Escrito por: Jérome Méthelus – Rèvolution Francia
Mayo del 68 fue por encima de todo la mayor huelga general de la historia. Fue una magnífica expresión de las tradiciones revolucionarias de la clase obrera francesa. Todos los que, hoy en día, luchan contra el capitalismo, extraerán valiosas lecciones. ¿Cuáles fueron sus causas? ¿Cuál fue la actitud de los dirigentes de los partidos de la izquierda y de los sindicatos? ¿Por qué el capitalismo no fue derrocado? ¿Por qué las elecciones legislativas de junio de 1968 dieron una amplia mayoría a la derecha?
¿Sorpresa?
Mayo del 68 estalló hacia el final de la larga fase de expansión capitalista que siguió a la Segunda Guerra Mundial. La economía francesa crecía entonces una media del 6% al año. Los capitalistas franceses acumularon inmensos beneficios y se felicitaban por haber acabado con la lucha de clases y las revoluciones. Fueron pillados totalmente por sorpresa por la explosión revolucionaria. «Cuando Francia se aburre», se titulaba el editorial de Le Monde del 15 de marzo de 1968. Los dirigentes del PCF y de la izquierda socialista tampoco lo vieron venir. Fue todavía peor por parte de los intelectuales y las organizaciones pretendidamente «marxistas» que pululaban por los márgenes de los grandes partidos de izquierdas.
El «teórico marxista» André Gorz, por ejemplo, escribió en vísperas de la huelga general: «En un futuro previsible, no habrá una crisis del capitalismo lo suficientemente grave como para llevar a la masa de trabajadores a huelgas generales e insurrecciones armadas en defensa de sus intereses vitales» (Reforma y revolución, 1968). Gorz no era el único que consideraba que la clase obrera no era ya una fuerza revolucionaria («en un futuro previsible»). Los dirigentes de la LCR, también, explicaban que los trabajadores estaban «aburguesados», «americanizados» y que la salvación vendría de los estudiantes. Por increíble que parezca, siguieron defendiendo esta teoría durante la huelga general, demandando a los trabajadores que se sometieran de buen grado a la «dirección revolucionaria» de los estudiantes. Huelga decir que fueron acogidos fríamente por los huelguistas.
En realidad, la larga fase de expansión capitalista había fortalecido considerablemente el peso social de la clase obrera en el país. Por mucho tiempo, la clase dirigente francesa, traumatizada por la Comuna de París, había frenado voluntariamente el desarrollo de la industria y, por tanto, de la clase trabajadora. Esta había desarrollado una economía en gran medida basada en el capital financiero y las colonias. Habían mantenido artificialmente un campesinado de masas, como contrapeso de los trabajadores de las ciudades. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial, el rápido desarrollo de la industria modificó la correlación de fuerzas en beneficio de la clase obrera. El éxodo rural se aceleró. En 1936 la mitad de la población vivía todavía de la agricultura, frente a solamente el 15% en 1968 (el 5% hoy). No solamente los asalariados constituían la gran mayoría de la población activa, sino que estos estaban, más que en el pasado, concentrados en grandes unidades industriales. Las fábricas Renault y Citroën, por ejemplo, empleaban miles de trabajadores. En torno a 30.000 obreros estaban concentrados solamente en la fábrica de Renault Billancourt.
En los años 50 y 60, el nivel de vida de una capa de la clase obrera había aumentado. Entre 1958 y 1968, el número de propietarios de coches se había doblado. Había también dos veces más lavadoras, en los hogares, y tres veces más frigoríficos. Se habían adquirido más de un millón de segundas residencias. Pero esta era tan sólo una cara de la moneda. El crecimiento industrial se basaba en una explotación severa de la fuerza de trabajo. Aunque la huelga de junio de 1936 había conseguido (temporalmente) la semana laboral de 40 horas, el tiempo medio de trabajo en 1968 era de 45 horas. Un gran número de asalariados trabajaban hasta 48 horas, e incluso 50. La tiranía patronal y los ritmos infernales reinaban en muchas empresas. En las cadenas de producción, los trabajadores inmigrantes eran colocados de forma que no se pudieran comunicar con sus vecinos. Millones de trabajadores cobraban salarios de miseria. Seis millones de personas vivían bajo el umbral de la pobreza. Tres millones de trabajadores vivían en auténticos guetos en las afueras de París. Entre 1960 y 1968, el paro había subido en un 70%, elevando la cantidad oficial de parados a medio millón (700.000 según los sindicatos). Todos estos elementos contribuían a crear una situación explosiva.
