El 3 de octubre de 2020, el Papa Francisco publicó su tercera carta encíclica, «Fratelli Tutti». En esta, podemos desenmascarar la manera en la que Francisco, se ha mostrado desde el inicio de su pontificado, como un Papa “progresista” o de “izquierdas”. Sin embargo, sus posturas revelan otra realidad. En cuanto al capitalismo, o como prefiere denominarlo la Iglesia, la “economía de mercado”, Francisco expresa: “Es verdad que la actividad de los empresarios es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos’”. Con estas palabras, el Papa elogia las estructuras capitalistas de producción, presentándolas como moralmente dignas y enalteciendo el emprendimiento como generador de riqueza. En su discurso, omitió convenientemente las dinámicas de explotación y el hecho de que esa riqueza de la que habla permanece concentrada en las manos de una minoría burguesa. Además, defiende que el interés propio no debe ser criticado frente al propósito moral de la actividad económica: “En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, y esto incluye fomentar las capacidades económicas y tecnológicas para hacer crecer los bienes y aumentar la riqueza”.
Esto no debería sorprendernos, pues aunque las religiones no han estado exentas de la lucha de clases que se ha reflejado en su seno, han sido instrumentalizadas con frecuencia para justificar al capitalismo. Engels observó cómo el cristianismo nació como un movimiento subversivo y comunista, y en Las guerras campesinas en Alemania destaca a Thomas Münzer, quien luchó en favor de los campesinos oprimidos y fue un precursor del socialismo. Hoy en día, vemos ejemplos en Chiapas, como la labor del sacerdote Marcelo Pérez o la reciente conmemoración del centenario de Samuel Ruiz, símbolos que reflejan la resistencia de las masas chiapanecas. Sin embargo, el cristianismo —y las religiones en general—, al institucionalizarse, suelen ser cooptados por las élites y convertidos en mecanismos de control social, de modo que los valores subversivos de sus orígenes quedan diluidos en favor de un statu quo funcional a los sistemas de explotación establecidos. Esta dualidad refleja cómo las religiones pueden albergar elementos de resistencia en contextos de injusticia. Sin embargo, estos aspectos subversivos no han sido la regla en la historia de las religiones organizadas. En la mayoría de los casos, la religión ha tendido a operar como un pilar de la superestructura ideológica, sirviendo a las clases dominantes.
La religión como consuelo y como herramienta de control
En la vida cotidiana, no es raro escuchar a trabajadores rezando para no ser asaltados en el transporte público, encomendándose a Dios para llegar a casa sin incidentes o que ninguno de sus familiares sufra los estragos propios de la violencia en México; de esta manera, el cuestionamiento de las causas de estos problemas queda anulado ante un dogma devocional, esterilizando el pensamiento crítico de las masas. Como bien decía Marx en su famosa frase de la Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1844): ‘La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, y el alma de unas condiciones desalmadas. Es el opio del pueblo’.Y no se refería únicamente al consuelo que la fe ofrece a quienes sufren. En una sociedad dividida en clases, la religión ofrece “explicaciones” para el dolor y las dificultades cotidianas, pero en realidad mantiene a las personas atrapadas en esperanzas inmateriales, desviándolas de la posibilidad de transformación en el mundo real.
Es así como, en muchas de sus expresiones institucionalizadas, la religión —centrándonos específicamente en la cristiana debido a nuestra cercanía cultural— ha tendido a invitar a la resignación: se nos dice que debemos aceptar la violencia, la precariedad y la explotación laboral como si todo esto fuera la “voluntad de Dios”. Pero, ¿es realmente una voluntad divina que miles de millones de trabajadores y campesinos no puedan acceder a una vida digna? Este enfoque de la religión como instrumento de sumisión no implica que la burguesía se mantenga simplemente atea o que ‘controle’ la fe de las masas desde fuera; más bien, la misma clase dominante encuentra justificación para su posición en la “voluntad divina”. Así, mientras el burgués se considera bendecido por su éxito, el trabajador asume que debe aceptar sus condiciones, interpretando su sufrimiento como “prueba de fe”, y que, con tiempo y dedicación, alcanzarán la prosperidad material que anhelan, alimentando la idea de que esta prosperidad es accesible para todos. Esta ideología fomenta en el proletariado el deseo de alcanzar una vida burguesa —tener su empresa, bienes, o una familia de clase alta— sin cuestionar las estructuras de explotación que hacen de esto una aspiración capciosa. De esta forma, desvía las aspiraciones de cambio estructural hacia la promesa de un éxito individual, normalizando un discurso de auto-superación que refuerza el sistema que lo oprime, en vez de ofrecer una verdadera alternativa.
