La ciudad en disputa: gentrificación, capital y lucha de clases
Franco Garcia
Compañeras, compañeros, camaradas:
La gentrificación ha llegado a un punto crítico. No sólo estamos viendo cómo suben las rentas o cómo cambian los cafés de la esquina: estamos siendo desplazados, trozados como clase, despedazados barrio por barrio. Y si no entendemos qué está pasando, por qué está pasando ahora y cómo se nos presenta este proceso, corremos el riesgo de confundir causas con efectos, enemigos con víctimas y oportunidades con trampas.
No basta con identificar al que se va: hay que preguntarse por qué se va, cómo se va, qué deja atrás y qué se instala en su lugar. Tampoco basta con denunciar al que llega: hay que comprender qué estructura lo pone ahí. Hoy, la lucha por la vivienda no es sólo una lucha por un techo, sino por la permanencia obrera en la ciudad. Si no organizamos nuestra rabia, si no politizamos nuestras preguntas, la gentrificación ganará sin necesidad de represión: ganará por desmovilización, por resignación y por confusión.
El capital reorganiza la ciudad: gentrificación como estrategia de ganancia
La gentrificación no es un accidente ni una moda. Es una estrategia consciente de revalorización del suelo urbano, ejecutada por desarrolladoras, fondos inmobiliarios, plataformas como Airbnb y gobiernos subordinados al capital. Consiste en elevar el valor del suelo expulsando a la clase trabajadora, es decir, quitar a quienes no pueden pagar más, para que entren quienes sí pueden.
Este proceso no es nuevo. Ya Friedrich Engels, en La cuestión de la vivienda escrita en 1872, describió cómo el capital demolía casas obreras en los centros urbanos para reemplazarlas por viviendas de lujo. Los obreros eran empujados a las afueras, al tiempo que aumentaban las rentas para los nuevos habitantes. Más tarde, en EE.UU., durante el siglo XX, la gentrificación racial tomó forma con proyectos como las autopistas que destruyeron barrios afroamericanos (Harlem, Bronx, Watts), o con políticas de “revitalización” urbana que desplazaron a comunidades enteras.
En la actualidad, Nueva York pierde 60 mil unidades de vivienda asequible cada año, mientras los barrios de Brooklyn o Harlem han sido transformados por oleadas de capital especulativo. En San Francisco, el 70% de los desalojos entre 2007 y 2014 ocurrieron en zonas donde se expandieron las empresas tecnológicas. El resultado: techos más caros, más vacíos, más desalojos.
En México, la situación no es diferente. Según datos del INEGI (2020), existen más de 8 millones de viviendas en rezago habitacional y cerca de 6 millones de viviendas deshabitadas. En la Ciudad de México, barrios como la Roma, Condesa, Juárez, Narvarte y Santa María la Ribera se han convertido en epicentros de la gentrificación. Un estudio de Iniciativa Airbnb Watch México mostró que, entre 2016 y 2023, los precios de renta en esas zonas aumentaron entre 60% y 100%, y que más del 80% de las viviendas ofertadas en esas plataformas pertenecen a operadores múltiples: no son familias rentando un cuarto, sino negocios enteros desplazando población.
El resultado: entre 2010 y 2020, más de 500 mil personas fueron desplazadas de la zona central de la CDMX hacia periferias como Chalco, Ecatepec o Valle de Chalco, donde los tiempos de traslado y las condiciones de vida empeoran.
La gentrificación no es un fenómeno cultural ni una fatalidad urbana. Es acumulación capitalista por despojo bajo la dirección de la clase capitalista: la ciudad se reorganiza para garantizar la rentabilidad, no la vida digna de quienes la habitan.
¿Quién se va y quién llega? Xenofobia nacionalista o conciencia de clase
En este proceso, aparece una contradicción cada vez más tensa: los nuevos desplazados a veces también desplazan. Jóvenes de clase media que, expulsados de otras zonas, se mudan a barrios obreros y suben sin querer las rentas. Freelancers que sin mala intención consumen en negocios que reemplazan tianguis o fondas. Migrantes extranjeros que alquilan departamentos para trabajar remoto, sin saber que con su presencia contribuyen a la especulación del suelo.
