Pocos meses después del triunfo de la Revolución rusa en 1917, en marzo de 1918, se reunió el partido, que por avatares de la historia había asumido y se conocía como bolcheviques (mayoría), aunque oficialmente seguía siendo el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. En ese VII Congreso, Lenin planteó su cambio de nombre a Partido Comunista, lo cual fue aprobado por unanimidad. Esto reflejaba los nuevos tiempos. A la par, los bolcheviques estaban impulsando la creación de una nueva internacional que también sería llamada Comunista. No se trataba de palabras y de nombres, sino de una ruptura histórica que provocaría una escisión en el movimiento obrero internacional. Como un poderoso imán, la Revolución rusa se volvía el ejemplo a seguir para la juventud y la clase obrera revolucionaria del mundo. Los partidos socialdemócratas de la Segunda Internacional, así como el movimiento anarquista, se escindieron, uniéndose centenares de miles a la Internacional Comunista. Tan poderosas eran esas fuerzas que es difícil encontrar un país en todo el mundo que no fuera impactado, de alguna forma, por esta revolución que anunciaba el futuro.
Rosa Luxemburgo lo dijo bien: Lenin, Trotsky y sus compañeros son los únicos que pueden gritar: “¡Me he atrevido!”. En un momento histórico marcado por grandes acontecimientos, por una guerra sanguinaria impuesta por los imperialistas y por grandes revoluciones, solo ellos se atrevieron y tomaron el cielo por asalto. Luxemburgo también señaló:
“Esta es la esencial e imperecedera política bolchevique. En este sentido, es el inmortal servicio histórico de haber marchado a la cabeza del proletariado internacional con la conquista del poder político y la colocación práctica del problema de la realización del socialismo, y de haber adelantado poderosamente el resultado del marcador entre el capital y el trabajo en todo el mundo. En Rusia, el problema solo se pudo plantear. No se pudo resolver. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al ‘bolchevismo’.”
Se puede estar de acuerdo o no, se puede tener cualquier opinión sobre la Revolución rusa, pero qué duda cabe que es uno de los más grandes, sino el más grande, acontecimientos de la historia humana.
Trotsky dijo que la Revolución rusa había demostrado la viabilidad de la economía planificada no en el lenguaje abstracto de El Capital, sino en el lenguaje concreto del cemento y la electrificación. Y no solo eso, la Revolución rusa generó una galaxia de talentos, vimos avances en las artes como el teatro, el cartel o el cine. Avances en la ciencia, en la pedagogía, en la sicología. Se mostró el enorme potencial del socialismo.
Hoy en día, se suele acusar, por parte de la derecha más recalcitrante, a los gobiernos obradoristas de comunistas. ¡Qué lejos está la Cuarta Transformación de aspirar a la profundidad de cambios que tuvo la Revolución rusa! De igual forma, la burguesía mantiene una campaña en la que señala que el comunismo es autoritarismo y que mantiene a la gente en la miseria. Venezuela, en la que hay una enorme cantidad de migrantes, se suele poner como uno de los ejemplos. Es absurdo, porque justamente lo que ha ocurrido en los llamados gobiernos progresistas de América Latina en las recientes décadas, en sus distintas olas, es que las muy diversas tendencias y matices de estos gobiernos no se han atrevido a romper con el capitalismo. Se apoyan en los aparatos estatales, que han sido creados por largos procesos históricos para defender los intereses de las oligarquías e imperialistas, y con las diversas reformas no han cambiado su carácter de clase.
En la URSS, sin embargo, se cometieron crímenes. Existió un régimen burocrático asesino y asfixiante, autoritario. ¿No hay razón para hacerle caso a la derecha en su crítica? ¿Es esto la evolución natural de la política de Lenin? Definitivamente no. Eso sería una tergiversación de la historia, como explicaremos en este artículo.
El régimen más democrático de la historia
En las vísperas de la toma del poder, Lenin lanzó una proclama en la que decía:
“¡Camaradas trabajadores! ¡Recordad que desde ahora vosotros mismos dirigís el Estado. Nadie os ayudará si vosotros mismos no os unís y tomáis en vuestras manos los asuntos de todo el Estado. Vuestros Soviets son desde ahora los órganos del Poder del Estado: son órganos soberanos en sus decisiones.” (Reed, Diez días que conmovieron al mundo).
Este mensaje refleja, como desde el inicio, que lo que Lenin impulsó fue la participación más abierta y democrática de los trabajadores en la decisión de sus destinos. La Revolución rusa siempre tuvo una política internacionalista y puso las esperanzas de su futuro en la revolución mundial:
“Gradualmente, con el consentimiento y la aprobación de la mayoría de los campesinos, según las indicaciones de su experiencia práctica y la de los obreros, marcharemos con firmeza y sin vacilación hacia la victoria del socialismo, que fortalecerán los obreros avanzados de los países más civilizados y que llevará a los pueblos una paz duradera y los libertará de toda esclavitud y de toda explotación.”
