísperas de la victoria de Hitler, propusieron precisamente una política tan demencial. Dejemos que la crisis se extienda por la clase trabajadora; al final todo será para mejor. Solo que el camino hacia el equilibrio económico pasó por el fascismo y la guerra mundial. Hoy en día, eso no está en las cartas en el futuro inmediato, pero la miseria que trae el capitalismo de libre comercio está ahí para que todos la vean.
Trotsky señala precisamente cómo el fin del libre comercio está vinculado a la crisis misma:
«La libertad de comercio, como la libertad de competencia, como la prosperidad de la clase media, pertenecen irrevocablemente al pasado. Conducirnos al pasado es ahora la única medicina de los reformadores democráticos del capitalismo».
Los que discuten en ambos bandos —los partidarios del libre comercio y los proteccionistas— quieren restaurar la sociedad a su estado anterior a la crisis, pero ninguno tiene la capacidad de hacerlo. Ni el restablecimiento de la libertad de comercio ni la creación de nuevas barreras arancelarias resolverán la crisis.
La verdad es que son precisamente el desarrollo de las fuerzas productivas y el mercado mundial los que han hecho posible el capitalismo nacional y han creado la crisis económica más extensa que el mundo haya experimentado jamás. Toda la situación es una en la que las fuerzas productivas se rebelan contra el Estado nación y la propiedad privada. Dejamos las últimas palabras a Trotsky:
«En consecuencia, para salvar a la sociedad no es necesario detener el desarrollo de la técnica, cerrar las fábricas, conceder premios a los agricultores para que saboteen a la agricultura, transformar a un tercio de los trabajadores en mendigos, ni llamar a los maníacos para que hagan de dictadores. Ninguna de estas medidas, que constituyen una burla horrible para los intereses de la sociedad, es necesaria. Lo que es indispensable y urgente es separar los medios de producción de sus actuales propietarios parásitos y organizar la sociedad de acuerdo con un plan racional. Entonces será realmente posible por primera vez curar a la sociedad de sus males. Todos los que sean capaces de trabajar deben encontrar un empleo. La jornada de trabajo debe disminuir gradualmente. Las necesidades de todos los miembros de la sociedad encontrarán la posibilidad de una satisfacción creciente. Las palabras “pobreza”, “crisis”, “explotación”, saldrán de circulación. La humanidad podrá cruzar finalmente el umbral de la verdadera humanidad.» (El marxismo y nuestra época, 1940)
Los primeros meses del año están planteando retos muy importantes para el actual gobierno y también para la lucha de clases. La llegada de Trump está estremeciendo a la 4T de tal forma que está acelerando las contradicciones inherentes al reformismo. Sumemos a eso una ola de movilizaciones que han encabezado los profesores de la CNTE contra la reforma a la Ley del ISSSTE (los profesores de Zacatecas y Chapingo); en las escuelas también está subiendo el ambiente por la demanda de comedores subsidiados para los estudiantes.
La lucha de clases en ascenso
Más de 6 mil movilizaciones sociales, de diferentes tipos, se vivieron a lo largo del gobierno de AMLO. Muchas de ellas tenían un tinte de derecha, otras más no se movilizaban exactamente contra el gobierno sino contra la patronal y autoridades locales o direcciones universitarias; pocas de ellas venían desde la izquierda para remarcar el rechazo a las políticas reformistas del gobierno anterior. Podríamos decir que una de las grandes victorias del gobierno de AMLO fue desmovilizar al grueso del movimiento social, por la izquierda.
Uno de los dos componentes fundamentales para lograr esto fue, por un lado, un componente político de primer orden: su figura. AMLO utilizó todo su capital político acumulado por su larga trayectoria política, la confianza que tenían en él los referentes y bases del movimiento social, así como los ataques de la derecha que él capitalizaba todas las mañanas. Estas condiciones permitieron no sólo frenar las movilizaciones y pedir a la gente que tuviera paciencia, insistiendoles que él resolvería los problemas. También permitió reforzar o reorganizar el maltrecho Estado capitalista. Bajo su mandato los diferentes órganos armados del Estado se fortalecieron y recuperaron credibilidad en la sociedad (particularmente el Ejército).
El otro factor fue la cantidad de programas sociales que dio a millones de personas, principalmente a las más necesitadas. Más de 25 millones de familias se beneficiaron por lo menos de un programa social. Sumemos a esto su política salarial, que hizo crecer los salarios mínimos, recuperando con ello un poco del nivel adquisitivo de la clase obrera. En algunos sectores, como los profesores y trabajadores de la salud laborantes del Estado, prometió un salario mínimo de 16 mil pesos, muy por encima del que se tenía anteriormente. Estas fueron las bases sobre las que se asentó una cierta paz social.
Las movilizaciones de ahora son en sumo interesantes, no sólo por la cantidad de lugares en donde se están movilizando, sino porque son directamente contra una política del gobierno de Claudia Sheinbaum. En un primer momento se presentó una reforma al ISSSTE con la cual se quería cambiar una serie de reglamentaciones para que Fovissste pudiera construir vivienda para los trabajadores y aumentar el monto de cotización al ISSSTE por parte de los trabajadores que en su totalidad ganaran más de 10 UMAS —cosa que después se modificó y se dijo que eso sólo lo pagarían los de confianza y no trabajadores de base—, entre otras medidas.
Esto despertó a los profesores de la CNTE, los cuales se opusieron a la reforma y retomaron la consigna de derogar la reforma a la Ley del ISSSTE del 2007, que eliminó la jubilación solidaria, el retiro a los 30 años de trabajo y los topes de 28 años de servicio para mujeres y de 30 para los hombres. Además de que los ahorros de los trabajadores pasaron a las manos privadas de las Afores.
El gobierno salió a decir que las modificaciones no afectarían a los trabajadores y después retiró su reforma, pero los profesores se han mantenido en la calle de forma correcta. Están planificando incrementar su lucha hasta echar abajo la reforma del 2007. El gobierno dice que está abierto a la discusión y les ha pedido que no se vayan a paro, pero los trabajadores se han mantenido claros en la lucha.
Sumemos a esto la huelga de los trabajadores de la Universidad de Chapingo, quienes plantean un aumento salarial y planes de jubilaciones para los profesores. Aunque las autoridades han hecho todo lo posible por descarrilar la lucha y no se han sentado a negociar, los profesores siguen firmes en la lucha.
En Zacatecas, los trabajadores de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ) también se han ido a huelga: 33 planteles han parado sus actividades, desde secundaria hasta posgrado. La demanda central es un aumento salarial del 15%, mientras que la Rectoría sólo ofrece el 4% y un 1% más en prestaciones; claramente un insulto a los trabajadores sindicalizados. La huelga ha llamado a movilizaciones importantes en la que otras organizaciones sociales y políticas han tomado parte. Esta lucha ya lleva 20 días y los trabajadores siguen resistiendo.
Aunemos a esto el ambiente entre los estudiantes, los cuales han tomado planteles, se han movilizado en diferentes escuelas y por diferentes demandas. Por ejemplo, hay paros y movilizaciones en la Universidad de Puebla. En Yucatán también se tomó el plantel de la UNAM en Mérida, en el IPN la UPIITA se ha ido a paro y en las escuelas de media superior de la UNAM ha habido paros y movilizaciones demandando comedores universitarios, etc.
No podemos decir que hay un cambio radical en el ambiente entre los trabajadores y la juventud, pero lo que sí podemos decir es que estamos entrando a un periodo diferente, donde las aguas se van a comenzar a agitar en diferentes sectores de la sociedad. Entre la clase obrera hay demandas económicas y políticas que se tienen que arrancar a la patronal o directamente al gobierno. Entre la juventud el malestar siempre se está acumulando; no es raro, pues es el sector que no ve un futuro dentro del capitalismo. Las mujeres de la clase obrera han salido este 8 de marzo —200 mil mujeres jóvenes salieron a las calles de la Ciudad de México y hubo manifestaciones en más de 20 ciudades—; en las escuelas no hay salida para las demandas, como comedores subsidiados, y en las calles la violencia no para. La juventud es quien siente lo peor de este sistema y no será casualidad que sean los que más se movilicen en el siguiente periodo.
Trump acelera las contradicciones
Como lo hemos explicado en otros artículos, la llegada de Trump al gobierno de los EE. UU. está planteando una serie de retos complicados para el gobierno de la 4T. No queremos repetir nuevamente lo que ya hemos escrito en otros artículos. Lo que sí queremos mencionar es cómo es que con Trump en el gobierno norteamericano va a acelerar las contradicciones ya existentes en este gobierno.