Los años que precedieron a Mayo del 68 estuvieron marcados por toda una serie de signos premonitorios. En 1963, una larga huelga de los mineros había sacudido al gobierno de Gaulle y logró una victoria parcial. En 1967 y a comienzos de 1968 se multiplicaron los plantes. En junio de 1967 hubo violentos enfrentamientos entre la policía y trabajadores en huelga de la Peugeot. Dos trabajadores murieron. Semanas más tarde, 14.000 trabajadores de Rhodiaceta, en Lyon, estuvieron veintitrés días en huelga. En enero de 1968, en Caen, los trabajadores de Saviem se enfrentaron con la policía en los piquetes de huelga y en las calles de la ciudad. Entre marzo y mayo de 1968 se conocen no menos de ochenta acciones sindicales en Renault Billancourt. A comienzos de mayo de 1968 los trabajadores de Sud-Aviation, en la que los patronos querían bajar los salarios, pararon el trabajo varias veces al día. Se pueden citar muchos más ejemplos. En 1967 hubo 4.220.000 jornadas perdidas por huelgas. De manera general, una gran efervescencia se desarrollaba entre la clase obrera. Los dirigentes sindicales, como la patronal, no podían ignorarla. Pero nadie se imaginaba a dónde iba a conducir.
La movilización estudiantil
Los estudiantes son siempre un barómetro sensible de las tensiones que se acumulan en la sociedad. Con la movilización contra la guerra de Vietnam como fondo, la contestación no dejaba de desarrollarse en la facultad de Nanterre desde principios del 68. La actividad y las acciones de un puñado de militantes que, en otras circunstancias, habrían encontrado la indiferencia de la masa de los estudiantes, recibieron esta vez la simpatía y el apoyo de cientos, y después miles, de sus compañeros.
El 2 de mayo, la dirección de la facultad de Nanterre decidió suspender el curso. Pero al día siguiente, 3 de mayo, el movimiento se extendió a la Sorbona, en el corazón del Barrio Latino. En el patio de la universidad se organizó un mitin de solidaridad con los estudiantes de Nanterre. En el exterior, «militantes» del grupo de extrema derecha Occident amenazaba con «dar una lección» a los estudiantes movilizados. Al mediodía la policía intervino, evacuó la Sorbona y, ante la mirada indignada de una multitud creciente de estudiantes y transeúntes, metió a cuatrocientos estudiantes en los furgones. El ambiente es eléctrico, las fuerzas del orden son increpadas y los testigos de la escena no tardan en pasar a la acción. Sobre las 17:00 estallan los primeros enfrentamientos. Llueven los golpes, se erigen barricadas. La «calma» no volverá hasta las 21:00.
Al día siguiente, toda la prensa de derechas condenaba la violencia… de los estudiantes. Secundada por , que escribía: «Se ve claramente a dónde llegan las acciones aventureras de los grupos izquierdistas, anarquistas, trotskistas y otros que, objetivamente, le hacen el juego al gobierno». Los jóvenes que, cada hora, son más numerosos y audaces, recibieron este sermón simplemente encogiéndose de hombros. La dirección del PCF estaba fuera de onda. La movilización estudiantil superaba ampliamente la influencia habitual de los grupos «izquierdistas».
Lejos de intimidar al movimiento, las detenciones y la ocupación policial de la Sorbona no hicieron más que radicalizarlo y darle un apoyo más masivo. Todo se encadenó entonces muy rápido. El 6 de mayo, una manifestación de 60.000 personas reclamó la liberación de los estudiantes arrestados, la reapertura de la Sorbona y la retirada de las fuerzas del orden del Barrio Latino. Hacia el mediodía los manifestantes enfrentaron a la policía. De nuevo se levantaron barricadas, en mayor número que el 3 de mayo. Balance: 600 heridos y 422 detenidos. Después, tras cuatro días marcados por manifestaciones y la extensión del movimiento a las universidades de provincias, la violencia policial alcanzó niveles extremos el 10 de mayo por la tarde (la «noche de las barricadas»). Al menos sesenta barricadas se levantaron en los alrededores de la Sorbona. Buena parte de la noche las CRS y la policía municipal cargaron sin la menor moderación, inundando el barrio de gas lacrimógeno, pegándole a todo lo que se movía y no dudando en entrar por la fuerza en las casas para perseguir a sus presas. Cuando detenían a un joven, lo metían en un furgón, lo molían a palos y después lo dejaban tirado en la puerta de un hospital. Otros policías entraban en los hospitales y se llevaban a los heridos para «terminar el trabajo».
