En 1848, las masas trabajadoras que se levantaron para derribar el gobierno Luis Felipe tuvieron que sufrir la traición de los partidos pequeñoburgueses, lo cual terminó catapultando a la presidencia de Francia al aventurero Bonaparte, que para 1852 se erigió como Napoleón III, Emperador de Francia. En realidad, dicho gobierno fue un régimen policiaco que de vez en cuando apelaba a plebiscitos adecuadamente arreglados para maquillar su régimen. Sólo sobre esta base el poder del capital industrial y bancario de Francia pudieron extender su control a cada rincón del país, creando un escenario preparatorio para un nuevo conflicto imperialista a nivel europeo.