Escrito por: Antonio Balmer
La infancia se supone que es una etapa simple, feliz, los años ascendentes en la vida de un ser humano, cuando, de acuerdo con la visión tradicional burguesa del mundo, las posibilidades para el futuro son muy amplias. Después de haber vivido ellos mismos en la prosperidad relativa del boom de la posguerra, los padres de los Baby Boomer —las personas nacidas entre 1946 y 1965— confiadamente aseguraban a sus hijos que podrían ser cualquier cosa que quisieran cuando fueran mayores.
Este profundo deseo de un futuro mejor para sus hijos ha sido reducido a polvo por la crisis del capitalismo. Ahora vivimos en una época de decadencia prolongada en la que, por primera vez desde la Gran Depresión, la nueva generación tendrá un nivel de vida inferior al de sus padres.
Una forma clara del estancamiento histórico del sistema se manifiesta es la escasez de empleos de calidad y los bajos salarios para los jóvenes que entran al mercado laboral. Pero también se expresa en la más amplia descomposición de las relaciones humanas, incluida la misma institución de la familia nuclear burguesa, aquellas unidades sociales aisladas basadas en la propiedad privada y el patriarcado al que la sociedad restringe la carga del trabajo doméstico y de la crianza de los niños.
Estas tareas, esenciales para la reproducción de una nueva generación, y por lo tanto vitales para el conjunto de la sociedad, fueron llevadas a cabo colectivamente durante cientos de miles de años antes de la aparición de la sociedad de clases. Bajo el capitalismo, las tensiones y estrecheces universales de la vida rutinaria de un trabajador asalariado -lo que Marx llama la «actividad vital» del trabajador- limita la cantidad de tiempo y energía disponible para la crianza de los hijos, a su vez, limita la atención y la interacción necesaria para el máximo desarrollo de los niños en la primera infancia. Por lo tanto, además de extraer la plusvalía no pagada de nuestro trabajo, el capitalista nos priva de algo más fundamental: el tiempo, la energía y los recursos materiales necesarios para criar plenamente a la próxima generación.
Dos historias recientes de «interés humano» en el Washington Post, cada una detallando la vida de un niño de corta edad, proporcionan una percepción de contraste de esta cuestión. La primera historia explora la educación de un estudiante de ingeniería de 12 años de edad, Jeremy Shuler, la persona más joven en ser aceptada en la Universidad de Cornell. Cuando tenía 18 meses de edad, Jeremy había aprendido a leer y escribir en inglés y coreano, y estaba estudiando el curso de introducción al cálculo -álgebra y trigonometría de nivel secundario- cuando tenía cuatro años de edad. Cuando tenía ocho años, dejó de estudiar por un año en la escuela para ir de gira a Europa con sus padres, y a los diez años obtuvo una excelente puntuación en el SAT (examen de admisión universitario), logrando mejores resultados que el 99,6 por ciento de los estudiantes que tomaron el examen de ese año. Desde el día en que nació, Jeremy recibió cuidado y atención constante de sus padres y su desarrollo como un joven ingeniero sigue una trayectoria evidente: su madre tiene un doctorado en ingeniería aeroespacial, y su padre también recibió su título de ingeniero en Cornell.
El otro artículo centrado en un chico anónimo de 7 años de edad, detenido por la policía fuera de una farmacia CVS en Franklin, Ohio. El chico no había comido en varios días y estaba tratando de vender su oso de peluche para obtener dinero para comprar alimentos. El protagonista del artículo era el conmovido oficial de policía que lo recogió y le compró comida, antes de arrestar a sus padres y quitarles otros cuatro hijos de su custodia. Varios párrafos seguidos, describen todos los detalles del desorden de la casa, cada pieza de basura, la comida podrida, cucarachas, y el mal olor. Después de siete párrafos de imágenes vivas, el artículo da un giro absurdo, citando al jefe de policía, que elogió a sus policías por «pasar por encima de la rutina e ir más allá cada día para alimentar a las personas sin hogar, alimentar a los niños. . . Ellos tratan a la gente como a su propia familia».
El contraste en las condiciones de estas dos familias es una representación gráfica de la profunda contradicción del capitalismo—un inmenso potencial objetivo, por un lado, y por otro, la realidad de las condiciones inhumanas que sufren millones. A pesar del potencial material de sobreabundancia en la sociedad, 16,2 millones de niños sufren de hambre en los EE.UU.
La gran mayoría de los padres trabajan más duro y más tiempo que nunca, a menudo en diferentes trabajos, precisamente para mantener a sus hijos y; sin embargo, millones son incapaces de satisfacer sus necesidades más básicas. En el punto más extremo de la escala, la negligencia crónica se define como el fracaso de un cuidador de satisfacer las necesidades básicas de un niño tales como los cuidados, la vivienda, la alimentación, los cuidados de la salud, y la vestimenta, así como otras necesidades físicas, educativas, emocionales y de seguridad. En 2012 hubo 2,7 millones de este tipo de casos informados en los EE.UU.
Como explicamos en nuestro documento Perspectivas de Estados Unidos: «El aumento de la pobreza, del desempleo, de los recortes a los servicios sociales, y del encarcelamiento en masa de las capas más pobres de la clase trabajadora, están vinculados a la crisis actual del capitalismo. Estos son responsables en gran parte de la desintegración de la institución de la familia burguesa. La Oficina de Censos de Estados Unidos informó en 2011 que el 40% de todos los nacimientos vivos en los EE.UU. lo fueron de madres solteras, relacionado con una mayor pobreza, deserción escolar elevadas, y violencia juvenil. La Oficina de Estadísticas de la Justicia informó en 2007 que casi 1,5 millones de niños menores tienen a sus padres en la cárcel, y la mitad de esos padres son responsables del principal apoyo financiero para esos niños».
