Escrito por David García Colín Carrillo
“Y admiraremos siempre en él no solamente al genio, que vivirá tanto como el arte mismo, sino también el valor moral indomable que no le ha permitido quedarse en el seno de su Iglesia hipócrita, de su sociedad y de su Estado, y que lo condenó a seguir aislado entre sus incontables admiradores” León Trotsky
“Las contradicciones de las ideas de Tolstoi no son las de su pensamiento estrictamente personal; son el reflejo de las condiciones y las influencias sociales, de las tradiciones históricas, altamente complejas y contradictorias, que determinaron la psicología de las diferentes clases y de las diferentes capas de la sociedad rusa en la época posterior a la reforma, pero anterior a la revolución” Lenin
A los 82 años de edad el conde León Tolstoi, el más grande exponente de la literatura rusa y uno de los escritores más notables de la historia –autor de Guerra y paz, Ana Karenina y La muerte de Ivan ilich-, abandonó furtivamente su hacienda en la noche, con una maleta que contenía algunos libros y poca ropa, tratando de huir de los fútiles y vacíos lujos de la nobleza y de la presión de su familia que le exigía abandonar sus ideas radicales. Su familia se había negado a deshacerse de sus bienes para entregarlos a los pobres como era el deseo de Tolstoi. Durante su fuga el anciano moralista y genial artista murió el 20 de noviembre de 1910 en la lejana estación de tren Asatapóvo,por insuficiencia pulmonar, acompañado de una de sus hijas, de su médico y de su mujer. Afirma la leyenda que de sus labios salieron estas últimas palabras: “Hay sobre la tierra millones de hombres que sufren: ¿por qué estáis al cuidado de mí solo?”. Probablemente se trata de una mitificación literaria de la muerte de Tolstoi, pero la leyenda no deja de expresar las verdaderas y profundas convicciones del gran escritor.
Treinta años antes de su muerte –más o menos en la época de la redacción de Ana Karenina-, Tolstoi había sufrido una crisis moral que lo llevaría a reivindicar una especie de anarquismo religioso y moralizante, a rechazar la vida burguesa, aprender el oficio de zapatero, idealizar la comunidad campesina, oponerse al Estado y a la Iglesia oficial por medio de la resistencia pasiva y la desobediencia civil. La sinceridad de sus convicciones se expresó en la elaboración de una pedagogía orientada al pueblo basada en el respeto; también en su muerte, digna de un santo (hipocresías aparte), y en la excomulgación por la iglesia ortodoxa rusa (con ello, la hipocresía religiosa rendía un homenaje involuntario). Su influencia literaria es inmortal mientras que su influencia política y filosófica es variopinta y contradictoria: abarca al campo del anarquismo (Kropotkin), el del pacifismo (Gandhi, Luter King) y el vegetarianismo.
Dos años antes de la muerte del autor, en un artículo escrito el 15 de septiembre de 1908 para la publicación socialdemócrata alemana Neue Zeit –con motivo del 80 aniversario del nacimiento del escritor- bajo el título de “León Tolstoi, poeta y rebelde”,1 Trotsky realiza un agudo análisis de las bases sociales del pensamiento estético y político de León Tolstoi tratando de mostrar sus contradicciones al mismo tiempo que rendirle el merecido tributo. Este artículo es una fina muestra de la capacidad de Trotsky para desentrañar las contradictorias aspiraciones sociales de las que fluía el genio artístico de Tolstoi sin menoscabo alguno de su reconocimiento como artista genial. Más aún: Trotsky intenta demostrar que la genial forma artística estaba vinculada con los resortes aristocráticos y campesinos que anidaban en el inconsciente del autor.