A partir de que Trump llegó al gobierno de los EE. UU. la situación se ha vuelto más inestable a nivel mundial. Mientras intenta terminar con los conflictos bélicos (Ucrania y Palestina), desata una serie de conflictos económicos y políticos. Toda la política norteamericana está marcada por una necesidad que Trump intentó resolver. El imperialismo norteamericano se ha debilitado en medio del surgimiento de otras potencias mundiales y la necesidad de EEUU es fortalecerse: recuperar su capacidad industrial (con los aranceles busca que las empresas regresen a EEUU), resguardar sus zonas de influencia (someter a duras presiones a México y Canadá, para que sean los más serviles, y si esto no sucede habrá aranceles), retirarse de las regiones donde antes tenía comprometido apoyo económico y militar (abandonar a la Unión Europea a su suerte, lo mismo que a Ucrania) y luchar por quedarse con regiones o sectores estratégicos que sirvan a sus planes (recuperar el Canal de Panamá, tomar Groenlandia y desarrollar su mercado de microchips e inteligencia artificial).
De aquí se desprende toda su política de ataques contra México. Aunque el gobierno actual está diciendo que va a luchar “con dignidad” para defender la soberanía, en realidad ha cedido en todo lo que Trump a requerido: ha movilizado 10 mil elementos de la Guardia Nacional a la frontera norte, ha transformado su política contra el narco —nada de abrazos—, han mandado de regalo 29 capos que EE. UU. quiere como trofeos y ha endurecido la política arancelaria contra las mercancías chinas. Lo que ha querido el imperialismo, lo ha obtenido.
Los gobiernos de la 4T no han querido romper con la dependencia que hay hacia los EE. UU., por el contrario, su política ha sido para mantener ese vínculo dependiente. AMLO primero y ahora Claudia hacen todo lo posible para “aprovechar” los “negocios” con el imperialismo norteamericano. Las obras de infraestructura desarrolladas en el sexenio pasado tienen ese fin. Y por un tiempo parecía que este proyecto conectaba con el ambiente internacional de relocalización económica (o nearshoring); llegaron capitales a invertir aprovechando la posición geográfica de México y sus tratados comerciales con los EE. UU., para que las mercancías de las nuevas firmas entraran al mercado estadounidense sin pagar impuestos. Ahora esto está por irse por la borda. El llamado “milagro mexicano” puede convertirse en su contrario si los aranceles al final se imponen.
La presión que está ejerciendo el imperialismo está llevando a una negociación mensual y con ella aumenta la incertidumbre. Las empresas no están seguras si seguir invirtiendo, sacar sus inversiones y regresar a los EE. UU., o esperar. Hay una sensación de inestabilidad entre la burguesía que tiene intereses en el país y esto no es bueno para la economía, la cual ya lleva varios semestres estancada.
Además, Claudia está buscando sustituir mercancías chinas para los componentes automovilísticos que se arman en México. También ha impuesto aranceles a la ropa de ese país. Ha dicho que mantendrá una posición dura con respecto a China, cuando son los EE. UU. los que le han dado de patadas en la boca. Parece un chiste: quien la está tratando con la punta del pie son los norteamericanos, pero les ha dicho que defenderá los negocios que tiene con ellos, a como dé lugar. No creemos que la alternativa sea atarse a otro país imperialista, pero llama la atención esta postura de entrega total al imperialismo gringo.
En fin, no sólo se trata del tema económico, aunque sea en efecto el principal. Hay presiones hacia los migrantes, que EE. UU, está regresando (ya van 19 mil). A ello sumemos los casi un millón de latinos que están en el país porque esperaban una visa humanitaria para cruzar la frontera norte. Si los aranceles van adelante y comienzan a salir empresas del país, el desempleo se intensificará.
Y para terminar, tenemos la situación de los cárteles de la droga mexicanos, de los cuales 6 han sido declarados organizaciones terroristas por el gobierno estadounidense. Como ya lo hemos dicho, es difícil pensar en una intervención armada para terminar con ellos; esto implicaría un estallido de las masas contra esta política intervencionista. Pero lo que sí está claro es que esto es un garrote en manos de los americanos que será utilizado en el momento que les plazca para dar de porrazos en la cabeza del gobierno mexicano. Esto no puede ser llamado un “trato digno”, ni “de iguales”; esto no muestra la verdadera naturaleza de las relaciones entre México y los EE. UU.: la del amo y el esclavo.
Tiempos de inestabilidad y lucha
Aunque el gobierno de Claudia se ha anotado ciertas victorias parciales, como retrasar los aranceles por dos meses, y esto le ha valido el aumento de su popularidad: 80% de los mexicanos le apoyan y ahora hay un pacto —un frente popular— entre los empresarios y el gobierno, pero esto no garantiza una estabilidad de ningún tipo.
Por el contrario, esa fortaleza y confianza que otrora había en 4T se va a erosionar rápidamente. Esto no va a suceder de un día para otro, ni de forma lineal, pero lo que sí podremos ver será un periodo en el que la lucha de clases en las calles comenzará a sentirse más; se harán presentes la clase obrera y la juventud. Estas luchas no sólo estarán justificadas, sino que tendrán toda la obligación de redoblarse para triunfar.
Al tiempo que las presiones del imperialismo aumenten y se sientan las consecuencias de sus políticas agresivas, el gobierno tendrá de dos: o radicaliza su postura con respecto a los EE. UU. y lucha en las calles para evitar el cierre de fábricas y los despidos (haciendo llamados a los trabajadores a defender el empleo por medio de las huelgas, como Cárdenas lo hizo en su momento, y ciertamente éste es el camino menos probable), o sigue cediendo a lo que el imperialismo quiera, mientras se fortalece el vínculo del gobierno con la burguesía nacional; este vínculo se manifestará en un apoyo del gobierno a estos sectores a todos los niveles, dando condonaciones de impuestos, invirtiendo en capitales de riesgo, protegiendo sus inversiones, etc. A mediano plazo, la burguesía también pedirá reformas que defiendan sus intereses contra los trabajadores.
Nosotros queremos luchar contra el imperialismo y sus ataques, y estaremos del lado de los trabajadores y la juventud en la lucha por sus demandas. Entendemos que la única forma de luchar seriamente contra el imperialismo es luchar contra el capitalismo también. Si Claudia Sheinbaum toma el camino cardenista, apoyaremos su política de forma crítica, pero si toma la otra alternativa de aliarse cada vez más con la burguesía nacional y ceder ante el imperialismo, nosotros no la apoyaremos y diremos claramente que ese camino sólo la llevará a la derrota.
Independientemente de qué camino siga este gobierno, la tarea de los comunistas es muy clara: seguir aglutinando fuerza para la formación del partido revolucionario, luchar con nuestra clase y preparar los cuadros para los futuros acontecimientos en la lucha de clases. Los comunistas somos internacionalistas y creemos que en quien deberíamos apoyarnos es en la clase obrera norteamericana y canadiense para luchar contra el capitalismo y el imperialismo en la región, y así poder establecer una unión de Estados socialistas, en Norteamérica y el mundo.
Un espectro recorre Europa. Este horrible fenómeno ha aparecido de repente, como por arte de magia negra, conjurado desde la más oscura fosa del infierno por un malévolo demonio, para asolar y atormentar a las buenas gentes de la Tierra, perturbar su descanso y sus peores pesadillas.
Lo peor de este fenómeno es precisamente que nadie parece capaz de explicarlo. Se presenta como una fuerza de la naturaleza aparentemente imparable, que arrasa con todo. En un espacio de tiempo asombrosamente corto, ha logrado hacerse con el control del país más rico y poderoso de la Tierra.
Todas las fuerzas combinadas de los grandes y los buenos, todos los defensores del “orden internacional basado en normas”, todos los defensores de los valores tradicionales, todos se han unido para derrotar a este monstruo de iniquidad.
Nuestra maravillosa prensa libre, que todo el mundo sabe que es la principal defensora de la libertad y la libertad de expresión, se unió como un solo hombre para librar la buena batalla en defensa de la democracia, la libertad y la ley y el orden.
Pero todos han fracasado.
El nombre de este espectro es Donald J Trump.
Pánico
La absoluta bancarrota intelectual de la clase dominante queda demostrada por la total incapacidad de los estrategas del capital para comprender a la situación actual, y mucho menos para ofrecer una predicción satisfactoria de los acontecimientos futuros.
Esta decadencia intelectual ha alcanzado su nivel más bajo en las personas de los líderes políticos de Europa. Han llevado a este continente, antaño poderoso, directamente a un pantano de decadencia económica, cultural y militar, reduciéndolo a un estado de completa impotencia.
Tras haber sacrificado todo en beneficio del imperialismo estadounidense durante décadas y haberse acostumbrado al humillante papel de serviles secuaces de Washington, ahora se encuentran abandonados por sus antiguos aliados y abandonados a su suerte.
Su estupidez ha quedado ahora completamente al descubierto con la derrota en Ucrania y el colapso de sus absurdos sueños de derrotar a Rusia y destruirla como potencia. Por el contrario, ahora se encuentran con una Rusia poderosa y resurgente, dotada de un enorme ejército, pertrechada con las armas más modernas y curtida por años de experiencia en batalla.
En esta coyuntura crítica, se encuentran repentinamente abandonados por la potencia que se suponía iba a acudir en su defensa. Ahora corren como pollos sin cabeza, desviviendose en su prisa por expresar su apoyo eterno e inquebrantable a Volodymyr Zelensky.
