Todas las revoluciones comienzan como un conjunto de demandas aparentemente no muy radicales que, al encontrar la oposición y la resistencia de los opresores, se radicalizan hasta poner en la mira el cambio social. La revolución mexicana no es la excepción. Esa que pasó a la historia como la primera revolución social del siglo XX tuvo sus éxitos y sus momentos de gloria, pero en retrospectiva, la revolución mexicana fue sin duda uno de los múltiples grandes proyectos sociales del siglo pasado que sin embargo se quedaron truncados. Pero el objetivo de este artículo no es repasar a fondo todo lo que significó la revolución, sino repasar la naturaleza de la primera etapa del movimiento, por qué no tuvo éxito, y qué lecciones históricas hay que extraer para reconocer los espejismos en la actualidad.
Un muy rápido contexto hacia 1910
En el caso del capitalismo mexicano A lo largo de los más de treinta años que tuvo de duración el porfirismo, coexistieron características semifeudales, como lo eran las condiciones de trabajo en las haciendas, las tiendas de raya y la sujeción del peonaje a los terratenientes, así como la complicidad de estos con el alto clero; y por otro lado un desarrollo del capitalismo, nunca antes visto en la historia nacional, por el otro lado. Esta no era más que la consecuencia lógica de un desarrollo capitalista atrasado bajo la guía del imperialismo.
Gran parte de la población vivía en el campo, en condiciones de cuasi esclavitud, analfabetismo, apresados en alguna hacienda, tratando de cumplir con cuotas de producción exacerbadas y teniendo que lidiar con castigos inhumanos en caso de no lograrlo (está históricamente documentado, por ejemplo, que en Yucatán un hacendado podía impunemente encadenar a su empleado untado de miel durante la noche a merced de los mosquitos si este no lograba su cuota de maguey). Los que vivían por la ciudad, por otro lado, se toparon con ese monstruo llamado capitalismo imperialista que mantenía a los trabajadores ocupados en las minas o en las fábricas más de la mitad del día. La mayoría de los patrones industriales eran extranjeros, quienes contrataban capataces extranjeros, los cuales no eran precisamente más amables que los hacendados mexicanos.
Para este punto, de la historia, existía ya una diferenciación entre distintas capas de la burguesía. La burocracia porfirista y gran burguesía oligárquica habían hecho alianzas con la bendición de la Iglesia Católica. Una receta que se repetía a lo largo y ancho de todos los países de desarrollo atrasado. Por otro lado, había sectores que aun teniendo una bonanza económica se sentían marginados del poder político que los Científicos tenían. Esos sectores disfrazaban su deseo de poder con un discurso liberal
Ahora, cuando el capitalismo está en un punto de desarrollo en el que llega al imperialismo y al monopolio, el desarrollo de las fuerzas productivas genera no un progreso sino de decadencia de las clases oprimidas, El país se desarrollaba, pero lo hacía al ritmo de los intereses extranjeros, y los de la propia oligarquía nacional. Haber llevado a cabo una auténtica revolución industrial mexicana en esta etapa habría significado acabar con el modelo de haciendas, lo que a su vez habría modificado radicalmente, e incluso extinto, la forma del gran terrateniente que constituía la gran fuente de apoyo de Díaz.
Ante esta situación, la burguesía mexicana comenzó a acumular poco a poco más y más descontento, aunado a la rabia del campesinado y del incipiente proletariado, que se había catapultado desde la dura represión hacia las huelgas de Cananea y Río Blanco. Los cambios cuantitativos se habían acumulado al grado de acercarse un gran cambio cualitativo. Los pequeños y medianos burgueses nacionales veían con enojo al porfirismo mientras veían con miedo al ascendente movimiento obrero. Algo iba a pasar, algo iba a cambiar. Los comerciantes leían a los liberales ilustrados y los obreros luchaban en la huelga, y entonces Porfirio Díaz Mori se entrevistó con el periodista James Creelman en marzo de 1908.
