Este 10 de abril se conmemora el 103 aniversario luctuoso del que fuera el caudillo del Ejército Libertador del Sur y cabecilla más reconocido de la comuna de Morelos. Queremos rememorarlo en esta ocasión haciendo un necesario relieve entre su proyecto político y el de otro iniciador de la Revolución Mexicana, Francisco Ignacio Madero, para entender por qué es que una transformación social debe proponerse llegar hasta las últimas consecuencias para tener éxito y por qué, a través de los limites prácticos del caudillo sureño, es vital que todo proyecto transformador cuente con un programa de clase definido.
Emiliano Zapata, junto con Villa en el norte, representó durante el proceso bélico de 1910-1920, el proyecto revolucionario con las perspectivas más radicalmente transformadoras en nuestro país. Su lucha revolucionaria comenzó en marzo de 1911, después de haber pasado tiempo en un regimiento de caballería y huyendo del gobierno al haber sido etiquetado como bandolero. A sus manos llegó una copia del Plan de San Luis, por medio del cual Madero llamaba a la insurrección contra Porfirio Díaz. Decidió unirse a la insurrección por la promesa de devolución de tierras a sus antiguos poseedores, en este caso principalmente las comunidades indígenas.
Con menos de un centenar de campesinos se inició uno de los grandes ejércitos revolucionarios que a la postre habrían de tomar la Ciudad de México. En esta primera etapa del alzamiento zapatista no podemos establecer qué tanta discrepancia había entre los zapatistas y Madero. Lo que sí es cierto, por otro lado, es que las revoluciones, a lo largo de la historia, han encontrado sus demandas más radicales al recrudecerse el proceso de lucha, cuando más oposición y cuando más violentamente ataca la reacción. En este caso, el látigo de la contrarrevolución, con el que se afiló la revolución, fueron los ataques porfiristas que resultaron en batallas como las de Chinameca y Jojutla. En esta época, el ejército de Zapata empieza a enarbolar una consigna: La tierra es de quien la trabaja.
Establecer que la propiedad de la tierra debe ser de quienes la trabajan, es decir, del proletariado agrícola, tiene implicaciones políticas muy importantes y muy avanzadas. La socialización de la tierra es una condición necesaria para poder concretar la socialización de todos los medios de producción y para que la socialización de la tierra sea una garantía a largo plazo, esta debe ser una conquista de los campesinos, no una concesión del Estado burgués. Aquí en México en 1911, como en Rusia seis años después, hubo toma de haciendas por parte de campesinos que procedieron a repartirse la tierra. Sin embargo, en ambos casos hay una diferencia fundamental que determinó el destino de las dos revoluciones y que ahondaré más adelante, se trata de la alianza obrero-campesina.
Para 1911, Zapata y su ejército tenían una base social meramente campesina y, en ese momento, no tenían la perspectiva de hacer una alianza con el proletariado urbano. Por lo mismo, el programa de este ejército sureño era meramente agrarista, pues no llegaba al extremo de alterar las relaciones de producción que se desarrollaban en la ciudad. Aun así, a pesar de esta limitante, el programa zapatista era por sí mismo bastante avanzado, pues de ponerse en práctica podría poner en jaque a toda la propiedad privada rural, lo cual era inaceptable para los sucesores de Porfirio Díaz. Francisco León de la Barra, presidente interino entre mayo y noviembre de 1911, envío a Victoriano Huerta al mando de mil soldados a enfrentar a Zapata. Y luego llegó Madero a la presidencia.
Madero provenía de una familia burguesa excluida del poder político. Sus pretensiones serían sobredimensionadas si dijésemos que eran significativamente revolucionarias. Tras una corta carrera política local en Coahuila escribió La sucesión presidencial de 1910, se postuló a la presidencia y, en la época de las elecciones, él hubiese estado dispuesto a no competir por la presidencia con tal de que lo dejaran competir por la vicepresidencia. Es hasta su detención, ya siendo candidato a presidente, cuando se convence de la necesidad de llamar a las armas para derrocar a Porfirio Díaz.
Madero representaba y hablaba por los intereses de esa burguesía nacional, que había sido excluida del poder político y su llamamiento a las armas tenía como objetivo principal cambiar precisamente eso. En el mejor de los casos, la de Madero y su clase sería una revolución política que avanzara en establecer un régimen democrático-burgués, pero nada más. Lo que no tomó en cuenta, es que las luchas revolucionarias las hacen las masas que se han convencido de que ya no tienen motivos para seguir tolerando sus condiciones materiales y en el proceso de lucha esas mismas masas tienden a sacar conclusiones mucho más avanzadas que los objetivos de sus dirigentes. Ese fue el caso de Zapata y su ejército.
Entre Zapata y Madero hubo reuniones personales que expresan las diferencias entre los proyectos revolucionarios de cada uno y el carácter irreconciliable de estos. En la que celebraron en agosto de 1911 en Yautepec, cerca de Cuautla, Madero trató de convencer a Zapata de que sus tropas abandonaran las armas, pues, desde su óptica, la razón de ser del conflicto se había resuelto ya. Madero había conseguido su objetivo, el ingreso de su clase a la política. Por su misma condición de clase y su ausencia efectiva del conflicto, no tenía la capacidad de concebir el régimen de propiedad de la tierra por el que propugnaban los zapatistas. En otra ocasión, ya en Palacio Nacional, Madero volvió a intentar que Zapata dejara las armas, por medio de ofrecerle una hacienda. Carabina en mano, el Caudillo del Sur dejó en claro que no eran aceptables más términos que la devolución y el reparto de las tierras con las que se habían quedado los hacendados.
