El 3 de septiembre del 2018, la juventud organizada del CCH Azcapotzalco junto con la solidaridad de muchos estudiantes de la UNAM, se manifestaron en la torre de rectoría de CU, para exigir principalmente la destitución de la directora Guadalupe Márquez y el cumplimento del pliego petitorio de dicho plantel; entre las demandas se encontraban:
1) Restauración del acervo mural del colegio y permiso para la creación de nuevos murales por parte de alumnos.
2) Castigo a profesores y administración abusivos y deficientes.
3) Asignación de profesores y horarios.
4) El esclarecimiento del presupuesto escolar.
La respuesta fue concreta y contundente, pero fueron recibidos con un violento ataque porril; mercenarios que siempre han fungido como el brazo violento de las universidades para disolver la organización estudiantil, el amedrentamiento del estudiantado, así como sirvientes de grupos de poder al interior de las universidades para intereses políticos. El saldo fue de muchos alumnos lesionados, algunos de gravedad.
Lo acontecido generó una mega marcha de decenas de miles de estudiantes. Si bien es cierto la consigna principal era “fuera porros de la UNAM”, la marcha terminó de abrir una grieta, sacando a flote y desbordando el descontento contenido por años, principalmente por la violencia generalizada hacia la juventud, y en la que está sumergido el país, pues ya ha llegado a cada rincón, alcanzando niveles inimaginables. La UNAM no es la excepción pero es de resaltar que la violencia cotidiana al interior de la universidad ha sido minimizada por las autoridades, cuyo rector asegura que ésta es casi nula y cuando ocurre se limita a “condenar enérgicamente” los hechos, imperando la impunidad. Sin embargo, en los últimos años, la violencia va en aumento. Es una constante ver casos de robos con violencia; pugnas entre bandas rivales por la plaza del narcomenudeo; asesinatos como el de Luis Roberto Malagón en el 2017 quien fue encontrado ahogándose en un pozo de absorción y que las autoridades lo manejaron como un presunto suicidio, y luego como un accidente por un ataque epiléptico; feminicidios como el de Adriana Morlett en 2010 y Lesvy Osorio en 2017, acoso y abuso sexual en donde si denuncias, eres doblemente juzgada, aunado a que no existe un protocolo de género adecuado y los agresores continúan impunemente en las aulas y pasillos de la universidad en total libertad.
Los casos más recientes son el del asesinato por arma de fuego de Aideé Mendoza Jerónimo, estudiante del CCH Oriente y el caso que se suscitó el 17 de junio en el anexo de Ingeniería, cuando dos estudiantes de la facultad de química recibieron 10 puñaladas por no querer entregar sus pertenencias a un ladrón. Ésta es una escena que bien podría pensarse que se dio en una colonia peligrosa de la Ciudad de México, pero no es así, pasó dentro de la máxima casa de estudios del país.
En todos los casos mencionados, las autoridades siempre han entorpecido las investigaciones, no queriendo mostrar los videos clave para el esclarecimiento, sacando hipótesis de que han sido accidentes, suicidios o casos muy aislados de violencia y haciendo caso omiso al llamado de los familiares de las víctimas.
El ataque porril de septiembre de 2018, tuvo una secuela importante; generó la chispa que encendió nuevamente el impulso de la organización estudiantil. Esto se vio con la solidaridad que se vio en la primera asamblea inter universitaria que aglutinó a diversos estudiantes y organizaciones de la Ciudad de México y del país. Si bien, es cierto que en la última década ya se había tenido actividad en movimientos como el: “yo soy 132” y las movilizaciones por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, no ha habido como tal una organización estudiantil permanente.
Y es que algunos movimientos estudiantiles, por su espontaneidad y corta duración, superan la organización y son fuertes en amplitud, pero débil en sus planteamientos políticos, habiendo poca claridad en el camino que hay que seguir para llegar a lo que se quiere. Debido a esto, durante y al finalizar un movimiento, se tiene la impresión de que no sirve de nada sacar desgastantes asambleas largas y movilizaciones que al carecer de dirección y orientación tienden a que el movimiento disminuya en su fuerza. Justo ahí es cuando resaltan los choques entre las posturas de los consejeros estudiantiles que manda Rectoría, las organizaciones y colectivos políticos que tienen organización más regular y una nueva capa de gente joven que se mueve entre muchos prejuicios y dudas pero que desea seguir en el movimiento.
Entonces una de las tareas más importantes como estudiantes y organización política es poder sacar una serie de conclusiones sobre las formas de organización y métodos que evite que nuestras luchas se desgasten y no puedan ir más lejos, quedando solo en estallidos esporádicos y limitados que no resuelvan nuestras demandas.
Es necesario construir una organización permanente, revolucionaria, juvenil que reivindique las mejores tradiciones del movimiento estudiantil, obrero y revolucionario porque necesitamos estar preparados para la próxima embestida en contra de nuestros intereses como estudiantes.
* El autor es estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México