Este año se cumplen 100 años de la muerte de Lenin y 84 del asesinato de León Trotski. Pensamos que la mejor forma de recordarlos es reivindicar su lucha, mostrando sus acuerdos y desacuerdos, que siempre fueron sobre la base de la iniciativa revolucionaria. Ambos fueron los dirigentes de la revolución que, por primera vez, dirigieron a la clase obrera a la toma del poder, en noviembre de 1917 (octubre, según el antiguo calendario juliano). Queremos exponer brevemente parte de su vida y sus ideas.
Las figuras de Lenin y Trotski están unidas por uno de los acontecimientos más grandiosos de la historia, la Revolución Rusa de 1917. A pesar de las difamaciones a estas dos figuras y a la misma revolución, sus nombres se mantienen unidos por una relación revolucionaria e intelectual que los llevó a enfrentar los problemas de la edificación del socialismo en los primeros años de la revolución.
Los Primeros Pasos
En 1870 –año en que nació Lenin–, se vivía un momento de gran agitación en Rusia. El país semifeudal estaba gobernado por el despotismo zarista. Los intelectuales revolucionarios que se enfrentaban a ese despotismo se sintieron atraídos por el método terrorista de la organización “La Voluntad del Pueblo”. El hermano mayor de Lenin, Alejandro, fue ahorcado por su participación en el intento de asesinato del zar Alejandro III.
Después de esa tragedia, Lenin entró en la universidad y pronto fue expulsado por participar en una revuelta estudiantil. Esto aumentó su sed política y eventualmente entró en contacto con los círculos marxistas. De ahí pasó a estudiar El Capital de Marx, que circulaba en pequeñas cantidades y, a continuación, el Anti-Dühring, de Engels. Lenin entró en contacto con el Grupo de la Emancipación del Trabajo en el exilio, encabezado por Gueorgui Plejánov, el fundador del marxismo ruso, a quien consideraba su padre espiritual. A la edad de 23 años, se trasladó de Samara a San Petersburgo para formar uno de los primeros grupos marxistas.
La aparición de círculos de estudio y el impacto de las ideas marxistas dieron luz a los primeros intentos de establecer un partido socialdemócrata revolucionario ruso. Lenin se había reunido con Plejánov en Suiza, en 1895, y a su regreso fue detenido, encarcelado y luego exiliado.
Trotski nació 9 años después que Lenin y a mediados de 1896 dejó los estudios para organizarse dentro de un grupo socialista. Aunque al principio se oponía al marxismo, rápidamente fue ganado a la teoría, la cual sería el eje rector de su análisis y militancia política.
Un año más tarde fundó la Liga Obrera del Sur de Rusia, en San Petersburgo, la cual creció rápidamente y editó un periódico llamado Nuestra Causa. Este trabajo le valió la detención por la policía y fue encarcelado por dos años; finalmente fue exiliado a Siberia, de donde escapó 4 años después. Fue en el exilio donde se enteró del I Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) y donde conoció el periódico Iskra, fundado por Lenin.
Trotski decide huir al exilio en 1902. Su destino es Londres, donde por primera vez conoce a Lenin.
Bolchevismo y menchevismo
Al final de su exilio, Lenin concentró sus esfuerzos en la creación de un periódico marxista –Iskra, o La Chispa– que consiguió establecer al marxismo como la fuerza dominante en la izquierda. Introducido en Rusia de contrabando, sirvió para unir a los círculos en un partido nacional unificado, sobre bases políticas y teóricas sólidas. En este período, Lenin escribió su famoso libro ¿Qué hacer?, que abogaba por un partido formado por revolucionarios profesionales, gente dedicada plenamente a la causa.
En 1903, se celebró el II Congreso del POSDR, que fue en esencia su congreso fundacional. Fue aquí donde los compañeros de Iskra se establecieron como la tendencia dominante en el Partido. Sin embargo, al final de las sesiones del congreso se produjo una escisión abierta sobre cuestiones de organización entre Lenin y Mártov, ambos editores de Iskra. La mayoría, alrededor de Lenin, fue conocida como “bolcheviques” y la minoría, alrededor de Mártov, eran los “mencheviques”.
