A 54 años del Halconazo, recordamos este trágico suceso que nos demuestra, una vez más, la función histórica del Estado como herramienta de dominación de clase. El Estado no es una estructura al servicio del bien común, es el aparato por excelencia de la clase dominante para asegurar su dominio. En 1971, como hoy, la gente en el poder no duda en usar la violencia contra quienes se organizan y alzan la voz.
Introducción
El 10 de junio de 1971, apenas tres años después de la masacre de Tlatelolco, los estudiantes volvieron a tomar las calles. Cansados de la represión y las injusticias acudieron al llamado de la Universidad Autónoma de Nuevo León y salieron a las calles en un acto solidario.
En aquella tarde del jueves de Corpus, dicha manifestación pacífica fue emboscada por un grupo paramilitar organizado por el propio Estado de la mano de Luis Echeverría: los Halcones.
Golpeados, perseguidos, asesinados. Esa fue la suerte que corrieron los estudiantes que, buscando defender sus derechos, se encontraron con el poder represor del Estado. El ataque dejó al descubierto el verdadero rostro del Estado mexicano, un aparato burgués, militarizado y autoritario, dispuesto a utilizar cualquier medio para preservar su poder.
A más de medio siglo de aquella masacre, las estructuras represivas del Estado mexicano siguen operando, aunque con nuevos rostros y nuevos discursos. El Halconazo nos demuestra que la capacidad represora del Estado no conoce límites y menos si esos límites se traducen en vidas humanas.
El ambiente político
Tras la masacre del 2 de octubre de 1968, el movimiento estudiantil fue contenido brutalmente. La represión, la retención de líderes y el miedo que se impuso en las universidades provocaron una etapa de repliegue. Sin embargo, el ánimo de lucha no desapareció. Con la llegada de Luis Echeverría al poder en 1970 con un discurso progresista, presentándose como un líder reformista dispuesto a abrir canales democráticos, muchos sectores, incluidos algunos estudiantes e intelectuales, vieron en su figura un alivio a las tensiones. Pero detrás de las palabras se escondía el mismo aparato de represión.
En 1971, en Monterrey, el gobernador intentó imponer una reforma a la Ley Orgánica de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) que afectaba la autonomía universitaria. La comunidad académica, particularmente los estudiantes, se movilizó de inmediato para defender sus derechos y su autonomía. En respuesta, el Estado los reprimió violentamente, lo que generó una ola de solidaridad en todo el país. Escuelas como la UNAM, el IPN, entre otras, se solidarizaron con la lucha y organizaron una manifestación en apoyo a la UANL y aprovecharon para retomar e incluir otras demandas. Ese fue el jueves de Corpus del 10 de junio.
Jueves de Corpus
El día jueves 10 de junio de 1971 la manifestación partió del Casco de Santo Tomás del IPN hacia el Zócalo. Participaban estudiantes, profesores, activistas y ciudadanos. Era una marcha pacífica, sin provocaciones. Sin embargo, al llegar a la zona de San Cosme, la marcha fue interceptada por los Halcones (Grupo de choque creado y entrenado por el Estado). Armados con diversidad de armas blancas y armas de fuego comenzaron a golpear a los manifestantes sin distinción.
Al menos 120 personas fueron asesinadas esa tarde, aunque el número exacto aún se desconoce ya que muchas víctimas desaparecieron o fueron enterradas sin ser identificadas. Estudiantes perseguidos hasta dentro de hospitales, jóvenes asesinados en plena vía pública, cuerpos amontonados en los camiones. La televisión oficial no transmitió nada. El gobierno negó los hechos.
Conclusión para una juventud revolucionaria
Históricamente, el Estado, como su función primaria lo dicta, es una “herramienta de dominación de clase” que ha sido utilizada para reprimir y contener luchas políticas en los diversos sectores de la clase baja (campesinado, proletariado, estudiantil). Esto no va a cambiar con la llegada de nuevos gobiernos que se digan progresistas.
Como comunistas, reconocemos que para lograr un cambio verdadero no serán suficientes pequeñas reformas y promesas vacías, el Estado es directamente el problema dada su naturaleza y su papel como herramienta de la clase burguesa para preservar su poder. Su estructura, sus instituciones y su funcionamiento están diseñadas para perpetuar la explotación y la desigualdad. Sabemos que nada, dentro de este sistema, resolverá de fondo las contradicciones de clase. No obstante también reconocemos que estas pequeñas victorias son importantes, no como fin último, sino como logros transitorios que fortalecerán la lucha final, la revolución.
Hoy no estamos aquí sólo para mirar atrás. Estamos aquí porque el Halconazo sigue vigente como una herida abierta, no solo en la historia, sino en la vida cotidiana de quienes luchamos. Lo ocurrido el 10 de junio de 1971 no es solo una lección del pasado, es una advertencia para el presente. No fue un hecho aislado, fue una muestra de lo que el Estado burgués está dispuesto a hacer cuando se ve vulnerado.
El Halconazo nos muestra que no hay Estado “neutral”, que la represión no es una simple casualidad o un hecho aislado y particular, sino que es una herramienta estructural del poder. Mientras el aparato estatal siga respondiendo a los intereses de unos pocos, la juventud organizada siempre será una amenaza latente. Hoy día seguimos viendo cómo se persigue, encarcela y desaparece a jóvenes por levantar la voz. Las universidades siguen siendo intervenidas, infiltradas, y controladas por fuerzas ajenas a los intereses de la comunidad estudiantil. Porque los mismos mecanismos de vigilancia y represión que se usaron hace medio siglo están tan vigentes como entonces e incluso lograron prosperar y progresar con el avance de las nuevas tecnologías a la par de un discurso progresista que pretende encubrir la continuidad de esta represión.
Nos quieren vender la idea de que vivimos en tiempos distintos, que ahora el gobierno es “del pueblo”, que las instituciones se han “humanizado”. Pero basta con mirar cómo tratan a quienes se organizan, colectivos estudiantiles, organizaciones comunistas, normales rurales o colectivos de trabajadores organizados. La violencia y la represión persisten, aunque con otra cara. No hay que bajar las banderas y tampoco las consignas, seguimos en la lucha por nuestros derechos y no hay que dejar de reclamarlos. Por eso no es suficiente con recordar, tenemos que seguir en la lucha. Nuestro potencial como juventud revolucionaria hace temblar a la gente en el poder, es por eso que hay que aprovecharla, hay que organizarnos de manera consciente y llevar esta lucha hasta sus últimas consecuencias.
La lucha de clases nos espera, todos somos estudiantes hijos de la clase proletaria, todos somos víctimas de este sistema de clases y somos los únicos capaces de lograr este cambio. En cada escuela, en cada facultad, en cada colectivo, hay que organizarnos.
El Halconazo debe mantenerse vivo en la memoria, no sólo como un recuerdo doloroso, sino como un llamado a la acción. No basta con conmemorar, hay que organizarse, luchar y no olvidar quién es el verdadero enemigo. Esta lucha no ha terminado y nos toca a nosotros seguirla. Somos herederos de una historia llena de violencia y represión. No hay cambio sin lucha y no hay lucha sin organización. Hace falta una juventud valiente dispuesta a darlo todo, a ser la vanguardia y llevar la lucha hasta sus últimas consecuencias. ¡Qué la sangre del 10 de junio no se olvide!
