Escrito por: David García Colín Carrillo
“Lo que los comunistas reprochamos a los cristianos no es el ser seguidores de Cristo, sino precisamente el no serlo” [Machovec, citado por Rius, en “Jesús alias el Cristo”]
Alguna vez Eleonor, la menor de las hijas de Marx, recordando los paseos con su padre, escribió: «Una vez escuchamos una magnífica música en una iglesia católica romana. Me produjo una impresión tan profunda, que le hablé a Mohr de ello [Moro, debido a su piel morena, era uno de los apodos con los que las hijas de Marx llamaban a su padre]. Él me lo explicó entonces todo con tanta claridad y persuasión, a su manera, tranquilo, que desde entonces no experimenté las menores dudas. La forma en que me narró la historia del hijo del carpintero, a quien mataron los ricos, ¡tan sencilla y sin embargo con tanta elocuencia! Muchas veces seguía oyéndolo decir: ‘A pesar de todo, podemos perdonarle mucho a la cristiandad, porque enseñó el amor a los niños’ «.
Pero es obvio que las simpatías del fundador del socialismo científico por el cristianismo primitivo iban mucho más allá de “el amor por los niños”, se basaban en el hecho de que el cristianismo primitivo fue un movimiento revolucionario que se enfrentó a la dominación romana que sufría el pueblo judío; que se enfrentó a los emperadores, a la casta sacerdotal judía, a los comerciantes, los terratenientes y a los ricos en general; el cristianismo primitivo se forjó en el calor de una larga lucha de guerrillas y en la espera de un enviado de Yahve, descendiente del mítico rey David, que derrocaría a la puta de Babilonia –el Imperio Romano- y aplastaría a los infieles. La primitiva comunidad cristiana presentaba toscas tendencias comunistas en donde todos los bienes eran repartidos. Engels –en un interesantísimo escrito sobre el “Apocalipsis de San Juan” y las relaciones entre el comunismo moderno y el comunismo de los primeros cristianos- escribió:
“Ofrécenos la historia del cristianismo primitivo puntos notables de contacto con la del movimiento obrero moderno. El cristianismo, al igual que éste, era en su origen la expresión de los oprimidos y se presentaba primeramente como la religión de los esclavos, los libertos, los pobres, los hombres privados de derecho y de los pueblos subyugados o dispersados por Roma. Ambos movimientos, el cristianismo y el socialismo, predican el término inmediato de la esclavitud y de la miseria: el primero lleva esta libertad aún más allá, a una vida después de la muerte, en el cielo. El segundo colócala en este mundo, y la concibe mediante una transformación de la sociedad. Ambos son perseguidos y sus partidarios proscritos y sometidos como enemigos a leyes de excepción, unos del género humano, y otros del orden social. Y a pesar de todas las persecuciones podría decirse directamente favorecidas por ellas, uno y otro siguen victoriosamente, irresistiblemente, su camino”.
De esta forma casi profética Engels vaticinó en este mismo texto: “Nuevos descubrimientos, particularmente en Roma, en oriente y sobre todo en Egipto, contribuirán [en la tarea de revelar más pormenorizadamente los orígenes del cristianismo primitivo] en mejor manera que toda crítica”.
Efectivamente, en 1945 en NagHammadi, Egipto, un beduino que buscaba excrementos secos para usarlos como abono se encontró unos papiros enterrados -compuestos entre el siglo I y II de nuestra-que resultaron ser evangelios no contenidos en la versión canónica del Nuevo Testamento: El Evangelio de Tomás, el de Felipe, el de María Magdalena, entre otros; lo que se encontró provocó un escándalo entre los ortodoxos religiosos pues en ellos se podía leer herejías como que “Jesús besaba a María [Magdalena] en la boca”. Hallazgos aún más relevantes acontecieron poco después: a comienzos de 1947 un beduino que buscaba una cabra perdida en las cuevas de las montañas del desierto de Judea, en las cercanías del Mar Muerto, vio un boquete entre las rocas, por curiosidad arrojó una piedra y escuchó cómo se rompían unos jarrones; resultó ser el primer grupo de unos siete rollos a los cuales se sumarán unos 800 fragmentos descubiertos en 5 expediciones realizadas desde 1951 hasta 1965, en un conjunto de 11 cuevas; documentos que abarcan un periodo del 200 a. C. al 70 d. C. aproximadamente, la inmensa mayoría son fragmentos muy pequeños, algunos del tamaño de una uña.
