“Reformistas hay en todos los países, pues la burguesía trata por doquier de corromper de uno u otro modo a los obreros y hacer de ellos esclavos satisfechos que no piensen en destruir la esclavitud” (V.I. Lenin, Marxismo y Reformismo, 1913).
Parafraseando a Marx: el motor de la historia es la lucha de clases. Y en la historia de la humanidad, para sobrevivir como especie, era necesario mantener su dominio sobre la naturaleza, lo cual ha podido lograr desarrollando los medios de producción que garanticen su existencia. El conflicto inicial se sitúa en los excedentes económicos que resultan del desarrollo de estos medios, pues la disputa sobre quién debe ser el poseedor de estos excedentes es lo que provocó la existencia de clases sociales y su antagonismo entre poseedores y desposeídos. La clase poseedora utiliza su poder económico para ejercer un poder político y social sobre los desposeídos. Los sistemas económicos han ido evolucionando junto con el desarrollo de los medios de producción, generando un potencial de riqueza sin precedentes, sin embargo, esta riqueza se acumula en la actualidad sólo en el 1% de la población mundial, generando grandes penurias al 99% restante. Es claro que el fruto del trabajo de la mayoría de los seres humanos que habitamos este planeta no nos pertenece, alguien más se lo apropia, dejándonos sólo migajas para repartirnos entre muchos.
Ante estas contradicciones era necesario explicar el origen de las mismas, no sólo para conocerlo sino para buscar la manera de transformar la sociedad para construir una más justa, erradicando los sufrimientos que causa a la mayoría de la humanidad la explotación del hombre por el hombre. Así fue como Marx y Engels desarrollaron el socialismo científico, cuyas herramientas: el materialismo dialéctico, el materialismo histórico y la economía política, no sólo ayudan a comprender nuestra realidad, también nos otorga una alternativa organizativa para combatir al sistema capitalista, planteando la revolución socialista como la vía para alcanzar el comunismo, donde las contradicciones de clase serán sólo un vestigio de un pasado barbárico.
Marx había predicho que el sistema capitalista pasaría por crisis económicas cíclicas que profundizarían las contradicciones de clase, haciendo cada vez más necesaria e inevitable la lucha revolucionaria por alcanzar el socialismo. Sin embargo, entre 1896 y 1900, en las filas del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), se desarrollaría un proceso de “revisionismo” que ponía en duda los brillantes análisis de Marx.
El SPD fue el partido de masas más importante de su tiempo, se consideraba a sus dirigentes como los herederos directos de Marx y Engels, sin embargo, los acontecimientos demostraron que el giro revisionista no estaría a la altura de las necesidades revolucionarias de las masas obreras alemanas, lo que provocaría una cruel derrota del movimiento.
Después de un largo periodo de aparente estabilidad en el capitalismo y de la irrupción del PSD dentro del parlamento alemán, se creo el ambiente perfecto para la introducción de las ideas revisionistas de Eduard Bernstein, quien argumentaba que Marx había cometido un error al plantear las constantes crisis del capitalismo quien agregaba que era innecesaria una lucha revolucionaria para alcanzar el socialismo, pues debido al desarrollo de las instituciones democráticas dentro del capitalismo, sería posible conquistar el socialismo mediante una vía pacífica dentro de los parlamentos burgueses. Lo cual podemos ver en la siguiente cita:
“El capitalismo, tiene su propia historia de desarrollo y … bajo la presión de las instituciones democráticas modernas, y los conceptos de obligación social que conllevan, debe asumir un rostro distinto de aquel que evidenciaba cuando el poder político estaba monopolizado por la propiedad privada»[1].
El planteamiento concreto de Bernstein es que las instituciones (las instituciones del Estado burgués) se han vuelto independientes de los designios de los dueños de la propiedad privada gracias al desarrollo de la democracia moderna, es decir, la democracia moderna ha logrado separar los intereses de clase del poder del Estado. De este modo, teniendo una participación importante en las instituciones democráticas, se pueden generar las reformas necesarias para avanzar democráticamente hacia el socialismo. Esta cuestión no es una simple “revisión” del marxismo, es una plena negación del mismo, pues contradice por completo la concepción marxista del Estado, donde este surge a consecuencia de la propiedad privada y donde sus respectivas instituciones “democráticas” o no, obedecen a los intereses de la clase dominante.
Bernstein veía la reforma social gradual del capitalismo como un reflejo de la naciente “democracia”, sin embargo, desde el marxismo entendemos la consecución de estas reformas como un reflejo de la lucha de clases. Nadie como Lenin para explicarlo mejor:
“Comprendiendo que, al mantenerse el capitalismo, las reformas no pueden ser ni sólidas ni importantes, los obreros pugnan por obtener mejoras y las utilizan para proseguir la lucha, más tesonera, contra la esclavitud asalariada. Los reformistas pretenden dividir y engañar con algunas dádivas a los obreros, pretenden apartarlos de su lucha de clase. Los obreros, que han comprendido la falsedad del reformismo, utilizan las reformas para desarrollar y ampliar su lucha de clase” (V. I. Lenin, Marxismo y Reformismo, 1913).
Aunque Bernstein aceptaba de manera general la teoría marxista sobre el papel fundamental de la clase obrera para alcanzar el socialismo, él lo planteaba de una manera diferente pues refería la existencia de muchos matices dentro de la clase obrera, afirmando que los marxistas pasamos por alto que no existe un “proletariado homogéneo” pues no toda la clase trabajadora son obreros industriales y no todos los trabajadores tienen los mismos rangos y funciones dentro de la producción.