Esa noche de violencia policial suscitó una inmensa ola de indignación entre la población. Síntoma característico del inicio de una crisis revolucionaria, el gobierno se dividió en dos campos: los partidarios de la «firmeza» (en torno al general de Gaulle) y los que sugerían hacer concesiones (Pompidou). Ante la indignación general y bajo la presión de una clase obrera que, ella misma, quería enfrentarse con el poder, los dirigentes de las grandes organizaciones sindicales (CGT, CFDT, FO y el sindicato de profesores FEN) llamaron a una huelga general de 24 horas para el 13 de mayo. Los trabajadores entraron en la arena de forma masiva.
La huelga general
La huelga general del 13 de mayo fue un enorme éxito. La manifestación parisina fue monumental: un millón de estudiantes y trabajadores participaron. Los asalariados de prácticamente todos los sectores estuvieron representados: metalúrgicos, carteros, camioneros, ferroviarios, gasistas, electricistas, funcionarios, trabajadores de los bancos, de los seguros, de la distribución, de las químicas, de la construcción… etc. A lo largo de todo el recorrido, los empleados de las oficinas y tiendas salían para unirse a los manifestantes. En referencia a la noche del 10 de mayo, los trabajadores de los hospitales blandían pancartas: «¿Dónde están los desaparecidos de los hospitales?» En ese día, aniversario del poder gaullista, muchos manifestantes gritaban: «Diez años, ya basta».
En ningún momento los dirigentes sindicales tenían intención de proseguir la huelga más allá de 24 horas. Para ellos el objetivo del 13 de mayo era abrir las válvulas del descontento y, de este modo, hacer bajar la presión. Sabían que, ante las movilizaciones obreras, el gobierno iba a hacer concesiones a los estudiantes. Todo debía, entonces, volver al orden el 14 de mayo: los trabajadores volverían al trabajo, los estudiantes volverían a sus universidades y todo volvería a la normalidad. Además, de Gaulle también pensaba irse de Francia el 14 de mayo, para una visita oficial a Rumanía, como si nada serio estuviera pasando en el país.
Sin embargo, en las empresas y en la base sindical, circula la consigna «hay que seguir». En vista del éxito de la movilización, todos sentían que era posible ir más lejos. Los trabajadores pudieron medir y experimentar su fuerza, su número, su determinación. Una vez lanzado, el movimiento adquiere vida propia, independiente, que escapaba a las direcciones sindicales. Estas no pueden siempre movilizar y desmovilizar a la clase obrera como un grifo que se abre y se cierra. A pesar de la enorme autoridad de la que gozaban, en 1968 las direcciones sindicales fueron rápida y completamente desbordadas.
El 14 de mayo los trabajadores de Sud-Aviation se pusieron en huelga y ocuparon su fábrica. Fueron seguidos rápidamente por los trabajadores de Renault en Flins, Le Mans y Boulogne, después por los ferroviarios, los gasistas, los electricistas y los mineros. En el espacio de unos pocos días, la huelga se propagó como un reguero de pólvora, ganando a un sector tras otro. El 18 de mayo había seis millones de huelguistas, el 21 de mayo eran diez millones. El país estaba completamente paralizado. El gobierno estaba suspendido en el aire.
Los estudiantes ocuparon las universidades, convertidas en inmensos foros de discusión en los que se debatía día y noche sobre los males del capitalismo y sobre el sistema que debía reemplazarlo. Los estudiantes de secundaria ocuparon los institutos. El teatro del Odéon fue ocupado también. Ante la potencia de la movilización obrera, todas las capas intermedias de la sociedad se contagiaron de la fiebre revolucionaria. Campesinos, científicos, artistas, arquitectos, deportistas, médicos, periodistas, abogados etc.: todos tomaron parte en el movimiento, cuestionando la rutina de su oficio y su servidumbre al sistema capitalista. Los campesinos organizaron el abastecimiento de acuerdo con los huelguistas. Los médicos ocuparon los edificios de la Association Médicale. Los escritores ocuparon la Société des Gens de Lettres, en el Hôtel de Massa. Los astrónomos ocuparon los observatorios. Estalló una huelga entre los diez mil ingenieros, técnicos e investigadores del centro de investigación nuclear Saclay. Las bailarinas del Folies Bergères se movilizaron y pidieron una mayor consideración. Incluso la Iglesia fue afectada. En el Barrio Latino, jóvenes católicos ocuparon una iglesia y exigieron que la misa fuera sustituida por un debate. Por supuesto, una parte de la pequeña burguesía se mantuvo al margen del movimiento o le fue profundamente hostil. Pero una buena parte de la clase media fue afectada. Esta es una clara expresión de la extrema profundidad de la crisis.
