Este trabajo se divide en una defensa de la piratería y una del plagio.
Con el tiempo y la propagación del culto que se ha erigido en torno a la propiedad —clara consecuencia de las ideas del capitalismo—, se ha ido implementando esta idea absurda sobre otros ámbitos que no sólo son materiales; al punto de que ahora la cultura, el conocimiento, las ideas, el arte, se han convertido en un producto comercial, que se encuentra sometido a la visión capitalista y mercantil de las cosas. Es lamentable ver cómo visiones y máximas como el comunismo, el socialismo, el anarquismo, el feminismo, etcétera, se han convertido en productos de consumo colocados sobre un anaquel.
La capacidad que el capitalismo (o mejor dicho, el capitalista) tiene de convertir todo en un producto de consumo es algo desolador y frustrante, pues pareciera que no importa qué tan ardientes sean los ideales revolucionarios o de subversión, pues el capital siempre encontrará la forma de arrogarse estas producciones mentales; pero a mi parecer, existe una trinchera para arremeter contra este monstruo que extiende sus tentáculos contaminándolo todo. ¡Tenemos que infringir la ley de autor! Es necesario infringir la santurrona idea de que la cultura es un bien de consumo que puede ser capitalizado de manera descarada. Si desdeñamos la idea exagerada de los derechos de autor, que restringen el acceso a las producciones culturales, podremos propagar las bellas obras que merecen llegar a todas las personas. Con esto no digo que el autor quede desamparado, sino sólo que las actuales leyes de autor son exageradas y ridículas: “protegen” en demasía al autor o a los titulares de la obra1, incluso después de muerto, hay un periodo en que su obra queda restringida al público; peor aún, si el autor llegara a tener herederos, estos pueden apropiarse de la obra y seguir siendo un óbice para que las demás personas puedan acceder libremente a las producciones de los artistas. La idea de los herederos es absurda y estúpida, ¿por qué alguien tiene que poseer derechos sobre una producción que no hizo? No importa que tengan lazos sanguinos, creo que cuando el autor muere, la obra tiene que ser liberada al público, tiene que poderse fotocopiar, escanear o distribuir libremente. Los herederos en realidad no están protegiendo el legado de su ancestro, sólo protegen su comodidad, detentando derechos sobre una obra o conjunto de ellas, en la que tuvieron nula participación. Ejemplo de cómo los derechos de los herederos (o quienes ostentan derechos sobre una obra que no hicieron) son una estupidez y un lastre es la Fundación Juan Rulfo, la cual se ha encargado de crear restricciones en torno a la obra de un hombre que ya murió y al que seguramente no le importa si su obra sigue generando ingresos. Lo más seguro es que Rulfo se retuerza en su tumba cada vez que la fundación hace un desplante de infante retrasado y mimado. Basta con mencionar cómo el caso de la Fundación es especial, pues permite ver cómo los derechos de autor son más nocivos que beneficiosos; sólo son lastres culturales, herramientas que permiten que algunos soquetes se adueñen ilegítimamente de las obras de alguna persona; peor aún, que ejerzan un dominio sobre la imagen de la persona. Ahora no sólo la producción artística es un producto similar a unas papas o refresco, sino que el ser humano se transforma en una marca vulgar.
Posiblemente haya personas que comparen la forma ilegítima de apropiación de los herederos con mi propuesta de infringir las leyes de autor, por eso aclaro que son cosas totalmente diferentes. Mientras los derechos de autor se encargan de que la obra sea protegida de manera exagerada, al punto que un grupo de personas profieran una especie de derecho sobre ese material, sólo porque tienen lasos filiales con el autor, mi propuesta va totalmente en contra, pues, al infringir los derechos de autor, la obra es del mundo y para el mundo, sin afectar al autor. El infringir los derechos de autor es una medida necesaria mientras el Estado no tome medidas para que la cultura y el arte se liberen del secuestro en que las mantiene el capital.
El interés de lucro tiene que estar subordinado al interés de que la obra se difunda. No digo que el autor no tenga que ganar algo por su producción, digo que esta idea no tiene que ser la dominante. Obviamente estoy a favor de que el autor sea reconocido por su producción y que reciba una retribución justa por su trabajo; pensar lo contrario sería poco “rojo” de mi parte.
Cuando el autor sigue vivo, lo ideal sería que la obra pueda tener el mismo trato que se le daría si el autor estuviera muerto. Esto no afectaría para nada al artista, pues siempre hay gente que, teniendo la posibilidad de adquirir el material, lo comprará, haciendo que el autor obtenga ganancias por su trabajo. Quienes estén imposibilitados —ya sea por situaciones económicas o difícil acceso al material comercial— podrán adquirir el material a través de quienes lo han escaneado o distribuido; si el Estado interviniera, él podría distribuir ediciones gratuitas o muy económicas del material: ediciones que le permitieran al artista recibir una ganancia, y a la gente acceder a su obra. El caso es que esto todavía no ocurre, el Estado aun no tiene la fuerza o el interés de liberar a la cultura y el arte, de permitir que la gente pueda acceder libremente a las diferentes producciones, y es que la cultura es muy cara; es difícil poder acceder a ella cuando un sueldo mínimo, que tendría que poder cubrir alimento, ropa, entretenimiento, etcétera, no alcanza ni para vivir dignamente. Nadie debería de privarse de disfrutar de una producción artística sólo porque no tiene el poder adquisitivo, o porque el material “no-pirata” no llega hasta donde esa persona vive; si no puede adquirir el producto —sin importar la causa, porque siempre hay una causa, ya sea la precariedad económica, lo difícil que es que algunos materiales lleguen a algunos lugares, etcétera— siempre estará el producto ilegal, el resultado de que alguien escaneara, quemara, fotocopiara, o pirateara2 aquel material.
