Escrito por: Alan Woods
La Primera Guerra Mundial se estaba convirtiendo en una catástrofe para Rusia. Desde la línea del frente llegaban las noticias de una derrota tras otra. El colapso de la economía produjo escasez de pan. Multitudes de mujeres hambrientas y desesperadas hacían cola fuera de las tiendas esperando el pan que nunca llegaba. Pero en los estamentos superiores de la sociedad rusa las cosas eran muy diferentes.
Una camarilla degenerada y absolutista gobernaba el país con mano de hierro. Aristócratas ricos y banqueros celebraban fiestas donde el champán fluía a borbotones. Oficiales de servicio que debían estar en la línea del frente, donde sus hombres estaban sufriendo horrores indescriptibles, eran invitados frecuentes a estos lugares donde las prostitutas de lujo se encontraban con millonarios y cortesanos.
El olor del escándalo extendía su hedor intolerable desde la corte del zar a todos los rincones de la sociedad, a todas las fábricas y a todas las trincheras inmundas y embarradas. El intento de impedir la revolución mediante un golpe palaciego a través del asesinato del degenerado místico Rasputín terminó en fracaso. La oposición burguesa liberal en la Duma le suplicó al zar que introdujera cambios desde arriba para ganarse la confianza del pueblo y evitar la revolución desde abajo, en vano. Nicolás replicó con desdén: “¿Qué es toda esta charlatanería sobre merecer la confianza del pueblo? Que el pueblo merezca mi confianza».
El levantamiento
Pero bajo la superficie de aparente tranquilidad, el proceso molecular de la revolución estaba avanzando rápidamente. El año 1917 comenzó con una oleada de huelgas en Petrogrado, después de una breve pausa en noviembre-diciembre de 1916. Sólo en enero, 270.000 personas estaban en huelga, 177.000 en Petrogrado. La huelga era acompañada por reuniones de masas y manifestaciones. Este fue el comienzo del movimiento generalizado de las masas.
El punto de inflexión se alcanzó el 23 de febrero – la fecha del Día Internacional de la Mujer bajo el antiguo calendario juliano utilizado por Rusia hasta 1918, y que se utiliza para todas las fechas en este artículo.
Esa mañana un marinero de veinticinco años, Fyodr Raskolnikov miró por la ventana y pensó: «Hoy es el Día de la Mujer. ¿Sucederá algo en las calles hoy?» Algo sucedió. Concentraciones masivas alzaron la voz contra la guerra, el alto costo de vida y las malas condiciones de las trabajadoras. Las mujeres marchaban a las fábricas, llamando a los trabajadores. Toda la ciudad de Petrogrado era un hervidero de vida. La velocidad de un rayo con que las mujeres y los jóvenes se movilizaron sorprendió incluso a los activistas.
Al día siguiente, 200.000 trabajadores -más de la mitad de la clase obrera de Petrogrado- estaban en huelga. Hubo masivas reuniones de fábrica y manifestaciones. Una multitud de gente pasó por delante de la policía y de las tropas para llegar al centro de la ciudad gritando «¡Pan! ¡Paz!” y «¡Abajo la autocracia!» La revolución había comenzado y adquirió de inmediato un tremendo ímpetu, barriendo todo a su paso.
El zar había firmado personalmente la orden de disparar a los manifestantes para «poner fin al desorden en la capital para mañana sin falta». El 25 de febrero, algunas tropas recibieron órdenes de abrir fuego contra manifestantes desarmados. Al principio los soldados dispararon al aire. El regimiento de Pavlovsk fue ordenado que disparara contra los trabajadores, pero en su lugar abrió fuego contra la policía. Este fue un punto de inflexión decisivo. Las fuerzas poderosas que el Estado pensaba estaban a su disposición se derritieron como la nieve en primavera.
Sobre el papel, el régimen tenía amplias fuerzas a su disposición pero, a la hora de la verdad, el régimen se encontraba suspendido en el aire. Una vez que el proletariado comenzó a moverse, no hubo nada que lo detuviera. La Revolución de febrero (como es conocida, aunque según el calendario posterior a 1918, tuvo lugar en marzo) fue relativamente pacífica porque no había ninguna fuerza seriamente dispuesta a defender el antiguo régimen. Hubo una fraternización generalizada entre tropas y huelguistas. Los obreros fueron a los cuarteles para apelar a sus hermanos en uniforme.
