El año 1917 marca un hito en la historia de la humanidad. Por primera vez, las masas oprimidas y trabajadoras contraatacaron, ¡y vencieron! Pero podemos decir con certeza que esa victoria sólo fue posible gracias a la presencia de un partido formado teóricamente y preparado en la práctica, el partido más revolucionario de la historia, el Partido Bolchevique. Pero incluso ese partido habría fracasado en semejante tarea sin la cristalina y afiladísima dirección de Lenin. Publicamos aquí la introducción a una nueva selección de los valiosísimos escritos de Lenin de 1917.
Las revoluciones de 1917: Escritos escogidos de Lenin es una nueva selección de obras de Lenin publicada por Wellred Books, la editorial de la Internacional Comunista Revolucionaria. En esta introducción, Rob Sewell explica las inmensas lecciones de 1917 para los comunistas de hoy, poniendo de relieve el desarrollo de las ideas de Lenin entre las revoluciones de febrero y octubre.
Este texto es una lectura esencial para cualquiera que quiera estudiar el método de Lenin para derrocar hoy al capitalismo y al imperialismo. Consigue tu ejemplar de Las revoluciones de 1917: Lenin Selected Writings en Wellred Books. El texto está disponible como libro impreso, libro electrónico y audiolibro.
En esta época de crisis cada vez más profunda para el capitalismo mundial, nunca ha habido un momento más apropiado para la reedición de los escritos de Lenin. Esta nueva selección de cartas y artículos de Lenin escritos en 1917, el año que culminó con la victoria de la clase obrera rusa, es especialmente importante. La Revolución de Octubre fue, después de todo, el mayor acontecimiento de la historia mundial y demostró que la sociedad podía funcionar sin banqueros ni capitalistas.
Estos escritos proporcionan una notable visión del pensamiento de Lenin, el dirigente del Partido Bolchevique, sin el cual la revolución no habría triunfado. Sobre todo, describen cómo se logró la victoria de octubre. Explican los bruscos cambios que se produjeron a lo largo del año y cómo los bolcheviques fueron capaces de preparar a la clase obrera para la eventual conquista del poder.
Estos escritos, que siguen los torrentes de la revolución y la contrarrevolución en 1917, revelan el enfoque flexible de Lenin para abordar los problemas que se plantean en cada etapa. Son una aplicación clásica del método del marxismo, aplicando una comprensión dialéctica a la siempre cambiante situación concreta. Para el obrero con conciencia de clase, constituyen un verdadero tesoro de ideas.
El propósito de esta introducción no es proporcionar una historia de 1917, sino simplemente ofrecer un breve esbozo del enfoque de Lenin sobre los acontecimientos. Hay una serie de obras clásicas que cubren exhaustivamente este período y proporcionan una comprensión en profundidad de la revolución. La primera y más importante de ellas es el monumental estudio de León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, que disecciona brillantemente la revolución en cada momento y explica las fuerzas objetivas y subjetivas en juego. Sobre todo, traza los apasionantes cambios de conciencia en las masas, la fuerza motriz de la revolución. Trotsky escribe en sus primeras líneas:
«En los dos primeros meses del año 1917 reinaba todavía en Rusia la dinastía de los Romanov. Ocho meses después estaban ya en el timón los bolcheviques, un partido ignorado por casi todo el mundo a principios de año y cuyos jefes, en el momento mismo de subir al poder, se hallaban aún acusados de alta traición. La historia no registra otro cambio de frente tan radical, sobre todo si se tiene en cuenta que estamos ante una nación de ciento cincuenta millones de habitantes.»1
Las primeras noticias de la Revolución de Febrero -la irrupción violenta de las masas en el escenario de la historia- y del derrocamiento del zarismo ruso llegaron a Lenin en Zúrich el 2 de marzo, según el calendario al viejo estilo (15 de marzo en el nuevo estilo), una semana entera después de que estallara la revolución.[2]
Lenin había estado en el exilio la mayor parte de su vida adulta, y era el dirigente del que resultó ser el partido más revolucionario de la historia. Mirando hacia atrás, puede decirse que toda su experiencia vital le había preparado para lo que estaba a punto de ocurrir.
Los informes de los periódicos extranjeros habían confirmado que la revolución en Rusia había establecido un Gobierno Provisional burgués, y había hecho surgir un nuevo poder, el Soviet de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado, cuyo predecesor en 1905 Lenin había descrito como «un embrión del gobierno revolucionario provisional«.[3] La aparición de estas dos entidades reflejaba un régimen de «doble poder» que había surgido repentinamente.