Lenin, entre otras cosas, proponía reducir el Comité de redacción de Iskra a tres miembros. Trotski se opuso, pues consideraba que no se podía echar a viejos militantes como Axelrod y Vera Zazulich de esta instancia. Lenin consideraba que ellos no jugaban ningún papel y, por el contrario, mantenían una rutina que se debía romper.
Hay muchos mitos que rodean esta división, que tomó a la mayoría de los participantes por sorpresa, incluyendo a Lenin. En ese momento no había diferencias políticas. Éstas sólo surgieron más adelante. Lenin intentó una reconciliación entre las facciones, pero fue imposible. Más adelante, él mismo caracterizó la escisión como una “anticipación” de diferencias importantes posteriores. En la división entre bolcheviques y mencheviques, Trotski apoyó a los últimos.
El internacionalismo
La revolución de 1905 demostró en la práctica el papel dirigente de la clase obrera. Mientras que los liberales se escondían, los trabajadores crearon los soviets, que Lenin reconoció como el embrión del poder obrero. El POSDR creció enormemente en esas condiciones, lo que sirvió para presionar hacia la unidad de las dos facciones del Partido. Trotski era partidario de la unidad.
La derrota de la revolución de 1905, sin embargo, fue seguida por un período de reacción despiadada. El Partido se enfrentó a grandes dificultades al quedar cada vez más aislado de las masas. Los bolcheviques y los mencheviques se dividieron cada vez más, política y organizativamente, hasta que en 1912 los bolcheviques se constituyeron como un partido independiente.
En este lapso, una de las tareas más importantes de Lenin fue la defensa del marxismo. Mientras que algunos viejos compañeros de lucha giraban decepcionados al escepticismo o al idealismo subjetivo, Lenin arremetió contra ellos y las diferentes tendencias pequeñoburguesas en su libro Materialismo y empiriocriticismo, escrito en 1908.
En estos años Trotski era un “conciliador” entre bolcheviques y mencheviques. Se había quedado al margen de las dos fracciones predicando la unidad. Esto dio lugar a enconados enfrentamientos con Lenin, que defendía la independencia política bolchevique. Estos enfrentamientos fueron posteriormente utilizados por los estalinistas para desacreditar a Trotski, a pesar de la voluntad de Lenin, contenida en su testamento, de que el pasado no bolchevique de Trotski no fuera utilizado en su contra.
El resurgimiento del movimiento de los trabajadores después de 1912 fue testigo de un creciente fortalecimiento de los bolcheviques, que contaban con el apoyo de la inmensa mayoría de los trabajadores rusos. Ese crecimiento, sin embargo, fue cortado por la Primera Guerra Mundial. La traición de agosto de 1914 y la capitulación de los dirigentes de la Segunda Internacional Socialista representaron un terrible golpe para el socialismo internacional. En la práctica, significaba la muerte de la Segunda Internacional.
Apenas el pequeño puñado que representaban todos los internacionalistas del mundo se reagrupó en la Conferencia contra la guerra en Zimmerwald, Suiza, en 1915, en la que Lenin abogó por la creación de una nueva Internacional obrera. Eran tiempos muy oscuros, en los que las fuerzas del marxismo estaban completamente aisladas. Las perspectivas revolucionarias parecían ciertamente muy tenues.
En enero de 1917, Lenin se dirigió a una pequeña reunión de las Juventudes Socialistas de Suiza, en Zúrich. Señaló que la situación cambiaría eventualmente, pero que él no viviría para ver la revolución. Sin embargo, en el plazo de un mes la clase obrera rusa iba a derrocar al zarismo, generando una situación de doble poder. En apenas nueve meses, Lenin y su Partido tomarían el poder.