Su importancia radica en que son textos escritos antes, durante e inmediatamente después de la fecha en que se supone Jesús de Nazaret fue crucificado, por lo tanto son los textos paleocristianos más antiguos que se han encontrado. Se estima que los cuatro evangelios del Nuevo Testamento no pudieron ser redactados antes de la caída de Jerusalén en el año 70 d. C., además, la versión que nos ha llegado –la única que se conoce- no tomó su forma actual sino hasta el siglo IV de nuestra era, después de que Constantino, tras el Concilio de Nicea en el año 325, impuso la versión canónica y mandó destruir todo lo que no fue incluido en la versión imperial y domesticada de La Biblia. Si bien El Antiguo Testamento cobró su forma final en torno al siglo III a. C., la versión más vieja conocida –la Misná- es del siglo II d. C. Por lo tanto los Rollos del Mar Muerto son la versión bíblica original más antigua que se haya encontrado.
Los Rollos del Mar Muerto aún no se traducen por completo pero entre lo descubierto hasta ahora destaca: “[…] dos copias del Libro de Isaías, un comentario del Libro de Habacuc y cuatro libros de los nunca se había oído hablar y no llevan títulos, pero les fueron asignados de acuerdo a su contenido: el Manual de Disciplina, también llamado Reglas de la Comunidad, las Reglas para la Guerra de los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas, un libro llamado Hodayot, escrito esotérico con un insólito contenido místico, y un Génesis escrito en arameo. Un Levítico escrito en hebreo antiguo; una colección de cuarenta y siete Salmos, de los cuales siete eran desconocidos aunque estaban intercalados entre los demás y se ignora las razones por las que nunca fueron incluidos en el texto canónico cristiano. También se encontró un Tárgum de Jacob y el Rollo del Templo […]”.
Y si bien hasta el momento en estos fragmentos no se ha encontrado evidencias de la existencia de Jesucristo, sí demuestran la existencia de una secta de disidentes judíos que practicaban el comunismo y que predicaban una ideología militarista. Con todo detalle en las “Reglas de Disciplina de la Guerra de los Hijos de la luz contra los Hijos de las Tinieblas” se muestra cómo el grupo se preparaba para la guerra contra los infieles –en general las tribus enemigas de los judíos: edomitas, amonitas, moabitas y filisteos- y, sobre todo, contra los opresores romanos (llamados “kittim” en los textos)–identificados como los “Hijos de las Tinieblas” y como adoradores de Belial [al parecer el diablo, Belcebú]– estos insurgentes se identificaban como los “Hijos de la Luz” y creían que un “Maestro de Justicia” llegaría para encabezar al pueblo elegido –los judíos pobres- rumbo a una Guerra Santa en la que se impondría el reino de la justicia, la instauración del Imperio Judío con capital en Jerusalén. Dios impondrá el terror entre los infieles y entre los opresores, sólo los fieles sobrevivirían:
«Entonces se precipitará la espada de Dios
en la era del juicio,
y todos los hijos de su verdad despertarán
para aniquilar la impiedad
y todos los hijos de la culpa dejarán de existir para siempre.
El guerrero tensará su arco
por una anchura inmensa.
[Abrirá] las puertas eternas
para sacar las armas de guerra,
y dominarán del uno al otro confín.
No habrá salvación para la inclinación culpable,
será hollada hasta el aniquilamiento
sin que quede nada.»
(1Q Hodayot 14, 29-32)
La secta ha sido identificada por la mayoría de los arqueólogos e historiadores con la de los Esenios o como una escisión de éstos. Es probable que el nombre de la secta provenga del término “asaya” que en arameo significa “sanador”; aunque los autores de los papiros nunca se identificaron con este término sino como “Hijos de la Alianza”, “Hijos de Zadok” o “Hijos de la Luz”.De acuerdo a las reglas de la comunidad que se contienen en los Rollos del Mar Muerto los integrantes de esta secta practicaban un comunismo tosco basado en la comunidad de bienes de consumo, mezclado con toda una serie de rituales judíos dogmáticos:
“La vida era comunitaria, fuertemente estructurada, los bienes eran posesión común, se separaban del resto del pueblo, practicaban el celibato, la rectitud moral, la modestia, los baños rituales, las comidas en común y usaban hábitos blancos. La secta se consideraba como el verdadero Israel, esperaban un Mesías Davídico y sacerdotal. Josefo nos comenta sobre los Esenios: «Habiendo oído hablar de un tal Bannus que vivía en el desierto, contentándose para vestir con lo que le proporcionaban los árboles y para comer con lo que la tierra produce espontáneamente, usando frecuentes abluciones de día y de noche por amor a la pureza, me convertí en émulo suyo».
