La revolución de 1848-1850 en Francia representó el cenit político progresivo que la burguesía podía desempeñar en la sociedad, al alcanzar lo mejor que podían dar de sí las instituciones burguesas: voto universal, libertad para hacer negocios e igualdad jurídica de los ciudadanos. Una vez conquistado el poder, la burguesía se torna en su contrario, abandona sus reivindicaciones revolucionarias y democráticas para convertirse en su propia antinomia: una clase social que pugna por conservar el poder y, con ello, se vuelve una clase reaccionaria, antidemocrática y represora.
La Comuna de París es una muestra de la destructividad de la burguesía frente a las clases dominadas y es un antecedente significativo en la historia universal, no solo porque es la primera vez en la que los obreros lograron conquistar el poder y se instauró el primer gobierno proletario bajo el capitalismo, sino también porque en dicha confrontación la burguesía ocupó nuevas medidas represivas inéditas, como fue el uso de la desaparición de personas.
Por ejemplo, tras la derrota de los comuneros, Louise Michel señala en su libro La comuna de París que, tras el asesinato sistemático de los trabajadores revolucionarios perpetrado por las fuerzas opresivas de la facción de Versalles comandada por Thiers, si en las estadísticas oficiales se estimaban 30,000 víctimas, en realidad la cifra de 100,000 personas asesinadas estaba por debajo de la cifra real. También menciona que:
“Aunque se hicieron desaparecer los muertos por carretadas, se acumulaban de nuevo sin cesar; semejantes a montones de trigo dispuestos para la siembra, se les enterraba apresuradamente. Tan solo el vuelo de las moscas sobre los cadáveres que llenaban el matadero asustó a los verdugos”.
La violencia que usó la burguesía para destruir la comuna de París no solo implicaba el asesinato sistemático de los trabajadores: también incluyó la eliminación de cualquier rastro que mostrase al pueblo parisino la masacre perpetrada. Por ello, para la burguesía, se vuelve necesario no solo matar y violar su propia legalidad. Para mantener la ficticia legitimidad de su rol como clase dominante, también está obligada a ocultar el horror que supone masacrar al proletariado. Al respecto, Louise Michel también describe, en torno a los acontecimientos de La Comuna que:
“Era preciso hacer desaparecer los cadáveres. Los lagos de Buttes Chaumont devolvían los suyos, hinchados flotando en la superficie. Los que habían sido enterrados apresuradamente se hinchaban bajo la tierra. Levantaban su superficie, agrietándola como el grano que germina. Para trasladarlos a las fosas comunes, removieron los montones más grandes de carne putrefacta. Los llevaron a todos los lugares en donde podían caber: a las casamatas, donde acabaron por quemarlos con petróleo y alquitrán, y a fosas cavadas alrededor de los cementerios. En la plaza de l’Etoile se quemaron por carretadas. En la próxima exposición, cuando se excave el suelo del Campo de Marte, podrán verse los blanqueados huesos, calcinados, apareciendo en filas sobre el frente de batalla, como lo fueron en los días de mayo. Esto quizá a pesar de los fuegos encendidos sobre las largas hileras donde tiraban a los cadáveres cubriéndoles con alquitrán”.
Si el asesinato en el capitalismo sirve para eliminar a los opositores del régimen de propiedad privada, la desaparición de personas tiene por objeto ocultar el inocultable horror que la burguesía ejecuta contra los trabajadores. Para tal cometido, el Estado tiene que desarrollar una maquinaria sofisticada, capaz de negar la condición social de un individuo que, por haber nacido en una colectividad, es un individuo con vínculos sociales y, una vez desaparecido, se convierte en ausencia constante, irrumpe interrumpiendo la cotidianeidad de los seres queridos, quienes soportan el insoportable dolor que no puede convertirse en duelo porque no se sabe si los desaparecidos están vivos y, si están muertos, dónde quedaron sus restos.
El capitalismo francés no ha sido el único en efectuar la desaparición forzada, el horror del asesinato masivo y su ocultamiento, en una escala industrial, lo ejecutaría la Alemania Nazi durante la segunda guerra mundial. Además, el capitalismo en su fase imperialista exporta las diferentes modalidades de represión del Estado. Por ende, los militares franceses replicaron en la guerra colonialista de Argel la desaparición forzada como mecanismo de opresión dirigida contra sus adversarios. Los manuales militares franceses se convirtieron, a la postre, en el breviario de los manuales de las escuelas militares estadounidenses, las cuales han adiestrado a militares latinoamericanos, aprendices de las tácticas de contrainsurgencia que incluyen la guerra psicológica, la tortura, el asesinato y la desaparición de personas.
Por ello, desde Uruguay y Argentina, pasando por Centroamérica y México, toda Latinoamérica coincide en que los opositores de izquierdas han sido víctimas de la desaparición forzada como modalidad de represión del Estado, para garantizar la existencia del capitalismo en tanto modo de producción.