Despotrican y se enfurecen contra el hombre de la Casa Blanca, al que consideran el único responsable del desastre que de repente se ha abatido sobre ellos.
Pero todo este coro histérico no es más que una expresión de pánico, que, a su vez, no es más que una expresión de miedo: miedo puro, ciego, destilado. Detrás de la falsa fachada de desafío, estos líderes están paralizados por el terror, como un conejo cegado por los faros de un coche que se acerca.
¿Cuál es la verdadera razón?
Si somos capaces de ignorar, por un momento, la cacofonía de quejas, protestas e insultos, y tratamos de encontrar lo que todo ello significa, a través de la densa niebla de la histeria mediática, empieza a aparecer el tenue esbozo de la verdad.
Para cualquier persona con medio cerebro, es evidente que una crisis de tal magnitud no puede ser obra de un solo individuo, aunque esté dotado de poderes sobrehumanos. Se trata de una “explicación” que no explica nada. Más que a la ciencia política, se asemeja al turbio reino de la demonología.
“Con Trump, la agenda mundial cambiará, nos guste o no. La batalla contra el colapso climático sufrirá un duro golpe, las relaciones internacionales se volverán más transaccionales, la lucha de Ucrania contra la agresión rusa puede ser apuñalada por la espalda, y Taiwán estará mirando el cañón de un arma china. Las democracias liberales de todo el mundo, incluida Gran Bretaña, también se verán sometidas a un nuevo asedio por parte de sus propios imitadores de Trump, impulsados por las redes sociales que desprecian la verdad.
“Los votantes estadounidenses han hecho algo terrible e imperdonable esta semana. No deberíamos tener reparos en decir que se han alejado del ethos y las normas compartidas que han dado forma al mundo, generalmente para mejor, desde 1945. Los estadounidenses han llegado a la conclusión de que Trump no es “raro”, como brevemente estuvo de moda afirmar, sino la corriente dominante. Los votantes salieron el martes y votaron raro en gran número. Los estadounidenses deben vivir con las consecuencias de ello”. (The Guardian, 6 de noviembre de 2024)
Y aquí estamos. The Guardian, la expresión más repulsiva y descarada de la hipocresía liberal, culpa de todo al pueblo estadounidense, que ha cometido el imperdonable pecado de votar en unas elecciones democráticas libres y justas a un candidato que no es de su agrado.
Pero, ¿cómo explicar esta aberración espantosa? Según nos informa The Guardian con toda franqueza, es el resultado de la supuesta “rareza” del pueblo estadounidense. La definición de “rareza” es evidentemente cualquier cosa que no coincida con los prejuicios del consejo de redacción de The Guardian.
Lo que realmente quieren decir es que el electorado estadounidense -es decir, millones de hombres y mujeres corrientes de clase trabajadora- no son realmente aptos para ejercer el derecho al voto, ya que son orgánicamente “raros”.
Hablando claro, todos los estadounidenses están naturalmente inclinados al racismo, al odio a las minorías y a una incomprensible aversión a los principios del liberalismo burgués. Esto los hace naturalmente reacios a la democracia e inclinados al fascismo, tal como lo representa, por supuesto, Donald Trump.
Pero, ¿de dónde viene esta rareza? ¿Y eran también “raros” los mismos electores estadounidenses cuando votaron a Joe Biden o a Obama? Evidentemente, en aquel momento estaban preeminentemente cuerdos. ¿Qué ha cambiado?
Lo extraño aquí no es la conducta de los votantes estadounidenses, cuyas decisiones fueron en realidad bastante racionales y pueden comprenderse fácilmente, sino sólo las contorsiones mentales de la miserable tribu pequeñoburguesa de escribas liberales, cuyo compromiso con la democracia evidentemente se detiene por completo en cuanto el electorado vota “en el sentido equivocado”.
Su concepción de la democracia -que uno puede apoyar las elecciones, sólo si resultan en la elección de candidatos que son de nuestro agrado- me parece un tanto “rara”. Sin embargo, la anulación de las recientes elecciones en Rumanía la confirma de forma sorprendente.
Las autoridades rumanas anularon la primera vuelta de las elecciones presidenciales de diciembre porque no les gustaba que un candidato que desaprobaban, Călin Georgescu, las hubiera ganado. No contentos con ello, le impidieron concurrir a la repetición de las elecciones presidenciales de mayo.
Estas acciones contaron con el pleno apoyo de los dirigentes de la UE en Bruselas. Por supuesto, The Guardian también aplaudió la cancelación de unas elecciones con todo el entusiasmo posible. Esta es, obviamente, la forma de evitar que gente como Donald Trump gane unas elecciones.
¡Viva! ¡Tres hurras por la democracia!
¡El fascismo ha llegado!
Desde el principio, los medios de comunicación lanzaron una ruidosa campaña denunciando a Trump como fascista. He aquí algunos ejemplos tomados al azar de la prensa:
Le Monde: “Las primeras semanas de Trump como presidente han bastado para dar a la pesadilla del giro de Estados Unidos hacia el fascismo una sensación de realidad”.
The New Yorker: “¿Qué significa que Donald Trump es un fascista?”.
The Guardian: “El neofascismo de Trump ya está aquí. Aquí tienes diez cosas que puedes hacer para resistir”.
Todo tipo de figuras del establishment se han pronunciado en el mismo sentido. Mark Milley, general retirado del Ejército de Estados Unidos que fue el vigésimo jefe del Estado Mayor Conjunto, lanzó una advertencia funesta a Estados Unidos:
“Es la persona más peligrosa de la historia. Tenía sospechas cuando hablé contigo sobre su deterioro mental y demás, pero ahora me doy cuenta de que es un fascista total. Ahora es la persona más peligrosa para este país”.
Kamala Harris estuvo de acuerdo en que Trump era un fascista, aunque Joe Biden se limitó a describir a Trump sólo como un “semifascista“.
No obstante, ha advertido repetidamente de que Trump representa un peligro para la democracia, una opinión compartida por muchos, como el fiscal general de Arizona, que concluye que: “Estamos al borde de una dictadura”.
Anthony Scaramucci, que fue brevemente secretario de prensa de la Casa Blanca con Donald Trump, se expresó con mayor franqueza, diciendo simplemente: “Es un puto fascista, es el fascista de los fascistas.”
Como era de esperar, muchas figuras prominentes de la “izquierda” han unido sus estridentes voces al coro de denuncias. Alexandria Ocasio-Cortez (a quien a menudo se presenta como una demócrata “socialista”) se lamenta:
“Estamos en vísperas de una administración autoritaria. Esta empieza a ser la cara del fascismo del siglo XXI”.
Y así, la tediosa letanía se repite sin cesar, día tras día. La intención es bastante clara: la repetición constante de la misma idea acabará convenciendo a la gente de que debe ser cierta. Estas nubes de aire caliente producen mucho calor, pero muy poca luz.
¿Qué es el fascismo?
Ahora bien, está perfectamente claro que aquí el término fascismo no pretende ser una definición científica, sino simplemente un insulto vulgar, más o menos el equivalente a “hijo de puta”, o palabras por el estilo.
Ese tipo de invectiva puede servir a un propósito útil, permitiendo a individuos frustrados desahogarse y descargar su rabia contra algún individuo que no es de su agrado. Al instante sienten una sensación de alivio psicológico y se van a casa satisfechos en la convicción de que, de alguna manera, han hecho avanzar la causa de la libertad, anotándose una tremenda victoria política sobre el enemigo.
Lamentablemente, estas victorias carecen de todo valor práctico. Este radicalismo terminológico no es más que la expresión de una rabia impotente. Incapaz de asestar ningún golpe real al odiado enemigo, uno obtiene una sensación de satisfacción mediante el simple recurso de lanzarle improperios desde una distancia segura.
Para quienes estamos interesados en librar batallas reales contra enemigos reales, en lugar de luchar contra molinos de viento como Don Quijote, se requieren otras armas más serias. Y el primer requisito para un verdadero comunista es la posesión de un riguroso método científico de análisis.
El marxismo es una ciencia. Y como todas las ciencias, posee una terminología científica. Palabras como “fascismo” y “bonapartismo” tienen, para nosotros, significados precisos. No son meros términos de insulto, ni etiquetas que puedan pegarse convenientemente a cualquier individuo que no cuente con nuestra aprobación.
Comencemos con una definición precisa del fascismo. En el sentido marxista, el fascismo es un movimiento contrarrevolucionario, un movimiento de masas compuesto principalmente por el lumpen proletariado y la pequeña burguesía enfurecida. Es utilizado como ariete para aplastar y atomizar a la clase obrera y establecer un Estado totalitario en el que la burguesía entrega el poder del Estado a una burocracia fascista.