La superioridad de Lenin radicaba en su capacidad para captar de inmediato la importancia de lo que estaba ocurriendo, y rápidamente se puso a redactar un artículo para el periódico bolchevique Pravda en el que exponía los pasos que debía dar el Partido.
A Lenin siempre le gustó citar una frase del Fausto de Goethe: «La teoría, amigo mío, es gris, pero verde es el árbol eterno de la vida». La vida es siempre más variada y más rica que la teoría más brillante. La revolución había planteado una situación que no había sido prevista plenamente con anterioridad. La tarea del partido revolucionario era adaptarse a las circunstancias cambiantes. Y éstas exigían un cambio brusco en la orientación y la táctica del Partido Bolchevique.
Para Lenin, la caída del zarismo y la llegada al poder de un Gobierno Provisional burgués era simplemente la primera etapa. La incapacidad de este gobierno para resolver los problemas a los que se enfrentaba colocó en el orden del día la perspectiva de una nueva revolución. En otras palabras, la conquista del poder por la clase obrera era la única forma de alcanzar las aspiraciones más elementales de las masas: paz, pan y libertad. Un giro tan radical de los acontecimientos significó el abandono de la vieja consigna bolchevique de la dictadura democrática del proletariado y el campesinado, que había sido una fórmula algebraica basada en la continuación del capitalismo, pero que ahora había quedado superada. «La fórmula está obsoleta», escribió más tarde en una respuesta a Kámenev. «No sirve para nada. Está muerta. Y es inútil tratar de revivirla».[4]
Sin embargo, ese cambio no fue sencillo ni fácil de lograr. Cuando se requiere un giro tan brusco, siempre hay resistencia por parte de quienes siguen atados al pasado. Y este fue el caso entre los dirigentes bolcheviques. De hecho, la única persona que llegó independientemente a las mismas conclusiones que Lenin fue León Trotski, que estaba exiliado en Nueva York.
En su carta de despedida a los obreros suizos, Lenin explicó que el gran honor de iniciar la revolución mundial había recaído en el proletariado ruso. «Rusia es un país campesino, uno de los más atrasados de Europa. El socialismo no puede triunfar allí de forma directa e inmediata», explicó. Lenin demostró su internacionalismo afirmando que la revolución rusa sería «el prólogo de la revolución socialista mundial, un paso hacia ella.» Continuó elogiando al proletariado alemán, que era «el más digno de confianza, el aliado más fiable de la revolución proletaria rusa y mundial.»
Para Lenin, el internacionalismo era crucial, y el destino de la Revolución Rusa estaba inseparablemente ligado a este. Después de todo, Lenin sabía muy bien, siguiendo los pasos de Marx y Engels, que la base material para el socialismo, por no hablar de una sociedad comunista sin clases, no existía en la atrasada Rusia, sino sólo a escala mundial.
Esta selección de escritos contiene las tres primeras de las famosas Cartas desde lejos de Lenin, una serie de cinco cartas que esbozaban sus perspectivas y tareas, la última de las cuales estaba inacabada y fue escrita en vísperas de su partida de Suiza hacia la Rusia revolucionaria. Sin embargo, sólo la primera carta llegó a publicarse en Pravda, entre otras cosas debido a la resistencia de Kámenev y Stalin, que fueron los primeros dirigentes bolcheviques en regresar a Petrogrado y que adoptaron una actitud conciliadora hacia el Gobierno Provisional.
Lenin ya había enviado un telegrama urgente a los dirigentes bolcheviques de Rusia insistiendo en lo que había que hacer:
Nuestra táctica: no confiar en el nuevo gobierno ni apoyarlo; Kerensky es especialmente sospechoso; armar al proletariado es la única garantía; elecciones inmediatas al Consejo Municipal de Petrogrado; ningún acercamiento con otros partidos. Telegrafía esto a Petrogrado.
Ante todo, Lenin exigió que no se confiara en el Gobierno Provisional, que era un gobierno burgués y proimperialista. La clase obrera necesitaba defender su propio punto de vista de clase independiente. En consecuencia, cualquiera que defendiera el apoyo al Gobierno Provisional era, en opinión de Lenin, «un traidor a los trabajadores, un traidor a la causa del proletariado, a la causa de la paz y la libertad».
Este telegrama fue un disparo en toda la línea de flotación de la política de aquellos dirigentes, especialmente Kámenev y Stalin, que sucumbieron a la euforia de la primera oleada de la revolución y fueron responsables de seguir una línea conciliadora en Pravda. Utilizaron las columnas del periódico bolchevique para conseguir apoyo para el Gobierno Provisional y el esfuerzo bélico «en la medida» en que ayudaba a la revolución.
