A principios de febrero se difundió la noticia de que el Senado de la República estaba considerando reactivar una vieja iniciativa de ley de cobranza ligera, que básicamente habría permitido que los bancos pudiesen cobrar préstamos directamente desde las cuentas de los trabajadores. Esto, sin lugar a dudas, hubiese sido un atropello escandaloso a los derechos económicos de la clase trabajadora, pues hubiese significado otorgar a los bancos la facultad de apropiarse de ahorros ajenos: un control total por parte del capital sobre el trabajo.
Aunque finalmente esta iniciativa no avanzó más allá de la mención inicial, ello no significó que todo fuese a permanecer perfectamente “normal” (dentro de lo que cabe) en el sistema de relaciones obrero-patronales de nuestro país durante este año. Por el contrario, de ahí la palabra “urgentes” en el título del presente artículo.
En el transcurso del año, se han detenido dos iniciativas de ley (la cobranza ligera y la Ley ISSSTE 2025); se reactivaron las movilizaciones masivas de la CNTE; se rompió el bloque charro histórico entre el PRI y la CTM; se reconfiguraron las relaciones corporativas entre sindicatos y Estado; y además, el regreso de Trump a la presidencia de Estados Unidos ha puesto en jaque a casi toda la industria manufacturera mexicana y a la integración económica de América del Norte en plena crisis.
Hagamos un breviario teórico: en el capitalismo existe una producción social de los bienes y servicios que utilizamos para mantenernos vivos, pero simultáneamente existe una apropiación individual de todos estos bienes producidos, esa es la contradicción a la que nos referimos como capital-trabajo.
Ahora bien, la relación entre capital y trabajo no siempre es análoga, hay momentos en la historia en que esta contradicción se caracteriza por la explotación más abierta y brutal del obrero por parte del patrón, mientras que el Estado reprime y destruye a los sindicatos. Hay también otros periodos en la historia en donde los patrones y el gobierno, presionados desde abajo por los trabajadores organizados en pie de lucha —o desde afuera por otro país— otorgan ciertas concesiones que naturalmente no concederían (inversiones en salud, vivienda, educación, cosas que la sociedad necesita) y dejan a los sindicatos un margen relativamente amplio de maniobra.
Y hay por último, otros casos en los que el Estado —cumpliendo su función de protección de los intereses de la clase económicamente dominante— desempeña un papel activo en la contención y el control del movimiento obrero por medio no de la destrucción de los sindicatos per se, sino a través de su control institucionalizado. En este contexto, el gobierno mexicano fue pionero a nivel mundial mediante el charrismo, y se suponía que esto iba a ser cosa del pasado, pero todos los acontecimientos que han ocurrido en los últimos meses nos obligan a observar objetivamente la realidad y a sacar las conclusiones necesarias para entender el periodo al que estamos ingresando, y para saber cómo luchar por algo mejor.
El fantasma (¿y la resurrección?) del charrismo
¿Qué es un sindicato charro? Un sindicato charro es un sindicato que habiendo sido creado desde el gobierno, o habiendo sido cooptado por el gobierno después de su creación, se caracteriza por: 1) La intervención del Estado y la patronal en la vida sindical para imponer o mantener dirigentes afines a sus intereses, 2) el dirigente sindical depende, para mantenerse en su puesto, más del beneplácito del gobierno que de la elección de las bases, 3) la renuncia de la dirección sindical por intervenir en la gestión del proceso productivo (el sindicato se abstiene de determinar seriamente las condiciones de trabajo), 4) la nula o casi nula existencia de una vida democrática interna del sindicato, 5) negociaciones limitadas basadas en exigencias económicas, y 6) fragmentación de los trabajadores en luchas aisladas de un lugar de trabajo específico (se evita que todos los trabajadores de un mismo ramo luchen al mismo tiempo).
Desde su aparición a mediados de los 30, el modelo de sindicato “charro” fue el modelo dominante del sindicalismo mexicano durante el siglo XX, pero no lo fue siempre. Durante los años setenta, las bases de muchos de estos sindicatos iniciaron una auténtica insurgencia que desbordó por completo la capacidad de control de los dirigentes charros y esto tuvo como resultado el nacimiento de varios sindicatos independientes, sin embargo aún en la actualidad la mayoría de los trabajadores siguen organizados en este modelo sindical.
Con la crisis del PRI gobierno, el charrismo sindical se debilitó pero no desapareció, la mayor parte de los dirigentes sindicales charros sobrevivieron a los cambios de gobierno, adaptándose a los gobiernos del PAN en el año 2000 y ahora a los gobierno de la 4T, que planteó una serie de reformas en la Ley Federal de Trabajo para legitimar los Contratos Colectivos de Trabajo y abrir las elecciones sindicales al voto, libre, directo y secreto de los trabajadores. Salvo excepciones importantes para la clase trabajadora, en donde lograron democratizar sus sindicatos o crear nuevos, también los dirigentes charros pudieron sortear el tema de las elecciones con el voto directo.
Adicionalmente, el gobierno de la 4T necesitaba —y necesita— mantener al movimiento obrero lo más tranquilo posible para garantizar tanto la rápida entrada en vigor del TMEC (que tal vez ahora ya no importe) como una buena relación con Estados Unidos, esto generó las condiciones para una reaparición del charro. Ya desde el año pasado teníamos a Napito creando su central (la AGT) y al patrón-sindicalista-diputado Pedro Haces afiliando a su central sindical (la CATEM) a Morena. Y ahora a la mezcla se suma nada más y nada menos que a la CTM, la misma que durante décadas fue el bastión del charrismo priista.
El factor Trump y el antiimperialismo discursivo
Desde febrero, el presidente Trump amenazó en varias ocasiones con la imposición de aranceles (impuestos a las mercancías internacionales) no solo a México, sino al mundo entero. Sus amenazas se materializaron el 2 de abril, y aunque nuestro país no está en la lista de los más afectados, los efectos nocivos ya son evidentes, sobre todo en lo que se refiere a la industria automotriz (la más importante del sector manufacturero mexicano).
La CTM se ha deshecho en elogios para el Plan México y en llamados a la unidad nacional entre patrones y obreros (¡!) “para la conservación de empleos”, aunque sin proponer una estrategia clara. Es un antiimperialismo discursivo que se basa en el llamado a fortalecer el capital nacional, una política de la que nosotros, trabajadores, no podremos salir ganando. Ese es el camino tradicional del charrismo.
¡Por un sindicalismo y un movimiento obrero combativo y verdaderamente antiimperialista!
El movimiento obrero mexicano es rico en tradiciones de lucha, un buen ejemplo de ello es la movilización encabezada por los maestros organizados en la CNTE en defensa del derecho de los trabajadores del sector público a una pensión digna. Es un movimiento masivo, nacional e impulsado desde la base. Esa es su característica más importante y el camino a seguir. Así, y no adhiriéndose a fortalecer al capital nacional es como se han conseguido todas las victorias importantes de la clase obrera.
Para poder conseguir pensiones dignas para todos —públicos y privados— y para proteger los empleos, necesitamos la antítesis del sindicalismo charro que ha resucitado bajo el amparo de los gobiernos reformistas. No necesitamos sindicatitos que negocien en un solo lugar de trabajo y negocien a espaldas de los trabajadores, buscando complacer al gobierno en turno. Necesitamos grandes sindicatos que aglutinen a todos los trabajadores de una industria, que tengan vida interna democrática y que no teman de convocar a la ocupación de fábricas cerradas por los aranceles. Esto, junto con un programa político claramente revolucionario, son lo que le dará al movimiento obrero la victoria.