Si infringimos esta ley de esta manera, podremos propagar una enorme cantidad de producciones culturales que distribuirán ideas y conocimiento. Esto no sólo lo tenemos que hacer con los productos que van acorde con nuestras ideas, sino que con todos; tenemos que generar un trafico de libros y material tan grande, que genere en una enciclopedia de ideas. Permitirles a las ideas contrarias a las nuestras ser plagiadas y distribuidas permitirá que se generen discusiones, y que se dé un proceso dialéctico.
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La otra infracción legal que tenemos que hacer y aplaudir es el plagio. El plagio es necesario y loable. Es algo que siempre ha estado ahí de una u otra forma. Ninguna idea es cien porciento original; la manera en que el ser humano ha generado su sociedad y cultura es a través de plagios. Nos sustentamos en lo que existió antes que nosotros, en lo que se pensó antes de que nosotros lo pensáramos. Absolutamente todos estamos influenciados y constreñidos por lo que se ha creado, pensado y producido antes de nosotros; cada idea se retoma y se le maquilla para modificarla, para perfeccionarla y hacerla crecer.
No me refiero a que plagiemos de manera floja, como sería transcribir una obra para hacerla pasar por nuestra, sino que plagiemos de la manera que Lautréamont decía: inteligente y trabajosa. Al reconocer que esto impera en la creación, dejaremos aquella sandez de volvernos inquisidores cuando alguien produce algo que retoma x o y idea, o la modifica para perfeccionarla o mejorarla de acuerdo con la contemporaneidad. Tenemos que aceptar que las ideas se van apilando, sustentando en las anteriores. Las ideas, como tal, no tienen dueño: le pertenecen al mundo, al igual que el arte. Una obra, la que sea, está influenciada por el pasado, la historia, las producciones de otros y las influencias que otros individuos ejercieron sobre el creador, de tal manera que esa producción es el resultado de una serie de fragmentos de la humanidad; si bien, influye mucho la manera en que el creador los interpreta y toma, esto de ninguna manera niega o minimiza la gran influencia que el mundo exterior ha tenido sobre el mundo mental. Recordemos lo que decía Isidoro Ducasse: «El plagio es necesario. Lo implica el progreso. Sigue de cerca la frase de un autor, se sirve de sus expresiones, borra una idea falsa, la sustituye por una idea justa» (Poesies II).
Uno de los grandes plagiadores e hipócritas del mundo es la corporación Disney, la cual se adueña de producciones artísticas anteriores, haciendo sus películas. Uno de los grandes ejemplos es la película Pinocho, la cual se basa en el libro de Collodi, el cual muchas veces dejó en claro su rechazo a que su obra fuera adaptada y endulzada para negar las partes sórdidas que el autor consideraba importantes para dar su mensaje. Disney se adueñó de la obra con la muerte del autor y ahora esa empresa es de las grandes defensoras del derecho de autor. Lo que Disney hizo es bajo, no por su plagio, sino por no respetar el deseo del escritor; el plagio tiene que ser ejercido bajo ciertas normas éticas, de lo contrario, sólo se es un copista idiota.
La ética que propongo para el proceso de plagio (y posiblemente el de corsarismo) es el siguiente:
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El plagio tiene que ser hecho con el fin de crear algo nuevo. A la hora de tomar el trabajo de alguien más, tenemos que usar eso como una base para generar nuestra propia concepción.
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El autor original tiene que ser reconocido cuando sólo se hizo una adaptación.
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El único que merece obtener ganancia de su trabajo es el autor.
El último punto para tocar, un poco alejado de esto, es sencillo y directo: se debe de olvidar el culto de admiración que se hace en torno a los artistas -me refiero a los verdaderos, a los que crean, expresan, y no a los que son un simple ejercicio de mercadotecnia y consumo-. Un escritor es igual a un barrendero, un actor es igual a una costurera, etcétera. La calidad de la obra o la inteligencia de la persona, en ningún momento los hace diferentes a los demás individuos. En una sociedad ideal, el artista, tendría el mismo valor que las demás personas. Nadie vale más que otro individuo.
1 Recordemos que no siempre son los autores, quienes ostentan la propiedad o los derechos sobre la obra. Las editoriales -en el caso de la literatura- suelen ser las que poseen los derechos sobre el material, siendo ésta la causa de que se protejan los “derechos de autor” con tanta rabia.
2 Utilizo la palabra piratear a falta de otra que refleje mi idea. Mientras aparece otra mejor, propongo que utilizamos la palabra “corsarismo”, la cual significaría: acción de infracción de los derechos de autor, sin interés de lucro.