En su primera Carta, Lenin salió a la palestra con su habitual estilo directo:
La nuestra es una revolución burguesa, por lo tanto, los obreros deben apoyar a la burguesía, dicen los Potresov, Gvozdev y Chkheidz, como dijo ayer Plejánov.
¡No! respondió Lenin enfáticamente:
La nuestra es una revolución burguesa, decimos los marxistas, por eso los obreros deben abrir los ojos del pueblo al engaño practicado por los políticos burgueses, enseñarle a no fiarse de las palabras, a depender enteramente de sus propias fuerzas, de su propia organización, de su propia unidad y de sus propias armas.
Aunque Lenin estaba entusiasmado con la intervención de las masas, no era el tipo de hombre que se embriagaba con frases revolucionarias. Tenía una visión muy sobria de las cosas. Para él, la primera revolución era simplemente el preludio de una segunda. Subrayaba:
Debéis realizar milagros de organización, organización del proletariado y de todo el pueblo, para preparar el camino de vuestra victoria en la segunda etapa de la revolución…
Volvió a definir el Soviet de Diputados Obreros y Soldados, como en 1905, como:
… el embrión de un gobierno obrero, representante de los intereses de toda la masa del sector pobre de la población, es decir, de las nueve décimas partes de la población, que lucha por la paz, el pan y la libertad.
A través de estos escritos, Lenin explica repetidamente que la teoría marxista no es un dogma, sino sólo una guía para la acción, y que los bolcheviques necesitaban adaptar sus tácticas a los rápidos y bruscos cambios que se estaban produciendo.
Las ideas básicas contenidas en las Cartas, especialmente en la quinta, fueron desarrolladas en otros escritos suyos, como «Cartas sobre la táctica» y «Las tareas del proletariado en nuestra revolución», todos los cuales insistieron en el cambio de la situación, al que había que responder con un cambio correspondiente en las consignas políticas enarboladas por los bolcheviques.
Antes de su regreso a Petrogrado, Lenin estaba solo en esta perspectiva. Los «viejos bolcheviques» estaban anclados en el pasado y no veían la importancia de los cambios que se estaban produciendo delante de sus propias narices. Cuando las Tesis de Abril de Lenin se publicaron en Pravda, Kámenev, como editor, escribió una nota:
En cuanto al esquema general del camarada Lenin, nos parece inaceptable en la medida en que parte del supuesto de que la revolución democrático-burguesa ha terminado, y cuenta con una transformación inmediata de esta revolución en una revolución socialista.
A su llegada a Rusia, la tarea inmediata de Lenin fue, por tanto, convencer al Partido Bolchevique de la nueva perspectiva. Necesitaba «rearmar» al partido. Lenin llegó la noche del 3 (16) de abril y asistió a la conferencia del partido al día siguiente, donde presentó sus tesis en su propio nombre, tal era su aislamiento. Éstas se exponen en «Las tareas del proletariado en la revolución actual». Aquí trata de su actitud ante la guerra imperialista.
La más mínima concesión al defencismo revolucionario es una traición al socialismo, una renuncia completa al internacionalismo, no importa con qué bellas frases y consideraciones «prácticas» pueda justificarse.
Esto iba claramente dirigido no sólo a los socialistas «moderados», sino también a Kámenev y Stalin y a los puntos de vista que sostenían.
No obstante, explicó que el Partido necesitaba acercarse «a la gran masa del pueblo de otra manera». Dijo:
Los creyentes masivos en el defencismo revolucionario son honestos, no en un sentido personal, sino de clase, es decir, pertenecen a clases (obreros y campesinos pobres) que en realidad no tienen nada que ganar con las anexiones y el sometimiento de otros pueblos.
Era necesario explicar la verdadera naturaleza de la guerra y que sólo el derrocamiento de los gobiernos capitalistas podía proporcionar una paz democrática real.
En el momento del estallido de la guerra en 1914, dado el aislamiento del Partido y la confusión existente, Lenin dirigió sus ideas a los cuadros. Había abogado por el derrotismo revolucionario, es decir, por la oposición a la naturaleza imperialista y a los objetivos de la guerra, para fortalecer a los cuadros contra el defencismo imperante. Incluso entonces, Lenin había hecho una distinción entre los honestos obreros defensistas y el punto de vista imperialista de los socialpatriotas y el gobierno burgués.