El comunismo de la secta está claramente normado en las Reglas de la Comunidad:
«Y si es incorporado… también sus bienes y sus posesiones serán incorporados por mano del Inspector a las posesiones de los Muchos. Y se inscribirán por su mano en el registro, pero no se emplearán en beneficio de los Muchos. Hasta que complete su segundo año entre los hombres de la comunidad no probará la bebida de los Muchos.
Y cuando este segundo año haya sido completado, será inspeccionado por la autoridad de los Muchos. Y si es incorporado a la comunidad, lo inscribirán en la Regla de su rango en medio de sus hermanos para la ley, para el juicio, para la pureza y para la puesta en común de sus bienes». (1QS6, 13b-23)
Esto se parece mucho a lo que se lee en los Hechos de los Apóstoles del Nuevo Testamento:
“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones… Todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno”. (Hechos de los Apóstoles, 2: 42).
Es comprensible que el comunismo de los primeros cristianos fuera un comunismo ascético de bienes de consumo que se podría practicar en los marcos de un monasterio o por un pequeño grupo, los protagonistas de este movimiento eran pequeños productores, esclavos, campesinos; era imposible que su comunismo involucrara otros medios de producción que aquéllos con los que estaban familiarizados. Debido al poco desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad su comunismo debía cobrar formas fantásticas y místicas, estar apoyado en ilusiones sobre el más allá, visiones apocalípticas y el auxilio de un Mesías; todo esto era síntoma de impotencia. Pero sin menoscabo de su comunismo, la secta estaba militarmente estructurada –como suelen estarlo aquéllos que se organizan en un ejército y se preparan para la guerra- dominando un consejo teocrático de doce sacerdotes -incluso el “Mesías”, cuando llegara, tenía un lugar reservado subordinado al sumo sacerdote-; sin embargo, la alta jerarquía siempre debía tomar en consideración la opinión de la asamblea general “de los muchos” en donde participaba toda la comunidad independientemente de sus jerarquías.
Aun cuando Jesús no aparece en las fuentes históricas –a excepción de los evangelios del Nuevo Testamento- una legión de Mesías redentores pregonaban su mensaje en la Palestina ocupada, muchos de ellos debieron ser una amenaza más directa que el mismo Jesús, a juzgar por la presencia de aquéllos en relatos de sus contemporáneos y la ausencia de éste. Es probable que Josefo no mencionara el grupo de Jesús de Nazaret porque o no lo conoció o no lo diferenció del conjunto de Esenios y Zelotes que protagonizan su relato. La secta de Jesús de Nazaret pudo ser marginal en este torbellino de inestabilidad, pero incluso si no existió no cabe duda que el movimiento cristiano puede concebirse perfectamente como un movimiento de masas que se desprendió del judaísmo original al margen de tal o cual líder carismático. Después de todo “Kristos” (Cristo) no es otra cosa que la palabra griega para “Mesías” y no hace referencia –necesariamente- a un individuo en particular. Así, las raíces históricas del cristianismo no están asociadas a un individuo, sino a todo un contexto social revolucionario en el que el advenimiento de un “Maestro de Justicia”, un “Mesías” que encabezaría a los “Hijos de la Luz” hacia la redención, marcaba todo el periodo y determinaba las ideas principales de las sectas insurgentes.
Ya desde el siglo II a. C., durante la dominación Siria, surgieron los primeros insurgentes guerrilleros, pertenecientes a sectores explotados que organizaba atentados terroristas contra los funcionarios, los sacerdotes corruptos y los infieles. Matatías y sus hijos Simeón y Judas formaron el movimiento “Macabeo” –que significa “el martillo de Dios”- que logra recuperar Jerusalén en el año 165 a. C. Hasta el día de hoy la comunidad judía festeja ese triunfo como la Janucá o fiesta de la Nueva Dedicación al Templo. Los Sirios reconocieron al gobierno Macabeo pero con ello comenzó una nueva etapa de corrupción y colaboración con el imperio. En oposición a la concentración de poder de los Macabeos y sus sucesores los Asmoneos, surge la secta Esenia. A partir de estos acontecimientos cristalizan las principales agrupaciones judías que expresaban –más o menos- a las clases sociales protagonistas del surgimiento del cristianismo.
