Denuncia anónima, escrache, cultura de la cancelación y punitivismo
En octubre de 2017 se dio inicio al movimiento #MeToo, como medio de denuncia ante casos de acoso y agresión sexual efectuados por el productor de cine Harvey Weinstein, impulsado por actrices y trabajadoras del medio artístico. A partir de esto, el movimiento se viralizó rápidamente, generando páginas de denuncia en muchos países, escuelas y centros de trabajo. El desarrollo tan rápido de este movimiento atiende a la ineficacia e impunidad que impera en las autoridades laborales, escolares y judiciales, que son incapaces de atender los casos de violencia hacia la mujer dentro de sus espacios. Su actuar siempre ha sido omiso, con carácter encubridor y revictimizador, por lo que la denuncia anónima representó esa válvula de escape que necesitaban las mujeres para expresar su hartazgo, ira y frustración, después de años de soportar violencia y acoso.
Reconocemos que no es nada sencillo tomar la decisión de denunciar por eso recalcamos que se requiere de un gran esfuerzo psicológico y emocional. Se entiende que el carácter anónimo de las denuncias es reflejo del miedo a las represalias que podría tomar el agresor, de nuevo, ante un contexto de injusticia y encubrimiento de las autoridades. La cuestión es: ¿Basta con las denuncias para solucionar el problema de la violencia y el acoso?
Bajo esta premisa, la denuncia anónima se asume de inmediato como verdadera, por lo tanto, el implicado automáticamente es culpable y merece un castigo. Dadas las condiciones que ya explicamos de ineficacia e impunidad de las autoridades, el escrache se convierte en un medio de ejercer un castigo por cuenta propia, sometiendo al agresor al rechazo social por sus actos. Este tipo de acciones tienen la finalidad de infringir un daño al acusado, sometiéndolo al escarnio y humillación pública. Pero ¿qué sucede después? el implicado es señalado, humillado y no hay más, no hay un proceso de toma de consciencia de las acciones violentas, no hay una reparación del daño para la víctima y mucho menos una garantía de no repetición. Bastaría con que el individuo cambiara de trabajo, se mudara, o que simplemente ignorara las denuncias y señalamientos hacia su persona para continuar con su vida y con sus conductas machistas. En el caso de la víctima, el hecho se queda sólo en que su agresor recibió un castigo social pasajero, impuesto por una comunidad desconocida en cuyo juicio se basarán los hechos, es decir, tampoco hay restauración del daño.
Estas denuncias públicas que se hacen por medio de Facebook, Twitter o cualquier otro medio pretende ser un proceso alternativo del ejercicio de justicia, pero se ha reducido a la publicación de testimonios que, si bien sirven de desahogo para las víctimas, están muy lejos de generar el ejercicio de justicia o un impacto en la transformación de la consciencia social, sólo se incentiva la cultura de la cancelación. Estos métodos también nos llevan a cuestionar su legitimidad pues se antepone sobre el derecho de presunción de inocencia o a llevar un proceso detallado de investigación que lleve a esclarecer los hechos y la búsqueda del ejercicio de justicia para la víctima.
Este tipo de acciones, quedan de alguna manera aisladas, individualizadas e imposibilita establecer un espacio seguro para ambas partes, en donde el agresor pueda reconocer su falta y asumir la responsabilidad de sus actos. En base a esto se pueden establecer sanciones que ayuden a comprender y avanzar el nivel de conciencia sobre nuestras actitudes para evitar repetirlas, generando campañas colectivas de concientización sobre la violencia hacia la mujer y espacios de organización permanente en los centros de trabajo, escuelas o cualquier espacio donde desarrollemos nuestras actividades.
Debe quedar claro que, de ninguna manera se pretende defender el prestigio o la carrera de un abusador, o que no tomemos en serio las denuncias anónimas, sino que creemos que estos métodos del escrache y la cancelación son insuficientes para generar un cambio estructural, pues las acciones son muy limitadas e individualizan un problema social que debe ser resuelto desde la colectividad de todos los que pertenecemos a este entorno social, lo que implica también transformar las condiciones materiales que permiten este tipo de actos.