Ahora, dirigía sus ideas a un público masivo, lo que implicaba un cambio en su presentación. Aunque el contenido era el mismo que antes, su enfoque era diferente.
Tuvo que adaptar su punto de vista para tener en cuenta las opiniones de los defensistas honestos, «explicando pacientemente» la naturaleza de la guerra imperialista. Este cambio se recoge íntegramente en Lenin escritos escogidos: Sobre la guerra imperialista, recientemente publicado por Wellred Books, que contiene sus escritos sobre esta cuestión.
Para Lenin, había llegado el momento de romper decisivamente con los traidores de la vieja Internacional, así como con la ‘ciénaga’ de Zimmerwald, la primera reunión de internacionalistas en 1915, que era bastante amorfa políticamente. Zimmerwald estaba vinculado a los centristas en torno a Kautsky, ‘marxistas’ en palabras y frases, pero reformistas en los hechos. No había tiempo para evasivas.
Somos nosotros quienes debemos fundar, y ahora mismo, sin demora, una Internacional nueva, revolucionaria y proletaria.
… es hora de despojarse de la camisa sucia y ponerse ropa limpia.
Muy pocos de los ‘viejos bolcheviques’ estaban convencidos de la postura de Lenin sobre una nueva revolución. La vieja guardia estaba aferrada a la posición tradicional y se limitaba a repetir los viejos argumentos contra la posición de Lenin. Los mencheviques y otros pensaban que se había vuelto loco. Stalin incluso se había pronunciado a favor de la unidad con los mencheviques, a pesar de todo lo que Lenin había dicho sobre la cuestión.
Tras la Conferencia de Abril (24-29 de abril, a la vieja usanza), Lenin había logrado utilizar su autoridad para ganar una mayoría, empezando por las bases, para su nueva posición que rearmaba al Partido con la perspectiva del poder obrero. Este rearme fue absolutamente decisivo.
A pesar del derrocamiento del zarismo, las masas seguían enfrentándose a la miseria y el hambre generalizados, ya que la ración de pan se reducía constantemente. La subida de los precios provoca huelgas y cierres patronales. Las manifestaciones se hacen cotidianas. Los campesinos hambrientos de tierras se apoderaron de ellas. Atemorizado por los acontecimientos, empezaron a surgir grietas en el Gobierno Provisional, presionado por todas partes.
Ante el creciente desencanto por la conducción de la guerra, el gobierno se vio presionado a renunciar a todos los objetivos imperialistas y se vio obligado a informar a los Aliados. El ministro de Asuntos Exteriores y dirigente de los demócratas constitucionales (cadetes), Pavel Milyukov, se retractó de esta promesa, lo que, al hacerse público, provocó un alboroto. Estallaron manifestaciones espontáneas. Aparecieron pancartas con «¡Abajo el Gobierno Provisional!» y «¡Abajo Milyukov!». El alcance de las protestas fue tal que Milyukov se vio obligado a dimitir. Más tarde se le unió otro ministro, Guchkov. Esto provocó la primera crisis de gobierno.
Dadas las frustraciones y la furia, hubo sectores de trabajadores que querían derrocar inmediatamente al Gobierno Provisional. Esto era claramente prematuro, ya que el resto del país iba a la zaga, donde el gobierno aún contaba con reservas de apoyo. En consecuencia, Lenin intentó dirigir el Partido y educar a sus filas contra el aventurerismo. Por ello, Lenin se vio obligado a intervenir para frenar tales ánimos. Explicó:
La consigna «¡Abajo el Gobierno Provisional!» es incorrecta en el momento actual porque, en ausencia de una mayoría sólida (es decir, consciente de clase y organizada) del pueblo del lado del proletariado revolucionario, tal consigna es una frase vacía u, objetivamente, equivale a intentos de carácter aventurero.
En su opinión, la tarea consistía en «explicar pacientemente» la política bolchevique a las masas y no en emprender acciones ultraizquierdistas. Aunque eran una pequeña minoría, el Partido necesitaba llevar a cabo su labor de propaganda y organizar sistemáticamente sus fuerzas. Como parte de esto, Lenin estaba a favor de las manifestaciones pacíficas que evitaran la violencia, como muestra de fuerza, al tiempo que instaba a los trabajadores a presionar a los soviets.
El Gobierno Provisional estaba unido por la cadera a los imperialistas, dada su dependencia de los préstamos extranjeros para continuar la guerra. Con Kerensky (miembro del Partido Socialista Revolucionario (SR)) como ministro de la Guerra, pronto acordaron emprender una nueva ofensiva militar en junio, que estaba condenada al fracaso. Esto no hizo sino empeorar las cosas, minando aún más su apoyo. La creciente influencia del bolchevismo se reflejaba en las numerosas pancartas con la inscripción «Todo el poder a los soviets», que ahora se llevaban por las calles de Petrogrado y otros lugares.
