Ante nuestros ojos estamos presenciando una profunda inestabilidad en el panorama mundial. Cada día crece la lucha por la hegemonía imperialista por el control de los mercados mundiales entre un Estados Unidos relativamente debilitado y una China en ascenso, con consecuencias prácticamente en todos los países económicamente dependientes de EEUU, como es el caso de México.
Asimismo, las principales potencias de la Unión Europea —Inglaterra, Francia, Alemania e Italia— se han disparado en el pie empujando bloqueos económicos a Rusia por la guerra en Ucrania, ampliando el enfrentamiento con la OTAN, pero que, contradictoriamente, han terminado por influir gravemente en sus economías nacionales por la falta de gas natural proveniente del país enemigo, a lo que se sumó el alza de precios en los alimentos, siendo las familias de la clase trabajadora y campesina las principales afectadas económicamente. Empero, esta no es la preocupación de las clases dominantes quienes siguen aumentando el gasto militar, el 2023 representó el nivel más alto de gasto militar mundial jamás registrado, con 2.4 billones de dólares.
La política bravucona de Estados Unidos y sus lacayos europeos por mantener el control de los mercados ha terminado por fortalecer a China y Rusia en sus propias alianzas económicas, políticas y militares, como es el caso del BRICS, al igual que han crecido sus relaciones en Medio Oriente con India, Arabia Saudí o Turquía, supuestos aliados del imperialismo estadounidense.
El reflejo más brutal de la política imperialista actual está en las guerras de Medio Oriente, en donde son los oprimidos quienes más sufren los embates de la lucha de las clases dominantes por el control del territorio y las alianzas comerciales-militares. El genocidio actual en Palestina en manos de Israel, apoyado por Estados Unidos y otras potencias europeas, es la continuación de esta política imperialista que se ha extendido en los últimos meses al Líbano, Yemen y Siria. Y si Rusia, así como otros gobiernos capitalistas como Irán y Egipto intervienen, poco tiene que ver con el beneficio de los pueblos, más bien no van a permitir que USA sea el único que se quede con el botín.
Como comunistas no podemos quedarnos de brazos cruzados en estos tiempos de guerra, violencia y riquezas capitalistas cosechadas a partir de la muerte de miles de inocentes. Es nuestra tarea brindar a la clase trabajadora y a todos los oprimidos nuestro programa político para luchar abiertamente contra la debacle a las que nos han orillado los imperialistas.
Debemos hacer uso de nuestras mejores armas, en primera, de nuestras ideas, para explicar qué tipo de conflicto vivimos, uno imperialista de rapiña y bandidaje. Y, en segunda, organizarnos en un partido revolucionario internacional con un programa político comunista que dé las directrices al proletariado mundial para acabar de una vez por todas con la matanza actual.
Somos duros respecto a nuestra actitud ante la guerra imperialista, separándonos completamente de la burguesía y, sobre todo, de los oportunistas y reformistas que confunden a los elementos de nuestra clase para ponerlos del lado de quienes aplastan a otros pueblos. De estas ideas también somos abiertos adversarios.
Y decimos claramente: Esta es la guerra de los imperialistas para seguir repartiéndose el control del mundo. No es nuestra guerra. Para acabar con la matanza imperialista la única vía será la revolución en manos del proletariado.
Imperialismo y guerra imperialista
La guerra es la continuación de la política de las clases dominantes por otros medios, a saber, por la violencia. Para entender el carácter específico de la guerra, los marxistas debemos hacer uso del materialismo dialéctico para explicar las condiciones históricas en las que surgen, así como la política que las precede y a qué clase benefician.
Lenin tuvo muy clara esta cuestión por lo que se dedicó a escribir Imperialismo, fase superior del capitalismo (1916) ante la urgencia de brindar al proletariado mundial de una explicación sobre las condiciones materiales concretas de un periodo marcado por un capitalismo en su fase global y monopolista, que llevaría a la Primera Guerra Mundial, la cual caracterizó como la primer guerra imperialista. Es decir, una guerra basada en el deseo de las principales potencias por el dominio del mundo, mediante el control económico sobre las colonias y los países menos desarrollados, y ante su necesidad de rebasar los límites de los mercados locales y nacionales llevando así al capitalismo a su fase global.