La Saduceos eran la aristocracia judía, los sumos sacerdotes que lucraban con el tesoro del Templo, comerciantes ricos, aliados por conveniencia a la dominación romana; los Fariseos, sector medio, representante político de la mayoría del pueblo judío, que se oponía a la dominación romana, por medio de una ortodoxia religiosa, pero tendía a la moderación y a la conciliación, de este sector surgirían los rabinos ortodoxos actuales; y los Zelotes, sector radical, que se desprende de los Fariseos, que opta por la resistencia armada y violenta contra la opresión romana; los Esenios serían una secta afín al movimiento Zelote, de estos sectores radicales surgiría el cristianismo primitivo.
Miles de Zelotes fueron crucificados, los Mesías llegaron a encabezar ejércitos masivos que hicieron temblar al imperio romano. Tan sólo en el año en que se supone nació Jesús, el gobernador de Siria, Varo, “Capturó 2000 cabecillas y los crucificó a todos”. Tanto Esenios como Zelotes retomaron la creencia judía en el Mesías (que significa “el elegido”, “el ungido”) para convertirla en una idea revolucionaria; se creía que un descendiente de David –el mítico rey de un remoto y glorioso Estado judío que existió en el pasado-, un enviado de Dios, llegaría para derrocar a los opresores e instaurar el reino de la justicia. La idea de un Mesías vengador se alimentaba constantemente por la opresión, los impuestos desmedidos y la corrupción de los Saduceos (la aristocracia judía aliada a los opresores romanos) y había sido exacerba por la ocupación romana de Jerusalén en el año 63 a. C., las condiciones de humillación colonial se expresaban en situaciones como ésta:
“Durante la fiesta de Pascua en el año 50 d. C. un soldado romano levantó su túnica y se tiró un pedo contra la multitud de peregrinos y adoradores del templo”, lo que provocó un motín donde murieron varios miles de personas aplastadas por la multitud.
Aunque actualmente la idea de un Mesías puede parecernos como charlatanería delirante propia de embusteros, no necesariamente éste es el caso en los tiempos que se configuraba el Nuevo Testamento; no es que creamos que los Mesías realmente eran enviados de Yahvé, lo que debemos entender es que en un contexto de fanatismo religioso y lucha de clases los Mesías eran, simplemente, predicadores o caudillos que realmente creían –junto con las masas que los seguían- que eran portadores de la voluntad divina, que no era otra que la liberación de su pueblo. Diversos líderes carismáticos Zelotes encabezaron legendarias revueltas, por ejemplo:Judas de Galilea (fundador de la secta Zelota) llamó a la rebelión y a la desobediencia al pueblo,lo instó a negarse a participar en el censo del año 6 d. C., un censo cuyos fines era puramente impositivos, Judas de Galilea abrirá una estirpe de revolucionarios heroicos, dos de sus hijos morirán crucificados y el tercero encabezará la épica resistencia de los años 68-73; Eleazar ben Deinaios encabezó una insurrección en el año 52 d. C. Según Flavio Josefo, después de ser aplastada la rebelión por el gobernador Félix, “los bandidos a los que crucificó y los habitantes locales confabulados con los que capturó y castigó eran tantos que no se podían contar”.
Para el año 66 d C. los revolucionarios surgían en todas partes como las cabezas de la hidra en una guerra civil que llegará al corazón de la dominación romana en Palestina: Jerusalén. En el 68 d. C. prácticamente esta ciudad estaba tomada por revolucionarios a los que parecía cumplírseles la profecía de que el nuevo reino de la justicia la tendría por capital. Con Nerón como emperador, Vespasiano asedia las ciudades insurrectas y luego Tito –hijo de éste- comanda seis legiones de 65 mil hombres con los que sitia la ciudad y logra penetrarla – tras romper el cerco de las tres murallas que protegían la ciudad-; se impone con una masacre de cerca de un millón de personas–según datos de Flavio Josefo-y tras destruir el templo judío -quemando y saqueando- se capturan como esclavos a 97 mil personas, se dice que se crucificaron a tantos que se acabaron los árboles, cientos murieron en el Circo Romano, las mujeres fueron violadas y prostituidas;después el ejército romano realiza una marcha triunfal a Roma transportando el candelabro de siete brazos que saquearon del templo como un trofeo de guerra.