Una nueva crisis gubernamental dio lugar a una remodelación en la que los mencheviques y los socialistas-revolucionarios se unieron a los partidos capitalistas en el nuevo gobierno de coalición. Lenin se opuso hábilmente a esta medida y llamó a los «socialistas moderados» a romper con la burguesía. Esto se resumió en la consigna bolchevique: «¡Abajo los diez ministros capitalistas!».
Los dirigentes mencheviques y socialistas-revolucionarios sintieron que el suelo se movía bajo sus pies. Gracias al control que ejercían sobre el Comité Ejecutivo del Soviet, pudieron prohibir una manifestación convocada por los bolcheviques. Cuando el Ejecutivo convocó su propia manifestación para el 18 de junio (1 de julio), el tiro les salió por la culata y la influencia de los bolcheviques quedó a la vista de todos. «De un modo u otro, el 18 de junio pasará a la historia como un punto de inflexión en la historia de la Revolución Rusa», escribió Lenin.
Se estaba produciendo un cambio de clase en la revolución. Las filas del Partido Bolchevique se engrosaron con nuevos reclutas. Los dirigentes mencheviques y socialistas-revolucionarios entraron en pánico, pero detrás de ellos estaban la burguesía y las potencias imperialistas. A principios de julio, una masiva manifestación espontánea provocó violentos estallidos, atizados por provocadores. Se lanzó entonces una enorme campaña de calumnias contra los bolcheviques, acusándoles de orquestar un levantamiento armado. En realidad, los bolcheviques intentaron encauzar la manifestación por la vía pacífica para evitar enfrentamientos prematuros. Lenin, sintiéndose indispuesto, había abandonado Petrogrado antes de estos acontecimientos, pero regresó apresuradamente el 4 (17) de julio, donde pronunció un discurso desde el balcón del Palacio de Kshesinskaya que terminó con un llamamiento a la «firmeza, constancia y vigilancia.»
Sin embargo, se levantó una algarabía contra Lenin y el Partido Bolchevique. La contrarrevolución pasó a la ofensiva para aplastar el movimiento. Lenin fue acusado de ser un agente alemán y se vio obligado a esconderse. Los bolcheviques, cientos de los cuales fueron arrestados, pasaron a la clandestinidad. Ante las escandalosas calumnias contra los bolcheviques, Lenin concluyó:
Todas las esperanzas de un desarrollo pacífico de la revolución rusa se han desvanecido definitivamente. Esta es la situación objetiva: o victoria completa de la dictadura militar, o victoria del levantamiento armado de los trabajadores…
Dado que los soviets estaban en manos de los que organizaban la caza de brujas anti bolchevique, Lenin creía ahora que la consigna de «Todo el poder a los soviets», aunque factible en abril, junio y principios de julio, ya no era apropiada. Las Jornadas de Julio lo habían transformado todo y significaban la victoria temporal de la contrarrevolución, incluida la traición a ultranza de los socialistas-revolucionarios y los mencheviques.
Kerensky se convirtió pronto en el nuevo Primer Ministro y una remodelación del gobierno atrajo a la coalición a una mayoría de «socialistas moderados», aunque los Cadetes capitalistas seguían llevando la voz cantante.
Fue un periodo de cambios repentinos y giros bruscos. A finales de agosto, la burguesía rusa miraba hacia una verdadera dictadura -un verdadero hombre fuerte- que barriera a los «demócratas». Esto llegó en la forma de Kornilov, un general que dirigió una revuelta prometiendo poner fin a toda esta anarquía. Este giro de los acontecimientos fue descrito por Lenin como «francamente increíble».
Escribió al Comité Central (CC) a finales de agosto, en plena crisis:
Es posible que estas líneas lleguen demasiado tarde, pues los acontecimientos se desarrollan con una rapidez que a veces hace que a uno le dé vueltas la cabeza.
Ante la revuelta de Kornílov, Lenin defendió que el Partido emprendiera la lucha contra el intento de golpe, pero al mismo tiempo que no debían ofrecer al gobierno de Kerenski ningún apoyo político. Si bien lucharían junto a las tropas de Kerenski, también pondrían en evidencia las debilidades y vacilaciones de éste.
