Escrito por Ninnette Torres
El presente artículo no tiene como objeto abordar el tema de la mujer trabajadora que obtiene un salario y quienes en la gran mayoría de los casos soportan una doble carga (eso lo hemos abordado ya en otros artículos), sino de las mujeres que se dedican exclusivamente al cuidado de sus hijos y al hogar.
Según estimaciones del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) si las mujeres recibieran sueldo por las labores que realizan en su hogar, cada una obtendría 47 mil 400 pesos al año. Las tareas domésticas diarias por las que no se percibe salario generan consumo y un gran ahorro para la burguesía. En la medición del instituto en 2014 su valor económico fue de 4.2 billones de pesos, 24 por ciento del PIB. Ni las actividades manufactureras o de comercio aportaron tanto ese año, pues representaron 16.7 y 15.5 por ciento, respectivamente, del total del PIB.
La encuesta que aplicó el Inegi agrupó en otras seis categorías los quehaceres de la casa, además del de cocina. En la que se refiere a limpiar, lavar o planchar la ropa de la familia, 70.9 por ciento de las mujeres lo realizan y 29 por ciento de los hombres lo hacen. Atender a personas sanas menores de 15 años, hacer las compras, atender a enfermos, cuidar a adultos mayores y a personas con discapacidad son las otras cinco. En todas hay mayoritaria participación femenina. Y todo ello sin remuneración.
Según la medición del Inegi, las mujeres pertenecientes al decil más pobre (la décima parte de la población con menores recursos) aportan en promedio más dinero a sus hogares por trabajo doméstico no remunerado que las del decil más rico, pues mientras éstas últimas aportaron 43 mil 200 pesos, las más pobres contribuyeron con 50 mil, 6 mil 800 pesos más en promedio durante 2014.
Sobre estos datos podemos extraer varias lecciones. Lo primero es que el trabajo doméstico que se carga sobre los hombros de la mujer es una manera en que la burguesía puede ahorrarse gastos –reducir en los hechos el salario indirecto- que de otra forma se tendrían que erogar en forma de lavanderías, comedores, casas cuna, hospitales públicos, etc. En una época de crisis capitalista, como la nuestra, la burguesía no sólo no esta interesada en aumentar los servicios públicos, sino, por el contrario, está empeñada a nivel mundial a destruirlos por completo, fortaleciendo las cadenas que atan a la mujer trabajadora a los trabajos forzados en el seno familiar. El trabajo doméstico es, así, una manera de privatizar muchas prestaciones sociales y cargarlas sobre el salario. Los segundo es que el trabajo doméstico afecta ante todo a la mujer de extracción humilde, ya que la mujer burguesa puede contratar ayuda doméstica.
Se trata de un trabajo agotador que consume todas las energías de las personas que lo realizan, arrebatándoles todo entusiasmo por aproximarse a la política, a la cultura, etc. Pero la salida a este trabajo enajenante no es, como sostienen algunos, remunerar el trabajo doméstico (sueldo que saldría directa o indirectamente del mismo pueblo trabajador), sino, por el contrario, extinguirlo o reducirlo a su mínima expresión. Esto quiere decir que al expropiar a la burguesía el Estado obrero debe procurar toda una gama de servicios públicos que socialicen las tareas domésticas, de esta forma, se irá reduciendo el trabajo doméstico a tareas que futuras máquinas podrán realizar y las que persistan se harán de forma equitativa entre hombres y mujeres. A este respecto Alejandra Kollontai escribió:
“Los trabajos caseros en forma individual han comenzado a desaparecer y de día en día van siendo sustituidos por el trabajo casero colectivo, y llegará un día, más pronto o más tarde, en que la mujer trabajadora no tendrá que ocuparse de su propio hogar. (…) Las mujeres de los ricos, hace ya mucho tiempo que viven libres de estas desagradables y fatigosas tareas. ¿Por qué tiene la mujer trabajadora que continuar con esta pesada carga?
En la Rusia Soviética, la vida de la mujer trabajadora debe estar rodeada de las mismas comodidades, la misma limpieza, la misma higiene, la misma belleza, que hasta ahora constituía el ambiente de las mujeres pertenecientes a las clases adineradas. En una Sociedad Comunista la mujer trabajadora no tendrá que pasar sus escasas horas de descanso en la cocina, porque en la Sociedad Comunista existirán restaurantes públicos y cocinas centrales en los que podrá ir a comer todo el mundo”.
Lamentablemente, el aislamiento de la Revolución Rusa y la contrarrevolución estalinista resultante, significó una campaña para regresar a la mujer trabajadora a la cárcel hogareña pero, no obstante, la economía planificada permitió toda una serie de servicios impensables en la sociedad capitalista, baste decir que la cantidad de mujeres en la educación superior superaba al de los hombres y conquistas como guarderías o liberación con paga de mujeres embarazadas -superior aún al que todavía existe en países de Escandinavia- emancipó en mayor medida a las mujeres que cualquier campaña feminista-burguesa en un contexto capitalista.
El trabajo doméstico no puede entenderse al margen de la existencia de la sociedad de clases, específicamente del capitalismo. Existe una relación causal entre servidumbre asalariada y servidumbre doméstica, ambas se complementan para liberar a la burguesía de costos y aumentar la rentabilidad de sus negocios; este último criterio es la razón de ser del capitalismo, pretender cambiar esta lógica resulta absurdo. A fin de cuentas, el trabajo doméstico es un asunto económico (evidentemente también político y cultural) que la economía planificada podrá resolver de manera definitiva.