La característica principal del Estado fascista es la centralización extrema y el poder absoluto del Estado, en el que los bancos y los grandes monopolios están protegidos, pero sometidos a un fuerte control central por parte de una burocracia fascista grande y poderosa. En “¿Qué es el nacionalsocialismo?”, Trotski explica:
“El fascismo alemán, como el italiano, se elevó al poder sobre las espaldas de la pequeña burguesía, que se convirtió en un ariete contra las organizaciones de la clase obrera y las instituciones de la democracia. Pero el fascismo en el poder es, menos que nada, el gobierno de la pequeña burguesía. Por el contrario, es la dictadura más despiadada del capital monopolista”.
Tales son, en términos generales, las principales características del fascismo. ¿Cómo se compara esto con la ideología y el contenido del fenómeno Trump? Ya hemos tenido la experiencia de un gobierno de Trump, que -según las funestas advertencias de los demócratas y de todo el establishment liberal- procedería a abolir la democracia. No hizo tal cosa.
No se tomaron medidas para limitar el derecho de huelga y manifestación, y menos aún para abolir los sindicatos libres. Se celebraron elecciones como de costumbre, y finalmente, aunque en medio de un alboroto general, Trump fue sucedido por Joe Biden en unas elecciones. Digan lo que quieran del primer gobierno de Trump, pero no guardaba relación alguna con ningún tipo de fascismo.
El principal asalto contra la democracia fue, de hecho, dirigido por Biden y los demócratas, que llegaron a extremos extraordinarios para perseguir a Donald Trump, movilizando a todo el poder judicial para arrastrarlo ante los tribunales por innumerables cargos, con la intención de acusarlo a toda costa, ponerlo entre rejas y evitar así que se presentara de nuevo a la presidencia.
Todos los medios de comunicación se movilizaron en una despiadada y constante campaña de vilipendio y difamación, que acabó creando un clima en el que se produjeron al menos dos atentados contra su vida. Sólo por casualidad escapó al asesinato (aunque lo atribuye a la protección del Todopoderoso).
Una utopía reaccionaria
La ideología del trumpismo -en la medida en que existe- está muy lejos del fascismo. Lejos de desear un Estado fuerte, el ideal de Donald Trump es el del capitalismo de libre mercado, en el que el Estado desempeña un papel escaso o nulo.
Su programa representa un intento de volver a las políticas de Roosevelt – no de Franklin Delano Roosevelt, el autor del New Deal, sino de Theodore Roosevelt, que fue presidente antes de la Primera Guerra Mundial.
“Hay una sensación de déjà vu en el aire. Donald Trump sorprendió a sus aliados el martes 7 de enero al no descartar el uso de la fuerza para retomar el Canal de Panamá o comprar Groenlandia. Con este farol, el presidente electo revive la vieja tradición del imperialismo estadounidense de principios del siglo XX.
“La ‘edad de oro’, que comenzó tras la Guerra de Secesión, es con la que sueña Trump: estuvo marcada por la acumulación de fortunas colosales, la corrupción generalizada y unos aranceles introspectivos que protegían la industria estadounidense y hacían que no existiera el impuesto sobre la renta.
“Sobre todo, fue definida por el imperialismo para asegurar la hegemonía estadounidense sobre el hemisferio occidental. Durante este periodo, EEUU compró Alaska a los rusos (1867), invadió Cuba, Puerto Rico y Filipinas – “liberadas” en 1898 del colonialismo español- y excavó el Canal de Panamá, terminado en 1914.”
En otras palabras, Donald Trump desea retroceder el reloj cien años a una América imaginaria que existía antes de la Primera Guerra Mundial, una América en la que los negocios prosperaban y los beneficios se disparaban, en la que la libre empresa prosperaba y el Estado la dejaba en paz, en la que América se sentía libre para ejercer sus jóvenes y poderosos músculos con el fin de ejercer su dominio sobre México, Panamá y todo el hemisferio occidental, expulsando al decrépito colonialismo español de Cuba, para convertirla en su lugar en una colonia estadounidense.
Se piense lo que se piense, es un modelo que tiene muy poco que ver con el fascismo. Y esta atractiva visión de la historia carece de toda sustancia real o relevancia para el mundo del siglo XXI.
La era de Teddy Roosevelt era una época en la que el capitalismo aún no había agotado completamente su potencial como sistema económico progresista. Y Estados Unidos, una nación sana, pujante, recién industrializada, que ya había establecido su superioridad sobre las viejas potencias de Europa en aspectos importantes, apenas empezaba a ejercer como potencia decisiva en el mundo.
Toda una época ha pasado desde entonces, y los EE.UU. se enfrentan a una configuración de fuerzas totalmente diferente, tanto interna como externamente. Los esfuerzos de Trump por devolver el reloj al mundo tal y como era en aquellos lejanos días están condenados al fracaso, naufragando por el cambio de la situación mundial y el equilibrio de fuerzas de clase dentro de EEUU. Es, de hecho, una utopía reaccionaria.
Volveremos sobre estos puntos más adelante. Pero antes, debemos ajustar cuentas con los intentos histéricos y totalmente erróneos tanto de la izquierda como de la derecha por explicar el misterioso fenómeno de Donald J. Trump.
Un método erróneo
“La gran importancia práctica de una correcta orientación teórica se manifiesta con más evidencia en las épocas de agudos conflictos sociales, de rápidos virajes políticos o de cambios abruptos en la situación. … Precisamente en esos períodos surgen necesariamente toda clase de combinaciones y situaciones transicionales, intermedias, que superan los patrones habituales y exigen una atención teórica continua y redoblada. En una palabra, sí en la época pacífica y “orgánica” (antes de la guerra) todavía se podía vivir a expensas de unas cuantas abstracciones preconcebidas, en nuestra época cada nuevo acontecimiento forzosamente plantea la ley más importante de la dialéctica: la verdad es siempre concreta..” (Bonapartismo y fascismo, León Trotski, 1934)
Con demasiada frecuencia, me parece que cuando la gente de izquierdas se enfrenta a un fenómeno nuevo, que parece desafiar todas las normas y definiciones existentes, tiende a buscar etiquetas. Y luego, una vez encontrada una etiqueta conveniente, buscan hechos que la demuestren.
Ellos dicen: Oh, sí. Sé lo que es. Es esto o aquello: fascismo, bonapartismo o cualquier otra cosa que se les ocurra. Ese es un método equivocado. Es lo contrario del materialismo dialéctico. Y no lleva a ninguna parte. Es un ejemplo de pensamiento perezoso: la búsqueda de soluciones fáciles para resolver cuestiones nuevas y complicadas.
Lejos de aclarar nada, lo único que hace es distraer la atención de las cuestiones reales y llevarnos a un debate interminable y bastante inútil sobre cuestiones que se han introducido artificialmente y que no hacen más que aumentar la confusión, en lugar de responder a las preguntas que hay que responder.
En sus Cuadernos filosóficos, Lenin explicó que la ley fundamental de la dialéctica es la objetividad absoluta de la consideración: “no ejemplos, no digresiones, sino la cosa misma”.
Esa es la esencia del método dialéctico. Lo contrario de la dialéctica es el hábito de poner etiquetas a algo e imaginar que, al hacerlo, lo hemos comprendido.
Mi buen amigo John Peterson me comentó recientemente que Donald Trump era “un fenómeno”. Creo que es correcto. No hay necesidad de compararlo con ninguna otra figura de la historia. Debemos aceptar que Donald Trump es como – Donald Trump. Y debemos tomarlo tal como es y analizar lo que es, de hecho, un nuevo fenómeno sobre la base de hechos concretos, no de meras generalidades.
¿Bonapartismo?
El artículo de Trotski Bonapartismo y fascismo ofrece una definición muy precisa y concisa del bonapartismo desde un punto de vista marxista:
“Sin embargo, un gobierno que se eleva por encima de la nación no está suspendido en el aire. El verdadero eje del gobierno actual pasa por la policía, la burocracia y la camarilla militar. Estamos enfrentados a una dictadura militar-policial apenas disimulada tras el decorado del parlamentarismo. Un gobierno del sable como juez-árbitro de la nación: precisamente eso se llama bonapartismo.”
La esencia del bonapartismo, que puede aparecer bajo diferentes disfraces, es siempre la misma: una dictadura militar.
“En el momento en que la lucha de dos estratos sociales -los que tienen y los que no tienen, los explotadores y los explotados- alcanza su tensión más elevada, se han creado las condiciones para la dominación de la burocracia, la policía y la tropa. El gobierno se vuelve “independiente ” de la sociedad.”
Estas líneas son cristalinas. Pero, ¿cómo se compara todo esto con la situación actual en Estados Unidos? No se compara en absoluto. Seamos claros al respecto. La clase dominante sólo recurrirá a la reacción en forma de bonapartismo o fascismo como último recurso. ¿Es realmente esa la situación actual? No cabe duda de que en la sociedad estadounidense existen poderosas tensiones que están provocando una grave desestabilización del orden existente.