El 24 de mayo de Gaulle trató de desactivar la crisis anunciando que organizaría un referéndum, de hecho un plebiscito: ¿A favor o en contra de de Gaulle? La respuesta vino inmediatamente de los manifestantes reunidos para escuchar por la radio la alocución presidencial: «¡Adiós, de Gaulle!». De todas formas, los trabajadores de las imprentas se negaron a imprimir las papeletas. Solicitados por el gobierno francés, sus compañeros belgas rechazaron hacer de esquiroles. No sería la única manifestación de solidaridad internacional. Los ferroviarios alemanes detenían los trenes en la frontera. Los trabajadores británicos que trabajaban en empresas francesas organizaron acciones de solidaridad. En Italia y los Países Bajos, los estibadores se negaron a descargar los barcos provenientes de Francia.
¿Revolución o «amplio movimiento reivindicativo»?
«La situación no es revolucionaria»: ese fue, de principio a fin de Mayo del 68, el credo de los dirigentes del PCF y la CGT, que en esa época ejercían una enorme influencia sobre los sectores decisivos de la clase obrera francesa. El PCF tenía más de 400.000 afiliados y una capa muy amplia de simpatizantes. La CGT, controlada por el PCF, organizaba a dos millones y medio de trabajadores. En el contexto de una huelga general indefinida, el poder potencial de ambas organizaciones se duplicaba. Todas las miradas se dirigieron hacia ellas (incluyendo, por supuesto, la de la burguesía) ¿Qué van a hacer sus dirigentes? Si deciden tomar el poder, no tenían más que cogerlo. El gobierno ya no controlaba nada. La Asamblea Nacional se agotaba en un parloteo impotente. El verdadero poder estaba en las empresas y en la calle.
Al principio de la huelga, de Gaulle le aseguraba al almirante Flohic que los comunistas velarían por el «orden». Más tarde, de Gaulle dudaría de su propio diagnóstico. Le dirá al embajador de Estados Unidos: «Se acabó. En unos días, los comunistas estarán en el poder». Pero no, los dirigentes comunistas insistían: «La situación no es revolucionaria». Se trataba, según ellos, de un «amplio movimiento reivindicativo» que debía conducir a una negociación con el gobierno y la patronal. Tan sólo peligrosos «aventureros izquierdistas» podían hablar de la perspectiva de una conquista del poder.
Los militantes del PCF y de la CGT fueron la columna vertebral de Mayo del 68, pero sus dirigentes eran un freno absoluto. ¿Cómo explicarlo? En esa época, la dirección del PCF no había abandonado oficialmente todavía el objetivo del socialismo, pero en la práctica ya realizaba una política puramente reformista. Pretendía que el objetivo inmediato en Francia no era el socialismo, sino la realización de una «auténtica democracia» (burguesa). El socialismo quedaba como «segunda etapa», que así se posponía «ad kalendas graecas». Todas las «fuerzas antimonopolísticas» debían luchar primero contra las tendencias dictatoriales del régimen gaullista, en el único marco de la «legalidad republicana», antes de pensar en la transformación socialista de la sociedad. Esta era, en resumen, la palabrería «democrática» que los dirigentes comunistas ofrecían a la clase obrera.
Uno de los elementos principales de la ecuación era la actitud de la burocracia soviética, a la que los dirigentes del PCF estaban estrechamente ligados. La burocracia de Moscú no quería un régimen socialista en Francia, dado que tenía un miedo mortal al impacto de una revolución en la clase obrera de Rusia y de los demás países del bloque del Este. El derrocamiento del capitalismo en Francia no desembocaría en un régimen de tipo estalinista, los trabajadores franceses no aceptarían ahogarse bajo un manto de plomo burocrático. El ejemplo de una auténtica democracia obrera en Francia habría tenido un impacto inmediato sobre la clase obrera del bloque soviético, por no hablar del que tendría sobre los trabajadores del resto de Europa. Hubiera sido la sentencia de muerte de las burocracias «socialistas», que ya hacían frente a la revuelta de la juventud y los trabajadores, notablemente en Praga. Pravda no hablará de la huelga general de los trabajadores franceses hasta el 5 de junio, cuando los trabajadores ya empezaban a volver al trabajo.No sólo la situación era revolucionaria en Mayo del 68, sino que sería difícil imaginar un contexto más favorable para el derrocamiento del capitalismo. ¿Qué es una revolución? Es una situación en la que las masas, normalmente pasivas, irrumpen en la arena política, tomando conciencia de su propia fuerza, y se movilizan para intentar transformar la sociedad. Es exactamente lo que pasó en Mayo del 68 a una escala colosal.