Sería un error pensar que nos hemos alejado de la tarea de que el proletariado conquiste el poder. No, nos hemos acercado mucho a ella, no directamente, sino de forma lateral. En este momento debemos hacer campaña no tanto directamente contra Kerenski, sino indirectamente contra él, es decir, exigiendo una guerra cada vez más activa y verdaderamente revolucionaria contra Kornílov. […] Debemos luchar sin tregua contra las frases sobre la defensa del país, sobre un frente único de demócratas revolucionarios, sobre el apoyo al Gobierno Provisional, etc., etc., ya que no son más que frases vacías. Debemos decir: ahora es el momento de la acción; ustedes, señores eseristas y mencheviques, hace tiempo que han desgastado esas frases. Ahora es el momento de la acción; la guerra contra Kornílov debe llevarse a cabo de un modo revolucionario, atrayendo a las masas, excitándolas, enardeciéndolas (Kerenski tiene miedo de las masas, miedo del pueblo).
Podemos ver la forma en que Lenin hábilmente gira la situación en beneficio de los bolcheviques al dirigir la lucha contra Kornilov, utilizando medios revolucionarios. De este modo educa al partido en el arte de la táctica flexible. Recordemos que Lenin seguía escondido en Finlandia. Sin embargo, el gobierno de Kerenski se vio obligado a apoyarse en los bolcheviques, dada su creciente influencia. Los bolcheviques, a su vez, aprovecharon la oportunidad para armar a los obreros y resucitar a los Guardias Rojos, las milicias basadas en las fábricas y creadas por los obreros para defender la revolución.
Al final, tras la confraternización de los bolcheviques y los obreros de Petrogrado con las tropas de Kornílov, sus fuerzas se deshicieron. Tras su derrota, se abrió una nueva situación, ya que la autoridad de Kerenski declinó rápidamente. Además, durante la lucha, los soviets volvieron a cobrar vida. Por ello, Lenin renovó el llamamiento de «Todo el poder a los soviets», en el que volvía a plantear la idea de un desarrollo pacífico de la revolución.
A mediados de septiembre, Lenin ofreció un «compromiso» a los mencheviques y eseristas para que aceptaran establecer un gobierno total y exclusivamente responsable ante los soviets, que también asumiría el poder localmente. Esto garantizaría, dijo, el desarrollo pacífico de la revolución.
Ahora, y sólo ahora, quizá durante sólo unos días o una semana o dos, podría establecerse y consolidarse un gobierno así de una manera perfectamente pacífica. Con toda probabilidad, podría asegurar el avance pacífico de toda la revolución rusa y proporcionar oportunidades excepcionalmente buenas para dar grandes pasos en el movimiento mundial hacia la paz y la victoria del socialismo.
[…]
Creo que los bolcheviques no adelantarían otras condiciones, confiando en que la revolución se desarrollaría pacíficamente y las luchas partidistas en los Soviets se superarían pacíficamente gracias a una libertad de propaganda realmente completa y al establecimiento inmediato de una nueva democracia en la composición de los Soviets (nuevas elecciones) y en su funcionamiento.
¿Quizás esto ya es imposible? Tal vez. Pero si hay siquiera una posibilidad entre cien, el intento de hacer realidad esta oportunidad sigue mereciendo la pena.
Estas líneas refutan completamente la falsa idea difundida por los historiadores burgueses de que Lenin estaba a favor de la violencia y el derramamiento de sangre. Durante gran parte de 1917, Lenin abogó como minoría por la «propaganda pacífica», basada en las consignas de pan, tierra y paz. No obstante, colocó la responsabilidad de asegurar un desarrollo pacífico de la revolución sobre los hombros de los mencheviques y los eseristas, que debían tomar el poder.
La incapacidad del Gobierno Provisional para cumplir ninguna de sus promesas provocó el desmoronamiento de su apoyo. La experiencia del golpe de Kornilov selló su destino.
Las nuevas elecciones a los Soviets, especialmente en Petrogrado y Moscú, dieron ahora la victoria a los bolcheviques. Se abría así un nuevo capítulo crítico de la revolución. «La mayoría del pueblo está de nuestro lado», escribió Lenin. «La mayoría obtenida en los Soviets de las ciudades metropolitanas fue el resultado de que el pueblo se pasara a nuestro lado». Ahora los Soviets tenían que asumir el poder. Esto no era blanquismo ni la toma del poder por una minoría. Representaría la victoria de las masas revolucionarias, que ahora esperaban que los bolcheviques pasaran de las palabras a los hechos.
