Escrito por David García Colín Carrillo
El compañero Pedro Salmeron en su artículo “De alianzas, pactos y esas cosas” http://www.jornada.unam.mx/2017/03/21/opinion/016a2pol explica correctamente las circunstancias terribles en que se encontraba la Revolución rusa a inicios de los años veintes, mismas que obligaron al régimen soviético a utilizar los servicios de viejos especialistas militares zaristas: eran condiciones de aislamiento, colapso económico, cansancio de la masas tras una guerra atroz, ausencia de especialistas militares, la agresión de las grandes potencias y los ejércitos reaccionarios blancos que abrieron unos doce frentes de guerra, etc. Este ejemplo histórico sirve a Salmerón para sostener que los pactos son necesarios y, ergo, AMLO no se equivoca al incorporar a su gabinete a grandes empresarios enriquecidos con las políticas privatizadoras y a personajes salidos del régimen. Veremos, sin embargo, que Salmerón está confundiendo la gimnasia con la magnesia y que su artículo es un ejemplo de “non sequitur”.
Nadie niega el talento de Pedro Salmerón como historiador meticuloso con los datos, las cifras y las fechas; pero no sólo hay que recopilar datos, más importante es saber interpretarlos y sucede que un proceso revolucionario como el Octubre ruso no puede abordarse sin un criterio marxista. Por la ausencia de un análisis de clase las comparaciones de Salmerón pecan de formalismo al omitir las abismales diferencias de intereses, métodos, ideas y circunstancias que separan a la política de los revolucionarios que llevaron adelante la Revolución de Octubre del reformismo crudo. Con un criterio formalista es posible comparar lo incomparable y justificar cualquier cosa, incluso el oportunismo, vean: «Hitler impulsó pactos, Churchill firmó otros tantos, los bolcheviques firmaron en Brest-Litovsk”, ergo, los pactos son inevitables y quien critique a AMLO por tenderle la mano a Peña Nieto no conoce de historia. Pero, incluso Salmerón tendrá que admitir que hay de pactos a pactos y que lo importante en éstos no es su existencia sino los intereses que están en juego.
En realidad, la incorporación de oficiales zaristas al Ejército Rojo creado por Trotsky no es un ejemplo de pacto, el tratamiento es francamente forzado incluso en la forma. Los bolcheviques no se comprometían políticamente a nada excepto a pagar los salarios relativamente altos de estos oficiales -los miembros del Partido y la mayoría de responsabilidades estatales no podían ganar más que un obrero cualificado-, aquéllos estaban subordinados totalmente a los criterios políticos de la dirección bolchevique a través de “comisarios políticos” integrantes del Partido que supervisaban en todo momento que las directivas de los oficiales no se contrapusieran al criterio político. Los casos de traición se pagaban con el fusilamiento e incluso los familiares de los oficiales eran tratados como rehenes potenciales -medida más simbólica que real-. Pero Salmerón se equivoca al exagerar la importancia de estos oficiales en el triunfo del Ejército Rojo sobre los 21 ejércitos reaccionarios -«nacionales» y extranjeros- que se alzaron contra el régimen soviético en 1918. Si los bolcheviques triunfaron fue porque las conquistas de la revolución insuflaron de un ánimo invencible a las masas a las que se les había entregado la tierra y que habían expropiado a los explotadores, el tren blindado de Trotsky no sólo llegaba con armas sino sobre todo con proclamas y consignas. Fue la política de clase la que posibilitó -en última instancia- el triunfo. Lo que sí es un pacto político -y uno muy nocivo- es permitir a un grupo de empresarios que metan mano al programa que democráticamente votó el Congreso fundacional de Morena, esto no sólo es profundamente antidemocrático -incluso desde el punto de vista de la forma- sino que tiende a subordinar a todo Morena a los intereses y criterios de clase de los grandes empresarios. ¿Qué relación tiene este crudo oportunismo como el Ejército rojo? Sólo Salmerón lo sabe.