Una huelga general como la de Mayo del 68 no puede reducirse a un «movimiento reivindicativo», ni siquiera «amplio». Difiere de una huelga normal en que pone sobre la mesa la cuestión del poder. La cuestión que se plantea no es tal o cual aumento de salarios, sino quién controla la sociedad. Por supuesto, el movimiento empieza por toda una serie de «reivindicaciones inmediatas». Pero en el curso de una lucha como esta, la conciencia de los trabajadores evoluciona a una velocidad de vértigo. Entienden que tienen entre manos algo mucho más grande que una huelga por mejores condiciones de trabajo o mayores salarios. Toman conciencia de su propio poder y, algo decisivo, constatan la impotencia de los que representan al Estado, que pierde entonces su carácter «sagrado», omnipotente e intimidatorio.
En Mayo del 68 se desarrolló una situación de «doble poder». Había, frente al Estado burgués, un estado embrionario de los trabajadores bajo la forma de comités de huelga. Fue en la región de Nantes donde las cosas llegaron más lejos. Un comité central de huelga coordinaba, a nivel local, la actividad de los comités de empresa. Con esta herramienta, los trabajadores organizaron el abastecimiento de combustible y comida. Expedían autorizaciones para la venta de mercancías. «Esta tienda tiene derecho a abrir. Los precios están bajo el control permanente de los sindicatos», se podía leer en los escaparates. La autorización estaba firmada por CGT, CFCT y FO. El precio del litro de leche pasó de 80 a 50 céntimos, el kilo de patatas bajó de 70 a 12 céntimos, etc. El comité de huelga organizaba la vida económica y social. ¡Los sindicalistas incluso oficiaban las bodas!La huelga general plantea la cuestión del poder pero, por si misma, no puede responderla. Para decidir esta cuestión, la dirección del movimiento debe tomar las medidas decisivas para barrer al Estado burgués agonizante y constituir un Estado nuevo basado en los órganos de democracia obrera que han surgido en el curso de la lucha: los comités de huelga. Había que conectar estos comités en los planos local y nacional, eligiendo en cada empresa delegados reunidos en un Comité Nacional que tomara el poder en sus manos y echara el viejo aparato del Estado a la papelera de la historia. Si el PCF y la CGT hubieran movilizado toda su fuerza colosal para orientar la huelga en esta dirección, los trabajadores habrían respondido con entusiasmo. Pero para los dirigentes del PCF y la CGT, como para los de la CFDT y la izquierda no comunista, esa no era la tarea. Cuando el gobierno y la patronal propusieron negociar, los dirigentes de la CGT, la CFDT y FO acudieron corriendo el 25 de mayo.
El fracaso de los acuerdos de Grenelle
Ante el riesgo de perderlo todo (a saber, su control de la economía y del Estado) la clase dirigente estaba dispuesta a hacer enormes concesiones. Estaba dispuesta a ceder en muchas de las reivindicaciones, mientras que no fuera empujada al precipicio abierto por la huelga general. Su cálculo era simple: recular en lo inmediato, pero conservar el poder y recuperar lo concedido una vez que pasara la tormenta. Esto es exactamente lo que pasó.
El 27 de mayo los dirigentes sindicales salieron de las negociaciones con un «principio de acuerdo» en la mano, incluyendo grandes incrementos salariales para todos los trabajadores, la legalización de las secciones sindicales de empresa, un aumento en las pensiones más bajas, una reducción del «ticket modérateur»* y compromisos sobre una reducción de la jornada laboral. Al calor de la huelga general, los dirigentes sindicales habían obtenido en 36 horas mucho más de lo que habían reclamado en vano durante años.Sin embargo, cuando George Séguy, secretario general de la CGT, presentó los términos del acuerdo ante miles de trabajadores de Renault Billancourt, estos empezaron a abuchearle y después a gritar «¡Gobierno popular!». La misma situación se dio en el resto del país. En circunstancias «normales» los huelguistas habrían recibido los acuerdos de Grenelle como una gran victoria. Pero la situación en Mayo del 68 no era «normal»: era revolucionaria. La clase obrera rechazó el acuerdo. Todas esas concesiones eran mucho, sí; pero era infinitamente menos de a lo que aspiraba entonces la masa de los trabajadores. No querían sólo aumento de salarios, incluso importantes, sino el fin del gobierno de Gaulle y de la esclavitud capitalista. ¿La legalización de las secciones sindicales? ¡Si los trabajadores ocupaban las empresas! Ellos hacían la ley, y eran los patrones los que entonces eran ilegales.