Incluso los cosacos, una fuerza especial de élite usada para reprimir protestas, resultaron no ser de fiar. Los cosacos a caballo permanecían pasivos mientras los obreros seguían adelante, pasando incluso por debajo de los vientres de los caballos. Un manifestante señaló que cuando pasaba bajo un caballo, el cosaco lo miró y le guiñó un ojo. Hay poco que añadir a este incidente.
Doble poder
Después del 27 de febrero, la mayor parte de la capital estaba en manos de los trabajadores y soldados, incluyendo puentes, arsenales, estaciones de ferrocarril, el telégrafo y la oficina de correos. Basándose en la experiencia de 1905, los obreros establecieron soviets (consejos obreros) para asumir la gestión de la sociedad. En marzo, el ahora impotente zar Nicolás había abdicado y la dinastía Romanov había pasado a la historia. El poder estaba en manos de la clase obrera y de los soldados pero, sin la dirección necesaria, no condujeron la revolución hasta el final. Esta fue la paradoja fundamental de la Revolución de febrero.
Los dirigentes reformistas (los social-revolucionarios y los mencheviques), que constituían el grueso del Comité Ejecutivo del soviet, no tenían ninguna perspectiva de tomar el poder, sino que se apresuraron en entregar el poder a la burguesía, aunque éstos últimos no habían jugado ningún papel en la revolución y estaban aterrorizados por ella. Profundamente convencidos de que la burguesía era la única clase capaz de gobernar, estaban ansiosos por dar el poder conquistado por los obreros y soldados a la fracción «ilustrada» de la burguesía a la primera de cambio.
Sin embargo, estos liberales no tenían una base de masas real de apoyo en la sociedad. Estos representantes de las grandes empresas ya sabían que sólo podían contener la situación apoyándose en los dirigentes de los soviets. El viejo orden esperaba que esto fuera sólo un arreglo temporal. Las masas pronto se cansarían de esta locura. El movimiento se extinguiría y entonces podrían simplemente dar a los «socialistas» una patada en los dientes y volver a la normalidad. Pero por el momento, eran un mal necesario que había que soportar, por miedo a algo peor.
Los liberales burgueses se apresuraron a tomar el control. Un comité, encabezado por Mijaíl Rodzianko, ex presidente de la Duma, se autoproclamó Gobierno Provisional de Rusia. Otro miembro destacado de este comité, Shulguín, dejó entrever las verdaderas razones que se escondían tras la formación del Gobierno Provisional, cuando comentó: «si no tomamos el poder, otros lo tomarán por nosotros, esos sinvergüenzas que ya han elegido a toda clase de sinvergüenzas en las fábricas». Los «sinvergüenzas» a los que se refería eran los miembros de los consejos obreros («soviets»), esos comités de lucha de base amplia, democráticamente elegidos en los lugares de trabajo, que surgieron inmediatamente.
El Gobierno Provisional
El 2 de marzo se constituyó formalmente el Gobierno Provisional. Se componía principalmente de grandes terratenientes e industriales. El príncipe Lvov fue designado presidente del consejo de ministros. El Ministro de Asuntos Exteriores era el jefe del partido Cadete, Miliúkov. El Ministro de Finanzas era el rico productor de azúcar y terrateniente, Tereshchenko. El comercio y la industria estaban en manos del fabricante de textiles, Konovalov. La guerra y la marina pasaron a las manos del octubrista Guchkov. La agricultura fue entregada al cadete Shingarev.
¡El soviet entregó el gobierno de Rusia a esta banda reaccionaria de bandidos! El objetivo de los liberales era detener la revolución haciendo cambios cosméticos desde arriba que salvaguardara todo lo que fuera posible del antiguo régimen. En esta grotesca comedia de errores, los obreros, que habían derramado su sangre para derrocar a los Romanov, entregaban el poder a sus dirigentes, quienes, a su vez, lo entregaban a los liberales burgueses, quienes, a su vez, lo devolvían a los Romanov.
