La noche del 11 de enero, ataques aéreos estadounidenses y británicos hicieron llover docenas de sofisticadas bombas sobre las cabezas de algunas de las personas más pobres del mundo. Las manos de los imperialistas occidentales están empapadas con la sangre del pueblo gazatí, pero hasta ahora podían esconderse tras el hecho de que, aunque sí, pueden haber suministrado las armas, las bombas, el dinero y la cobertura política para la matanza, no apretaron directamente el gatillo. No, siempre insistieron en que la matanza debía llevarse a cabo con «moderación», con una «fuerza proporcionada». Ahora, en Yemen, han intervenido directamente, escalando temerariamente el conflicto en la región. Nosotros decimos: ¡manos fuera de Yemen! ¡Abajo los asesinos imperialistas!
Hay que reconocer que los imperialistas occidentales han sido bastante transparentes sobre los motivos de su intervención.
«De acuerdo con el derecho inherente de autodefensa individual y colectiva», declararon pomposamente en un comunicado conjunto tras el bombardeo, «estos ataques de precisión tenían como objetivo interrumpir y degradar las capacidades que los hutíes utilizan para amenazar el comercio mundial y la vida de los navegantes internacionales en una de las vías marítimas más críticas del mundo.»
Biden subrayó que no dudaría en tomar nuevas medidas para proteger «el libre flujo del comercio internacional».
«Independientemente de lo que se piense de la causa de los hutíes y de su justificación», declaró el ministro de las Fuerzas Armadas del Reino Unido, James Heappey, «no podemos permitir que traten de ahogar el comercio mundial como chantaje para lograr cualesquiera que sean sus objetivos políticos y diplomáticos.»
Así que mientras los gazatíes suman sus muertos y esperamos pacientemente el veredicto del Tribunal Internacional de Justicia sobre si son víctimas de un genocidio o de un mero asesinato en masa, hay que hacer frente a una amenaza mucho más grave para el Mundo Libre: el sagrado derecho de las compañías navieras y petroleras a comerciar y obtener beneficios.
Aparte de los intereses lucrativos, ¿qué derecho tiene un pueblo empobrecido a tomar represalias por la matanza de Gaza disparando artefactos improvisados contra barcos israelíes y con destino a Israel en el Mar Rojo? En el cumplimiento de su ‘justo deber’, el gobierno británico ha apelado al… ¡»derecho internacional»!
Desde 2015, el pueblo yemení ha sido objeto de una masacre masiva a manos de una coalición liderada por Arabia Saudí, respaldada y armada por Estados Unidos, Gran Bretaña y Occidente, que ha causado 150.000 muertos por municiones suministradas por Occidente y cientos de miles más por hambre y enfermedades. La historia de la guerra contra los rebeldes hutíes es una larga cadena de crímenes de guerra: hambrunas provocadas por el hombre; bodas, funerales e incluso autobuses escolares bombardeados; familias enteras aniquiladas.
Ahora los imperialistas occidentales apelan al «derecho internacional» para renovar su bombardeo de Yemen con el fin de dar una advertencia contra la interferencia en las operaciones genocidas en curso de Israel y para proteger los beneficios y el comercio, como declaran abiertamente. La hipocresía es como para atragantarse.
Un paripé
Desde un punto de vista estratégico, es difícil imaginar que se haya reflexionado antes de lanzar este bombardeo temerario, que empuja a la región aún más cerca del abismo.
Los imperialistas afirman en su declaración sobre los ataques que su objetivo era «perturbar y degradar las capacidades» de los hutíes, que han estado atacando buques en el Mar Rojo desde noviembre. Pero si ese es el caso, ¿por qué el ataque fue precedido por declaraciones de prensa del gobierno anunciando el bombardeo con redoble de tambores?
«Están avisados», dijo Grant Schapps a la prensa hace dos días. «Vamos a hacer lo que tengamos que hacer para contrarrestar estas amenazas», declaró a la prensa el portavoz de seguridad nacional de la Casa Blanca pocas horas antes del ataque, tiempo suficiente para que los hutíes ocultaran su material de manera segura y fuera del alcance de los ataques.
Todo fue un paripé para enmascarar la impotencia de los imperialistas, un paripé muy caro y arriesgado. No va a resolver los problemas en los que se han metido los imperialistas y de hecho, tiene el potencial de empeorarlos mucho más.
El bombardeo de unos pocos objetivos en todo Yemen no tendrá el menor impacto en la capacidad de los hutíes. Años de feroz bombardeo por parte de los saudíes no lograron desalojarles. Incluso los bombardeos aéreos de Israel y la invasión terrestre del pequeño enclave de Gaza no han hecho más que mellar a Hamás y están condenados al fracaso.