Religiosidad y pobreza: una correlación global
La relación entre religiosidad y pobreza es claramente visible en diversas regiones del mundo. Los cinco países más religiosos, como Bangladesh, Níger, Yemen, Indonesia y Malawi, donde casi el 100% de la población practica activamente una religión, tienen un producto bruto interno per cápita promedio de solo USD 4,000. En contraste, los cinco países menos religiosos, entre ellos China, Estonia, República Checa, Suecia y Dinamarca, alcanzan un promedio de 35,000 USD per cápita. En Latinoamérica, la religiosidad es también elevada, con un promedio del 79% de la población que se identifica como católica. Paraguay lidera con un 92%, seguido de Bolivia (89%), Guatemala (88%), y México (77%); mientras que Uruguay es el país menos religioso de la región, con un 41%. Además, en América Latina, los países más religiosos tienen un ingreso per cápita promedio de USD 8,170, en contraste con los menos religiosos, que alcanzan los USD 21,895.
Esta tendencia global sugiere que la religiosidad suele ser mayor en aquellos países con menores niveles de ingreso y educación, lo que revela cómo la religión puede actuar como un reflejo de la precariedad económica. A pesar de ello, no debemos caer en el error de pensar que con la abolición de las religiones institucionalizadas se erradicaría automáticamente la pobreza; tal interpretación sería un mecanicismo absoluto que ignora los factores estructurales de la opresión. Más bien, esta correlación subraya cómo la religión —al igual que otras creencias idealistas— opera como un refugio emocional ante una aparente falta de alternativas en un contexto de desigualdad y explotación.
Nuestro trabajo es reconocer que el sufrimiento no es un castigo divino, sino un síntoma de la explotación capitalista. Este reconocimiento es un primer paso en la lucha por una vida digna y plena. Como dijo Marx en los Estatutos Generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores: “La emancipación de los trabajadores solo puede venir de los trabajadores mismos”. Así también, como señaló Lenin, a nivel de las masas la religión es un asunto personal, aunque dentro del partido defendió una posición materialista militante. Consideramos que lo fundamental es la lucha colectiva de los trabajadores como la única herramienta capaz de transformar nuestra existencia.
Si en este punto coincidimos, podemos caminar juntos hacia una transformación radical de la sociedad, seamos creyentes o no. En una sociedad socialista, en la cual debe haber una clara independencia entre la religión y el Estado, podremos continuar debatiendo de forma amistosa nuestras diferencias filosóficas, impulsando la organización y el estudio crítico que permitan una emancipación verdadera y duradera para todos.
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Bibliografía
1.- Fratelli tutti (3 de octubre de 2020) | Francisco. (2020, 3 octubre). https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.html
2.- K. Marx (1844): Introducción para la Crítica de «La filosofía del derecho» de Hegel. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1844/intro-hegel.htm
3.- Padinger, G. (2018, 28 enero). Por qué los países más pobres son más religiosos y en los más ricos hay menos creyentes. Infobae. https://www.infobae.com/america/mundo/2018/01/28/por-que-los-paises-mas-pobres-son-mas-religiosos-y-en-los-mas-ricos-hay-menos-creyentes/
4- K. Marx (1864): Estatutos generales de la Asociacio Internacional de los Trabajadores. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/1864-est.htm