Kerenski intentó reagruparse con el anuncio de una llamada Conferencia Democrática, en la que deberían participar todos los partidos. Lenin se opuso a la participación, habiendo dirigido ahora la atención del Partido hacia la insurrección, pero fue desautorizado. Esto, en su opinión, no era más que una pérdida de tiempo. La revolución estaba madurando y no había tiempo que perder. La confianza de las masas no podía darse por sentada.
Trotski, que había colaborado estrechamente con los bolcheviques tras su regreso a Rusia en mayo, se unió al Partido en agosto y fue elegido miembro de su Comité Central. Su colaboración con Lenin fue muy estrecha y fue elegido presidente del Soviet de Petrogrado. Apoyó plenamente la oposición de Lenin a participar en la Conferencia Democrática. Esto llevó a Lenin a escribir:
Trotski estaba a favor del boicot. ¡Bravo, camarada Trotski!
El boicot fue derrotado en el grupo bolchevique en la Conferencia Democrática.
¡Viva el boicot!
Pronto se impusieron y Trotskiencabezó la marcha de los bolcheviques.
La situación se estaba volviendo crítica, política y económicamente. La situación de doble poder en el país no podía durar: o los soviets tomaban el poder y barrían al Gobierno Provisional, o los soviets serían aplastados por la contrarrevolución. Todo estaba ahora en la balanza, y Lenin era plenamente consciente de ello.
Utilizando el Comité Militar Revolucionario establecido por el Soviet de Petrogrado, Trotski comenzó a establecer vínculos con la guarnición de Petrogrado y los preparativos para la insurrección de octubre. La toma del poder significaría que la consigna de «Todo el poder a los soviets» se haría realidad después de casi nueve meses.
Durante agosto y septiembre, además de dirigir la atención de los bolcheviques hacia la tarea del poder, Lenin escribió su famosa obra teórica mientras estaba escondido en Finlandia, El Estado y la Revolución. Esta obra, junto con La catástrofe inminente y cómo combatirla, otra obra importante, han quedado fuera de esta selección debido únicamente a su extensión. Sin embargo, se pueden conseguir fácilmente: El Estado y la revolución y La catástrofe que se avecina, ¡ambos de lectura imprescindible!
Hacia finales de septiembre, Lenin escribió que «estamos en el umbral de una revolución proletaria mundial», a la que vinculaba el destino de la segunda Revolución Rusa.
La crisis ha madurado. Todo el futuro de la revolución rusa está en juego. Está en juego el honor del Partido Bolchevique. Está en juego todo el futuro de la revolución obrera internacional por el socialismo.
Sin embargo, Lenin, que seguía escondido en Finlandia, temía que se perdiera la oportunidad de tomar el poder. Veía una tendencia vacilante en la dirección bolchevique. No quería que la insurrección se retrasara hasta la apertura del Congreso del Soviet. Por lo tanto, escribió una severa carta al CC y a las direcciones de Petrogrado y Moscú instando a la acción inmediata. La dilación del CC y la supresión de sus críticas en sus artículos le llevaron a presentar su dimisión del CC para poder hacer campaña abiertamente en las filas del Partido. Pero, dado el ritmo de los acontecimientos, fue una amenaza que en realidad no se cumplió.
Sin embargo, en vísperas de la Revolución de Octubre se produjo una crisis en el seno de la dirección bolchevique. El 10 (23) de octubre, Lenin, todavía disfrazado, salió de la clandestinidad para asistir a la reunión del CC. Llevaba de brazos cruzados en Finlandia desde julio. Ahora tenía la oportunidad de dirigirse directamente a los dirigentes bolcheviques. Lenin presentó un informe sobre la situación actual e instó a la organización inmediata de un levantamiento. Con diez votos contra dos, aceptaron la propuesta de Lenin de una insurrección. Pero la fecha quedó en el aire.
Al día siguiente, los dos que votaron en contra de una insurrección, Zinóviev y Kámenev, emitieron una declaración en oposición a la decisión del CC, que se distribuyó a las direcciones regionales y ejecutivas.
Casi una semana después, el 16 (29) de octubre, se convocó otra reunión ampliada del CC, en la que Lenin reiteró su llamamiento a una insurrección inmediata, pero seguían existiendo algunas dudas y reservas. De nuevo, Zinóviev y Kámenev plantearon su oposición. Tras una acalorada discusión, Lenin sometió su resolución a votación, con veinte votos a favor, tres abstenciones y dos en contra.