En términos concretos, Lenin hacía referencia al imperialismo como:
“La fase monopolista del capitalismo en donde se desarrolla en un sistema universal de sojuzgamiento colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países. El reparto de este botín se efectúa entre dos o tres potencias rapaces armadas hasta los dientes, que dominan en el mundo y arrastran a su guerra, por el reparto de su botín, a todo el planeta”.
A diferencia de la Revolución Francesa y del periodo de guerras europeas de 1789-1871, donde la mayoría de las guerras tenían a una naciente burguesía relativamente progresista en la búsqueda del derrocamiento del absolutismo y del feudalismo por medio de la liberación nacional, los conflictos bélicos enmarcados en la fase imperialista del capitalismo tienen un carácter meramente reaccionario, pues lo que se busca es el control de los países menos desarrollados. Las guerras mundiales y los actuales conflictos bélicos son la continuación de esta política imperialista.
Para los comunistas revolucionarios nos resulta vital dar cuenta de esto. En primer lugar, para que el proletariado no ceda en las mentiras nacionalistas de sus burguesías por la “defensa de su patria”. Y, aún más importante, para que las masas entiendan que su sitio no está en las filas de la guerra imperialista, sino en su organización para la lucha de clases.
Lenin en su texto Una gran iniciativa (1919) señala correctamente que:
“La guerra imperialista —es decir, el asesinato de diez millones de hombres para decidir si debía pertenecer al capital inglés o al capital alemán la primacía en el saqueo del mundo entero— ha avivado, ampliado y profundizado extraordinariamente todas estas pruebas, forzando a las masas a adquirir conciencia de ellas. De aquí arranca la inevitable simpatía de la inmensa mayoría de la población, sobre todo de la masa de trabajadores, hacia el proletariado, pues éste, con heróica audacia, con rigor revolucionario, abate el yugo del capital, derriba a los explotadores, vence su resistencia, y derramando su propia sangre, abre el camino que conduce a la creación de una sociedad nueva, en la cual no habrá ya sitio para los explotadores”.
Terminar con el dominio económico y militar de los Estados imperialistas es sólo posible a través de la clase obrera organizada. Hace falta una dirección clara del proletariado que no haga concesiones a la burguesía nacional e internacional en las guerras que nada tienen que ver con nuestros intereses de clase.
La traición al proletariado mundial por parte de la II Internacional representó un frente de batalla para Lenin y el ala bolchevique en contra de la política oportunista.
Contra los oportunistas y los pacifistas
Al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, las principales secciones de la II Internacional Comunista —Gran Bretaña, Alemania y Francia— le dieron la espalda al proletariado internacional al posicionarse a favor de sus respectivas burguesías nacionales. Las resoluciones de las Conferencia de Stuttgart (1907) y de Basilea (1912) sobre el rechazo a la guerra imperialista, a menos que sea aprovechándola para la caída del capitalismo como única forma de acabar de una vez por todas con las guerras, fueron rápidamente olvidadas por los partidos comunistas que se unieron con las clases dominantes de sus países.
El ala bolchevique liderada por Lenin, así como otros comunistas revolucionarios como Trotsky, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht declararon que los líderes de la socialdemocracia de la II Internacional (1889-1914) habían traicionado el movimiento al pasarse al socialchovinismo y, por ende, estaba muerta.
Ante esta bancarrota, Lenin escribió el folleto El socialismo y la guerra (1915) explicando la necesidad del socialismo internacional para combatir las tendencias oportunistas que alejaban a las masas del cauce revolucionario, en específico, el socialchovinismo y el pacifismo.