Pero imaginar que la lucha de clases ha alcanzado la fase crítica, en la que el dominio del capital está amenazado de derrocamiento inmediato y la única solución para la clase dominante es entregar el poder a un régimen bonapartista, es pura fantasía. Todavía no hemos llegado a esa fase, ni nada que se le parezca.
Por supuesto, es posible señalar tal o cual elemento de la situación actual del que pueda decirse que es un elemento del bonapartismo. Puede ser. Pero se podrían hacer comentarios similares de casi cualquier régimen democrático burgués reciente.
En la Gran Bretaña “democrática” de Tony Blair, el poder pasó en la práctica del Parlamento electo al Gabinete, y de éste a una minúscula camarilla de funcionarios no electos, compinches y asesores. Hubo, sin duda, elementos de lo que podría llamarse un régimen de bonapartismo parlamentario.
Sin embargo, el mero hecho de contener ciertos elementos de un fenómeno no significa todavía la aparición real de ese fenómeno como tal. Se podría decir, por supuesto, que hay elementos del bonapartismo presentes en el trumpismo. Sí, se podría decir eso. Pero los elementos no representan todavía un fenómeno plenamente desarrollado.
Como señala Hegel en la Fenomenología:
“No nos contentamos con que se nos enseñe una bellota cuando lo que queremos ver ante nosotros es un roble, con todo el vigor de su tronco, la expansión de sus ramas y la masa de su follaje.”.
Este método incorrecto conduce a un sinfín de errores. En primer lugar, se intenta aplicar una definición externa a un fenómeno. Luego uno se aferra a ella a toda costa, e intenta justificarla con todo tipo de ejemplos “ingeniosos” de la historia que se traen de los pelos.
Entonces, como la noche sigue al día, llega otro y dice, no: no, eso no es bonapartismo. Y producen hechos igualmente “ingeniosos” para demostrar que el bonapartismo es otra cosa.
Ambos tienen la misma razón y están equivocados. ¿Adónde llegamos cuando entramos en este tipo de argumento circular? Como una pescadilla que se muerde la cola, no llegamos a ninguna parte.
Si bien es cierto que el uso de analogías históricas precisas a veces puede aportar clarificación, no es menos cierto que la yuxtaposición irreflexiva y mecánica de fenómenos esencialmente diferentes es una receta segura para la confusión.
Por ejemplo, creo que sería bastante correcto y adecuado describir el régimen de Putin en Rusia como un régimen bonapartista burgués. Ese es un ejemplo de analogía útil. Pero en el caso de Trump, es más complicado que eso.
El problema es que el bonapartismo es un término muy elástico. Abarca una amplia gama de cosas, empezando por el concepto clásico de bonapartismo, que es básicamente el gobierno por la espada.
El actual gobierno de Trump en Washington, a pesar de sus muchas peculiaridades, sigue siendo una democracia burguesa.
Son precisamente esas peculiaridades las que tenemos que examinar y explicar. Y como, sinceramente, nos vemos incapaces de encontrar nada remotamente parecido en la historia -antigua o moderna- que se le pueda comparar, y como no tenemos definiciones prefabricadas que se puedan hacer encajar, sólo nos queda una alternativa: EMPEZAR A PENSAR.
La crisis del capitalismo
El gran filósofo Spinoza decía que la tarea de la filosofía no era ni llorar, ni reír, sino comprender. Para entender a Donald J Trump, debemos dejar de lado la pseudociencia de la demonología y afirmar lo obvio.
Para empezar, sea lo que sea, Trump no es un espíritu maligno dotado de poderes sobrehumanos. Es un mortal corriente, en la medida en que un multimillonario estadounidense pueda ser considerado como tal. Y como cualquier otra figura relevante de la historia, las causas reales de su ascenso al poder deben relacionarse, en última instancia, con procesos objetivos de la sociedad.
En otras palabras, debemos considerarlo inevitablemente relacionado con la situación objetiva del mundo en las primeras décadas del siglo XXI.
El principal punto de inflexión en la historia moderna fue la crisis de 2008, que desestabilizó por completo todo el sistema. El capitalismo se encontró al borde del colapso. Cuando Lehman Brothers se hundió, recuerdo vívidamente el momento en que los banqueros expresaron públicamente su temor de que en pocos meses les colgarían de las farolas.
En realidad, esos temores estaban bien fundados. De hecho, todas las condiciones objetivas estaban maduras, en realidad, para la revolución socialista. Eso sólo se evitó con la adopción de medidas de pánico en las que el Estado intervino para salvar a los bancos mediante la inyección de enormes cantidades de dinero público.
Esto contradecía todas las teorías promovidas por los economistas burgueses oficiales durante los treinta años anteriores. Todos estaban de acuerdo en que el Estado no debía desempeñar ningún papel -o un papel mínimo- en la economía. El libre mercado, por sí mismo, resolvería todos los problemas.
A la hora de la verdad, sin embargo, se demostró que esta teoría era falsa. El sistema capitalista sólo se salvó gracias a la intervención del Estado. Pero esto creó nuevas contradicciones en forma de deudas colosales y, en última instancia, insostenibles.
Desde 2008, el sistema capitalista atraviesa la crisis más profunda de la historia. No ha dejado de dar tumbos de un desastre a otro. A cada paso, los gobiernos han recurrido a la misma política irresponsable de financiación del déficit, es decir, imprimir dinero para salir del agujero.
Los miopes estrategas del capital, la miserable tribu de economistas burgueses y los aún más fracasados políticos del establishment asumieron que esta situación – un suministro infinito de dinero sacado de la nada, un flujo inagotable de crédito barato, bajas tasas de inflación y bajos tipos de interés – iba a continuar para siempre. Se equivocaban.
Todo esto no hacía más que acumular contradicción sobre contradicción, preparando el terreno para la madre de todas las crisis en el futuro.
Predije en su momento que todos los intentos de la burguesía por restablecer el equilibrio económico sólo servirían para destruir los equilibrios social y político. Esto es precisamente lo que ha ocurrido.
Las condiciones objetivas para la revolución socialista estaban claramente presentes. ¿Por qué no se produjo? Sólo porque faltaba un factor importante en esta ecuación. Ese factor era la dirección revolucionaria.
Durante todo un periodo, el péndulo osciló bruscamente hacia la izquierda en un país tras otro. Eso se reflejó en el ascenso de toda una serie de movimientos de izquierda que sonaban radicales: Podemos en el Estado español, Syriza en Grecia, Bernie Sanders en Estados Unidos y, sobre todo, Corbyn en Gran Bretaña. Pero eso sólo sirvió para sacar a la luz las limitaciones del reformismo de izquierdas.
Tomemos el caso de Tsipras. Toda la nación griega le apoyaba para desafiar los intentos de Bruselas de imponer la austeridad. Pero capituló. El resultado fue un giro a la derecha.
En el Estado español ocurrió algo parecido. Al principio, Podemos presentaba una imagen de izquierda muy radical. Pero los dirigentes decidieron ser “responsables” y entraron en coalición con el PSOE, con resultados previsibles.
En Estados Unidos, Bernie Sanders surgió rápidamente de la nada para crear un movimiento de masas que buscaba claramente una alternativa socialista. Tenía todas las posibilidades de crear una alternativa de izquierdas viable a demócratas y republicanos. Pero al final, capituló ante el establishment del partido Demócrata, y la oportunidad quedó abortada.
El caso más claro de todos fue el de Gran Bretaña, donde, al igual que Sanders, Jeremy Corbyn surgió de la nada y fue impulsado al liderazgo del Partido Laborista en la cresta de un poderoso movimiento hacia la izquierda. El propio Corbyn no creó este movimiento, pero actuó como punto de referencia del estado de ánimo acumulado de ira y descontento en la sociedad.
El resultado asombró y aterrorizó a la clase dirigente que declaró públicamente que había perdido el control del Partido Laborista. Y era cierto. O más bien, debería haber sido cierto.
Pero a la hora de la verdad, Corbyn no tomó medidas decisivas contra la dirección derechista del grupo parlamentario laborista que, con el apoyo de los medios de comunicación burgueses, organizó una despiadada campaña contra él.
Al final, Corbyn capituló ante la derecha y pagó el precio de su cobardía, que en realidad es una expresión de la falta de carácter orgánica del reformismo de izquierdas en general.
Trump y Corbyn
Aquí vemos un contraste sorprendente con Donald Trump, que también fue objeto de un ataque muy serio por parte del establishment y también de la dirección del propio Partido Republicano. Hizo lo que Corbyn debería haber hecho. Movilizó a su base y la azuzó contra la vieja dirección republicana, que se vio obligada a retroceder.
Esto, por supuesto, no altera el hecho de que Trump sigue siendo un político burgués reaccionario, pero hay que confesar que mostró un coraje y una determinación de los que Corbyn carecía manifiestamente.
También mostró un desprecio absoluto por la llamada corrección política y la política de identidad, que, por desgracia, los reformistas de izquierdas han aceptado totalmente. Esto jugó un papel absolutamente pernicioso en el caso de Corbyn.
