Escrito por: Sharon Mayren Padilla
A 50 años de la lucha internacional de 1968 la primera tarea para las nuevas generaciones de jóvenes que buscan organizarse y luchar por la transformación de la sociedad es sacar las mejores conclusiones de estos acontecimientos que marcaron un antes y un después en la historia del movimiento obrero-estudiantil.
Los estudiantes y trabajadores franceses en 1968 demostraron que pueden luchar al sistema capitalista aparentemente estable, poner en jaque a la burguesía y con organización superar las estructuras del estado burgués. Las calles, las fábricas y las escuelas fueron tomadas, la huelga general daba esperanza de lucha a los trabajadores.
La juventud punta de lanza
Pese al impacto global que tuvo la explosión del 68, fue en Francia donde tuvo mayor resonancia la radicalización estudiantil y la confluencia que se produjo entre ésta y la huelga general de la que fue protagonista la clase obrera.
Como en otras experiencias revolucionarias, fue la juventud la que reflejó de forma más rápida las contradicciones de la sociedad francesa. El 22 de marzo se inician en la Universidad de Nanterre las primeras protestas a raíz de la detención de varios estudiantes miembros de un comité de solidaridad con Vietnam, acusados de atentados con explosivos. En respuesta, los estudiantes ocupan la universidad. Pero el gobierno francés respondió con más represión: el 2 de mayo la policía interviene para impedir una manifestación de apoyo al movimiento contra la intervención imperialista en Vietnam, el 3 de mayo la policía vuelve a intervenir, esta vez para impedir una asamblea de apoyo a Nanterre en La Sorbona. La violencia estalló en el Barrio Latino, el resultado fueron más de cien heridos y 596 arrestados. Al día siguiente se suspendieron los cursos en la Sorbona. Las principales organizaciones estudiantiles, la UNEF y el Snesup convocaron huelgas indefinidas. El 6 de mayo hubo nuevos enfrentamientos en el Barrio Latino: 422 detenidos, 345 policías y unos 600 estudiantes resultaron heridos. La represión provocó una amplia indignación. Los estudiantes enfurecidos arrancaron adoquines para arrojárselos a la policía y levantaron barricadas siguiendo la buena vieja tradición francesa. Los estudiantes de las universidades de toda Francia salieron en su apoyo.
Los dirigentes del Partido Comunista Francés (PCF) al inicio denunciaron el movimiento estudiantil por “ultra izquierdistas”, L’Humanité publicó un artículo del que sería futuro líder del PCF, George Marchais, con el título: Hay que desenmascarar a los falsos revolucionarios. El PCF jamás tuvo una actitud revolucionaria ante el movimiento obrero-estudiantil francés, en lugar de involucrarse en el movimiento, generar un programa de lucha en conjunto y ofrecer una perspectiva socialista, prefirieron ignorar a los estudiantes.
El movimiento de los estudiantes no tardó en contagiar a los trabajadores. En la huelga de la fábrica Sud-Aviation de Nantes, que inició con reivindicaciones que se pueden considerar meramente económicas – como el mantenimiento del salario, reducción de jornada-, los trabajadores, sin ninguna directriz de los partidos o los sindicatos, ocuparon la fábrica.
Frente a la indignación general de la población y la presión de la base, la burocracia sindical tuvo que entrar en acción. El 11 de mayo los principales sindicatos, CGT, CFDT y FEN, convocaron una huelga general para el 13 de mayo. Unas 200.000 personas se manifestaron
En la fábrica Renault-Billancourt de París confluye una manifestación estudiantil con los obreros, con el paso de los días, de las horas, las huelgas se extendían a todo el país. El 19 de mayo se contabilizaban dos millones de huelguistas, el 20 de mayo cinco millones, el 21 de mayo ocho, y por fin el 28 de mayo son ya 10 millones de trabajadores en huelga. Las grandes empresas están a la cabeza, Renault, Michelín, Peugeot, Citroën, las minas, los puertos, el sector del automóvil, los astilleros, el metro, el gas, la electricidad, ningún sector de la producción se salva del avance de la lucha. Millones de obreros ocupan las fábricas se adueñan de su propio trabajo y se organizan para mantener en sus manos el fermento de lucha que se propagaba por toda Francia.
El Estado francés debilitado
El movimiento tomó totalmente desprevenidos a la clase dominante y al gobierno. Estaban aterrorizados ante el movimiento obrero-estudiantil. El gobierno burgués estaba en peligro y podía ser derrocado, De Gaulle trataba de mantener su indiferencia ante el arrebato de las masas, pero la creciente marea de organización popular era como una tsunami que terminaría por ahogarlo, no había discurso en contra de las masas que pudiera servir como freno, ni policía que utilizar para seguir amedrentar las calles, aunque los policías son un sector atrasado de las fuerzas armadas, también son trabajadores asalariados y la organización no solo los atrajo a ellos si no a la pequeña burguesía y al campesinado que se sumaron a las filas de la revolución francesa.