La Revolución rusa llevó realmente al poder a una clase explotada, al proletariado, quien se alió con los campesinos. Apenas tomado el poder, Lenin asistió a una reunión de dirigentes campesinos que exigían la tierra, y allí se decretó su reparto, haciendo un llamado a que ellos mismos se organizaran y tomaran la tierra.
Había condiciones muy difíciles. El país había sido devastado por la guerra y se le impuso un acuerdo de paz vergonzoso con Alemania y una guerra civil sangrienta. Esas condiciones duras no impidieron que permease una amplia democracia obrera. El partido cada año celebraba un congreso y se impulsó y creó la Internacional Comunista con el objetivo de extender la revolución a nivel internacional.
En medio de la construcción del nuevo Estado, Lenin dijo: «Los ladrillos de los que se compondrá el socialismo todavía no están hechos». Rusia era un país sumamente atrasado económica y culturalmente. La débil burguesía nunca logró completar las tareas de su revolución, como la unidad nacional, la reforma agraria profunda, el establecimiento de la democracia burguesa y, sobre todo, la industrialización del país. Con la gran industria, que ya jugaba un papel determinante, había un inmenso mar semifeudal. La inmensa mayoría de la sociedad eran campesinos analfabetos.
La Revolución rusa, con el proletariado gobernando la sociedad, tenía que llevar adelante las tareas que no logró hacer la burguesía. Fue tal el atraso que la Revolución se vio obligada a utilizar a muchos de los viejos funcionarios y generales del antiguo estado zarista.
Los ladrillos de los que se compondrá el socialismo todavía no están hechos en Rusia, pero sí a nivel internacional. La supervivencia de la revolución estaba en su extensión a nivel internacional.
¿Por qué se burocratizó el Estado obrero?
Por el atraso económico y cultural sumado al aislamiento de la Revolución. Es decir, por las derrotas de las revoluciones que se dieron y buscaban seguir el ejemplo del proletariado ruso. También por el cansancio de las masas y el reflujo. Todos estos factores llevaron al ascenso de la burocracia, que para consolidar su poder eliminó la democracia obrera, una gran conquista de los primeros años de la Revolución.
El Partido bolchevique, ahora Partido Comunista, se erigió como la principal fuerza social. Es difícil encontrar un partido que haya tenido un crecimiento tan explosivo en tan poco tiempo. A inicios de 1917, el partido contaba con unos 8,000 militantes en toda Rusia. En el periodo de la guerra civil, se abrieron las puertas del partido, militar en él implicaba un enorme riesgo personal. Se llegó a una militancia de unos 200,000, pero después de esta, el partido siguió en ascenso. Como Ted Grant resalta en su libro Rusia: de la Revolución a la Contrarrevolución: “El número de funcionarios del Estado había pasado de poco más de 100,000 a un sorprendente 5,880,000. Esta cifra sobrepasaba cinco veces la cantidad de obreros industriales.”
El partido concentró tanto a los trabajadores más resueltos como a arribistas. Lenin dio una batalla para depurar, en base a debates de ideas y defensa de principios, al partido. Nada tenía que ver esto con las futuras purgas que dirigió Stalin.
Lenin no es el antecesor del régimen burocrático que se consolidó tras su muerte pues su última batalla fue luchar contra el ascenso de la burocracia. Basta leer sus últimos escritos para evidenciar esto. Lamentablemente, fue el periodo en que Lenin cayó enfermo, lo que le limitó, pero no impidió, dar esta lucha frontal.
Lenin combatió este fenómeno y no dudó en llamar a las cosas por su nombre:
“Echamos a los viejos burócratas, pero han vuelto (…) Llevan una cinta roja en sus ojales sin botones y se arrastran por los rincones calientes. ¿Qué hacemos con ellos? Tenemos que combatir a esta escoria una y otra vez, y si la escoria vuelve arrastrándose tenemos que limpiarla una y otra vez, perseguirla, mantenerla bajo supervisión de obreros y campesinos comunistas a los que conozcamos por más de un mes y más de un día” (Lenin, Collected Works, vol. 29, pp. 22-3).