Son raras las ocasiones en las que podemos encontrar en un solo análisis los íntimos nudos en los que se unen los factores históricos, psicológicos y estéticos. Resultan llamativas las coincidencias entre el artículo de Trotsky con otro escrito en 1908 por Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) –quien era un voraz lector de la literatura clásica y particularmente de la obra de Tolstoi-, con motivo del ochenta aniversario de Tolstoi bajo el título “León Tolstoi, Espejo de la Revolución rusa”. A pesar de que durante el periodo comprendido entre 1903 a febrero de 1917 Trotsky y Lenin estuvieron distanciados por los intentos del primero de unificar a mencheviques y bolcheviques, políticamente sus cauces coincidían en lo fundamental. El artículo de Trotsky destaca, quizá, sobre el de Lenin por su estilo literario y por su mayor acento en el plano estético, mientras que el de Lenin por la precisión austera pero admirable. Más allá de la opinión que podamos tener del artículo de Trotsky merece ser leído cuidadosamente.
“El ser social determina la consciencia” escribió Marx. Incluso la genial consciencia artística de Tolstoi no puede escaparse de su “ser social”; este factor determinó, en última instancia, la cristalización de su genio, de sus simpatías y antipatías:
“Tolstoi tenía 33 años cuando la servidumbre fue suprimida en Rusia. Había crecido y se había desarrollado como el descendiente de “diez generaciones no humilladas por el trabajo”, en la atmósfera de la vieja nobleza rural rusa, con su distinción señorial, en medio de los campos heredados de padres a hijos, en la vasta mansión feudal, a la sombra apacible de las hermosas avenidas de tilos. Las tradiciones de la nobleza rural, su carácter romántico, su poesía, en fin todo el estilo de su vida, Tolstoi lo había asimilado a tal punto que se volvía parte integrante, orgánica de su personalidad. Aristócrata era al momento del despertar de su consciencia, aristócrata hasta la punta de sus uñas sigue siendo hoy, en las fuentes más profundas de su genio creador, a pesar de toda la evolución posterior de su espíritu”.2
Parece contradictorio que el Tolstoi aristócrata retratado por Trotsky haya sido el paladín del amor al prójimo y el defensor de la comunidad agraria, y que haya encontrado el patético y trágico final; pero para Trotsky la evolución posterior del espíritu de Tolstoi consiste en la idealización peculiar de las relaciones sociales feudales.
En la historia rusa del siglo XIX, junto a Tolstoi, encontramos toda una generación heroica de jóvenes aristócratas (los “narodnikis”) que asqueados de la corrupción, la futilidad de la vida de la nobleza y la explotación del “mujik” dieron la espalda a sus cómodas vidas para dirigirse, vestidos con ropas harapientas, a los pueblos, tratando de despertar al campesinado con el objetivo de crear “comunas” en base en la propiedad comunal campesina (que paradójicamente era la base del régimen zarista). Trágicamente en la mayoría de los casos los campesinos los echaban como invasores o, incluso, los entregaban a la policía zarista. Ante su impotencia el movimiento se orientó al terrorismo (el movimiento “Narodnaia voila”). De los escombros de este heroico movimiento surgirían las primeras semillas del marxismo ruso (grupo “Emancipación del trabajo” fundado por el ex narodniki Plejanov –padre del marxismo ruso-). El populismo era un movimiento que idealizaba las relaciones feudales en el campo y pretendía depurarlas de sus aspectos negativos, conservando su base social.3 En este movimiento, dominante en la intelectualidad, Tolstoi representó el ala moderada4 y apolítica. La muerte llena de patetismo de Tolstoi fue la de toda una generación de rebeldes y revolucionarios que ofrendaron sus vidas al “mujik”.