La debacle de los acuerdos de Grenelle fue una reedición, a un nivel superior, de la que se produjo con los acuerdos de Matignon, durante la huelga general de junio de 1936. Entonces los acuerdos de Matignon no detuvieron la huelga inmediatamente y algunas empresas se habían incluso unido a la huelga después de la firma. El dirigente del PCF Maurice Thorez dio entonces un puñetazo en la mesa y lanzó su célebre aserto: «hay que saber terminar una huelga». Después del 27 de mayo los dirigentes del PCF y de la CGT no podían llamar a la vuelta al trabajo. Estaban obligados a «tomar nota» del rechazo de las bases, y se escondieron detrás del hecho de que no habían firmado nada formalmente porque se trataba de un «principio de acuerdo» sometido al voto de los trabajadores. Posteriormente Séguy explicaría que fueron las propuestas de la patronal, y no su discurso, las que fueron abucheadas en Billancourt. Pero en realidad, aunque los trabajadores no fueran del todo conscientes de ello, abucheaban a la vez a las direcciones sindicales y a la patronal, que formaban un sólo bloque opuesto a la conquista del poder por la clase obrera.
El fiasco de los acuerdos de Grenelle fue una conmoción en todo el país. El 27 de mayo por la tarde, la izquierda no comunista (PSU, UNEF, CFDT etc.) organizó un mitin de 30.000 personas en el estadio Charlety. En la tribuna, André Barjonet, que acababa de romper con la CGT, proclamó: «¡Todo es posible!». Sí, ¿pero cómo? La respuesta no llegó nunca. Los dirigentes de la CFDT, del PSU y de la SFIO no plantearon ninguna perspectiva seria. Al mismo tiempo, se sometía a una presión monumental a los dirigentes del PCF y la CGT que, el 29 de mayo, convocaron una manifestación de más de 500.000 trabajadores con la consigna «gobierno popular». Una vez más, su objetivo era soltar un poco de presión y encauzar el movimiento que se les escapaba cada vez más. La consigna del «gobierno popular» no era interpretada igual por la base que por los dirigentes. Estos últimos no le daban ningún contenido concreto y no tomaron ninguna medida para que un gobierno obrero se hiciera efectivamente con el poder. Se aferraban desesperadamente a la «legalidad republicana», según su fórmula. Además, cuando el general de Gaulle tomó la palabra el 30 de mayo para anunciar la disolución de la Asamblea Nacional y la convocatoria de elecciones legislativas para finales de junio, los dirigentes comunistas se dieron por satisfechos. El «gobierno popular» debería pasar por las urnas. A partir de ese momento, los dirigentes sindicales llamaron a negociar «los mejores acuerdos posibles» en las empresas para después volver al trabajo.
¿Una intervención militar?
Uno de los principales argumentos de la dirección del PCF era el siguiente: «Si intentamos tomar el poder, de Gaulle movilizará al ejército. Esto acabará en un baño de sangre y una dictadura fascista». ¿Era esto verdad?
De hecho, desde el comienzo de la huelga general, de Gaulle evaluó la posibilidad de una intervención militar. Se elaboraron planes para detener a 20.000 militantes de izquierdas y encerrarlos en el Velódromo de invierno, donde seguramente habrían corrido la misma suerte que los militantes chilenos cinco años más tarde, después del golpe de estado de Pinochet. Sin embargo, este plan nunca se llevó a cabo, ya que el gobierno temía la reacción de las masas. Lejos de poner fin a la huelga general, este plan tenía el peligro de llevar al movimiento por una vía abiertamente insurreccional.
Sobre el papel, de Gaulle disponía de una poderosa maquinaria militar: 144.000 policías (de ellos 13.500 CRS) y 261.000 soldados. Si abordamos la cuestión desde un punto de vista estrictamente cuantitativo, no solamente habría que excluir la posibilidad de una transformación pacífica de la sociedad, sino también la posibilidad de una revolución en general, tanto en Francia en Mayo del 68 como en cualquier sitio. Desde ese punto de vista, ninguna revolución podría haber salido victoriosa en el curso de la historia. Pero de hecho no debemos plantear la cuestión de este modo.
En todas las revoluciones se elevan voces que tratan de asustar a la clase oprimida con el espectro de la violencia. Esta fue exactamente la actitud de Kamenev y Zinoviev en vísperas de Octubre de 1917. Pero, al primer choque, las «considerables» fuerzas a disposición de los enemigos de los bolcheviques simplemente se desvanecieron. Está claro que en Mayo del 68 hubiera pasado lo mismo.