Todo esto no pasó desapercibido a ojos de obreros y soldados, especialmente entre los activistas, cuya actitud hacia los políticos burgueses del Gobierno Provisional se caracterizaba por un creciente sentimiento de desconfianza. Pero confiaban en sus dirigentes, los mencheviques y los social-revolucionarios, los «socialistas moderados» que constituían la mayoría del Comité Ejecutivo del soviet, y que les decían constantemente que debían ser pacientes, que la primera tarea era consolidar la democracia, prepararse para convocar la Asamblea Constituyente, etc.
Los dirigentes mencheviques y eseristas (abreviatura de los social-revolucionarios) que dominaban el soviet contaban inicialmente con varias ventajas sobre los bolcheviques. En sus filas tenían a los “grandes personajes” del grupo de la Duma (los parlamentarios), personas que eran bien conocidas por las masas gracias a la prensa legal durante los años de la guerra. También ofrecían lo que parecía ser una salida fácil para la masa de trabajadores y campesinos políticamente inexpertos, que inundaban el panorama político, ebrios de ilusiones democráticas.
Los mencheviques y los eseristas se aferraban a los liberales burgueses. Éstos a su vez se aferraban a lo que quedaba del viejo orden. Los obreros y los campesinos, recién despertados a la vida política, se esforzaban por encontrar el camino a seguir y todavía carecían de experiencia y confianza en sí mismos para valerse sólo de sus propias fuerzas. Los oradores mencheviques y los «grandes personajes» los sobrecogieron y tranquilizaron sus dudas.
En nombre de la «unidad» y de la «defensa de la democracia», la unidad de todas las «fuerzas progresistas», etc., utilizaron el argumento de que la clase obrera no podía transformar la sociedad «por sí sola» y repitieron la deprimente letanía tradicionalmente enarbolada por los líderes reformistas, los de entonces y los de ahora, para convencer a los trabajadores de que son impotentes para cambiar la sociedad, y deben soportar para siempre la ley del capital. Argüían que el Soviet «presionaría a los liberales burgueses» para que actuaran en interés de los trabajadores. Con este aborto nació el “doble poder”.
Los Bolcheviques en Febrero
El crecimiento del Partido Bolchevique en 1917 debe representar la transformación más espectacular en toda la historia de los partidos políticos. En febrero, el partido representaba un número muy reducido, probablemente no más de 8.000, en un país enorme con una población de unos 150 millones de habitantes. Sin embargo, en octubre los bolcheviques eran lo suficientemente fuertes como para llevar a millones de trabajadores y campesinos a la toma del poder.
Desde un primer momento, los militantes de base bolcheviques en las fábricas mostraron un sano escepticismo y desconfianza hacia el Gobierno Provisional. Pero la llegada de los exiliados, Kámenev y Stalin, venidos de Siberia, inmediatamente dieron un golpe de timón hacia la derecha frente a las posiciones políticas adoptadas por los dirigentes bolcheviques en Petrogrado. Esto se reflejó inmediatamente en las páginas del órgano del partido. En el Pravda, el 14 de marzo, dos días después de su regreso, Kámenev escribió un editorial en el que preguntó: «&iqueiquest;Para qué serviría acelerar las cosas, cuando las cosas ya estaban ocurriendo a un ritmo tan rápido?» Stalin mantuvo la misma posición de Kámenev, sólo que con más cautela.
Stalin y Kámenev habían capitulado ante la enorme presión de la «opinión pública». La posición que defendían erradicaba, efectivamente, las líneas de separación entre bolcheviques y mencheviques. Tanto es así, que la conferencia bolchevique de marzo consideró seriamente la cuestión de la fusión entre ambas fuerzas. De hecho, si se hubiera aceptado la línea de Stalin y Kámenev, no habría habido ninguna razón real para mantener la existencia de dos partidos separados.