Cuando la derecha le atacó por supuesto antisemitismo (una acusación totalmente falsa), retrocedió inmediatamente. Se convirtió en presa fácil para el reaccionario lobby sionista y para toda la clase dominante británica, y rápidamente se vio reducido a una abyecta sumisión, víctima indefensa de su propia adicción a la reaccionaria política identitaria.
Si Corbyn hubiera hecho lo que ha hecho Trump, se habría enfrentado frontalmente a la acusación de antisemitismo, habría movilizado a sus bases y las habría azuzado contra el establishment derechista del Partido Laborista, llevando a cabo una purga a fondo de esos elementos podridos.
De haberlo hecho, sin duda habría ganado. Pero no lo hizo y esto permitió a la derecha laborista pasar a la ofensiva, expulsar a la izquierda -incluido el propio Corbyn- y purgar el partido de arriba abajo. El resultado fue la victoria de Starmer y el experimento del corbynismo acabó en desastre.
La misma experiencia se ha repetido una y otra vez. Y en todos los casos, los dirigentes de la izquierda han desempeñado un papel de lo más lamentable. Han decepcionado a sus bases y han servido en bandeja el poder a la derecha.
Es este hecho -y sólo este hecho- el que explica la actual oscilación del péndulo hacia la derecha, un hecho totalmente inevitable, dada la cobarde capitulación de la izquierda.
Que otros se lamenten de los hechos y lloriqueen por el ascenso de Trump y otros demagogos de derechas. Nosotros respondemos con desprecio: no os quejéis, es enteramente responsabilidad vuestra. Francamente, tenéis lo que os merecéis y ahora todos tenemos que pagar las consecuencias.
¿Qué representa realmente Trump?
Empecemos por lo obvio. Todos estamos de acuerdo en que Donald Trump es un político burgués reaccionario. No vale la pena decirlo. Tampoco deberíamos tener que repetir que los comunistas no lo apoyan de ninguna manera.
Pero al afirmar lo obvio, no avanzamos ni un paso en el análisis del fenómeno de Trump y el trumpismo. Por ejemplo, ¿es correcto decir que no hay diferencia entre Donald Trump y Joseph Biden?
Que ambos son políticos burgueses que defienden esencialmente los mismos intereses de clase es evidente. En ese sentido, podría decirse que son iguales. Sin embargo, hasta el más ciego de los ciegos debería tener claro que, de hecho, existen diferencias muy serias entre ambos, de hecho, un abismo enorme.
El hecho de que, en última instancia, ambos hombres sean políticos burgueses y representen en definitiva los mismos intereses de clase, no excluye en absoluto la posibilidad de que surjan agudas diferencias entre distintas capas de la misma clase. De hecho, ese tipo de conflicto siempre ha existido.
El problema central para la burguesía es que el modelo que aparentemente había garantizado el éxito del capitalismo durante muchas décadas está irrevocablemente roto.
El fenómeno de la globalización, que durante mucho tiempo les permitió superar los límites del mercado nacional, ha llegado ahora a su límite. En su lugar, tenemos el auge del nacionalismo económico. Cada clase capitalista defiende sus propios intereses nacionales frente a los de otras naciones. La era del libre comercio da paso a la era de los aranceles y las guerras comerciales.
Los nostálgicos desesperanzados lamentan la desaparición del viejo orden, pero Donald J. Trump lo abraza con todo el entusiasmo de un converso religioso. Como resultado, ha puesto patas arriba el orden mundial, para rabia y frustración de las naciones más débiles.
Donald Trump invoca así las maldiciones de sus antiguos “aliados” en Europa, que le culpan de todas sus desgracias. Pero él no ha inventado esta situación. Es simplemente su exponente y defensor más extremo y coherente.
La bancarrota del liberalismo
Durante muchos años, la clase dominante y sus representantes políticos en Occidente han estado vendiendo sistemáticamente una imagen pseudoprogresista para ocultar la realidad de la dominación de clase. Han utilizado hábilmente la llamada política de identidad como arma contrarrevolucionaria.
Y los “izquierdistas”, que carecen de una base ideológica propia, se han tragado esta basura a pies juntillas. Esto sólo ha servido para desacreditarlos a los ojos de la clase trabajadora, que mira con incredulidad sus payasadas, discutiendo sobre palabras y repitiendo los tópicos de la llamada corrección política, en lugar de luchar por los verdaderos intereses de los trabajadores, las mujeres y otras capas oprimidas de la sociedad.
Por lo tanto, cuando Donald Trump llega y denuncia la política de identidad y la corrección política, no es de extrañar que toque la fibra sensible de millones de hombres y mujeres corrientes cuyos cerebros no han sido irremediablemente adormecidos por la enfermedad posmodernista.
¿Defienden los liberales la democracia?
Los liberales tienen una visión muy peculiar de la democracia. Como hemos visto, apoyan las elecciones, pero sólo si gana el candidato que ellos apoyan. Si el resultado no es de su agrado, inmediatamente empiezan a gritar que el resultado es injusto, insinuando manipulación de los votos y todo tipo de prácticas turbias, normalmente sin aportar ni una sola prueba.
Lo vimos tras la victoria de Trump sobre Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de 2016. Trump se convirtió en el primer presidente de la historia de Estados Unidos sin experiencia en cargos públicos ni antecedentes militares previos.
En efecto, Trump era un outsider, alguien ajeno al establishment existente en Washington, que ha ostentado el monopolio del poder político durante décadas.
Le vieron como una amenaza para su monopolio y actuaron en consecuencia para subvertir la democracia y anular el resultado de las elecciones. Los demócratas lanzaron el famoso escándalo del “Rusiagate” contra Trump, con la clara intención de echarlo de la presidencia.
Eso equivaldría a un golpe de estado democrático. ¿Una violación de la democracia? Por supuesto, pero si a veces es necesario violar las reglas de la democracia para defenderla, ¡que así sea!
Posteriormente, llegaron a los extremos más extraordinarios para impedir que Donald Trump volviera a ser presidente. Lanzaron un verdadero tsunami de casos legales, con el objetivo de ponerlo tras las rejas.
Hubo cuatro procesos judiciales dirigidos contra Trump personalmente, empezando por el sonado asunto de Stormy Daniels, seguido de la acusación de injerencia electoral en Georgia y, por último, la cuestión de la presencia de documentos clasificados en Mar-a-Lago. Además, hubo más de 100 demandas judiciales contra la administración de Trump.
Los medios de comunicación se movilizaron para aprovechar al máximo el asalto. Pero fracasó por completo. Cada uno de estos casos sólo sirvió para aumentar su apoyo en las encuestas. El resultado final se vio en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 2024.
Con la segunda mayor participación electoral desde 1900 (después de 2020), Trump obtuvo 77.284.118 votos, o el 49,8 por ciento de los votos, el segundo total de votos más alto en la historia de Estados Unidos (después de la victoria de Biden en 2020). Trump ganó los siete estados indecisos.
No fue sólo una victoria electoral; fue un triunfo rotundo. También fue un rechazo total del establishment liberal demócrata.
Su victoria ambién fue un desplante demoledor para los medios de comunicación prostituidos que apoyaron abrumadoramente a Harris. Entre los diarios, 54 apoyaron a Harris y sólo 6 a Trump. De todos los semanarios, 121 apoyaron a Harris y sólo 11 a Trump.
¿Cómo se explica esto?
Trump y la clase trabajadora
Llama la atención la diferencia en la composición de clase de los votos emitidos. Mientras que Harris ganó a la mayoría de los votantes que ganan 100.000 dólares al año o más, Trump ganó a la mayoría de los votantes que ganan menos de 50.000 dólares. No cabe duda de que millones de trabajadores estadounidenses votaron a Donald Trump.
No hay absolutamente nada particularmente sorprendente o “raro” en esto. El atractivo de Trump entre la clase trabajadora tiene una base material. Desde principios de la década de 1980, los salarios reales de la clase trabajadora estadounidense se han mantenido igual o han disminuido, sobre todo a medida que los empleos se externalizaban a otros países, según la Oficina de Estadísticas Laborales. Del mismo modo, el Instituto de Política Económica informa de que los salarios de los hogares con ingresos bajos y medios apenas han crecido desde finales de los años 70, mientras que el coste de la vida ha seguido aumentando.
En muchas ciudades norteamericanas existen condiciones de miseria y privación que se asemejan a las de las ciudades más pobres de América Latina, África o Asia. Y esta pobreza coexiste con la más obscena concentración de riqueza en pocas manos que se haya visto en cien años.
Sin embargo, todo esto es aparentemente invisible para los “progresistas” de clase media. La clase política y la tribu de periodistas y comentaristas bien pagados han estado tan obsesionados con el veneno pernicioso de la política identitaria que han ignorado sistemáticamente los problemas reales a los que se enfrenta la clase trabajadora, ya sean blancos o negros, hombres o mujeres, heterosexuales u homosexuales.