Completamente desmoralizado, de Gaulle salió de París el 29 de mayo hacia Baden-Baden, donde se entrevistó con el general Massu, comandante de las tropas francesas en Alemania. No es difícil imaginar lo que de Gaulle le preguntó a Massu: «¿Podemos fiarnos del ejército?». No se encuentra la respuesta en ninguna fuente oficial, por razones evidentes. Sin embargo, el diario británico The Times envió un corresponsal a Baden-Baden. El periodista preguntó a un soldado si dispararía a los huelguistas. Respuesta: «¡Nunca! Encuentro sus métodos un poco duros, pero yo mismo soy hijo de trabajadores». En su editorial, The Times planteaba la cuestión clave: «¿De Gaulle puede utilizar el ejército?», y respondía diciendo que de Gaulle podría utilizarlo, pero una primera y única vez. En otros términos, un sólo enfrentamiento sangriento habría bastado para romper el ejército. Éste era el punto de vista de la mayor parte de los más fieles estrategas del capitalismo entonces. En este punto, no tenemos razón alguna para poner en duda su opinión.
La situación en el seno del ejército en Mayo del 68 ha sido cuidadosamente ocultada. Pero hay varias anécdotas que dicen mucho acerca de la moral de los soldados y del grado de contaminación revolucionaria en el ejército. Por ejemplo, el 14 de junio el periódico Action (que fue inmediatamente incautado por las autoridades) publicó un dossier sobre un motín que estalló en mayo en el portaaviones Clemenceau. Varios marineros fueron declarados desaparecidos.
Un panfleto publicado por los soldados del RIMECA (infantería) en Mutzig, cerca de Estrasburgo, declaraba: «Como todos los soldados de reemplazo, estamos confinados en los cuarteles. Se nos prepara para hacernos intervenir como una fuerza represiva. Los jóvenes y trabajadores deben saber que los soldados de esta unidad NO DISPARARÁN NUNCA CONTRA LOS TRABAJADORES. Nos oponemos totalmente a que los militares rodeen las fábricas. […] Debemos confraternizar. ¡Soldados de la unidad, formad vuestros comités!». (Citado en Revolutionary Rehearsals, de Colin Baker).
Incluso la policía, que siempre es más reaccionaria que el ejército, estaba en un estado de gran agitación. Los responsables de la policía avisaron al gobierno de la posibilidad de que estallara una huelga en su seno. De hecho, en un momento dado, una cierta cantidad de policías se negaron a hacer su «trabajo». Hacia el final del mes de mayo, la policía parecía haber desertado de las calles. ¡Hasta los servicios de inteligencia se negaron a dar información al gobierno!No fue el ejército el que salvó al capitalismo francés en Mayo del 68: fueron los dirigentes de la izquierda y de los sindicatos. Los marxistas no somos los únicos que sacamos esta conclusión. Todos los historiadores burgueses mínimamente serios lo reconocen.
El reflujo
La tarde del 30 de mayo, justo después de anunciarse la disolución de la Asamblea Nacional, cientos de miles de manifestantes hostiles a la huelga desfilaron en París, de la Plaza de la Concordia a la Plaza de la Estrella. Otras manifestaciones de este tipo tuvieron lugar en el país. Organizadas con tiempo por los Comités de Defensa de la República, a iniciativa de la extrema derecha, estas manifestaciones reunieron todo lo que había en el país de reaccionario y decadente. Los pequeñoburgueses histéricos junto a los notables furiosos, los burgueses barrigudos que acudían en familia, los jubilados asustados, los jóvenes cruzados del anticomunismo, los nostálgicos de la Argelia francesa, etc. Desde un punto de vista aritmético, estos cortejos siniestros parecían imponentes. Pero el peso social de estos elementos era irrisorio. Eran la escoria de la sociedad francesa.
Sin embargo, en los siguientes días se iniciaba un reflujo de la huelga general. La clase obrera no puede estar indefinidamente en un estado de extrema tensión revolucionaria. Al principio del movimiento, los trabajadores están llenos de entusiasmo. Están dispuestos a batirse y a hacer sacrificios. Pero cuando una huelga se prolonga sin conclusión a la vista, por necesidad acaba cambiando el humor en un momento dado. Los elementos menos combativos primero son ganados por el cansancio. Las dudas y la fatiga se instalan. Entonces, se aproxima la vuelta al trabajo.