La vida idealizada del “mujik” está en los resortes más íntimos de la creación de Tolstoi, estos constituye la “decantación espiritual” de la vida aristocrática. Trotsky lo explica en un lenguaje figurado:
“Un camino recto y corto lleva del dominio señorial a la casa del campesino. Ese camino, Tolstoi, el poeta, lo ha recorrido frecuentemente con amor, antes de que el Tolstoi, el moralista, le haya convertido en camino de salvación. Aún después de la abolición de la servidumbre, sigue considerando al campesino como de su propiedad, como parte integrante de su contorno exterior y de su ser íntimo. Tras su “amor indiscutible por el verdadero pueblo trabajador”, se ve asomar su igualmente indiscutible antepasado feudal colectivo, aunque transfigurado por su genio artístico”.5
Como muchos de los jóvenes aristócratas de los que se nutriría el movimiento populista, Tolstoi quedaría asqueado de la lujosa vida de libertinaje de la nobleza y de la vida burguesa europea de la que él había tomado parte:
“En 1857 efectuó un viaje a Alemania, Francia y Suiza, del que regresó bastante decepcionado. Hasta entonces había gozado de todas las emociones que podía ofrecerle su condición social: la vida campestre, la guerra, el trato con el gran mundo, los viajes, etc., […] un nuevo viaje por al extranjero modificó el curso de sus ideas y lo indujo a concentrar sus esfuerzos a la educación del pueblo. Fue la época en que empezó a publicar artículos pedagógicos y a dedicarse con ardor a la enseñanza de sus convecinos”.6
Ante la decadencia moral de la vida fabril y urbana, ante el caos maloliente y tumultuoso de las ciudades Tolstoi “se apartó moralmente de ese proceso formidable, negándole de una vez para siempre su aprobación como artista”.7
Así, Tolstoi da la espalda al desarrollo capitalista y vuelve su mirada al pasado campesino que se desvanece como agua entre los dedos, vertiginosamente absorbido por las metrópolis. En la vida campesina Tolstoi veía las condiciones sociales en donde encontraba “la sabia sencillez y […] la perfección artística”.
“Allí, la vida se reproduce de generación en generación, de siglo en siglo, en una constante inmutabilidad, bajo el reino todopoderoso de la santa necesidad. En esas condiciones todos los actos de la vida están determinados por el sol, la lluvia, el viento, el crecimiento de la siembra. En ese orden de cosas no hay lugar para la razón y la voluntad personal y, por consiguiente, tampoco para la responsabilidad personal. Todo está regulado, justificado, santificado de antemano […] Y -¡-oh, milagro!- esta dependencia servil, sin reflexiones y sin errores y, por consiguiente, sin remordimientos, es precisamente la que crea “la felicidad” moral de la existencia bajo la dura tutela de la “espiga de centeno […]”.8
Este rechazo a la vida burguesa determina la aproximación literaria de su obra máxima Guerra y paz (así como en el resto de sus obras más significativas).9
Esta monumental y épica obra –cima de la literatura universal- constituye una pintura realista, detallista y genial de la vida social rusa en las postrimerías de la invasión napoleónica (1805-1815) a través del retrato de cinco familias aristocráticas en el que se realizan profundos retratos psicológicos. De los más de 550 personajes que desfilan por Guerra y paz los más indefinidos son los que están más alejados de la inmediatez campesina: Napoleón y Alejandro I por ejemplo.
“El latifundista y el campesino, tales son, a fin de cuentas, los únicos tipos que Tolstoi haya acogido en el santuario de su trabajo creador. Nunca, ni antes ni después de su crisis, se ha liberado ni ha tratado de liberarse del desprecio verdaderamente feudal por todos los personajes que se interponen entre el latifundista y el campesino o que ocupan un lugar cualquiera fuera de esos dos polos sagrado del viejo orden de cosas: el intendente alemán, el comerciante, el preceptor francés, el médico, el “intelectual, y en fin el obrero de fábrica, con su reloj y su cadena. No siente jamás la necesidad de estudiar esos tipos, de mirar en el fondo de sus almas, de interrogarlos sobre sus creencias; pasan ante sus ojos de artista como personajes sin importancia alguna y, la mayoría de las veces, cómicos […]”.10
Así como en el “eterno retorno” de la vida rural todas las “criaturas de Dios” están sometidas a la “madre tierra” y sólo ella es bella en sus infinitos matices, Tolstoi se acerca a todos sus personajes, con la paciencia de un campesino que arroja la cimiente y que espera con estoicismo el momento de la cosecha; o con el esmero de un artesano virtuoso que trabaja delicadamente los detalles más finos de su obra. Nos dice Trotsky que se trata de “[…] la verdadera estética rural, implacablemente conservadora por su naturaleza, y que acerca a la obra épica de Tolstoi al Pentateuco y a la Iliada”.11Esta aproximación, expresión de la vida campesina y su paciencia monumental, se plasma en la amorosa atención de Tolstoi a los episodios y los detalles.