Salmerón podía haber apelado a otro ejemplo de la Revolución rusa que sí implicaba pactos. Suponemos que la falta de espacio le impidió hacerlo: ante la falta de recursos y la necesidad de desarrollar la industria, a inicios de los años 20s, en medio de una terrible hambruna, Lenin invitó a los empresarios a que invirtieran en algunas regiones remotas de Rusia garantizando un retorno de su inversión con ganancias con la condición de aceptar criterios como salarios justos, pero los empresarios no querían negociar con el régimen revolucionario sino destruirlo. Pero aunque Salmerón hubiera apelado a este último ejemplo estaría equivocado: Lenin propuso algunas concesiones a la inversión extranjera cuando su gobierno había expropiado las tierras, llevado adelante un inmenso reparto agrario, cuando había nacionalizado la industria e impuesto el monopolio del comercio exterior-es decir cuando el capitalismo había sido liquidado-; esto sin mencionar la política internacionalistas encarnada en la creación de la Tercera Internacional que pretendía extender la revolución allende a las fronteras soviéticas. Tan sólo hace falta exponer el contenido revolucionario del gobierno bolchevique para que las absurdas comparaciones de Salmerón con AMLO y Lula caigan por los suelos.
Lo mismo se aplica a su intento de meter a Zapata y Villa en este embrollo. Felipe Ángeles fue sin duda un destacado mayor porfirista que se pasó del lado revolucionario aportando toda su experiencia y conocimientos aprendidos en las escuelas militares de la dictadura para la causa de la revolución. Pero fue Felipe Ángeles el que se pasó del lado revolucionario, no Villa el que se hizo porfirista. Una vez más es el criterio de los intereses de la revolución el que nos permite analizar correctamente el sentido político de estas incorporaciones, cosa que no podemos hacer si sólo hacemos comparaciones formales.
En verdad, no tuvimos que esperar a Salmerón para enterarnos que los zig zags, los acuerdos y la maniobras políticas son no sólo lícitas sino necesarias en determinadas condiciones, Lenin escribió un libro sobre este tema -“La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo”- que contiene lo que es necesario saber al respecto. Lenin explica que estos acuerdos, maniobras y compromisos se justifican sólo en el marco de una política revolucionaria, de independencia de clase, que busque elevar el nivel de consciencia y organización de los trabajadores y que, sobre todo, oriente hacia el derrocamiento del capitalismo. Fuera de este marco los pactos degeneran en oportunismo y en la realpolitik burguesa de siempre.
Pero a Salmerón le importa poco lo que dijo o no dijo Lenin, sus referencias a Lenin y Trotsky no son más que una coartada. Lo que se pretende es justificar la práctica cotidiana de los partidos del status quo que día a día establecen pactos oportunistas con la misma naturalidad que un ser vivo respira. Y esto que a Salmerón le parece tan natural e incuestionable es presentado, al final de su artículo, como el secreto del triunfo de Salvador Allende, Lula y hasta de la Revolución cubana del 59. Aquí nuestro historiador pisa un hielo muy delgado puesto que, en realidad, estos ejemplos prueban lo contrario de lo que él pretende. En cada uno de ellos los pactos con la derecha pusieron en peligro el triunfo, condujeron a un desastre sangriento o a la ruina política.
Veamos: la incorporación de partidos liberales de poca representación real entre las masas como MAPU, API, SDS y Partido Radical a la Unidad Popular que lleva al triunfo de Salvador Allende en 1970 sólo sirvió para limitar el programa del Partido Socialista chileno que ya a finales de los años 40s había arribado a conclusiones revolucionarias. Así en el programa del Partido aprobado en 1947 se lee: “Por ineludible imperativo de las circunstancias históricas, las grandes transformaciones económicas de la revolución democrático-burguesa (reforma agraria, industrialización, liberación nacional) se realizarán en nuestros países latinoamericanos a través de la revolución socialista». Pero los pactos -esos que defiende Salmerón- contribuyeron a echar por la borda estas conclusiones. En tanto el PSCh no obtiene mayoría parlamentaria la derecha presiona para que el gobierno de izquierda acepte nuevos pactos que le aten las manos. El único pacto posible era con las masas movilizadas -el 75% de la población económicamente activa era asalariada y la CUT tenía una fuerza relavante- para romper el chantaje burgués, de hecho es esta presión movilizada la que impulsa las nacionalización de la industria del cobre en 1971 y el impulso de la reforma agraria. Pero, al mismo tiempo, presionado por la derecha y los estalinistas del PCCh, Salvador Allende firma un acuerdo fatal con la burguesa Democracia Cristiana llamado “Pacto de Garantías Constitucionales” que impide a Allende realizar cambios en el aparato militar y lo subordina prácticamente a un Congreso dominado por la derecha. Desde el gobierno, la burocracia, con argumentos leguleyos, hizo todo lo posible por frenar las tomas de tierra y la Democracia Cristiana junto a grandes sectores de los partidos de la Unidad Popular se opusieron a las expropiaciones. La derecha organiza paros patronales y la inacción del gobierno desmoraliza a sus bases populares que infructuosamente pedían armas. Mientras tanto Allende llama a la unidad, por ejemplo, el 24 de junio del 73 -días antes del “tancazo”- pide diálogo con la oposición y defiende a las fuerzas armadas como patrióticas.