“Los modernos asalariados no son la masa homogénea, uniforme sin el estorbo de la propiedad, la familia, etc., que se prevé en el Manifiesto. Amplios estratos se han levantado entre ellos para lograr condiciones de vida pequeño burguesas. Y, por otro lado, la disolución de las clases medias se está produciendo mucho más lentamente que lo que el Manifiesto creía”[2].
De esta manera aseguraba que, incluso en los países mas avanzados de la época, la clase obrera no estaba madura para avanzar hacia la toma del poder y el establecimiento de la dictadura del proletariado. Dada esta “supuesta” inmadurez de las masas de trabajadores, se hacía necesario para Bernstein realizar cambios en las tareas que deberían desarrollar los socialistas, las cuales eran hacer alianzas con los partidos liberales burgueses, y, en caso de que un gobierno de los socialistas llegara al poder, sería un error plantear “de inmediato” su programa máximo pues no podrían eliminar al capitalismo por decreto, habría una oposición muy grande desde las pequeñas empresas que no se unirían a la rápida socialización de los medios de producción. Esto generaría una desconfianza del sector empresarial, lo cual paralizaría la economía produciendo un caos generalizado. Así, un gobierno socialdemócrata no puede plantearse prescindir del capitalismo, pues significaría un freno económico que no beneficiaría a la clase obrera, por lo que el mejor papel que podría jugar el partido sería en la oposición dentro de las instituciones del Estado burgués, de tal manera que puedan convencer a los dueños del capital de la necesidad de avanzar hacia el colectivismo de manera voluntaria.
En definitiva no hay ningún planteamiento revolucionario bajo las líneas revisionistas de Bernstein, todo lo contrario, estas posiciones fueron un freno para la insurrección de las masas revolucionarias de Alemania durante la revolución de 1918 donde demostraron que, a pesar de no ser “homogéneo”, el movimiento obrero tenía la suficiente madurez para tomar el poder. En la revolución alemana los trabajadores avanzaron a la toma del poder, buscando tomar el cielo por asalto sin ninguna necesidad de negociar con la burguesía, su único freno fue la dirección revisionista, reformista, de la socialdemocracia. Los marxistas entendemos que no basta con las condiciones objetivas, se requiere de un factor subjetivo para llevar a nuestra clase a hacerse del poder político necesario para liquidar al capitalismo, es decir, la construcción de un partido revolucionario de masas. El SPD, con su política reformista, no era ese factor subjetivo, fue esta política la que se encargaría de devolverle el poder a la burguesía y quienes jugarían el papel de sepultureros de la revolución alemana.
A pesar de que ya han pasado más de 100 años de estos sucesos, si analizamos la base teórica del reformismo nos daremos cuenta de que otra de sus características es que no han aprendido nada de la historia, pues una y otra vez se presentan ante las masas obreras como la vía de escape de la barbarie capitalista y una y otra vez les demuestran a las masas que sus reformas llegan hasta donde la burguesía les permite. Cada experiencia reformista ha sido una decepción para nuestra clase, desde el SPD en 1918, hasta Syriza, Podemos y los llamados gobiernos progresistas en América Latina –de la primera ola y de la actual–, pues con una mano nos dan y con la otra nos golpea el capital, porque no han podido “convencer” a la burguesía de que “compartir su riqueza” colectivizando voluntariamente los medios de producción haría a este mundo mejor. Es tan claro que un tigre no puede convertirse en vegetariano como que el capitalismo no puede ser reformado; tan claro como que las instituciones burguesas del Estado no pueden ser utilizadas para transformarlo desde adentro, pues su existencia misma es para salvaguardar los intereses de la clase dominante, no para mediar entre las clases.
Marx y Engels explicaron perfectamente que los antagonismos de clase sólo pueden resolverse a partir de la insurrección revolucionaria de las masas obreras quienes deberán de hacerse del poder para construir los cimientos necesarios para edificar una nueva sociedad donde el fruto de nuestro trabajo sea utilizado para el desarrollo colectivo de la humanidad y no para enriquecer a un puñado de parásitos.
En la actualidad, las condiciones objetivas están dadas para una transformación radical de la sociedad, pero el movimiento obrero internacional sigue carente de una dirección revolucionaria. Por eso, más que nunca, los revolucionarios y comunistas de todo el mundo debemos de sumarnos en un gran esfuerzo por construir el factor subjetivo, participando dentro de las organizaciones de nuestra clase, avanzando, sí, en la lucha por reformas, pero al mismo tiempo explicando los límites de las luchas económicas. De esta manera podremos ganar a la vanguardia de nuestra clase. Sólo con la dirección del partido revolucionario y con la acción decidida de las masas obreras podremos construir la vía socialista y transformar de raíz nuestra realidad.
Finalmente cerramos este artículo con una cita de Rosa Luxemburgo, quien luchó hasta su ultimo aliento contra la reacción revisionista de los reformistas socialdemócratas, una cita que mantiene su vigencia hasta nuestros días.
“La principal importancia socialista de la actividad política y sindical consiste en el hecho de que se socializa la conciencia, la conciencia de la clase obrera. Si se concibe como un medio para la socialización directa de la economía capitalista, no sólo no alcanzará su supuesto objetivo; también perderá su otra y única posible significación social: dejará de ser un medio para preparar a la clase obrera para la revolución proletaria”[3].
[1] E Bernstein, “The struggle of social democracy and the social revolution”, part 1: ‘Political aspects’ Neue Zeit, Enero 5, 1898, en JM Tudor, op. cit. p153.
[2] E Bernstein, “Critical interlude”, Neue Zeit, March 1, 1898, en JM Tudor op. cit. p217.
[3] R Luxemburg, “Practical consequences and the general character of the theory”, Leipziger Volkszeitung Septiembre, 1898, en JM Tudor, op. cit. p270.