Y ahí, la rabia se confunde. Se grita “fuera gringos”, como se gritó en la marcha contra la gentrificación en julio de 2025 en la CDMX. Pero lo que hay que entender es que el enemigo no es el extranjero en sí, sino el capital que lo pone en posición dominante. Lo que se vuelve peligroso no es la piel blanca ni el acento, sino la lógica que construye ciudades para los dólares, no para sus habitantes.
Esa xenofobia nacionalista de los oprimidos expresa un malestar legítimo pero deformado. Si no la canalizamos, terminará enfrentando a la clase trabajadora contra sí misma, dejando impune a los verdaderos responsables. Es importante politizar esa rabia y analizar el problema desde una óptica de clase: no queremos expropiar al gringo, sino expropiar al capital que son los que verdaderamente nos despojan. Y antes de eso, tenemos que transformar la subjetividad individualista que cree que nada puede cambiar porque la desesperanza organizada por el sistema es su arma más eficaz.
Esta transformación es un proceso organizativo de largo aliento pero sostenido en la tradición histórica de lucha obrera y campesina. Como cuando hubo desalojos y surgieron las Asambleas Populares de los Barrios en Buenos Aires tras el Argentinazo de 2001 o como la resistencia en Juchitán contra los megaproyectos eólicos desde 2007. O como cuando edificios vacíos y terrenos especulados fueron ocupados por el Frente de Vivienda Popular en Montevideo desde 1968 o por el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST) en Brasil.
También como cuando en muchas ciudades italianas, jóvenes militantes, colectivos feministas, comunistas autónomos, migrantes y precarios ocuparon edificios vacíos para convertirlos en Centros Sociales Autónomos durante los años 90. O las huelgas textiles impulsadas por mujeres migrantes en Ciudad de México en 2019 en dónde se aliaron con otros sectores del movimiento obrero. También existen antecedentes de espacios de formación política territorial donde se estudió la ciudad como campo de batalla de clase, se recuperó la memoria de luchas pasadas y se preparó colectivamente la expropiación del suelo urbano, la renta y los medios de reproducción como la Universidad de la Tierra en Oaxaca o el Frente Popular Darío Santillán en Argentina.
No será el Estado, será la organización de los oprimidos
Algunos dicen que oponerse a la gentrificación es nostálgico. Que la ciudad cambia, que el desarrollo es inevitable. Pero eso es mentira. No peleamos por una postal del pasado, sino por el derecho material de permanecer. Por el derecho a vivir donde vivimos, sin ser expulsados por no poder pagar.
El Estado, en este proceso, no es árbitro neutral. Mientras proteja la propiedad privada, el régimen del suelo y el sistema bancario, será parte estructural del problema. Los programas de vivienda social son insuficientes y se usan como contención en zonas periféricas; la regulación a Airbnb se diluye entre excepciones y tecnicismos; los desarrollos inmobiliarios se aprueban con corrupción y pactos por arriba. Las autoridades, incluso las de corte progresista, gobiernan para la plusvalía, no para los habitantes.
En la CDMX, los pasados gobiernos de Morena han promovido corredores inmobiliarios como Insurgentes o Chapultepec, disfrazados de “renovación urbana”, que facilitan el desalojo encubierto. La Ley de Reconstrucción, tras el sismo de 2017, fue aprovechada para vender zonas enteras a constructoras. Las políticas de movilidad están diseñadas para conectar enclaves privilegiados, no para garantizar el derecho a la ciudad.
Por eso, no hay solución individual: no basta con “no alquilar Airbnb” o “ser buen vecino”. Tampoco es suficiente exigir leyes más estrictas. La única salida real es política, colectiva y confrontativa. Es la lucha unificada de los trabajadores por una vivienda digna para nuestra clase.
Camaradas: la ciudad es nuestra. La construimos con nuestro trabajo, nuestras redes, nuestras vidas. Recuperamos su defensa y su transformación de acuerdo a nuestros intereses.
La gentrificación es sólo un síntoma. El problema es más hondo: el capitalismo. Y la lucha por la vivienda es una trinchera clave para avanzar hacia una ciudad, y un mundo, donde vivir no sea un privilegio, sino un derecho.