Sobre la cultura de la cancelación, esta trata de retirar cualquier tipo de apoyo, hacer centro de las críticas y buscar boicotear a personas, empresas u organizaciones que han dicho o hecho algo ofensivo o cuestionable. Estas acciones son muy comunes para denunciar actitudes machistas, racistas u homofóbicas, donde volvemos al mismo punto, no hay posibilidad de enmendar o reparar el daño por sus acciones. Esté método también ha sido muy utilizado por el feminismo, donde se utilizan principalmente las redes sociales para fomentar la cancelación. Como comentamos previamente, estos métodos tienen limitantes, que no resuelven el problema, pero sumado a esto, tiene otra deficiencia que actúa de forma reaccionaria, sobre todo en el caso de las organizaciones estudiantiles, sindicales o revolucionarias, pues este método ha sido utilizado para “cancelar” e impedir la participación de estos sectores en la lucha general, dividiendo las fuerzas y limitando la exposición de diferentes puntos de vista políticos.
Se han dado casos donde se denuncia a “X” persona que participa o participó en tal o cual organización y, bajo la lógica de la cancelación, todo lo que provenga de esa organización pierde completa validez y su participación debe ser negada o sus miembros expulsados de los procesos organizativos. Esta situación en definitiva disminuye la fuerza y posibilidad organizativa de cualquier movimiento y termina por favorecer a las autoridades, la patronal o al estado, dependiendo de la lucha que se trate.
No podemos estigmatizar y señalar a las organizaciones en su conjunto por los actos de un individuo, así como, no podemos darles estas armas a las autoridades para mermar las fuerzas de un proceso de lucha común, sobre todo sin conocer si estas organizaciones han llevado a cabo algún proceso de investigación o sanción hacia la persona acusada. Este método es simplemente reaccionario, divide y coarta la participación en la lucha organizada de los sectores oprimidos por el sistema capitalista, en todos los ámbitos de lucha donde se presenta.
No negamos que ninguna organización política está exenta de reproducir comportamientos machistas dentro de sus filas, pues no nos purificamos de los vicios de la sociedad de clases al momento de iniciar una militancia política. Es obligación de las organizaciones trabajar en la formación política de todos sus miembros para evitar al máximo la reproducción de conductas violentas hacia compañeros y compañeras y también es nuestro deber revolucionario trabajar para establecer los mecanismos necesarios tanto para prevenir como para sancionar comportamientos que laceren de alguna forma a los y las integrantes de las organizaciones. Claro que es inadmisible que se solape o se oculten acciones de violencia hacia las mujeres y una organización verdaderamente revolucionaria no caería en estos vicios, pues estaría reproduciendo una política reaccionaria.
Una organización seria y revolucionaria, reconoce que es posible que el machismo se reproduzca en sus filas, trabaja para prevenirlo y busca en todo momento que su estructura sea un espacio seguro para las compañeras y compañeros que de manera consciente buscan organizarse para combatir los embates de un sistema machista, explotador y barbárico.
Hablar de punitivismo es una cuestión complicada pues, así como hay diversos grados de violencia hay diversos grados de sanciones, pero una sanción en sí no tiene un carácter punitivo. Al respecto la antropóloga Rita Segato expuso en la cuarta edición del Encuentro Latinoamericano de Feminismos, llevado a cabo en Argentina lo siguiente: “hay que tener cuidado con las formas que aprendimos de hacer justicia desde lo punitivo, que están ligadas a la lógica patriarcal. El desarrollo del feminismo, no puede pasar por la repetición de los modelos masculinos.”
Con esta declaración, se entiende que el ejercicio de justicia por métodos punitivos como las condenas a prisión siguen un modelo masculino, donde recibir una condena por un acto delictivo es seguir la lógica patriarcal, por lo tanto, debemos buscar formas diferentes de reparar el daño sin caer en los vicios patriarcales. Desde nuestro punto de vista, no puede estar más equivocada, pues los sistemas judiciales y penitenciarios, no obedecen una “lógica patriarcal”, sino que obedecen a un sistema social dividido en clases, donde las leyes y formas de justicia están diseñadas para proteger a una clase minoritaria y privilegiada, sean hombres o mujeres.