El socialchovinismo hace referencia a la política contrarrevolucionaria que abandona la lucha de clases durante la guerra para dar paso a la “defensa de la patria” que, dentro de la guerra imperialista, no es más que el ‘derecho’ de unas potencias sobre otras para el monopolio. El pacifismo, por su parte, pretende que el conflicto debe resolverse mediante una paz en abstracto que, en pocas palabras, significa la conciliación de clases y únicamente un periodo de gestión para la próxima masacre imperialista. Sin embargo, “esperar una paz democrática de los gobiernos burgueses, que sostienen una guerra imperialista rapaz es tan estúpido como la idea de que el sanguinario zar pueda ser inclinado a las reformas democráticas mediante peticiones pacíficas” (Lenin en Informe sobre la revolución de 1905, 1917).
Tras la degeneración de la III Internacional (1919-1943) debido al ascenso del estalinismo en las secciones comunistas, la IV Internacional, representada por Trotsky y emergida de la Oposición de Izquierdas, comprendió, al igual que Lenin, que una verdadera dirección del proletariado mundial no podía ceder ni por un momento al oportunismo contrarrevolucionario. Lenin dejó las directrices muy claras:
“El carácter reaccionario de esta guerra [imperialista], las mentiras desvergonzadas de la burguesía de todos los países […] crea de modo inevitable en las masas un espíritu revolucionario. Nuestro deber es ayudar a las masas a que adquieran conciencia de este estado de espíritu, nuestro deber es profundizarlo y darle forma” (El socialismo y la guerra, 1915).
La táctica comunista revolucionaria frente a la guerra
Ante la masacre y el estrangulamiento provocado por la guerra imperialista, los comunistas tenemos que actuar de manera consecuente con nuestro programa político. Ninguna concesión a la burguesía, sus victorias significan la matanza a millones de obreros. La salida revolucionaria está en manos del proletariado, pero no se forjará de manera espontánea.
La revolución necesita la reflexión de los trabajadores del mundo sobre las causas de las guerras del pasado y de las actuales para que se comprenda que “es imposible salir de la guerra imperialista y de la paz del mundo imperialista, que engendra inevitablemente esa guerra; es imposible salir de ese infierno si no es por una lucha bolchevique y por una revolución bolchevique” (Lenin en Con motivo del IV Aniversario de la Revolución de Octubre, 1921).
Indudablemente deseamos una revolución proletaria y la transición al socialismo donde no se derrame nuestra sangre, pero comprendemos el carácter reaccionario de las clases dominantes dentro de la lucha de clases. Cuando aspiremos a terminar de una vez por todas con el reinado de la explotación, la burguesía no dudará en hacer uso de todo su arsenal contra nosotros, desde el ejército y las fuerzas armadas, hasta las armas de destrucción más sofisticadas. Prueba de esto es el intervencionismo en América Latina para desestabilizar los movimientos revolucionarios a través del fortalecimiento al brazo armado de los Estados nacionales. La masacre actual al pueblo palestino por los intereses del imperialismo también lo demuestra.
Como señalaba Lenin en Enseñanzas de los acontecimientos de Moscú (1905) la táctica revolucionaria exige examinar serenamente la marcha de las cosas, prepararnos para una larga lucha, y la máxima flexibilidad sin ceder en nuestra política. Debemos hacer uso de los métodos revolucionarios del movimiento obrero para llegar al poder. Conseguir victorias por medio de huelgas generales en los principales puntos económicos del país, la transición a un Gobierno con un programa socialista claro, y el control administrativo de los recursos por medio de comités populares de los trabajadores, los llamados Soviets en Rusia durante el período revolucionario de 1917.
Sin embargo, sería una táctica letal guiar al proletariado sin armas cuando en la lucha de clases sea inevitable el enfrentamiento armado. Los marxistas no somos pacifistas en los momentos más álgidos. Cuando las condiciones se acumularon en 1917, los bolcheviques comprendieron que la única salida revolucionaria era transformar la guerra imperialista en guerra civil. Ante esto, Lenin señaló: “esta consigna ha resultado ser la única verdad: desagradable, brutal, desnuda y cruel, desde luego, pero verdad entre los sinnúmeros de los más sutiles engaños chovinistas y pacifistas” (Con motivo del IV Aniversario de la Revolución de Octubre, 1921).
