Este año se conmemora el 114° aniversario del inicio del movimiento armado que, tras años de lucha, puso fin a la dictadura del Gral. Porfirio Díaz. El General Diaz había arribado a la presidencia – Paradójicamente, visto en retrospectiva – por medio de un movimiento antirreeleccionista que derrocó al presidente Sebastián Lerdo de Tejada en abril de 1877. Si bien es cierto que el gobierno de Díaz se caracterizó por el autoritarismo y la represión exacerbadas -Considerados antinomias de las libertades por las que pugnó la reforma liberal- así como por el establecimiento de un gobierno centralista que chocaba con el proyecto de federalismo democrático, por sus acciones el gobierno de Díaz fue la realización de las aspiraciones económicas de los liberales de la época, acelerando el proceso capitalista de despojo masivo de las tierras que todavía estaban en manos campesinas.
La vía que el régimen de Díaz eligió para desarrollar el capitalismo en México fue la de establecer una firme alianza entre el capital extranjero y los terratenientes, quienes desde la época colonial mantenían un dominio casi absoluto sobre el país, y subyugaban en estado de semiservidumbre a millones de campesinos – Las leyes de colonización y el emprendimiento de las compañías deslindadoras son ejemplo de ello; estas últimas registraban como lotes baldíos a pueblos enteros, dónde los habitantes (Usualmente parte de los pueblos originarios) eran expulsados de forma violenta – Para finales del Porfiriato, en México, que contaba con una población de poco más de 15 millones de habitantes, el 97% del territorio se encontraba en manos de 835 familias. Está miseria generalizada no solo se veía en el campo, también se repetía en las ciudades, dónde las condiciones eran atroces: Exiguos salarios, jornadas laborales de 12 a 14 horas diarias, inexistencia de días de descanso, explotación vía el peonaje con tiendas de raya, el trabajo forzado, está era la vida de la clase trabajadora bajo el porfiriato, en el cual se registraron más de 250 huelgas. Frente a estas el Estado respondía con la cárcel, el exilio y el asesinato.
Las contradicciones sociales desarrolladas en el Porfiriato tenían como contexto social, a nivel de base, el desarrollo de un capitalismo dependiente y extractivista, caracterizado por arrastrar tras de sí formaciones económicas precapitalistas, así como gastos improductivos onerosos, y una deuda extranjera ascendente; todo esto aunado a los lastres que implicaban haber enfrentado dos intervenciones extranjeras y una larga guerra civil durante el siglo XIX. A nivel internacional, el desarrollo del capitalismo en México durante el último cuarto de siglo se despliega en relación al momento en que el capitalismo, a nivel mundial, alcanza su fase superior, el imperialismo. La transición de la era de la competencia a la era de los monopolios, caracterizada por la exportación de capitales, propicia que, del capital invertido en México, el 77% fuera de propiedad extranjera.
De este modo, el desarrollo de las fuerzas productivas en México es, en palabras de Alonso Aguilar, desviado, torcido y frenado al supeditarse a las directrices del capital financiero internacional. Este último es el principal beneficiario de un régimen comprador y complaciente con el capital foráneo, que a su vez era cruel, injusto y opresivo con sus ciudadanos.
El efecto de todo esto es que Porfirio Díaz, otrora héroe nacional que había participado en la defensa de la soberanía de la patria, se convirtió en el símbolo de un régimen despiadado que debía ser destruido. El incremento en revueltas de todo tipo, la aparición del bandolerismo, la emergencia del Partido Liberal Mexicano liderado por los hermanos Flores Magón con sus radicales reivindicaciones, así como el ascenso nacional del Movimiento Antirreeleccionista liderado por Francisco I. Madero, terminan de fracturar por completo al Estado Porfirista. Es Madero – Quien provenía de una familia de ricos hacendados, y por ende tenía claros intereses de clase – el que señala de forma equívoca que en México el principal problema no es la propiedad privada, sino el régimen de corrupción. Para 1910, Madero es encarcelado y luego expulsado del país. Para octubre del mismo año, Madero expone, desde el exilio, el Plan de San Luis, el cual integra, además de reivindicaciones políticas democráticas, la reivindicación de restituir la tierra a los campesinos afectados durante el porfiriato. Está culmina con un llamado al levantamiento armado para el día 20 de noviembre.
Este llamado es respaldado en el sur con la insurrección del movimiento campesino liderado por Emiliano Zapata, en el norte por las acciones de los hermanos Flores Magón, así como por Francisco ‘Pancho’ Villa y Pascual Orozco. Lo fundamental a considerar es que dada la extracción burguesa de Madero -Y del sector más conservador de esta- este opta por negociar, a espaldas de las masas, la transición del gobierno con representantes del General Díaz, quien capitula y abandona el país en mayo de 1911. Tras la realización de elecciones, Madero es electo presidente de la república, a condición de que este logre frenar las insurrecciones armadas campesinas. Sin embargo, estas logran un cierto nivel de autonomía, y con ello, un carácter anticapitalista al atentar contra la propiedad privada de los latifundios.
