Como juventud nos enfrentamos a un panorama desolador que ha engendrado un sentimiento generalizado de resignación. Hay una encrucijada histórica donde el sistema capitalista parece haberse establecido como una fuerza inamovible e inquebrantable. La globalización ha consolidado aún más el dominio del capital sobre nuestras vidas, perpetuando la desigualdad, la explotación y la alienación a una escala sin precedentes. Hoy en día es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
Tenemos ante nosotros un futuro incierto y precario, donde las promesas de progreso y movilidad social se desvanecen frente a nosotros. La realidad de la precariedad laboral, el endeudamiento estudiantil masivo y la erosión de los derechos sociales nos llevan a una sensación abrumadora de desesperación. Nos sentimos impotentes ante las fuerzas abrumadoras del capitalismo, incapaces de imaginar un futuro alternativo más allá de los estrechos impuestos por el sistema.
La enajenación que experimentamos como jóvenes en este sistema alienante no es simplemente un desinterés pasivo, sino una respuesta comprensible a la frustración y la desilusión que sentimos ante la imposibilidad de cambiar nuestra realidad. Nos sentimos desconectados del mundo que nos rodea, como espectadores distantes de nuestras propias vidas, incapaces de encontrar significado o propósito en un sistema que nos trata como meros engranajes en una máquina implacable.
Conexiones que desconectan
La cultura del consumo y la tecnología digital han exacerbado aún más nuestra alienación, ofreciéndonos una falsa sensación de gratificación instantánea que solo perpetúa nuestra pasividad y apatía. Sumergidos en un mundo de narcisismo y superficialidad creado por las redes sociales, perseguimos una validación externa que se convierte en el objetivo principal de nuestras vidas. Este sistema nos impulsa a reproducir incansablemente una vida irreal, convenciéndonos de que solo a través del consumismo alcanzaremos la emancipación.
Sin embargo, esta ilusión de satisfacción se desvanece al enfrentarnos a la cruda realidad de las condiciones desgarradoras en las que viven nuestros hermanos de clase. Observamos familias enteras hacinadas en viviendas precarias, privadas de servicios básicos como agua potable y electricidad. Niños desnutridos juegan en calles sucias y peligrosas, sin acceso a educación adecuada o atención médica. La asimilación de estas coyunturas pasa mayoritariamente por cuatro fases en la mente del individuo.
El descenso de la motivación
La primera fase es la empatía donde nuestros corazones se llenan de compasión y solidaridad. Nos conmueve hasta lo más profundo ver a cualquier persona enfrentando adversidades tan abrumadoras, privados de sus derechos fundamentales y sumidos en una situación tan lamentable, pudiendo incluso ser nosotros ese sujeto, generando un sentimiento de autocompasión y con ello un desánimo generalizado.
Después, surge la segunda fase, la cual es nada más que la acción inmediata y directa para remediar necesidades a corto plazo. Nos movemos más allá de la mera simpatía hacia un compromiso activo por mejorar la calidad de vida de aquellos que sufren. Esta acción puede manifestarse de diversas formas, desde donaciones económicas hasta la entrega de bienes materiales, todo con el propósito de ofrecer un alivio tangible a aquellos que se enfrentan a la adversidad, como aquellos que viven en situación de calle.
A medida que el tiempo avanza y nos enfrentamos a la complejidad abrumadora de situaciones tan deleznables, surge la tercera fase: la frustración. A pesar de nuestros esfuerzos, nos damos cuenta de que nuestras acciones no logran el cambio deseado. Podemos aliviar algunas necesidades a corto plazo entre la población más afectada por el capitalismo, desgraciadamente con el tiempo vemos cómo esa ayuda se agota, como un lago en medio de una sequía perpetua. Aunque lo llenemos repetidamente, siempre termina por secarse de nuevo. Esta sequía, no es más que el capitalismo mostrándose como el insaciable monstruo que es.
Finalmente, llega la cuarta fase: la enajenación. Abrumados por la magnitud del problema y la aparente falta de soluciones efectivas, se opta por apartarse emocionalmente, dejando de prestar atención a esta problemática. La desesperanza y la resignación se apodera, normalizando esta realidad e ignorándola en un intento de preservar la propia estabilidad emocional y calidad de vida a largo plazo.
La abolición del capitalismo es la única solución
Nos damos cuenta de que no podemos solucionar esta crisis humanitaria sin abordar la raíz del problema: el sistema capitalista que perpetúa la explotación y la opresión. El capitalismo, con su búsqueda insaciable de ganancias a expensas de la humanidad y el medio ambiente crea las condiciones que perpetúan la pobreza debido a que esta es necesaria para la existencia de un sistema que se basa en la explotación del proletario. Nos vemos obligados a reconocer que mientras exista el capitalismo, siempre habrá aquellos que sufran en la sociedad, sacrificados en el altar de la acumulación de riqueza para unos pocos privilegiados.
En medio de la penumbra que nos envuelve, emergen destellos de esperanza que apuntan hacia la lucha por el comunismo. Este camino se traza mediante el rechazo contundente del sistema capitalista y la búsqueda ferviente de una sociedad fundamentada en los principios de solidaridad y justicia. A través de la vasta narrativa histórica, aprendemos que las batallas por la liberación son largas y arduas, pero también nos revelan que la transformación es factible cuando nos unimos en resistencia.
Ha llegado el momento de alzarnos contra las cadenas del capitalismo, de desafiar su lógica implacable de explotación y competencia. Nos corresponde luchar incansablemente por un mundo donde cada individuo tenga la oportunidad de forjar su propio destino, donde la dignidad y la plenitud de vida sean derechos inalienables. Solo a través de este esfuerzo colectivo podremos colmar el vasto lago de la justicia para todos, asegurándonos de que sus aguas nunca se sequen bajo el abrasador sol del capitalismo, sino que fluyan constantemente en armonía con los anhelos de la humanidad. ¡Por la lucha revolucionaria!