La Revolución rusa
Durante su estancia en Zúrich, Lenin buscaba ávidamente en los periódicos las últimas noticias de Rusia. Vio cómo los soviets, ahora dominados por los dirigentes socialrevolucionarios y mencheviques, habían entregado el poder al gobierno provisional, encabezado por el monárquico príncipe Lvov. Inmediatamente telegrafió a Kámenev y a Stalin, que dudaban: “¡Ningún apoyo al gobierno provisional!, ¡Ninguna confianza en Kerensky!”
Escribiendo desde el exilio, Lenin advirtió: “La nuestra no es una revolución burguesa, decimos nosotros, los marxistas, por consiguiente los obreros deben abrir los ojos al pueblo para que vea el engaño de los politicastros burgueses, enseñarle a no creer en sus palabras, a confiar únicamente en sus propias fuerzas, en su propia organización, en su propia unión, en sus propias armas” (Cartas desde lejos).
En su “Carta de despedida a los obreros suizos», Lenin explicó la tarea clave: “hacer que nuestra revolución sea el prólogo de la revolución socialista mundial”.
Cuando regresó a Rusia, el 3 de abril de 1917, Lenin presentó sus Tesis de abril: “¡Una segunda Revolución rusa debe ser un paso hacia la revolución socialista mundial!” Se pronunció contra la vieja guardia bolchevique que iba a la zaga de la situación y luchó para rearmar a su Partido. “La persona que ahora hable solamente de una ‘dictadura revolucionario-democrática del proletariado y del campesinado’ está muy atrasada, consecuentemente se ha ido al lado de la pequeña burguesía contra la lucha de clases proletaria; esa persona debería ser enviada al archivo de antigüedades ‘bolcheviques’ pre-revolucionarias” (Cartas sobre la táctica, abril 1917).
Logró ganar el apoyo de la base y vencer la resistencia de la dirección, que irónicamente lo había acusado de “trotskismo”. En realidad, Lenin había llegado a la posición de Trotski de la revolución permanente, pero por su propia ruta.
En mayo, Trotski regresó a Rusia después de haber sido detenido por los británicos en Canadá. “En el segundo o tercer día después de mi llegada a San Petersburgo leí las Tesis de abril de Lenin. Esto era justo lo que la revolución estaba necesitando”, explicó Trotski. Su línea de pensamiento era idéntica a la de Lenin. De acuerdo con Lenin, Trotski se unió a la Organización Inter-Distritos con el fin de ganarlos para el bolchevismo. Él estuvo en estrecha colaboración con los bolcheviques, describiéndose a sí mismo en todas partes como: “nosotros los bolcheviques internacionalistas”.
La toma del poder
El 1° de noviembre de 1917, en una reunión del Comité de San Petersburgo, Lenin dijo que después de que Trotski se había convencido de la imposibilidad de la unión con los mencheviques, “no ha habido mejor bolchevique que Trotski”. Al rememorar la revolución dos años más tarde, Lenin escribió: “En el momento en que se hizo con el poder y creó la República soviética, el bolchevismo atrajo hacia sí a todos los mejores elementos de las corrientes de pensamiento socialista que le eran más afines”.
“Lenin no se acercó a mí, yo me acerqué a Lenin”, dijo Trotski modestamente. “Me uní a él más tarde que muchos otros. Pero me atrevo a pensar que le entendía de una manera no inferior a los demás”.
En los meses que precedieron a la revolución, Lenin había pedido a los soviets dominados por los mencheviques y socialrevolucionarios que rompieran con los ministros capitalistas y tomaran el poder, a lo que obstinadamente se negaron. Sin embargo, las consignas bolcheviques de “¡Pan!”, “¡Paz!”, “¡Tierra!” y “¡Todo el poder a los Soviets!” ganaron terreno rápidamente entre las masas. Las manifestaciones masivas de junio reflejaron este cambio radical. También impulsaron al nuevo Primer Ministro Kerensky a comenzar una campaña de represión contra los bolcheviques. Las “Jornadas de julio” condujeron a los bolcheviques a la clandestinidad. Fueron azotados con una campaña de histeria en su contra, llamándolos “agentes alemanes”, lo que obligó a Lenin y a Zinóviev a pasar a la clandestinidad y a la detención de Trotski, Kámenev, Kollontai y otros líderes bolcheviques.