Stalin había descrito en una ocasión las diferencias entre el bolchevismo y el menchevismo eran como «una tormenta en una taza de té». En las actas de la conferencia de marzo del Partido leemos lo siguiente: «Stalin: No sirve de nada precipitarse y predecir los desacuerdos. No hay vida de partido sin desacuerdos. Vamos a mitigar los desacuerdos triviales dentro del partido. Pero hay una cuestión – es imposible unir lo que no puede unirse. Tendremos un partido único con los que estén de acuerdo con Zimmerwald y Kienthal…”
Si esta línea oportunista no hubiera sido corregida, habría asestado un golpe de muerte a la revolución. Con el fin de convencer al partido de cambiar de rumbo, Lenin tuvo que emprender una lucha feroz, que se continuó a lo largo de 1917, y finalmente terminó en victoria.
Pero esto no se logró inmediatamente, ni fácilmente. Desde la lejana Suiza, Lenin observaba con creciente ansiedad la evolución de la línea seguida por los dirigentes bolcheviques en Petrogrado.
Lenin
Inmediatamente al oír la noticia del derrocamiento del zar, Lenin telegrafió a Petrogrado el 6 de marzo: «Nuestra táctica: ninguna confianza ni apoyo al nuevo gobierno; Kerensky es particularmente sospechoso; el armamento del proletariado es la única garantía; elecciones inmediatas al ayuntamiento de Petrogrado; ningún acercamiento a los otros partidos». Lenin bombardeaba el Pravda con cartas y artículos que exigían que los trabajadores rompieran con los liberales burgueses y tomaran el poder en sus propias manos.
Tan pronto como el Pravda había vuelto ser publicado, Lenin comenzó a enviar sus famosas “Cartas desde lejos”. Leyendo estos artículos y comparándolos con los discursos en la conferencia de marzo, vemos dos mundos diferentes. Cuando las cartas de Lenin llegaron a los dirigentes bolcheviques en Petrogrado, quedaron horrorizados. Ahora se abría un amargo conflicto entre Lenin y sus camaradas más cercanos.
Los dirigentes bolcheviques estaban tan avergonzados por las cartas de Lenin que dudaron durante varios días antes de publicarlas. Incluso entonces, imprimieron sólo una de las dos, que fue censurada para quitar todas las partes en las que Lenin se oponía a cualquier acuerdo con los mencheviques. El mismo destino esperaba al resto de los artículos de Lenin. Simplemente no se publicaban o se publicaban de forma mutilada.
En el Pravda número 27, Kámenev escribió: «En cuanto al esquema general del camarada Lenin, nos parece inaceptable, ya que parte del supuesto de que la revolución democrático-burguesa se ha completado, y se basa en la transformación inmediata de esta revolución en una revolución socialista». Esto transmite con exactitud las opiniones de Kámenev, Stalin y la mayoría de los «viejos bolcheviques» en la primavera de 1917.
Trotsky
De todos los líderes de la socialdemocracia de la época, sólo uno tenía una posición que coincidía con la defendida por Lenin. Ese hombre era León Trotsky, con quien Lenin se había enfrentado tan frecuentemente en el pasado. Cuando Trotsky oyó hablar de la Revolución de febrero, todavía estaba en el exilio en Nueva York. Inmediatamente escribió una serie de artículos en el periódico Novy Mir.
La lógica de los acontecimientos había empujado a Lenin y a Trotsky a converger. Independientemente, y partiendo de diferentes direcciones, llegaron a la misma conclusión: la burguesía no puede resolver los problemas de Rusia. Los trabajadores deben tomar el poder.
En un momento en que los “viejos bolcheviques”, contra el consejo explícito de Lenin, se acercaban a los mencheviques, las ideas de Lenin les parecían ser puro “trotskismo”, y en cierto modo no estaban equivocados.
“Todo el poder a los Soviets”
La línea que suelen poner los historiadores burgueses es que la Revolución de octubre fue un mero “golpe” llevado a cabo por una minoría conspiradora dirigida por Lenin, mientras que la Revolución de Febrero fue un movimiento elemental y espontáneo de las masas. La conclusión implícita es que la revolución posterior fue mala, conduciendo inexorablemente a la dictadura, mientras que la primera fue una revolución «democrática» – un movimiento de toda la sociedad. Ambas versiones son falsas.