Así pues Salmerón se equivoca, Allende no ganó gracias a los pactos con la derecha, sino perdió el gobierno y la vida precisamente gracias a ellos, de hecho fueron las masas las que perdieron con la sanguinaria dictadura de Pinochet.
Por otra parte, los acercamientos de los guerrilleros cubanos con partidos y personalidades de la burguesía liberal en la lucha contra la dictadura de Batista -a los que el Che, por cierto, se opuso- no jugaron afortunadamente ningún papel de importancia, de haberlos jugado la revolución hubiera descarrilado como en el futuro caso chileno. Si la guerrilla pudo tomar el poder en sus manos fue, por una parte, en virtud de la podredumbre extrema del gobierno de Batista, los espectaculares triunfos militares de la guerrilla como la toma de Santa Clara y a la huelga general de masas que precipitan la caída del dictador. Los personajes moderados o de derecha que se habían montado en una revolución en la que no jugaron ningún papel digno de mención renuncian o son expulsados de sus puestos de responsabilidad (el mismo Manuel Urrútia, Miró Cardona, López Fresquet) cuando la revolución impone la reforma agraria. Otros como Huber Matos renunciaron a sus responsabilidades con el vuelco anticapitalista que toma la revolución, algunos otros, como Humberto Sorí Marín se unieron abiertamente a la contrarrevolución (Sorí Martín es fusilado por el gobierno revolucionario después de la invasión a Bahía de Cochinos). ¿Qué papel jugaron las alianzas que tanto le gustan a Salmerón? Absolutamente ninguno, salvo que quejarse lastimosamente de las medidas revolucionarias de Fidel, el Che y sus compañeros sea tomado como algo importante. En cambio, las negociaciones actuales del gobierno cubano con el yanquí sí que ponen en peligro la economía planificada cubana, base de sus incuestionables conquistas en el terreno laboral, cultural, educativo y de la salud.
El ejemplo de Lula es tanto más penoso aunque sólo sea porque es más reciente. La aceptación del status quo, la adaptación al sistema, los pactos con la burguesía mediante los cuales Lula, Dilma y la burocracia del PT en el gobierno impusieron toda una serie de privatizaciones que ni Collor de Mello había logrado imponer, la incapacidad del reformismo burgués para continuar con la financiación de algunas reformas en el marco de la crisis global del sistema -crisis que cerró el grifo de las políticas de asistencia social- minaron al gobierno del PT y abrieron el camino para el golpe parlamentario de derecha contra Dilma.
En realidad el escrito de Salmerón es una coartada para apuntalar la política estrechamente electoral, burocrática y oportunista de la burocracia de Morena. Lenin, Trotsky, la Revolución cubana y Zapata no son más que etiquetas ad hoc en ese objetivo. En estos momentos se desarrolla una lucha en el seno de Morena, en realidad hay dos Morenas: El Morena de la burocracia oportunista que le apuesta a los acuerdos por arriba, a los pactos de unidad nacional con Peña y con la burguesía privatizadora y reaccionaria -es la única gran burguesía que existe en México, no hay otra-, el Morena de los burócratas en busca de hueso, de los perredistas de la cúpula “arrepentidos”; y, por otra parte, el Morena de la calle, de las bases, de los activistas que miran con preocupación cómo su partido se parece cada día más al PRD del que salieron huyendo, un Morena que entiende que los únicos pactos permisibles son con los movimientos sociales, con Ayotzinapa, con Mireles, con los maestros, con los sindicalistas, los indígenas y la juventud; que entiende que no sólo se trata de llegar a la presidencia sino de cómo y para qué. En esta pugna se juega el futuro de Morena como opción de lucha para el pueblo trabajador. Habrá quien se posicione como “intelectual orgánico” de la burocracia o como defensor acrítico de la burocracia; nosotros -en la Izquierda Socialista y en Morena Socialista- nos posicionamos claramente por la independencia de clase, la democracia al interno del Partido y la unidad con el pueblo en lucha.
Salmerón culmina su artículo con la siguiente pregunta: “¿No seremos capaces de extraer lecciones de esas historias?” Debemos ser capaces, ciertamente, de extraer lecciones, aunque éstas son diametralmente opuestas a las que nos sugiere Salmerón.