Madero
La entrevista Díaz-Creelman(1908), dejó entrever la intención del dictador de retirarse de las escena pública Esto fue trascendente porque a todos los que querían un cambio, aunque fuese uno moderado, les dio la esperanza de que este podría ser alcanzado por medios pacíficos. Es aquí donde aparece Francisco I. Madero González, perteneciente al sector liberal burgués que ya hemos descrito
Como marxistas decimos que la historia la hacen los hombres que deciden hacerla, pero cuando se arrojan a hacer historia, no lo hacen libremente sino siguiendo leyes objetivas de la historia. Este era el caso de Madero. Él estaba convencido firmemente de que su actividad política iba encaminada a restablecer la libertad y la democracia (burguesa, claro está) en México. Sin embargo, el actuaba respondiendo a la necesidad de su clase por expandir los mercados y las fuerzas productivas.
Así mismo, Madero era seguidor del espiritismo y está históricamente fundamentado que muchas de sus decisiones políticas fueron tomadas en sesiones de consulta hacia el más allá.
Madero nació en octubre de 1873 en Parras de la Fuente, Coahuila, en una hacienda propiedad de su familia. Nació en el seno de una de las familias más acaudaladas del norte del país, tuvo estudios en colegios privados religiosos y en universidades extranjeras. Después de una carrera como un mero empresario, su actividad política comenzó en 1904 cuando se opuso a la reelección del gobernador porfirista de Coahuila. En 1905 participó con el Partido Liberal Mexicano y ayudó a financiar su periódico, Regeneración. Sin embargo se alejó del partido cuando su posición moderada se alejó de las posturas ideológicas de uno de los más grandes revolucionarios de este país: Ricardo Flores Magón.
La entrevista Díaz-Creelman fue muy esperanzadora para él, pues pensó que verdaderamente las cosas podrían cambiar por medio de las elecciones. Ese ímpetu lo llevó a escribir y publicar “La sucesión presidencial en 1910”, a fundar el Partido Nacional Antirreeleccionista y a postularse para presidente. En 1910 Madero llevó a cabo una exitosa campaña que recogió las demandas más sentidas de la población y que le habría garantizado una victoria electoral apabullante.
La campaña fue solamente interrumpida por la orden presidencial de poner a Madero tras las rejas en San Luis Potosí. Consciente de su error y radicalizado en la cárcel, logró escapar a Texas, y desde allí promulgó el Plan de San Luis, en el cual llamaba a la insurrección armada contra Díaz a iniciar el día 20 de noviembre. Logró infiltrar poco a poco el plan en México y llamar la atención de varios futuros líderes importantes, como Francisco Villa y Emiliano Zapata.
Al estudiar la historia de México, es un error decir que la lucha revolucionaria comenzó debido al Plan de San Luis. La lucha revolucionaria comenzó debido a la acumulación de ataques a la vida de los trabajadores y la desesperada e insostenible situación de desigualdad que se vivía bajo el capitalismo porfirista. El llamamiento maderista, que en un inicio no había podido llegar a tanta gente, fue solo ese accidente que se necesita para prender la pólvora de la historia. No existen los libertadores, son los pueblos los que se liberan a sí mismos.
El alzamiento comenzó esporádicamente con algunos enfrentamientos en las ciudades norteñas. Pero el ánimo de las masas contra el gobierno era tal, que en cuestión de solo seis meses, los alzamientos revolucionarios se habían extendido por todo el país, ocupado ciudades importantes del norte (siendo la decisiva Ciudad Juárez), y Díaz se había visto obligado a renunciar. Algo importante que hay que mencionar es que en el transcurso de esos seis meses, los campesinos y obreros que participaron en los combates fueron adoptando posiciones más radicales que los objetivos del propio Madero (prueba de ello es el rompimiento de los zapatistas con el gobierno), razón por la que este quiso apresurarse a negociar con el gobierno de Díaz para acabar con la lucha lo más pronto posible.
