El 12 de octubre de 1492 se verificó la llegada de la expedición encabezada por Cristóbal Colón a una de las islas de lo que conocemos como mar Caribe, la cual fue bautizada como La Española.
Este acontecimiento no constituye un hecho fortuito, representa el inicio de una fase histórica indispensable en el proceso de acumulación originaria de capital. Es decir, la existencia de una masa de riquezas disponibles para una inversión masiva destinada no ya para satisfacer una necesidad, sino para producir mercancías con el fin de venderlas. Iniciando un ciclo que a la fecha continúa y que determina la posición de dominio, o no, en el desarrollo capitalista global.
La Corona de Castilla recientemente estaba logrando la unificación de una serie de regiones que terminarían constituyendo el reino de España. En ese proceso estaban despojando a los señores feudales de una serie de prebendas que les daban una posición privilegiada, mientras que la inmensa mayoría de campesinos sobrevivían a duras penas, merced a una brutal explotación.
La culminación de la llamada reconquista hubiese supuesto el punto de partida para una serie de reformas de corte burgués, dejando a los reinos de Castilla y Aragón en una posición ventajosa respecto a los demás estados europeos.
El auge de la explotación marítima afirmaba esta situación, no obstante, en su éxito llegó el fracaso.
En lugar de liberalizar las relaciones de producción en el campo, la ocupación de Granada supuso el reparto de más señoríos para la nobleza castellana, lo que a la larga reforzó su posición. La población campesina está sujeta a una serie de trabas serviles en vez de irse transformando en un moderno proletariado urbano, o pequeña o mediana burguesía. Según sea el caso, se vio sometida a un yugo más fuerte. Las nuevas tierras encontradas por Colón generaron en muchos la ilusión de, también ellos, convertirse a una especie de nuevos nobles, merced de las conquistas y el saqueo.
Efectivamente, las nuevas tierras descubiertas por Colón eran muy ricas en todo tipo de recursos. Esto incluye, por supuesto, a la codiciada plata y el oro. Dichos recursos fueron empleados en gastos no productivos, como la construcción de palacios, castillos y bienes suntuarios que por una centuria afianzaron el poder de la nobleza de Castilla y Aragón. Además de ello, el sostenimiento del Imperio representaba un estado de guerra permanente, que bajo los reinados de Carlos I y Felipe II representaron la creación de un inmenso aparato burocrático y militar, a la larga insostenible.
El extractivismo que se imponía por las necesidades de la metrópoli significó un esfuerzo inhumano para la población originaria, que se vio severamente diezmada. En los cien primeros años de la ocupación española desapareció prácticamente toda la población; en torno a un millón de personas.
En la Nueva España desaparecieron cerca de 3 millones de personas, producto de las enfermedades y otros factores más como las terribles condiciones de trabajo a las que eran sometidos. Algunas fuentes señalan que cerca del 80% de la población originaria desapareció por la represión, el hambre o por la enfermedad.
Enrique Semo afirma:
“En un siglo y medio, más de 80%, unos ocho millones de mesoamericanos, desaparecerían en una combinación de calamidades naturales: epidemias, endemias y pandemias.[i]
Económicamente, se recreó el carácter semifeudal que se vivía en la península: la formación de grandes propiedades agrícolas en muchos casos improductivas, que se combinaba con modernas explotaciones en la minería; frenéticas por extraer hasta el último gramo de metales preciosos.
Aun a pesar de la caída demográfica, se calculó que un siglo después de la conquista había en el territorio que hoy ocupa México unos 3 millones de pobladores originarios contra unos 60,000 españoles. La ocupación y saqueo de estas tierras no hubiera sido posible sin el consenso creado por la Iglesia católica, la que, a costa de la destrucción casi completa de las culturas autóctonas, logró imponer entre los locales la convicción de que las cosas estaban así por voluntad divina.
Resulta paradójico que, pese a que la ocupación española significó un freno para el desarrollo de las fuerzas productivas en la metrópoli, fue parte fundamental en el proceso global de creación de la acumulación de capital necesaria para la creación del sistema capitalista tal y como lo conocemos. Marx señala:
“El sistema colonial contribuyó al rápido desarrollo del comercio y a la navegación, ampliando así los mercados de venta para la producción manufacturera. El dominio monopolista sobre ese mercado facilitó una intensa acumulación. Por ese procedimiento las riquezas arrancadas mediante el saqueo y la sumisión de los indígenas de las colonias se transformaron en capital. El sistema colonial ‘proclamaba la acumulación de plusvalía como el fin último y único de la humanidad.’”[ii]
Sin bien las riquezas extraídas de las colonias estancaban históricamente a la economía de la península española, éstas generaban las condiciones para la creación de una nueva industria manufacturera que reclamaba más y más mano de obra en países como Inglaterra, Países Bajos o ciertas regiones de Alemania.
Se creaba un mercado mundial y una nueva división internacional del trabajo, que a la larga iba a marcar la posición de dominio o sometimiento que cada país ocuparía en él, no en lo inmediato, sino en los siguientes siglos.
La economía de los territorios del llamado nuevo mundo sufrió, por lo tanto, una profunda revolución: las culturas económicamente más avanzadas vivían en una especie de feudalismo teocrático de carácter estatal. Una forma particular de lo que Marx llamaba modo de producción asiático. Pese a las inmensas maravillas y riquezas que representaban sus culturas, ya habían vivido distintas fases de auge y decadencia; antiguos imperios desaparecían y surgían nuevos sin que las bases materiales de vida se modificaran sustancialmente en 2 mil años.
La ocupación española rompió con este círculo vicioso e integró, a su modo, la economía local al sistema mundial. Las incipientes formas de capitalismo poco a poco fueron tomando posiciones, especialmente las que estaban vinculadas con el mercado mundial, para hacerse dominantes cuando las condiciones les fueron propicias.
Pero, a diferencia de ciertos países europeos, el capitalismo local no nació revolucionario, sino reaccionario, aprovechándose del sometimiento de la mano de obra local para forzar a condiciones de miseria más y más terribles a las masas locales.
El 12 de octubre de 1492 significó el inicio de un proceso que dio lugar a las naciones actuales de lo que hoy es Hispanoamérica y Brasil. No fue un acto de armonía, de cooperación, sino una acción de violencia y despojo, que lo cambió todo. Nuestro objetivo como trabajadores no puede ser añorar un pasado que ya hace siglos dejó de existir y que de nada sirve glorificarlo, cuando tampoco era un paraíso en la tierra. Sí, en cambio, debemos reivindicar las luchas que desde un inició se dieron en contra de la ocupación y exterminio. Ellas son la base de las futuras luchas donde el sojuzgamiento, la masacre y la explotación desaparezcan por fin de la Tierra.
[i] esemo.mx/wp-content/uploads/2020/07/Semo-Conquista-Tomo-1-16-10-18.pdf
[ii] flacsoandes.edu.ec/sites/default/files/agora/files/1310675433.lflacso_1867_02_marx.pdf