Un ejemplo típico fue la insistencia de los imbéciles políticamente correctos en defender términos como “Latinx” para promover la inclusividad de género. Sin embargo, sólo el 4 por ciento de los hispanos utiliza este término, y el 75 por ciento dice que nunca debería usarse, según Pew Research.
Se abrió así el camino para que demagogos de derechas como Donald Trump dieran voz a la ira acumulada de millones de personas que se sentían justificadamente ignoradas por el establishment liberal de Washington.
Como resultado de esto, en 2024 Trump amplió su base conectando con las comunidades de clase obrera negra y latina.
Esa es la consecuencia directa de la traición de “izquierdistas” como Sanders, que, al no ofrecer ninguna alternativa clara a los liberales, dejaron la puerta abierta de par en par a demagogos de derechas como Trump.
Es un hecho real que, hasta hace poco, incluso el término “clase obrera” apenas aparecía en la propaganda electoral de los principales partidos en Estados Unidos. Incluso los izquierdistas más atrevidos solían referirse a la “clase media”. La clase obrera estadounidense, a efectos prácticos, había dejado de existir.
Puede que haya habido alguna excepción a la regla, pero no es exagerado decir que fue Donald Trump -un demagogo de derechas multimillonario- el único que afirmó defender los intereses de la clase trabajadora en sus discursos. Se podría decir que él fue el único responsable de situar a los trabajadores nuevamente en el centro de la política estadounidense.
No hace falta que nos digan que esto es mera demagogia, retórica vacía sin sustancia. Tampoco hace falta que nos informen de que Trump dice estas cosas para sus propios fines, que están inevitablemente relacionados con los intereses de la clase a la que pertenece.
Eso está perfectamente claro para nosotros. Pero es irrelevante. El hecho es que eso no estaba nada claro para los millones de trabajadores que votaron a Trump en las elecciones presidenciales. Ignoramos este hecho por nuestra cuenta y riesgo.
¿Qué intereses defiende Trump?
No debería ser en absoluto difícil explicar nuestra actitud hacia Trump a cualquier persona pensante. Es muy sencillo. Nosotros decimos:
Este multimillonario defiende los intereses de su propia clase. Todo lo que diga redundará en última instancia en su propio interés y en el de los ricos: los banqueros y los capitalistas. Como la noche sigue al día, esos intereses nunca podrán ser los intereses de la clase obrera.
Sin embargo, para ganarse el apoyo de los trabajadores, a veces dice cosas que a ellos les parecen sensatas. Cuando habla de puestos de trabajo, de empleo, de salarios a la baja, de precios al alza, obtiene naturalmente una respuesta.
Y puede que una o dos cosas de las que dice sean correctas. De hecho, Trump admitió una vez que había tomado varias ideas de los discursos de Sanders y las había utilizado para atraer a los trabajadores.
Sin duda, Trump es un político burgués reaccionario, pero eso no significa que sea exactamente igual que cualquier otro político burgués reaccionario. Al contrario. Tiene su propia interpretación de las cosas, su propia perspectiva, política y estrategia, que difieren en muchos aspectos fundamentales de, por ejemplo, las posiciones de Joe Biden y su camarilla.
En algunos aspectos, sus puntos de vista pueden parecer coincidentes, al menos hasta cierto punto, con los nuestros. Por ejemplo, en su actitud ante la guerra de Ucrania, su disolución de la USAID o su rechazo al llamado “woke”. Que efectivamente pueden existir algunas coincidencias entre lo que dicen los políticos burgueses y lo que pensamos nosotros mismos ya lo explicó Trotski.
“En el noventa por ciento de los casos, los obreros realmente ponen un signo menos donde la burguesía pone un más. Sin embargo, en el diez por ciento, se ven forzados a poner el mismo signo que la burguesía pero con su propio sello, expresando así su desconfianza en ella. La política del proletariado no se deriva de ninguna manera automáticamente de la política de la burguesía, poniendo sólo el signo opuesto (esto haría de cada sectario un estratega magistral). No, el partido revolucionario debe, cada vez, orientarse independientemente tanto en la situación interna como en la externa, llegando a aquellas conclusiones que mejor corresponden a los intereses del proletariado. Esta regla se aplica tanto al período de guerra como al de paz.”
Incluso cuando Trump dice cosas que son correctas, invariablemente lo hace desde el punto de vista de sus propios intereses de clase y con fines reaccionarios con los que no tenemos absolutamente nada en común.
La conclusión es que, en todos los casos, siempre hacemos hincapié en la posición de clase. Por esa razón, es totalmente inadmisible identificarnos con las políticas de Trump. Sería un grave error.
Pero sería un error mucho más grave -de hecho, sería un crimen- estar siquiera por un momento en el mismo bando de los llamados elementos burgueses “liberales” y “democráticos” cuyos ataques a Trump están guiados enteramente desde el punto de vista del establishment burgués reaccionario contra el que Trump está librando una guerra en la actualidad.
¿El mal menor?
Una vez que haces concesiones a acusaciones como fascismo, bonapartismo y supuesta amenaza a la democracia, empiezas a entrar en la pendiente resbaladiza que puede llevarte -incluso inconscientemente- a la posición del mal menor. Y ése es, sin duda, el mayor peligro.
¿Es correcto decir que el régimen de Biden representaba algo progresista en relación con Trump? Así lo vendieron. Y la llamada izquierda lo ha aceptado como buena moneda.
Tratan de argumentar que Trump es un enemigo de la democracia. Pero si se examina la monstruosa conducta de la camarilla de Biden se ve cómo mostró un total desprecio por la democracia hasta el final.
Pensemos en el “férreo” apoyo de Biden al ataque israelí contra Gaza, que le ha valido el apodo de “Joe el Genocida”. O la flagrante represión del derecho de reunión por parte de su administración “democrática”, que golpeó brutalmente a miles de estudiantes y detuvo a 3.200 en todo el país por protestar pacíficamente en solidaridad con Palestina.
Biden prometió ser “el presidente más favorable a los sindicatos de la historia de Estados Unidos”, pero aplastó el derecho a la huelga de los ferroviarios. Prometió acabar con las deportaciones de la era Trump, pero al final expulsó a más inmigrantes indocumentados que su predecesor. La lista continúa.
Hasta el final, Biden se aferró a su cargo mucho después de que incluso su propio partido lo hubiera tachado como no apto para el cargo y lo hubiera destituido como candidato presidencial de los demócratas.
Incluso después de que la inmensa mayoría del electorado votara en contra de los demócratas, siguió ejerciendo sus poderes como presidente, llevando a cabo flagrantes actos de sabotaje para socavar al candidato elegido democráticamente, Trump, e incluso para arrastrar a Estados Unidos al borde de la guerra con Rusia.
Sería difícil imaginar un desprecio más flagrante por la democracia y las opiniones de la inmensa mayoría del pueblo estadounidense. Sin embargo, este gángster y su camarilla siguieron haciéndose pasar por defensores de la democracia frente a la supuesta amenaza de una dictadura.
Muchas otras cosas que hicieron Biden y su pandilla fueron infinitamente más contrarrevolucionarias y desastrosas y monstruosas que cualquier cosa que Trump haya soñado hacer. Esa es la realidad. Sin embargo, encontramos gente en la izquierda que está dispuesta a argumentar que es preferible apoyar a los demócratas contra Trump, ‘para defender la democracia.’
No nos incumbe atarnos a un barco que se hunde, sino, por el contrario, hacer todo lo que esté en nuestra mano para contribuir a hundirlo. No es nuestra política sembrar ilusiones en los liberales y su supuesta democracia, sino desenmascararla como una falsedad cínica y un engaño.
En ¿Adonde va Francia?, Trotski explica que la llamada política del “mal menor” no es más que un crimen y una traición a la clase obrera:
“El partido obrero no debe ocuparse en una tentativa sin esperanza de salvar al partido de los especialistas en quiebras; debe, por el contrario, acelerar con todas sus fuerzas el proceso de liberación de las masas de la influencia radical.” [Redacción: el partido Radical era un partido liberal en el poder en Francia en los años 30].
Es un excelente consejo para nosotros hoy. Al combatir la reacción trumpista, no podemos asociarnos en ningún caso con los demócratas “liberales” en bancarrota.
¡Encuentrar un camino hacia los trabajadores!
Los periodos de transición, como el que estamos viviendo ahora, darán lugar invariablemente a confusión. Con frecuencia nos enfrentaremos a todo tipo de fenómenos nuevos y complicados que no tienen precedentes evidentes en la historia.
Para no perder el equilibrio, es necesario mantener en todo momento la mano firme en las cuestiones fundamentales y no dejarse llevar por este o aquel acontecimiento accidental. La característica principal de la situación actual es que, por un lado, la situación objetiva pide a gritos una solución revolucionaria.
El potencial está ahí. Pero en la actualidad no existe una fuerza lo suficientemente poderosa como para hacerlo realidad. Por lo tanto, por el momento, sigue siendo sólo eso: simplemente un potencial.