Bajo el capitalismo, la carga para la reproducción de una nueva generación se transfiere a la unidad familiar individual, y específicamente la responsabilidad recae sobre los padres. La incapacidad de un sector creciente de la población para satisfacer las necesidades básicas de sus familias por lo general es atribuido a una cuestión moral de paternidad fallida. En realidad, esto es un fiel reflejo de la estructura anticuada de la sociedad burguesa, de la propiedad privada, y de la producción para obtener beneficios en el mercado, y su incapacidad para proporcionar sustento a la inmensa mayoría de la población.
Marx y Engels explicaron que la forma de la familia, y junto a ella, las relaciones sociales dentro de las cuales se crían los niños, han cambiado a lo largo de la historia, de acuerdo con los cambios en la estructura de la sociedad. En contraste con las relaciones de parentesco ordenadas por línea materna, que predominaron durante la mayor parte de la historia humana, la aparición de la sociedad de clases y de la propiedad privada trajeron consigo una nueva jerarquía en la estructura familiar. La unidad de la familia monógama fue necesaria para establecer el linaje paterno para que los dueños de las propiedades pudiesen transferir sus bienes a sus hijos.
La dominación del padre -como la figura universal de autoridad en el hogar- reflejaba las nuevas relaciones sociales en la sociedad en la que, por primera vez, una clase dirigente subyugaba al resto de la sociedad a través de su dominio por medio de los «cuerpos armados» del Estado. Bajo el capitalismo, la demanda de obediencia en la familia tradicional —y a través de la educación del niño— ha servido como preparación temprana para la sumisión exigida por los patrones en el lugar de trabajo.
Para que la industria moderna se desarrolle, la clase capitalista requiere un suministro abundante de trabajadores sin propiedad que dependan exclusivamente de un salario, pero capaces de reproducirse a sí mismos como clase, criando a la próxima generación de trabajadores. El capitalismo entonces, se basó en la familia nuclear como una unidad familiar autosuficiente basada en el salario del trabajador para completar las tareas domésticas necesarias para criar la próxima generación de trabajadores asalariados, manteniendo a los trabajadores aptos para poder regresar cada día a la fábrica.
La naturaleza de la vida bajo el capitalismo representa una enorme restricción a las funciones esenciales de la crianza de los hijos, sobre todo en los EE.UU., donde la licencia de paternidad remunerada es una rareza. En una sociedad organizada con el fin de acumular el máximo de ganancias para la clase capitalista, la paternidad, el cuidado de los niños, el cuidado de la salud, y la educación no son derechos, sino mercancías para la venta. Es por esto que luchamos por la licencia de maternidad remunerada de forma completa para las mujeres embarazadas después del primer trimestre y el permiso parental con sueldo completo durante un máximo de dos años después del nacimiento o adopción.
Al contrario de las unidades aisladas (y alienadas) de la familia nuclear burguesa —en la cual cada familia se considera separada una de la otra, con intereses propios separados, y en el que los padres están investidos de la responsabilidad de proveer y proteger los intereses exclusivos de su propia unidad familiar— el socialismo representará un retorno a las relaciones humanas colectivas más naturales, aunque a un nivel incomparablemente superior. Habrá una comprensión social de que cada adulto tiene un interés en el desarrollo de cada niño.
Una expansión sin precedentes de los centros de cuidado infantil de calidad y programas después de finalizar la escuela asegurarán un entorno en el que los niños serán educados y criados, estimulados intelectualmente, y se proveerán todos los recursos necesarios para el desarrollo máximo. Este tipo de programas, además del servicio de lavanderías públicas asequibles y restaurantes subsidiados que sirvan comida sana, de calidad, ayudarían a las mujeres trabajadoras a liberarse de la servidumbre doméstica, mientras que se transfieren las responsabilidades del cuido y de la crianza de la siguiente generación al conjunto de la sociedad. El aprendizaje permanente, la asistencia sanitaria universal, y una semana de trabajo ampliamente reducida sentarán asimismo las bases para el tipo de vida reservada hoy día para una pequeña minoría de la población.
En una sociedad basada en la planificación democrática para la satisfacción de las necesidades humanas, el abandono de los niños será desconocido. No será inaudito para los niños crecer y desarrollarse, o para un niño de 12 años de edad ser admitido en una institución de educación superior, la cual, a diferencia de las universidades de la Ivy Leage (1) de hoy en día, serán públicas, ampliadas de forma masiva, y disponible para todos de forma gratuita.
La historia de Jeremy Shuler muestra el increíble potencial biológico que existe cuando los niños son nutridos desde el útero y se les proporciona un entorno en el que puedan alcanzar su pleno potencial. Liberados de las cadenas de la sociedad de clases, millones de niños, absorbiendo el conocimiento a una velocidad sorprendente, abrirán horizontes inimaginables para el potencial humano.
(1) The Ivy League es una asociación y conferencia deportiva de la NCAA de ocho universidades privadas del noreste de los EE.UU.: Brown University (Rhode Island), Columbia University (Nueva York), Cornell University (Nueva York), Dartmouth College (New Hampshire), Harvard University (Massachusetts), University of Pennsylvania (Pensilvania), Princeton University (Nueva Jersey) y Yale University (Connecticut). Pero la denominación ‘Ivy League’ no se limita al aspecto deportivo, sino que aúna la filosofía educativa y el prestigio académico de las ocho universidades que la componen, también conocidas como ‘Las ocho antiguas’. Además, su nombre se debe a la hiedra (en inglés ivy), una planta trepadora que cubre las paredes de estas universidades de estilo británico que se encuentra en la región noreste de los EE.UU. rodeadas de connotaciones de elitismo y excelencia académica.