Ahora, esas reuniones también son reveladoras de las dimensiones del programa agrarista de Zapata a mediados de 1911. En esta etapa, Zapata se presenta aun a negociar con el Estado y habla de una devolución de la tierra a los campesinos, no de la conquista de esta por ellos. Su perspectiva no iba más lejos en ese momento ni adquiría un carácter revolucionario aún, por lo mismo, ligar su lucha con la de los trabajadores explotados en la ciudad.
A Madero no le interesaba trastocar la base económica del porfirismo, ni tampoco la superestructura política. Varios de sus ministros lo habían sido también en la época de Diaz. La que él pretendía era una transformación meramente de las caras y los nombres en el sistema político, donde se estableciera una mayor democracia, pero sin enfrentar al Estado existente, pero la lucha había iniciado un proceso de movimiento de fuerzas sociales que no iban a estar conformes con ese cambio que mantenía el statu quo. Por este choque entre fuerzas históricamente incompatibles, Zapata se convenció de que Madero lo había traicionado y promulgó el Plan de Ayala el 25 de noviembre de 1911, documento en el que desconocía a Madero como presidente y se llamaba a las armas para exigir la repartición de los latifundios.
En un país de desarrollo político y económico atrasado, la burguesía nacional está indisolublemente ligada al vaivén del capital internacional y a los designios de la burguesía extranjera a la cual, el país en cuestión está económica y políticamente sometido. Por lo mismo, la burguesía ya no es capaz de jugar un papel revolucionario, por lo que las tareas básicas que quedaron pendientes de la revolución burguesa, entre ellas la cuestión agraria, no pueden ser llevadas a cabo sino por los mismos trabajadores y campesinos explotados y, al hacerlo, la revolución se transforma en ritmo permanente de burguesa a socialista.
El Plan de Ayala es un documento revolucionario en tanto que plantea el reparto de la tierra robada a las comunidades y la nacionalización de los bienes de los terratenientes y miembros del gabinete que se opusieran, pero no trataba la cuestión de la explotación industrial urbana, no planteaba una alianza con los obreros. No era un programa de conquista del poder, no era un programa que marcara el camino a seguir después de que las fuerzas revolucionarias se constituyeran como gobierno. Como consecuencia, el Plan de Ayala era un programa de demandas que dejaba completamente a la deriva la cuestión del poder político. Sin embargo, su aplicación en el Estado de Morelos llevó a un choque frontal que terminaría con acabar con la gran propiedad privada y el establecimiento de un gobierno local
Tras el derrocamiento y muerte de Madero, se generalizó una lucha armada contra Victoriano Huerta. Una fuerza importante fue el ejercito de Zapata. Los seguidores de Madero crearían el ejército constitucionalista que a la postre se dividiría en líneas de clase, emergiendo de ahí la División del Norte de Villa y Felipe Ángeles. Sin embargo, políticamente la dirección constitucionalista era más fiel y cercana a Madero, aunque de una forma más caudillista y autoritaria.
Tras su derrocamiento de Victoriano Huerta en 1914, representantes de los tres principales ejércitos (constitucionalistas, villistas y zapatistas) se congregaron en la Convención de Aguascalientes, la experiencia más democrática en la historia de México. Se aprobó un gobierno que se instauraría con la entrada triunfal de las tropas villistas y zapatistas a Ciudad de México. Se establecen debates que derivarían en leyes revolucionarias y un programa que buscó la alianza con la clase obrera. Se obtiene la versión más refinada del programa revolucionario de Zapata, pero los villistas y zapatistas no lograron consumar la alianza con los sectores urbanos del proletariado.
Madero contra Zapata es una forma de representar la confrontación entre una revolución política burguesa que ya no podía cumplir su cometido histórico y una revolución agrarista sin una clara estrategia revolucionaria nacional. Ambos personajes provenían de clases sociales distintas e intereses distintos. Hoy, los descendientes directos de Madero representan en el Senado al partido más reaccionario de la política mexicana, el PAN, mientras que los descendientes de Zapata son reprimidos por defender la propiedad ejidal de la tierra y el agua en Huexca.
La historia de Zapata contra Madero es una historia que posee vigencia porque es una historia de lucha entre desposeídos y poseedores, es una historia de lucha de clases y de incompatibilidad entre los intereses de estas. Madero es la personificación de la imposibilidad histórica de tratar de conciliar los intereses de clases. El Zapatismo nos muestra por qué es necesario un programa que sirva como guía para que las fuerzas revolucionarias alcen el poder, para poder usarlo en beneficio de todos y para la consecuente extinción del Estado. Estos objetivos solo pueden ser logrados mediante la acción revolucionaria conjunta de los obreros con los campesinos. ¡No esperemos que algún otro gobierno cumpla las demandas, pongamos el poder político y económico en nuestra clase para cumplirlas nosotros mismos!