Sin embargo, rompiendo la disciplina del partido, el 18 (31) de octubre, Zinóviev y Kámenev se hicieron públicos, escribiendo en el periódico no partidista Novaya Zhizn sobre su oposición a la insurrección propuesta. En su lugar, instaron al Partido a formar una gran oposición en una futura Asamblea Constituyente, y a no emprender una aventura, tal como ellos lo veían. Lenin respondió airadamente en una carta al CC el 19 de octubre (1 de noviembre) denunciándolos como «rompehuelgas» por advertir vergonzosamente al enemigo de sus planes. Pidió su expulsión del Partido.
El CC celebrado al día siguiente, en el que Lenin estaba ausente y escondido en Petrogrado, escuchó la carta de Lenin pero se negó a expulsar a los rompehuelgas, que recibieron simplemente una reprimenda.
Para entonces, Trotski ya estaba ocupado con la organización de la insurrección. Estaba a favor de la insurrección en la fecha del Congreso Panruso de los Soviets, para dar mayor legitimidad a la revolución. Incluso el día antes de la insurrección, Lenin seguía instando a los bolcheviques a tomar el poder, claramente ignorante de los avanzados preparativos de Trotski: «El gobierno se tambalea. Hay que darle el golpe de gracia a toda costa. Retrasar la acción es fatal». Al final, la táctica de Trotski resultó correcta. La insurrección se llevó a cabo sin contratiempos el 25 de octubre (7 de noviembre) bajo su dirección del Comité Militar Revolucionario y en nombre del Soviet de Petrogrado.
Fue nada menos que Stalin quien reconoció el papel clave de Trotski en la revolución:
Todo el trabajo de organización práctica de la insurrección se llevó a cabo bajo la inmediata dirección del presidente del Soviet de Petrogrado, Trotski. Es posible declarar con certeza que el rápido paso de la guarnición al lado del Soviet y la audaz ejecución del trabajo del Comité Militar Revolucionario, el Partido se lo debe principalmente y sobre todo al camarada Trotski.
Tras el éxito de la insurrección, Lenin salió de la clandestinidad para comparecer en el Congreso Panruso de los Soviets, donde se anunció la victoria.
Según John Reed, que estaba presente:
Ahora Lenin, agarrado al borde del atril, dejaba que sus pequeños ojos guiñados recorrieran a la multitud mientras permanecía allí esperando, aparentemente ajeno a la prolongada ovación que duró varios minutos.
Cuando los aplausos se apagaron, Lenin, lleno de emoción, se limitó a decir:
Ahora procederemos a construir el orden socialista.
Como jefe del nuevo gobierno, Lenin anunció una serie de decretos sobre la paz sin anexiones, la publicación completa de todos los tratados secretos, luego sobre la tierra, que abolía la propiedad privada y daba la tierra a los campesinos, el derecho de las naciones a la autodeterminación y muchos más. Apenas veinticuatro horas después de la toma del poder, el nuevo gobierno soviético, el Consejo de Comisarios del Pueblo, demostró su determinación de llevar a cabo su programa.
El Congreso Panruso de los Soviets se había convertido en el más alto poder del país. Representó el primer golpe contra el capitalismo mundial y marcó el comienzo de la revolución socialista mundial.
No fue un golpe a espaldas de las masas, como afirman los historiadores burgueses. El menchevique de izquierda Sujanov escribió:
Calificarla [la Revolución de Octubre] de conspiración militar y no de levantamiento nacional es totalmente absurdo, puesto que el Partido [bolchevique] ya era el poder de facto en el país y gozaba del apoyo de la inmensa mayoría del pueblo.
Los escritos de Lenin en este periodo muestran los pensamientos de un hombre ligado al proceso revolucionario, que veía mucho más allá que muchos de los que le rodeaban. Su papel fue crucial, como puede verse en estos escritos, que ahora ponemos a disposición de un público más amplio.
La revolución socialista volverá a estar a la orden del día en el periodo que se avecina. Estos escritos de Lenin de 1917 ayudarán a iluminar el camino hacia una revolución proletaria mundial exitosa.
Rob Sewell,
Londres,
Agosto de 2024
[1] Trotsky, León, Historia de la Revolución Rusa, Vol. 1, Wellred Books, 2022, p. 17.
[2] Véase «Nota sobre las fechas», p. <?>.
[3] Lenin, «Nuestras tareas y el Soviet de Diputados Obreros», 2-4 (15-17) de noviembre de 1905, Obras Completas (en adelante, OC), Vol. 10, Editorial Progress, 1960, p. 21.
[4] Lenin, «Cartas sobre táctica», 8-13 (21-26) de abril de 1917, nuestra traducción