El 13 de mayo una organización sindical de la policía que representaba al 80 por ciento del personal sacó una declaración en la que “considera la declaración del primer ministro como un reconocimiento de que los estudiantes tenían razón, y como una renuncia total a las acciones de la fuerza policial que el gobierno mismo ha ordenado. En estas circunstancias es sorprendente que no se buscara un diálogo efectivo con los estudiantes antes de que se produjesen estos lamentables acontecimientos”. (Le Monde. 15/5/1968).
De Gaulle parecía incapaz de controlar la crisis o comprender su naturaleza. Sin embargo, los dirigentes comunistas y sindicales le proporcionaron un respiro, se opusieron a un levantamiento más allá, evidentemente temían la pérdida de sus seguidores ante sus rivales más extremistas y anarquistas.
Tanto el gobierno como los dirigentes sindicales estaban alarmados por el alcance del movimiento y decididos a detenerlo. El 27 de mayo se llegó a un acuerdo entre los sindicatos, las asociaciones de empresarios y el gobierno. Pero los dirigentes sindicales tenían la dura tarea de presentar el acuerdo ante los trabajadores. A pesar de las grandes concesiones, los trabajadores de Renault y otras grandes empresas se negaron a regresar al trabajo.
Los dirigentes obreros traicionan el movimiento
La burguesía sentía que la situación se le había escapado de las manos. La represión no conseguía atemorizar a los huelguistas y las concesiones los animaban aún más, las bases tradicionales de la reacción no respondían y los medios de comunicación, un arma tan útil en tiempos “normales”, estaban fuera de control.
La clase dirigente se encontraba sumida en una profunda desmoralización. Años después, el embajador estadounidense en París recordará cómo De Gaulle le confesó pocos días después de volver de Rumania: “Se acabó el juego. En pocos días, los comunistas estarán en el poder”. ¿En aquellas circunstancias, qué podía hacer la clase dominante? Sólo tenían una posibilidad: recurrir a los dirigentes reformistas y estalinistas, para intentar salvar al capitalismo. Con los acuerdos de Grenelle la burguesía concedió reivindicaciones que habían sido rechazadas durante años, con la esperanza de enfriar los ánimos: aumentos salariales (en el sector ferroviario del 13,5 al 16% de aumento, transporte urbano 12%, gas y electricidad del 12 al 20%, mineros del 12,2 al 14,5%, metalurgia del 10 al 12%, funcionarios del 13 al 20%, etc..), rebaja de la jornada laboral semanal en una hora, aumento de los días de vacaciones pagadas de 25 a 26, etc.. A pesar de la aceptación de estas concesiones por parte de sus dirigentes, la clase obrera no abandonaría fácilmente las posiciones que había conquistado, porque el movimiento se sentía con fuerzas para conseguir algo mejor.
El acuerdo fue ampliamente rechazado por la base de los sindicatos. Las palabras «poder obrero» y «gobierno popular», empezaron a pronunciarse en las asambleas y las manifestaciones, la situación estaba madura para extender la experiencia de Nantes por todo el país. Un partido con un programa auténticamente revolucionario hubiera conectado con el sentimiento de transformación al que aspiraban las masas, proponiendo la creación y extensión de comités de huelga locales y regionales, centralizados en uno estatal e integrados por representantes democráticamente elegidos en cada centro de trabajo, en cada barrio, universidad, instituto y pueblo. Estos comités se encargarían de orientar políticamente la lucha, de organizarla, de extenderla, de editar propaganda, de las reivindicaciones, de discutir cada uno de los pasos a dar en cada momento, y de definir una estrategia decidida hacia la transformación socialista de la sociedad, garantizando que las decisiones se tomaran de forma democrática después de un debate donde todos pudieran participar.
La capacidad revolucionaria de la clase obrera no es suficiente para transformar la sociedad. El factor subjetivo – la existencia de un partido revolucionario de masas – es indispensable para la victoria.
Por un partido revolucionario de los trabajadores
50 años después las tradiciones de lucha del movimiento obrero-estudiantil están presentes y debemos apostar a construir un partido que conecte con el ánimo de la clase trabajadora, que luche por sus demandas inmediatas pero que eleve su conciencia y que sea el espejo donde se puedan mirar con fuerza. Los trabajadores franceses sabían que sí el movimiento avanzaba, tenían la posibilidad de tomar el poder y destruir el estado burgués, sin embargo las direcciones sindicales y del PCF frenaron la fiebre revolucionaria y prefirieron mantenerse dentro del marco del capitalismo, antes que llevar a sus últimas consecuencias la lucha de los trabajadores.
Lenin explica en su gran obra El Estado y la revolución: “Quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede mantenerse todavía dentro del marco del pensamiento burgués y la política burguesa… marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado”. La lucha de clases es una realidad que nadie podía negar en 1968 en Francia, pero reconocer la realidad no es suficiente, un auténtico partido revolucionario tiene que estar preparado para intervenir en la lucha y hacer posible la victoria de la clase obrera».