La dinámica de la guerrilla zapatista, con su centro neurálgico en el estado de Morelos, consistía en organizar ataques armados contra las haciendas, expulsar a los dueños y sus cuerpos de vigilancia, y repartir las tierras con los partícipes, para luego repetir en las haciendas aledañas. El peligro que suponía el movimiento zapatista contra la propiedad privada, en conjunto con la incapacidad de Madero para hacer deponer las armas a la insurrección campesina, fueron los factores que explican el posterior apoyo del gobierno de Estados Unidos al Gral. Victoriano Huerta, quien lanza un Golpe de Estado en febrero de 1913, el cual culmina en una usurpacion del poder y el asesinato de Madero y su vicepresidente,
El golpe de Estado, lejos de pacificar al país, propicia la difuminación del movimiento revolucionario a una escala nacional. Es aquí donde vemos a la Revolución avanzar a su segunda fase. Las fuerzas federales del gobierno usurpador deben enfrentar, desde el Norte, a las tres facciones del llamado Ejército Constitucionalista: Álvaro Obregón, en el noroeste del país; la División del Norte, procedente de Chihuahua y liderada por Villa; y la Facción Costitucionalista del noreste subordinada al liderazgo de Venustiano Carranza, quien fue senador Porfirista y Gobernador de Coahuila. Este último se asumía como líder indiscutible del Ejército Contitucionalista, manteniendo una clara línea burguesa que solo se distanciaba de Madero por su política de otorgar concesiones a la revuelta campesina en aras de controlar el poder y restituir al Estado burgués.
A la postre, Huerta fue derrotado no tanto por la maestría de Obregón (quien entró a la ciudad de México en marzo de 1914) sino porque, para las clases poseedoras, era mucho mejor un régimen con Carranza a la cabeza, sobre todo al sentir una amenaza a su poder por parte de las huestes campesinas que integraban las filas de la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur. La burguesía sentía pánico y horror a ambos movimientos en tanto efectuaban expropiaciones a las grandes propiedades. Sin embargo, ambos movimientos carecieron de un programa político que les permitiera asestar el golpe definitivo al Estado Capitalista. Las insurrecciones campesinas carecían de cuarteles, pertrechos regulares, tampoco contaban con ingresos regulares. La misma condición que movilizó a miles de campesinos, la restitución de tierras, también propició su desmovilización – Cuando estos la obtenían y pasado un tiempo, el revolucionario zapatista regresaba a cuidar los cultivos, en vez de mantenerse en la lucha – Aún con sus limitaciones, los alcances del movimiento Revolucionario de 1910 pusieron patas arriba el orden jurídico capitalista: Las reivindicaciones del Plan de Ayala zapatista y la convención de Aguascalientes asumían que la tierra era del campesino, y la obligación de demostrar su tenencia caía en responsabilidad del hacendado, de forma inversa a como se había hecho en el pasado.
Al no hacerse del poder, ni tampoco hacer estallar en mil pedazos la maquinaria estatal, el movimiento insurrecto fue incapaz de concretar sus aspiraciones. Y fue así en tanto no existía una dirección política organizada de alcance nacional que llevase a cabo tal tarea. Esta tarea está reservada al partido revolucionario de los trabajadores, quienes, al no poseer una reivindicación de defensa de propiedad en cuanto tal, no tienen el mismo freno que pesó en el movimiento zapatista y villista.
Para octubre de 1914, en la convención de Aguascalientes, se establecen las líneas fundamentales del programa que defenderán al unísono las facciones Zapatistas y Villistas, y con esto inicia la última etapa de la Revolución. Carranza desconoce la convención, ya que está no solo lo depone como Líder de la Revolución, si no que amenaza de manera directa a la clase que representa. Es en este punto cuando las facciones burguesas, ahora de un corte y con un discurso nacionalista y concesionario, se enfrentan lisa y llanamente al Zapatismo y al Villismo. Las mismas limitaciones de estos movimientos y su incapacidad e indeterminación para tomar el poder los encaminan a la derrota, primero de Villa en Celaya para abril de 1915, y por último al movimiento Zapatista tras la muerte de su líder, en abril de 1919.
Una lección de esta historia es que, por más atroz e invencible que parezca un régimen, este puede ser socavado y destruido con el enorme empuje de las masas. Pero si estas no hacen estallar en mil pedazos el Estado anterior, sustituyéndolo por un Estado proletario, se restituirá el poder político de las clases poseedoras. Esta historia se repetirá hasta que los desposeídos tomen en sus manos las riendas de sus propios destinos.