Es en el contexto de esta terrible derrota en donde los libros de Mar Muerto fueron ocultos en las cuevas del desierto de Judea, es muy probable que los insurrectos pretendieran salvaguardar lo que para ellos era la biblioteca sagrada de su comunidad. El hecho es que a unos pocos kilómetros de donde se encontraron los papiros también se encontró una edificación conocida como KhirbetQumran que fue destruida y quemada precisamente en el año 70 d. C. Parece ser que la edificación fueconstruida por los reyes Macabeos y, luego, fue convertida por la comunidad esenia en su monasterio cerca del año 130 a. C., seguramente al imperio poco le importó que un grupo sectario se refugiara en el desierto y los dejaron a su suerte –ni siquiera se preocuparon por exigir impuestos a una comuna agrícola muy poco productiva-, pero la actitud del régimen cambió drásticamente con los procesos revolucionarios en los que, seguramente, los Esenios se vieron implicados junto con los Zelotes -en completa concordancia con su credo militarista y mesiánico-, como lo demuestra el hecho de que su monasterio comunista fue totalmente destruido por el ejército romano.
El contexto de la rebelión Zelota y la secta Esenia arrojan nueva luz a aspectos de La Biblia que de otro modo aparecen enigmáticos o absurdos. Haya existido o no Jesús no cabe duda que sus actos y su desenlace encajan perfectamente con la de los dirigentes revolucionarios Zelotes. No es casualidad que los romanos hayan crucificado a Jesús como crucificaron a miles de revolucionarios y que debajo de su nombre, en la cruz, hayan escrito “Rey de los Judíos”, es decir, dirigente político de los judíos pobres. Tampoco debe ser casual que uno de los seguidores de Jesús–Simón- fuera apodado “ El Zelote” o que Judas fuera apodado Iscariote (muy parecido sicarii, que significa “hombre del puñal”, como el que los revolucionarios solían portar para cortar cuellos en atentados terroristas), tampoco debe ser casual que cuando aprehenden a Jesús sus seguidores hayan intentado resistirse armas en mano –armas que no tendrían sentido si Jesús hubiera sido el pacifista que muchos creen, ignorando el contexto de rebelión sin el cual su crucifixión resultaría un sinsentido-. Tampoco es casual que los dos “bandidos” que fueron crucificados con Jesús hayan sido acusados de “lestai” que es el término original con el que Josefo solía referirse a los guerrilleros Zelotes. También resulta reveladora la figura de un Juan el Bautista -el que bautiza e introduce a Jesús en el credo-que se viste con pieles de animales y sobrevive con miel de abeja e insectos, que predica y bautiza en las mismas aguas del río de Jordánen las que lo hacía la comunidad esenia; Jesús es acompañado por 12 apóstoles, como los 12 sacerdotes que encabezaban a la comunidad Esenia; tampoco debe ser mera coincidencia la disputa en la Última Cena por la ubicación de los comensales según su edad, de forma idéntica a como se ubicaban los Esenios en sus cenas comunales; ¿en dónde pudo haber estado Jesús cuando se fue al desierto si no es con la miríada de insurrectos Zelotes y Esenios que eran los únicos que merodeaban permanentemente en esos lugares?. Después de todo –a pesar de los intentos posteriores por borrar los rastros de sedición- el Nuevo Testamento está repleto de ideas sobre un Dios vengativo, sobre un Jesús que trae discordia, que ataca el templo convertido en mercado, que incursiona en la mismísima Jerusalén montado en un asno, que trae profecías sobre desgracias para los ricos y poderosos, sobre la caída de la puta de Babilonia; el mismo odio de clase que se encuentra en las “Reglas de Disciplina de la Guerra de los Hijos de la luz contra los Hijos de las Tinieblas” de los Rollos del Mar Muerto. La Biblia de los Esenios tiene mucho de libro insurgente, sus ecos aún reverberan en el Nuevo Testamento. Así, el evangelio de Lucas hace decir a Jesús:
“¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Porque es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios”. (Lucas, 18:24)
En la Epístola de Santiago se observa un odio hacia la clase dominante:
“Ahora les toca a los ricos: lloren y laméntense porque les han venido encima desgracias. Los gusanos se han metido en sus reservas y la polilla se come sus vestidos; su oro y su plata se han oxidado. El óxido se levanta como acusador contra ustedes y como un fuego les devora las carnes. ¿Cómo han atesorado, si ya eran los últimos tiempos?