Sin embargo, conforme se militariza la siempre mal llamada “guerra contra las drogas”, y las fuerzas de seguridad creadas por el Estado se corrompen e integran a las filas del crimen organizado, la desaparición de personas no es usada solamente por el Estado para destruir organizaciones políticas de izquierda; la desaparición también es usada como una herramienta para las organizaciones criminales que acumulan capital en condiciones clandestinas.
Por ejemplo, el otrora Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales mexicano —capacitado en escuelas militares en Estados Unidos en tareas de contrainsurgencia, una vez que sus elementos desertan del gobierno y se convierte en el brazo armado de la organización del Golfo liderada por Osiel Cárdenas Guillén para transformarse en los Zetas— utiliza tácticas militares para el combate de sus adversarios, incluyendo la desaparición de individuos.
Conforme los Zetas enseñan y replican a otras organizaciones delictivas sus modalidades y esquemas de operación, la lucha interorganizacional por los mercados clandestinos conlleva la desaparición de personas, inclusive para el uso de trabajo forzado. En este sentido, resulta cabal recuperar el testimonio de Margarito Guerrero, padre de Jhosivani Guerrero, uno de los 43 compañeros normalistas desaparecidos en Iguala el 26 de septiembre del 2014.
Margarito, entrevistado por el periodista Ezequiel Flores, señala que para el año 1984 fue contratado mediante engaños, supuestamente para pizcar manzana en Chihuahua. Al llegar al rancho El Búfalo (propiedad de Rafael Caro Quintero) Margarito, junto con otros 300 individuos, fueron obligados a producir marihuana, sin la posibilidad de huir del lugar, sin obtener una paga y siempre bajo amenaza de ser asesinados. Las labores de trabajo forzado no retribuido incluían sembrar, cosechar y empaquetar el cannabis.
El proceso de trabajo de la producción de drogas prohibidas, así como de otras actividades delictivas como el sicariato o la extorsión, exigen fuerza de trabajo, aunado a que la reproducción de las actividades de las organizaciones criminales reclama la participación de más personas, junto al hecho de que estas actividades son ilegales y clandestinas, la libertad de los individuos que participan en ellas se convierte en un obstáculo para mantener la clandestinidad. Si un trabajador explotado como Margarito delata el centro de trabajo, este puede cerrarse dada la indignación que generaría en la sociedad la existencia del trabajo forzado. Además, estos centros operan con la complicidad del gobierno, al cual le interesa la estabilidad social, por lo que la clandestinidad es necesaria para proteger esquemas de acumulación de capital ilegal, y para ocultar las atrocidades cometidas en nuestro país. La negación de la condición social de muchas de las víctimas que son explotadas por medio del trabajo forzado perpetrado por las organizaciones delictivas es una arista más del problema de la desaparición de personas en México, tal como aconteció en el Rancho Izaguirre, ubicado en el municipio de Teuchitlán, Jalisco. En el lugar, las madres de desaparecidos, pertenecientes al colectivo Guerreros Buscadores encontraron pertenencias personales y restos óseos. El rancho Izaguirre operaba como un campo de adiestramiento y exterminio del llamado Cártel Jalisco Nueva Generación.
En síntesis, si la negación de la condición social de los individuos es un problema originado desde el Estado, y adquiere su modalidad más horrible en países como México dada la reproducción de la violencia imperialista efectuada por las organizaciones criminales, los heróicos esfuerzos de las madres buscadoras tienen como enemigo y obstáculo a la guardia nacional, el ejército, la policía y al gobierno. No es gracias, sino a pesar de las autoridades gubernamentales, que se logra encontrar el paradero de los desaparecidos. Por ello, el ejercicio de la memoria y la verdad que posibilita encontrar a nuestros desaparecidos supone enfrentar al capitalismo y sus instituciones. La lucha de las madres buscadoras está generando una ira politizada dirigida contra la corrupción gubernamental, y muestra el camino que permite dimensionar que la solución de las desapariciones no vendrá desde la oficialidad.
Los desaparecidos, al igual que los muertos, no pueden defenderse en el debate político. Y un segmento de la opinión pública y del periodismo asalariado del gobierno, todos los días producen discursos que intentan ocultar el desastre en el que tenemos que vivir. Se justifica la desaparición de personas porque son migrantes, por estar en el momento y lugar inadecuados, por ser parte de la delincuencia, en fin, se individualiza un problema que, de suyo, es eminentemente político y social.
La reivindicación ¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!, en última instancia, supone incluir en la lucha de clases la reivindicación de encontrar el paradero de nuestros desaparecidos. El ejercicio de lucha por la memoria y la verdad implica contradecir la ideología de la clase dominante, de la cual no podemos esperar nada, pues como nos enseñó la Comuna de París, solo el pueblo trabajador puede lograr sus anhelos cuando haga estallar al Estado burgués y el poder político lo detenten los obreros.