A falta de cualquier otra perspectiva, muchos trabajadores aceptan lo que los dirigentes sindicales presentan como una gran victoria: los «acuerdos» de Grenelle y la disolución de la Asamblea Nacional. Sin embargo son muchos los que vuelven al trabajo con la rabia en el estómago, con el sentimiento de que una inmensa esperanza se les escapaba entre los dedos. Eso es lo que muestra muy bien la película Reprise, sobre el fin de la huelga en la fábrica de pilas Wonder, en Saint-Ouen. En ella se ve como cuadros de la CGT empujan a los trabajadores a volver al trabajo.
Acordada a principios de junio, la reincorporación se extiende durante todo el mes. Los trabajadores continúan con la huelga en algunos casos hasta la firma de un acuerdo superior al «protocolo de Grenelle». Los trabajadores de Renault mantuvieron la huelga hasta el 14 de junio, unos días más tarde los siguieron los de Citroën. Los obreros de Peugeot no volverán al trabajo hasta el 24 de junio. A mediados de junio, todavía se contaban más de cuatro millones de huelguistas. Ante esta resistencia, el Estado desencadenó una represión brutal. Hubo verdaderas batallas campales en las puertas de muchas fábricas. En algunos casos, la intervención de las CRS provocó nuevas huelgas y manifestaciones. La represión en su conjunto provocó cuatro muertos y numerosos heridos. Más de cien periodistas de la ORTF son despedidos. Cientos de estudiantes y trabajadores extranjeros son expulsados del territorio francés. En las empresas, la patronal se toma la revancha sobre los militantes. Sólo en las fábricas de Citroën son despedidos 925 trabajadores.
Las elecciones legislativas del 23 y 30 de junio dieron una amplia mayoría a los partidos de derechas. La izquierda socialista perdió 61 escaños y el PCF 39. En Las enseñanzas de mayo-junio de 1968, un folleto publicado al día siguiente de las elecciones, el secretario general del PCF Waldeck Rochet explicaba que los principales responsables de la derrota de la izquierda fueron (¡como siempre!), los «aventureros izquierdistas» y sus malditas barricadas. Waldeck Rochet celebraba ad nauseam la «línea justa del PCF» y lanzaba a los comunistas que osaran dudar una advertencia clara: «nadie está obligado a quedarse en el partido». Miles de militantes críticos fueron excluidos.
En realidad, el resultado de las elecciones legislativas fue una consecuencia del cansancio, las dudas y la desorientación posteriores al reflujo de la huelga general. Tras haber ido muy lejos hacia la izquierda, el péndulo giraba a la derecha temporalmente. Un elemento decisivo de la ecuación fue la campaña electoral realizada por la dirección del PCF bajo la bandera de «el orden y la ley». En este campo, muchos trabajadores prefirieron el original, el «orden» gaullista, a la copia comunista.
En su folleto, Waldeck Rochet celebraba la «gran victoria» de Mayo del 68, en referencia a los diferentes «logros» concedidos por la clase dirigente: aumentos salariales, etc. Sin embargo, no hay que olvidar que la mayor parte de esos «logros» de Mayo del 68 fueron liquidados rápidamente, exactamente como en junio del 36, sobre todo a través del mecanismo de la inflación, que fue estimulada voluntariamente por la clase dominante y que se comió los aumentos salariales y las pensiones. Cinco años después, la recesión mundial golpeó de lleno a la economía francesa. El desempleo de masas creció vertiginosamente y para mucho tiempo. La idea de que las conquistas de Mayo del 68 se habían logrado para siempre pertenece a la mitología reformista. Estas conquistas, sobre todo, hay que compararlas con la posibilidad, que se perdió, de haber acabado definitivamente con el capitalismo francés, lo que hubiera alterado completamente el curso de la historia mundial.
Sin embargo, la historia no ha terminado. Las magníficas tradiciones de Mayo del 68 están vivas todavía en el espíritu de los trabajadores franceses y de todo el mundo. Tarde o temprano habrá otros Mayo del 68. ¿Qué país es el candidato más probable? Bien puede ser Francia, pero también Italia, España, Portugal, Grecia y otros países, también fuera de Europa. Las mismas causas provocan los mismos efectos, en una escala todavía mayor. El capitalismo mundial atraviesa una crisis profunda. Por todos lados es un obstáculo absoluto para el progreso social. Cada vez más personas llegan a la conclusión de que este sistema enfermo y degenerado debe ser barrido para dejar paso a una organización racional y armoniosa de los recursos económicos y sociales. Hoy como ayer, el socialismo es la única alternativa. En este glorioso aniversario de Mayo del 68, debemos tomar el relevo y comprometernos a no rendirnos hasta haber completado la tarea iniciada por nuestros mayores.