El gobierno de Madero y las razones de su caída
Tras la renuncia de Díaz y su exilio en Francia, se organizaron nuevas elecciones que Madero pudo ganar fácilmente. Sin embargo la alegría duró poco, pues pronto fue muy obvio que en sus intenciones no estaba hacer cambios revolucionarios en la sociedad. No combatió la influencia de los grandes burgueses porfiristas, no cambió la estructura del ejército ni lo purgó de los generales leales a Díaz, incluso llamó a algunos cientificos a formar parte de su gabinete. Rápidamente olvidó muchas de las promesas sociales de su programa y trató inútilmente de apelar a la unidad nacional. En pocas palabras, dejó intacto el aparato porfirista.
Sin embargo, por mucho que intentó ganarse a ex-porfiristas y a excombatientes, fue un presidente sumamente atacado porque los sectores conservadores no veían como uno de los suyos. Lo veían como un usurpador que acabó con la era de estabilidad política y bonanza económica que significó para ellos. Y los trabajadores, por otro lado, comenzaron a resentir su política de alianza y conciliación, y pronto sus acciones fueron interpretadas como una traición. Por esa razón Madero tuvo que enfrentar tanto intentonas conservadoras como las de Félix Diaz o Bernardo Reyes como luchas revolucionarias como la de Zapata
En esta etapa, ya comenzaba a verse la inevitable contradicción ente las metas y objetivos de la revolución democrática, y los intereses del gran capital. De haber querido realizar cambios sociales profundos, y llevar la lucha revolucionaria hasta sus últimas consecuencias, Madero habría tenido que trasgredir los derechos de propiedad de la gran burguesía, atacar la propiedad privada y emprender la transformación socialista de la sociedad. El detalle es que Madero no tenía perspectivas revolucionarias, no le interesaba acabar con la sociedad de clases, descubrió tarde que la era de las revoluciones burguesas se había terminado, y por lo mismo se convirtió en uno de los primeros líderes del siglo XX en demostrar, con su propia muerte, la obsolescencia de la teoría de la revolución por etapas. Solo que él no lo sabía.
Desde ese preciso momento en el que decretó el desarme de las facciones revolucionarias, Madero liquidó en la práctica sus fuentes de lealtad, y el mensaje que sus numerosos oponentes porfiristas interpretaron fue para fines prácticos: «aquí está el poder, vengan a tomarlo».
Finalmente, entre el 9 y el 19 de febrero de 1913, se llevó a cabo lo que se conoce como decena trágica. Las diferentes facciones de derecha atacaron Palacio Nacional, liberaron a los generales porfiristas Félix Díaz y Bernardo Reyes (quien al fin y al cabo murió pronto durante los enfrentamientos), asaltaron varios edificios del gobierno y tras ser repelidos (lo cual por cierto les tomó por sorpresa) se acuartelaron en la Ciudadela.
En ausencia del general Lauro Villar a causa de una herida recibida durante el primer ataque, Madero le confío la defensa del Palacio Nacional y el sometimiento de los rebeldes a Victoriano Huerta. La tarea era una misión que a lo mucho podría costar un par de días, o inclusive unas horas. Sin embargo las horas se convirtieron en jornadas en las que Huerta se reunía con Félix Díaz en la comodidad de una pastelería.
Al cabo de unos días, el hermano de Francisco, Gustavo Madero, se dio cuenta de las conspiraciones de Huerta quien procedió a firmar, el día 17 de febrero, un pacto con Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos, quien además había estando enviando reportes a su gobierno dejando en claro que Madero debía ser hecho a un lado por representar peligros para los intereses estadounidenses en México. Ese mismo día, Gustavo intentó advertir a su hermano, quien no solo no confío en su denuncia sino que además lo regañó por «dejarse llevar».
El día 19 de febrero, Gustavo Madero fue acribillado. Francisco y su vicepresidente José María Pino Suárez fueron hechos prisioneros, obligados a renunciar y, por medio de colocar en la presidencia a Pedro Lascuráin Paredes con el único propósito de realizar los nombramientos necesarios, Victoriano Huerta usurpó la presidencia. Tres días después, el 22 de febrero de 1913, Francisco Ignacio Madero y el vicepresidente Pino Suárez fueron fusilados en la parte trasera del Palacio de Lecumberri, iniciando así el gobierno bonapartista de Huerta y acabando con la revolución maderista.