El salario de los trabajadores que cosecharon sus campos se ha puesto a gritar, pues ustedes no les pagaron; las quejas de los segadores ya habían llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Han conocido sólo lujo y placeres en este mundo, y lo pasaron muy bien, mientras otros eran asesinados. Condenaron y mataron al inocente, pues ¿cómo podía defenderse?” (Santiago, 5:1).
Al mismo tiempo que la comuna de Qumrán era quemada por los romanos, se estableció el último reducto de la resistencia judía en una fortaleza romana, tomada bajo el liderazgo de Manahem –el último hijo de Judas de Galilea-, la fortaleza de Masada. Manahem logró expulsar a las tropas romanas de la fortaleza, asesinó al sumo sacerdote Ananías y se vistió con las ropas reales, después Manahem es emboscado y muerto tras torturas prolongadas. Sin embargo, bajo el mando de Ben Yair los últimos insurrectos, continuarán la resistencia en Masada. Se trata de una meseta montañosa de 300 metros de altura que domina la llanura por medio de unas 110 torres, en donde en el año 72 unos 967 Zelotes, incluidas sus familias –ancianos, mujeres y niños-, entablaron la última batalla desesperada por la liberación de su pueblo, frente a unos 15 mil hombres que componía al ejército romano. Éste, bajo el mando del general Silva, debe construir un muro fortificado para garantizar que ningún insurrecto saldrá con vida de Masada; construye, también, una rampa de 180 metros para romper los muros y realizar el asalto final a la fortaleza. Los Zelotes construyen un muro interior, relleno de tierra, para resistir. Los romanos incendian el muro de madera pero, como si Yahvé hubiera hecho un último intento para ayudar a su pueblo elegido y cumplir su pacto, cambia la dirección del viento y las llamas se vuelven contra el ejército romano, sin embargo, es sólo un capricho meteorológico y los romanos pueden finalmente entrar a Masada.
A pesar de que Flavio Josefo fue un traidor judío que se pasó del lado del emperador, no pudo más que reconocer en “La Guerra de los Judíos” el heroico desenlace final de las cerca de mil personas que osaron resistir al imperio más poderoso de la antigüedad; los insurrectos sabían los que les esperaba, la tortura prolongada y la muerte, “Vaevictis” la “desgracias para los vencidos” que solía imponer Roma: los hijos serían esclavizados, las mujeres prostituidas, los hombres torturados o enviados al Circo Romano para ser comidos por bestias. Los primeros cristianos soportaron el martirio con ejemplar valentía, con la entereza que da la certeza del triunfo final de la causa:
En la guerra con los romanos quedó demostrado de sobra el temple en medio de tribulaciones de todo tipo. Ni el potro, ni el fuego, ni ningún otro instrumento de tortura consiguieron obligarlos a negar a su Legislador ni a comer alimentos prohibidos. Se negaron a someterse a estas dos exigencias y ni una sola vez se humillaron para elogiar a sus perseguidores ni dejaron caer una sola lágrima. Con una sonrisa en medio de las torturas y burlándose tranquilamente de sus verdugos, dieron gustosos la vida, en la seguridad que volverían a recibirla.
Según Josefo, uno de los líderes, Eliazar, explicó a los insurgentes de Masada lo que les esperaría si se dejaban capturar por los romanos:
Si sus mujeres son abusadas y sus hijos esclavizados y ustedes mueren en tormento, será por cobardía de elegir una forma de muerte más digna. Que nadie le suceda tener que escuchar los alaridos de tormento de sus esposas o hijos.