“Con calma olímpica, con un verdadero amor homérico por los hijos de su espíritu, presta atención a todos y a todo: al general en jefe, a los servidores del dominio señorial, al caballo del simple soldado, a la nieta del conde, al mujik, al zar, al piojo de la camisa del soldado, al viejo francomasón; ninguno de ellos tiene privilegios ante él y todos reciben su parte. Paso a paso, rasgo por rasgo, crea un inmenso cuadro cuyas partes, todas, están unidas entre sí por un nexo interior indisoluble. Sin apresurarse, Tolstoi crea y desarrolla ante nosotros como la vida misma […] No esconde nada y no se calla nada […] La pequeña Natacha Rostov, tan conmovedora en su delicadeza de corazón casi infantil, la transforma, con una ausencia total de piedad, en una mujercita limitada con las manos llenas de pañales sucios […]”.12
Con su genio de artista Tolstoi logra iluminar la épica oculta en la horrible fealdad de la vida feudal rusa, su atraso y su incultura.
“¡Qué miserable es en el fondo esa vieja Rusia, con su nobleza tan maltratada por la historia, sin altivo pasado de casta, sin cruzadas, sin amor caballeresco y sin torneos, y hasta sin expediciones románticas de bandidaje en los caminos reales! ¡Qué pobre en belleza interior, qué profundamente degradada la existencia carneril y semianimal de las masas campesinas!”13
Pero de este empobrecido sustrato Tolstoi arranca una inmortal obra maestra. Y se aferra a este sustrato cada vez con mayor fuerza. En la segunda mitad de la década de los setentas del siglo XIX el mundo feudal inmutable comienza a tambalearse con el progresivo (pero desigual) desarrollo industrial de los centros urbanos como los de Moscú y Petrogrado. Entonces el viejo Tolstoi, de cincuenta años de edad, sufre su crisis moral y abraza las enseñanzas de Cristo con tanto mayor ahincó como cuestionado se hallaba, por el desarrollo objetivo, el viejo orden de cosas. Tolstoi preconiza la necesidad de dar la espalda al Estado, la resistencia pasiva, la no violencia, la idealización del campesinado, la regeneración moral y religiosa del individuo.
La clase dominante se desconcierta por la actitud de uno de sus “hijos pródigos”, algunos ven en Tolstoi la expiación de sus pecados clasistas así como veían en Cristo la expiación del pecado original; es como si dijeran “Tolstoi nos ha salvado ahora podemos seguir en nuestra orgía egoísta”; otros, veían a un aristócrata que había perdido la razón pues “para estos mendigos, la locura comienza donde acaba la ganancia”14 –señala satíricamente Trotsky- pero la ambivalencia en la interpretación derivaba de las contradicciones contenidas en la postura de Tolstoi: se oponía a la sociedad burguesa pero pretendía volver atrás las manecillas del reloj de la historia, despreciaba al Estado pero oponía a éste al individuo aislado y su pasividad, a la emergencia implacable del capitalismo oponía la impotente prédica moral tan edificante para la clase dominante, despreciaba la hipocresía religiosa pero pretendía llenar el vacío con la prédica moral religiosa.
Por eso el Tolstoi “político” encuentra simpatías tanto dentro del anarquismo radical como dentro de los vegetarianos seguidores de Gandhi, entre los pedagogos progresistas como entre los píos cristianos, entre los hippies pacifistas como observamos coincidencias con los violentos populistas rusos. No es extraño entonces que el mismo Tolstoi guardara cálidas simpatías por el anarquismo de Prohudon (es posible que el título Guerra y paz haya sido concebido como homenaje al escrito La Guerre et la Paix del este último) y al mismo tiempo se carteara como el Zar Nicolas II15 –que sería derrocado y fusilado por los bolcheviques- y Mohandas Gandhi fuera su seguidor. El amor desligado de su base clasista alumbra a todos como el Sol de la mañana.