En agosto, el general Kornílov intentó imponer su propia dictadura fascista. Desesperado por búsqueda de ayuda y temiendo a Kornílov, el gobierno liberó a Trotski y a otros bolcheviques. Los obreros y soldados bolcheviques entraron en la lucha y derrotaron a la contrarrevolución de Kornílov. Ello impulsó enormemente el apoyo hacia los bolcheviques, que ganaron la mayoría tanto en los soviets de Moscú como en San Petersburgo. “Nosotros fuimos los vencedores”, declaró Trotski sobre las elecciones en el soviet de San Petersburgo. Esta victoria fue decisiva y se convirtió en un trampolín esencial para la victoria de octubre.
Lenin, que estaba escondido en Finlandia, llegó a estar muy impaciente con los dirigentes bolcheviques. Temía que vacilaran. “Los acontecimientos están prescribiendo nuestra tarea tan claramente para nosotros que la dilación se está convirtiendo positivamente en criminal”, explicó Lenin en una carta al Comité Central. “Esperar sería un crimen contra la revolución”. En octubre, el Comité Central tomó la decisión de tomar el poder, contra los votos de Zinóviev y Kámenev, quienes emitieron una declaración pública de oposición a una insurrección, ¡y a favor de que el Partido se orientara hacia la convocatoria de la Asamblea Constituyente!
Trotski, como jefe del Comité Militar Revolucionario del soviet de San Petersburgo, actuó con rapidez para garantizar el correcto traspaso del poder el 25 de octubre de 1917. La revolución tuvo éxito de una manera incruenta y, al día siguiente, el 26 de octubre, su resultado fue anunciado al II Congreso de los soviets de toda Rusia. Esta vez, los bolcheviques contaban con 390 delegados de un total de 650 presentes, una clara mayoría. En protesta, los mencheviques y los socialrevolucionarios de derecha lo abandonaron. Lenin, que se dirigió al Congreso, simplemente proclamó triunfalmente a los delegados: “Vamos a proceder a la edificación del orden socialista”. El Congreso procedió entonces a establecer un nuevo gobierno soviético con Lenin a la cabeza. Despreciados hacía cuatro meses, ahora los bolcheviques fueron aclamados por los obreros revolucionarios.
En cuestión de días, los siguientes decretos fueron emitidos por el gobierno de Lenin: sobre las propuestas de paz y la abolición de la diplomacia secreta; sobre la tierra para los oprimidos; sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación; sobre el control obrero y el derecho de revocación de todos los representantes; sobre la plena igualdad entre hombres y mujeres, y sobre la completa separación de la Iglesia ortodoxa del Estado.
Cuando el Congreso de los soviets de enero de 1918 proclamó el establecimiento de la República Soviética Federativa Rusa, grandes extensiones de Rusia seguían ocupadas por las potencias imperialistas, los nacionalistas burgueses y los generales blancos.
El Año Uno
La revolución fue muy generosa y confiada en sus primeros días. “Se nos acusa de recurrir al terrorismo, pero no hemos recurrido, y espero no recurrir, al terrorismo de los revolucionarios franceses que guillotinaron a hombres desarmados”, dijo Lenin en noviembre. “Espero que no vayamos a recurrir a eso, porque tenemos la fuerza de nuestro lado. Cuando arrestamos a alguien le decimos que lo dejamos ir si nos da una promesa escrita de que no participará en acciones de sabotaje. Tales promesas se han dado por escrito”.