Prefirieron elegir su destino y no dar gusto a sus torturadores:
“[…] tras haber oído las palabras de Eliazar se decidieron a matar a sus mujeres e hijos y finalmente matarse ellos mismos. Los maridos abrazaron tiernamente a sus esposas y estrecharon contra su pecho a sus pequeños mientras, con lágrimas en los ojos, les daban los más largos besos de adiós. Pero, al mismo tiempo llevaban a la práctica lo que habían acordado, sin otro consuelo que el de la necesidad de evitar a sus seres queridos los peores sufrimientos y miserias que les habría reservado el enemigo. Luego, no pudiendo soportar el dolor por lo que acababan de hacer y no considerando justo vivir un solo minuto más que aquéllos a quienes habían dado muerte, juntaron en una pira todo lo que poseían y le prendieron fuego. Eligieron después a suerte diez hombres, a los que les tocó matar al resto. Todos se tumbaron entonces a lado de sus familiares y, estrechándolos en un último abrazo, ofrecieron su cuello a la espada de los que pos azar eran ejecutores de tan triste tarea. Y luego que los diez hubieran matado a todos los demás, eligieron de nuevo a suertes a uno para que matara a los otros nueve y después se diera muerte. Y cuando el último quedó solo dio una vuelta entre los cuerpos para ver si alguno todavía necesitaba de su ayuda y cuando comprobó que todos estaban muertos prendió fuego al palacio y con la gran fuerza de su brazo se atravesó con la espada cayendo sin vida al lado de sus seres queridos […] Por lo que se refiere a los romanos, ellos pensaban que habría batalla cuando al día siguiente, vestidos con sus armaduras, tendieron puentes de tablas y se prepararon con cuerdas para asaltar la fortaleza, cosa que hicieron; pero no vieron ningún enemigo, sólo una gran quietud por doquier y huellas de fuego en la explanada y, a su alrededor, un profundo silencio […] Entonces dos mujeres, que habían permanecido escondidas con unos pocos niños durante la masacre y habían oído las voces de los soldados, salieron e informaron a los romanos de lo que había ocurrido y de cómo había ocurrido; y ni aun así ellos podían dar crédito a lo que oían. Pero después intentaron apagar el fuego y entonces, al abrirse camino a través de las ruinas, llegaron al interior del palacio y encontraron a la multitud de muertos, pero no pudieron experimentar placer alguno, a pesar de que se trataba de sus enemigos. Y tampoco pudieron evitar quedarse maravillados del valor de la decisión de estos hombres y del impasible desprecio a la muerte que un número tan grande de ellos habían mostrado al llevar a cabo, sin dudarlo un momento, una acción de heroísmo semejante”.
Las investigaciones arqueológicas en Masada han revelado hallazgos que refuerzan la idea de que los mártires de aquélla revolución estaban vinculados con los Esenios que ocultaron sus libros en las grutas del Mar Muerto, que no hay razón para suponer que Esenios y Zelotes fueran movimientos excluyentes. Es muy probable que después de la destrucción del templo en Jerusalén y de la destrucción del monasterio de Qumran, algunos de los sobrevivientes participaran en la resistencia final en Masada: en el sitio “fueron hallados numerosos manuscritos. Algunos son idénticos a los que se encontraron en las cuevas de Qumran. Por ejemplo, Cantos del Sacrificio Sabático, un texto que pertenece a la liturgia angélica y se cree que fueron llevados por algunos Esenios que, huyendo de Qumran, fueron parte del holocausto de Masada”.[14]Entre otras osamentas se encontraron tres esqueletos: una mujer, un hombre y un niño, junto a fragmentos de flechas, una armadura y un chal de oración judío; el cráneo de la mujer aún tenía su cabello como si recién hubiera sido trenzado; se encontraron trozos de 11 fragmentos de cerámica inscritos con un nombre cada uno, en uno de ellos se lee el de Ben Yair –el cabecilla de la rebelión, se cree que son los fragmentos con los que se dejó a la suerte a aquéllos que ejecutarían el suicidio colectivo.