La historia de la Comuna de París (1871) y la revolución rusa (1917) demostraron que el militarismo al que nos lleva la burguesía —sobre todo a las juventudes y los sectores más marginados— es inevitable dentro de las naciones que buscan repartirse el mundo. Ante esto, “la tarea consiste en mantener en tensión la conciencia revolucionaria del proletariado, no sólo en general, sino preparar concretamente a sus mejores elementos para que, llegando un momento de profundísima efervescencia del pueblo, se pongan al frente del ejército revolucionario” (Lenin en La alianza de la mentira, 1917).
El mismo Lenin también explicó que la ciencia militar será indispensable para los proletarios, “no para disparar contra tus hermanos, los obreros de otros países, sino para luchar contra la burguesía de tu propio país, para poner fin a la explotación, la miseria y las guerras no con buenos deseos, sino con la victoria sobre la burguesía y con su desarme” (Sobre la consigna del desarme, 1916).
Fue gracias a esta dirección clara en los momentos decisivos que las masas campesinas y obreras de la Unión Soviética pudieron deshacerse del zarismo y de la burguesía en el poder para dar un paso adelante al aparato estatal obrero dentro de la dictadura del proletariado, cuyo primer paso en el derrocamiento del Capital tiende a resultar violento, pues sigue formando parte de la lucha de clases. “Una vez conquistado el poder político, el proletariado no cesa en su lucha de clase, sino que la continúa hasta que las clases hayan sido suprimidas, pero naturalmente, en otras condiciones, bajo otras formas y con otros medios”. (Lenin en Una gran iniciativa, 1919).
Ante la guerra imperialista, adelante la revolución comunista
El capitalismo ha demostrado su estado actual de bancarrota, su historia la ha escrito en tintas de sangre. La matanza, los paupérrimos niveles de vida de las clases explotadas, la inmensa desigualdad económica a nivel mundial, la destrucción del medio ambiente y la violencia generalizada no son productos aislados de uno o dos malos gobiernos, son los síntomas más visibles de un modo de producción podrido que ha llegado a sus límites históricos. Son las alertas sísmicas que nos hablan de la necesidad de la lucha contra el capitalismo para dar paso al socialismo.
Los conflictos imperialistas actuales, así como su rechazo, traen consigo los aires de cambio revolucionario. Indudablemente, la guerra acarrea consigo el desarrollo político del proletariado. Los sectores más conscientes entenderán la misión histórica de combatir el capitalismo para salvar a la humanidad, que la emancipación de la clase trabajadora debe ser obra de los trabajadores mismos. Si algo nos dejará el imperialismo y la guerra son las bases para su propia destrucción, la antesala para la revolución socialista internacional. Como señaló Engels en el Prefacio al folleto de Borkheim (1887), el resultado “será o la victoria de la clase obrera, o la creación de condiciones que hagan posible y necesaria esta victoria”.
Esta es la tarea histórica como Partido de vanguardia del proletariado: Organizar el ímpetu revolucionario de la clase obrera, llamar a la unidad de los trabajadores y juventudes de todo el mundo contra la guerra y el capitalismo y, fundamentalmente, la conquista del poder político por la clase trabajadora hacia la construcción de la sociedad socialista. Nadie dijo que será tarea fácil, pero las condiciones actuales imploran su necesidad.
Es indigno de cualquier comunista revolucionario contemplar con indiferencia la guerra imperialista, por eso decimos:
¡Ante la guerra imperialista, revolución comunista!
¡Ni guerra entre pueblos ni paz entre clases!
¡Para acabar con la guerra hay que acabar con el capitalismo!
¡Únete a la Organización Comunista Revolucionaria en la lucha contra el capitalismo!
¡Adelante la revolución socialista internacional!