Tan pronto como el poder soviético fue establecido, los imperialistas actuaron para aplastar la revolución de manera sangrienta. En marzo de 1918, Lenin se trasladó con el gobierno, de San Petersburgo a Moscú, ya que esa ciudad se había hecho vulnerable al ataque alemán. Poco después, las tropas británicas desembarcaron en Murmansk, acompañadas por fuerzas estadounidenses y canadienses; los japoneses desembarcaron en Vladivostok, al lado de los batallones británicos y estadounidenses. Los británicos también se apoderaron del puerto de Bakú para poner sus manos sobre el petróleo. Franceses, griegos y fuerzas polacas desembarcaron en los puertos de Odessa y Sebastopol, en el Mar Negro, y se vincularon a los ejércitos blancos. Ucrania fue ocupada por los alemanes. En total, 21 ejércitos extranjeros de intervención en varios frentes se enfrentaron a las fuerzas del gobierno soviético. La revolución estaba luchando por su vida.
El Terror Blanco
La dirección del Partido Social Revolucionario apoyó la intervención extranjera para “restaurar la democracia”. Una posición contrarrevolucionaria similar fue tomada por los mencheviques, que se colocaron en el campo enemigo. Colaboraron con los blancos y aceptaron dinero del gobierno francés para llevar a cabo sus actividades.
En el verano de 1918 hubo un intento de asesinato contra Lenin y Trotski. El 30 de agosto, Lenin recibió un disparo, pero consiguió sobrevivir. El mismo día, Uritsky fue asesinado, al igual que el conde Mirbach, embajador alemán. Volodarsky también fue asesinado. El complot para hacer estallar el tren de Trotski fue frustrado, afortunadamente.
Éste fue el destino que le esperaba a los obreros y campesinos de Rusia en el caso de una victoria de la contrarrevolución. La alternativa al poder soviético no era la “democracia”, sino la más brutaly sanguinaria barbarie fascista. Por lo tanto, todo el esfuerzo del Ejército Rojo y de la Cheka –la fuerza de seguridad–, se dirigió a ganar la Guerra Civil y a derrotar a la contrarrevolución.
Un período de “comunismo de guerra” fue impuesto a los bolcheviques, en el que el grano fue requisado por la fuerza a los campesinos para alimentar a los obreros y soldados. La industria, devastada primero por la guerra y nuevamente por la Guerra Civil y el sabotaje, se encontraba en un estado de colapso total. El bloqueo imperialista paralizó al país. La población de San Petersburgo se redujo de 2.4 millones en 1917, a 574 mil en agosto de 1920. La fiebre tifoidea y el cólera mataron a millones de personas. Lenin describió la situación como de “comunismo en una fortaleza sitiada”.
El 24 de agosto de 1919, Lenin escribió: “La industria está paralizada. No hay comida, no hay combustible, no hay industria”. Frente a este desastre, los soviéticos se basaron en el sacrificio, la valentía y la fuerza de voluntad de la clase obrera para salvar la revolución. En marzo de 1920, Lenin declaró: “La determinación de la clase obrera, su adhesión inflexible a la consigna ‘¡La muerte antes que rendirse!’ no es sólo un factor histórico, es el determinante, es el factor de la victoria”.
Las consecuencias de la Guerra Civil
Bajo la dirección de Lenin y Trotski, que había organizado el Ejército Rojo a partir de la nada, los soviéticos obtuvieron la victoria, pero a un costo terrible: muertos en el frente, hambre, enfermedades, todo ello combinado con el colapso económico.
Al final de la Guerra Civil, el gobierno bolchevique se vio obligado a hacer una retirada e introducir la Nueva Política Económica (NEP). Esto permitió a los campesinos un libre mercado para su grano y contribuyó al crecimiento de fuertes tendencias capitalistas, dando lugar a la aparición de los negociantes (nepmen) y campesinos enriquecidos (kulaks).
Dado el bajo nivel cultural, el de una población era analfabeta en un 80%, el régimen soviético tenía que descansar sobre el apoyo de antiguos oficiales, funcionarios y administradores zaristas que se oponían a la revolución. “Rasguña el Estado soviético en cualquier punto y debajo verás el mismo viejo aparato de Estado zarista”, afirmó Lenin sin rodeos. El continuo aislamiento de la revolución constituía un grave peligro, abriendo la senda a una degeneración burocrática. La clase obrera se había debilitado sistemáticamente por la crisis. Los soviets simplemente dejaron de funcionar en esta situación, y los arribistas y burócratas llenaron el vacío.