La destrucción del templo y el suicidio en Masada no destruyeron por completo las ideas de un mesías revolucionario; como se puede leer en el Apocalipsis de San Juan, algunos de los primeros cristianos siguieron pensando que el Mesías habría de resucitar y que tras reunirse con Yahvé, regresaría armado con la copas repletas del odio de Dios y con siete ángeles vengadores a cumplir con el pacto de la alianza que Yahvé había establecido con el pueblo judío, llegaría a la tierra a infringir azotes sin fin contra los opresores e infieles. La última gran insurrección mesiánica se dio bajo la dirección de otro profeta en el año 132 d C. llamado Bar Kochva“hijo de una estrella” quien organizo a un ejército de masas de unos 200 mil hombres y estableció un Estado judío independiente que increíblemente duró 3 años. Dice Marvin Harris “Los romanos no habían encontrado desde Aníbal un oponente militar de tal osadía; luchaba en primera línea y en los lugares más peligrosos. Roma perdió una legión entera antes de acabar con él. Los romanos arrasaron mil aldeas, mataron 500 mil personas y deportaron a millares como esclavos. Después generaciones de sabios judíos amargados arrepentidos de Bar Kochva como el “hijo de una mentira”, que les había embaucado para que perdieran su tierra natal”.
La imposición de un Mesías misericordioso fue el resultado tardío de la manipulación de los textos cristianos, realizada por sectores acomodados a la dominación imperial –los llamados “Padres de la Iglesia”- que pretendían hacer las paces con sus opresores y que estaban hartos de rebeliones aparentemente infructuosas, también fue producto de la corrupción a que se vio sometida la cúpula de obispos de la comunidad cristiana por parte de las autoridades romanas. La ironía de la historia es que el mismo imperio que torturo y persiguió hasta la muerte al movimiento cristiano se erigió finalmente como la Santa Iglesia Apostólica y Romana, y que el pueblo judío que había sido el caldo de cultivo original del cristianismo fue culpado en bloque por el asesinato de Jesús, cuando los únicos judíos cómplices del imperio fueron la aristocracia Saducea, es decir, los ricos. No es la primera vez que una contrarrevolución pone la realidad patas arriba. Pero incluso aunque introdujeron su ideología acomodaticia y cobarde de “ofrecer la otra mejilla” y “perdonad a tus enemigos” su empeño por borrar la lucha de clases de la Biblia fue infructuoso y negligente, a lo más lograron convertir el Nuevo Testamento en un batidillo incoherente de ideas contrapuestas. Sin embargo, los Rollos del Mar Muerto y los relatos de sus contemporáneos como Flavio Josefo y Plinio el Viejo revelan a un ejército de judíos oprimidos que lucharon y se enfrentaron valientemente contra el imperio más poderoso de la tierra. Aunque el pequeño grupo encabezado por Jesús de Nazaret no fue el más importante de los movimientos mesiánicos de aquellos días, su movimiento perduró y se impuso probablemente porque los cristianos sobrevivientes abrieron su movimiento a los no judíos, convirtiéndose en una de las primeras organizaciones realmente universales.
Otra de las ironías de esta historia es que las mismas tierras palestinas donde los primeros cristianos lucharon por liberarse de un ejército de ocupación sea el mismo escenario donde el pueblo palestino de hoy lucha por liberarse de la humillante opresión del Estado judío, Estado apoyado por el país imperialista más poderoso y brutal de toda la historia de la humanidad, la Puta de Babilonia de nuestros días que oprime a trabajadores palestinos y judíos por igual. Pero al igual que sucedió bajo la bota romana, de la opresión surgen el fantasma de la revolución en la que las masas luchan y lucharán por imponer el paraíso en la tierra, con la diferencia de que hoy, bajo la dominación capitalista, las ideas mesiánicas provincianas, dogmáticas y el inútil terrorismo individual –propias de un mundo eminentemente campesino- dejarán su lugar a la lucha colectiva y de masas, a la comprensión racional de la realidad y a la organización unitaria de los oprimidos,lucha en la que habrá muchas oportunidades para romper las nefastas divisiones sectarias y las diferencias religiosas (como ya lo vimos en la pasada “Primavera Árabe”), un contexto que empujará a trabajadores judíos y palestinos a la acción unitaria, dando una base material para imponer el comunismo por el que lucharon y murieron los primeros cristianos. Sin embargo, el comunismo de hoy no puede ser un tosco comunismo de objetos personales, sino la colectivización de los medios de producción sociales: tierra, banca e industria. Como ya señaló Kautsky en su profundo estudio sobre el origen del cristianismo: “El comunismo cristiano primitivo era un comunismo de distribución de riqueza y estandarización de consumo; el comunismo moderno significa concentración de la riqueza y concentración de la producción”.
La revolución en nuestros días no necesita de ilusiones sobre un mesías vengador enviado por Dios, las masas serán forjadoras de su historia y de su destino, al margen de dioses y patriarcas.