El paralelismo con la actualidad, qué hay que hacer hoy
Madero pasó a la historia como «el Apóstol de la democracia (burguesa)». Es rememorado y reverenciado como uno de los grandes héroes de la historia nacional en los libros de historia y en los desfiles conmemorativos. A nuestro actual presidente le gusta identificarse con él, varias veces se ha declarado maderista; y esto no es para menos, Andrés Manuel López Obrador si comparte muchas similitudes con el expresidente martirizado, desde algunas virtudes, pasando por decisiones políticas, hasta importantes errores.
Los marxistas insistimos una y otra vez que la historia no debe estudiarse a modo de mero ejercicio académico, sino con el objetivo de rescatar las lecciones históricas. Ese es precisamente el objetivo último de este artículo conmemorativo.
López Obrador pasó años señalando al régimen neoliberal como «neoporfirista», porque los presidentes neoliberales se desempeñaron en la práctica, de un modo muy cercano al que lo hubiese hecho Porfirio Díaz. Al igual que Madero, AMLO no perdió nunca la convicción de que la realidad de millones de mexicanos puede ser transformada por medio de los votos depositados en las urnas.
Desde sus respectivas llegadas al poder, Madero y López Obrador se convirtieron en los presidentes más atacados de su tiempo, ya que la gran burguesía de entonces y de ahora no veía, ni ve, a ninguno de los dos como alguien en el que puedan confiar. Ambos comparten la característica de un gran apoyo popular, y la combinación de un gobierno repleto de buenas intenciones, con un programa práctico muy caracterizado por pretender la conciliación de explotados y explotadores. En ninguno de los dos se presenta jamás una relación de verdadero respeto diplomático con Estados Unidos ni tampoco, muy importante, la voluntad de romper con el ejército heredado del régimen anterior.
Madero dejó intacto al aparato porfirista. No tuvo nunca la perspectiva de abandonar el capitalismo, se vio en la necesidad de elegir alguno de los dos bandos de la lucha de clases, y el mantener su insistente necedad de no elegir a ninguno hizo que la burguesía tomara la iniciativa y se deshiciera de él. Su indecisión le costó a él la presidencia y la vida, y a México le costó más de un millón de vidas y el destino de la revolución.
Con López Obrador ya han rodado algunas cabezas del viejo régimen político y ha habido algunos cambios a la política económica, y eso se aplaude. Pero no ha hecho nada por dejar de depender de los mismos burgueses con los que los neoliberales hacían negocios, muchos de ellos aún son invitados a Palacio Nacional para recibir algún contrato. En el tiempo que ha estado en el poder, no ha mostrado nunca la perspectiva de abandonar el capitalismo, y ahora se enfrenta cada vez más a la inevitable necesidad de elegir uno de los bandos, mientras por ahora hemos visto su insistente necedad de no elegir a ninguno.
Por aquel entonces no existían las condiciones materiales para saltar inmediatamente del capitalismo al socialismo. Ahora no solo están listas, sino que además ya empiezan a pudrirse. Las condiciones actuales no son las de un siglo atrás, hoy a la raza humana y al planeta, el fin del capitalismo les urge más que nunca. La burguesía odia a AMLO, eso queda claro cada vez más con cada día que pasa. Él por su parte quiere llevar a cabo una transformación profunda en la sociedad. Si de verdad quiere lograrla, tarde o temprano deberá darse cuenta de la necesidad de trasgredir los intereses de los propietarios del gran capital.
Por ahora, él va en el mismo camino que Madero, pero todavía está a tiempo para llevar al país a la verdadera transformación. Tiene el apoyo, si se propone convocar a los trabajadores a la formación de nuevas formas de democracia y control obrero sobre la economía, y si a la postre se propone hacerse con las riquezas de la burguesía para ponerlas al servicio de la sociedad, en México se pondrá en marcha una revolución de alcance astronómicamente mayor que aquella que Madero inició en 1910. Pero se le está acabando el tiempo, revolución o permanencia, es una decisión que tendrá que tomar muy pronto.