A pesar de las medidas que se estaban introduciendo para combatir esta amenaza burocrática, el único salvador real de la revolución habría sido el éxito de la revolución mundial, facilitando la asistencia material de Occidente. A principios de 1919, Lenin había establecido la Tercera Internacional Comunista como un arma para extender la revolución internacionalmente. Era una escuela del bolchevismo. Pronto se establecieron partidos comunistas de masas en Alemania, Francia, Italia, Checoslovaquia y otros países.
Por desgracia, la oleada revolucionaria posterior a la Primera Guerra Mundial fue derrotada. La revolución alemana de 1918 había sido traicionada por los socialdemócratas. Las jóvenes Repúblicas soviéticas de Baviera y Hungría habían sido aplastadas en sangre por la contrarrevolución. Las ocupaciones revolucionarias de fábricas en Italia, en 1920, también habían sido derrotadas. Una vez más, en 1923, todos los ojos estaban puestos en Alemania, que estaba sumergida en una crisis revolucionaria. Sin embargo, el consejo erróneo dado por Zinóviev y Stalin a los dirigentes alemanes dio lugar a su trágica derrota.
Esto fue un golpe poderoso a la moral de los obreros rusos. Al mismo tiempo, la derrota reforzó el crecimiento de la reacción burocrática en el Estado y en el Partido. Con Lenin incapacitado después de una serie de ataques, Stalin comenzó a surgir como el mascarón de proa de la burocracia. De hecho, la última lucha de Lenin fue la formación de un bloque con Trotski contra Stalin y la burocracia. Stalin se retiró, pero un ataque final dejó a Lenin paralizado y sin habla. Antes de esto, Lenin había redactado un testamento político. En él, afirmaba que Stalin, “al haberse convertido en secretario general, ha acumulado un poder ilimitado en sus manos, y no estoy seguro de que siempre sea capaz de utilizarlo con la suficiente prudencia”. “El camarada Trotski, por otro lado… se distingue no sólo por su habilidad excepcional. Personalmente, quizás sea el hombre más capacitado del actual Comité Central…” Así advirtió que había un peligro de fractura en el Partido.
El estalinismo
Dos semanas más tarde, Lenin hizo una adición a su testamento, después de que Stalin insultara y ultrajara a Krúpskaya por ayudar a Trotski y a otros a comunicarse con Lenin. Lenin rompió todas las relaciones personales con Stalin. “Stalin es demasiado rudo y este defecto, plenamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en un secretario general”, dijo Lenin. Instó a que Stalin dimitiera de su cargo debido a su deslealtad y a su tendencia a abusar del poder.
Pero el 7 de marzo de 1923 Lenin sufrió un derrame cerebral que lo incapacitó completamente. Permaneció en este estado hasta su muerte, el 21 de enero de 1924. La eliminación de Lenin de la vida política dio mayor poder a Stalin, que lo utilizó para su máximo provecho, entre otras cosas, para suprimir el testamento de Lenin.
La tarea de defender la herencia de Lenin, que estaba siendo traicionada por Stalin, recayó en las manos de Trotski. La victoria del estalinismo se debió fundamentalmente a razones objetivas, sobre todo al tremendo atraso económico y social de Rusia y a su aislamiento. La posterior derrota de la revolución internacional en lugares como Gran Bretaña y sobre todo en China, sirvió para desmoralizar aún más a los obreros rusos, agotados por años de lucha. Sobre la base de este terrible cansancio, la burocracia, dirigida por Stalin, consolidó su dominio. El cuerpo de Lenin, en contra de las protestas de Krúpskaya, fue embalsamado y colocado en un mausoleo.
Es una mentira monstruosa que el estalinismo surgiera como la continuación del régimen democrático de Lenin, como defienden los apologistas del capitalismo. En realidad, un río de sangre separa a los dos. Lenin fue el iniciador de la Revolución de Octubre, Stalin fue su enterrador. No tenían nada en común.