Es claro que en la sociedad capitalista la ley no se aplica de igual forma para todos, también es claro que el trato dentro de las prisiones no es igual, incluso dentro de los “centros de readaptación social” hay distinción de trato dependiendo si tiene dinero o no para pagarlo. Las cárceles están plagadas de hombres y mujeres que han cometido un delito, en su mayoría orillados por las condiciones de desigualdad y marginación a las que nos somete el sistema capitalista, no es el mismo trato el que tiene un narcomenudista en prisión al que tiene un gran capo del narco, que incluso terminan libres antes que el narcomenudista, mientras políticos corruptos gozan de plena libertad, luchadores sociales se pudren en una cárcel esperando un proceso “justo”. En el caso de la violencia hacia la mujer no es diferente, si un agresor es parte de la clase burguesa puede gozar de plena impunidad, si una mujer de la clase obrera denuncia, su proceso puede durar muchos años y no obtener justicia, es decir, el seguimiento punitivo, legal y judicial hacia los diversos crímenes, no obedece una política de género o patriarcal, obedece una política de clase.
Es cierto que debemos cambiar la forma de ejercer justicia, pues bajo este régimen social se ejerce de forma parcial hacia los dueños del capital, pero para lograr esto tendríamos que eliminar las bases materiales que originan la desigualdad y la opresión, cuestión que solo podremos hacer con la lucha de los y las trabajadoras organizadas contra esté régimen.
Rita Segato en sus declaraciones, tampoco ofrece ninguna alternativa, solo habla de manera abstracta de que no debemos caer en el mismo juego patriarcal, pero ¿qué hacemos entonces?, ¿no generamos sanciones para no caer en el punitivismo?, ante esto nosotros creemos que todo debe tener un sentido de la proporción, hay diferentes grados de violencia y ante este grado se debe proponer una sanción, desde un llamado de atención hasta un castigo judicial, siempre incentivando un proceso de formación política y la toma de conciencia sobre las acciones cometidas, pero tampoco podemos pasar desapercibido la gravedad de una acción de violencia sexual o feminicidio, ante esos comportamientos es evidente que debe haber una sanción, una separación del espacio donde se vincule e incluso caución para proteger la integridad de las compañeras. Cada acción debe tener su consecuencia con su respectiva proporción.
Dentro de esta sociedad estamos inmersos en un mar social y cultural plagado de machismo y violencia, encontramos conductas machistas y expresiones de cosificación hacia la mujer en la radio, la televisión, la prensa, las escuelas, los trabajos, en nuestras casas, prácticamente en todos lados, esto no es nuevo, ni se impuso hace unos pocos años atrás, este proceso de cosificación y sometimiento de la mujer inició con la división de la sociedad en clases miles de años atrás, es decir, cargamos con una herencia cultural que pesa siglos y es absurdo pretender que esto puede cambiar radicalmente con castigos individuales o sometiendo a alguien al escarnio público o a la cancelación, para poder erradicar la violencia, el acoso y la cosificación de la mujer.
Tenemos que cambiar la estructura social que favorece la reproducción de estos vicios en beneficio de la propiedad privada. Es decir, debemos cambiar las bases económicas del sistema de producción actual para poder generar uno nuevo donde la explotación del hombre por el hombre y la opresión del hombre hacia la mujer no existan, donde podamos liberar a la mujer del yugo de dominación masculina generando una verdadera igualdad entre hombres y mujeres, donde podamos liberar a la mujer de la prisión hogareña de las tareas domésticas y de cuidados socializando este trabajo y, evidentemente, impulsando un proceso de educación para las nuevas generaciones basada en esta nueva moralidad igualitaria y de respeto.
Nuestro camino es largo aún hacia este proceso y claro que debemos combatir toda postura machista, de acoso o violencia hacia las mujeres en la sociedad actual, pero esto debemos hacerlo de forma colectiva, incentivando la toma de conciencia de hombres y mujeres sobre este problema real.