Las masas se esfuerzan por encontrar una salida a la crisis. Ponen a prueba a un líder de partido tras otro, pero pronto descubren las deficiencias de todas las organizaciones existentes. Esto explica la inestabilidad política general que se manifiesta en violentos vaivenes en el plano electoral de izquierda a derecha, y viceversa.
A falta de cualquier tipo de orientación por parte de la izquierda, el camino está abierto para todo tipo de aberraciones peculiares y demagogos de la variedad de Trump.
Pueden subir rápidamente, dando expresión a la ira y el descontento de las masas. Pero el contacto con la realidad acaba provocando decepción, preparando una nueva oscilación del péndulo en sentido contrario.
Ver estos acontecimientos en términos puramente negativos sería malinterpretar completamente la situación. Las masas están desesperadas y necesitan soluciones urgentes a sus problemas. Personas como Donald Trump parecen ofrecerles lo que buscan.
Tenemos que entender esto, y no limitarnos a descartar tales movimientos como aberraciones de “extrema derecha” (una frase sin sentido en cualquier caso). Por supuesto, en tales movimientos habrá elementos reaccionarios. Pero su carácter masivo indica que tienen una base contradictoria en la sociedad.
Para encontrar un camino hacia los trabajadores de cualquier país, es necesario tomarlos como son, no como nos gustaría que fueran. Para entablar un diálogo con los trabajadores, debemos partir del nivel de conciencia existente. Cualquier otro enfoque no es más que una receta para la esterilidad y la impotencia.
Si queremos entablar una conversación significativa con un trabajador que tiene ilusiones con Trump, no podemos empezar con denuncias estridentes o acusaciones de fascismo y cosas por el estilo. Escuchando pacientemente los argumentos de estos trabajadores, podemos basarnos en muchas cosas con las que estamos de acuerdo, y luego, utilizando argumentos hábiles, introducir gradualmente dudas sobre si los intereses de la clase obrera pueden realmente ser defendidos por un rico empresario multimillonario.
Por supuesto, en esta fase, nuestros argumentos no tendrán necesariamente éxito. La clase trabajadora en general no aprende de los debates, sino solamente a través de su propia experiencia. Y la experiencia de un gobierno de Trump resultará ser una curva de aprendizaje muy dolorosa.
Por lo tanto, cuando hablamos con los trabajadores que apoyan a Trump, debemos tener un enfoque amistoso y mostrar acuerdo con las cosas con las que podemos estar de acuerdo, para luego señalar hábilmente las limitaciones del trumpismo y defender el socialismo. Las contradicciones acabarán saliendo a la superficie. Sin embargo, a pesar de esto las ilusiones en Trump persistirán por un tiempo.
No se conseguirá nada adoptando una actitud beligerante y hostil hacia los muchos trabajadores honrados que, por razones absolutamente comprensibles, se han unido a la bandera de Trump. Tal enfoque es estéril y contraproducente, y no llevará a ninguna parte.
La historia conoce muchos ejemplos de cómo los trabajadores que primero entran en la arena de la política con puntos de vista extremadamente retrógrados, incluso reaccionarios, pueden moverse rápidamente en la dirección opuesta bajo el impacto de los acontecimientos.
Al principio de la revolución de 1905 en Rusia, los marxistas eran una minoría muy pequeña y aislada. La mayoría de los obreros rusos eran políticamente atrasados y tenían ilusiones en la monarquía y la iglesia.
Al principio, la inmensa mayoría de los obreros de San Petersburgo seguía la dirección del padre Gapon, que colaboraba activamente con la policía. Cuando los marxistas se acercaban a ellos con octavillas que denunciaban al zar, los obreros las rompían y a veces incluso golpeaban a los revolucionarios.
Sin embargo, todo eso se transformó en su contrario tras los sucesos del Domingo Sangriento del 9 de enero. Los mismos obreros que habían roto las octavillas se acercaron ahora a los revolucionarios exigiendo armas para derrocar al zar.
En Estados Unidos, podemos citar un ejemplo similar, muy sintomático aunque mucho menos dramático. Cuando un joven obrero llamado Farrell Dobbs entró en política a principios de los años 30, lo hizo como republicano convencido.
Pero a través de la experiencia de la tormentosa lucha de clases pasó directamente del republicanismo de derechas al trotskismo revolucionario y desempeñó un papel destacado en la rebelión de los Teamsters en Minneapolis en 1934.
En el tormentoso período de lucha de clases que se abrirá en Estados Unidos, veremos muchos ejemplos de este tipo en el futuro. Y algunos de los trabajadores que ahora apoyan con entusiasmo a Trump o demagogos similares, pueden ser ganados para la bandera de la revolución socialista sobre la base de los acontecimientos futuros.
A primera vista, el movimiento Trump parece muy sólido y prácticamente indestructible. Pero se trata de una ilusión óptica. En realidad, se trata de un movimiento muy heterogéneo, plagado de profundas contradicciones. Tarde o temprano, éstas se pondrán de manifiesto.
Los enemigos liberales de Trump esperan que el fracaso de sus políticas económicas provoque una decepción generalizada y la pérdida de apoyo. Tal fracaso es totalmente previsible. La imposición de aranceles ya está siendo recibida con represalias inevitables. Esto debe reflejarse finalmente en pérdidas de puestos de trabajo y cierres de fábricas en las industrias afectadas.
Sin embargo, las predicciones de una desaparición inminente del movimiento Trump son prematuras. Trump ha despertado enormes expectativas y esperanzas entre millones de personas que antes carecían de toda esperanza. Tales ilusiones están muy arraigadas y son lo suficientemente poderosas como para resistir toda una serie de sacudidas y decepciones temporales.
El hechizo hipnótico de la demagogia de Trump tardará en disiparse. Pero tarde o temprano, la desilusión se instalará, y cuanto más tarden los trabajadores en comprender que sus intereses de clase no están representados, más violenta será la reacción.
Donald Trump es ya bastante mayor y, aunque logre esquivar la bala de un asesino, la naturaleza debe imponer tarde o temprano sus leyes de hierro. En cualquier caso, es poco probable que se presente de nuevo a las elecciones presidenciales, incluso si se pudieran cambiar las reglas para permitirlo.
Es imposible imaginar el trumpismo sin la persona de Donald J. Trump. Es precisamente el poder de su personalidad, su indudable habilidad como líder de masas y maestro demagogo, el pegamento que mantiene unido a su heterogéneo movimiento. Sin él, las contradicciones internas que existen en su seno saldrán inevitablemente a la superficie, provocando crisis internas y fracturas en el liderazgo.
J.D. Vance parece el sucesor más probable de Donald Trump, pero carece de la inmensa autoridad y carisma de su líder. Es, sin embargo, un hombre inteligente que bien puede evolucionar en todo tipo de direcciones en función de los acontecimientos. Es imposible predecir el resultado.
Hay una conocida ley de la mecánica que afirma que toda acción tiene una reacción igual y opuesta. Donald Trump es un maestro de la hipérbole. Sus declaraciones demagógicas no conocen límites. Todo lo que promete es maravilloso, tremendo, maravilloso, enorme, etcétera. Y el grado de decepción, cuando finalmente llegue, será correspondientemente enorme.
En un momento dado, su movimiento empezará a fracturarse en líneas de clase. A medida que los trabajadores comiencen a abandonarlo, los elementos pequeñoburgueses enloquecidos probablemente se unirán en lo que será el embrión de una nueva y genuina organización fascista o bonapartista.
A partir de esta situación caótica, el movimiento en dirección a un tercer partido se hará irresistible. Por su propia naturaleza, será un asunto confuso, no necesariamente con un programa de izquierdas o incluso particularmente progresista en primera instancia. Pero los acontecimientos tendrán su propia lógica.
Muchos trabajadores, después de haberse quemado los dedos con el experimento de Trump, buscarán una bandera alternativa que refleje con mayor precisión su ira y su odio profundamente arraigado contra los ricos y el establishment, que no es más que un reflejo inmaduro de su hostilidad instintiva contra el propio sistema capitalista. Esto les empujará bruscamente hacia la izquierda.
No es en absoluto descabellado prever que algunos de los militantes más audaces, dedicados y abnegados del futuro movimiento comunista en América consistirán precisamente en trabajadores que han pasado por la escuela del trumpismo y han sacado de ella las conclusiones correctas. Ha habido muchos precedentes de tales desarrollos en el pasado, como hemos visto.
Por último, quiero dejar clara una cosa. Lo que les he presentado aquí no es una perspectiva totalmente elaborada, ni mucho menos una predicción detallada de lo que ocurrirá en el futuro. Para ello se necesitaría no el método marxista, sino una bola de cristal, que lamentablemente aún no se ha inventado.
Basándome en todos los hechos observables de que dispongo, he presentado un pronóstico muy provisional que, sin embargo, no puede ser más que una conjetura. La situación actual se presenta como una ecuación extremadamente complicada, que tiene muchas soluciones posibles. Sólo el tiempo llenará los vacíos y nos dará la respuesta. La Historia nos deparará muchas sorpresas. No todas malas.