“Esta incomprensión total que manifiesta Tolstoi con respecto a la historia, explica su impotencia infantil en el campo de las cuestiones sociales. Su filosofía es una verdadera pintura china. Las ideas de las más distintas épocas no son clasificadas por él según la perspectiva histórica, sino que aparecen todas a la misma distancia del espectador. Se eleva contra la guerra por medio de argumentos sacados de la lógica pura, y para darles mayor fuerza, cita al mismo tiempo a Epicteto y a Molinari, a Lao-tsé y a Federico II, al profeta Isaías y al folletinista Hardouin, el oráculo de los tenderos de París. Los escritores, los filósofos y los profetas no representan a sus ojos épocas determinadas, sino las categorías eternas de la moral. Confucio es puesto por él en el mismo plano que Harnack, y Schopenauer se ve emparejado no sólo con Jesucristo sino hasta con Moisés”.16
Pero las contradicciones de Tolstoi no invalidan su obra sino que, por el contrario, explican la fuente consciente e inconsciente de su genio creador. Tolstoi como su obra inmortal es producto de su tiempo y circunstancias. Por ello Trotsky termina su ensayo notable con las siguientes cálidas palabras llenas de admiración:
“No le condenaremos por ello. Y admiraremos siempre en él no solamente al genio, que vivirá tanto como el arte mismo, sino también el valor moral indomable que no le ha permitido quedarse en el seno de su Iglesia hipócrita, de su sociedad y de su Estado, y que lo condenó a seguir aislado entre sus incontables admiradores”.17
1 En la edición en dos tomos de Literatura y revolución otros artículos sobre la literatura y el arte, publicada por editorial Ruedo ibérico, el artículo aparece con el simple título “León Tolstoi”; en la edición de editorial pluma, presentada en un tomo y con una menor cantidad de artículos, el artículo citado aparece con el título “León Tolstoi, poete y rebelde” retomamos este título porque expresa mejor su contenido, aunque se debe advertir que no sabemos cuál era el título original. Las citas, por otra parte, han sido tomadas de la edición en dos tomos.
2Trotsky, L. “León Tolstoi”, en Literatura y revolución otros escritos sobre la literatura y el arte, Tomo II, España, Ruedo Ibérico, 1969, p. 19.
3 Véase: Woods, Alan, Bolchevismo, el camino a la revolución, Madrid, Fundación Federico Engels, 2007.
4Trotsky, L. “León Tolstoi”, en Literatura y revolución otros escritos sobre la literatura y el arte, Tomo II, España, Ruedo Ibérico, 1969, p. 22
5 Ibid., p. 20.
6 Del esbozo biográfico publicado en el prólogo de: Tolstoi, Lev, Guerra y paz, Tomo I, España, Bruguera, 1981, p. 12.
7 Trotsky, “León Tolstoi”, en Literatura y revolución otros escritos sobre la literatura y el arte, Tomo II, España, Ruedo Ibérico, 1969, p. 22, p. 21.
8 Trotsky, L. “León Tolstoi”, en Literatura y revolución otros escritos sobre la literatura y el arte, Tomo II, p. 20.
9 Por ejemplo en Ana Karenina, se contrasta el deseo adultero de la citadina Ana hacia el oficinista Vronsky con el amor pleno que sienten Kitty y Constantin en su vida en el campo. La muerte de Iván Ilichrelata la conversión moral de un hombre moribundo.
10 Trotsky, “León Tolstoi”, en Literatura y revolución otros escritos sobre la literatura y el arte, Tomo II, España, Ruedo Ibérico, 1969, p. 20.
11 Ibid., p. 23.
12 loc. cit.
13loc. cit.
14 Ibid., p. 26.
15 Tolstoi, Lev, Correspondencia 1880 1910, México, Era, 2007, p. 244. Aunque hay que señalar que incluso en su famosa carta a Zar Nicolas II Toltoi sigue siendo fiel a su credo moral y nunca se traiciona a sí mismo. En ella Tosltoi trata de persuadir a Zar de lo terrible del régimen monárquico y conmoverlo acerca de la vida de sufrimiento del mujik…..por supuesto, el Zar no se conmoverá.
16Ibid., p. 29.
17 Ibid., p. 30.