Los historiadores que se especializan en hacerse los sabios después de los acontecimientos, ahora afirman que si la Revolución de febrero no hubiera sido «arruinada» por los bolcheviques, en Rusia habría florecido un paraíso democrático y todos los problemas subsiguientes habrían sido evitados. Esto es totalmente falso. El episodio de Kornílov, más tarde en ese año, mostró exactamente hacia dónde estaba llevando el aborto del doble poder. El Gobierno Provisional no era más que una fachada detrás de la cual se congregaban las fuerzas de reacción. La elección para el pueblo ruso no era la democracia o la dictadura, sino si serían los obreros o los reaccionarios rusos los que tomarían el poder.
La verdad es que los trabajadores y campesinos rusos ya tenían el poder en sus manos en febrero. Si la dirección del soviet hubiera actuado de manera decisiva, la revolución hubiera tenido lugar pacíficamente, sin guerra civil, porque contaba con el apoyo de la abrumadora mayoría de la sociedad. La única razón por la que una revolución pacífica no se logró inmediatamente en Rusia fue a causa de la cobardía y la traición de los líderes reformistas en los soviets.
Los bolcheviques estaban en una minoría en los soviets, que estaban dominados por los partidos reformistas, los eseristas y los mencheviques. Es por eso que Lenin lanzó la consigna de “¡todo poder para los soviets!” La tarea central no era la toma del poder, sino ganarse a la mayoría de la población que tenía ilusiones en los reformistas.
¡Tomar el poder!
Desde marzo hasta la víspera de la insurrección de octubre, Lenin exigió insistentemente que los líderes reformistas de los soviets tomasen el poder en sus propias manos, argumentando que esto garantizaría una transformación pacífica de la sociedad. Afirmaba que si los líderes reformistas tomaban el poder, los bolcheviques se limitarían a la lucha pacífica por una mayoría dentro de los soviets.
Los mencheviques y los eseristas se negaron a tomar el poder porque creían firmemente que la burguesía debía gobernar. Como resultado, la iniciativa pasó inevitablemente a las fuerzas de la reacción. Bajo las faldas del frente popular ruso (el Gobierno Provisional), la clase dominante se reagrupaba y preparaba su venganza. El resultado fue la reacción de las «Jornadas de julio». Los trabajadores sufrieron una derrota, los bolcheviques fueron suprimidos y Lenin se vio obligado a esconderse en Finlandia.
Esto preparó el terreno para la contrarrevolución. El general Kornílov marchó sobre Petrogrado para aplastar la revolución. Los bolcheviques lanzaron la consigna del frente único para derrotar a Kornílov. Este fue el punto de inflexión de la revolución rusa. Mediante el uso de oportunas demandas de transición (paz, pan y tierra, todo poder a los soviets) y tácticas flexibles (el frente único), los bolcheviques se ganaron a la mayoría de los trabajadores y soldados de los soviets. Sólo entonces Lenin preparó la consigna de la toma del poder, que condujo a la victoria de los bolcheviques en octubre, el 7 de noviembre de 1917 en el calendario moderno.
La Revolución de Octubre, lejos de ser un golpe de Estado, fue la revolución más popular y democrática de la historia. Si los bolcheviques no hubieran tomado el poder cuando lo hicieron, la revolución rusa habría sido derrotada, como la Comuna de París. El fascismo ruso habría llegado al poder cinco años antes que Mussolini. En cambio, los obreros y campesinos rusos tomaron el poder en sus manos a través de los Soviets y abrieron una nueva y entusiasta perspectiva al género humano. El juicio definitivo de Rosa Luxemburgo sobre el Partido Bolchevique puede presentarse como la última palabra sobre el mayor partido revolucionario de la historia:
«Pero hay que distinguir en la política de los bolcheviques lo esencial de lo no esencial, el meollo de las excrecencias accidentales. En el momento actual, cuando nos esperan luchas decisivas en todo el mundo, la cuestión del socialismo fue y sigue siendo el problema más candente de la época. No se trata de tal o cual cuestión táctica secundaria, sino de la capacidad de acción del proletariado, de su fuerza para actuar, de la voluntad de tomar el poder, del socialismo como tal. En esto, Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial; son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten: “¡Yo me atreví!”
Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al “bolchevismo”.»