Estalinismo, antítesis del leninismo
La burocracia sofocó la democracia obrera y combatió las ideas con el aparato del Estado. Los comunistas que habían dirigido la Revolución de Octubre de 1917 se convirtieron en el enemigo a vencer. No fue suficiente con bloquearlos burocráticamente con el aparato, responder a sus argumentos con abucheos o negarles el micrófono. Se les exilió y se les encarceló. Paradójicamente, las cárceles bajo Stalin eran lugares de relativa libertad, en las que se organizaban círculos de estudio, se producían periódicos y se escribían libros. Un sector de la clase obrera fue aplastado, pero surgieron nuevos jóvenes revolucionarios que se unieron a la Oposición de Izquierda para defender las auténticas ideas de Lenin. La fuerza de la Revolución de Octubre era tan poderosa que no fue nada fácil de apagar. Ante esto, Stalin recurrió a las purgas. La tortura era el método para obtener confesiones sobre cualquier supuesto crimen, y así acusar de fascistas, mencheviques o contrarrevolucionarios a aquellos que sucumbían a la represión. Después de esto estaba la condena de muerte, aunque algunos perecían ya desde los cuartos de tortura.
Es recomendable leer el libro de Pierre Broué, Comunistas contra Stalin, que documenta de manera seria los crímenes de la contrarrevolución burocrática. Aunque se invocaba el nombre de Lenin, se decía seguir su ejemplo y ser sus herederos, Stalin y su camarilla destruyeron a la generación que dirigió la Revolución y siguieron su legado. Los auténticos comunistas, confundidos por las mentiras del estalinismo, deben regresar a Lenin y a sus verdaderas ideas.
Con el tiempo, esta casta burocrática adquirió privilegios y niveles de vida más cercanos a la burguesía que a la clase obrera. Aunque sus privilegios provinieron de la economía planificada, no tenían, por ejemplo, derecho a la herencia. Su administración burocrática se alejó tanto de la Revolución de Octubre y de la clase obrera que, como quien cambia de vagón en un tren, terminaron abrazando el capitalismo. La burocracia asfixió la revolución porque el socialismo tiene que respirar de la democracia obrera para vivir.
¿Ha fracasado y no es vigente la lucha por el comunismo?
La bandera de Octubre sigue limpia, porque Lenin, sin claudicar, la defendió hasta el final, y también Trotsky, aunque eso le costara la vida y la de su familia. La Revolución de Octubre no mostró ningún fracaso; más bien evidenció que los explotados, que la clase obrera, somos plenamente capaces de dirigir (y mejor que las actuales clases dirigentes) la sociedad. Incluso, pese al enorme freno que significó la burocracia, nunca se ha visto un crecimiento económico como el experimentado en Rusia, que pasó de ser un país muy pobre, con atraso casi feudal, a convertirse en la segunda economía más poderosa del planeta.
El momento histórico que le tocó vivir a Lenin fue tormentoso. Él no esperó los acontecimientos de la historia, se preparó para estar a la altura de ellos, ya será resistiendo y defendiendo los principios y las ideas en una minúscula minoría o ya fuera dirigiendo una revolución de millones. Estudió con gran profundidad a Marx y Engels, aplicó estas teorías a la situación concreta de Rusia, sin perder nunca la perspectiva internacional. Fue un teórico. Dedicó su vida, en cuerpo y alma, a la revolución. Defendió cada paso y cada idea que creía correcta en cada fase, para moldear el partido que se requería, la palanca con la que transformó la sociedad.
Estamos terminando este año, que le hemos dedicado a Lenin por los 100 años de su muerte. ¿Por qué? Porque la sociedad en la que vivimos es inhumana, caótica y turbulenta. Porque el capitalismo sigue siendo un horror sin fin, y basta con mirar hacia Gaza o hacia el norte o el sur de México para comprobarlo. Porque esta sociedad nos lleva a la barbarie.
Claro que la burguesía quiere achacarnos a los comunistas los crímenes del anticomunista Stalin. La ultraderecha es tan ridícula que tacha de comunista a quien apenas hace una mínima reforma que favorece a las masas. Si pudiéramos vivir con dignidad bajo el capitalismo, no lucharíamos por una revolución. Pero lo hacemos porque justamente este sistema tiene en su horizonte explotación, guerra y violencia cotidiana atroz. En México, la 4T no ha logrado acabar con la violencia barbárica, ni impedir que los grandes capitalistas sigan haciéndose multimillonarios (a base de nuestra explotación). No ha cambiado las reglas del sistema y nos ha vuelto más dependientes económicamente del imperialismo norteamericano y, por tanto, más vulnerables a las vicisitudes del mercado mundial, que sigue encaminándose hacia la catástrofe.
Como Lenin, debemos mirar al futuro y prepararnos para la historia; no solo en México, porque si logramos nacionalmente construir una palanca revolucionaria de transformación, como el partido bolchevique, el partido comunista de Lenin, no será suficiente. Por ello construimos la OCR en México, pero avanzamos hacia la construcción de la Internacional Comunista Revolucionaria. Tenemos confianza en el porvenir, miramos alto porque nos paramos sobre las ideas y en los hombros de gigantes como Lenin y Trotsky. Debemos completar la tarea que ellos se atrevieron a iniciar. La lucha por el comunismo es hoy más necesaria y vigente que nunca.