Sólo una invasión terrestre total podría acabar con las capacidades de los hutíes, y el imperialismo estadounidense y sus aliados, tras los desastres de Irak y Afganistán, no están de humor para ello. Pero la estrategia de ‘disuasión’ de Estados Unidos hasta ahora también ha sido un fracaso absoluto. Es cierto que han estacionado buques de guerra estadounidenses en la región para «proteger» a los buques mercantes, pero esto sólo ha puesto de manifiesto la impotencia de la marina más poderosa del mundo.
Los hutíes no están operando con equipos estacionados en un puñado de instalaciones de alta tecnología que puedan ser rápidamente «eliminadas». Utilizan embarcaciones no tripuladas, baratas y teledirigidas, repletas de artefactos explosivos improvisados, y drones compuestos por piezas comerciales que pueden ocultarse sin mucho esfuerzo y sustituirse de forma rápida y barata.
Se calcula que la construcción de un dron improvisado hutí medio cuesta unos 2.000 dólares. Pero cada misil teledirigido que lanza la Marina estadounidense para derribar un solo dron cuesta unos 2 millones de dólares cada uno. Y su suministro de tales misiles no es en absoluto inagotable.
«Es una respuesta estratégica notablemente débil y un cálculo inasequible», se quejaba la revista Forbes en diciembre, «pero [nos] dice mucho sobre el estado del liderazgo militar y político estadounidense y el menguante poder de Estados Unidos».
Los imperialistas occidentales tenían que hacer algo para salvar la cara, y este ejercicio para salvar el prestigio es lo que se les ocurrió.
Ninguna solución sensata
La situación está dejando en evidencia a los imperialistas. Un puñado de rebeldes mal armados están reteniendo el transporte marítimo en un mar que se utiliza para transportar el 15% del tráfico mundial. Las principales compañías navieras y petroleras, incluida BP, ya han empezado a desviar el tráfico alrededor del Cabo de Buena Esperanza, lo que añade semanas al tiempo de transporte y dispara los costes.
Esto se sumará a las presiones inflacionistas en la economía mundial, y muchas empresas se enfrentan a graves trastornos. Tesla ha anunciado que tendrá que suspender la fabricación de vehículos en su planta alemana como consecuencia de la escasez de componentes que suelen llegar por esta ruta comercial.
Todo ello se produce en un momento de bajada récord del nivel de las aguas del Canal de Panamá, lo que perturba el comercio marítimo en otra importante arteria económica, y cuando el capitalismo se enfrenta a poderosos vientos contrarios que amenazan con empujar al mundo a la recesión.
Pero la intervención de los imperialistas, que intentan salvar las apariencias al tiempo que envían una advertencia para que no se metan en la guerra de Israel y mantengan despejadas las rutas marítimas, no estabilizará la situación. Por el contrario, están echando gasolina a las llamas.
Los precios del petróleo ya se han disparado otro dos por ciento desde el bombardeo de anoche. Y, sobre todo, están echando gasolina a la ira encendida de millones de personas en toda la región, donde muchos regímenes ya se tambalean al borde del abismo.
Así que tenemos el espectáculo de Anthony Blinken corriendo por Oriente Medio como un pollo sin cabeza tratando de calmar a los líderes árabes y evitar una escalada, mientras que el senil ocupante de la Casa Blanca deshace estos esfuerzos ordenando bombardear a los hutíes, que son los únicos en la región que han emprendido acciones contra Israel.
¿Cómo explicar esto? ¿Están locos los imperialistas estadounidenses? Tal vez, pero hay un dicho: un hombre al borde de un precipicio no razona. La situación actual escapa a su control y cada día se hace más incontrolable. Hagan lo que hagan, no hay una solución sensata dede el punto de vista del imperialismo. Quieren evitar una escalada, es cierto. Pero no hacer nada tampoco es una opción, ya que sólo subrayaría su debilidad actual.
La responsabilidad de la guerra en Gaza, la desestabilización de Oriente Próximo y las inevitables represalias, la interrupción del comercio marítimo -cuyo coste recaerá sobre los hombros de los pobres en forma de precios más altos-, todo ello debe recaer sobre los hombros de la clase dominante israelí y, sobre todo, de los imperialistas occidentales.
No serán llamados al orden por sentencias del TIJ o de la TPI, ni por la ONU, ni por protestas pacíficas en las principales capitales. Y a pesar de que Biden y Sunak pasaron por alto al Congreso y al Parlamento, no nos cabe duda de que si les hubieran concedido esa cortesía, los políticos de la clase dominante no habrían hecho más que dar el visto bueno a sus designios imperialistas.
Los únicos verdaderos amigos que tienen los pueblos palestino y yemení en su lucha contra el imperialismo son los miles de millones de oprimidos y trabajadores del mundo. Para detener la guerra contra Gaza, liberar Palestina e impedir que los imperialistas arrastren la región a un infierno, debemos derrocar al imperialismo. Sólo la revolución socialista puede librarnos de todo esto. Por eso nosotros decimos:
¡Manos fuera de Yemen!
¡Palestina libre!
De Gaza a Londres y a Washington: ¡Intifada hasta la victoria! ¡Revolución hasta la victoria!